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La misión urbana como escuela

En las ciudades grandes hay ciertas clases que no pueden ser alcanzadas por las reuniones
públicas. Hay que buscarlas como el pastor busca a su oveja perdida. Deben hacerse diligentes
esfuerzos personales en favor de ellas, entonces la obra crecerá.

Luego de presentar la verdad en grandes congregaciones, se despierta un espíritu de


indagación, y es especialmente importante que este interés vaya seguido por la labor personal.
¡cuán importante es que acudan en su auxilio obreros bíblicos sabiamente dirigidos, para abrir
a su entendimiento el alfolí de la Palabra de Dios!.

Es más fácil llevar a cabo una obra bien equilibrada en las ciudades cuando se da un curso
bíblico para preparar obreros mientras se celebran reuniones públicas. Relacionados con este
curso, escuela o misión urbana, debe haber obreros de experiencia, de profunda comprensión
espiritual, que puedan dar a los obreros bíblicos instrucción diaria.

Sin un alto sentimiento del decoro, de la seriedad, del carácter sagrado de la verdad y de lo
exaltado de la obra, no pueden tener éxito. Lo mismo puede decirse acerca de los obreros
mayores. A menos que estén santificados por la verdad, no pueden dar a los que han sido
confiados a su cuidado una educación que los eleve, ennoblezca y refine. Es necesario dedicar
muchos momentos a la oración secreta, en íntima comunión con Dios. Como Dios es puro en
su esfera, el hombre ha de serlo en la suya. Y lo será si Cristo es formado dentro de él, la
esperanza de gloria; porque imitará la vida de Cristo y reflejará su carácter.

EL ESMERO

Los ministros tienen la responsabilidad de hacer su obra con esmero. Deben dirigir a los
jóvenes discípulos sabia y juiciosamente, paso a paso, hasta que les haya sido presentado todo
punto esencial. No se les ha de privar de ninguno. Pero no todos los puntos de la verdad deben
ser dados en las primeras reuniones. Gradual y prudentemente, con el corazón lleno del
Espíritu de Dios, el maestro debe dar a sus oyentes alimento a su tiempo.

Cuando la Palabra de Dios, como aguda espada de dos filos, penetra hasta el corazón y
despierta la conciencia, muchos suponen que es suficiente; pero la obra está entonces apenas
principiada. Se han hecho buenas impresiones, pero a menos que estas impresiones sean
profundizadas por un esfuerzo cuidadoso, hecho con oración, Satanás las contrarrestará.
Háganse esfuerzos cabales para dirigir los pensamientos y confirmar las convicciones de los
que estudian la verdad.

El predicador debiera terminar la obra empezada; porque al dejarla incompleta, resulta más
daño que bien, muchas almas han sido abandonadas al zarandeo de Satanás y a la oposición
de miembros de otras iglesias que rechazaron la verdad; y muchos han sido arreados donde
nunca se los podrá ya alcanzar. Sería mejor que un predicador no se dedicase a la obra si no
puede hacerlo cabalmente.

Debe grabarse en la mente de todos los nuevos conversos la verdad de que el conocimiento
permanente puede adquirirse únicamente por labor ferviente y estudio perseverante.

El predicador no debe contentarse con su éxito hasta poder, por labor ferviente y la bendición
del Cielo, presentar al Señor conversos que tengan un verdadero sentimiento de su
responsabilidad, y que harán la obra que les sea señalada.
El predicador debe hablar y orar con aquellos que están interesados. La gente sabe tan poco
de la Biblia que hay que darle lecciones prácticas y definidas acerca de la naturaleza del pecado
y su remedio.

Los ministros deben también hacer sentir a la gente la importancia de llevar otras cargas en
relación con la obra de Dios, no sólo han de dar de su sustancia para el progreso de la verdad,
sino que han de darse a sí mismos a Dios sin reserva. Debe enseñarse a la gente que cada
departamento de la causa de Dios debe recibir su apoyo y atraer su interés. El gran campo
misionero está abierto delante de nosotros, y este tema debe ser agitado y agitado, vez tras
vez.

Algunos predicadores se desvían fácilmente de su obra. Se desaniman, o son apartados por los
vínculos familiares, y dejan morir por falta de atención un interés naciente. La pérdida que
sufre la causa de esta manera, difícilmente puede estimarse. Cuando se hace un esfuerzo para
proclamar la verdad, el predicador encargado de él debe sentir la responsabilidad de
desempeñar su parte para llevarla fielmente a cabo. Si sus labores parecen infructuosas, por
ferviente oración debe tratar de descubrir si son lo que debieran ser. Debe humillar su alma
delante de Dios en un examen propio, y por la fe aferrarse a las promesas divinas,
prosiguiendo humildemente sus esfuerzos hasta estar convencido de que cumplió fielmente su
deber e hizo cuanto podía para obtener el resultado deseado. { OE 384.1; GW.371.1 }

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