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HETEROGENEIDAD
Como la mayor parte de las iglesias de Santiago se han construido en los úl-
timos cien años, al observarlas en su conjunto, sorprende que sean edificios tan
diferentes entre sí. En la construcción de estas iglesias se han empleado formas ar-
quitectónicas de muy diversa naturaleza, prácticamente de todas las arquitecturas
desarrolladas en la cristiandad occidental durante quince siglos. Hay formas basili-
cales, románicas, góticas, renacentistas, barrocas, modernas e híbridas, además de
numerosas modalidades distintas de cada una de ellas.
Al trabajar en tan corto período de tiempo con tanta diversidad de formas,
se han producido muchos tipos diferentes de iglesias, más de los que normalmente
alcanzan a configurar cuatro generaciones de una misma ciudad.
La heterogeneidad de nuestra arquitectura religiosa nos parece significativa,
y aunque no conozcamos sus razones históricas concretas (su investigación sería
ÓBSERVANDO LA ARQUITECTURA RELIGIÓSA CHILENA 15
REMEDO
Pese a su diversidad, nuestras iglesias tienen una cosa en común, el ser pro-
dl:lto de la imitación de arquitecturas extranjeras. Esto ya en parte ha quedado di-
cho, pero además es tan notorio, que no vale la pena justificarlo. En cambio convie-
ne detenerse en el modo cómo se ha imitado.
En general se han tomado como modelo las arquitecturas del pasado europeo,
cuyo origen físico y espiritual ya no entendemos bien. Sólo se ha podido copiar sus
fonnas materiales visibles, pero despojadas del espíritu que las animó. En algunos
casos se ha procedido con prolijidad como en El Salvador, La Recoleta Domínica,
etc., pero más frecuentemente se ha copiado con descuido, amputando o mezclando
arbitrariamente las formas originales, como en la Anunciación, San Ramón, San Pa-
tricio, etc.
En la imitación de estas formas en los últimos cien años, en general no ha ha-
bido aportes de envergadura que les confieran una nueva fisonomía, como alcanzó a
ocurrir en nuestra arquitectura religiosa colonial, que sigue siendo la única cuyo as-
pecto reconocemos todavía como chileno, de lo cual San Francisco es un buen ejemplo.
Nuestras iglesias aparecen como remedos de sus modelos, por cuanto las for-
mas empleadas no han sido tomadas con su contexto original, ni tampoco han sido
verdaderamente aclimatadas. Esta característica de nuestra arquitectura religiosa es
también significativa, porque la tarea específica de la arquitectura consiste en el
esfuerzo de hacer corresponder un modo de vida real con un espacio concreto, en
la relación de habitación, haciendo habitable esa tierra para esa gente.
Así ha ocurrido con las formas arquitectónicas que hemos remedado, ellas
han sido en su origen, el resultado del trabajo de conformar lugares de Europa a
modos de vivir ya pasados. Al tomar estas formas fuera del mundo que ellas mis-
mas han generado, se han prestado para darnos la apariencia de una arquitectura,
ayudándunos a eludir nuestro propio esfuerzo arquitectónico, como si en nuestra tie-
rra y en nuestra gente no hubiera nada nuevo ni específico que requiriera de la ar-
quitectura efectiva.
El modo imitativo predominante en nuestra arquitectura religiosa de los úl-
timos cien años, muestra que en ella ha faltado lo propiamente arquitectónico, la
búsqueda de la coincidencia entre la espacialidad de nuestra tierra y el modo de
vivir imperante en ella, lo que ha sido sustituido por su mera apariencia. Resulta
paradójico que siendo el culto a Dios, lo más serio y auténtico que un pueblo cris-
tiano pueda ejecutar, los edificios en que se lo aloja, construidos expresamente para
ese fin. sean falsificaciones de arquitectura.
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ESPECIALIZACION.
reunidos en torno a su pastor, y si se las aplicó al edificio, fue para señalar la dife-
rencia con el Templo judío y con los templos paganos, poniendo énfasis en la nueva
realidad, en que el templo ahora es vivo y es esa comunidad en cuanto esté incor-
porada a Cristo. Ahora es la asamblea la que santifica el edificio, al reunirse para la
celebración de la Eucaristía, y no al revés corno en el judaísmo y paganismo, en que
el edificio santificaba al pueblo. En nuestras iglesias en cambio aparece más bien
el primado de la materialidad del edificio en sí mismo y no como expresión de la
comunidad que lo habita.
(2) Ya terminado este artículo, en la edición del ~o de enero de El Diario Ilustrado, he-
mos visto una fotografía de la maquetta de la futura Catedral de Osorno, del arqui-
tecto, profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Chile, Sr. León
Prieto. En ella en pleno 1965, se continúa usando la forma externa del gótico, "moder-
nizada".
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reunidos en torno a su pastor, y si se las aplicó al edificio, fue para señalar la dife-
rencia con el Templo judío y con los templos paganos, poniendo énfasis en la nueva
realidad, en que el templo ahora es vivo y es esa comunidad en cuanto esté incor-
porada a Cristo. Ahora es la asamblea la que santifica el edificio, al reunirse para la
celebración de la Eucaristía, y no al revés como en el judaísmo y paganismo, en que
el edificio santificaba al pueblo. En nuestras iglesias en cambio aparece más bien
el primado de la materialidad del edificio en sí mismo y no como expresión de la
comunidad que lo habita.
En nuestra tierra, a lo largo del tiempo, se han ido desarrollando: ciertas for-
mas del paisaje rural y urbano; una historia, cuyo recuerdo vive en el presente; mo-
dos de vivir, pensar y sentir; en todo lo cual germina un futuro que nos es propio.
Toda esta compleja realidad nuestra tiene que ser incorporada de alguna manera por
nuestra arquitectura religiosa, si queremos albergar con ella un culto que verdade-
ramente surja de nuestras entrañas y no sea sólo un remedo superficial. En última
instancia, los mismos edificios destinados al culto, vienen a ser parte de la alabanza
al Padre, integrando a ella toda la realidad de nuestra tierra. Esto siempre ha sido
reconocido y promovido por la Iglesia, como por ejemplo en la Constitución sobre
Liturgia del Concilio Vaticano n, que dice: "La Iglesia no pretende imponer una
rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad,
ni siquiera en la liturgia; por el contrario, respeta y promueve el genio y cualidades
peculiares de las distintas razas y pueblos" (3), y en otra parte: "La Iglesia nunca
consideró como propio ningún estilo artístico, sino que, acomodándose al carácter
y condiciones de los pueblos y a las necesidades de los diversos ritos, aceptó las
formas de cada tiempo, creando en el curso de los siglos un tesoro artístico digno
de ser conservado cuidadosamente. También el arte de nuestro tiempo, y el de to-
dos los pueblos y regiones, ha de ejercerse libremente en la Iglesia, con tal que sirva
a los edificios y ritos sagrados con el debido honor y reverencia; para que pueda
juntar su voz a aquel admirable concierto que los grandes hombres entonaron a la
fe católica en los siglos pasados" (4).
La tarea de incorporar nuestra realidad chilena a la arquitectura religiosa,
no consiste en la simple añadidura de elementos folklóricos criollistas, sino que en
un trabajo que cale hondo en lo nuestro, como lo ha expresado el R. P. Couturier
O. P.: "las cristiandades realmente vivas se inventan continuamente formas vivien-
tes para expresarse. Estas formas son totalmente imprevisibles. Ligar su aparición a
un folklore artificialmente conservado es una tarea vana y peligrosa. Es necesario
salvar del pasado de los pueblos todo aquello que puede ser salvado, favorecer todo
aquello que está todavía vivo. Lealmente, fraternalmente. Pero para el futuro lo
que es necesario salvar son las posibilidades de una libertad sin límites" (5).
(6) Recomendamos en este sentido el folleto Cómo construir iglesias en el que se comple-
mentan las conclusiones del Congreso de Versalles, 1960, con notas extractadas de
las principales obras sobre el tema. Publicación hecha por Pastoral Popular, marzo-abril
1963, a cargo del Pbro. Alberto Jara.
(7) Las líneas que siguen están en parte inspiradas en la obra del R. P. Cipriano Vagaggini,
O.S.B., El Sentido teológico de la Liturgia, B.A.C., Madrid, 1959.
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Creemos que esta breve y parcial visión de lo que sucede en el culto cris-
tiano puede ayudar a conocer la magnitud de la tarea del artista en general y del
arquitecto en particular, cuando debe intervenir en la concepción de una iglesia.
En efecto, pareciera que el único modo de sobrepasar una arquitectura reli-
giosa superficial, consistiría en penetrarse vitalmente de las realidades misteriosas
que suceden en el culto. Incorporarse en esa corriente de hechos, personas, signos,
tensiones pasadas, presentes, y futuras que constituyen la historia de la salvación
y que está toda comprendida en Cristo, el alfa y el omega, principio y fin.
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