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T. L. Swan - La Escala
T. L. Swan - La Escala
Esperamos
que disfrutes de la lectura.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Epílogo
Agradecimientos
Sobre la autora
Página de créditos
La escala
© T L Swan, 2019
© de esta traducción, Eva García Salcedo, 2021
© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2021
Todos los derechos reservados.
Esta edición se ha hecho posible mediante un acuerdo contractual con
Amazon Publishing,
www.apub.com, en colaboración con Sandra Bruna Agencia Literaria.
ISBN: 978-84-17972-39-4
THEMA: FR
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Descubre el mundo Miles High Club, de la autora best seller del Wall
Street Journal
***
Tres horas después, subo al avión como una estrella de rock. Al final, no
he ido a la sala VIP porque, bueno…, estoy hecha un cuadro. Llevo una
coleta alta, mallas negras, un jersey holgado de color rosa y deportivas,
pero me he retocado un poco el maquillaje, ya es algo. Si hubiese sabido
que me iban a subir de categoría, habría intentado estar a la altura y me
habría puesto algo elegante para no parecer una vagabunda. Total, ¿qué
más da? Tampoco es que me vaya a encontrar con alguien que conozca.
Le entrego mi billete a la azafata.
—Vaya por el pasillo izquierdo y gire a la derecha.
—Gracias.
Miro mi billete mientras avanzo y veo mi asiento.
1B.
Vaya, no tengo ventanilla. Llego a mi asiento, y el hombre que hay
junto a la ventanilla se vuelve hacia mí. Me mira con unos ojazos azules y
sonríe.
—Hola.
—Hola.
Ay, no. Estoy sentada al lado del hombre con el que sueñan todas las
mujeres… Solo que este está más bueno.
Estoy hecha un asco. ¡Qué mala pata!
Abro el compartimento superior y él se pone de pie.
—Te echo una mano.
Me quita la maleta y la coloca en su sitio con cuidado. Es alto y
corpulento, lleva vaqueros azules y una camiseta blanca. Huele a la mejor
loción de afeitado del mundo.
—Gracias —murmuro mientras me paso la mano por la coleta para
desenredarme el pelo. Me flagelo mentalmente por no llevar algo decente.
—¿Quieres sentarte aquí? —me pregunta.
Me lo quedo mirando sin entender nada.
Señala el asiento que hay al lado de la ventanilla.
—¿No te importa? —pregunto sorprendida por su gesto.
—Qué va —sonríe—. Viajo mucho. Quédatelo tú.
Fuerzo una sonrisa.
—Gracias.
Es como si me hubiese dicho «sé que te han subido de categoría, pobre
persona sin hogar, y me das pena».
Me siento y miro nerviosa por la ventanilla con las manos cruzadas en
el regazo.
—¿Vuelves a casa? —me pregunta.
Me giro hacia él. Por favor, no me hables. Me pones nerviosa solo con
estar ahí sentado.
—No, he venido a una boda. Ahora voy a Nueva York porque tengo una
entrevista de trabajo. Solo estaré allí un día, y después cogeré un vuelo a
Los Ángeles, que es donde vivo.
—Ah —musita, y sonríe—. Entiendo.
Me quedo mirándolo un momento. Ahora es cuando tendría que
preguntarle algo yo.
—¿Tú… vas a casa? —pregunto.
—Sí.
Asiento. No sé qué más decir, así que me decanto por la opción
aburrida y miro por la ventanilla.
La azafata trae una botella de champán y copas.
Copas. ¿Desde cuándo las aerolíneas te dan un vaso como Dios manda?
Ah, sí, primera clase. Cierto.
—¿Una copa de champán antes de despegar, señor? —le pregunta la
azafata. Veo que en su identificador pone que se llama Jessica.
—Me encantaría. —Sonríe y se vuelve hacia mí—. Que sean dos, por
favor.
Frunzo el ceño mientras nos sirve dos copas de champán y le pasa una
a él y otra a mí.
—Gracias —digo, y sonrío.
Espero a que Jessica no pueda oírme.
—¿Siempre pides bebidas para los demás? —pregunto.
Diría que le ha sorprendido que haya sido tan directa.
—¿Te ha molestado?
—Para nada —resoplo. Vaya con el pijo este, se cree que puede pedir
por mí—. Pero me gusta pedirme mis propias bebidas.
Sonríe.
—Vale, pues las próximas las pides tú.
Levanta su copa hacia mí, sonríe con suficiencia y da un sorbo.
Diría que le hace gracia verme enfadada.
Lo miro inexpresiva. Podría ser la segunda víctima de mi matanza de
hoy. No estoy de humor para que un viejo podrido de dinero me mangonee.
Le doy un sorbo al champán mientras miro por la ventanilla. A ver,
tampoco es que sea viejo. Tendrá unos treinta y tantos. Me refiero a que es
viejo comparado conmigo, que tengo veinticinco. De todas formas, da
igual.
—Me llamo Jim —se presenta mientras extiende la mano para
estrecharme la mía.
Ahora tengo que ser educada. Le doy la mano.
—Hola, Jim. Me llamo Emily.
Le brillan los ojos con picardía.
—Hola, Emily.
Tiene unos ojos de ensueño, grandes y azules. Podría sumergirme en
ellos. Pero ¿por qué me mira así?
El avión empieza a moverse despacio y yo miro los auriculares y luego
el reposabrazos. ¿Dónde los enchufo? Son de alta tecnología, como los que
usan los youtubers pedantes. Ni siquiera tienen cable. Miro a mi alrededor.
Parezco tonta. ¿Cómo los conecto?
—Van por Bluetooth —me interrumpe Jim.
—Ah —mascullo. Me siento tonta. Claro que van por Bluetooth—.
Cierto.
—¿Nunca has ido en primera clase? —inquiere.
—No. Me han subido de categoría. Un chalado borracho ha tirado mi
maleta por los aires. Creo que le he dado pena al chico del mostrador.
Le dedico una sonrisa torcida.
Se humedece los labios como si algo le hiciese gracia y da un sorbo al
champán. No deja de mirarme. ¿En qué estará pensando?
—¿Qué? —le pregunto.
—A lo mejor el chico del mostrador pensó que eras preciosa y te subió
de categoría para intentar impresionarte.
—No se me había ocurrido.
Doy un sorbo al champán mientras trato de disimular mi sonrisa. Qué
cosas dice este hombre.
—¿Eso es lo que harías tú? —pregunto—. Si trabajaras en el
mostrador, ¿subirías de categoría a las mujeres para impresionarlas?
—Por supuesto.
Esbozo una sonrisita.
—Impresionar a una mujer que te atrae es crucial —prosigue.
Lo miro fijamente mientras me esfuerzo para que mi cerebro no se
pierda. ¿Por qué parece que está coqueteando?
—Y dime… ¿Cómo impresionarías a una mujer que te atrae? —
pregunto, fascinada.
Me mira a los ojos.
—Ofreciéndole el asiento que hay al lado de la ventanilla.
Saltan chispas entre nosotros. Me muerdo el labio para que no se me
escape una sonrisa tonta.
—¿Intentas impresionarme? —pregunto.
Me dedica una sonrisa lenta y sexy.
—¿Qué tal lo estoy haciendo?
Esbozo una sonrisita. No sé qué responder.
—Lo único que digo es que eres atractiva, ni más ni menos. No le
busques más. Era una afirmación, no una pregunta.
—Ah.
Me quedo mirándolo. No tengo palabras. ¿Qué contesto a eso? Era una
afirmación, no una pregunta. ¿Qué? No le busques más. Qué raro es este
tío… pero qué bueno está.
El avión coge velocidad para despegar y yo me aferro a mis
reposabrazos y cierro los ojos con fuerza.
—¿No te gustan los despegues? —pregunta.
—¿Tengo pinta de que me gusten?
Me estremezco mientras me agarro como si me fuera la vida en ello.
—A mí me encantan —responde con total naturalidad—. Me encanta
la fuerza que sientes a medida que acelera. Cómo la gravedad te empuja
hacia atrás.
¿Alguien me explica por qué todo lo que dice suena tan erótico?
Madre mía, necesito echar un polvo… ya.
Exhalo y miro por la ventanilla a medida que ascendemos más y más.
No estoy de humor para que este chico se ponga lindo hoy. Estoy cansada,
tengo resaca, voy hecha un cristo y mi ex es un capullo. Quiero dormir y
no despertar hasta el año que viene.
Decido que veré una película. Echo un ojo a las opciones que aparecen
en pantalla.
Jim se acerca y dice:
—Las grandes mentes piensan igual. Yo también voy a ver una peli.
Finjo una sonrisa. «Solo deja de ser tan sexy y de invadir mi espacio.
Seguro que estás casado con una vegana a la que le van el yoga, la
meditación y esas cosas».
—Qué bien —mascullo.
Tendría que haber ido en turista. Así, al menos, no habría tenido que
respirar el aroma de este hombre tan guapo durante ocho largas horas sin
sexo.
Deslizo las películas por la pantalla y luego hago una selección de lo
que me gustaría ver.
Cómo perder a un chico en 10 días.
Orgullo y prejuicio.
Cuerpos especiales.
Jumanji… En esta sale la Roca, así que tiene que ser buena.
Notting Hill.
La proposición.
50 primeras citas.
El diario de Bridget Jones.
Pretty Woman.
Algo para recordar.
Magic Mike XXL.
Sonrío a la pantalla. He puesto todas mis favoritas en cola. Este vuelo
va a ser una gozada. Aún no he visto la secuela de Magic Mike, así que
podría empezar por esa. Miro a ver cuál ha escogido Jim. Justo sale el
título.
Lincoln.
Buf, política. ¿A quién le divierte ver eso? Tendría que haber
imaginado que sería un tío aburrido.
Cuando levanta la mano para tocar la pantalla, veo el reloj que lleva.
Un Rolex enorme de color plata. Y encima está forrado.
Típico.
—¿Qué vas a ver? —me pregunta.
Ay, no. No quiero que piense que soy una pánfila.
—Aún no lo he decidido —contesto.
Vete por ahí. Quiero ver a tíos desnudándose.
—¿Qué vas a ver tú? —pregunto.
—Lincoln. Llevo mucho tiempo queriendo verla.
—Qué rollo —digo.
Mi comentario le hace sonreír.
—Ya te diré.
Se pone los auriculares para ver la peli y yo vuelvo a desplazarme por
mis opciones. Me muero de ganas de ver Magic Mike XXL. ¿Importa si
mira? Qué vergüenza, no. Parezco una necesitada.
¿A quién quiero engañar? Estoy necesitada. Hace más de un año que no
veo a un hombre desnudo.
Pongo La proposición. Cambiaré una fantasía por otra. Siempre he
soñado con tener a Ryan Reynolds de asistente personal. Empieza la peli y
sonrío a la pantalla. Me encanta esta película. Da igual cuántas veces la
vea, siempre me río. Me parto con la abuela.
—¿Estás viendo una peli romántica? —me pregunta.
—Una comedia romántica —contesto.
Qué cotilla es este hombre, por Dios.
Sonríe como si fuese mejor que yo.
—¿Más champán? —pregunta la azafata.
Ojos Azules me mira.
—Va, es tu oportunidad para pedir lo que quieras.
Lo miro fijamente.
—Que sean dos, por favor.
—¿Qué te gusta de las comedias románticas? —pregunta sin dejar de
mirar su peli.
—Que los hombres no hablan mientras veo una peli —le susurro a mi
copa de champán.
Sonríe de oreja a oreja para sí.
—¿Qué te gusta de…? —Me callo porque ni siquiera sé de qué trata
Lincoln—. ¿Las películas de política? ¿Que son un rollo?
—Me gustan las historias reales, independientemente del tema.
—Y a mí —replico—. Por eso me gustan las pelis románticas. El amor
es real.
Ahoga una risa mientras bebe como si le hiciese gracia.
Lo miro.
—¿A qué viene eso?
—Las comedias románticas son lo más alejado que hay de la realidad.
Seguro que también lees novelas románticas de pacotilla.
Lo miro sin emoción en el rostro. Creo que odio a este hombre.
—Pues sí. Y para que lo sepas, después de esta peli, voy a ver Magic
Mike XXL para ver a tíos buenorros quitarse la ropa. —Enfadada, le doy un
sorbo al champán y añado—: Y pienso pasarme toda la peli sonriendo,
independientemente de lo que opines.
Se ríe a carcajadas. Su risa es profunda, fuerte y hace que note
mariposas en el estómago.
Me vuelvo a poner los auriculares y finjo que me concentro en la
pantalla. Pero soy incapaz: he hecho el ridículo y me he puesto colorada.
Se acabó la cháchara.
***
***
MILES MEDIA
***
Madre mía.
Se pone de pie y avanza hasta mí para estrecharme la mano.
—Jameson Miles.
Es él, el tío con el que hice escala, el que no me pidió el número. Me
quedo mirándolo. Se me ha frito el cerebro.
No me lo puedo creer. ¿Él es el jefazo?
—Emily, háblale de ti al señor Miles —me insta Lindsey.
—Ah —musito, distraída, y le estrecho la mano—. Me llamo Emily
Foster.
Su mano es fuerte y cálida, y al instante recuerdo cómo me tocó.
Aparto la mía como si me hubiera dado un calambre.
Me mira a los ojos con picardía, pero su rostro no trasluce emoción
alguna.
—Bienvenida a Miles Media —dice con calma.
—Gracias —murmuro con voz ronca.
Miro a Lindsey. Madre mía, ¿sabrá que soy una guarra con la boca
sucia que se tiró al jefe del jefe de nuestro jefe?
—Me encargo yo a partir de aquí. Emily saldrá en un momento —
anuncia el señor Miles.
Lindsey frunce el ceño y me mira.
—Pero…
—Espera fuera —ordena.
Mierda.
—Sí, señor. —Se va zumbando hacia la puerta.
Nada más cerrarla, vuelvo mi atención a él.
Es alto, moreno y no existe una persona a quien le siente mejor un traje
que a él. Sus ojos azules no abandonan los míos.
—Hola, Emily.
Nerviosa, retuerzo los dedos delante de mí.
—Hola.
«No te pidió el número. Mándalo a la mierda».
Alzo el mentón en actitud desafiante. Tampoco quería que me llamase.
Le brillan los ojos. Se sienta en el escritorio y cruza los pies. Le miro
los zapatos. Recuerdo esos zapatos ostentosos y caros.
—¿Le has hecho un chupetón a algún pobre incauto que has conocido
en un avión últimamente? —pregunta.
¡La madre que lo trajo! Se acuerda. Noto que me estoy poniendo roja.
No puedo creer que hiciera eso. Mierda, mierda, mierda.
—Sí, anoche, precisamente. —Hago una pausa dramática—. En el
vuelo a Nueva York.
Aprieta la mandíbula y enarca una ceja. No parece impresionado.
—Entonces, ¿no eres Jim? —pregunto.
—Para algunas personas soy Jim.
—Para tus rollos de una noche, querrás decir.
Se cruza de brazos como si estuviera molesto.
—¿A qué viene eso?
—¿A qué viene qué? —replico.
Vuelve a arquear la ceja. Me dan ganas de zarandearlo. Echo un vistazo
a su lujoso y sofisticado despacho. Es excesivo. Desde aquí se ve toda
Nueva York. En la sala de estar hay una barra llena hasta los topes,
taburetes de cuero alineados delante y una mesa para reuniones. Un pasillo
conduce a un baño privado y, más al fondo, se adivinan otras salas.
Se toquetea el labio inferior mientras me evalúa, y es como si me
tocase de arriba abajo. Madre mía, qué guapo es. Durante este último año
he pensado en él a menudo.
—¿Qué haces en Nueva York? —pregunta.
—Trabajar para Miles Media.
Se me pasa una idea por la cabeza y frunzo el ceño al recordar algo que
me dijo entonces.
«Bienvenida al Miles High Club…».
Dios, y yo pensando que se refería al club de los que han practicado
sexo en un avión… y resulta que se refería a las mujeres que se habían
acostado con él.
Miles… Él es Miles… ¿Y hay un club?
Joder. El mejor polvo de mi vida fue solo un rito de iniciación para
ingresar en un club de lo más sórdido.
Durante los últimos doce meses, el recuerdo de la noche que pasamos
juntos ha sido algo especial que he atesorado con cariño. Este hombre
despertó algo en mí que ni yo misma sabía que existía, y ahora me entero
de que soy una de tantas. Qué decepción. Se me parte el alma. Tenso la
mandíbula para no cantarle las cuarenta y hacerle el mismo daño que él
me ha hecho a mí.
Cabrón.
Como no me vaya pronto, me van a acabar echando, y eso que solo es
mi primer día.
—Me alegro de volver a verte —digo.
Finjo una sonrisa y, con el corazón a mil, me giro, abandono su
despacho y cierro la puerta al salir.
—¿Ya estás? —pregunta Lindsey, y sonríe.
—Sí —contesto al tiempo que asiento con la cabeza.
Pasamos por recepción hasta llegar al ascensor y regresamos a mi
planta.
—No te sulfures —me consuela Lindsey con ternura.
La miro con gesto inquisitivo.
—Es borde y desabrido, pero su mente no tiene parangón.
Igual que su miembro viril.
—Ah, vale —murmuro mirando el suelo—. Está bien saberlo.
—¿Te ha dicho algo?
—No —miento—. Ha sido muy educado.
Lindsey sonríe.
—Deberías sentirte una privilegiada. Jameson Miles no es educado con
nadie.
—Vaya —digo frunciendo el ceño. Se abre la puerta y salgo corriendo
para eludir la conversación—. Muchas gracias por enseñarme las
instalaciones.
—De nada, y si tienes algún problema relacionado con recursos
humanos, llámame de inmediato.
—Lo haré. —Le estrecho la mano. ¿Formar parte del club de tías a las
que se ha cepillado Miles se considera un problema relacionado con
recursos humanos?—. Muchas gracias.
Voy a mi mesa y, sin que me vean, abro el cajón y cojo el móvil.
—Ahora vuelvo.
Me encierro en el baño, me aseguro de estar a solas y busco «Jameson
Miles» en Google.
Cierro los ojos mientras espero a que se cargue la información. El
corazón me retumba. «Que no esté casado, por favor, que no esté
casado…».
Esa duda lleva atormentándome todo este tiempo; esa y por qué ni
siquiera fingió que quería mi número. Sentí que habíamos conectado, pero
se calló algo. Y no sé por qué, luego intuí que estaba casado… o que tenía
novia.
Lo que me convierte en una guarra. Nunca he estado con un tío que
tuviese pareja, y las mujeres que lo hacen de forma consciente me dan
asco.
De haber sabido que no podría sacármelo de la cabeza, no me habría
acercado a él aquella noche.
«Jameson Grant Miles es un empresario e inversor estadounidense. A
sus treinta y siete años, Miles es el hijo mayor del magnate de la
comunicación George Miles hijo y el nieto de George Miles. En 2012 se
hizo con el control del imperio familiar, Miles Media Holdings Ltd., y
heredó las inversiones en televisión, cine y varias empresas más. Es el
expresidente ejecutivo de Publishing and Consolidated Media Holdings,
que posee intereses en una amplia gama de plataformas, y el expresidente
ejecutivo de Netflix.
En mayo de 2018, se estimó que el patrimonio neto de Miles ascendía
a los cinco mil millones y medio de dólares, lo que lo situaba entre los
cien estadounidenses más ricos del mundo junto con sus tres hermanos».
Arrea. Sigo.
«Vida personal. Celoso de su intimidad, siente predilección por las
mujeres hermosas. Entre 2011 y 2015, salió con Claudia Mason. Se
desconoce si ha tenido pareja desde entonces».
Me pongo la mano en el pecho y suspiro de alivio. Menos mal. Hago
clic en el enlace de Claudia Mason. ¿Quién es? Me salen un montón de
imágenes y siento que la seguridad en mí misma se va por el desagüe.
«Claudia Mason (treinta y cuatro años) es una empresaria inglesa y un
icono de la moda.
Mason es una periodista británica. Es la jefa de redacción de la edición
británica de la revista Vogue, así como la editora más joven de la historia
de esta edición. Tomó las riendas de Vogue en 2014. Mason es una de las
voces más citadas del país en cuanto a tendencias. Además de trabajar para
Vogue, Mason ha escrito artículos para Miles Media y ha publicado diez
libros.
Vida personal.
Mason es la mayor de cinco hermanos y es hija del político francés
Marcel Angelo.
Estuvo prometida con el heredero mediático Jameson Miles, con quien
salió de 2011 a 2015, pero, según ella, la relación terminó a causa del
trabajo de ambos y de sus compromisos en diferentes partes del mundo.
Actualmente, sale con Edward Schneider, un abogado que reside en
Londres».
Prometida… ¿Estuvieron prometidos?
Exhalo con pesadez y cierro la búsqueda con cara de asco. Pues claro
que salieron juntos.
Me estoy deprimiendo. Por Dios, es la editora de la edición británica
de Vogue. No puedo competir con eso. He tardado tres años enteros en
conseguir un puesto de poca monta en Miles Media. Me lavo las manos y
me atuso el pelo delante del espejo. Tampoco es que importe.
Tengo novio, y Jameson Miles no significa nada para mí. Vuelvo a mi
mesa hecha una furia. Noto un fuego en el estómago. Tampoco es que lo
vaya a ver en la oficina. Me desplomo en mi asiento.
—¿Qué tal la visita? —pregunta Aaron.
—Bien. —Sonrío mientras abro mi bandeja de entrada.
—¿Has ido hasta arriba?
—Sí.
Echo una ojeada a los tropecientos mil correos que me han llegado en
las dos horas que he estado fuera. Madre mía, qué montón de noticias.
—¿Y cómo son los despachos? —inquiere Aaron—. Son otra historia,
¿no? Con su mármol blanco ahí…
Me humedezco los labios en un intento por aparentar normalidad.
—Sí.
—No llegué a ver los despachos de los jefes cuando empecé —dice
Molly—. No recibía visitas aquel día.
La miro.
—Yo entré pero no estaba —interviene Aaron.
—¿Quién? ¿Jameson, dices? —pregunto como si la conversación no
fuera conmigo.
—Sí. ¿Lo has visto?
—Sí —digo, y abro un correo—. Lo he conocido.
Y me lo he tirado unas cuantas veces.
—¿Ha sido un cerdo asqueroso? —pregunta Molly, frunciendo el ceño
—. La gente le tiene un miedo que no veas.
—No, ha sido majo. He estado en su despacho. Parecía majo.
—¿Has estado en su despacho con él? —pregunta Aaron frunciendo el
ceño.
—Sí —respondo, y sigo escribiendo.
«Dejad de hablar de él, por favor».
—¿Qué planes tenéis para esta noche? —pregunta Molly—. Los niños
se quedan con su padre y yo me voy a poner ciega a pizza y cerveza. A la
mierda la dieta y el gimnasio.
—Me apunto —dice Aaron.
—¿En serio? —inquiero con una sonrisa.
No me puedo creer que me propongan salir el primer día.
—Claro, ¿por qué no? ¿Tienes otra cosa que hacer? —pregunta Molly.
—Teniendo en cuenta que sois las únicas personas que conozco en
Nueva York, ¿qué otros planes podría tener? —respondo encogiéndome de
hombros, feliz de la vida.
—Pues a comer y beber se ha dicho —exclama Molly sin dejar de
teclear.
Estoy leyendo los correos pendientes cuando veo que uno es de
Jameson Miles.
¿Cómo?
Miro a mi alrededor con sentimiento de culpa y lo abro. Seguramente
será el típico mensaje de bienvenida que se le envía a todo el mundo.
Emily:
Preséntate en mi despacho mañana a las ocho en punto para una
reunión privada.
Diles a los de seguridad que te he citado yo. Te llevarán a mi
planta en un momento.
Jameson Miles
Director ejecutivo de Miles Media
Nueva York
Emily
Doy golpecitos a la mesa con el boli y, nerviosa, echo un vistazo a mi
alrededor mientras espero a que conteste.
Emily:
No. No quiero ver a tus compañeros ni quiero que le hables a
nadie de nuestra reunión.
Esta reunión es privada.
Jameson Miles
Director ejecutivo de Miles Media
Nueva York
Abro mucho los ojos. Ay, madre. ¿Cómo que «privada»? ¿Qué rayos
significa eso?
Me pellizco el puente de la nariz. A mí también me hacen falta una
buena pizza y un trago de cerveza. Ojalá fuesen ya las cinco.
***
***
Jameson
Emily
Jameson Miles
Miles Media
212-639-8999
Miro la tarjeta con la cabeza hecha un lío. Lo miro a los ojos. Sé que
para él lo de esta noche es solo un rollo más.
Un rollo que podría mandar al traste mis planes de futuro y
comprometer mi carrera profesional. Me he dejado la piel para estar aquí y
no pienso mandarlo al garete por pasar una noche con un golfo. Lo más
curioso es que no me pareció un golfo cuando estuvimos juntos, pero
cuanto más lo conozco, más me doy cuenta de que no sabía nada de él.
Lo peor es que sé que Jameson Miles es la clase de droga a la que no
me conviene engancharme.
El recuerdo de la noche que pasamos juntos basta por sí solo.
—Lo siento, no puedo. —Me dispongo a irme. El cuerpo me grita que
dé media vuelta. Entonces reparo en algo y me detengo en seco. Me vuelvo
hacia él—. ¿Cómo lo sabías?
Alza el mentón y lo miro a los ojos.
Deshago el camino que había andado.
—¿Cómo sabías que Riccardo estaba en mi mesa?
Busco por la sala, pero solo veo un espejo en la pared.
—¿Aquí hay cámaras? —pregunto.
—No te preocupes por eso.
—Claro que me preocupo —digo con desdén—. Tengo derecho a
saberlo si me afecta a mí.
Coge un mando y pulsa un botón.
—Enséñame la planta cuarenta —ordena.
El espejo se convierte en una pantalla de televisión. Parpadea varias
veces y entonces se ve mi oficina. Veo a Aaron, a Molly y… mi mesa.
¡Qué diantres!
—¿Me has estado espiando? —exclamo con un grito ahogado—. ¿Por
qué?
—Porque me pone —suelta sin dejar de mirarme a los ojos.
Me coge la mano y la lleva a la entrepierna. Noto lo dura que la tiene
debajo de sus pantalones de vestir.
Me quedo sin aire mientras lo miro. No puedo evitarlo y le acaricio el
miembro.
Nos miramos mientras el deseo se adueña de nuestros cuerpos.
—No puedo —susurro.
Me acaricia la cara.
—Te deseo.
—Uno no siempre consigue lo que desea —musito.
—Yo sí —asegura, y, a cámara lenta, me lame desde la clavícula hasta
el cuello y me susurra al oído—: Rompe con él.
Se me eriza el vello de la espalda y, abrumada por el efecto físico que
tiene en mí, retrocedo.
Se recoloca el paquete sin dejar de mirarme.
—Tengo que volver al trabajo —digo con voz queda.
Me fulmina con la mirada. Su rostro inexpresivo contrasta con mi
pecho, que sube y baja mientras lucho contra mi excitación. Necesito
reunir todo mi autocontrol para no abalanzarme sobre él aquí y ahora.
La tiene tan dura… Qué desperdicio.
No.
Me giro, salgo, tomo el ascensor y, antes de darme cuenta, ya vuelvo a
estar en mi planta. El corazón me late desbocado; estoy alucinando. Es
probable que sea lo más excitante que me ha pasado nunca.
Claramente alterada, me desplomo en mi silla.
—Madre mía —susurra Aaron.
Molly se acerca.
—¿Qué ha pasado?
—No tengo ni idea —murmuro mientras se me van los ojos al techo.
¿Dónde están las cámaras?
Recuerdo el ángulo que he visto en la pantalla y miro en esa dirección.
Ahí está. Una redondita negra de cristal. Como sé que me estará mirando,
le lanzo una mirada asesina.
Siento que me mira. ¿En qué estará pensando mientras lo hace?
Me invade una oleada de emoción de lo más inoportuna al
imaginármelo ahí arriba con su miembro tieso mirándome.
Me entran ganas de quitarme la ropa, tumbarme en la mesa y abrirme
de piernas para darle un buen motivo para mirar. ¿Oirá lo que decimos?
¿La cosa esa tendrá micro?
—¿Qué ha pasado? —susurra Aaron.
—Ahora no puedo hablar. Hay cámaras —murmuro con la cabeza
gacha—. Nos tomamos algo fuerte luego y os cuento.
—Joder —susurra Molly mientras vuelve a su sitio.
—Maldito Riccardo —dice Ava, y resopla—. Va a conseguir que nos
echen a todos. ¿Por qué no se lo habrá llevado a él?
—Ya, tío, ¿por qué será?
Abro la bandeja de entrada y reviso el correo mientras trato de
serenarme.
Yo sé por qué. Porque Jameson Miles no quiere follarse a Riccardo;
quiere follarme a mí.
Me muerdo el labio inferior para disimular mi sonrisa de pervertida.
Qué divertido es vivir aquí.
***
Son las cinco y media, acabamos de salir del trabajo y nos hemos parado
delante de Miles Media mientras decidimos dónde iremos a cenar. Esto es
rarísimo, es como si además de mi puesto hubiese conseguido tres amigos
nuevos y opciones ilimitadas. Todas las noches son sábado en Nueva York.
Tenemos edades diferentes, estilos de vida diferentes, pero, por alguna
razón, nos llevamos estupendamente. Ava ha quedado y no vendrá con
nosotros, pero Aaron y Molly están aquí conmigo.
—¿Qué os apetece cenar? —pregunta Molly mientras busca un
restaurante en el móvil.
—Algo grasiento y que engorde. Paul no me ha llamado —dice Aaron,
y suspira—. Paso de él, tío.
—¿Lo vas a dejar ya? —inquiere Molly, que resopla y pone los ojos en
blanco—. Seguro que está con otro. Además, tú estás más bueno que él.
Un hombre con traje negro abre la puerta y nos giramos los tres.
Jameson Miles sale con otro hombre. Están tan metidos en su
conversación que no se fijan en nadie.
—¿Quién es ese? —susurro.
—Uno de sus hermanos, Tristan Miles. Se encarga de las adquisiciones
a nivel mundial —susurra Aaron sin quitarles el ojo de encima—. No
pueden estar más buenos.
Desprenden carisma; son el poder personificado.
Todos se detienen a mirarlos.
Trajes caros y entallados, guapos a rabiar, cultos y ricos.
Me trago el nudo que se me ha formado en la garganta mientras los
observo en silencio.
Como si se movieran a cámara lenta, se meten en el asiento trasero de
la limusina negra que los espera. El chófer les cierra la puerta y vemos
cómo se van.
Me dirijo a mis nuevos amigos.
—Necesito hablar con alguien urgentemente.
—¿Sobre qué? —pregunta Aaron, frunciendo el ceño.
—¿Sabéis guardar un secreto? —susurro.
Intercambian miradas.
—Claro.
—Pues vamos al bar —digo, y suspiro mientras entrelazo mis brazos
con los suyos y cruzamos la calle de esta guisa—. No os vais a creer lo que
os tengo que contar.
***
***
—¿Y qué cree usted que pasaría si le contara a la policía sus sospechas?
—pregunto.
—Nada. Nada de nada —contesta la frágil anciana. Tendrá por lo
menos noventa años. Tiene el pelo ondulado y cano y lleva un vestido de
un bonito color malva—. Son unos inútiles.
Garabateo su respuesta en mi bloc de notas diligentemente. Hoy he
decidido seguir mi instinto y hacer trabajo de campo. Últimamente, han
pintado grafitis satánicos en las fachadas de las casas y, la de esta mujer en
concreto, la han pintado tres veces. Como estaba harta de que la policía no
hiciera nada, se ha puesto en contacto con Miles Media y, afortunadamente
para mí, he sido yo quien ha descolgado el teléfono.
—Dígame cuándo empezó todo esto —pregunto.
—En noviembre —me explica, y hace una pausa mientras se esfuerza
por recordar—. El 16 de noviembre fue la primera vez. Un mural enorme
del mismísimo demonio.
—Vale —asiento, y dejo de mirar la libreta—. ¿Cómo era?
—Diabólico —murmura con la mirada perdida—. Diabólico y muy
realista. Con unos colmillos enormes y sangre por todas partes.
—Debió de asustarse mucho.
—Sí. Esa noche robaron en una joyería que hace esquina, así que lo
recuerdo bien.
—Vaya —digo con el ceño fruncido. Esto no lo había dicho antes—.
¿Cree que está relacionado?
Me mira sin comprender.
—Me refiero al grafiti y el robo —le aclaro.
—No lo sé. —Se calla un momento y hace una mueca de dolor—. No
lo había pensado, pero ahora todo tiene sentido. La policía está metida en
el ajo. —Empieza a pasearse—. Sí, sí, estoy segura —dice al tiempo que
se da golpecitos en la coronilla mientras camina de un lado al otro.
Mmm… Aquí pasa algo. ¿Esta mujer está bien de la cabeza?
—¿Qué hizo cuando vio el grafiti?
—Llamé a la policía, pero me dijeron que no tenían tiempo para venir
a ver un grafiti, que le hiciese una foto y la enviara por correo electrónico.
—¿Y lo hizo?
—Sí.
—¿Qué pasó luego?
—Mi hijo borró el grafiti con ácido, pero tres noches después, ahí
estaba de nuevo. Solo que esta vez era el dibujo de un asesinato. Habían
apuñalado a una mujer. El grafiti era tan elaborado que parecía un cuadro.
—Ajá. —La escucho y tomo notas—. ¿Y qué hizo esa vez?
—Fui a la comisaría y exigí que viniese alguien a ver mi casa. A mi
vecino también le habían destrozado la suya.
—Vale —asiento mientras escribo su historia deprisa y corriendo—.
¿Cómo se llama su vecino?
—Robert Day Daniels.
Sorprendida por su nombre, dejo de mirar la libreta.
—¿Se llama Robert Day Daniels?
—¿O es Daniel Day Roberts? —dice cada vez más bajo mientras
piensa—. Mmm…
La miro mientras espero a que me confirme cuál es.
—Se me ha olvidado el nombre —masculla, y se empieza a tirar del
pelo como si le fuese a dar algo.
—No pasa nada. De momento, me quedo con «Robert Day Daniels» y
luego podemos retomar el tema.
—Está bien —acepta con una sonrisa, feliz de que no la presione para
que me diga el nombre correcto.
—¿Qué dibujaron en la casa de su vecino? —pregunto.
—Una estrella del diablo. Qué cosa más fea, por Dios.
—Entiendo. Y dígame, ¿qué hizo la policía esa vez?
—Nada. Ni siquiera se pasaron por aquí.
—Están muy ocupados —le aseguro sin dejar de escribir—. Hábleme
de la última vez.
—Lo pintaron todo de rojo.
La miro sorprendida.
—¿Toda la casa?
—Toda la calle.
Empiezo a inquietarme.
—Qué raro —exclamo frunciendo el ceño.
Se acerca para que solo yo la oiga.
—¿Crees que es el demonio? —susurra.
—¿Cómo? —inquiero con una sonrisa—. No, seguro que solo son unos
adolescentes haciendo de las suyas —digo para tranquilizarla—. ¿Se lo ha
contado a alguien más?
—No, solo a Miles Media. Quiero que publiques la historia para que la
policía tome cartas en el asunto. Me da miedo que se trate de algo más
siniestro.
La tomo de la mano.
—Creo que tenemos material suficiente para seguir adelante con la
historia.
—Gracias, cariño —me dice al tiempo que me aprieta la mano.
—¿Se le ocurre algo más que pueda ser relevante? —pregunto.
—Que vivo con miedo de que el demonio vuelva a atacar. Mis vecinos
me han dicho que también quieren hablar contigo.
—Perfecto —respondo y le tiendo mi tarjeta—. Si se le ocurre algo
más, llámeme.
—Eso haré —me asegura, y acepta la tarjeta.
Aprovecho que estoy en la zona y entrevisto a siete personas más.
Todas las historias tienen relación. Definitivamente, tengo pruebas
suficientes para seguir adelante. Vuelvo a la oficina, redacto el artículo y
se lo entrego a Hayden. Esto huele a bombazo.
***
***
***
***
***
***
***
Son las cinco y media cuando tecleo la última palabra de mi artículo falso.
Odio admitirlo, pero este es mejor que el anterior. Mis compis se han ido
al bar, que es adonde voy yo. Se supone que tengo que llevarle el artículo
al despacho, pero paso.
Que le den.
Hago clic en «enviar», apago el ordenador y recojo mis cosas.
Me suena el móvil y veo que aparece una J en la pantalla. Me guardé
su número con la inicial por si me llamaba. Cuelgo y, consciente de que
me está mirando, sonrío amablemente a la cámara.
No he roto con un egoísta para empezar a salir con otro.
Me llega un mensaje.
Coge el puto teléfono.
Búscate a otra con falda gris para que te la chupe cuando y como
quieras. No estoy interesada en el puesto.
***
***
***
***
***
***
Jameson
Jameson
***
Última hora
***
Media hora después, estoy en mi despacho con tres de mis personas
favoritas. Mis hermanos.
—Hola —digo con una sonrisa de suficiencia—. Madre mía, estáis
más feos que la última vez que os vi. No creía que fuera posible.
Se ríen entre dientes y nos abrazamos. Echo de menos a mis hermanos.
Su puesto en la empresa les exige vivir en el Reino Unido; trabajan en las
oficinas de Londres. Solo los veo una vez al mes, cuando viajo allí, igual
que Tristan. Aunque él pasa más tiempo allí, por lo que está más con ellos.
Estampo la Gazette en mi mesa.
—¿Qué narices es esto?
—Joder —susurra Tristan mientras los tres se sientan en la mesa de
juntas.
—¿Qué pasa aquí? —estalla Elliot—. Estoy alucinando.
Suspiro con pesadez.
—Tenemos una nueva empleada, Emily Foster.
Tristan esboza una sonrisita y yo pongo los ojos en blanco.
—¿Y? —pregunta Christopher.
—Publicó un artículo en su segundo día de trabajo, pero la fuente no
estaba segura del nombre del sospechoso, así que puso uno provisional en
el momento y pensó en comprobarlo cuando volviese a la oficina.
Fruncen el ceño mientras escuchan.
—Pero se le pasó.
—Joder, qué inútil —dice Elliot, que pone los ojos en blanco.
—No —dice Tristan—. Parece brujería. La Gazette publicó
exactamente el mismo artículo al día siguiente… Y con el nombre
erróneo.
Elliot y Christopher fruncen el ceño mientras escuchan.
—¿Cómo os habéis enterado? —pregunta Christopher.
—Nos conocimos hace un tiempo.
Y lo dejo ahí para no entrar en detalles.
—¿Sabéis quién es? —dice Tristan con una sonrisita.
—¿Quién? —pregunta Elliot, mirándonos alternativamente.
—¿Os acordáis del chupetón enorme que tuvo Jay hace tiempo?
Les cambia la cara.
—Venga ya.
Elliot se pellizca el puente de la nariz.
—Madre mía, no me digas más —dice, y se ríe a carcajadas—. ¿Cómo
lo llamaste? La escala de la vergüenza.
—Tuve que ir con cuello alto dos putas semanas —digo, y suspiro
indignado.
—¿Os acordáis de la cena solidaria que organizó mamá? —dice
Tristan, que echa la cabeza hacia atrás y se ríe—. Y tú con el chupetón
más grande que se haya visto jamás. —Se ríe solo de recordarlo—.Te
pasaste toda la noche escondiéndote de mamá y tapándote el cuello. Qué
risa, tío.
—Qué vergüenza. —Me estremezco solo de recordarlo—. Bueno,
volvamos a lo que nos ocupa. —Fulmino a Tristan con la mirada por sacar
el tema—. Emily, ese es su nombre, consiguió un trabajo aquí sin que yo
lo supiera. Empezó hace tres semanas. Tuvo el percance con el nombre y
me dijo que sospechaba que había gato encerrado. El mismo nombre
erróneo no podía ser una coincidencia. —Miro a mis hermanos—. Están
vendiendo nuestros artículos en el mercado negro.
—Me cago en la puta —dice Elliot.
—Los precios de nuestras acciones están cayendo porque ya no
publicamos exclusivas.
Elliot niega con la cabeza en señal de frustración.
—Porque los periodistas a los que pagamos trabajan para la
competencia —dice Tristan.
—Lo hemos comprobado esta semana. Le pedimos a Emily que
escribiera un artículo falso y que lo enviara como siempre, y voilà. —Le
doy un golpecito al periódico con los dedos—. He aquí la prueba. Página
tres de la Gazette.
Miran el periódico con aire meditabundo.
—¿Y qué hacemos?
—Yo los echaría a todos —espeto.
—No, hay que hacerlo bien. Hay cien personas en esa planta, sin contar
a los de informática y mensajería.
Los chicos se ponen a hablar de las opciones que tenemos.
—Dile a Richard del bufete que venga —pido por el interfono.
—Enseguida, señor.
—¿Y si Emily escribe otro artículo y lo seguimos más de cerca? —
propone Elliot.
—No —digo, tajante—. No quiero volver a meterla en esto. No la
quiero aquí.
Tristan esboza una sonrisita.
—Te voy a borrar esa sonrisa de la cara a golpes —le suelto.
—¿Te da miedo que te haga otro chupetón? —dice Elliot en broma—.
Debe de ser muy buena chupando.
Todos se ríen.
Lo fulmino con la mirada.
—Corta el rollo. No estoy de humor hoy.
Llaman a la puerta.
—Adelante. —Richard entra—. Siéntate, por favor.
—¿En qué puedo ayudaros? —pregunta con una sonrisa.
—Tenemos motivos para creer que alguien de la sección de actualidad
está vendiendo nuestros artículos a la competencia. ¿Cómo podemos
enfrentarnos a esto de manera legal?
Richard frunce el ceño mientras nos mira.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—Vale —exhala con aire pensativo—. Tienes que contratar los
servicios de una agencia de investigación corporativa.
—¿Qué hacen? —pregunto.
—Se centran sobre todo en los negocios: comprueban que tus socios
sean de fiar o que los acuerdos sean legítimos, investigan si pierdes o te
roban información confidencial, calculan la probabilidad de que tu
reputación esté dañada, cosas así.
—No —digo mientras me pongo en pie—. No quiero tener a alguien
ajeno a la empresa husmeando por aquí. ¿Y si sale a la luz? Será peor para
nuestra reputación.
—Con el debido respeto, Jameson, no veo que tengas alternativa —
señala Richard.
—¿Conoces alguna agencia de esas? —pregunta Tristan.
—No. Pero puedo enterarme de quién contrata sus servicios.
—No me convence.
—Son profesionales. Se encargan de estas cosas a diario. Ni te
enterarás de que están aquí —prosigue Richard.
—¿Cómo trabajan?
—Normalmente se hacen pasar por empleados para investigar sin
levantar sospechas.
Pongo los ojos en blanco en señal de fastidio.
—Qué chorrada. Esto no es un capítulo de MacGyver.
Miro a mis hermanos y sé que no tengo alternativa. Admitámoslo, no
hay otra forma de solucionar esto.
—De acuerdo.
Emily
***
Dos horas después, alzo la vista y veo a dos hombres que no había visto
nunca.
—¿Y esos? —susurro.
Molly los mira y le cambia la cara.
—Madre mía, gracias, Señor.
—¿Eh? —inquiero, frunciendo el ceño.
—Son Elliot y Christopher Miles. Vienen desde el Reino Unido. Habrá
junta esta semana o algo así.
—¿Son los hermanos de Jameson? —pregunto con los ojos muy
abiertos.
Sonríe distraída sin dejar de mirarlos.
—Sí. —Observa a Aaron, que también los mira descaradamente—. Me
pido a Elliot.
—Perfecto, porque yo me pido a Christopher —susurra al instante.
—Organízanos una cita con ellos, por favor —susurra Molly.
—Vale, pero nos vamos turnando —añade Aaron—. Que yo los quiero
a todos. No puedo elegir.
—¿Te imaginas? —murmura Molly—. Me pongo roja solo de
pensarlo. —Se abanica la cara con su carpeta de papel manila sin dejar de
observar a los hermanos—. Imagínatelos a todos en la cama turnándose tu
cuerpo.
Pongo los ojos en blanco, asqueada.
—Yo creo que los estáis sobrevalorando.
Qué va. Miento como una bellaca. Pelo oscuro, altos, corpulentos,
mandíbulas cuadradas y trajes de diseño propios de un playboy. Derrochan
poder y belleza por los cuatro costados. Idiotas.
Jameson no ha venido a verme hoy. No he sabido nada de él y, siendo
realistas, lo más seguro es que esté dándose el lote con Chloe en el sofá de
su despacho mientras hablamos.
¿Cómo he podido ser tan tonta?
16:30
***
***
***
***
Es sábado por la noche y estamos haciendo cola para entrar en el Sky Bar.
Estoy con Ava y Renee. Es el tercer local al que vamos. Es casi
medianoche. Me lo estoy pasando en grande. Hemos reído, hemos bailado
y hemos calentado a todos los tíos de Nueva York.
—¿Por qué estamos haciendo cola otra vez? —pregunto—. ¿Qué tenía
de malo el último sitio?
—Nada. Pero este es mejor, aunque solo se anima a partir de las once.
—Ah —musito y me encojo de hombros.
Madre mía, no sé nada de la vida nocturna de Nueva York. El portero
retira el cordón rojo que bloquea la puerta y nos hace pasar. Me quedo sin
habla.
¡Ahí va! El bar está en la planta cincuenta y, desde la terraza, se ve
toda la ciudad iluminada. Hay una pista de baile y un montón de bares de
copas. Las chicas tenían razón: aquí los hombres son otra historia.
Me doy un repaso, nerviosa. Espero estar presentable. Me he dejado el
pelo suelto y me he puesto un vestido ajustado de color crema. Las mangas
son largas y el escote, pronunciado. He tirado la casa por la ventana y me
he comprado un vestido nuevo para esta noche. Quería estar guapa.
Y ha valido la pena. Nunca en la vida me habían mirado tantos
hombres. Es increíble lo que un vestido ajustado y un poco de escote
pueden hacer por una chica.
Pedimos algo para beber y buscamos un rincón en el que quedarnos de
pie mientras miro a mi alrededor, asombrada. Es el local más espectacular
en el que he estado.
—Qué pasada de sitio —les digo sonriendo.
—¿Verdad que sí? —dice Ava y me guiña el ojo—. Los hombres de
aquí están solteros.
—Y forrados —añade Renee.
—¿A quién le importa si son ricos? —pregunto con una sonrisa de
suficiencia.
Doy un sorbo a mi bebida.
—A mí —contestan las dos a la vez.
—Si vas a estar con un tío, mejor que sea rico. Al menos, eso opino yo.
Paso de estar con alguien que no tenga donde caerse muerto. Para eso ya
estoy yo. Además, los polos opuestos se atraen —dice Ava.
Me río al escucharlas.
—A ver quién hay por aquí hoy —comenta Ava mientras escanea su
alrededor.
—¿A qué te refieres? —pregunto al ver cómo analiza la sala.
—Aquí vienen muchos famosos.
—¿En serio? —digo y echo un vistazo—. Creo que no sabría que son
famosos.
Nos pasamos la siguiente hora bailando y riendo mientras Ava me
explica con pelos y señales quién es quién. Por lo visto, todos son unos
portentos, pero ninguno es mi tipo.
Un chico guapísimo emerge de entre la multitud y me toca los muslos.
—¿Quieres bailar? —me pregunta. Es rubio, corpulento y está
invadiendo mi espacio personal, pero con ese cuerpo no me voy a quejar.
—Sí quiere, sí —tartamudea Ava mientras mira embobada al dios que
tenemos delante.
El tío me da la mano y me lleva a la pista. Me despido de mis amigas
con miedo y los ojos muy abiertos.
Ava me lanza un beso y se menea de la emoción.
—¿Cómo te llamas? —pregunta mientras me rodea con los brazos.
Le pongo las manos en los hombros y lo miro fijamente.
—Emily. ¿Y tú?
—Rocco.
Le sonrío. Qué nombre más raro. Dios, estoy achispada. Tengo que
parar de beber.
—¿Es la primera vez que vienes? —me pregunta como si ya conociera
la respuesta.
—¿Cómo lo sabes? —digo con una sonrisa de suficiencia.
—Si te hubiese visto antes, me acordaría.
Sonrío tímidamente.
Baja las manos hasta mi culo, pero se las vuelvo a poner en la cintura.
—Muy deprisa quieres ir tú, Rocco.
—Sé lo que quiero cuando lo veo.
Sonrío mientras se acerca a mi oreja y me susurra:
—Y te quiero a ti.
Capítulo 10
Jameson
Emily
Madre mía, ¿qué hace Jameson aquí? Me alejo del dios rubio, pero este me
agarra y me atrae hacia él.
—Vete —espeta.
—Vete tú —gruñe Jameson. Me aparta del chico y me estrecha entre
sus brazos—. Te he dicho que está conmigo.
El chico me mira y yo asiento ligeramente. No quiero problemas; que
se vaya y punto.
—Estoy con él —susurro.
Mira a Jameson, me mira a mí y se va a la barra echando humo. Me
vuelvo hacia Jameson Miles, el idiota pesado, y me zafo de su agarre.
—¿Qué te crees que haces?
—¿Qué coño te crees tú que haces? —gruñe.
—No me hables así.
—¿Has venido a ligar?
Pongo las manos en jarras, indignada.
—He venido a bailar. ¿Y tú?
—A pasar el rato con mis hermanos.
—Pues vete a aguarles la fiesta a ellos —digo, y resoplo.
Me dispongo a dar media vuelta cuando me rodea los brazos, me lleva
a un rincón de la pista y me estampa contra la pared.
Se cierne sobre mí. Noto su erección en la barriga. Nos miramos
fijamente y el ambiente cambia al instante.
—No —susurro.
—¿No qué?
—No quiero que me hipnotices con tu polla mágica.
Me guiña el ojo con descaro.
—Al revés, bonita. El hipnotizado soy yo —susurra mientras se inclina
hacia mí.
Me mete la lengua entre los labios. Vuelve a besarme succionando en
la medida justa. Me flaquean las rodillas.
Madre del amor hermoso, cómo besa este hombre.
—Jameson —musito—. No deberíamos hacer esto.
Me toca de arriba abajo. Chispas de placer.
—No me discutas esto —murmura mientras me clava en la pared
usando las caderas.
—No puedo.
—Puedes y lo harás. ¿Por qué privarías a tu cuerpo de lo que tan
desesperadamente necesita de mí?
Dios, tiene toda la razón. Mi cuerpo necesita su cuerpo… y mucho.
Pasamos a besarnos con frenesí. Le acaricio el pelo. Sé que es una
locura, pero lo deseo… No solo su cuerpo, todo.
Nos pasamos un buen rato besándonos como si fuéramos las dos únicas
personas que quedan en el planeta. Escondidos en un rincón, arrimándose a
mí. Dos cuerpos que buscan su propio placer en medio de la oscuridad.
—Te necesito —murmura rozando mis labios.
Ahogo un grito cuando se lanza a por mi cuello con la boca abierta.
Madre mía, me toca de una forma que…
—Jameson.
—Ya.
Me pega todavía más a la pared y noto su pene palpitante.
Madre mía, está a punto. Sí que me necesita, sí.
—En mi casa —dice con la voz entrecortada.
—En la mía —replico.
—No, en la mía —exige.
Lo aparto para verle la cara.
—En mi casa o nada. Lo tomas o lo dejas.
Tensa la mandíbula. Está claro que no soporta perder una discusión…
sea cual sea.
—Vale —dice, y me toma de la mano—. Vamos.
—No —digo mientras me zafo de su agarre—. No quiero que nos vean
juntos.
Frunce el ceño con gesto inquisitivo.
—Eres mi jefe —le recuerdo—. Y he venido con unas amigas del
trabajo.
Pone los ojos en blanco.
—Vale, despídete de ellas. Te espero abajo. Como no estés en dos
minutos, vengo y te saco a rastras.
Me da un beso largo y apasionado y, cuando me giro, me da un cachete
en el culo.
La adrenalina me corre por las venas mientras vuelvo con mis amigas.
Ha venido. Me voy con él. Esto marcha.
No quepo en mí de gozo, pero intento aparentar tranquilidad.
—¿Y el dios? —pregunta Renee.
—Ah —digo, frunciendo el ceño—. Era un capullo —miento.
Ava pone los ojos en blanco.
—Típico. Un hombre tan guapo no podía haber sido bendecido
también con un cerebro.
Esbozo una sonrisita. Sé de alguien que ha sido bendecido con ambos
dones, pero me lo guardaré para mí. Miro a lo lejos y veo que Jameson
toma el ascensor para bajar. Me mira con cara de que me dé prisa. Sonrío.
Cómo me gusta.
—Chicas, me marcho.
—¿Qué? —dicen con el semblante descompuesto—. ¿Por qué? La
noche es joven.
—Ya. Me lo he pasado genial, pero los pies me están matando. Estos
zapatos son una tortura. El próximo fin de semana os lo compenso con
algo, lo prometo. Cogeré un taxi abajo.
—Vale.
Ponen los ojos en blanco y me dan un beso en la mejilla.
—Mándame un mensaje cuando llegues —dice Ava.
—Vale —respondo con una sonrisa. Qué bien que no les haya
molestado—. Gracias por proponerme que viniera.
Se acercan dos tíos y Ava y Renee sonríen de oreja a oreja. Aprovecho
la ocasión para irme.
—Adiós —grito de camino al ascensor.
—Adiós —se despiden ellas.
Me meto en el ascensor.
—¿A dónde? —pregunta el empleado.
—A la planta baja.
Pulsa el botón y empezamos a bajar. El corazón me va a estallar.
Jameson Miles me pone cardíaca. No recuerdo haber estado tan
emocionada por estar a solas con un hombre jamás.
«Tú finge indiferencia, finge indiferencia».
Se abren las puertas del ascensor, salgo y miro a mi alrededor. ¿Dónde
está?
Cruzo el vestíbulo y me asomo a la calle atestada de gente. No lo veo.
¡No me digas que se ha ido sin mí!
—¿Has perdido algo? —dice una voz grave a mi espalda.
Me giro y veo a Jameson apoyado en la pared. El corazón me da un
vuelco. Me acerco a él y me estrecha entre sus brazos.
—En realidad sí —respondo con una sonrisa.
A diferencia de lo que hacemos normalmente, nos besamos con
delicadeza, con ternura, con dulzura. Es como si él también deseara estar a
solas conmigo.
—Vamos a casa —susurra.
Sonrío. Me parece estupendo.
—Vale.
Salimos a la calle y Jameson para un taxi. En diez minutos, estamos
delante de mi casa.
—Gracias —digo a punto de bajar del taxi.
Me giro y le doy veinte dólares a Jameson, pero niega con la cabeza
como si estuviera molesto.
—Pago yo —dice.
Salimos del taxi y cruzamos el vestíbulo de la mano y en silencio.
—¿Dónde están los porteros? —pregunta mientras mira a su alrededor.
—No hay porteros.
—¿No hay seguridad en este edificio? —pregunta con el ceño fruncido
por la sorpresa.
—Sí que hay —digo mientras señalo el telefonillo—. No se puede
entrar sin permiso.
Frunce el ceño mientras lo considera.
—Podría colarse cualquier pervertido.
—Esta noche eres tú el pervertido —replico con una sonrisita.
Se ríe entre dientes mientras me abraza.
—Ese soy yo.
Subimos a mi planta y cruzamos el pasillo. El corazón me late con
fuerza. Es distinto de las otras veces que hemos estado juntos.
Normalmente, estamos tan cegados por la pasión que ni recordamos cómo
hemos llegado a la puerta. Abro y lo invito a entrar. Contengo la
respiración mientras analiza la estancia.
Mi apartamento es minúsculo; cabría entero en su dormitorio.
—Es bonito —dice.
Me entra la risa tonta.
—Qué mal mientes.
Se ríe por lo bajo y me estrecha entre sus brazos.
—A tu lado cualquier sitio es perfecto.
Nos miramos a los ojos y algo cambia en el ambiente. La ternura ha
reemplazado a la ira y el rencor.
Este es el hombre que conocí en la escala en Boston.
—¿Tienes hambre? —pregunto—. Podríamos pedir algo en Uber Eats.
Tarta de queso con caramelo, por ejemplo.
—¿Qué dices? Dime que no pides en Uber Eats —exclama,
escandalizado.
—Siempre —respondo y me encojo de hombros.
—¿En serio? —tartamudea—. ¿Dejas que unos desconocidos toquen tu
comida?
—Son repartidores. ¿Por qué no iba a hacerlo?
—Ven que has pedido solo para uno. Te echan Rohypnol en la comida,
esperan media hora para que te la comas y estés inconsciente. Entonces
vuelven, fuerzan la entrada y hacen lo que quieren con tu cuerpo. —Finge
que se limpia las manos—. Bum, el crimen más sencillo del mundo.
Se me descompone el gesto.
—¿Cómo?
Dios, no se me había ocurrido.
—No me lo invento —dice mientras se pasea por mi casa—. Si yo
fuese un violador, haría eso.
—No sé si me aterra o me impresiona que pienses cosas tan macabras.
Se vuelve hacia mí y relaja la expresión.
—Te impresiona, quedémonos con que te impresiona.
Me entra la risa tonta mientras me abraza.
—Vale —murmuro—. Pues me impresiona. ¿Por qué la has tomado
conmigo esta semana? —pregunto con dulzura mientras le paso los dedos
por el pelo.
—Porque me discutes —susurra—. Y no me gusta.
Se apodera de mis labios y, con delicadeza, me mete la lengua.
—Ahora no.
—Y mira lo guapa que estás —dice con ternura mientras me acaricia
las mejillas.
Nos besamos con más intensidad. Lo quiero desnudo. En mi cama y
desnudo. Le quito la camisa y le desabrocho los pantalones. Incapaz de
despegarse de mí, no deja de besarme en el proceso.
Su pecho es ancho y con algo de vello. Se le notan los abdominales,
pero lo que de verdad destaca es su miembro viril.
Lo tiene como un toro. Me pregunto si se le bajará algún día, porque
yo nunca lo he visto relajado del todo.
—Túmbate en la cama —susurro mientras me lo como con los ojos.
—Es lo mejor que me has dicho nunca —añade con una sonrisa de
oreja a oreja.
Me lleva hasta la cama de la mano y, con un solo gesto, me desabrocha
el vestido y me lo baja poco a poco.
Me ayuda a salir y me mira de arriba abajo con avidez.
—Qué guapa eres, joder.
Me hincho de orgullo al ver cómo me mira.
Me tumba y me separa las piernas. Se la acaricia despacio sin dejar de
mirarme. Me retuerzo, ansiosa por sentir su cuerpo sobre el mío. Se mete
un pezón en la boca y arqueo la espalda. Desliza la mano hacia abajo.
Sisea en señal de aprobación al notar lo húmeda que estoy. Respiro de
manera entrecortada. Es tan…
Jameson Miles sabe tocar a una mujer.
Ahora mismo está todo magnificado, hasta el punto de que podría
llegar al orgasmo solo con el fuego de su mirada.
Me deja un reguero de besos que sabe a gloria y me besa en los muslos
internos con la boca abierta. Lo agarro de la nuca. Me abre más las piernas
y me introduce esa lengua tan gruesa y fuerte.
Arqueo la espalda de placer y cierro los ojos.
—Dios mío.
Me lame, lento al principio, pero después, como si no pudiera
controlarse, me devora. Me quema con la barba mientras le restriego el
sexo por la cara.
—Qué gusto, Dios —gimoteo.
Se pone mis piernas en los hombros. El cambio de postura hace que
tiemble de necesidad.
—Jim —lloriqueo mientras lo agarro fuerte del pelo.
—Ven para que te saboree —gime desde ahí abajo.
Me entran espasmos y me estremezco por dentro mientras me aferro a
él. Me rebaña como si fuera su última cena. Se aparta, abre un condón y
me lo pasa. Le doy un besito en la punta y se lo pongo.
Sin dejar de mirarme a los ojos, se coloca mis piernas en la cintura y,
con una fuerte embestida, me penetra.
Ahogamos un grito.
—Joder, qué gusto —susurra mientras nos miramos a los ojos.
La saca y la vuelve a meter despacio. Se me relaja la boca al sentir
cómo me posee.
Nadie me folla como Jameson Miles… Nadie.
Podré negar mi apego emocional por él todo lo que quiera, pero el
físico… No puedo.
Se queda merodeando ahí dentro y luego me la vuelve a clavar. Doy un
grito. Entonces me penetra a base de estocadas profundas y castigadoras.
Mi cama choca con la pared con tanta fuerza que parece que se vaya a caer.
—Joder, joder, joder —gime con la cara enterrada en mi cuello.
Me sube una pierna y ya no aguanto más. Me contraigo con su
miembro dentro, y él sisea cuando nos corremos juntos.
Nos quedamos abrazados, jadeando. Sonrío en su mejilla mientras la
euforia me corre por las venas.
Jameson Miles es mi nueva droga.
Y yo soy una adicta a él.
***
***
***
***
Es viernes y son las tres de la tarde. Contemplo el artículo falso que tengo
delante. Qué ironía, me he mudado a Nueva York para acabar inventando
noticias para un mierda, su empresa de mierda y sus hermanos de mierda.
Aporreo las teclas con fuerza. Cabrón, cabrón, cabrón de mierda.
Tantos años de carrera para esto. Mis padres estarán orgullosos.
Cuando se me presentó esta oportunidad, pensé que sería emocionante y
que tendría ocasión de demostrar mi valía. Quizá me equivocaba.
—Al fondo —oigo decir a alguien.
Levanto la vista y veo a un hombre con una bolsa de papel marrón.
—Uber Eats para Emily Foster.
—¿Cómo? —Miro a mi alrededor, avergonzada—. Pero si no he
pedido nada.
Lee el resguardo.
—Aquí pone que… —Hace una pausa mientras lee y frunce el ceño
como si estuviera confundido—. Aquí pone que esta entrega de Uber Eats
ha superado los controles de calidad y es apta para el consumo humano.
Me quedo mirándolo y acepto la bolsa.
Él entorna los ojos mientras sigue leyendo el resguardo.
—No tiene sentido…
—¿El qué?
—Azúcar para endulzarte.
Abro la bolsa y veo una tarta de queso con maracuyá en todo su
esplendor. Sonrío a la cámara. ¿Está jugando?
—¿Quién la envía? —pregunto.
—Según esto, el remitente es un tal señor Majo.
Lo miro con cara de póquer.
—¿Señor Majo?
—Sí. Raro, ¿no?
—Gracias.
Me esfuerzo al máximo por no sonreír. Sé que está mirando.
Molly y Aaron echan un vistazo dentro de la bolsa.
—¡Toma ya! —chilla Aaron—. Voy a por platos.
Se dirige a la cocina de la planta.
—Tarta de queso, menos mal —exclama Molly, emocionada.
Él ha dado el primer paso. ¿Qué hago yo ahora?
Saco el móvil y le escribo.
Está bien.
Espero.
—Ten —me dice Aaron y me ofrece un plato con el trozo de tarta más
grande que he visto en mi vida.
Le da otro a Molly y se sienta con el suyo.
—Qué bueno está esto, madre mía —murmura Molly con la boca
llena.
Aaron gime complacido.
—Joder, qué orgasmo para el paladar.
Le doy un mordisco mientras me concentro en no sonreír mucho por si
está mirando.
Bien jugado, señor Miles… Bien jugado.
***
***
***
***
Una hora después, me despierta el olor a beicon. Abro los ojos y sonrío.
No sé qué universo paralelo será este, pero me gusta. Me pongo un
albornoz que había colgado en el baño y me dirijo al salón. Doblo la
esquina y veo una pared de cristal con vistas a Nueva York y Central Park.
El exceso de lujo y riqueza son como un golpe en toda la cara y me
detengo en seco. No puedo creer que todo esto sea suyo.
Este dinero es su dinero.
Miro los suelos, las alfombras, los muebles, la chimenea y el enorme
espejo dorado que hay encima. No he visto un apartamento como este en
ninguna revista, ya no digamos estar en uno. Me siento fuera de lugar.
—Mira a quién tenemos aquí —dice con una sonrisa cuando me ve.
Esbozo una sonrisa torcida.
Frunce el ceño al verme la cara.
—¿Qué pasa?
Retuerzo las manos, inquieta.
—Tu casa me pone nerviosa.
—¿Por qué?
Me encojo de hombros, avergonzada por mis bajos estándares.
—Es muy sofisticada. Siento que no encajo aquí.
Me abraza.
—¿Y eso qué significa?
Dudo.
—¿Por eso no querías venir el fin de semana pasado?
—Sí —digo, asintiendo con la cabeza.
—Explícame por qué.
—Cuando estoy aquí, recuerdo lo diferentes que somos.
—¿Y eso te preocupa?
Asiento con timidez.
Frunce el ceño como si le costase entenderlo.
—Eres la primera que lleva mal que tenga dinero.
—Me corta mucho el rollo.
—¿En serio? —balbucea.
—Preferiría que fueses pobre y todo —respondo con una sonrisa,
porque sé lo tonto que suena.
Se ríe entre dientes.
—Habla por ti.
Me lleva a la cocina, donde me espera un desayuno compuesto por una
rebanada de pan de masa madre con beicon, huevos y una rodaja de
aguacate.
—¡Qué pinta! —exclamo con una sonrisa mientras me siento.
—Que sepas que preparo unos desayunos para chuparse los dedos —
dice y se sienta a mi lado, orgulloso de sí mismo.
Se me borra la sonrisa mientras agarro el cuchillo y el tenedor. «Eso es
porque prepara muchos desayunos».
Para.
Pruebo la comida. Me pregunto cuántas mujeres se habrán sentado
aquí y se habrán comido lo que les haya preparado después de estar toda la
noche dale que te pego.
Por el amor de Dios, para de una vez.
—¿Qué vas a hacer hoy? —pregunto para dejar de pensar en cosas
negativas.
—Esta tarde jugaré al golf con mis hermanos y luego seguramente iré
a cenar con ellos y con mis padres. Vuelven a Londres la semana que
viene. —Da un sorbo al café—. ¿Y tú?
Sonrío al imaginarme a los cuatro jugando al golf.
—Tengo que ir a comprar. Saldré a dar un paseo y luego escribiré
algunos artículos falsos.
Deja de comer y me dice:
—No hace falta que trabajes los fines de semana.
—Ya, pero me gusta ir adelantada por si surge algún imprevisto.
Asiente y vuelve a comer.
—¿Vas a salir esta noche? —pregunta como si nada.
No, pero no quiero que piense que me voy a quedar en casa
lloriqueando por él.
—Sí.
Me mira al instante. Se le mueve la mandíbula como si estuviera
enfadado.
—¿A dónde vas?
—A cenar con Molly y Aaron.
—¿Quién es Aaron?
—Un amigo del trabajo. Se sienta a mi lado. Es gay.
—Ah —dice mientras corta la tostada, ya más tranquilo.
Observo cómo come en silencio.
—¿Te molestaría que saliese de fiesta?
Bebe un poco de café para ganar tiempo.
—Bueno, teniendo en cuenta cómo te comportaste la semana pasada,
sí, me molestaría.
Sonrío con ternura.
—¿Qué?
—Nada —respondo y me encojo de hombros. Me gusta que le moleste.
Me sube la mano por el muslo y me da un beso en la mejilla.
—No pienso compartirte. No quiero que bailes con nadie.
Sonrío y le acaricio la barba con las dos manos mientras lo miro a los
ojos.
—Vale, pues no lo haré.
***
***
Estoy tumbada en el sofá de lo más relajada. En contra de lo que me
aconsejó Jameson, he pedido en Uber Eats para una persona. Sí, he cerrado
la puerta con cadena por si acaso.
El móvil empieza a vibrar encima de la mesa; el nombre «Aaron»
ilumina la pantalla.
—Hola —digo con una sonrisita.
—Te vas a cagar —tartamudea—. He hackeado el correo de Paul y se
ve que ha quedado con uno esta noche.
Me incorporo.
—¿Cómo?
—Sí, pero hay más.
—¿Más?
—Está en Grindr.
—Madre mía, no puede ser —exclamo tras ahogar un grito—. ¿Está en
Grindr?
—Sí. Vístete, que nos vamos de parranda.
—¿Qué? —chillo.
—Ya me has oído. Ponte algo sexy. En media hora estoy ahí.
—Pero…
Se oye un clic; ha colgado. Jo, no me apetece salir esta noche.
Me vuelve a sonar el móvil. Es Molly.
—Sí —digo, pues me imagino que Aaron la habrá llamado también.
—¿Que el muy cabrón está en Grindr? —aúlla.
—Eso parece.
—Hazme un favor. Esta noche, cuando veas la mierda de pene que
tiene Paul, coges el zapato y lo haces picadillo.
Sonrío.
—Espero no verlo, Molly.
—No me lo creo. Qué fuerte —exclama indignada.
—Ya ves.
—Aaron es demasiado bueno para él.
—Totalmente. ¿Te vienes de fiesta con nosotros?
—No puedo. Tengo a los niños. Átate una GoPro a la cabeza para que
vea qué pasa.
—¿No puedes dejarlos con su padre? —pregunto—. Es una
emergencia.
—No. Ha salido con una pelandrusca.
Me entra la risa tonta.
—Madre mía, cómo está el patio.
—No veas —responde, cortante—. Vale, te llamo cada hora. Cógelo.
Cuelga.
***
Jameson
Respiro hondo por la nariz para intentar tranquilizarme.
—Madre mía, Jameson, afloja un poco —espeta Tristan—. El pobre lo
está haciendo lo mejor que puede.
—Y una mierda. Este tío es un inútil. Lleva aquí una semana y no tiene
ni idea de lo que pasa. Le interesa más ir detrás de las chicas.
Me sirvo un whisky y contemplo la ciudad por la ventana.
—Son solo las diez —señala Tristan en tono seco mientras me mira.
—¿Y? —digo, cortante.
Doy un sorbo al whisky; noto cómo me quema la garganta.
—Esa chica que mencionas no será Emily Foster, ¿no?
—No empieces —replico mientras pongo los ojos en blanco. Estoy que
me subo por las paredes. ¿Cómo ha podido salir con él?—. ¿Tienes el
informe de gestión? —pregunto para cambiar de tema.
—No, está en mi despacho —contesta y se dirige a la puerta—. Voy a
buscarlo.
No aparto los ojos de la ciudad.
—Hola —oigo que dice una vocecita a mi espalda.
Suspiro sin dejar de mirar por la ventana.
—Vuelve al trabajo, Emily.
—¿Estás bien? —pregunta mientras se acerca a mí.
—Sí, estoy bien —musito apretando la mandíbula para no mirarla.
Me quita el whisky y lo tira por el desagüe.
—¿Qué haces? —exclamo enfadado.
Me sonríe y me abraza por la cintura por dentro de la chaqueta.
—Cuidar de mi hombre.
—Pues no me tires la copa.
—Pues no bebas porque estás estresado. Estás jugando con fuego,
Jameson.
—No eres mi madre.
Sonríe de forma sensual y se pone de puntillas para besarme.
La fulmino con la mirada.
—Estoy muy enfadado contigo.
—Lo sé —susurra, y vuelve a besarme—. El sábado no iba a salir, pero
entonces tuvimos que espiar al novio de Aaron porque había quedado con
uno de Grindr. Entonces apareció Jake. Y madre mía, qué pesado, no se
callaba.
Le lanzo una mirada asesina.
Ella sonríe y se arrima a mi pecho.
—Te he echado de menos este fin de semana.
Por primera vez desde que la dejé en casa el sábado, estoy tranquilo.
—No me eches de menos, Em —suspiro.
—No puedo evitarlo —dice y, haciendo caso omiso de lo que le digo,
me besa en los labios—. Si estás estresado, te vas al gimnasio o vienes a
verme. ¿Qué tal el kárate? He oído que va muy bien.
Pongo los ojos en blanco.
—Hacer kárate y convertirme en el puto Kung Fu Panda no aliviará mi
estrés. Es ridículo que pienses que sí.
—Vale, pues sal a correr, pero no quiero que te pases todo el santo día
bebiendo.
Incapaz de controlarme un segundo más, le paso el brazo por la
cintura.
—Y yo te dije que no quiero que salgas con otros hombres. Y menos
con él.
Me acaricia la barba con la punta de los dedos mientras sonríe con
dulzura.
—Tú eres mi único hombre —susurra—. Solo pienso en ti.
Siento que poco a poco se me pasa el cabreo mientras nos besamos.
—Te necesito esta noche —me dice bajito.
Madre mía, y yo a ella. «No, cíñete a las reglas».
—No es martes.
—Me da igual.
—¿Tiene que desobedecerme en todo, señorita Foster?
—Y porque aún no ha visto lo traviesa que voy a ser esta noche, señor
Miles —musita mientras la presiono contra mi cuerpo para que note mi
erección.
—Ejem —carraspea una voz desde la puerta.
Alzamos la vista, sobresaltados.
Emily se aparta de mí con brusquedad.
—Tristan —balbucea—. Solo estaba… —Nos mira a uno y a otro—.
Vamos, que…
Tristan se ríe entre dientes.
—¿Queréis que os deje solos?
—No —tartamudea—. Yo ya me iba —dice, y se dirige a la puerta casi
corriendo—. Pues eso, adiós.
No puedo evitar sonreír cuando veo lo roja que se ha puesto. Tristan ya
lo sabe: nos lo contamos todo.
—Adiós, señorita Foster. Pasaré a recogerla a las siete.
Ella asiente avergonzada y se va pitando. La miro sonriendo.
—Es buena para ti —me dice Tristan, mirándome a los ojos.
—Eso es discutible.
Emily
***
Llaman al timbre.
—Hola —contesto con una sonrisa.
—Hola, señorita Foster. Soy Alan, el chófer del señor Miles.
Se me cambia la cara.
—Oh, ¿pasa algo?
—No, el señor Miles me ha pedido que la lleve a su casa. La
teleconferencia se ha retrasado, pero estará con usted en breve.
—Vale, ahora bajo.
Cojo la bolsa que he preparado para pasar la noche fuera y, tras echar
un último vistazo a la casa, bajo.
Salgo a la calle y veo al chófer con su traje negro de siempre junto a la
limusina.
—Hola —saludo nerviosa mientras me acerco a él.
—Hola.
—Soy Emily —musito mientras le extiendo la mano, avergonzada por
no haberme presentado antes.
—Yo soy Alan —replica, y me estrecha la mano mientras me sonríe
con cariño—. ¿Estás lista?
—Sí.
Me abre la puerta y me siento en la parte de atrás. Cierra la puerta y
nos adentramos en la noche. Esto no parece real: yo en la parte de atrás de
una limusina y el chófer de Jameson llevándome a su casa.
Llegamos a su edificio. Aparca en la zona designada para ello y me
abre la puerta.
—Ya la llevo yo —dice, y hace ademán de cogerme la bolsa.
—No es necesario, ya puedo yo. Pero gracias de todos modos.
Frunce el ceño. Parece desilusionado.
—A no ser que quieras llevarla tú —balbuceo.
—Gracias —exclama, y me la coge con una sonrisa—. Lo prefiero.
Vaya, le ha ofendido que no le dejase llevarme la bolsa. ¿Qué universo
paralelo es este?
Entramos en el ascensor. El empleado ya sabe a qué planta voy. Debe
de conocer a Alan.
Nerviosa, contengo la respiración mientras subimos en silencio.
Llegamos a su planta. Indecisa, sigo a Alan, que se dispone a abrir la
puerta.
—El señor Miles no tardará mucho en llegar. Sigue en la oficina. La
reunión está durando más de lo esperado.
—Gracias —digo con una sonrisa.
—¿Necesita algo más?
—No, estoy bien.
Inclina la cabeza con educación, cierra la puerta y me deja sola. Me
giro y me fijo en que la disposición de las lámparas crea un lienzo
impresionante para los ojos. Nueva York iluminada es sencillamente
espectacular. Saco el móvil para hacer fotos. Sería incapaz de ponerme en
plan fanática con él aquí.
Entro en el dormitorio y dejo la bolsa en el vestidor vacío. Entonces,
me meto en el suyo. Los trajes y las camisas que usa para ir a trabajar
están dispuestos en fila, y hay hileras y más hileras de zapatos caros y
lustrosos.
Paso la mano por las mangas de los trajes mientras miro a mi
alrededor. Abro el cajón superior de la cómoda. Me hace gracia lo
maniático del orden que es. Las corbatas están enrolladas y se exhiben
como si estuviésemos en una boutique de lujo para hombres. También hay
relojes. Los cuento: diez relojes carísimos colocados en fila. Entonces, veo
algo enrollado al lado. Se me para el corazón cuando leo las iniciales.
E. F.
Mi bufanda.
La ha guardado.
Y no solo eso, sino que se encuentra entre sus cosas especiales. La cojo
y me quedo mirándola. Cierro los ojos e inhalo profundamente; aún huele
a mi perfume.
Entonces no fueron imaginaciones mías. Sí que estuvimos juntos. Con
una sonrisa de oreja a oreja, dejo la bufanda donde estaba y cierro el cajón
con cuidado.
No sé qué hacer al respecto, pero estoy muy contenta con mi hallazgo.
Se me acelera el corazón.
La ha guardado.
Me paseo por su casa mirándolo todo. Paso la mano por las encimeras
de mármol de la cocina. Cuánto lujo hay en esta casa. Sonrío.
Me pregunto si habrá comido.
Abro la nevera, pero, para mi sorpresa, está prácticamente vacía. Hay
pollo y algunos ingredientes. Abro la despensa y encuentro otras cosas.
Echo un vistazo en la nevera de vino y frunzo el ceño: está llena.
Cómo no.
¿Con qué frecuencia cenará líquido el señor Miles?
Mmm, tengo que quitarle el estrés.
Me sirvo una copa de vino, saco los ingredientes y revuelvo en los
armarios hasta dar con una olla, una sartén, una tabla de picar y un
cuchillo. Busco Spotify en el móvil y pongo música relajante.
Corto el pollo con una sonrisa tonta en la cara.
Ha guardado mi bufanda.
***
***
***
Espero a Ava y a Molly en el vestíbulo para ir a almorzar. Molly está
hablando con un guardia de seguridad. Creo que le hace tilín.
—¿Te apetece salir este fin de semana? —pregunta Ava.
—Mmm… Es que aún no sé lo que voy a hacer. A lo mejor voy a ver a
mis padres.
No quiero volver a salir con ella. Solo le interesan los hombres si
tienen dinero. Eso no va nada conmigo. No lo soporto.
Se abre un ascensor y Tristan y Jameson salen de él. Los acompañan
dos hombres. Entre el traje azul marino y la camisa blanca almidonada, es
el culmen de la belleza. Pelo oscuro, mandíbula cuadrada y ojos azules
penetrantes. Cuesta creer que hace solo seis horas me la estuviera
metiendo en la ducha. Después de salir a correr, lo hemos hecho dos veces.
Este hombre es una bestia y su pene es de otro mundo.
He muerto y he ido al cielo de los directores ejecutivos.
—Ay, madre —susurra Ava—. Mira quién viene por ahí.
Jameson está enfrascado en una conversación con los hombres, que
cruzan el vestíbulo atestado de gente a grandes zancadas. Todo el mundo
deja lo que está haciendo para mirarlos. Me quedo quieta cuando pasa por
mi lado y, en el último segundo, alza la vista y me ve. Trastabilla y le hago
un gesto muy sutil con la cabeza. No quiero que nadie se entere de lo
nuestro. Me devuelve el saludo y retoma la conversación. Los vemos salir
por la puerta y se van calle arriba.
Irán a almorzar.
Ava suspira.
—En serio, ¿dónde encuentro a uno como los hermanos Miles?
—Eso digo yo.
Miro hacia donde se han ido.
—Algún día —susurra—. Algún día.
***
***
Hola:
Te he pedido hora para que te hagan un masaje. Estará en tu
casa a las siete. Espero que no interfiera en tus planes.
Besos y abrazos,
CF
Me contesta al momento.
Querida CF:
¿Quién?
Besos,
J
Querido señor J:
Un fisioterapeuta profesional le va a realizar un masaje sin
sexo de por medio. Está especializado en los dolores de espalda
y cobra un pastón.
Besos y abrazos,
CF
CF:
Vale. ¿Te importa recibirlo tú? Le diré a Alan que te recoja a
las seis y media. Quedamos ahí. Tardaré unos quince minutos.
Besos y abrazos,
J
Me contesta.
Sí. La semana que viene estaré fuera, así que voy a pasar las
citas de esa semana a esta. Nos vemos luego.
Besos y abrazos,
Jay
Jay:
¿Qué querrás para cenar?
Besos y abrazos,
CF
Cada vez más colorada, esbozo una sonrisita y cierro el correo. Es, sin
duda, el hombre más sexy del mundo.
***
Me siento toda una chef en su cocina de lujo. Ya son las siete. Pongo una
olla con agua en el fuego. Me gusta tener la cena lista para él. Sé que no
está acostumbrado, pero precisamente por eso me parece algo especial.
Llaman al timbre y miro a mi alrededor. Mierda. ¿Dónde está el
telefonillo?
Veo un teléfono y una pantalla cerca de la puerta principal. Lo cojo.
—¿Diga?
—Hola, soy Matthew, el fisio. Vengo por el masaje terapéutico.
Miro la pantalla con una sonrisa. Matthew es guapo, tiene un rollo
escandinavo.
—Sube.
Le abro la puerta y veo que se mete en el ascensor. Poco después llama
a la puerta.
—Hola —saludo con una sonrisa.
—Hola.
Va con un uniforme blanco y lleva una camilla de masaje plegable.
Madre mía, qué bueno está. Quizá le pida un masaje para mí también.
—¿Dónde me pongo? —pregunta.
—Pues… —Frunzo el ceño mientras miro a mi alrededor. ¿Dónde lo
meto?—. Un momento.
Me asomo a los cuartos del pasillo. En el del fondo hay una cinta de
correr y un banco de pesas.
—Al fondo, por favor.
Cruza el pasillo con una actitud de lo más sensual y empieza a
prepararse. De pronto, recuerdo que así estaba Jameson con Chloe…, salvo
que ellos además se acostaban juntos. Se me revuelve el estómago al
pensarlo.
Para.
—Estaré por aquí por si me necesitas.
Nerviosa, vuelvo a la cocina. Mierda, ¿haré bien dejándolo solo? A lo
mejor tendría que vigilarlo.
Le echo un ojo al pasillo para asegurarme de que no sale a cotillear.
Madre mía, ¿qué protocolo hay que seguir con los desconocidos en una
casa así?
La puerta principal se abre y entra Jameson.
—Hola —dice sin emoción en la voz.
—Hola —respondo con una sonrisa. Lo abrazo—. ¿Cómo está mi
hombre?
—Bien. —Pasa por mi lado como una exhalación.
Vaya. Frunzo el ceño. Ese no es el saludo que esperaba.
—¿Ha llegado ya?
—Sí, está en la habitación del fondo.
—Voy a darme una ducha rápida. Dile que no tardo nada, por favor.
—Vale.
Se mete en el dormitorio y yo cruzo el pasillo.
—Jameson se va a dar una ducha rápida. Será un momento.
—Vale, gracias —dice Matthew con una sonrisa.
Regreso a la cocina y remuevo las verduras que estoy cociendo. A lo
mejor tendría que haberme quedado en casa esta noche. No parecía muy
contento de verme.
Al cabo de diez minutos, me abraza por detrás y me besa en la sien.
—Hola, preciosa —susurra con ternura.
Me giro y lo veo con una toalla blanca atada a la cintura.
—¿Va todo bien?
—Sí, es que estoy muy cansado —murmura, y exhala con pesadez—.
Lo último que me apetece es un puto masaje —susurra con la mejilla
apoyada en la mía.
—Te sentirás mucho mejor después —digo—. Masaje, cena y cama.
Pone los ojos en blanco y cruza el pasillo a regañadientes.
***
Escucho con una sonrisa. Cada vez que Jameson inspira, se le escapa un
ligero ronquido. Estoy en pijama en el sofá viendo una peli, y él tiene la
cabeza en mi regazo y duerme como un bebé.
No sé por qué, pero me parece una situación… normal.
Hablaba en serio cuando ha dicho que estaba cansado. Está más que
cansado; está agotado.
Creo que su cansancio es más mental que físico. No quiero ni imaginar
lo que debe de soportar en el trabajo todos los días. Desde muy joven, ha
tenido que lidiar con la presión de dirigir Miles Media. Y seguro que de
pequeño lo educaron para desempeñar ese papel. Pero el director ejecutivo
Jameson Miles es un simple mortal y siento la imperiosa necesidad de
protegerlo.
Le acaricio el pelo con aire distraído y disfruto de este momento tan
íntimo que compartimos.
No creo que mucha gente tenga ocasión de verlo así de relajado.
—Jay —susurro con ternura.
Gime mientras duerme.
—A la cama, Jay —susurro.
Inhala mientras se estira y parpadea como si no supiera dónde está.
Le atuso el pelo.
—A la cama —digo sonriendo con dulzura.
Apago las luces y la tele y me lleva de la mano a su cuarto. Se cepilla
los dientes y se mete en la cama.
Me preparo para irme a dormir y me tumbo a su lado. Me abraza y me
susurra:
—Buenas noches, princesa.
Y me besa en la frente. Estamos pegados. Nunca me había sentido tan
unida a él.
—Buenas noches —digo, y me acurruco contra su pecho.
No ha habido sexo, y aun así ha sido una noche normal y curiosamente
íntima.
Podría acostumbrarme a esto.
***
***
—¿Y esto? —exclama Molly, que frunce el ceño mientras lee una noticia
en el ordenador.
—¿Qué pasa? —pregunto sin dejar de teclear.
—Aquí pone que hoy habrá una junta urgente en Miles Media y que la
semana que viene habrá más en Londres.
Se me cae el alma a los pies: Jameson se va a Londres la semana que
viene.
—¿Cómo?
Gira la pantalla para que lea el artículo sobre cómo ha caído el precio
de las acciones de Miles Media. Apoyo la cara en la mano mientras leo.
Madre mía, qué pesadilla. Levanto la vista y veo a Jake tan tranquilo
riéndose con una chica. ¿Qué hace el tonto este? ¿Está investigando,
acaso?
Uf, de verdad que no es el indicado para el puesto. Seguro que no está
investigando nada pero que tiene los números de todas las chicas de la
planta. ¿Le digo lo que pienso de Hayden? No, solo es una corazonada y no
tengo pruebas. Pero hoy comprobaré si mi teoría es cierta.
Que le den. Al final ya veo que tendré que averiguar quién es el traidor
yo solita. Porque este tío no tiene ni puñetera idea.
Por el rabillo del ojo, veo que la gente vuelve corriendo a su mesa.
Miro y veo que Jameson y Tristan están en nuestra planta. Tristan sonríe y
habla con la gente mientras camina. En cambio, Jameson está serio y de
mal humor; pero, eso sí, tan guapo como siempre.
Parece enfurecido, pero me apetece tanto besarlo que duele.
«Estás enfadada con él, ¿recuerdas? No mires, no mires».
Vuelvo la atención a la pantalla, pero, entonces, veo de soslayo ese
traje gris tan familiar. Levanto la vista y Jameson está junto a mi mesa.
—Hola, señor Miles —digo con una sonrisa falsa.
—Hola —contesta con los ojos clavados en los míos.
—¿Puedo ayudarlo en algo, señor?
—¿Dónde está Jake? —pregunta con los dientes apretados.
—Estará coqueteando con alguna. Busque a una mujer atractiva y lo
encontrará —murmuro en voz baja mientras lo señalo con el boli.
Jameson inhala con fuerza y fulmina con la mirada a Jake, que charla
con una rubia, ajeno a todo. Jameson mira a Tristan y ambos mueven
ligeramente la cabeza.
—Tristan, ¿puedo pasarme un momento por tu despacho luego? —
pregunto.
—Sí, claro. Ven en media hora.
Jameson se me queda mirando más tiempo de lo normal, como si
esperara a que dijera algo. Oculto mi rabia tras una sonrisa amable. Puede
que tenga razón y en el fondo sea una zorra.
—Adiós.
—Adiós —dice mientras se da la vuelta y se dirige hacia Jake.
Jake ve que se le acerca y pega un bote. Sonrío. Jameson le dice algo y
se lo lleva al ascensor.
Ojalá lo echen. No se está tomando en serio el caso, y es grave.
***
***
Jay me estrecha entre sus brazos para despedirse. Se marcha a Londres una
semana. Y va a estar hasta arriba de reuniones. Ha sido el mejor fin de
semana del mundo. Hemos estado todo el rato en mi casa. He cocinado
para los dos, hemos hecho el amor, hemos visto pelis y hasta hemos salido
a correr. Ni rastro del director ejecutivo cascarrabias. Anoche pasamos por
su casa para que hiciese la maleta y, aun así, hemos dormido en la mía. Me
da la sensación de que en mi casa deja de ser el director ejecutivo Jameson
Miles y pasa a ser un hombre normal. Mi hombre. Por un instante, se
olvida de quién es y de lo que se espera de él.
La dinámica entre nosotros ha cambiado.
Me estoy enamorando de él y no sé cómo evitarlo.
Siento que estoy cayendo en su embrujo, en el embrujo de Jameson
Miles.
—Esta vez no hagas escala, ¿vale? —susurro.
Sonríe mientras nos besamos.
—Ni hables con chicas a las que hayan subido a primera clase.
Me agarra del culo.
—Calla un poco, anda.
Lo abrazo más fuerte.
—No quiero ni pensar en estar una semana sin ti —confieso.
Vuelve a besarme, pero se queda callado.
—¿No vas a decir nada? —susurro—. Va, dime algo bonito para
animarme.
Me acuna las mejillas y acerca su rostro al mío.
—He metido tu bufanda en la maleta.
Sonrío con dulzura.
—Tampoco es algo nuevo. La he llevado en todos los viajes que he
hecho desde que nos conocimos.
No me esperaba eso. Me invade la emoción y se me llenan los ojos de
lágrimas. Parpadeo para que no las vea.
—¿En serio? —susurro.
Asiente y me besa sin soltarme la cara. Es un beso tierno, perfecto, y
madre mía, me entran ganas de decirle que quizá sí le quiera de verdad.
Pero no lo haré, no quiero estropear esto.
Sea lo que sea esto.
***
***
***
Jameson
Toco la pizarra que tengo delante mientras me pongo en pie y repaso los
temas que vamos a tratar.
—Este pronóstico se basa en el ambiente actual. No obstante, puede
que todo cambie cuando haya elecciones.
Zzz. Tengo el móvil encima de la mesa y vibra. Miro a los hombres.
«Deja que suene». Elliot mira la pantalla a la vez que yo para ver quién
llama.
CF.
Quiero oír su voz. No va a pasar nada por ausentarme dos minutos.
—Tengo que cogerlo. Elliot, ¿te importaría explicar la estrategia
publicitaria que seguiremos el mes que viene mientras contesto la
llamada?
—Claro.
Elliot se levanta y toma el mando. Descuelgo, abandono la sala y me
meto en el despacho de Christopher, que está aquí al lado.
—Hola.
—Hola —dice Emily, radiante de felicidad.
—Hola —respondo con una sonrisa tonta mientras me planto delante
de la ventana con vistas a Londres.
—¿Interrumpo algo? —pregunta.
Sonrío con satisfacción. «Nada, solo una junta con doce miembros del
personal directivo».
—No, qué va.
—Llamaba para decirte que me he comprado zapatillas nuevas.
—¿En serio? —pregunto con una sonrisa.
—Sí, sí. Y motorizadas, además. Así que a partir de ahora ya verás, te
voy a machacar cuando vayamos a correr al parque. He pensado que debías
saberlo.
Esta chica es un soplo de aire fresco. ¿Cuándo me ha llamado una
mujer para decirme que se ha comprado zapatillas nuevas?
—Lo dudo mucho.
—Madre mía, no te vas a creer lo que pasó anoche —prosigue—. El
exmarido de Molly se tomó tres Viagras y se desmayó mientras conducía
porque toda la sangre se le había ido a la picha, así que tuvimos que
llevarlo a urgencias.
Me río a carcajadas.
—¡Qué dices! Pero ¿eso es posible?
—Parece que sí. ¿Quién lo iba a decir?
Abro mucho los ojos. Joder.
—Pues voy a tener que dejarla —bromeo.
Emily se ríe.
—No, no pasa nada. Ya sé qué hacer. Nos arriesgaremos a que te
desmayes. Valdrá la pena. Tú sigue tomándola, que con que te haga un
torniquete ya tiramos.
Nos echamos a reír y, de pronto, nos quedamos callados.
—Tres días —murmuro.
—Tres días —repite ella.
Madre mía, nunca había tenido tantas ganas de volver a casa.
—¿Qué vas a hacer ahora? —pregunto.
—Estoy a punto de ponerme una mascarilla y darme un baño con
rodajas de pepino en los ojos. Vaya espectáculo te vas a perder.
—Ya ves —respondo con una sonrisa.
Esta mujer tiene un encanto natural. No intenta ser algo que no es. Eso
me encanta.
Me gustan muchas cosas de ella…
—Entonces, ¿has añadido pepino a tus sesiones de belleza? —
pregunto.
—Sí, en teoría sirve para quitar las ojeras.
—El pepino va bien para muchas cosas. A lo mejor también
deberíamos añadirlo a nuestras sesiones de sexo —propongo con una
sonrisa de oreja a oreja.
Se parte de risa.
—Es usted un pervertido, señor Miles.
—Siempre me dices lo mismo.
—No te entretengo más.
Esbozo una sonrisita mientras miro por la ventana.
—Adiós, Emily.
—Adiós, Jay —susurra.
Cuelga. Vuelvo a la sala de juntas y me siento.
Ahora está hablando Christopher. Me pongo al lado de Elliot, que me
susurra:
—¿Tienes a un entrenador de fútbol en marcación rápida o qué?
—¿Eh? —digo sin entender nada.
—CF. Son las siglas de un club de fútbol, ¿no?
Frunzo el ceño hasta que comprendo que se refiere a Emily.
CF significa «conejita feladora», no club de fútbol. Sonrío con
suficiencia y me pellizco el puente de la nariz mientras se me escapa la
risa.
—¿Qué te hace tanta gracia? —susurra Elliot.
—El entrenador se ha comprado zapatillas motorizadas.
Elliot pone los ojos en blanco.
—No me extraña. Seguro que está como una cabra.
***
***
Emily
Paso el control de seguridad más alegre que unas pascuas. Jameson volvió
anoche. Hoy lo veré. Estoy tan emocionada que hasta he madrugado para
rizarme el pelo y me he puesto la falda gris.
Nunca una semana se me había hecho tan larga. Subo a mi planta y me
siento en mi mesa.
—Hola —saluda Aaron mientras bebe su café.
—Hola —digo con una sonrisa.
—¿Y esa cara? —pregunta con picardía.
—Jameson ha vuelto.
—¿Cómo lo sabes?
—Bueno, eso espero, vamos. Me llamó desde el aeropuerto mientras se
trincaba un whisky, o varios, así que espero que haya cogido el vuelo.
Veo a Hayden cerca de la fotocopiadora. Está hablando con unas
chicas.
—¿Conoces mucho a Hayden? —pregunto.
—Mmm… —murmura con aire pensativo—. No mucho. Molly sí.
Trabajaron juntos.
—¿Dónde? —inquiero mientras enciendo el ordenador.
—En la Gazette.
Se me van los ojos a Aaron.
—¿Molly trabajó en la Gazette?
—Sí, estuvo varios años allí. Hasta que Miles Media le echó el lazo.
«Mierda». Se me acaba de ocurrir una idea horrible. «No, Molly no.
No seas tonta. No puede ser. Ni lo pienses siquiera».
Tristan y yo hemos puesto a prueba la teoría esta semana, y cada vez
que le enviaba a Hayden un artículo antes de las cuatro, al día siguiente
salía en la Gazette. No es casualidad, eso está claro. No sé si será Hayden
o alguien que esté por encima de él, pero tenemos que averiguarlo.
Tristan me cae muy bien. Es gracioso, inteligente y mucho más
delicado que su hermano.
—¿Qué tal con Paul anoche? —pregunto.
—Se presentó —dice, y me mira avergonzado.
—Ay, madre —mascullo en tono seco—. No me digas que te has
acostado con él.
—Sí. No puedo resistirme a ese cabrón —admite mientras aporrea las
teclas.
—¿Lo has dejado ya?
—No. Quiero pillarlo con las manos en la masa.
—¿Y por qué te lo sigues tirando? —estallo—. Por el amor de Dios,
Aaron, no dejes que te utilice.
—Soy yo quien lo está utilizando a él, no viceversa, que conste —
puntualiza mientras pone los ojos en blanco y da un sorbo al café.
—Ningún pene merece eso —digo, y resoplo.
—Excepto el suyo —suspira con pesar.
—Qué asco. —Me estremezco—. Tú déjame cinco minutos a solas con
ese cabrón y un cuchillo de trinchar y te lo consigo.
Se ríe. Justo entonces suena mi teléfono.
—¿Hola?
—Hola, Emily, soy Sammia.
—Ay, hola.
Me invade la emoción.
—El señor Miles desea verte en su despacho ahora mismo.
Sonrío de oreja a oreja.
—Ya voy.
Cuelgo y me pongo en pie.
—¿A dónde vas?
—Ah, más prácticas —miento.
—Madre mía, dentro de nada vas a estar más cualificada que
cualquiera de esta planta.
—Ya ves —exclamo con una sonrisa—. Ahora vuelvo.
Subo con el ascensor a la última planta y se abren las puertas. Apenas
puedo mantener la compostura.
Está aquí.
Quiero correr.
—Buenos días, Emily —dice Sammia con una sonrisa—. Pasa.
—Buenos días. Vale, gracias.
Me dirijo al despacho de Jameson y llamo a la puerta.
—Adelante —responde con voz grave y aterciopelada.
Abro la puerta y veo que me mira con la mejor cara de «ven a por mí»
que he visto nunca. Me quedo sin aire. Está junto a la ventana y lleva un
traje azul marino y una camisa blanca almidonada: el mejor hombre del
mundo. Me sigue sorprendiendo lo guapo que es.
Me obsequia con una sonrisa lenta y sexy.
—Hola.
—Hola —musito. Tengo que contenerme para no correr hasta él.
El ambiente se caldea. Viene hacia mí, me acuna la cara y me besa con
mucha succión y poca lengua. Me flaquean las rodillas.
—Cómo echaba de menos a mi chica —murmura cerca de mis labios.
Sonrío. Se envuelve la mano con mi coleta tres veces y me echa la
cabeza hacia atrás de forma inesperada. Se lanza a por mi clavícula y me
lame el cuello.
—¿Me has echado de menos? —pregunta mientras me da mordisquitos
en el cuello.
Me estremezco. La excitación corre por mis venas como unos rápidos.
Madre mía, el director ejecutivo ha vuelto en todo su esplendor.
—Sí, mucho —musito.
Me besa de nuevo y se abre la puerta.
—Hola —saluda Tristan, que al momento se calla.
—Ahora no, Tristan —le espeta Jameson sin soltarme el pelo y sin
dejar de mirarme a los ojos. Los suyos se han oscurecido.
Su forma de mirarme me acelera el corazón. Está distinto, más…
intenso.
—Perdón —dice Tristan, que da media vuelta y cierra la puerta al salir.
Jameson vuelve a besarme y tira de mi cabeza hacia atrás.
—Quiero intentarlo.
—¿El qué? —musito.
—Lo nuestro.
—Creía que ya estábamos juntos —murmuro frunciendo el ceño.
—No. Antes follábamos. Ahora quiero más.
Gimoteo cuando me muerde en el cuello.
—Lo quiero todo de ti —añade mientras me agarra del culo y me atrae
hacia él para que note lo dura que la tiene.
Madre mía, bienvenido a casa.
Lo beso en los labios.
—Vale.
Me acaricia las mejillas y me mira fijamente mientras me quedo sin
aire.
—Esta noche. En mi casa —musita.
Sonrío con ternura mientras mi sexo palpita expectante.
—Vale.
—¿Te apetece cenar fuera?
—No, me apetece cocinar. ¿Tienes comida en casa?
Frunce el ceño.
—Le diré a Alan que vaya a comprar.
—No —digo enseguida—. Quiero ir yo a hacer la compra.
Me toca de arriba abajo como si no supiera por dónde empezar.
—Ve con la limusina.
Tuerzo el gesto.
—No voy a ir al súper en limusina.
Me toma la mano y se la lleva a la enorme erección que tiene en los
pantalones. Le brillan los ojos cuando se la agarro.
—Te necesito —musita mientras me muerde el labio inferior.
—Y yo a ti. —Me zafo de su agarre entre jadeos—. Tengo que volver
al trabajo.
Jo, con lo bien que estaría quedarme aquí y tirarme al jefe.
—Le diré a Alan que te dé el coche. Cógelo a partir de ahora.
—¿El coche? —pregunto sorprendida. ¿Tiene coche?
—Cógelo como si fuera tuyo.
Me acerca a él. Está como absorto de lo cachondo que está.
—Solo me hace falta para ir a comprar hoy. No molestes a Alan. Lo
cogeré en tu casa.
—En nuestra casa.
Me muerde en el cuello y siento que me está devorando de verdad. Se
me pone la piel de gallina.
—¿Eh?
—Te vas a venir a vivir conmigo.
—¿Cómo? —Me zafo de su agarre y, por un segundo, me olvido de lo
excitada que estoy—. ¿Qué has dicho?
Los ojos le hacen chiribitas.
—Si lo hago, lo hago bien, con un par.
Me quedo mirándolo. Pero ¿qué dice?
—Yo no me ando con chiquitas. Si estás conmigo, estás conmigo.
—Jameson —susurro—. ¿Te has vuelto loco?
—Si no fuera porque hoy estoy hasta arriba de reuniones, te tumbaba
en mi mesa ahora mismo. —Me gira y me da un cachete en el culo—. A
trabajar o te tumbo en la mesa.
Miro la puerta entre jadeos. Me imagino tumbada en su mesa con las
piernas abiertas. ¿Cómo voy a hilar dos pensamientos seguidos después de
lo que me acaba de decir?
—Sí, señor —digo, y me dirijo a la puerta.
—Ah, y Emily —me llama con tono autoritario.
Me vuelvo.
—Hoy anunciaré que estamos saliendo.
Frunzo el ceño mientras lo miro embobada. No entiendo nada.
—¿Por qué?
—Porque no soporto que la gente especule. —Hace una pausa y añade,
mirándome a los ojos—: Y quiero que todo el mundo sepa que eres mía.
Me quedo pasmada. ¿Cómo?
Suya.
No tengo palabras, me ha dejado sin habla.
—Ah —alcanzo a decir sin apartar la mirada de él—. ¿Vale? —Me
giro y me dirijo al vestíbulo—. Adiós —murmuro con aire distraído.
O Jameson Miles se ha vuelto majara o yo vivo en un mundo paralelo.
***
Dos horas después, miro embobada la pantalla del ordenador. Cuando esta
mañana he vuelto de estar con Jameson en una dimensión desconocida,
estaba demasiado en shock como para hablar de ello. Me he pasado todo
este tiempo dando vueltas a lo que me ha dicho.
He llegado a la conclusión de que, obviamente, tiene un desfase
horario descomunal y que está sufriendo alucinaciones. Me vibra el móvil
encima de la mesa y veo mi letra favorita.
J.
Respondo con una sonrisa.
—Hola, señor Miles.
—¿Cómo está mi chica? —susurra con voz sexy.
—¿Estás bien? —pregunto.
—Sí, muy bien. ¿Por?
—Es que estás muy… —Hago una pausa para dar con la palabra
adecuada—. Raro.
Se ríe. Sus carcajadas me llegan al alma.
—Pues yo no me noto raro.
—Te comportas de una forma muy extraña.
—Llamaba para decirte que mañana por la noche nos vamos de cena.
—¿Qué cena?
—La de los Media Awards —contesta con calma.
—Los Media Awards —repito.
—Sí, eso he dicho.
Miro a mis dos compañeros, totalmente ajenos a los disparates que me
está diciendo el tío con el que salgo a correr.
—¿Dónde es?
—En Nueva York. Irá mi familia al completo. Podrás conocerlos a
todos.
Abro los ojos, horrorizada.
—¿Y cómo hay que ir?
—De etiqueta.
Me quedo pálida.
—No tengo vestidos de noche aquí —tartamudeo. Ni aquí ni en casa,
pero no tiene por qué saberlo.
—No te preocupes. Esta noche me llegarán algunos a casa. Elige el que
más te guste.
Me rasco la cabeza, confundida.
—Ya iré a la próxima —propongo—. Te esperaré en la cama. Total, los
Media Awards no me van mucho.
—Emily —dice con calma.
—¿Sí?
—Me vas a acompañar.
—Jay —susurro al tiempo que se me hace un nudo en la garganta.
—Nos vemos luego. Llegaré un poco tarde porque tengo una
conferencia telefónica. Le he pedido a Alan que te espere en la entrada
lateral a las cinco con las llaves del coche y del apartamento.
—Vale —acepto, e inflo las mejillas—. Hasta luego.
Cuelgo y me llevo las manos a la cabeza.
—¿Qué pasa? —pregunta Molly.
—A Jameson se le ha ido la olla.
—¿Por?
—Quiere que vaya a unos premios mañana por la noche y que conozca
a toda su familia.
Molly y Aaron abren los ojos como platos.
—¡¿Cómo?!
—Y me ha dicho que coja su coche, pero ni siquiera sé dónde hay un
súper grande en Nueva York.
—Ah, pues ve al de la Quinta Avenida.
—¿Y cómo se va? —pregunto presa del pánico.
—Me pilla de camino. Si quieres te acompaño y cojo el metro allí.
—¿Estás segura?
—Sí, total, esta semana estoy sin niños. No tengo nada que hacer.
***
***
***
***
Veo que Hayden viene a la cafetería donde estamos. Lleva el maletín. ¿Por
qué va a almorzar con el maletín? Qué sospechoso.
—¿Cuánto hace que conoces a Hayden? —le pregunto a Moll.
Aaron da un sorbo con la pajita mientras nos escucha y mira a Hayden.
Hemos venido a comer a nuestro local favorito y nos hemos sentado en
el banco que hay junto a la ventana.
Molly hace un mohín con los labios.
—Unos ocho años.
—Aaron me dijo que coincidisteis en tu antiguo trabajo.
—Sí —dice mientras mastica su sándwich tostado y lo mira—. Los dos
trabajamos en la Gazette.
—Creo que trama algo —murmuro tras echarle otro vistazo.
—No me extrañaría —repone Molly, que se limpia la boca con la
servilleta.
—¿Y eso? —pregunto.
—Lo echaron de la Gazette.
—¿Por? —pregunta Aaron con el ceño fruncido.
—No estoy segura, pero se rumoreaba que pinchaba teléfonos. Fue un
escándalo.
—¡¿Cómo?!
—Bueno, en teoría —explica, poniendo los ojos en blanco—. No está
confirmado, pero se ve que lo pillaron pinchando el teléfono de una
compañera para robarle información.
—¿En serio? ¿A quién? —pregunto.
—A Keeley May.
—Ah, sí, la pelirroja —señala Aaron—. Está que te cagas.
Molly y yo lo miramos.
—¿Desde cuándo piensas que las chicas están buenas? —pregunta
Molly.
—Soy gay, no ciego. Sé apreciar la belleza femenina —resopla.
Las dos nos miramos sorprendidas.
—¿Por qué crees que trama algo? —pregunta Molly.
Ay, ¿se lo digo? No, antes tengo que hablar con Tristan. No voy a
traicionar su confianza.
—El otro día le hablé de uno de mis artículos y luego lo presentó como
si fuera suyo —miento.
—Menudo trepa el cabrón.
—Aunque tampoco tengo pruebas —añado—. Tenía curiosidad por su
reputación, nada más.
—Por mi experiencia, yo no confiaría en él —dice Molly en tono seco.
—Otro Paul —repone Aaron con desprecio.
—Madre mía, ¿qué ha pasado ahora? —pregunto.
—Nada —suspira—. Que es un capullo, ya está.
Molly se muestra indignada.
—Deja ya de hacerte la víctima, joder. Sabes que se está tirando a todo
lo que se menea y aun así te acuestas con él. Una cosa es que te pongan los
cuernos, y otra es volver por voluntad propia a por más cuando ya sabes lo
que hay. Eso ya es ser penoso.
Aaron pone los ojos en blanco.
—No hacía falta ser tan cabrona.
—Sí hacía falta. Te comportas como una damisela en apuros. No tenéis
hijos en común. Ni hipoteca. Ni trabajáis juntos. No debería ser tan difícil
romper con él. Mándalo a tomar por saco y pasa página —dice con
escarnio—. Es duro cortar con alguien, pero aguantarte lo es aún más.
—Hablando de pasar página, Jameson me ha pedido que me vaya a
vivir con él —intervengo para cambiar de tema.
Aaron resopla y se le mete la bebida por la nariz.
—¡¿Qué dices?!
—Bueno, aún no está decidido —musito mientras me encojo de
hombros.
—¿Y este cambio radical? —pregunta Aaron, sorprendido.
—Fue a ver a su ex mientras estuvo en Londres.
—¿Se la folló? —inquiere Aaron mientras mastica su pajita.
—No, Aaron, follar a lo loco no es un comportamiento normal —
responde Molly, cortante—. A ver si se te mete en esa mollera tan dura
que tienes. Tu percepción de la realidad es errónea.
—Joder, tía, hoy estás muy cabrona, eh —espeta Aaron.
—Tu novio y su afán por compartir su polla con todo el mundo me
tienen harta —replica.
Aaron y yo nos miramos. Molly está muy irritable hoy.
—Me ha contado que Claudia y él tenían planeado volver, pero le dijo
que quería estar conmigo y rompió con ella.
—Joder —susurra Aaron.
—Me ha dicho que me quiere.
—¿En serio? —grita Molly—.
—Pero… —digo, encogiéndome de hombros.
—Pero ¿qué? —susurra Aaron—. No debería haber peros en esta
historia.
—Estamos yendo muy rápido. ¿A qué viene tanta prisa? Me da miedo
que actúe así porque está muy estresado.
Los dos me escuchan atentamente.
—Me ha dicho que sentía algo por mí desde que nos conocimos, y que
llevaba tiempo pensando en pedírmelo.
—Es posible —comenta Molly.
—Sí —asiento, y doy un sorbo al café—. O puede que sea parte de su
plan de adquisición.
—¿Qué plan de adquisición? —pregunta Molly.
—Jameson Miles siempre consigue lo que quiere —explico—. Si ha
decidido que me quiere…
—Que así ha sido —interrumpe Aaron.
—Se las ingeniará para tenerme. No sé. —Me encojo de hombros—.
Es demasiado bonito para ser cierto. Y lo de Claudia me mosquea un poco.
¿Cómo puedo estar segura de que cortarán toda comunicación a partir de
ahora?
Molly pone los ojos en blanco.
—Y ya estamos otra vez. ¿Se puede saber qué os pasa hoy? —dice
mientras arruga la servilleta con todas sus fuerzas—. Deja de ser tan
negativa. Si no te hubiese dicho que te quería, te habrías mosqueado. Te lo
dice y crees que oculta algo —exclama mientras levanta las manos,
indignada—. Bajad de las nubes, anda. —Se pone en pie—. Venga, a
trabajar.
Se va hecha una furia. Aaron y yo la vemos cruzar la calle.
—Esta necesita echar un buen polvo —masculla Aaron—. Qué mala
leche tiene, la virgen.
Me río mientras la veo entrar en el edificio.
—Puede que tengas razón.
***
***
***
***
Sin aliento, veo cómo Jameson me deja atrás. Son las seis y amanece en
Central Park. Hoy está corriendo especialmente rápido, pero no me voy a
quejar.
Ahora lo entiendo: sus responsabilidades no se acaban al final del día.
Me sabe mal por él. Por mucho que me cabrease, lo que pasó anoche fue
una valiosa lección sobre su competencia.
Carecen de miedo y de principios, y eso los convierte en jugadores
muy peligrosos.
Jameson se gira y viene hacia mí haciendo un esprint. Siempre intenta
no perderme de vista.
Cuando volvimos a casa anoche, estaba callado y sumido en sus
pensamientos. Nos duchamos e hicimos el amor, y por fin se relajó un
poco. Preparé algo para picar y pasamos un rato viendo una película
abrazados en el sofá. Nos acostamos tarde, pero necesitábamos ese tiempo
juntos para desconectar.
No mencionamos nada sobre la entrega de premios. No hablamos de
eso; no hay nada que decir.
Es lo que hay. Hablar no cambiará el hecho de que Ferrara Media ha
recibido un premio gracias a mentiras. Si a mí ya me revienta por dentro,
no quiero ni imaginar cómo se sentirá Jameson.
Frena en seco delante de mí. Le cuesta respirar.
—Qué lenta vas hoy —me chincha.
—Y tú qué rápido. El hacha debe de ser grande.
Se ríe entre dientes y me besa.
—Grande de cojones.
Nos damos la vuelta y bajamos el ritmo para regresar a casa.
—Le pediré a Alan que vaya a recoger tus cosas este fin de semana.
¿Te parece bien? —pregunta sin dejar de correr.
—Respecto a eso…
—¿Sí? —jadea, todavía no se ha recuperado del esprint de antes.
—Tengo una propuesta para ti.
—¿Cuál? —dice y deja de correr.
Me giro y lo tomo de las manos.
—Me iré a vivir contigo con una condición.
—¿Cuál? —vuelve a preguntar. Parece molesto porque quiero hacer un
trueque.
—Me iré a vivir contigo si los fines de semana nos vamos de la ciudad.
—¿Qué?
—A ver, no todos los fines de semana —explico mientras me encojo
de hombros—. Pero lo justo como para que nos relajemos.
—Nueva York es mi hogar. Estoy relajado. ¿Tú ya quieres irte?
Sonrío y empiezo a correr.
—¿Qué pasa? —pregunta tras darme alcance.
—Aquí es imposible relajarse. Es una ciudad frenética. Hasta en la
luna verían la energía que hay aquí. Durante toda la noche se oyen sirenas,
hay coches, tráfico y un montón de gente yendo de acá para allá a toda
velocidad.
Me escucha sin dejar de mirarme.
—No hace falta que nos vayamos muy lejos. Ya he reservado una
escapada sorpresa para este fin de semana.
—¿Cuándo has hecho eso?
—Ayer. —Estoy mintiendo como una bellaca, pero me da igual—.
Piénsalo. Durante la semana vivimos en tu piso y trabajamos sin descanso,
y los fines de semana desconectamos. Sin móviles ni internet. Solo
nosotros.
—¿Cómo? —pregunta, frunciendo el ceño—. Imposible. Necesito
estar conectado en todo momento.
—No —jadeo sin dejar de correr—. Lo que necesitas es reponer
fuerzas para ser el mejor director ejecutivo posible. Un tú cansado y
estresado no dará la talla.
Corremos hasta llegar a la calzada y miramos a ambos lados antes de
cruzar.
—Además —digo—, así tendría lo mejor de los dos mundos.
—¿A qué te refieres?
—Estoy enamorada hasta las trancas de Jim, el hombre que conocí en
el avión.
Jameson me escucha con atención.
—Y estoy aprendiendo a querer al director estresado que lo posee a
veces.
Jameson, que al fin ata cabos, sonríe sin dejar de correr.
—Así… —jadeo. La Virgen, ¿quién me mandará hablar mientras
corremos?—. Así pasaría tiempo con mis dos hombres.
Me coge de la mano y me acerca a él. Se apodera de mis labios
mientras me rodea la cara con ambas manos. Me mete la lengua y
succiona de forma apasionada. Es electrizante. Nos besamos sin parar.
Llevo las manos a sus caderas. Me pregunto qué pinta tendremos,
liándonos aquí en la esquina.
—¿Hay trato? —susurro, mirándolo a los ojos—. ¿Me voy a vivir
contigo?
—Creo que podremos llegar a un acuerdo respecto a los fines de
semana —responde mientras me acaricia la mejilla.
Sonrío.
—Pero solo porque a tus dos hombres les encanta follarte —puntualiza
mientras me agarra de las caderas y las acerca a las suyas.
Me río cerca de sus labios, frente con frente.
—Estás enfermo, Miles —susurro.
Me toca el culo con descaro y alguien toca el claxon.
—¡Idos a un hotel! —grita un hombre.
Nos reímos y cruzamos la carretera corriendo. Le sonrío mientras
corremos.
—¿Qué? —inquiere con una sonrisita de suficiencia.
—Nada. —Le doy un cachete en el culo y añado—: Te echo una carrera
hasta casa.
Y salgo disparada.
—Te ganaría hasta con las piernas atadas —dice, riéndose a mi espalda
—. Es más, como te gane, te ato.
—No si te ato yo a ti primero —grito mientras corro a toda velocidad.
Me entra la risa tonta cuando oigo que se acerca. Ahora sí que tengo un
motivo para ir rápido.
***
***
***
***
***
Dos horas después, por fin hemos montado la tienda. La cama está lista.
Saco dos sillas plegables y digo:
—Siéntate conmigo.
Sonrío mientras descorcho una botella de vino tinto.
Se sienta a mi lado y le paso una copa. He traído dos copas de vino.
Sabía que si pretendía que bebiera en un vaso de plástico, ya me podía
despedir del fin de semana de acampada.
Se sienta en la silla plegable y acepta la copa que le ofrezco. Sonrío y
hago ademán de brindar.
—Por escapar con éxito de Alcatraz.
Sonríe con suficiencia, da un sorbo a la copa y mira a su alrededor.
—Vale, ¿y ahora qué?
—Esto.
—¿Esto? —pregunta, frunciendo el ceño.
—Sí, te sientas aquí y ya está.
—¿Y qué más?
—Y te relajas.
—Ah.
Mira a su alrededor y da otro sorbo al vino. Me muerdo el labio para
no reírme. Reina la oscuridad y el bosque empieza a despertar. Se oyen
animales a lo lejos.
Jameson se hace el fuerte, pero estoy segura de que por dentro está
cagado. Echa la cabeza hacia atrás, apura la copa y me la tiende para que
vuelva a llenársela.
—¿Qué haces?
—Voy a ponerme como una cuba para olvidar que se me va a comer un
oso —dice negando con la cabeza—. Es lo único que puedo hacer.
Me río.
—No te va a pasar nada.
—Eso dijo Daniel justo antes de desaparecer —replica y abre los ojos
como platos.
—¿Quién es Daniel?
—El de la bruja de Blair. ¿No la has visto? —masculla en tono seco
mientras mira a su alrededor.
—No —respondo con una sonrisita de suficiencia.
—Pues no la veas —murmura—. Te resultaría inquietantemente
familiar.
Me río mientras me pongo en pie.
—Voy al baño.
—¿Qué? —exclama al tiempo que se levanta corriendo—. ¿Y eso
dónde está?
—Por aquí.
Le cambia la cara.
—No puedes ir por ahí sola. Es peligroso.
—No voy sola. Tú vienes conmigo.
—¿Cómo? —pregunta, frunciendo el ceño.
—Venga, Jay.
—No, no vamos a salir del camping. No quiero estar por ahí dando
vueltas.
Miro el lago y sonrío. La luz de la luna se refleja en la superficie del
agua.
—Vale.
Me levanto, me quito la camiseta y me bajo las bragas.
—¿Qué haces?
—Me voy a bañar desnuda.
—¡¿Cómo?! —grita, mirando las aguas oscuras—. No, de eso nada. Te
lo prohíbo.
Me quito el sujetador y se lo tiro a la altura de la cabeza. Lo toma al
vuelo.
—¡Emily!
Aparto las bragas de una patada.
—¿Estás loca o qué? —susurra.
—Puede.
Mira a su alrededor.
—Podría verte alguien.
Sonrío y corro hacia la orilla.
—¿Vienes, gallina?
Me meto hasta los muslos.
—¿Qué cojones te pasa? —grita desde la orilla.
Salpico en su dirección.
—Ven, no seas cobarde.
Se agarra el cabello presa del pánico.
—Emily, no es seguro.
—Es mucho más seguro que Nueva York, Jay. Vive un poco, anda.
Mira a ambos lados con las manos apretadas a los costados.
—Venga, Jay —digo con una sonrisa mientras me adentro más en el
agua—. Yo te protegeré.
Cierra los ojos. Quiere meterse, lo sé.
—Va —insisto entre risas mientras nado—. La temperatura es
perfecta.
Niega con la cabeza, pero se quita la camiseta y la tira. Me río
mientras floto bocarriba. Empieza a meterse.
—Quítate los pantalones.
—No pienso convertir mi polla en carnaza para anguila —brama.
Camina hasta mí y me abraza. El agua está fresquita. Le rodeo el
cuello con los brazos.
La luz de la luna resplandece en el agua. Jameson sonríe mientras me
besa con dulzura.
—Estás loca, Emily Foster.
—Loca por ti —musito con una sonrisa. Sé que es una locura, pero una
locura de las buenas.
—Más te vale —repone rozándome los labios con los suyos.
Le rodeo la cintura con las piernas y noto que me excito después de un
largo letargo. Empezamos a besarnos de forma apasionada.
—Habría que estrenar el lago —le susurro.
—Estás enferma.
Sonrío mientras lo beso y le bajo un poco los pantalones.
—Eso ya lo hemos dejado claro. Ahora fóllame, chico del lago, antes
de que te coman la salchicha… Y no me refiero a mí.
Sonríe con suficiencia cerca de mis labios mientras me agarra del culo.
—Calla. Lo estás estropeando.
***
***
Arndell
—Es aquí.
No puedo dejar de sonreír. El sendero de entrada está bordeado de
árboles tan grandes que crean un dosel. El verde de las colinas lo inunda
todo.
—Qué sitio tan bonito —murmuro, maravillada—. La chica me ha
dicho que el terreno era precioso.
Cinco minutos más tarde, llegamos a lo alto de una colina. Allí
encontramos una mansión antigua. Es blanca con una extensa terraza que
llega hasta la linde. El tejado es de tejas y tendrá unos cien años.
Jameson me mira a los ojos.
—Ni una palabra —digo con una sonrisita de suficiencia.
Levanta las manos como si admitiese que ha perdido.
Salimos de la camioneta, abrimos la puerta principal y nos asomamos
al interior. Sonrío de oreja a oreja. Amplios suelos de madera, chimenea
enorme y grandes ventanales con vistas. Se ven kilómetros y kilómetros
desde aquí. Los muebles son algo anticuados, pero no importa.
Doy un paseo por la casa de la mano de Jay. En la planta baja hay un
salón enorme, un comedor elegante, una cocina muy grande, un baño y un
dormitorio. Subimos al piso de arriba por la vieja escalera de madera y
vemos que hay cinco dormitorios y otro baño.
Me vuelvo hacia Jameson y le rodeo el cuello con los brazos.
—¿Esto está mejor, señor Miles?
Sonríe y me besa.
—Servirá.
***
Estamos tumbados en el césped, sobre una manta, con el sol que nos baña
la cara. Es domingo por la tarde y estamos amodorrados.
Anoche fue como estar en el paraíso. Encendimos la chimenea y Jay
me siguió el rollo y me ayudó a poner el colchón frente al fuego.
Hoy hemos explorado la propiedad y hemos ido al pueblo a comprar
comida en nuestra camioneta azul claro.
Jameson está relajado por primera vez desde que nos conocemos.
Estoy contenta… Muy contenta.
Me giro parar mirarlo.
—Háblame de tu relación con Claudia.
Frunce el ceño y me observa.
—¿Qué quieres saber?
—Todo.
Me pasa el dedo por el labio inferior.
—No se parecía a lo nuestro.
—¿Y cómo era?
—Fuimos amigos durante mucho tiempo. No hubo una atracción
inmediata ni… —dice, y de pronto se calla.
—No, sigue —lo animo—. Quiero saberlo.
—Escribió algunos artículos para nosotros y nos fuimos conociendo.
Con el tiempo nos hicimos amigos.
Lo observo.
—Creí… —titubea. Toquetea la manta mientras piensa qué decir.
—¿Qué creíste?
—Creí que era el amor de mi vida. Era como yo. Resuelta —explica,
encogiéndose de hombros—. Me dio fuerte.
Me muero de celos.
—Estuvimos juntos tres años. Y prometidos, además.
—¿Estuviste prometido? —digo con el ceño fruncido.
No lo sabía. Aparecía en la biografía de ella, pero no en la de él, y
tenía la esperanza de que fuese un error.
—Sí.
—¿Qué pasó? —inquiero, mirándolo a los ojos.
Exhala con pesadez.
—Le ofrecieron ser jefa de redacción de la edición británica de Vogue.
Era un puesto muy importante, y se había dejado la piel para conseguirlo.
Lo observo mientras habla.
—Se mudó y… —De pronto se calla.
—¿Y?
—Intentamos mantener la relación a distancia, pero lo de estar sin
sexo me costó. No estoy acostumbrado.
Frunzo el ceño.
—Así que acordamos que saldríamos con otros, pero que volveríamos
a intentarlo al cabo de un tiempo. Planeamos volver a estar juntos en cinco
años.
Se me cae el alma a los pies. «La sigue queriendo».
—Pero, hace un año, conocí a una chica en un avión.
Sonrío con suficiencia.
—Y era todo lo que no estaba buscando.
Nos miramos fijamente. Saltan chispas entre nosotros.
—Pero no pude ir a por ella por la promesa que le había hecho a
Claudia —confiesa mientras me toca la mejilla y me acaricia el labio
inferior con el pulgar—. Quería. De verdad que quería. Desde el principio,
sentí que había habido una conexión física. Me pasé el vuelo empalmado,
y la noche que estuvimos juntos fue una pasada. —Sonríe con ternura—.
Esa chica tenía algo que no podía olvidar. No podía sacármela de la
cabeza. Desde entonces, comparé a todas las mujeres con las que me
acostaba con ella. —Hace una pausa mientras trata de exteriorizar sus
pensamientos—. Todas se quedaban cortas… Incluso Claudia.
Sonrío esperanzada.
—Últimamente, he estado pensando mucho en aquella chica, y hasta
me puse en contacto con la aerolínea para que me dieran su nombre.
—¿En serio? —susurro. «Esto es nuevo».
Él asiente con la cabeza.
—Me enviaron una fotocopia de tu pasaporte al correo seis semanas
antes de que empezaras a trabajar para nosotros. Pensé en ponerme en
contacto contigo, pero con la que se estaba liando en la oficina, no
encontré el momento. No tenía ni idea de que te incorporarías a Miles
Media.
—Eso lo explica todo —digo con una sonrisita de suficiencia.
—¿El qué?
—Por qué no me llamaste. Parezco una delincuente en la foto del
pasaporte.
—Cierto —coincide riéndose entre dientes. Me besa con dulzura y
añade—: Háblame de tus antiguos amores.
—No puedo —respondo mirándolo a los ojos.
Él frunce el ceño.
—Cuando te conocí comprendí que no me había enamorado nunca.
—¿Y el tío de la barbie facilona? —pregunta sonriendo.
Yo también sonrío.
—¿Aún te acuerdas de él?
—Sí —dice mientras me acerca a él y me abraza fuerte.
—Lo que sentía por ellos y lo que siento por ti no se puede comparar.
Nos quedamos un rato en silencio y contemplamos las ramas de los
árboles que se balancean sobre nuestras cabezas.
—Te quiero —susurro.
—Me alegro, porque yo no acampo en el infierno por cualquiera —
murmura y me da un beso en la sien.
Me río mientras lo abrazo. Este hombre me mata.
Jameson
Jameson
***
Emily
***
Jameson
Emily
¿Cómo?
Me tapo la boca, horrorizada.
Madre mía, pobre Jameson.
—Idiotas, no soy su prometida —musito con desprecio—. ¿Cuántas
veces podéis cagarla en un solo artículo?
Doy media vuelta y me dirijo a mi edificio echando chispas mientras
vuelvo a marcar su número a toda prisa.
—¡Eh! —me grita el quiosquero—. ¡Tienes que pagar el periódico!
—Uy, perdón —respondo mientras me acerco corriendo a pagar—.
Estaba distraída, lo siento. Gracias.
Vuelve a saltar el contestador.
¿Qué hago, qué hago? Golpeo a un señor con el hombro sin querer.
—¡Eh, tú, mira por dónde vas! —grita.
—Lo siento —tartamudeo.
Marco el número de Tristan.
—Hola, Em.
—Tristan, ¿qué narices está pasando? —digo con la voz entrecortada.
—Estamos en una reunión. Te llamo luego.
—¿Cómo?
Cuelga.
—Aaaah —grito a punto de llorar de la frustración.
Jameson no se va a creer esta historia. Sabe que es mentira, seguro…,
pero la foto dice otra cosa.
Marco el número de Molly.
—Eh, nena, ¿te apetece un café? —pregunta muy animada.
—Molly —exclamo aliviada. Por fin alguien que contesta—. Es todo
mentira.
Me paro en seco entre la multitud y me acerco a la pared del edificio
para hablar.
—¿Qué pasa?
—La Gazette —tartamudeo—. Busca la Gazette en internet. Salgo en
la portada besándome con Jake y pone que tenemos una aventura.
—¿Cómo?
—Me estará siguiendo alguien o… —Niego con la cabeza mientras
trato de pensar en una explicación lógica—. ¿Qué demonios está pasando?
—susurro, enfadada.
—Madre mía. —Hace una pausa—. Ahora lo entiendo todo. Un
momento. ¿Cuándo has besado a Jake?
—Él me besó anoche —tartamudeo—. Pero yo me aparté enseguida.
Madre mía, ¿en serio…?
—Espera, que sigo leyendo —me corta.
Me toco la cara mientras espero a que acabe el artículo.
—La madre que me trajo —susurra.
—Alan me ha dejado en mi piso y me ha dicho que no vaya a la oficina
hoy.
—¿Cómo?
—Me ha dicho que el señor Miles se pondrá en contacto conmigo más
tarde.
—¿Y qué te ha dicho Jameson? —pregunta.
—No coge el teléfono. He llamado a Tristan, pero me ha dicho que
estaban en una reunión y que me llamaría luego.
—¿Qué me estás contando? Esto pinta muy mal.
—¿Tú crees? —pregunto llorando.
—¿Qué vas a hacer?
—No lo sé. ¿Qué debería hacer?
—A ver, si Jameson te ha dicho que te quedes en casa, quizá deberías
hacerle caso.
—¿Por qué?
—Porque no le conviene llamar más la atención. Aquí pone que lo
acusan de malversación.
Me quedo paralizada al imaginar el revuelo mediático que va a
despertar el artículo.
—Pero ¿y si se lo cree? —tartamudeo—. No he salido nunca con Jake.
No dicen más que chorradas. Quiero a Jameson.
—Ha dicho que se pondría en contacto contigo. Pues eso hará.
La escucho, pero la cabeza me va a mil por hora.
—Vas a tener que esperar.
Tuerzo el gesto.
—¿Crees que no debería ir? —insisto llorando.
—No, por Dios. Tampoco tendría tiempo para preocuparse por ti.
—Pero yo no he hecho nada —digo.
—Lo sé. Iré a su despacho a contárselo todo.
—¿En serio? —susurro esperanzada.
—Como vengas, el edificio entero se te va a echar al cuello.
Horrorizada, me cubro los ojos con la mano mientras me imagino a
todos despertándose con la noticia. Voy a ser la enemiga pública número
uno de Miles Media.
—Yo ahora mismo voy a la oficina, me entero de qué narices está
pasando y te llamo, ¿vale?
Asiento con los ojos anegados en lágrimas. No me creo que esto esté
pasando.
—Vale.
—Tú vete a tu apartamento y espera ahí. Te llamo luego.
—Gracias —susurro, y espero a que añada algo más—. Un momento,
¿qué le vas a decir a Jameson?
—La verdad. Te llamo en media hora.
—Vale, gracias —respondo y me hundo en la oscuridad.
Cuelgo.
***
Salgo de la cocina y vuelvo al salón. Doy media vuelta y deshago el
camino. Han pasado cuarenta minutos.
Jameson sigue sin coger el teléfono y Molly no me ha llamado.
«¿Qué diantres pasa ahí?».
Le envío un mensaje a Jameson.
Tiro el móvil al sofá y sigo paseando de un lado al otro. ¿Por qué nadie
me llama?
Espero veinte minutos y le mando otro mensaje a Jameson. Me suena
el móvil. Lo cojo corriendo. Es Molly.
—Hola.
—Hola.
—¿Qué ha pasado?
—No he podido verlo, estaba reunido con sus abogados —susurra—.
Tiene cosas más importantes de las que preocuparse, Em. Podría ir a la
cárcel.
Frunzo el ceño. ¿Cómo?
—Madre mía.
—Los jefes se están volviendo locos. Como me pillen hablando por
teléfono, me echan.
—¿Cómo? —inquiero con los ojos llorosos. «Yo no he hecho nada»—.
Me importa una mierda la empresa ahora mismo. Necesito que Jameson
sepa que no he tenido nada con Jake. Que todo es mentira.
—Lo sé. Volveré a intentarlo a la hora del almuerzo. Tú aguanta
mientras tanto.
Se me revuelve el estómago y me cubro la boca con la mano.
—En cuanto hable con él, te llamo.
Espero a que añada algo más. Ojalá haya un milagro.
—¿Vale? —pregunta.
—Sí, de acuerdo —susurro, y cuelgo.
Vuelvo a pasear de un lado a otro del apartamento, solo que esta vez
más rápido. ¿Y si Jameson se lo cree?
¿Y si la junta se cree que robó el dinero?
¿Y si lo acusan y… va a la cárcel?
Madre mía. Vuelvo a escribirle.
Lo digo en serio.
¡¡Llámame YA!!
Me estoy volviendo loca.
Ocho de la tarde
Estoy sentada en el sofá con una película de fondo.
No puedo ver las noticias. He tenido que quitarlas. No dejan de hablar
de que siguen saliendo a la luz pruebas que demuestran que Jameson ha
malversado fondos.
Mi mente vaga lejos de aquí. Jameson no me ha llamado en todo el día
y no sé qué pasa en Miles Media; lo único que sé es que se ha montado un
circo mediático.
Me debato entre dejarle el espacio que necesita o correr hacia él lo más
rápido posible. Decido que voy a hacer lo que me ha pedido y me quedaré
aquí quietecita. Me llamará en cuanto pueda. Sé que lo hará. Además,
tiene razón: acudir a Miles Media solo añadiría más leña al fuego. No le
conviene preocuparse también por mí.
Al fin he comprendido la gravedad de la situación. ¿Y si no dan con la
persona que transfirió el dinero?
¿Cuánto tiempo podrá aguantar Jameson la presión?
Camino de arriba para abajo con un nudo en la garganta. La moqueta
tiene que estar raída después de haberme pasado el día pisándola. No
recuerdo haber estado tan mal en toda mi vida.
***
Son las once y sigo sin tener noticias de Jameson. Me estoy poniendo mala
de lo preocupada que estoy… Literalmente.
He vomitado dos veces.
Decido llamarlo una última vez. ¿Dónde estará?
Marco su número con dedos temblorosos. Hay línea, pero salta el
contestador.
Ha rechazado la llamada. Se me cae el alma a los pies y se me llenan
los ojos de lágrimas.
«Ha llamado a Jameson Miles. Deje un mensaje», dice la grabación.
—Hola. —Hago una pausa—. Jay —susurro—. Cariño —musito con
un nudo en la garganta—. Siento haberte mentido. Intentaba averiguar más
sobre el caso, y entonces Jake me besó y… —Callo—. Sé lo que parece,
pero tienes que creerme. Ni siquiera me gusta como amigo, ya lo sabes. —
Me acerco a la ventana y contemplo el tráfico—. Me estoy volviendo loca
aquí… Te quiero. —Me quedo callada, no sé qué decir—. Que no te
confundan, Jay. Eres el único que conoce de verdad nuestra relación —
susurro entre lágrimas—. Ven a casa, conmigo, a tu hogar. —Hago una
pausa con la esperanza de que el mensaje le llegue al alma—. Ni siquiera
quiero colgar… Te necesito. Ven, por favor… Te lo suplico.
Se oye un silencio sepulcral al otro lado y contraigo la cara de dolor.
—Te quiero —susurro.
Me interrumpe un pitido. Tiro el móvil al sofá y me pongo a llorar.
¿Qué narices está pasando?
***
Entro en el edificio Miles Media con el corazón en un puño. Son las ocho
y media de la mañana y he venido a trabajar.
Jay no me llamó anoche. No lo culpo.
Lloré hasta quedarme dormida. Bueno, a decir verdad, no he pegado
ojo. Tengo una bola de plomo en el estómago que no desaparece.
No puedo culpar a nadie por este lío inmenso, excepto a mí. Mentí al
hombre al que amo, me salió el tiro por la culata y ahora se imagina lo
peor. Así que aquí estoy, voy a dejarme la piel y compensárselo.
Está dolido, lo sé.
Tiene a todo el mundo en su contra. Estoy muy preocupada por él.
¿Cuánto estrés puede soportar un hombre antes de explotar?
Entro en el ascensor y paso la tarjeta que conduce a las últimas plantas,
pero una luz roja se enciende. Frunzo el ceño. No. La vuelvo a pasar y la
luz roja aparece de nuevo.
—No, Jay, no me hagas esto —susurro entre lágrimas—. No me
apartes, joder.
La paso otra vez y vuelve a encenderse la luz roja.
—Cabrón —susurro enfadada.
Pulso el botón para ir a la planta cuarenta y aparece una luz verde. El
corazón me late con fuerza. Me ha bloqueado el acceso a su planta.
Saco el móvil y le mando un mensaje.
¿En serio?
¿Ni siquiera podemos hablar?
***
Son las seis y estoy en la cafetería que hay enfrente de Miles Media. El
circo mediático se congrega a la espera de que Jameson abandone el
edificio.
El escándalo por malversación de fondos es noticia. Bueno, noticia…
Un notición. Mientras todo el mundo está en vilo siguiendo la historia, yo
me he pasado el día al borde del llanto.
No sé qué hacer ni cómo ponerme en contacto con él. Está a la
defensiva, y con la acusación de malversación de fondos, no sé hasta qué
punto puedo presionarlo.
No quiero estresarlo todavía más, pero me necesita más que nunca. Me
llevo las manos a la cabeza. ¿Por qué tuve que quedar con Jake? ¿En qué
pensaba? ¿Cómo pude pensar que sería buena idea?
Repaso esa noche mentalmente y me oigo mintiendo de forma
descarada a Jameson al llegar a casa. ¿Por qué? En aquel momento pensé
que así lo protegería. Ahora sé que no es así. Se ha montado un lío enorme
y no tengo ni idea de cómo arreglarlo. Pienso en el dinero que se han
llevado de las cuentas. Todos creen que ha sido Ferrara, pero ¿por qué un
hombre que ya gana miles de millones de dólares al año lo arriesgaría todo
por cargarse a un rival? No tiene sentido.
Para mí, la persona que ha robado los millones los necesita.
Pero ¿quién es y cómo narices ha tenido acceso a los datos bancarios
de Jameson?
Aquí hay gato encerrado.
Molly, Aaron y yo desayunaremos juntos mañana. Espero que demos
con un plan. Veo barullo junto a la puerta y veo que Jameson sale
escoltado por guardias mientras los periodistas lo rodean, lo llaman a
gritos y le hacen fotos. Jameson se dirige a la limusina con la cabeza
gacha y no hace declaraciones.
Una vez en el coche, Alan se adentra en la noche y se lo lleva lejos de
allí… e incluso más lejos de mí.
La tristeza me abruma y se me mete hasta en los huesos.
¿Cómo puedo ayudarlo?
***
Jameson
Corro lo más rápido posible. Tengo la cabeza hecha un lío. Con cada paso
que doy me encuentro mejor. Han pasado tres días desde que la vi, tres
días en los que he vivido un infierno.
No puedo verla otra vez. No puedo volver a ponerme en esa tesitura
nunca más.
Nadie merece sentirse tan mal por… nadie.
Doblo la esquina, dejo atrás una hilera de restaurantes y me meto en un
parque. Pese a la oscuridad, diviso a alguien delante de mí.
Su postura me resulta familiar. Entorno los ojos para verlo mejor.
Un sudor frío me baja por la espalda al darme cuenta de quién es.
Gabriel Ferrara. Apoyado en su Ferrari negro, habla por teléfono y se fuma
un puro. No me ha visto.
Dejo de correr y me aproximo a él jadeando. «Rata asquerosa».
Odio que usara la foto de Emily para la portada de su periódico. Fue un
ataque directo hacia mí… Un ataque muy efectivo.
Se da la vuelta y me ve. Le cambia la cara.
—Tengo que colgar —dice, y cuelga.
—Mira quién ha salido de la alcantarilla —mascullo entre jadeos.
Sonríe mientras da una calada al puro.
—Miles.
Lo fulmino con la mirada.
—¿Cómo está tu chica? —pregunta mientras me guiña un ojo—.
Tendrías que atarla corto.
Lo miro con odio.
Me lanza el puro y me hierve la sangre.
Doy un paso al frente.
—¿Sabes que me tiró la caña? Parece que la suerte ya no te sonríe en
nada: ni en la empresa, ni en las cuentas bancarias… ni en el sexo. ¿Qué
tal sienta que tu chica tenga que buscarse a otro para satisfacer sus
necesidades?
Solo veo rojo, un rojo cegador.
Pierdo el control y le doy un puñetazo en la cara, y otro y otro, cada
vez más rápido.
Se cae junto a su coche y oigo que alguien grita:
—¡Que alguien llame a la policía!
—Mierda…
Lo miro. Está tumbado en el suelo y le sangra la nariz.
¿Qué he hecho?
Me doy la vuelta y me adentro lo más rápido posible en la oscuridad.
Corro una manzana y atajo por un parque con el aullido de una sirena de
policía a lo lejos.
Mierda.
Cruzo la calle corriendo y, de repente, un coche sale de la nada.
Luces fuertes, bocina, visión borrosa.
Me atropella y salgo volando por los aires.
Oscuridad…
Nada.
Capítulo 22
Emily
***
Una hora después, Tristan y yo estamos dando vueltas por Bryant Park.
Solo hemos hablado de que tenemos que encontrar a Jameson. Está
enfadado conmigo por lo de Jake.
Yo también estoy enfadada conmigo misma.
Es la una de la mañana y me estoy poniendo de los nervios. Echo un
vistazo al parque.
—¿Dónde estará? —susurro.
—No sé. Prueba a llamarlo otra vez —propone Tristan.
Marco su número y sigo caminando cuando oímos algo.
Tristan abre mucho los ojos y levanta la mano.
—Shh, escucha.
Oímos un móvil, pero muy bajito. Deja de sonar y vuelvo a marcar su
número.
Miramos a nuestro alrededor como locos y entonces vemos una
pantalla que se ilumina.
—Ahí.
Corro hacia ese punto y veo un móvil en la hierba. Tristan lo coge,
desliza el dedo e introduce el código. La pantalla se ilumina.
—Es el móvil de Jameson —confirma Tristan mirándome a los ojos.
Observamos a nuestro alrededor, el parque está sumido en penumbra y
me invade el miedo.
—¿Qué le habrá pasado? —susurro.
***
Son las cuatro de la mañana y Tristan y yo estamos histéricos. Llevamos
horas dando vueltas. Alan, Elliot y Christopher también han salido a
buscarlo.
Quizá se esconde de la policía en algún sitio.
—Estará bien —me dice Tristan para consolarme.
No puedo dejar de llorar.
—Todo esto es culpa mía —susurro mientras caminamos—. Si no
hubiese caído en su trampa, nada de esto habría pasado.
—¿A qué te refieres con trampa?
—Jake me dijo que tenía información sobre un artículo sobre Jameson
que Ferrara iba a publicar al día siguiente y que me lo contaría fuera de la
oficina. No quería preocupar a Jameson, así que le mentí y quedé con él.
Solo quería tenerme a solas para besarme. Le crucé la cara de un bofetón y
me fui, y al día siguiente… —Me encojo de hombros—. Ya viste las fotos.
—Entonces ¿no estabas saliendo con Jake? —pregunta con el ceño
fruncido.
—No, tonto —espeto—. Estoy enamorada de Jameson. —Sollozo—.
Pero el muy cabrón no me deja explicarme.
—Joder, qué follón.
Lo llaman al móvil y responde.
—¿Sí? —Escucha—. Sí. —Escucha un poco más y ahoga un grito—.
¿Está bien? —Se toca el pecho y dice—: Menos mal.
—¿Qué pasa? —inquiero, articulando solo con los labios.
—Gracias. Voy para allá.
Cuelga.
—¿Qué pasa? —susurro.
—Jameson está en el hospital.
—¿Qué ha pasado?
—Lo han atropellado.
Me cubro la boca, horrorizada.
—Está bien, solo ha sido un golpe en la cabeza.
—Menos mal.
—Voy a buscarlo.
—Voy contigo —digo.
—Em… —Hace una pausa—. No creo que sea buena idea. Estará lleno
de paparazzi por lo de Ferrara, y Jameson no necesita más publicidad.
¿Quién sabe qué periodistas habrá en el hospital? Jameson preferiría que
te mantuvieses al margen. Hablaré con él y te llamaré en cuanto volvamos
a casa.
«¿Estará intentando protegerme?», pienso, esperanzada.
—Pero no he hecho nada malo, Tristan. Quiero verlo.
La empatía se hace un hueco en él y me abraza.
—Lo llevaré a casa y te llamaré. —Se aparta y me coge de los brazos
mientras me mira a los ojos—. Te prometo que te llamaré. Te dejaré en
casa, hablaré con él y te llamaré. Tienes mi palabra —me asegura.
—Está bien.
Caminamos un rato en silencio.
—Averiguaré quién se ha llevado el dinero aunque sea lo último que
haga —susurro.
—Emily, no es buena idea. Deja que se ocupen los detectives. Estás
cansada y con los nervios a flor de piel. Te llevo a casa.
Asiento con la cabeza. Sé que tiene razón en todo. Odio esta situación.
Jameson
Emily
***
No tengo ni idea.
Ahora es Aaron quien escribe.
¿Desde cuándo?
Contesta.
Contesto.
Contesta.
¿Quieres que vaya a echarte una mano?
Contesta.
Respondo.
Contesta.
Vale.
***
Contesta al instante.
Jameson
***
Cinco horas después, estoy delante del edificio de Ferrara y miro los
últimos pisos. Marco un número que he tenido durante años pero al que
nunca he llamado.
—Gabriel Ferrara —contesta con voz grave.
—Soy Jameson Miles. Estoy delante de tu edificio. Baja.
Cuelgo y respiro hondo. Apoyo el culo en la limusina.
Después de pasarme las últimas cinco horas en comisaría, no estoy de
humor para esperar al idiota este, pero si no le digo lo que quiero decirle,
me seguirá reconcomiendo.
Le he dicho a la policía que pegué a Ferrara en defensa propia y que
mirasen las cámaras de seguridad. No sé si será creíble, pero me dará algo
de tiempo. Los agentes se han portado bien y me han dicho que como él
me tiró el puro primero, lo más probable es que solo me acusen de
agresión y me dejen libre bajo fianza por buen comportamiento.
Sobreviviré.
Gabriel Ferrara sale por la puerta principal flanqueado por cuatro
guardias de seguridad.
Tiene el ojo morado y el pómulo hinchado. Sonrío al ver que tiene la
cara hecha un cromo.
—Estás hecho un cristo.
—Ya, es que se me abalanzó un loco —masculla en tono seco.
Doy un paso adelante con la sangre hirviéndome de nuevo.
—Sé lo que estás haciendo.
Me fulmina con la mirada.
—No me das miedo. Hasta me hace gracia lo turbio que te has vuelto.
—Vete a la mierda, Miles —replica.
—Si crees que actuar a escondidas como un criminal acabará con
Miles Media, te equivocas —espeto con desprecio.
Entorna los ojos.
—Miles Media ha liderado el mercado durante treinta años y
seguiremos haciéndolo. ¿Sabe tu padre a qué te has rebajado?
Alza el mentón en un gesto desafiante.
—Que actúo como un criminal, ¿de qué hablas, eh? El golpe te ha
afectado al cerebro.
—Sabes perfectamente de qué hablo.
Nos miramos a los ojos. El odio flota en el aire como si estuviera
contaminado.
—Sé lo que estás haciendo —susurro.
Me mira a los ojos.
—Y en cuanto lo demuestre, te voy a llevar a los tribunales.
—Inténtalo.
Lo miro y recuerdo el gusto que me dio pegarlo.
—¿Tienes el pómulo roto?
Por cómo me fulmina con la mirada, sé que así es.
—Ah, una última cosa, vuelve a faltarle al respeto a Emily Foster y la
próxima vez…, no solo te romperé el pómulo. Te mataré —escupo.
Arquea una ceja como si le sorprendiese mi afirmación.
—¿Es una amenaza, Miles?
—Es una promesa —gruño—. No la metas en esto.
Me doy la vuelta, entro en mi limusina y nos alejamos. Lo veo entrar
en su edificio echando humo, flanqueado por su cuerpo de seguridad.
«El día que me cargue a ese imbécil me sabrá a gloria».
***
Corro. Solo es medianoche. Llevo un tiempo sin pasar por aquí, pero, por
alguna razón, hoy me apetece.
El edificio de Emily.
Cuento las ventanas hasta llegar a la suya y me quedo mirándola.
¿Qué estará haciendo?
¿Me echará de menos tanto como yo a ella?
Me imagino llamando al timbre y pidiéndole que me deje subir. Nos
abrazaríamos y sería feliz…, como antes.
Pero entonces recuerdo lo dolido que me sentí la semana pasada
cuando me mintió, el sentimiento de descontrol que me aborda cada vez
que estoy con ella.
Cómo mis enemigos la usan para llegar a mí, cómo les da munición
como si fueran caramelos.
Y sé que nada puede destrozarme… Salvo ella.
Ella es mi única debilidad.
Y no puedo permitirme tener debilidades.
Ni ahora ni nunca.
Me quedo mirando las ventanas de su apartamento un buen rato y,
luego, con el corazón en un puño, doy media vuelta y regreso a casa,
abatido.
Nunca he estado tan solo.
Emily
Cuatro días es demasiado tiempo para ir por ahí con el corazón roto.
Me siento débil y me cuesta seguir adelante. Sigo esperando y rezando
para que Jameson regrese a mí, me lance a sus brazos y esta pesadilla se
acabe de una vez por todas.
«Ojalá fuese cierto».
Mi mente está nublada por los recuerdos del hombre que creía conocer.
El vacío en mi vida es enorme. No entiendo cómo puedes enamorarte tanto
de alguien en tan poco tiempo.
Quizá debería haberme quedado con Robbie, porque, si echo la vista
atrás, Robbie no entrañaba ningún riesgo.
No había posibilidad de que me hiriese en lo más profundo… Pero
claro, no habría conocido a Jameson y no habría descubierto lo que es
estar enamorado de verdad. E, independientemente de cómo ha acabado,
no cambiaría ese sentimiento por nada. Aunque solo lo experimentase un
tiempo.
Lo único que me impulsa a seguir adelante en este momento son Molly
y Aaron. Son estupendos. Me han animado desde la distancia y me han
recordado por qué vine a Nueva York. Sería muy fácil volver a casa
corriendo con el rabo entre las piernas.
—¿Te lo vas a acabar? —pregunta Molly, señalando mi sándwich a
medio comer.
—No, ¿lo quieres? —digo arrugando la nariz.
—Olvida que un día lo conociste —me aconseja Aaron, que suspira—.
Ningún hombre merece este sufrimiento.
—Volverá, Aaron. Sé que lo hará —musito con una sonrisa forzada.
—No dejas de repetirlo, pero ¿dónde está el muy cabrón? —replica
Molly.
—Está… —Me encojo de hombros mientras trato de articular mis
pensamientos—. Perdido.
—No, está idiota —resopla—. Te has librado de una buena. Hasta
luego, Lucas.
Jameson no es santo de devoción de Aaron y Molly.
—Puede —murmuro, y suspiro con pesar.
—Va, que tenemos que volver —dice Aaron mientras se pone en pie—.
Se acabó el descanso.
Nos dirigimos al edificio de Miles Media cuando Molly se detiene en
seco.
—Mierda —susurra.
—¿Qué pasa?
—Mira.
Levantamos la vista y vemos a Jameson que viene hacia nosotros con
una mujer. Lleva su traje azul marino habitual y está impecable. Están
inmersos en una conversación.
—¿Está trabajando? —pregunto con el ceño frunciendo mientras lo
miro. Ni siquiera sabía que ya había vuelto al trabajo. No nos ha visto y
habla mientras camina—. ¿Quién es la mujer? —pregunto. De lejos me
resulta familiar, pero no consigo ubicarla.
Molly me agarra del brazo con apremio.
—Por aquí —me apremia mientras me mete en una tienda.
—¿Quién es? —repito a medida que se acercan.
—Claudia Mason.
Me falta el aire. Su ex.
¿Está con su ex?
El corazón me late con fuerza y el suelo se tambalea bajo mis pies.
—Va, no puede vernos —insta Molly mientras me vuelve a sujetar del
brazo.
Me zafo de su agarre y me planto con firmeza.
Cuando nos alcanza, levanta la vista y me ve. Da un traspié, aprieta la
mandíbula y evita mirarme a los ojos.
No puedo evitar las lágrimas al verlo pasar por mi lado.
Se detiene de espaldas a mí y yo contengo la respiración.
«Gírate, gírate».
Un segundo después, reanuda el paso junto a la mujer y desaparece
calle arriba sin mirar atrás.
Una punzada de dolor me atraviesa el pecho mientras lucho por
contener las lágrimas. Dejo caer la cabeza con tristeza.
Ahí está mi respuesta.
Ya está… Hemos terminado.
***
Me incorporo. ¿Cómo?
Necesita verme… ¿Que necesita verme?
La esperanza surge de nuevo en mi interior. Ay, madre. Llamo a Molly
al instante.
—Hola —dice.
—Jameson me acaba de enviar un mensaje. ¡Quiere que nos veamos
mañana por la noche! —suelto de carrerilla.
—¡¿Cómo?! —exclama en tono brusco—. Lo habrás mandado a la
mierda, ¿no?
—No.
—¿Por qué no?
—Porque… —Intento dar con la explicación perfecta—. A lo mejor,
ver a Claudia le ha levantado el ánimo, y yo también quiero verlo, Molly.
Llevo mucho tiempo deseándolo.
—¿Tú te oyes? ¿Por qué querrías verlo? Ha sido un imbécil de
campeonato.
—Lo sé, pero ha estado sometido a mucho estrés, Molly. Necesito
hablar con él.
—Creo que es mala idea, que conste —suspira.
Sonrío. Se equivoca, es una idea fantástica. Le contesto.
Allí estaré.
Un beso.
Miro por la luna del coche con una sonrisa tonta en la cara y veo a
Hayden hablando con la misma chica del otro día, la que trabajaba en
Miles Media.
Lara Aspin… Esta también trama algo. Quiero saber más de ella. Por
el momento, no tengo nada, ni siquiera una mísera dirección. Acaba de
hablar con Hayden y se marcha calle abajo. Los miro a los dos
alternativamente. Mierda, ¿qué hago?
Hayden se mete en su edificio.
Sé dónde vive Hayden. Si dejo que Lara se me escape, puede que no
vuelva a dar con ella nunca.
Tengo que averiguar dónde vive.
Veo cómo se aleja. Mierda. Salgo del coche, cruzo la calle y me pongo
detrás de ella.
Baja las escaleras del metro. Dudo. Es de noche y vete tú a saber a
dónde va… Joder.
Baja las escaleras y me mentalizo. Mierda. Tengo que seguirla.
Esperamos un rato en el andén, coge el metro y la sigo. Me quedo junto a
las puertas y miro por la ventanilla sin perderla de vista.
La adrenalina me corre por las venas. Lo admito: me lo estoy pasando
bien.
Tras cinco paradas, se levanta y se pone junto a la puerta. Estamos en
Central Station. Suspiro de alivio, al menos ahí no correré peligro.
Bajamos del metro y me quedo detrás para que no sospeche.
Caminamos, caminamos y caminamos… ¿A dónde irá?
Desaparece entre la multitud. Salto para ver si la veo. Avanzo más,
pero no doy con ella. Se ha volatilizado.
Mierda.
Me doy la vuelta y miro la calle por la que hemos venido. ¿A dónde ha
ido?
Retrocedo un poco y la veo en una tienda.
Menos mal.
Me agacho y, al hacerlo, me doy cuenta de que es una casa de empeños.
Finjo mirar algo en la parte de atrás mientras ella habla con el hombre del
mostrador.
—Bueno, no vale mucho —dice el hombre.
—Quiero quinientos dólares por él. Funciona perfectamente —replica
ella.
—Tú alucinas. Ni hablar.
Miro por entre el hueco de una estantería y veo un ordenador
MacBook. Mierda, va a vender su portátil.
¿Por qué querrá venderlo?
Pienso en ello mientras regatean el precio. El dependiente de la tienda
acaba ganando y le da doscientos dólares. Lara sale por la puerta. Espero
un momento y me acerco al mostrador.
—Hola —saludo con una sonrisa como quien no quiere la cosa.
—Hola —murmura el hombre gordo de la casa de empeños mientras
cuenta lo que tiene en la caja.
Esta podría ser la mayor locura de toda mi vida, y ya he cometido unas
cuantas.
—Me gustaría comprar ese portátil, por favor.
—¿Cuál? —pregunta frunciendo el ceño mientras levanta la vista.
Señalo el que acaba de venderle Lara.
—No, aún no lo he formateado. Elige uno de la vitrina de la izquierda.
—No, tiene que ser ese.
—Aún no está en venta. Vuelve en dos días.
Si vuelvo en dos días, ya lo habrán vaciado.
—Dime cuánto pides —replico, envalentonada.
Se queda quieto y me mira a los ojos.
—Mil dólares —me suelta, arqueando una ceja como si me retase en
silencio.
—Acabas de pagar doscientos por él, ¿estás loco? —tartamudeo.
Se encoge de hombros y vuelve a lo que estaba haciendo.
Miro el portátil y, no sé por qué, pero mi instinto me dice que lo
compre.
—Vale, está bien. Mil dólares, ahora.
—Como quieras, preciosa —dice con una sonrisa repugnante.
Le paso la tarjeta de crédito de mi madre, la que tengo para
emergencias… Lo siento, mami.
Pago los mil dólares, cojo el portátil y salgo por la puerta principal.
Me suena el móvil. El nombre de Tristan ilumina la pantalla. Justo a
tiempo.
—Hola —saludo.
—Perdón por no haberte llamado antes. La chica se llama Lara Aspin,
y agárrate, trabajaba en contabilidad —suelta de carrerilla.
—¿Qué significa eso? —pregunto frunciendo el ceño.
—Que tenía acceso a los datos bancarios.
—Madre mía, Tristan —susurro mientras miro a mi alrededor
sintiéndome culpable—. La he seguido en el metro y la he visto vendiendo
su portátil en una casa de empeños, y sé que es una locura, pero lo he
comprado por mil dólares.
—¿Cómo? ¿Tienes su portátil? ¿En serio?
—Sí, sí —respondo con una sonrisa de orgullo.
—¿Dónde estás? Voy a buscarte.
***
***
Una hora más tarde, enfilamos el pasillo del hotel de la mano. Caminamos
en silencio, cada uno en su mundo.
El corazón me late muy deprisa. Sé lo que está a punto de pasar y lo
espero con ansias.
Abre la puerta y subimos al ático. Miro a mi alrededor y, al instante,
recuerdo con quién estoy. Es un hombre rico, aunque a veces lo olvide.
Cierra la puerta y me gira para quedar frente a él. Nos miramos a los ojos.
Entonces me abraza con fuerza y entierra la cara en mi cuello. Me aprieta
más y más…, como si temiese soltarme.
El amor que nos profesamos es palpable. Hay mucha emoción, mucho
arrepentimiento, y antes de que me dé cuenta, se me llenan los ojos de
lágrimas.
Quiero decirle que le quiero, que me ha hecho daño y que estoy
enfadada, pero prefiero dejar que todo fluya, que lo que sentimos hable por
nosotros porque las palabras no llegarán a expresar nuestro amor.
Se aparta y me mira a los ojos.
—Te he echado de menos —susurra.
Llevo mis manos a su cara para acariciarlo y le doy un beso largo y
lento, su favorito.
Sonríe cerca de mis labios mientras me desabrocha la camisa poco a
poco y la tira. Me quita el sujetador y me coge los pechos. Me roza los
pezones con los pulgares. Me desabrocha los pantalones sin dejar de
besarme, me los baja y me los quita.
Se pone de rodillas y contengo la respiración mientras me baja las
braguitas y me las quita.
Se acerca a mi sexo y respira hondo. Cierra los ojos de placer mientras
me besa justo ahí.
Madre mía, cómo lo he echado de menos.
Recuerdo la primera noche que pasamos juntos, cuando hicimos
escala, y no se parecía en nada a esta. Por aquel entonces, me tocaba con
lujuria; ahora, lo hace con adoración y amor.
Me pasa la pierna por encima de su hombro y me lame en mis rincones
más íntimos, los que solo él conoce. Las manos se me van solas a la parte
posterior de su cabeza.
Esto es alucinante. No lo he tocado aún y ya está ante mí, de rodillas,
completamente vestido y disfrutando uno de los mejores momentos de su
vida.
Jameson encuentra el ritmo y mi cuerpo se me mueve por inercia para
indicarle a su lengua dónde tocar.
Empiezo a notar espasmos y cierro los ojos para no verlo. Solo lleva
ahí abajo unos minutos y ya estoy a punto de alcanzar el orgasmo.
«Aguanta».
Me flaquean las rodillas y me estremezco contra él. Noto que sonríe.
Me da un lengüetazo y me tumba en la cama. Me dispone a su antojo y me
separa las piernas para contemplarme.
—Eres una diosa —susurra para sí mismo.
Se quita la camiseta a toda prisa y se baja los vaqueros. La tiene dura.
Es tan guapo… El hombre perfecto.
Sonrío y veo que saca un condón del bolsillo.
—¿Qué haces? —pregunto, inquieta.
—Quiero hacértelo más de una vez, pero no quiero perder sensibilidad.
Frunzo el ceño mientras veo cómo se lo pone. Qué raro. Antes siempre
hacía que se lo pusiera yo, como si él fuese incapaz.
Se tumba a mi lado y me acaricia el pelo sin dejar de mirarme. Esta
noche me tiene totalmente descolocada. Está muy… intenso.
—Parece muy sentimental esta noche, señor Miles —susurro.
—Es posible.
Le toco la cara. Lo veo perdido.
—¿Estás bien?
—Esta noche sí.
Me besa y, al hacerlo, noto la emoción que hay en él. Es como si me
transmitiera todo su amor a través de los labios. Dejo de pensar con
claridad.
Se tumba encima de mí y nuestros cuerpos toman el control mientras
se retuercen.
Nos besamos con frenesí. Me levanta una pierna y me la mete hasta el
fondo. Noto cómo me estira. Prohibido olvidar lo grande que la tiene. No
hay excusas.
Ambos gemimos de placer, y él la saca y me la vuelve a introducir
poco a poco. Estoy mojada, muy mojada, y el sonido de mi humedad flota
en el aire.
—Joder, Emily —susurra mientras pierde el control y me embiste con
tanto ímpetu que me deja sin aire.
No podemos parar. La cama choca con la pared con fuerza. Extasiados,
nos miramos a los ojos en silencio. Esto es otro nivel.
Nuestros cuerpos están hechos el uno para el otro. Nosotros estamos
hechos el uno para el otro.
Tuerce el gesto como si estuviese sufriendo.
—No aguanto más —dice entre jadeos.
Sonrío. Me encanta que no pueda contenerse.
—Córrete —musito cerca de sus labios—. Tenemos toda la noche.
Dámelo todo.
***
***
—Madre mía, Em, ¿te has enterado? —dice Aaron sonriendo alegremente
mientras se gira hacia mí.
Acabo de llegar a la oficina.
—¿De qué? —pregunto tras dejar el bolso en la mesa.
—Ya han detenido a alguien por lo de la malversación de fondos.
Aparece en todos los titulares.
—¿En serio? —digo fingiendo una sonrisa—. Qué guay. —Miro a mi
alrededor—. ¿Ha llegado ya Molly?
—No, pero estará al caer —me asegura mientras enciende el
ordenador.
—Vale, ahora vuelvo.
Saco el sobre que preparé anoche del bolso y paso mi tarjeta para subir
al piso de arriba. Mira tú por dónde, ahora sí que va.
Las puertas del ascensor se abren y Sammia me recibe con una sonrisa
de oreja a oreja como si se alegrase de verme.
—Buenos días, Emily.
—Hola —la saludo, y añado mirando a mi alrededor—. ¿Está Tristan?
—Sí, está en el despacho de Jameson. Pasa.
Se me cae el alma a los pies.
—Vale, gracias.
Intento concentrarme en el sonido que hago al pisar las baldosas. Ya no
hago ruido con los zapatos, pero recuerdo una época en la que sí lo hacía.
Me fijo en las vistas y las grabo en mi memoria. Me encanta este edificio.
Recuerdo la emoción de mis primeras visitas a esta planta. Llamo a la
puerta.
—Adelante —me invita Jameson.
«Allá vamos».
Me trago los nervios y abro la puerta. A Tristan se le ilumina la cara al
verme.
—Mira quién está aquí: la heroína del día.
—Hola —digo mirando a Jameson a los ojos.
—Hola —me saluda y agacha la cabeza como si le diese apuro.
—Todas las pruebas están en el ordenador —exclama Tristan con una
sonrisa radiante—. Lo has conseguido, Em, has resuelto el caso. No sé por
qué la seguiste, pero cómo me alegro de que lo hicieras.
—Un placer haber sido de ayuda.
—Gracias —musita Jameson frunciendo el ceño, como si le doliese—.
Agradezco mucho que te hayas implicado tanto para resolver el caso.
Tristan nos mira alternativamente. Debe de sentir la tensión que hay
entre nosotros, porque dice:
—Os dejo solos. Hay que celebrarlo… Esta noche —exclama
entusiasmado mientras sale del despacho como una exhalación.
Debe de ser un gran alivio para él que se haya resuelto el caso contra
Jameson.
Cierro los ojos. Acabemos con esto de una vez. Le entrego el sobre a
Jameson y se queda mirándolo en la mano.
—¿Qué es esto? —pregunta.
—Mi carta de dimisión.
Frunce el ceño mientras me mira a los ojos.
—Em, no —dice negando con la cabeza—. No puedo aceptarla.
Me invade la emoción. Pestañeo para no llorar.
—No puedo trabajar aquí, Jameson.
—Te encanta Miles Media, trabajar aquí era tu sueño —susurra.
—No, te equivocas. Te amaba a ti… Tú eras mi sueño. Me voy a
trabajar con Athena, donde hice prácticas. Empiezo el lunes.
—Em… —dice mirándome a los ojos.
Se me cae una lágrima y me la limpio con una sonrisa nerviosa.
—Anoche vi Magic Mike XXL.
Me escucha con atención.
—Y dijeron una frase que me llegó y que hizo que al fin lo entendiese
todo.
—¿Cuál?
—Cuando alguien te muestre quién es…, créele.
Frunce el ceño, no entiende nada.
—Al fin te creo, Jameson.
—¿Creer qué?
—Que eres un cobarde.
Aprieta la mandíbula.
—Que te da demasiado miedo amarme.
Entre nosotros saltan chispas.
—Y merezco a alguien que sepa que vale la pena arriesgarse por mí.
No deja de mirarme.
—No eres lo bastante valiente para amarme.
—No es justo —susurra.
—No —replico y niego con la cabeza ligeramente—. Lo que no es
justo es enamorarse de ti. Nunca tuve ni la más mínima posibilidad… y
siempre lo has sabido. Guardas tu corazón en un congelador sellado
herméticamente a kilómetros de altura. Se mira pero no se toca.
Le cambia la cara. Doy media vuelta y salgo de su despacho. Cierro la
puerta con cuidado. Me quedo mirándola mientras reúno el valor para
abandonar su despacho por última vez. Irónicamente, esta ha sido la mejor
y la peor época de mi vida.
Adiós, señor Miles.
Siempre le echaré de menos.
Jameson
Emily
—Un brindis —propone Molly con una sonrisa mientras alza su copa.
Aaron y yo chocamos las nuestras con la suya.
—Por los nuevos comienzos.
—Por los nuevos comienzos —repetimos todos.
—Lo vas a hacer genial —asegura Aaron con una sonrisa—. Dentro de
nada estarás a cargo de la sección de noticias, ya verás.
Hemos ido a cenar a un bar para celebrar que empiezo mañana. Hace
una semana que dejé Miles Media.
Parece que fue hace siglos.
Pensé en visitar a mis padres, pero no estaba preparada mentalmente
para ello, así que, en su lugar, me he quedado en Nueva York y me he
mimado un poco. Me hacía falta pasar tiempo conmigo misma para
lamerme las heridas y dejar que cicatrizasen. He ido a que me den
masajes, he hecho reiki para rebajar la angustia, he comido sano y he
salido a correr dos veces al día para acabar agotada y que por la noche no
me quedase más remedio que dormirme enseguida.
Estoy bien… Vacía, pero bien.
He dejado de leer el periódico para no ver su nombre. Salgo a correr en
la otra dirección para no pasar cerca del edificio de Miles Media ni de los
restaurantes ni de nada que me recuerde a él o al tiempo que estuvimos
juntos.
Él…
Ni siquiera tengo fuerzas para pronunciar su nombre.
Está guardado en una caja fuerte y nadie se atreve a mencionarlo en mi
presencia. Es como si nunca hubiese existido…
—¿Qué te vas a poner mañana? —pregunta Molly mientras corta su
filete.
—He pensado en el traje azul marino —digo mientras mastico—.
Quiero parecer lista y profesional.
—¿Y la falda gris no? —inquiere Aaron con una sonrisa de suficiencia.
—La he tirado —contesto mientras me limpio la boca con la servilleta.
—¡¿Cómo?! —grita Molly—. ¡Me encantaba esa falda! Me la podrías
haber dado.
—Era una falda problemática —replico—. Hazme caso, no quieres esa
negatividad en tu vida.
—Eso, eso —asiente Aaron mientras alza su copa y volvemos a
brindar.
—Michael me ha propuesto que tengamos una cita el sábado por la
noche —suelta Molly como si nada.
Se me caen el cuchillo y el tenedor en el plato y la miro sorprendida.
—¿Cómo?
—No sé qué hacer, la verdad —dice y se encoge de hombros.
—¿Te ha propuesto una cena informal? ¿Seguro que es una cita? —
pregunta Aaron frunciendo el ceño.
—A ver, sus palabras exactas han sido: «¿Te gustaría tener una cita el
sábado por la noche?».
—¿Vas a ir?
—No lo sé —suspira—. Ha llovido mucho desde la última vez que
tuvimos una cita. Hace poco que hemos vuelto a ser amigos y a confiar en
el otro. No quiero estropearlo.
—¿Tirándotelo? —pregunta Aaron con una sonrisa de suficiencia
mientras da un mordisco.
—Bueno, como me lo tire y no se haya tomado dos viagras, me voy a
ofender muchísimo, que ya me sé los truquitos que guarda en la caja de
herramientas.
Rompemos en una carcajada.
—Uf, qué bueno fue eso —añado tras recordar que se desmayó porque
toda la sangre se le fue a su miembro.
—Habla por ti.
Comemos en silencio.
—Suerte mañana —me desea Aaron.
—Gracias —respondo con una sonrisa—. Sois lo mejor de Nueva
York.
—Ya ves —murmura Molly—. Y estos margaritas también —dice
alzando la copa para reforzar sus palabras—. Entonces ¿qué? ¿Salgo con
Mike?
—Claro —exclamamos Aaron y yo—. Sal con él.
***
Jameson
—Por tanto, se espera un crecimiento del diez por ciento en los próximos
dieciocho meses —explica Harrison, del departamento de finanzas, a la
junta mientras da golpecitos al gráfico que aparece en pantalla.
Los directivos charlan animados y con entusiasmo. La estrategia para
volver después del drama que hemos vivido estos últimos cuatro meses
sigue en pie.
Yo, en cambio, estoy a kilómetros de distancia.
No me concentro, no pienso con claridad… Me da la sensación de que
me falta el aire.
A lo mejor no estoy bien.
Emily ha empezado hoy su nuevo trabajo. Me apetecía llamarla para
desearle suerte.
No he pegado ojo en toda la noche mientras le daba vueltas y hasta he
cogido el móvil un par de veces. Dejo caer la cabeza.
¿De qué habría servido?
Me pregunto si habrá salido a correr esta mañana. ¿Se habrá puesto las
zapatillas motorizadas? Sonrío para mis adentros cuando recuerdo que
Elliot pensó que era Zuckerberg quien se las había comprado.
Tonto…
Me giro para estirar la espalda. Necesito un masaje.
A Emily no le gusta que me den masajes. Me vienen a la cabeza los
masajes que me daban antes y parece que fue hace siglos.
A. E. Antes de Emily. «Para».
—Jameson se ocupará de eso por la mañana.
Levanto la vista, perdido. ¿De qué hablan?
Todos los directivos me miran expectantes. Busco con los ojos a
Tristan para que me oriente.
—Cuando vayas a Seattle esta noche —me dice, arqueando las cejas
para que me acuerde.
—Sí —asiento con la cabeza—. Cierto.
Tristan, consciente de mi estado anímico, me ayuda a salir del paso en
la oficina.
La reunión continúa. Bebo un poco de agua para ver si así puedo
concentrarme. No es suficiente, Jameson.
Céntrate.
***
Subo al avión.
—Buenas noches, señor Miles. Su asiento, señor. 1A.
—Gracias —musito mientras me desplomo en mi asiento de primera
clase en primera fila.
La gente embarca poco a poco y aprovecho para mirar por la
ventanilla. No me disgustaba volar. Ahora lo odio.
Odio que me recuerde a ella…, a cómo nos conocimos. A la noche que
pasamos juntos.
A cómo se han acabado torciendo las cosas.
Apoyo el codo en el reposabrazos y me pellizco el puente de la nariz.
Me apetece llegar al hotel y meterme en la cama. Estoy cansado y no estoy
de humor para tonterías.
—¿Le traigo algo, señor Miles?
—Un whisky, por favor.
Un hombre mayor se sienta a mi lado.
—Hola —me saluda con la cabeza.
—Hola —digo con amabilidad.
Por la ventanilla veo a los empleados de la compañía llevando maletas
de acá para allá y haciendo pasar a los pasajeros por los controles de
seguridad.
Van con carritos, haciendo señas con las luces y agitando banderas.
Me importaría una mierda que nos estrelláramos.
Arder en el infierno sería mejor que esto.
Emily
Me siento en el autobús para volver a casa y saco el Kindle. Son casi las
seis y ya ha oscurecido. Estoy más contenta…, más fuerte. Llevo tres
semanas en mi nuevo trabajo. Me encanta. He hecho lo correcto. Mis
compañeros son fantásticos y, por suerte, ya no soy el tema de
conversación de la oficina. Además, tengo un puesto más importante que
en Miles Media. Sigo quedando con Molly y Aaron para ir a cenar y a
tomar algo, y he decidido que iré a casa de mis padres este fin de semana.
Últimamente, salgo mucho a correr. Y, por extraño que parezca, no
necesito fingir que me persigue un hombre con un hacha. Estoy tan
enfadada que no puedo evitar ir a toda velocidad.
El footing alegre ya no está en mi repertorio. El autobús va más
despacio. Cierro el Kindle y me pongo de pie mientras espero a que se
detenga. Bajo los escalones y me dirijo a mi casa, a dos manzanas de aquí.
Hace frío. Me sale vaho al respirar y me arrebujo en el abrigo para entrar
en calor mientras camino a grandes zancadas.
Podría pedir comida india para cenar. «No, cíñete a tu presupuesto; hay
sobras de anoche en la nevera». Busco las llaves en el bolso cuando me
acerco a mi edificio.
—Hola, Em —dice alguien a mi espalda.
Me giro del susto. Jameson está ante mí. De repente noto una opresión
en el pecho.
—¿Qué haces aquí?
—Tenía que verte —explica mirándome a los ojos.
Verlo supone una punzada de emoción que no esperaba y que creía
dominada. Lo miro con lágrimas en los ojos.
—¿Qué tal? —pregunta acercándose con cuidado.
De pronto estoy furiosa. Agacho la cabeza y busco a tientas en mi
bolso. Tengo que alejarme de él. «¿Dónde están las llaves?».
—Bien —espeto.
Encuentro las llaves y me giro hacia la puerta.
—Te echo de menos.
Me detengo y cierro los ojos.
—No podré… —Hace una pausa—. No podré pasar página hasta que
sepa que estamos bien.
Frunzo el ceño y me doy la vuelta.
Percibo en su cara que está sufriendo. Parece nervioso.
Nos miramos a los ojos. Los míos están llenos de lágrimas, los suyos,
de remordimiento. Se vuelve hacia su coche. Está tan oscuro que no me
había fijado en que estaba ahí aparcado.
—Te he traído una cosa.
Va al coche casi corriendo y saca un ramo enorme de rosas amarillas.
Vuelve caminando y me las da.
—¿Rosas amarillas? —pregunto mirándolo sin entender nada.
—Simbolizan la amistad —contesta con una sonrisa tierna.
—¿Quieres ser mi amigo?
Asiente con la cabeza.
—¿Hacemos borrón y cuenta nueva? —pregunta, esperanzado.
Algo en lo más profundo de mí se rompe.
—Qué morro tienes —escupo.
Le cambia el semblante.
—¡Me rompes el corazón y vienes aquí tan campante a darme unas
rosas de pacotilla! —grito.
Sorprendido por mis palabras cargadas de veneno, da un paso atrás.
—¡No sería amiga de un egoísta como tú aunque fueses la última
persona sobre la faz de la Tierra! —grito mientras lloro de la rabia.
Enloquezco por un momento y destrozo las flores: les arranco las
cabezas y las chafo. Las tiro al suelo y salto encima y las pisoteo. Quiero
hacerles el mismo daño que este idiota me ha hecho a mí.
Jameson observa la escena con cara de angustia.
Noto la adrenalina en mi cuerpo. No contenta con el estado de las
rosas, las recojo, me acerco a la carretera y las tiro lo más fuerte que
puedo al asfalto. Un autobús les pasa por encima.
—Eso es lo que puedes hacer con tu amistad —espeto mientras paso
por su lado hecha una furia.
Abro la puerta y entro en mi edificio sin mirar atrás. Pulso el botón del
ascensor con fuerza. Lo veo de soslayo por el cristal de la puerta. Me está
mirando. Estoy llorando a mares. Me da rabia que haya visto lo mucho que
puedo enloquecer por él.
Las puertas del ascensor se abren. Entro decidida y aprieto el botón.
Las puertas se cierran y no reprimo el llanto y los sollozos.
Ya te vale, Jameson Miles.
Capítulo 24
Jameson
Pido otro café mientras espero. Son las ocho y cuarto, y sé que aún no
está trabajando. También sé que tiene el móvil al lado y que está pasando
de mis mensajes a propósito.
A tomar por culo. Marco su número. Da señal. Espero con los ojos
cerrados.
Da señal… Y entonces se corta.
Mierda, ha rechazado la llamada.
Le envío un mensaje.
***
Emily
***
***
Son las tres. Estoy acabando un informe para que lo publiquen esta
semana. Me encanta trabajar aquí. A ver, no tanto como en Miles Media,
pero esa oportunidad ya pasó, así que vamos a aprovechar esta. Los
compañeros son muy agradables y simpáticos y me han recibido con los
brazos abiertos.
—Paquete para Emily Foster —oigo.
Levanto la vista y veo que un hombre trae una caja blanca.
—Es ese despacho de ahí —dice alguien.
Llama a mi puerta.
—¿Eres Emily Foster?
—Sí.
—Tengo un paquete para ti —dice mientras me entrega la caja blanca.
—Gracias —respondo y la acepto.
—Eh… —musita con una sonrisa mientras se balancea, nervioso—. Es
de Kung Fu Panda.
—¿Cómo?
—Me han pedido que te diga que lo envía Kung Fu Panda.
Intento que no se me escape una sonrisa, pero fracaso
estrepitosamente.
—Gracias.
Se marcha. Abro la caja y me encuentro una tarta de queso con
caramelo enorme y una tarjeta blanca.
Cierro la caja y sonrío. No soy una tarta de queso. Si se cree que voy a
volver a verlo con buenos ojos por ser mono, lo lleva claro.
Kung Fu Panda… ¿Cómo se le habrá ocurrido?
Una chica del despacho de al lado asoma la cabeza por la esquina.
—¿Qué es?
—Tarta de queso. ¿Quieres?
—Sí, claro. Voy a por platos —exclama, y se dirige a la cocina.
Me quedo mirando el móvil un momento. ¿Le envío un mensaje para
agradecérselo?
No. Por eso lo ha hecho: para que le diga algo. Sabe que soy educada y
que no aceptaría un regalo sin darle las gracias. Estará esperando a que lo
llame.
Pues lo siento por Kung Fu Panda.
Él creó a este monstruo. No le pasará nada si no soy educada con él.
Jameson está en el congelador.
***
***
***
Adiós, Jameson.
Me alegro de que sigas tan salido como siempre.
Me empezaba a preocupar.
Besos y abrazos
Me llega un mensaje.
Ni te lo imaginas.
Y no veas Magic Mike, mira Dos viejos gruñones.
Así me verás más guapo luego.
Besos y abrazos
***
Miro al techo en la oscuridad de mi cuarto. Es medianoche. Para mi
sorpresa, mi antiguo dormitorio me reconforta de una manera que no sabía
que necesitaba.
Me encanta estar con la familia, pero Nueva York se me antoja muy
lejana.
Al contrario de lo que dije, no he llamado a Jameson. De hecho, no he
hablado con él en toda la noche.
Rodearme de la gente que me quiere me ha hecho darme cuenta de lo
frágil que he sido. En Nueva York estaba destrozada y más sola que la una.
Tenía a Molly y a Aaron, pero solo hace tres meses que nos conocemos.
No es lo mismo que tu familia, que están contigo en las duras y en las
maduras.
No sé cómo qué pasará con Jameson, solo sé que no me apetecía hablar
con él esta noche. ¿Por qué?
Puede que nunca me recupere de este dolor, puede que me haya
causado un daño irreversible.
A lo mejor soy demasiado buena para aguantarlos a él y a sus
chorradas. No, sin el «a lo mejor»; sé que lo soy.
Me vibra el móvil en la mesita de noche y frunzo el ceño al ver que la
pantalla se ilumina y aparece la letra J.
Suspiro con pesadez y lo cojo.
—Hola.
—Hola —dice, y calla un momento—. ¿No me ibas a llamar?
—Se me ha pasado.
Silencio.
—Em —musita al fin.
—¿Sí?
—¿Te has ido para alejarte de mí?
Pongo los ojos en blanco, frustrada.
—No, Jameson —susurro, enfadada—. ¿Por qué todo tiene que girar
en torno a ti? Reservé el vuelo hace dos semanas.
—Vale, solo preguntaba. ¿Por qué estás tan enfadada?
—¿En serio tienes que preguntarlo? —exclamo con los ojos llenos de
lágrimas.
—Tú dirás.
De pronto, un volcán que ni siquiera sabía que existía entra en
erupción en mi interior.
—Pues porque estoy enamorada de un egoísta de mierda y no sé cómo
dejar de estarlo, y porque presiento que va a pasar algo malo y que te vas a
volver a ir —suelto de carrerilla.
No dice nada.
—Y que vuelvas a mi vida tan campante y me exijas que te perdone
me cabrea.
Me escucha con atención.
—Podrías estar con la mujer que te diese la gana, las tienes a todas
haciendo cola. Así que ¿por qué me haces pasar por este calvario? No
quiero sufrir, Jameson.
—¿Eso crees? ¿Que quiero estar con todas?
Se me caen las lágrimas y me las limpio con rabia.
—No sé lo que quieres, Jameson.
—Corta el rollo, Emily —espeta—. Escúchame y escúchame bien. No
quiero estar con ninguna otra mujer. He sido un promiscuo desde los
dieciocho años. Me he acostado con un montón de mujeres… y cuando
digo «un montón», es un montón. Eres la única con la que he conectado.
La única a la que he amado tanto. Así que no te atrevas a decirme que
quiero estar con otras. ¿Te he dado motivos para dudar de mí, acaso?
—Tu masajista —espeto.
—Joder, pero si eso fue antes de conocerte —gruñe con tono iracundo
—. Si no me quieres, vale, me iré. Pero no me tengas ahí esperando e
intentando como un loco que esto salga bien cuando es obvio que no
quieres que vuelva a tu vida.
Estallo en llanto.
—Tú eres quien tiene que decidir si quieres esto, si quieres
perdonarme —me dice.
No respondo.
—¿Quieres alejarte de mí o quieres intentarlo?
No contesto.
—¿Y bien? —exige saber.
—Sabes que quiero intentarlo —susurro.
—Pues deja de pensar en lo malo y piensa en lo bueno que nos une.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Porque me das miedo.
Enmudece.
—¿Te doy miedo?
—Sí —digo entre lágrimas.
—Preciosa —susurra con delicadeza—. No me tengas miedo. No me
tengas miedo nunca, por favor. Te quiero.
—Lo intento —musito entre sollozos—. Pero no puedo evitarlo.
Nos quedamos un rato en silencio, cada uno sumido en sus
pensamientos.
—Quiero que aproveches este fin de semana para pensar en nosotros.
Lo dije en serio: si no quieres vivir en Nueva York, podemos mudarnos.
Renunciaré a mi cargo al instante.
—Jameson —suspiro—. ¿Por qué harías algo así?
—Porque quiero que sepas que, para mí, eres lo primero. Todo lo
demás, mi dinero, mi casa, mi empleo, Nueva York, no significa nada si
soy un puto desgraciado. Y créeme, soy un puto desgraciado sin ti. Si
quieres vivir en una tienda de campaña en el culo del mundo, podemos
hacerlo.
Me imagino a Jameson viviendo en una tienda de campaña con los
mosquitos picándole a todas horas.
—Tonto —digo con una sonrisita—. No quiero vivir en una tienda de
campaña. Me encanta Nueva York. Me encanta que dirijas Miles Media.
No cambiaría nada de ti. ¿Por qué crees que sí?
—Porque soy consciente de que arrastro mucho conmigo. Una vez me
dijiste que amar es ser valiente. Necesito que seas valiente, Emily, y que
dejes atrás el pasado. Piénsalo, por favor. Vuelve a Nueva York y vuelve
conmigo al cien por cien para que empecemos una nueva vida juntos.
Mantener las distancias conmigo no es la manera. No podremos arreglar
las cosas si no estamos juntos.
—Lo sé —susurro.
—¿Pensarás en qué quieres de verdad?
No digo nada.
—Por favor, Em.
—Vale, lo pensaré. Te lo prometo. —Nos quedamos callados un
momento. Me apetece cambiar de tema—. ¿Qué vas a hacer mañana?
—Comprar.
—¿Comprar? ¿Tú? ¿Y qué vas a comprar?
—¿Dónde venden tiendas de campaña con baño incorporado?
—En el culo del mundo —respondo con una sonrisa.
Se ríe entre dientes. Qué sonido más bonito, me remueve por dentro.
Hacía mucho que no lo oía reírse.
—Em, no volveré a hablar contigo hasta que te recoja en el aeropuerto
el domingo por la noche. Quiero que pienses en tu futuro y en con quién
quieres compartirlo. O vuelves a mí con los brazos abiertos y lo
celebramos por todo lo alto, o se acabó.
Un agujero oscuro se abre paso en mi interior.
—Tiene que ser así. Si no te vas a entregar a mí al cien por cien,
prefiero estar sin ti.
Lo escucho con el cerebro a toda velocidad. Me está dando un
ultimátum.
Todo o nada.
Si soy sincera, no sé si podré dárselo todo. No creo que disponga de
ese todo, después de lo que ha pasado.
—¿Nos vemos? —pregunta esperanzado.
—Sí.
—Te quiero.
Cuelga y no se oye nada.
Me doy la vuelta y exhalo con pesadez.
¿Qué quiero para mi futuro? ¿Todo o nada? Al menos, puedo darle lo
que queda de mi corazón.
De verdad que no sé qué hacer.
Capítulo 27
Jameson
Doy golpecitos con el pie mientras estiro el cuello para ver el atasco que
hay. Mierda.
Pulso el botón para hablar con Alan.
—¿Vamos a llegar tarde? —pregunto.
—No, señor, llegaremos una hora antes. Nos sobra tiempo.
—Quiero estar ahí cuando aterrice. Ve por el camino de atrás.
—Llegaremos a tiempo. Relájese.
Me recuesto en el asiento e intento calmarme. Emily no me ha dicho
nada en todo el fin de semana, y estoy casi seguro de que va a cortar
conmigo. He corrido mucho, mucho, mucho. La única vez que he
experimentado algo parecido a la paz ha sido cuando he pisado con fuerza
el suelo de Nueva York.
Me niego a aceptar que no estaré en su vida y ella no estará en la mía.
Ni siquiera puedo pensarlo. ¿Cómo he podido ser tan idiota?
He estado pensando en qué le diré si rompe conmigo, pero, por el
momento, no se me ha ocurrido nada bueno.
***
Emily
***
Un mes después
Hace diez años, me arruinó la vida. Ahora ha vuelto a por mí porque soy la
única que conoce su secreto y no parará hasta hacerme suya.
"No sé por dónde empezar. Este es, quizá, el primer libro que me ha dejado
sin palabras. No puedo describir lo mucho que me ha gustado Vicious."
Togan Book Lover
"Si os gusta la novela romántica, no dejéis escapar este libro. Estoy segura
de que os gustará tanto como a mí."
Harlequin Junkie
"Tahoe y Gina tienen una química tremenda. ¡Uno de los mejores libros
que he leído este año!"
Kim Karr, autora best seller del New York Times