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EPISODIOS DE LAGUERRA CIVIL

LUIS MONTAN

TORTURA Y

Malaga
SALVACION DE

LIBRERIA SANTAREN - VALLADOLID


ACABAN DE P O N E R S E A LA VENTA

Cartas a un escéptico en ma-


teria de formas de gobierno
De JOSÉ MARÍA PEMAN
3 PESETAS

Estampas trágicas de Madrid


(Segunda edición, muy aumentada)

De JUAN GÓMEZ MALAGA


5 PESETAS

ACCIÓN ESPAÑOLA
(ANTOLOGÍA)
89

CON TRABAJOS DF V
f Ramiro de Maeztü, f; Víctor Pradera, t Calvo Soteío, José
A. Primo de Rivera, Joáé M.a Pemán, Eugenio Montes, Jorge
Vigón, Sánchez Mazásl Vegas Latapie, Giménez Caballero,
Sainz Rodríguez, Orazio Pedrazzi, Piérre Gaxotte, f General
García de la Berrán, f Carlos Miralles, Carió Costamagna
y Marcial Solana.
5 PESETA.S

LIBRERIA SANTARÉN - VALLADOLID


EPISODIOS DE LA GUERRA CIVIL
POR

LUIS MONTAN

I L U S T R A C I O N E S DE S. F.

TORTURA Y SALVACIÓN
DE MÁLAGA

EPISODIO NÚMERO 6

LIBRERÍA SANTARÉN - VALLADOLID


EPISODIOS PUBLICADOS:

Núm. 1.—Cómo fué tomado el Alto del León.


> 2,—Los centauros de España en el Puerto del Pico.
> 3.—La conquista de Retamares por la columna de Castejón.
» 4 - Asalto y defensa heroica del Cuartel de la Montaña.
» 5. Cómo conquistó Sevilla el General Queipo de Llano.

(í-cém
Episodios de la guerra civil, por Luis Montán
I | Ilustraciones de S. F. | ""j

TORTURA Y SALVACIÓN DE MÁLAGA

AMBIENTE, EXPECTACIÓN
E INTRANQUILIDAD
Posiblemente fué lia 'bella ciudad dte Málaga tuna dte lias capitales
españolas, en Ja que los Gobiernos cM Frente Popular más celosamente
habían cuidado de la propagación del marxismo sin alcanzar el éxito
apetecido. Sin embargo, era Málaga la ciudad más (roja díe Andalucía.
Esto que parece un .contrasentido, tiene unía explicación, «lógica y po-
lítica,
Málaga lera, sin hipérbole de n i n g ú n género, Illa raíz de!l comunismo
español. El republicanismo dle color dle rasa dte- Gómez Cbaáx, no bas-
taba a satisfacer Jas aspiraciones sociales dle los extremistas, y animados
éstos en su impunidad ¡por cuantas autoridlades pasaron, poir su Gobier-
no civiíl, fueron a (recogerse eti la bandería comunista capitaneada por
el doctor Bolívar, que a ciencia y paciencia de los gobernantes venía
conviertiendo su ejercicio dle la Medicina entre illas gentes modestas,
am ama verdadera -captación para «í comunismo.
—Este «dotar» «ez» (un «zanto»—se oía decir con, frecuencia a las
gentes populares de da Trinidad y los Percheles.
Y el doctor Bolívar era un «zanto» porque no cobraba. las visitas
a las gentes modestas. No las cobraba y además ponía medicinas gra-
tis y dlejaba un, pac de duros encima de tía mesilta dle (noche. Pero a
cambio dte esta «santidad» el dlootor Bolívar se llevaba consigo, des-
pués d!e cada, visita, lia papeilleta dle áinacsripdón ya suscrita pacía el
ingreso dle un millitantie en el partido comunista. Eran (tiempos dlitfícües,
lia fama dte generosidad! y sabiduría de Bolívar, bien («trabajadla)) por
líos enillaces, se extendía poir líos barrios populares dte .Málaga, y el^ ya
famoso doctor no tenía minuto (libre ni de día ná de noohe; Hacía, cien-
tos de visitas ddiarias. No cobraba, (regalaba, medicinas y dinero, y tam-
bién diariamente lias captaciones se cantaban por cientos. El comunis-
—4—
¡mo avanzaba a pasos agigantadlos en Málaga. De su organización polí-
tica se cuidaba especialmente Enrique Belgrado, hombre mo tan zafio
como Bolívar en su trato y die uin dinamismo tan extraordinario, que a
su ¿labor incesante se debía que Üa ordenación die las juventudes comu-
nistas malagueñas fuera como organización una cosa tan perfecta y
de tal fuerza política, que empezaron, a despertar los calos del socia-
lismo madrileño, empeñado inútilmente en introducir en Málaga Ja
influencia de una Casa del Pueblo, que en cuanto a eficacia no llegó
a seir nunca una verdadera ¡realidad.
En urna visita que Largo Caballero ¡realizó a Máiaga, ya se dkó per
fecita cuenta die que el socialismo había llegado tarde a 3a hermosa
ciudad mediterránea. El comunismo y lia C: N. T. acaparaban por
oomplleto todla la extrema izquierda, Y die ahí los esfuerzos realizados
(tarante oí primer bienio die lia República por Largo Caballero, desde
ed Ministerio del Trabajo, para sumar a/1 marxismo español el nombre
die Málaga y las ayudas prestadlas con el mismo fin por todos los Gober -
nadores civiÍJes. En Málaga, el Frente Popular gozaba de mimos y
preferencias desconocidos en otras ciudades. Todos ellos estaban sagaz-
mente orientados pama orear un socialismo; pero ail abrir la mano
los Gobiernos en busca die tal creación, con una ayuda sin condiciones
a Ja extrema izquierda, lo único que positivamente se conseguía, era
que las organizaciones comunistas y die ua C. N. T. fuieran extendién-
dose de tal modo, que puede decirse, especialmente de la comunista,
que ecia Ja única de un poder insospechado y cierto de todo el país.
De ahí que el! calificativo de la «Málaga roja» respondiera desgracia-
damente ya a urna inevitable realidad. Málaga no gozaba en política
de términos medios y se movía tan sólo entre dos grandes fuerzas sepa-
nadas por un abismo ideológico, en al que tomaban asiento unos cuan-
tos ¡republicanos acomodaticios. De un liado, las clases conservadoras
o die derechas. Del otro, la oleada (revolucionaria encauzada en el comu-
nismo. y en lía C. N. T. Los Poderes Públicos, en constante colabora-
ción con di extremismo de izquierda, convirtieron a la Málaga de los
últimos años ien una ciudad vejadla y escarnecida por los horrores de
mil crímenes siempre impunes.
Especialmente desde las elecciones de Febrero, la situación en )a
ciudad se había hecho imposible ¡para las personas de orden. En
Málaga no mandaba nadie más que Bolívar y Belgrano. Pasaban los
días con provocaciones constantes, mítines tumultuarios y agresiones
sin sanción. El ambiente de zozobra e intranquilidad era cada vez
más denso. Cada semana una huelga y una nueva imposición por
parte de las clases trabajadoras. Muchos patronos, amenazados, aban
donaban sus negocios y huían de la ciudad. Se entró en el mes dt
5
Julio ya en una situación caótica imposible de atajar. Imperaba el
régimen de terror imás desenfrenado. Las huelgas de dependientes de
comercio, de la Fábrica de cementos y de los empleados de oficinas
habían dejado un, sedimento resuelto siempre en un nuevo crimen o
una última amenaza. El alevoso asesinato de don José Calvo Sotelo
fué como un presagio de próximos y sangrientos acontecimientos. Co-
munistas y Genetistas convertidos ya en verdaderas milicias, velaban
arma al brazo dispuestos a abrir la nueva era homicida inás crueü y
horrorosa de cuantas había conocido la Historia.

LA LEY MARCIAL
Amaneció el día 18 de Julio con gran inquietud en 'la ciudad. Sobre
ésta parecía flotar como un fatal augurio, confirmado horas más
tarde por la realidad.
A las diez de la mañana comenzó a circular por la población un
rumor die veirdladeira gravedlad, que se esparció por Centros oficiales,
Comercios y hasta por los Mercados. Se decía que las fuerzas de
Marruecos se habían sublevado, y que a mediodía preparaban un gran
desembarco en Málaga. Parece ser que en el primer sitio que se co-
noció la noticia fué en da Comandancia Militar, comunicada desde
Sevilla. El general Patxot, jefe de la plaza, estaba comprometido en
el movimiento, secundado por los restantes jefes y oficiales de la pe-
queña guarnición con que en aquel entonces contaba Málaga.
Recibidla la comunicación, ed general Patxot reunió a los jefes y
oficiales a los que di ó cuenta del suceso, y dijo:
El Ejército de Marruecos se ha levantado en armas contra e*
Gobierno de Madrid, y espero de todos, como militares y caballeros,
que habrán de secundarme en la medida que voy a tomar: Debemos
estar al lado del Ejército, y hay que declarar el Estado de Guerra.
Él capitán Huelín, que se encontraba entre los urgentemente ci-
tados, respondió:
—Debemos únannos pama salvar a España. Y si hay algún disi-
dente entre nosotros, que tenga el valor de declararlo. Puede marchar-
se a su casa, dando su palabra de honor de qiie no ha de hacer armas
contra el Ejército.
El teniente coronel de las Heras insinuó:
—Yo soy de la opinión de que no debemos proceder con precipita
ciones. No basta qne el Ejército de Marruecos se haya sublevado.
Es necesario conocer la actitud de las restantes guarniciones de la
Península.
El comandante de Estado Mayor Delgado Jiménez, le respondió:
Todos los jefes y oficiales de España habrán sabido cumplir con
lia palabra dada. Sevilla ya se ha unido al movimiento. Y alguien
debe ser el primero.
El teniente Coronel dé las Heras insistió:
¿Y Madrid? ¿Qué va a hacer Madrid? Madrid es la llave de
todo.
El capitán Hueiín sacó su pistola, y dirigiéndose a las Heras •>
replicó con energía:
Mi' teniente coronel: dudar del honor de Sos compañeros es ya
un insulto y una cobardía. Y aquí no queremos cobardes. Usted ¿está )
o no está con nosotros?
¿Yo?... Yo estoy con todo el Ejército. Pero para una inten-
tona sin resultados no cuenten ustedes conmigo. Ustedes me avisan
lo que haya. En mi caisa estoy.
Y dando media vuelta abandonó a los reunidos. EI3I capitán- Budín
montó su pistola para disparante; pero le detuvo eü brazo el capitán
Pedro sa, diciéndole:
— ¡No! Si quieres matarle debes dispararle de frente.
El generail Patxot, nervioso y algo violento por ©1 incidente tan
inesperadamente desarrollado, exclamó:
Es necesario que vayamos unidos. Ha sido una 'escena deplo-
rable que no apruebo. Si empezamos ya así, estamos perdidos.
Los reunidos siguieron su cambio de impresiones para estudiar aque-
llas medidas urgentes que convenía adoptar. Y el generail Patxot en-
cargó al comandante Delgado que se entrevistara con el coronel de
la Guardia civil Gómez Carrión, y el teniente coronel de Carabineros
Plorán, para conocer la actitud de ambos, que había de ser la de
las fuerzas respectivas que mandaban. El comandante Delgado, con las
instrucciones recibidas, saJlió en automóvil a cumplir su cometido,
mientras el' capitán Bedrosa redactaba el Bando que había dte pro-
clamar el Esttadb de Guerra, y aprobado, salía para encargar sai im-
presión a una imprenta de toda confianza, cuyo propietario pertene
cía a la Falange malagueña.
El teniente coronel Bello recibía también la orden de preparar las
fuianzas dle Infantería del Regimiento dle Victoria, númeino 8, dte guar-
nición en el Cuartel de Capuchinos, con objeto de tenerlas dispuestas
para que salieran a proclamar la Ley marcial; y ya debidamente ar-
madas y amunicionadas, quedaron a punto para el cumplimiento de
— / —

oíros comedidos, de Jos que sería, portador él capitán Huelín, que que-
daba con Patxot.
El comandante Delgado se entrevistó con el coronel dle la Bene
mérita Gómez Cardón, al que encontró en su casa. La entrevista entre
ambos se desarrolló de la siguiente manera:
—Mi coronel: vengo a vede cumpliendo órdenes del general Patxoi,
para comunicarle que todo el Ejército de Marruecos, al mando del
general Franco, se ha levantado en aranas contra el' Gobierno de Ma-
drid, y todas las guarniciones de la Península hemos hecho causa
común con nuestros compañeros de Africa. Sevilla ya se ha subleva-
do, y Queipo de Llano, que se encuentra allí, va a declarar el Es-
tado de Guerra. Nosotros vamos a hacer lo mismo en Málaga, y con-
fiamos en que la Guardia civil estará a nuestro lado.
—La Guardia civil ino se ha comprometido con nadie.
—Pero, dleibe estar al- ladb dfell. Ejército:. Este es un movimiento
nacional!.
—Si es uní movimiento nacional!, lia Guardia civil estará donde esté
ia mayoría dlel país. Ya sabe usted1 que 110 soy ¡sospechoso. Soy un
hombre de Oiidlen y dte dfereehas. Pero Ha Beneménita no dfebe meterse
en ninguna aventara hacáeodlo oostadlo a un girupo de oficiales que
serían aplastados si no tenían asistencias generales.
—Se trata de la oficialidad. dle todla España.
—Desearía que así fuese. Pero antes necesito comprobarlo.
—Es que ¡la cosa es urgente. Cualquier tiempo que se pierdla puede
seamos funesto.
—Pues mine usted'. Esto oo es dfecir que yo esité contra el movimien-
to. Pero necesito tener mis seguridades y no quiiero precipitarme.
El comandiante Delgadb replicó ya inquieto:
—Entonces ¿qué va a hacer la Guardia civil ?
—•Usbedles no desconfíen de la Guardia civil. Eslba cumplirá como
dtefbe. Ustedes sacain las fuerzas a la calle, que yo me encargo dle que
üa Guardlia. civil esté acuarteladla, y dispuesta para el primer aviso.
Desde lluego* no ha dle hacerse armas contra ustedes. Mientras yo estudio
la situación., lia Benemérita quedará a lia expectativa. Luego... mi mejor
deseo es que podíamos ir todos juntos.
— Y lo que usted dfecida...
—Iré personalmente a comunicárselo aíl ¡general PaJtxot. Y márchese
tranquilo respecto a mi actitud. Pase lio que pase, cuando menos no
seré un eniemíiigo die ustedes.
Eli comandante Delgado marchó dlesdle aquí a la Comandancia de
Gairiaibinero® a entrevistarse con iel teniente coronel] dle este Cuerpo, se-
ñor Florán, persona de significación derechista.
—8 —

El teniente coronel Florán le manifestó que salía inmediatamente


hacia etl Cuartel <íon objeto de concentrar en él todlas las fuerzas volantes
de los puestos y quedar a la expectativa para secundar el movimiento
tan pronto como la presencia, de los carabineros hiciera falta en las
calles.
Por su cuenta d comandante Delgado aún hizo una nueva visita.
Marchó al domicilio de Falange con objeto de entrevistarse con los
jefes para comunicarles la gravedad del momento. Pero ni en Falange
ni en los domicilios de los jefes encontró a nadie. La mayoría de los
falangistas más destacados estaban presos. Recorrió media Málaga in-
útilmente, y al llegar al domicilio del jefe de las milicias malagueñas,
Carlos Assiego, se enteró de que éste había marchado la noche an
terior a Antequera.
Al pasar, ya rayando las doce, por un bar de la calle de Granada,
vió un grupo de gente reunido a la puerta escuchando la Radio. Esta
estaba dando cuenta de la sublevación del Ejército de Africa y lan-
zando una vibrante arenga a las clases obreras de Málaga para que
estuvieran, dispuestas a cualquier asalto del Poder por parte del Ejér-
cito y fascistas, y aconsejándoles que, caso de declararse el- Estado
de Guerra, fueran a la huelga general revolucionaria.
La noticia del alzamiento de las tropas de Africa, divulgado por
la Radio, causó gran sensación en Málaga. En las aceras de Larios,
Constitución y Riego, la gente del pueblo comentaba apasionadamente,
formando corrillos, él suceso, haciendo toda clase de vaticinios. Ai
domicilio de Acción Popular comenzaron a acudir numerosas per-
sonas para conocer detalles de la sublevación. Los teléfonos de los
periódicos funcionaban incesantemente respondiendo a 1 amad as con
las que los malagueños pretendían calmar su inquietud y su curiosidad.
A mediodía, coincidienldb con esta nerviosidad que ya era tónica
unánime en toda la ciudad, él general Patxot fué llamado por telé-
fono desde el Ministerio de la Guerra de Madrid. Casares Quiroga
buscaba la coartada para evitar la adhesión de los militares malague-
ños al alzamiento.
—Es necesario que acuartele usted todas las fuerzas y espere.
—¿A qué es lo que tengo que espenar?
—A que le lleguen a i usted refuerzos dle Granada, qu)e ya han salido
oowi dirección a Málaga, con objeto de que no se perturbe lo más míni-
mo el ordien. La noticia de la sublevación dle Marruecos ha levantado
la. protesta de todo el país, y los comunistas pueden echarse a la calle.
—Es que mis noticias son dle que se han sublevado todlas las guar-
niciones contra el Gobierno.
—Eso es faliso. En Marruecos se ha dtomimadio a los ¡rebeldes y está
detenido el general Franco. Sólo está sublevada en parte la guarnición
de Valladolid; pero marchan veinte mil hombres a sofocarlos. Todas
las guarniciones de la Península han enviado su adhesión al Gobierno.
Estas medidas que le ordeno no tienen más ñn que sujetar a los comu-
nistas malagueños si provocaran algún conato de motín. El Ejército
no nos interesa porque está todo él a nuestro lado.
El general Patxot, desconcertado ante la añagaza, sólo respondió:
—Cumpliré esas órdenes.
El capitán ayudante Pedrosa, que estaba presente en la conver-
sación, intervino con gran entereza:
jEse Casares es un traidor! No hay que hacer caso de nada
v limitarnos a cumplir lo acordado, que es nuestro deber.
Lo extraño es ese anuncio de fuerzas de Granada.
—Eso ha sido para atemorizamos. Si Casares supiera que sólo
era un movimiento de protesta comunista con nosotros, Ja Guardia civil
y los de Asalto sobrábamos en Málaga.
El general Patxot comenzó a comprender, y aun con cierta inde-
cisión ratificó todas las órdenes dadas anteriormente.
En la Casa del Pueblo y en los Centros comunistas y de la C. N. T
iba creciendo la animación. Millán reunía a su Directiva, y Belgrano
hacía lo propio con la suya, de las Juventudes Comunistas. Y a las
dos de la tarde comenzaban a repartirse armas entre los obreros. De
la Secretaría de las Juventudes salían varios significados elementos,
en automóviles, con dirección a los Percheles, Victoria y Trinidad, lle-
vando gran cantidad de pistolas, que después repartían las mujeres, a
domicilio, llevando las armas ocultas en cestas y capachos de los que
se usan para ir a la compra y llevar la comida. Por parte de los obre-
ros afiliados a las asociaciones de extrema izquierda, todo, parecía
estar preparado para reñir la esperada batalla en plena calle.
Pero no queremos pasar adelante sin recoger un interesante detalle,
que conecta con al curso matuaad de lo. que pudiéramos denominar pró-
logo. de la caída die Málaga.
Dejamos ya relatada la actitud un poco, confusa dlel teniente coro-
nel Las Heras en la reunión de la Comandancia militar y el modo
oomo éste abandonó a los convocados. El teniente coronel Heras, hom-
bre die izquierdas y protegido de Azaña, no inspiraba ninguna confianza
a la oficialidad malagueña, y como se verá esta desconfianza tuvo en
los resultados de la gestión de tan mal militar y patriota su plena jus-
tificación. _ , .... , ,
El teniente coronel Heras, desde Ja Comandancia militar marcho
directamente al Gobierno civil, donde consumó su primera traición aJ
dar. cuenta al gOibemadtotr Fernández Vega de los aautendbs tomados
momentos antes por sus compañeros.
Fernández Vega comunicó inmediatamente con el Ministerio' dle la
Gobernación, poniendo al ministro al corriente dle lio que preparaba
la ¡guarnición de Málaga. Y se oree que trasladada tal actitud por el
ministro de lia Gobernación al dle la Guerra, a ello obedeció lia llamada
telefónica que más tarde hacía Casares Quiroga al general Patxot.
El gobernador reunió inmediatamente en su despacho a los jefes
y oficiales de Asalto, a los qne dió órdenes, no para echarse a la
calle y contener al Ejército, sino que en su cobardía lo que sólo le
preocupó fué lia defensa de su persona, y así lies dlijo:
—En Málaga apenas hay guarnición, y die ja pooa que hay, ya diará
buena cuenta eil pueblio. Así es que de ¡lo primero que hay que ocu-
parse es dle- defender este edificio del Gobierno civil, que será segura-
mente el primero que ataquen Jlos militares.
Y aoto seguido se dispuso fueran montadas en Cías ventanías altas
dteil vetusto, caserón varias ametralladoras y se avisara al cuartelillo
d!e Asalto paira que domicilio por domicilio fueran recogiéndose toldos
los guardias francos dle servicio y se les concentrara urgentemente.
A las tres de lia tarde 3a Gomanidlancia militar era un hervidero. Mi-
litares retirados y hasta paisanos sin niniguna graduadón, acudían a
ofrecerse al ¡mandlo llevados die un. acendirado patriotismo.
El gein/eiral Patxot habló a esa hora oon Sevilla y supo por el propio
general Quaipo de Llano, que ya en aquella capital estaban las tropas
en la calle y se había declarado el estado dé guerra.
—Pues entomoes yo voy a preparar aquí lia salidia.
Y coligó para llamar al Cuartel d!e Capuchinos dando órdenes al
teniente coronel Bello- dle que apresurase ios preparativos con objeto di-
que cuanto antes sallieran a la calle las fuerzas a proclamar la Ley
marcial.
Mientras tanto el Secretario del Gobernador, un tal Rodríguez, prac-
ticante de oficio y sujeto de malísimos antecedentes, se ponía por telé-
fono en comunicación con Millán, para decir a éste que urgía tener
preparada a la gente para el primer aviso y que convenía tomar pre-
ferentemente la calle de Larios y la Plaza de la Constitución como
arterias principales de la ciudad, y desde las cnaifes ya se irradiaría
el motín a la periferia.
A las cuatro de la tarde reuníanse en el Cuartel dle Capuchinos la.-,
fuerzas disponibles del Regimiento de La Victoria con su Banda de
música al frente. Ya formadas, el teniente coronel Bello- lanzó a los sol-
dados una patriótica arenga, pidiéndoles a todos él máximo de sacri-
ficio en la cruzada que para la salvación dé España iba a comenzar.
— II —

Los soldados contestaron con un vítor unánime levantando los fusiles


por encima de la cabeza, y así, envueltos en un magnífico aire de
victoria, abandonaron Capuchinos al mando del capiltán Hueiín.
La fuerza irrumpió en la calle ante la expectación del público, que
se paraba en las aceras y se asomaba a iejas y balcones.
La primera intención del capitán Hueiín fué la de fijar el primer
Bando en la misma fachada del Gobierno civil; pero había salido
sin él del Cuartel y se limitó a desfilar sólo por los alrededores del Go-
biernp para darse cuenta de cómo se encontraba aquella zona, y al
propio tiempo hacer una demostración de fuerza. Viró a la derecha
y se dirigió a la Comandancia Militar, a la que subió Hueiín, bajando
al poco tiempo acompañado del comandante Delgado, que era ya
portador del Bando.
La fuerza, a los sones de la marcha de «Los Volúntanos», desfilo
por la calle de Larios. Desde los
balcones e interior de los estableci-
mientos, la gente aplaudía y vito-
reaba a los infantes, y en medio de
un sobrecogedor silencio, el coman-
dante Delgado fué fijando los Ban-
dos en diferentes sitios céntricos de
la población.
Ya la tropa en la calle, la Radio
intensificó sus llamamientos en fran-
co plan revolucionario. Cumplien-
do órdenes del Gobernador, se ex-
citaba a los paisanos y organiza-
ciones obreras para que se echa-
sen a la vía pública, con las armas en las manos, para ((destrozar a
las fuerzas fascistas que querían derribar a la República».
Mientras la Compañía del capitán Hueiín. proclamaba la Ley mar-
cial en el centro de la ciudad, ya desembocaban en el muelle varios ca-
miones llenos de comunistas enarbolando banderas rojas y armados
hastia los dientes al grito dle ¡Viva Rusia! ¡Viva la Revolución!
Un señor, del que sólo- hemos podido, averiguar que se llama Mon-
te] o, se acercó en la calle de Latios y dijo al oomandainte Delgado, del
que. era conocido:
—En el muelle de Heredia se está formando ana concentración co-
munista.
El comandanlte Hered'ia y el capitán Saaved'ra iban vitoieandto a
España y dirigiéndose al público que había en las aceras gritaban.:
—¡Todois, todbs a defender a España! ¡Los hombres de bien a coger
Jas armas!
Algunos se unieron a Jas fuerzas pidiendo fusiles, otros ante el
tumbo que iban, tomando lios acontecimientos, desaparecieron. La gente
se recluía en el interior de sus casas. Los taxis y automóviles partícula
íes se {retiraron del tránsito de la ciudad en cosa de media hora.

LOS PRIMEROS TIROS


Y LAS PRIMERAS VÍCTIMAS
Debajo ¡dle los balcones de Acción Popular se cruzó la Compañía
con un grupo dle obreros. Uno* dle ellos se detuvo y gritó provocadora
mente, ¿levantando l'a mano y cerrando el puño:
—¡U. H. P.!
No había hecho más que lanzar el reto, cuando el teniente Sega
lerva lo dejó tendido de un pistoletazo. La confusión que la detonación
produjo no es para descrita. Corría la gente en todas direcciones, so-
bajaban precipitadamente los cierres metálicos. Sonaban puertas, gritos,
y dte pronto, de uno de los grupos de obreros salió una descarga de
pistolas automáticas contra la fuerza. Dos cornetas cayeron heridos.
Los soldados se desplegaron a las voces de mando del capitán Huelín:
—¡DespQegad! ¡Abriros! ¡Todos junto a las paredes! ¡Fuego contra
esos canallas!
El tiroteo se generalizó. Los comunistas, desde las bocacalles y para-
petados en líos árboles, disparaban incesantemente.
La calle de Larios pasó a ser un verdadero campo de batalla. Nue-
vas fuerzas salidas de Capuchinos se dirigieron hacia ett muelle, y
hacia este punto avanzaron también los soldados de la compañía Hue-
lín, ya que por su reducido número era temerario que quedase aislada.
El teniente Segalerva, al mando del primer pelotón, avanzó valiente-
mente hacia la Plaza de la Constitución, desde cuyas esquinas los
comunistas seguían haciendo un fuego infernal. Los infantes, desple-
gados por la acera de la Marina y aprovechando los huecos de los
portales, proseguían su marcha, respondiendo incluso al fuego qu<
se les comenzaba a hacer desde ías azoteas.
- 13 ~

BATALLA EN EL MUELLE DE HEREDIA


Las restantes fuerzas salidas a eso de las ocho y cuarto de Capuchi-
nos, al mando de un comandante cuyo nombre no hemos podido averi-
guar llevaban dos morteros, un cañón de 7,50 y ocho máquinas ametra-
lladoras, que enfilaron frente al cuartel de la Parra, hacia la calle
de Larios barriéndola completamente, ya que en ella habían surgido-
los primeros incendios, aprovechando que la Compama del capitán
Huelín la había ya abandonado.
Numerosos grupos de sospechosos, saliendo de las /bocacalles,
comenzaron a invadirla. En la casa Morganti sonó como un golpe
seco al cerrar uno de tos balcones, y
la muchedumbre comenzó a aullar: tfít^x
_ ¡ U n tiro, un tiro! ¡Son los fas-
cistas !
Las mujeres gritaban como energú-
menos. Varias botellas de liquidó in-
flamable se estrellaron en los interiores
del edificio, y el inmueble comenzó a
arder. Lo mismo se hizo en la Libre-
ría de Rivas, cuyo dueño tenía una
gran significación derechista. Las turbas rompieron los cierres, pene-
traron en el establecimiento y sobre los anaqueles repletos de libros
estrellaron nuevas botellas que prendieron rápidamente en el papel,
000virtiendo en cosa de momentos la planta baja en una gran hoguera.
Barrida la calle de Larios y dominada la situación .en el corazon
die la ciudad, las fuerzas se situaron en el muelle de'Heredia, entablando
una verdadera batalla con las hordas trojas, que iban creciendo en
número. Resguardadas .tras el monumento al comandante Bemtez, se
colocaron dos máquinas para limpiar la explanada, cosa que se con-
siguió tras algún esfuerzo al segundo disparo de cañón que se hizo
contra las concentraciones rojas, que se iban parapetando tras los mon-
tones de mercancías de 'la dársena. • .
Los comunistas habían acudido al puerto como ya dejamos dicho,
«n camion.es que dejaron agrupados junto a uno de los «docks» t ras
ellos un compacto grupo seguía haciendo un nutrido- fuego de fusile-
ra Tiraban echados a la larga en las plataformas y en tierra, ampa-
rados por las mismas ruedas de los vehículos. Localizada la situación
de los camiones a unos' ochocientos metros de donde se encontraba
situadlo el cañón de 7.50, éste disparó -una última granada sobre la con-
— 14 —
aentiiadión roja. Los efectos no puicliiieroin. ser anás desastrosos para, sus
defensores. Dos camiones volaron convertidos en mili astillas. Inmedia-
tamente cesó el fuego rojo. Una docena dle milicianos yacían exánimes
sobre Jas losas.

i *

LA TOMA DE LA TELEFONICA
Y EL ATAQUE AL GOBIERNO CIVIL

A las nueve de lia noche, puede dtecitse que lo más importante de


ila oiwdlad estaba dominado. El teniente Ibáñez era completamente
dtueño dle- lia calle de' Lairios, y ayudadlas Jas fuerzas ,por numerosos
paisanos que se brindaron a ello, se so-
focaron ios incendios de dicha vía.
También había quedado limpia d>
focos la Plaza de la Constitución. El
muelle >de Heredi'a, dominado igual-
mente por el teniente La Rosa, no ofre-
cía por sus alrededores más obstáculos
que la resistencia que desde la Aduana
ofrecía el Gobierno civil, donde los
guardias de Asalto se habían hecho
fuertes y disparaban desde balcones y
ventanas con ametralladoras.
Se ha dicho por ahí, especialmente
en su día, por las Radios rojas, que
el Gobierno civil no se rindió. Y así fué en efecto. Pero conviene
aclarar, que bien, pudó no rendirse, lo que no fué dte un modo especial
atacado con la orden dle ser conseguido, a toda costa.
El geoeiraJl Patxot destinó precisamente ¡las fuerzas al mando del
capitán Saavedira y dtí teniienbe Nesprat a la torna dlel Gobierno civil
después de varias conminaciones a la rendición hechas al Gobernador
Fernández Vega por teléfono. La última se desenvolvió en los siguien-
tes términos;
—Por segunda y última vez le ekijo que se rinda sin resistencia y
me entregue el mando.
— Y o no me niego a entregarme; porque ya sé que usted por la
violencia puede imponerme su voluntad.
— 15 —

Desde luego. Y es mejor que se. rindan ustedes a que me ©Mi-


guen a tomar por la fuerza el edificio, causando víctimas inevitables.
' .Estoy conforme, mi general. Pero yo no estoy aquí eolio. Sí
hallan conmigo todos los jefes y oficiales de Asalto con las fuerzas
locales de este Cuerpo y algunos militares; poseen abundante arma-
mento, y a mis ruegos de rendición me -responden que de ningún modo,
que creen poder resistir hasta que lleguen en su auxilio fuerzas de
Granada que ya han salido de allí. Por estas razones soy de hecho ur.
gobernador ya sin mando.
Es que tenemos ya dominada toda la población, y es inútil que
ustedes resistan.
Lo mismo creo, y así lo he comunicado a quienes en este mo-
mento me acompañan. Yo creo que lo que debiera usted hacer es
esperar. Puesto que el Ejército ya lo tiene todo dominado, espere us-
ted a mañana a que estos señores se
convenzan de la situación y entonces
la rendición será como usted y yo de-
seamos: sin nuevas víctimas.
El general Patxot 'se dejó conven-
cer por aquél canto de sirena, y dis-
puso que bien cercado el Gobierno
Civil, tas fuerzas se dedicaran, a apo-
derarse de la Telefónica, con obje-
to de cortar las comunicaciones con
Madrid.
Ya habían salido a la calle, cum-
ptend'o órdenes del coronel Gómez
Carrión, dos secciones de la Guardia civil unidas al movimiento. Una
sección quedó 'en el Parque vigilando todas las (bocacalles, con el fin
de evitar por aquel sector filtraciones rojas, y la otra, unida a las
fuerzas del capitán Saavedra, tomó tras ligero tiroteo y dos dispa-
ros de mortero la Telefónica, cuyos defensores huyeron par la puerta
trasera
A las diez menos cuarto de la noche habían cesado ya los fuegos
en el sector céntrico de la ciudad. Los soldados quedaban patrullan-
do por fes calles vitoreados por la gente, que creyéndolo todo ganado
se asomaba a los balcones.
Los vecinos de la calle de Larios y Plaza de la Constitución, a los
que el desarrollo de los sucesos había sorprendido lejos de sus domi-
cilios, volvían a ellos con grandes precauciones. Como sombras se
deslizaban pegados a las fachadas con los brazos en alto.
Una vez cesado «el fuego, unos transeúntes fraternizando con las
tropas, aporrearon tos cierres de algunos establecimientos con objeto
de que abrieran de nuevo y poder convidar a los oficiales y soldados.
Abrieron aígunos bares y tabernas, y pueblo y soldados brindaron
con «Málaga» y manzanilla por España y por el Ejército. Ya a media
noche él público se retiró a sus casas a reposar de las zozobras del
día. No quedaba «en pie» más que el Gobierno civil. Lo demás se
había ya incorporado con Málaga «la bella» a la nueva España

LA ACCION DE FALANGE

Es posible que alguien haya ya advertido la ausencia de Falange


en el alzamiento malagueño. Hemos d'e comenzar por decir que lejos
de ser una omisión, es un retardo voluntario' d!e inclusión en el relato
para desviar lo menos posible la atención del lector en el proceso del
movimiento.
La Falange malagueña sólo disponía corno fuerza de choque de
tres centurias, y desorganizadas en virtud de las constantes persecu-
ciones d'e que los camisas azules eran objeto por parte de las autoridades
de la ciudad de la Caleta. Cuanto en Málaga olía a Falange, corría un
riesgo inevitable. Comunistas, faístas, Genetistas y hasta los esbirros
de Asalto tenían puestos en los falangistas sus más profundos odios,
que les llevaban al asesinato airado al revuelo de cualquier circunstan-
cia favorable. De aquí que aun dignos de elogio y homenaje los falan-
gistas de otras ciudades españolas, posiblemente pocos merecerán la
gratitud patria en mayoir medida que éstos de la hermosa Málaga,
obligados, por razón de residencia, a moverse en el mismo cubil de
la fiera comunista. Sus abnegaciones, sus heroísmos habrán de pasar
a la Historia.
La Falange malagueña estaba también comprometida en él alza-
miento, y tenía pactado con los elementos dirigentes de la guarnición
que se la avisase con dos días de anticipación al del movimiento, con
objeto de poder imirse a éste con las máximas efectividades desplegadas.
La Falange contaba con un capitán diplomado, creemos que ape-
llidado Hernández, para su enlace con el Ejército. Pero a raíz del
asesinato de Calvo Sotelo, los camisas azules malagueños se movili-
zaron con cierto aparato, y ello dió ocasión a las autoridades para
— 17 —

hacer una nueva, redada y meter en la cárcel a sus jefes más caracte-
rizados. Así, pues, llegado el día 18, el enlace del día 16, que era lo
pactado, no pudo realizarse, y el alzamiento cogió desprevenidos a los
falangistas, al extremo de que como ya dijimos anteriormente, incluso
el jefe provincial de milicias Carlos Assiego se encontraba. al estallar
el movimiento en Anitequera; al menos esta versión hemos recogido.
De todos modos, Assieigo no se presentó en la Comandancia Militar
hasta cerca de las nueve de la noche del mismo día 18, cosa que nos
hace creer en su desplazamiento a Antequera, ya que de haber estada
en Málaga, su presentación no se. hubiese retardado tanto. Assiego dijo
al general Patxot:
—Mi general: La Falange dispone dte cerca de trescientos hombres
de choque para colaborar con el Ejército. Y sólo vengo a que usted
me indique cuál es nuestro sitio.
Ya en aquella hora Patxot lo daba todo ganado para el Ejército,
y llevado de una exagerada disciplina, o no se sabe con qué clase de
miras, rechazó la ayuda de la Falange:
—Lo agradezco, pero en estos momentos ruó necesito, de más fuerza
Insistió Assiego, y Patxot replicó con viveza:
¡No! Quiero dar la impresión de que este movimiento es pura-
mente militar. La intervención de Falange podría hacer creer a la gente
que se trataba de algo fascista.
Y Assiego salió defraudado, pero no vencido, de la Comandancia.
La prueba está en la acción heroica de Falange el día 19 por la tarde,
cuando ya las tropas habían, sido acuarteladas de nuevo y la ciudad
estaba en poder d'e las hordas rojas. Un centenar de heroicos camisas
azules no supieron rendirse, y en una proporción de uno por qui
nientos se echaron a la calle, regando las márgenes del Guadaknedina
con la generosidad de su sangre por España y por la Falange.
20
— IS-

LA RETIRADA DE LAS TROPAS


Avanzaba (La noche <M 18, y ¡después de una conferencia celebrada
con él coronel Gómez Cardón., el general Patxot desistió de su primi-
tiva idea de dejar el asalto del' Gobierno civil para el siguiente día, caso
de que éste no ,se rindiese sin resistencia como lo había hecho creer ei
propio Gobernador.
El general Patxot llamó ai capitán Huelín y le encomendó que visi -
tase en su nombre al 'Gobernador y ile comunicara que no podía es-
perar más, y que después de entregar él edificio resignase el mando.
Serían ilas dos y pico de la madrugada. Por teléfono se comunicó al
edificio de la Adueña Ja llegada de Huelín con una misión, con objeto
de que se le dejara franco el paso y no se le tirotease. El general Patxot
añadió a su emisario:
—Usted prepare ya toda la fuerza, y caso de resistirse me toma
por asalto el edificio sin temor a nuevas víctimas.
El capitán Huelín, delante del teniente coronel' Heras y del capitán
de Asalto Molino, que mandaba las fuerzas que defendían el edificio,
conminó a Fernández Vega a que resignara el mando y entregara ei
edificio.. La escena fué muy violenta:
—Debe usted entregarse con objeto de que no haya nuevos derra
mamientos de sangre. Si se resiste usted bombardearemos el edificio,
que tenemos ya cercado.
—No, si yo ya le he dicho al general Patxot... Por mí... Ya com-
prendo que por la fuerza acabarían! tornándolo ¡ustedes. Si estos seño-
res quiiieireni...
Y señaJló ail capitán Molüiino. Este saicó rápidamente su pistola, puso
d cañón sobre la tetilla izquierda dje'l capitán Huelín y fe dijo:
—Tú eres un carca y un traidor al Gobierno.
Huelín, sin inmutarse, le respondió:
—Me lo dices teniéndome encañonadlo1. ¿Necesitas que levante' ios
brazos o quitares dairme sólo ¡unios segundos de libertad? ¿Qué prefieres?
El' Gobernador, blanco corno la cera, se abalanzó sobre 3a pistoila
de MoGino.
Huelín agregó:
—Esa pistoila, si os obstináis en no rendiros, puede hacerte falta
paira otra cosa dentro de muy poco.
Molino rugió enfurecido:
—¡No! No nos rendirnos mientras quledte aquí un sollo guardíia.
— ly —

—,Está -hilan. Abona voy a (marcharme dándote ¡la espalda, MoCiioo.


Ruadles aprovechar la ocasión. ¡ Buenas moches!
Y el capitán Hueiín dio media vuelta y salió sin volver la cabeza,
plisando, finmemante.
Momentos después comenzaba el ataque a fondio ¡all Gobierno civil.
Las ametralladoras y íusiillas abrían amplias bocas dle fuego- en balcones
y ventanas. Las fuerzas, ai mando de Hueiín, iban estrechando el cerco.
El -tiroteo llevaba más de ¡uinia hora, dle trepidar continuo. La resisten-
cia iiba debilllitándose, cuando a Jas cuiatro menos cuarto dle ¿a. mañana
llegó hasta el capitán Hueiín un enlace de la Comandancia con un sobre
aearadto. Era del general Patxot, que decía escuetamente: ((Case usted
ell fuego y retírese con las ¡fuerzas all cuartel de Capuchinos».
Hueiín, desconcertado primero ante aquella orden, y presa dte gran
desesperación, lloraba oomo un. chico.
—¿Qué ha pasadlo? ¿Qué ha pasado?
Diez minutos más dle asedio y el Gobierno ciiviil se hubiese tomado.
Hueiín hizo cesar d fuego, concentró la fuerza en Capuchinos, como
se lte mandaba, y del Cuartel! marchó glin perder instante a la Coman-
dJancila.
Al genemail Patxot, dle. pie y pállido jiunto a su meisa, Je rodeaban el
coronel Gómez Cardón, el comandante Delgado y el capitán Pedrosa.
Huelan se atrevió a interrogar:
Mi general. ¿Qué ha ocuiiriidio?
—-No eos han¡ secundado más que Sevilla y Valladlolid, y el movi-
miento ha fracasadlo,
No lo creo, mi general—respondió Hueiín con. gran vehemencia.
Tenigó la absoluta certeza. La persona que me ha telefoneado
para, dlacírmelo es dte toda mi confianza por su seriedad'.
—¿Quién ha sido?
—Me, ha llamado doin Diego Martínez Barrio para comunicarme,
bajo su palabra de honor, que en toda España, incuus# en. Africa, ha
abortado el movimiento y que hasta la escuadra se ha puesto- dle;l lado
dtel Gobierna. En estas condiciones, haber seguidlo hubiera sido, una
temeridad sin. objeto.
• ¡No lo oreo! ¡Martínez Barrio lie ha engañado- a usted! Esto es
perdición de todos; peno por mi parte, yo sé cual es mi deber.
Y el capitán Hueiín se dispuso a abandonar dignamente el' despa-
cho-. Al llegar a la puerta se detuvo- unos instantes y a zarpazos se
arrancó las estrellas de las bocamangas.
De nuevo, en Capuchinos perdemos ya la pista del capitán Hueiín.
Unos afirman que se suicidó apenas llegado ail Cuartel. Otros, que fué
muerto a tiros a la mañana siguiente: por un brigada.
i — zo

EL DESPERTAR DE MALAGA
A las ocho die: lia mañana defl siguiente día, un, vocerío ensordíecador
despertó a ios vecinos de Málaga, quie tan confortados se habían acos
tado la noche antes, dando ya poc asegurado el triunfo del Ejército,
La gente: se asomó sobresaltada a los balcones, y el espectáculo que se
ofreció a sus ojos, no pudo ser más horroroso y desconsolador.
Se habían echadlo a lia calle les guardias de Asalto que durante-
la noche se hallaban cobijadlos en el Gobierno civil y a éstos marcha-
ban unidos, en procaz manifestación, grandes grupos de mujarzuelas
flameando banderas y trapos rojos, hombres con la ferocidad reflejada
en el semblante, lanzando es-
tentóreos gritos de ¡ Viva Ru-
sia ! ¡ Viva la Revolución!
j Muera la burguesía!
Las manifestaciones engro-
saban a medida que avanzaba
la mañana. Iban devastando
cuanto encontraban a su pa-
so: rompiendo escaparates,
asalitapdo las tiendas, cuyos
cierres forzaban a patadas y
pedradas. Las aceras se llena-
ban de cajas vacías, de restos
de ropas, de desperdicios de comestibles, por cuya posesión luchaban a
brazo partido lanzando toda clase de imprecaciones. Las mujeres de vida
airada salían 4e las tiendas de moda tocadas grotescamente con los
sombreros robados, destrozando, por el solo goce de destruir, sedas
crujientes y lienzos riquísimos. Se blasfemaba; las más soeces inju-
rias y los más duros insultos invadían las calles.
Al llegar a la de Larios, las mujeres, convertidas en verdaderas
fieras, rociaban las escaleras y los ascensores con gasolina que lle-
vaban en cubos, y la prendían luego fuego. Los vecinos, señoras, vie-
jos y niños, casi en ropas menores, se atrepellaban por las escaleras,
presas de gran pánico, para salvarse del incendio. Era un trágico des-
pertar, una sucesión de escenas dantescas que la «pluma se resiste a
describir. Infimas mujerzuelas habían arrebatado a los Guardias sus
fusiles, y no sabiendo disparar remataban a culatazos en plena acera a
21 —

los desgraciados vecinos que desde la caima, y apenas sm cubrirse,


habían ganado precipitadamente la escalera para ponerse a salvo. Se
asesinaba a mansalva, sin piedad, ante los sollozos de los deudos,
esposas e hijos que quedaban abrazados a los cadáveres lanzando des
garra dores ayes.
La hermosa vía del Marqués de Larios era una inmensa hoguera
crepitante. Enloquecida de pavor, desde el segundo piso de la finca
denominada Casa Larios se arrojó una pobre mujer, que quedó horri
blemente mutilada en mitad de la calzada, entre el sarcasmo de las
hordas que pateaban furiosamente los restos sangrientos.
Esta obra d'e destrucción tomó gigantescos caracteres por la tarde,
al convencerse el populacho que las tropas habían sido desarmadas
en los cuarteles y que eran completamente dueños de la ciudad. Se
intensificaron los incendios, se multiplicaron los asesinatos. Por la
Radio, el Gobernador civil había dictado un bando en él que entre otras
cosas decía a los malagueños que el pueblo debía tomarse la justicia
por su mano, y que durante cuarenta y ocho horas podía hacer cuanto
apeteciera, ya que durante ese tiempo «al Gobernador sería sordo, mudo
y ciego». Ya había llegado al puerto el cañonero «Sánchez Barcáiztegui»
con la tripulación ya sublevada y los oficiales presos en el pañol. La
marinería del ((Barcáiztegui)) desembarcó, y unida a los manifestantes.
Huego de ser paseada en hombros por las principales calles de la po
blación, participó en crímenes y saqueos.
Seguir desde este momento con cierto orden el desarrollo de los
sucesos en Málaga no es posible. Los asesinatos, ¡los robos, los incen
dios, las crueldades brotaban por todas partes, se amontonaban. Má-
laga vivía ya bajo un régimen de terror rojo que dificulta la separa
ción de los sucesos, ya que la ciudad toda era un caos luctuoso, ate-
rrador, inexpresable. No obstante, procuraremos poner un poco de or-
den en la confusión de nuestras propias notas.
EL ASALTO A LOS CUARTELES
Al mediodía del día 19 eran detenidos por líos Guardias de Asalto
d general Patxot, d coronel de la Guardia civil Gómez Carrión, el
comandante Delgado y la inmensa mayoría de los jefes y oficiales de
lia guarnición y de la Guardia civil, así oomo el teniente coronel de
Carabineros señor Fttorán, que fueron llevados primeramente a los
sótanos del Gobierno civil. Del mando de la guarnición fué encargado
el traidor teniente coronel Heras, y de las fuerzas de Infantería de
Capuchinos un sargento llamado Ríos. Entre los pocos oficiales que
lograron salvar su vida, figuraba el capitán cajero de la Guardia civil
señor Román. Su cargo y la inteligencia desplegada, cuantas veces los
rojos quisieron sumar su nombre a la lista de los asesinatos perpetra-
dos le salvó, porque el capitán Román, tan buen patriota como acen-
dradlo católico, estaba apuntado dle antiguo en las listas negras. Asegu-
rada ya su vida, ouanto se diga del tacto y diplomacia desplegados
por el capitán Román durante el tiempo que las circunstancias le obli-
garon a convivir con las hordas asesinas, es pálido ante la realidad.
El capitán. Román salivó con su diplomacia numerosas vidas, y su
cello, siempre vigilante, evitó la consuimiación de nuevos y monstruosos
crímenes preparados. Hemos hablado, con. numerosas personas dJe Mi-
llaga, que cuentan y no acaban de lia abnegación del bizarro oficial,
al cual deben muchos el haber podido ilustrar con, nuevos detalles este
neCato.
Eli! día 19, por la tardle, lias turbas intentaron asaltar el Cuartel d¡e
Capuchinos, creyendo que aún se hallaban en él los jefes y oficiales.
Un grupo logró penetrar en Capuchinos, pero ell sargento comunista
Ríos, les dliriigió una arenga diciéndoles, que ya ¡tos jefes y oficiales se
encontraban detenidos en otro lugar, y que los soldados que allí se
encontraban eran soldados del pueblo, que habían renovado su pro-
mesa al servicio de lia República. Esto apaciguó a la bestia humana,
que siguió hacia el Limonar, obsesionada en su afán destructor y
homicida.
— M—

OTRO ASESINATO
En días sucesivos y aprovechando las horas die lia noche y de la
madrugada, para que las conducciones no fueran advertidas por el
populacho, dispuesto a tomarse (da justicia por su mano», fueron tras-
ladados ¿os jeifes y oficiales detenidos, desae el caserón de la Aduana
a la bodega del buque «Marqués de Chávarri», anclado en la dársena.
Una de estas conducciones comprendía tan sólo al general Patxot y
a su ayudante, capitán Pedrosa. Llegaron éstos conducidos en. un coche
entre guardias de Asalto hasta la pasarela del ibuque, y al descender
dial vehículo', un grupo de milllicianos allí apostado hizo- sobre ellos una
descarga, cerrada, cayendo muerto acribilladlo a bafliazos ei capitán
Pedrosa y quedando gravemente herido Patxot, que fué trasladado al
Hospital Militar por los mismos guardias.
Ya las bódegas del «Chávarri» estaban llenas de militares y signi-
ficados hombres die derechas, cuyas detenciones fueron, las primeras
que se practicaron, en la tarde dlei 19 y en la noche del mismo día.
Entre los paisanos se encontraba el exministro señor Estrada.
A bordo, los detenidos eran, objeto, de .tales martirios, que efl coro-
raed de lia Guardia civil, señor Canrión, cayó en una grave perturbación
mental, por lo que se hizo necesario tiasfradladlo al Hospital. El coronel
Camión había enloquecido y en el Hospital cometía mil extravagancias
propias de su triste estado, que en vez de compadecer a los milicianos
encargados de su custodia, les servían de diversión y de chacota.
Para enjuiciar a los presos díeil «Chávarri», acudía diariamente ai
buque el tribunal popular presidido por el asesino Milán, que también
tenía en la ciudad su «Checa» en constante servicio.. Los condenados
a muerte eran sacados por la noche dlell buque y llevados frente a un
paredón de La Caleta, junto al cual habían abierto una profunda zanja
en 'la que se iban amontonando los cadáveres de los ejecutados.
— 25 —

Como diariamente se sacaban y se llevaban nuevos detenidos al


«Chávarri», La Caleta era escena, noche tras noche, de horripilantes
matanzas.
Una mañana llegó Millán al Hospital Militar y vió sentado en un
sillón, convaleciente de sus heridas, al general Patxot.
—Este, ¿ya está bueno?
Aún tardará unos ocho días en que se le dlé de alta.
—Pero ¿ya anda?
—Con dificultad, pero anida.
—Pero se: tiene en pie, ¿no?
—Eso. sí.
—Pues entonces, ya quie está bueno, esta misma noche que lo lleven
a Gibralfaro, que su juicio está ya fallado hace tiempo.
La crueldad del sanguinario Millán le llevó a esperar a que el gene-
ral Patxot sanara de sus heridas para fusilarlo alevosamente. También
por orden del monstruo al día siguiente fué subido a Gibralfaro el des
graciado coronel Carrión, sin que
bastara para compadecerle su acen-
tuado estado de demencia. Gibral-
faro, trazo ruinoso de lo que fué
hermoso castillo, era otro de los lu-
gares elegidos para cumplir las sen-
tencias de líos condenados a muerte. Nosotros hemos visto sobre uno
de los muros de su Alcazaba, junto al sotio denominado «La Puerta de
•lía Llave», los impactos blancos del plomo de los fusilles, abriéndose
como- rosetas de imperceptibles pétalos en el granito pardo de la
muralla.
Conocedor el populacho que de madrugada eran trasladados lo¡-
detenidos en la Aduana al «Chávarri», una mañana se apostaron cerca
de sesenta pescadores y pescadoras del barrio de Miraflores del Palo,
y al salir conducido un militar cuyo nombre no «nos fué posible ave-
riguar, los pescadores se abalanzaron sobre el detenido, lo arrebataron
de las manos de los guardias y lo arrastraron atado de una soga al
cuello por el muelle de Heredia. Luego le cortaron las manos y a<rro
jaron el cadáver al mar. Durante varios días «el pueblo» acudió a
muelle de Heredia. En él, junto a una farola, se veía como un gran
manchón de sangre, y en su centro el cinturón del correaje de un
uniforme. Nadie se atrevía a tocarle.
— 2(1 —

LOS INCENDIARIOS
Describir en un pequeño fascículo todo lo que fué di terror mala-
gueño durante ocho angustiosos meses, es materialmente imposible. De
aquí que las limitaciones de espacio nos fuercen a un relato de am-
plias generalizaciones, deteniéndonos sólo -momentáneamente en algu-
nos detalles.
Málaga quedó sometida a los .pocos días de dominación comunista
a una serie de Tribunales Populares o Checas; la más importante d?
las cuales, quizás la que juzgaba a las personalidades de más relieve,
estaba presidida por el expresidiario Millán, qué se valía preferentemen-
te para sus persecuciones de setecientos .penados que habían sido pues-
tos' en libertad, casi, con el exclusivo fin de sostener un régimen de
continuados crímenes.
Millán se estableció con todo boato en el edificio del Hotel Imperio,
y desde él, a la vista las listas negras, iba diariamente facilitando el
paite de ibs nuevos deteniildbs, que eran sacados de sus domicilios du-
rante la moche, para ser fusilados horas después en Gibralfaro.
Cumpliendo órdenes del mismo Millán , hombres de su confianza, se
dedicaron a desvalijar los Bancos, especialmente el Español de Cré-
dito, cuyo saqueo fué personalmente dirigido por el propio monstruo
comunista..
Implantado el régimen colectivista, los Comités de Obreros se apo-
deran de las principales casas de comercio, de los edificios públicos,
de los. tesoros dle las Iglesias y hasta del dinero y joyas de los par-
ticulares. El comunismo había implantado una selección a la inversa
y en manos de los más ineptos la dirección, de los negocios, llegó mo-
mento. que la experiencia se vino abajo, y la confusión más grande,
él más horroroso desbarajuste fué lia tónica de la vida malagueña, en
la que comenzó a aparecer la trágica máscara del hambre.
El pactiouÜar no poidíía disponer de sai dinero, el número dle emplea-
dos aumentó extraordinariamente, fueran o no fueran útiles, ya que
de lo que se quería dar la sensación es de que no existían parados, y
el presupuesto dle gastos se incrementó de taü modo, que llegó un, sábado
y ya no se pudo pagar a empleados y obreros. El dinero d¡el que
en los Bancos disponían los Comités de fábricas y comercios, se había
terminado.
Todo di mundo en Málaga quería ser milicia no para vivir sin tra-
bajar. Los servicios municipalles quedaron desatendidos, y la diudteud iba
~ 27 —

intensificando su impresión, de abandono y suciedad. Por las principa-


les vías se amontonaban grandes hacinamientos de basura.
A la par que la población presentaba este trágico aspecto, la vida
corría en cuanto a orden interior parejas con aquélla. Los saqueos, los
robos, los crímenes, los incendios estaban a la orden del día. El asalto
e incendio de la Unión Mercantil fué algo de aguafuerte. Las turbas
penetraron en dicho Círculo, y cada hombre, cada mujer, se preocu-
paron primeramente de coger algo útil. Sillones, mesas, ropas, todo
fué sacado a la calle para engalanar luego con ellos los domicilios d<
estos perfectos «demócratas)). Lo que no se podía llevar era destruido,
y cuando ya en el interior no quedaba .nada útil para al robo, los mue-
bles y enseres, convertidos en grandes
montones de astillas,' se rociaban con
gasolina y se les prendía fuego. Así
ardió el magnífico inmueble del Círcu-
lo de la Unión Mercantil, orgullo de
Málaga.
Por lias noches era temerario circu-
lar por las calles im'ás céntricas. La
gente de orden se retiraba a sus casas
a las siete de la tarde. La población se
veía invadida por patrullas de milicia-
nos borrachos, y el grito consigna de
«¡U. H. P.!» se oía por todas partes. -
como el salvoconducto imprescindible
para no morir asesinado al volver h
prinfera esquina.
La estatua del Marqués dle Larios
fué arrancada de su pedestal, hecha trozos, y éstos, llevados en procaz
manifestación, arrojados ali «mar entre vivas, denuestos e 'imprecaciones.
En la noche del 19 se iniciaron los incendios de las Iglesias. Mu-
jeres provistas de grandes feas penetraban en los templos. Iban alum
brando el camino á tos hombres que las seguían. El espectáculo era
como lina visión de pesadilla. Al robo y al saqueo seguía la obra de
ilos incendiarios. La Catedral fué la única Iglesia que se libró del si-
niestro, pero eíl saqueo- perpetrado eni ella fué horrible. Por las puer-
tas del Perdón, de'l Sol y de las Cadenas se veía salir a la chusmn
cargada con ricos cálices, con casullas, con candelabros, celebrando con
bestiales carcajadas el fruto- de sus latrocinios. La cabeza del Ecce-
Hoimo, reliquia de gran mérito, fué sacada clavadla en la punta di
una especie de pica. La chusma se ensañó con el retablo de Pedro
— 28 —

Mena, de la Capilla de Nuestra Señora de los Reyes, junto a la Sa


cristía, destrozándolo a golpes asestados con Jas patas de los bancos
esgrimidas a modo de martillos. La estatua en bronce de Luis de
Torres, Arzobispo de Saleroo, fué profanada con tos actos más as-
querosos y destruida luego.
Los incendios prendieron en las Iglesias de Santiago, la Merced,
Los Santos Mártires, San Felipe Neri, San Juan, Santa María de
la Victoria, La Trinidad, Las Catalinas y otras. Y en todas ellas eü
saqueo y la destrucción precedió a la tea incendiaria. En la de Santia
go fué decapitada la magnífica escultura de San Juan de Dios, y en
la de San Felipe Nemi, quemada en plena calle de Guerrero la es-
cultura de Nuestra Señora de las Servitas.
Las hordas pusieron especial ensañamiento en los Conventos de
monjas, singularmente en los de la Encamación y dte la Trinidad. En
este último, las mqnjas que pretendieron huir por la Iglesia de la Auro-
ra del Espíritu Santo, en la esquina de Alamos y Plaza del Teatro,
con la que el Convento se comunica por el interior, no lo consiguieron,
y ya en poder de la chusma, ésta cometió con las Hermanitas los actos
más bochornosos y soeces. Algunas monjas fueron sacadas completa
mente desnudas a la calle y muertas a cuchilladas por las mujeres.
^ El odio de dases llegó a unos extremos durante la tortura di
Málaga, que 3a plebe enfurecida no pecdonó nada. Los mejores ho-
teles de recreo die Málaga son hoy un montón de ruinas y hierros re •
quemados. Los de 3a Avenida de Pnces, en La Caleta, los del Limonar,
los del Valle de los Galanes. Las propiedades de ¿os Alexandre, Barca,
Hinojosa, Pérez Asensio, Baena y otros muchos, han desaparecido. Sólo
se salvaron de Ta Avenida de Prices los edificios de los consulado» allí
establecidos y la famosa Villa. Salcedo., en Ha que los rojos instalaron
su Comité de Salud Pública.
LA ESCUADRA ROJA Y LA NOCHEBUENA
La escuadra, ¡roja, comandada por el «Jaime I», llegó a Málaga a
últimos del mes de Julio. Las hordas ¡revolucionarias dispensaron a los
marinos asesinos un triunfal recibimiento', paseándolos en hombros por
las calles. En la Casa del Pueblo, uno de los marineros dió una confe-
rencia, explicando cómo la marinería había ¡realizado la sublevación y
apodlerado die los mandos, d'espués de asesinar a toda la oficialidad'.
Noches horribles de Málaga, con- sus cuerdas de detenidos y sus
descargas homicidas en Gibralfaro y La Caleta. Pero quizá ninguna
de ellas fué trágica como la del 24 al 25 de Diciembre, noche die la
Nochebuena cristiana.
Por la tardie, dos trimotores nacionales habían bombardeado Má
llaga. Quedó destruido el depósito de gasoülina de la Caimpsa, medio
derrumbado el puente de Tetuán y apagados los fuegos de una bate-
ría antiaérea allí instalada; desmoronado el áng'ujo derecho díel edificio
dé Correos, donde los rojos tenían instalado su Cuartel general. Bom-
bardeo tan eficaz desató las iras del comunismo. En la Plaza de la
Constitución se organizó un mitin faísta, en el que los oradores invi-
taban de nuevo a lia matanza a sus asociados. La chusma salió del
mitán sedienta de venganza, y por la noche, Málaga fué testigo de >a
más homibJe carnicería que registra la Historia. Los crímenes se inicia
ron en la calle de Martín García, y continuaron par toda Málaga. Era
la caza del hambre, el rencor sediento de sangre, que no respetó incluso
mi a mujeres ni a niños. Aquella noche de Nochebuena se calcula que
quedaron sobre las losas de las calles malagueñas, unos ochocientos
cadáveres, algunos de los cualles eran luego rociados con gasolina y
quemados.
— 30 —

SALVACION DE MALAGA
La tortura d'e Málaga iba tocando a su fin coni lia proximidad! dle las
tropas liberadoras deil general Queipo de Llano. Huían, a primeros die
Febrero los líderes y directoras del comunismo. Los milicianos cons-
truían trincheras para defenderse del asalto de las fuerzas nacionalistas.
El general ruso Kilefoer, con. el coronel Villaúba, llevaban, la direc-
ción die la defensa. Pero el heroico Queipo, al frente de sus fuerzas,
se iba aproximando ca
^ \Y __ .i da vez más al frente de-
sús columnas. La Radio
anunciaba el peligro en
que se encontraba la ciu-
dad de ser tomada pol-
los «facciosos». Desde sus escondites, las personas de orden, desfalle-
cidas, muertas de (hambre, con el terror reflejado en sais semblantes,
sonreían, al cabo de ocho meses, por vez primera a la esperanza, aguar-
daban angustiados contando los minutos por días.
Había comenzado la evacuación de la ciudad, vilmente engaña-
da por los dirigentes ro-
jos. Ya lias fuerzas na-
cionales estaban en Mar-
bella. Desde la ciudad
se percibían claramente
los estampidos de los
cañones de las tropas li-
beradoras. Huía el co-
barde Villalba, h u í a
también en avión el ase-
sino d'dl' Gobernador ci
vil en. unión d'e Kfeber.
De amanecida, un, 'buque, con bandera inglesa, salía, cllesí puerto llevando
a bordo Üo más aefecto db los manidos rojos malagueños.
Horas después el' Ejército entraba, tniunifalmenlte en Málaga. La
bandera, ¡bicolor era paseada en triunfo por la calle d'e Larios. Málaga
estaba ya salivada. Eil desfile de los nacionales por el centro de la ciu-
dad, era acompañado- con vivas a flor de labio, casf imperceptiblle-
por la. emoción. Las lágrimas en imillies dle ojos agarrotaban las gargan-
tas, frustraban lbs vítores sal'idbs del corazón.
•j;

El próximo Episodio:

El paso del Jurarna

en la conquista de Madrid
D O S L I B R O S DE G R A N A C T U A L I D A D
Y DE E X C E P C I O N A L INTERES

1.-CUESTIONES POLÍTICO BIOLÓGICA


1 9 3 6

2. - REVOLUCIONES POLÍTICAS
1937
Y SELECCION HUMANA
Por el Catedrático de la
Universidad de Valladolid
MISAEL BAÑUELOS
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