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León Rodríguez, Arquitecto. Martín Correa, O.S.B.

Profesor en la Ese. de Arquitectura Monasterio de Las Condes.


de la Universidad Católica de Chile.

OBSERVANDO LA ARQUITECTURA RELIGIOSA CHILENA

as ideas expuestas en este artículo son el fruto de observaciones de


la arquitectura de las iglesias de Santiago, realizadas dentro del curso
de nuestro trabajo de arquitectos; esta circunstancia puede disculpar
en parte la tosquedad de la exposición.
Las observaciones se refieren directamente sólo a las iglesias de San-
tiago, y principalmente a las construidas en los últimos cien años,
porque son su gran mayoría y porque en ellas se manifiestan con
actualidad los problemas presentes Je nuestra arquitectura religiosa. Sin embargo
estas observaciones pueden extenderse en un cierto grado al resto del país, conside-
rando que sobre todo en las ciudades hay muchas iglesias semejantes a las de
Santiago.
Nuestro propósito es contribuir en nuestra medida, a la aclaración de los pro-
blemas de nuestra arquitectura religiosa, intentando formular los que vemos, lo más
claramente posible, pensando que su sola formulación es ya un paso adelante. Con
este fin describimos brevemente tres características que hemos encontrado signifi-
cativas de nuestras iglesias, terminando con un alcance acerca del papel que corres-
ponde al culto en la proyección de iglesias, que pretende, más que nada, estimular
a una toma de contacto efectivo con esta fuente generadora de la arquitectura reli-
giosa cristiana.

HETEROGENEIDAD

Como la mayor parte de las iglesias de Santiago se han construido en los úl-
timos cien años, al observarlas en su conjunto, sorprende que sean edificios tan
diferentes entre sí. En la construcción de estas iglesias se han empleado formas ar-
quitectónicas de muy diversa naturaleza, prácticamente de todas las arquitecturas
desarrolladas en la cristiandad occidental durante quince siglos. Hay formas basili-
cales, románicas, góticas, renacentistas, barrocas, modernas e híbridas, además de
numerosas modalidades distintas de cada una de ellas.
Al trabajar en tan corto período de tiempo con tanta diversidad de formas,
se han producido muchos tipos diferentes de iglesias, más de los que normalmente
alcanzan a configurar cuatro generaciones de una misma ciudad.
La heterogeneidad de nuestra arquitectura religiosa nos parece significativa,
y aunque no conozcamos sus razones históricas concretas (su investigación sería
ÓBSERVANDO LA ARQUITECTURA RELIGIÓSA CHILENA 15

una contribución importante en la aclaración de los problemas de nuestra arquitec-


tura religiosa), creemos que ella habla por sí misma.
En este fenómeno se trasluce la ausencia de una base común de pensamien-
to, sentimiento y voluntad, referentes a lo arquitectónico y a lo religioso. La presencia
operante de esa base común, habría podido dar unidad y continuidad a nuestra ac-
tividad constructora de iglesias. Más bien encontramos la emergencia esporádica de
criterios particulares, ninguno de los cuales alcanza a predominar en el conjunto.
Tenemos sólo edificios religiosos aislados, sin características comunes que determi-
nen lo específico de una arquitectura religiosa chilena propiamente tal.

REMEDO

Pese a su diversidad, nuestras iglesias tienen una cosa en común, el ser pro-
dl:lto de la imitación de arquitecturas extranjeras. Esto ya en parte ha quedado di-
cho, pero además es tan notorio, que no vale la pena justificarlo. En cambio convie-
ne detenerse en el modo cómo se ha imitado.
En general se han tomado como modelo las arquitecturas del pasado europeo,
cuyo origen físico y espiritual ya no entendemos bien. Sólo se ha podido copiar sus
fonnas materiales visibles, pero despojadas del espíritu que las animó. En algunos
casos se ha procedido con prolijidad como en El Salvador, La Recoleta Domínica,
etc., pero más frecuentemente se ha copiado con descuido, amputando o mezclando
arbitrariamente las formas originales, como en la Anunciación, San Ramón, San Pa-
tricio, etc.
En la imitación de estas formas en los últimos cien años, en general no ha ha-
bido aportes de envergadura que les confieran una nueva fisonomía, como alcanzó a
ocurrir en nuestra arquitectura religiosa colonial, que sigue siendo la única cuyo as-
pecto reconocemos todavía como chileno, de lo cual San Francisco es un buen ejemplo.
Nuestras iglesias aparecen como remedos de sus modelos, por cuanto las for-
mas empleadas no han sido tomadas con su contexto original, ni tampoco han sido
verdaderamente aclimatadas. Esta característica de nuestra arquitectura religiosa es
también significativa, porque la tarea específica de la arquitectura consiste en el
esfuerzo de hacer corresponder un modo de vida real con un espacio concreto, en
la relación de habitación, haciendo habitable esa tierra para esa gente.
Así ha ocurrido con las formas arquitectónicas que hemos remedado, ellas
han sido en su origen, el resultado del trabajo de conformar lugares de Europa a
modos de vivir ya pasados. Al tomar estas formas fuera del mundo que ellas mis-
mas han generado, se han prestado para darnos la apariencia de una arquitectura,
ayudándunos a eludir nuestro propio esfuerzo arquitectónico, como si en nuestra tie-
rra y en nuestra gente no hubiera nada nuevo ni específico que requiriera de la ar-
quitectura efectiva.
El modo imitativo predominante en nuestra arquitectura religiosa de los úl-
timos cien años, muestra que en ella ha faltado lo propiamente arquitectónico, la
búsqueda de la coincidencia entre la espacialidad de nuestra tierra y el modo de
vivir imperante en ella, lo que ha sido sustituido por su mera apariencia. Resulta
paradójico que siendo el culto a Dios, lo más serio y auténtico que un pueblo cris-
tiano pueda ejecutar, los edificios en que se lo aloja, construidos expresamente para
ese fin. sean falsificaciones de arquitectura.
16 LEON RODRIGUEZ, MARTIN CORREA

ESPECIALIZACION.

A pesar de la gran diversidad de nuestras iglesias, su heterogeneidad nos que-


da habitualmente oculta, en cambio tenemos presente un cierto parecido entre ellas,
que nos permite distinguirlas con toda claridad del resto de la arquitectura de San-
tiago. Creemos que este parecido proviene, por exclusión, de la diferencia entre el
conjunto de la arquitectura religiosa y el de la arquitectura profana. Los motivos
arquitectónicos más notorios de nuestras iglesias, como son las ojivas, los arcos, la
verticalidad del espacio, el colorido oscuro, la materia pétrea, la profusión de deco-
ración, etc., son exclusividad de los edificios religiosos, y no se encuentran en el
resto de la arquitectura urbana, salvo en las tumbas del Cementerio General.
Nuestras iglesias tienen un carácter eclesiástico impuesto desde fuera como
un clisé, por el uso de formas arquitectónicas especializadas como religiosas. En cam-
bio en las arquitecturas históricas cristianas, las iglesias han empleado las mismas
formas de la arquitectura profana, desarrollándolas más plenamente. Así ha ocurri-
do en el barroco, en el renacimiento, en el gótico, etc. Incluso en nuestra arquitec-
tura popular, que continúa la colonial, suelen encontrarse en pueblos rurales iglesias
verdaderamente tales, hechas con la misma teja, con el mismo corredor, con las mis-
mas ventanas, con el mismo adobe, etc., que las casas, el retén, el correo, la escuela,
etc.; en ella se han consagrado esos medios comunes al uso sagrado. Aquí está en
juego la idea de consagración, el dedicar formas de la arquitectura profana a la cons-
trucción de un edificio con destino sagrado. En nuestro caso, teniendo nuestras igle-
sias de partida un aspecto religioso, se pierde la idea de su dedicación, pareciera
que ellas hubieran nacido ya consagradas, y algo de esto hay, porque sus formas
están históricamente consagradas y además religiosamente en su tiempo han sido
dedicadas al uso sagrado, es decir nosotros no hemos tomado parte en su consa-
gración.
La búsqueda de un aspecto típico eclesiástico para nuestras iglesias, se ha ba-
sado en la imitación de modelos que han parecido arquetípicos, es decir definitivos,
insuperables, que sólo permiten su repetición. En esta tendencia que se manifiesta
en nuestras iglesias, creemos que se puede esconder una más o menos inconsciente
concepción de las iglesias como Templos, en el sentido en que lo encontramos prác-
ticamente en todas las religiones, incluso en la Antigua Alianza, donde el Templo es
la morada de Dios, y como tal su forma precisa ha sido revelada por El mismo. Así
el tomar modelos del pasado para conferir carácter religioso a nuestras iglesias, pare-
ce envolver la idea que esos modelos tienen una cierta forma religiosa consubstancial,
como un Templo. Sin embargo, sabemos que en la Nueva Alianza ya no hay Templo
de fabricación humana, sólo hay un Templo vivo que es Cristo Resucitado, en quien
habita la plenitud de la divinidad, y todos aquéllos que le están injertados (1).
El carácter especializadamente eclesiástico de nuestra arquitectura religio-
sa, muestra cierta superficialidad en el pensamiento religioso que le ha servido de
base, que se ha preocupado más de las apariencias externas, que del espíritu cristia-
no que las debería informar internamente. Así por ejemplo, la palabra "iglesia" con
la cual designamos nuestros edificios de culto desde la época apostólica, es una típica
creación cristiana, en cuanto ella designa en primer lugar la asamblea de los fieles

(1) Cómo construir nuestras iglesias, página 3.


OBSERVANDO LA ARQUITECTURA RELIGIOSA CHILENA 17

reunidos en torno a su pastor, y si se las aplicó al edificio, fue para señalar la dife-
rencia con el Templo judío y con los templos paganos, poniendo énfasis en la nueva
realidad, en que el templo ahora es vivo y es esa comunidad en cuanto esté incor-
porada a Cristo. Ahora es la asamblea la que santifica el edificio, al reunirse para la
celebración de la Eucaristía, y no al revés corno en el judaísmo y paganismo, en que
el edificio santificaba al pueblo. En nuestras iglesias en cambio aparece más bien
el primado de la materialidad del edificio en sí mismo y no como expresión de la
comunidad que lo habita.

POSIBILIDADES DE LA ARQUITECTURA RELIGIOSA CHILENA

Resumiendo nuestras observaciones, nos encontramos con que la arquitec-


tura religiosa chilena de los últimos cien años, hace agua por varios lados: no es to-
davía chilena de una manera reconocible; su base religiosa aparece superficial, y su
naturaleza arquitectónica es, más que nada, aparente.
Podría pensarse que esta situación ha cambiado de raíz en los últimos veinti-
cinco años, en que a partir de la Catedral de ChilIán, se desarrolló la llamada arqui-
tectura moderna, como una reacción contra este estado de cosas. Es cierto que ha ha-
bido una reacción, y que ya hoy día nadie piensa en construir iglesias góticas o de
cualquier "estilo" del pasado (2). Pero en esta reacción se puede ocultar la continua-
ción de los mismos criterios analizados anteriormente, porque tampoco la arquitec-
tura moderna ha nacido entre nosotros, sino que tuvo su origen en Europa y Estados
Unidos a fines del siglo pasado. El retardo de su aparición en Chile, en nuestras igle-
sias, sólo en la década del cuarenta, está mostrando en su etapa inicial la presencia
de la tendencia imitativa. También en la arquitectura moderna es posible la copia
servil y la degradadora, que eluden lo arquitectónico, y también es posible la estili-
zación de un clisé eclesiástico que mantenga la superficialidad religiosa de nuestras
iglesias. Estando nosotros mismos metidos dentro de la gestación de esta arquitec-
tura, no tenemos la claridad para ver estos problemas en ella, y por lo mismo se
nos pueden pasar ihadvertidos.
Por estos motivos creemos que nuestras observaciones mantienen su vigencia,
y que la posibilidad de un afianzamiento arquitectónico, religioso y chileno de nues-
tras iglesias futuras, no provendrá de un mero cambio del repertorio formal importa-
do, sino que de nuestro propio esfuerzo por crear o recrear las formas arquitectóni-
cas que correspondan a nuestra vida religiosa y a nuestra realidad chilena.
Este esfuerzo tiene que alimentarse en tres fuentes principales: la naturaleza
propia de la arquitectura, nuestra realidad chilena y el culto cristiano. Como de la
primera hemos tratado en lo anterior, terminaremos haciendo una breve referencia
a la segunda y una más larga a la tercera de estas fuentes.

(2) Ya terminado este artículo, en la edición del ~o de enero de El Diario Ilustrado, he-
mos visto una fotografía de la maquetta de la futura Catedral de Osorno, del arqui-
tecto, profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Chile, Sr. León
Prieto. En ella en pleno 1965, se continúa usando la forma externa del gótico, "moder-
nizada".
OBSERVANDOLA ARQUITECTURA RELIGIOSA CHILENA 17

reunidos en torno a su pastor, y si se las aplicó al edificio, fue para señalar la dife-
rencia con el Templo judío y con los templos paganos, poniendo énfasis en la nueva
realidad, en que el templo ahora es vivo y es esa comunidad en cuanto esté incor-
porada a Cristo. Ahora es la asamblea la que santifica el edificio, al reunirse para la
celebración de la Eucaristía, y no al revés como en el judaísmo y paganismo, en que
el edificio santificaba al pueblo. En nuestras iglesias en cambio aparece más bien
el primado de la materialidad del edificio en sí mismo y no como expresión de la
comunidad que lo habita.

POSIBILIDADES DE LA ARQUITECTURA RELIGIOSA CHILENA

Resumiendo nuestras observaciones, nos encontramos con que la arquitec-


tura religiosa chilena de los últimos cien años, hace agua por varios lados: no es to-
davía chilena de una manera reconocible; su base religiosa aparece superficial, y su
naturaleza arquitectónica es, más que nada, aparente.
Podría pensarse que esta situación ha cambiado de raíz en los últimos veinti-
cinco años, en que a partir de la Catedral de Chillán, se desarrolló la llamada arqui-
tectura moderna, como una reacción contra este estado de cosas. Es cierto que ha ha-
bido una reacción, y que ya hoy día nadie piensa en construir iglesias góticas o de
cualquier "estilo" del pasado (2). Pero en esta reacción se puede ocultar la continua-
ción de los mismos criterios analizados anteriormente, porque tampoco la arquitec-
tura moderna ha nacido entre nosotros, sino que tuvo su origen en Europa y Estados
Unidos a fines del siglo pasado. El retardo de su aparición en Chile, en nuestras igle-
sias, sólo en la década del cuarenta, está mostrando en su etapa inicial la presencia
de la tendencia imitativa. También en la arquitectura moderna es posible la copia
servil y la degradadora, que eluden lo arquitectónico, y también es posible la estili-
zación de un clisé eclesiástico que mantenga la superficialidad religiosa de nuestras
iglesias. Estando nosotros mismos metidos dentro de la gestación de esta arquitec-
tura, no tenemos la claridad para ver estos problemas en ella, y por lo mismo se
nos pueden pasar Inadvertidos.
Por estos motivos creemos que nuestras observaciones mantienen su vigencia,
y que la posibilidad de un afianzamiento arquitectónico, religioso y chileno de nues-
tras iglesias futuras, no provendrá de un mero cambio del repertorio formal importa-
do, sino que de nuestro propio esfuerzo por crear o recrear las formas arquitectóni-
cas que correspondan a nuestra vida religiosa y a nuestra realidad chilena.
Este esfuerzo tiene que alimentarse en tres fuentes principales: la naturaleza
propia de la arquitectura, nuestra realidad chilena y el culto cristiano. Como de la
primera hemos tratado en lo anterior, terminaremos haciendo una breve referencia
a la segunda y una más larga a la tercera de estas fuentes.

(2 ) Ya terminado este artículo, en la edición del 20 de enero de El Diario Ilustrado, he-


mos visto una fotografía de la maquetta de la futura Catedral de Osamo, del arqui-
tecto, profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Chile, Sr. León
Prieto. En ella en pleno 1965, se continúa usando la forma externa del gótico, "moder-
nizada".
18 LEON RODR1GUEZ, MARTlN CORREA

NUESTRA REALIDAD CHILENA Y LA ARQUITECTURA RELIGIOSA

En nuestra tierra, a lo largo del tiempo, se han ido desarrollando: ciertas for-
mas del paisaje rural y urbano; una historia, cuyo recuerdo vive en el presente; mo-
dos de vivir, pensar y sentir; en todo lo cual germina un futuro que nos es propio.
Toda esta compleja realidad nuestra tiene que ser incorporada de alguna manera por
nuestra arquitectura religiosa, si queremos albergar con ella un culto que verdade-
ramente surja de nuestras entrañas y no sea sólo un remedo superficial. En última
instancia, los mismos edificios destinados al culto, vienen a ser parte de la alabanza
al Padre, integrando a ella toda la realidad de nuestra tierra. Esto siempre ha sido
reconocido y promovido por la Iglesia, como por ejemplo en la Constitución sobre
Liturgia del Concilio Vaticano n, que dice: "La Iglesia no pretende imponer una
rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad,
ni siquiera en la liturgia; por el contrario, respeta y promueve el genio y cualidades
peculiares de las distintas razas y pueblos" (3), y en otra parte: "La Iglesia nunca
consideró como propio ningún estilo artístico, sino que, acomodándose al carácter
y condiciones de los pueblos y a las necesidades de los diversos ritos, aceptó las
formas de cada tiempo, creando en el curso de los siglos un tesoro artístico digno
de ser conservado cuidadosamente. También el arte de nuestro tiempo, y el de to-
dos los pueblos y regiones, ha de ejercerse libremente en la Iglesia, con tal que sirva
a los edificios y ritos sagrados con el debido honor y reverencia; para que pueda
juntar su voz a aquel admirable concierto que los grandes hombres entonaron a la
fe católica en los siglos pasados" (4).
La tarea de incorporar nuestra realidad chilena a la arquitectura religiosa,
no consiste en la simple añadidura de elementos folklóricos criollistas, sino que en
un trabajo que cale hondo en lo nuestro, como lo ha expresado el R. P. Couturier
O. P.: "las cristiandades realmente vivas se inventan continuamente formas vivien-
tes para expresarse. Estas formas son totalmente imprevisibles. Ligar su aparición a
un folklore artificialmente conservado es una tarea vana y peligrosa. Es necesario
salvar del pasado de los pueblos todo aquello que puede ser salvado, favorecer todo
aquello que está todavía vivo. Lealmente, fraternalmente. Pero para el futuro lo
que es necesario salvar son las posibilidades de una libertad sin límites" (5).

LA IGLESIA, LUGAR DEL CULTO CRISTIANO

En estos últimos decenios, el progreso de los factores que intervienen en la


arquitectura religiosa, ha sido grande. Tanto la pastoral como la liturgia han alcan-
zado cierta madurez. Numerosas declaraciones del magisterio, congresos especiali-
zados, libros, revistas, etc., hasta culminar con el Concilio Vaticano n, han enrique-
cido y precisado la teoría y la práctica del culto y por lo tanto proporcionado al ar-

(3) Primeros Decretos Conciliares, NO 37, página 27, ediciones paulinas.


( 4) Primeros Decretos.Conciliares, NO 123, página 67 y 68, ediciones paulinas.
(5) L'Art Sacré NO 7-8, marzo abril de 1961, página 2.
OBSERVANDO LA ARQUITECTU_RA RELIGIOSA CHILENA 19

quitecto y demás que con él colaboran (sacerdotes, fieles) un cúmulo de principios


y normas muy útiles para la construcción de iglesias (6).
Junto a esto, en el plano de la vida, cunde el deseo de dar al culto toda su
dignidad y verdad, expresándose esto fundamentalmente en una revalorización del
altar y del lugar de los fieles junto a él.
En el aspecto propiamente arquitectónico, también ha habido un progreso
notable al liberarse de un estilo estereotipado, para incorporar a las iglesias todo el
avance técnico y plástico contemporáneos.
Todo esto es muy positivo, pero hay que decirlo francamente, no basta.
No basta informarse como a partir de un manual, sobre lo que es una iglesia,
cuáles son sus estructuras, sus normas rituales, su funcionamiento, para que crista-
lizadas en formas actuales, se tenga una iglesia para los hombres de hoy.
Al seguir algunas recetas se habría sólo cambiado el neogótico por el mo-
derno, el hieratismo por un funcionalismo intrascendente, el estilo estereotipado por
una proliferación de formas coquetas, todo lo cual fuera de parecerse mucho a lo
que está sucediendo en la mayor parte del mundo, no significa ningún progreso. Al
parecer, mientras no se capte y exprese la verdadera dimensión de lo que sucede
en la iglesia, todo lo demás será muy secundario.
Tratando de aportar algo en este sentido, nos aventuramos a exponer las si-
guientes ideas.

ALGO DE LO QUE SUCEDE EN EL CULTO (7).

En la Ultima Cena, en el momento que el Señor daba a sus discípulos su


Cuerpo en el pan y su Sangre en el vinQ, les dijo: "Haced esto en memoria mía",
"pues cuántas veces comáis este pan y bebáis este cáliz anunciáis la muerte del
Señor hasta que venga", agrega San Pablo (1 Cor. 11, 25).
En la Cena como en los demás sacramentos nos encontramos ante realidades
históricas que re-presentadas en el tiempo, comunican a los hombres de este instante
toda la realidad de su contenido. Con razón decimos que el sacrificio eucarístico es
la re-presentación de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.
Para que suceda este hecho extraordinario, de que lo pasado sea presente
con toda su virtualidad intrínseca, se requiere un signo y además instituido por Dios.
El signo es ese puente, ese medio sensible a través del cual alcanzamos lo
invisible. En la liturgia todo se hace bajo el velo del signo, siempre en ella "una cosa
se ve y otra se entiende" (S. Agustín, sermón 272). La sola presencia de la comu-
nidad de los fieles tiene valor de signo, pues para quien sabe ver a través de él,
es la Ecclesia, la convocación hecha por Dios en el nombre de Cristo.
El signo sagrado presenta, así, una diferencia esencial con nuestros signos
simplemente humanos. Mientras estos evocan, aquéllos realizan, producen lo que
significan, es decir, son eficaces. El pan y el vino con las palabras del Señor dichas

(6) Recomendamos en este sentido el folleto Cómo construir iglesias en el que se comple-
mentan las conclusiones del Congreso de Versalles, 1960, con notas extractadas de
las principales obras sobre el tema. Publicación hecha por Pastoral Popular, marzo-abril
1963, a cargo del Pbro. Alberto Jara.
(7) Las líneas que siguen están en parte inspiradas en la obra del R. P. Cipriano Vagaggini,
O.S.B., El Sentido teológico de la Liturgia, B.A.C., Madrid, 1959.
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por un ministro suyo con su misma intención, se convierten en el Cuerpo y la San-


gre de Cristo y los cristianos que lo reciben, reciben a Dios. Toda esta realidad mis-
teriosa es muy dura para las mentes modernas, no ya por las razones que fueron
escándalo para sus discípulos, sino por la tendencia nuestra de ver en el signo más
lo que le diferencia de la cosa significada, que lo que con ella tiene en común. No
es raro entonces que para esta disposición de ánimo, el signo quede despojado de
toda virtud y contenido real, pasando a ser con esto la liturgia un juego de signos
vacíos. Es preciso que la fe unida a un sano pensar vuelvan las cosas a su verdad.
Pero hay más: Junto a esta eficacia del signo sagrado propia de la liturgia,
gracias a la cual el hombre puede rendir a Dios el culto máximo y recibir de él la
santificación, existe en este signo otra dimensión que lo hace no un hecho aislado
en el tiempo, sino vinculado estrechamente al pasado y al porvenir, es decir, situado
en medio de una historia, la historia de la salvación.
La revelación cristiana, especialmente en las Escrituras, se presenta como una
historia, la historia de las intervenciones de Dios en el mundo que busca levantar
al hombre hasta su vida divina y la historia de la respuesta humana a este convite.
La Encarnación del Verbo marcó en esta historia el centro hacia el cual todo
se orienta y desde el cual todo recibe su sentido, a tal punto, que para S. Pablo decir
historia es decir misterio de Cristo.
A partir de este acontecimiento la historia ha entrado en su fase definitiva,
estamos en los últimos tiempos. Ahora, hallándose todo sustancialmente realizado
s610se espera el cumplimiento del número de hermanos que ha de recibir la realidad
divina, para que el Señor vuelva gloriosamente.
Este es el tiempo de la Iglesia, el período en que Cristo bajo el signo, rea-
liza en su Iglesia la historia sagrada, porque en la liturgia todas las realidades pasa-
das, presentes y futuras se encuentran significadas como presentes aquí y ahora en
esta historia en acto.
"Esta es la noche en que sacaste de Egipto a los hijos de Israel, nuestros
padres, y los hiciste pasar el Mar Rojo a pie enjuto... Esta es la noche que hoy a
los que por toda la tierra creen en Cristo, los limpia de los vicios del mundo y los
aparta de la oscuridad de los pecados y los vuelve a la gracia y los asocia a la co-
munidad de los santos. Esta es la noche que destruidas las cadenas de la muerte
Cristo asciende victorioso del sepulcro" (Pregón Pascual). Pascua judía, Pascua del
Señor, Pascua de los cristianos, un s610 misterio desplegado en el tiempo, orientado
hacia la eternidad y presentado en la liturgia.

LA TAREA DEL ARQUITECTO

Creemos que esta breve y parcial visión de lo que sucede en el culto cris-
tiano puede ayudar a conocer la magnitud de la tarea del artista en general y del
arquitecto en particular, cuando debe intervenir en la concepción de una iglesia.
En efecto, pareciera que el único modo de sobrepasar una arquitectura reli-
giosa superficial, consistiría en penetrarse vitalmente de las realidades misteriosas
que suceden en el culto. Incorporarse en esa corriente de hechos, personas, signos,
tensiones pasadas, presentes, y futuras que constituyen la historia de la salvación
y que está toda comprendida en Cristo, el alfa y el omega, principio y fin.
OBSERVANDO LA ARQUITECTURA RELIGIOSA CHILENA 21

Penetrarse e incorporarse: porque para que estas realidades lleguen a infor-


mar la actividad de un hombre, como es la arquitectura, deberán constituir no sólo
conocimientos, sino elementos de su mismo ser. El cristianismo, sólo como una se-
gunda naturaleza, es operante.
Penetrarse también, porque no se trata de aprender a hacer iglesias de otra
manera, sino a ver de otra manera lo que hay que hacer.
Ahora bien, si todo este penetrarse e incorporarse, le sucede a un verdadero
arquitecto, (puesto que normalmente tampoco Dios presta lo que la naturaleza no
ha dado), su obra, su iglesia, será exactamente, lo que Dios quiere r¡ue ella sca para
esa comunidad en concreto: el lugar consagrado al encuentro entre El y su pueblo, el
lugar donde le gusta ser invocado y responder; expresión material de esos templos
vivos que son sus hijos en los cuales habita, a la vez que modeladora de ese mismo
pueblo al que comunica su personalidad hecha de silencio y alegría, de paz y dina-
mismo, de trascendencia y encarnación, en síntesis, signo del único templo del Dios
vivo que es el cuerpo de Cristo Resucitado.
Toda esta obra profundamente cristiana, no se logrará por una decoración,
por una profusión de símbolos litúrgicos, aunque se trate de un muro tapizado de
crucecitas o de un crucifijo descomunal, sino por toda una concepción del espacio
verdaderamente meditada y temida porque: "Terrible es este lugar; es ciertamente
la casa de Dios y puerta del cielo; su nombre es: morada de Dios" (Introito de la
misa de la Consagración de una Iglesia - Gen. 28, 17). Sólo una actitud hecha de
amor y temblor, nos aproximará al misterio.

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