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Jean Francois Lyotard en sus reflexiones sobre el arte se circunscribe a Kant cuestionando
la experiencia estética, especulando sobre la (re)presentación no conceptual del arte. Para
Lyotard, a partir del análisis kantiano de lo bello, el arte contemporáneo está regido
ontológicamente por lo sublime en donde subyace un sentimiento estético particular que se
manifiesta en la inmediatez de la recepción de la obra. Lyotard centra la atención en aquello
que ha sido olvidado en las artes de la representación, en sus modos de presentación, que
dan lugar al juicio reflexivo, al placer estético. Se trata, por tanto, de la división de la
aprehensión de las formas, no sólo del arte y de la naturaleza, sino de todo aquello que es
inteligible, en dos sentimientos estéticos: el sentimiento de lo bello (moderno) y el
sentimiento de lo sublime (que podría considerarse posmoderno).
El sentimiento de lo sublime se manifiesta cuando falta la presentación de formas
libres. Es compatible con lo informe. En rigor de verdad, ese sentimiento aparece
cuando falta la imaginación que presenta formas. Y debe pasar por la mediación de
una Idea de la razón que es la Idea de la libertad. Consideramos sublimes los
espectáculos que exceden toda verdadera presentación de una forma, es decir,
aquellos en que lo que se señala es la superioridad de nuestra capacidad de libertad
con respecto a la manifestada en el espectáculo mismo (Lyotard, 1998: 116).
Frente al horizonte del pensamiento hegeliano sobre el “fin del arte”, Lyotard presupone
también la crisis de la estética y de la hegemonía del concepto arte, vinculándola al arte
contemporáneo ilegible, sin destino, sin tiempo ni espacio, como fue el modus operandi de
las vanguardias en búsqueda de emancipación y autonomía con respecto a los cánones
estéticos establecidos, y que en el presente, exige un sujeto activo en la recepción de las
obras de arte, interventor desde la contemplación hasta la voluntad de acción, detonador
de lo que falta, de lo impresentable.
Además, después de los ready made de Duchamp, la pintura inicia una búsqueda dialéctica
y epistémica, provocando así, en palabras de Santamaría (2017), un más allá de la imagen
vista, por lo que la pintura en la contemporaneidad debe superar el carácter de
representación y convertirse
en una actividad filosófica: las reglas de formación de las imágenes pictóricas no
están ya enunciadas ni prontas a ser aplicadas (…) Está convencido de que hay que
consumar el programa de la perspectiva artificial y no comprende que se tarde un año
en hacer un cuadrado blanco, es decir, en no representar nada (como sea lo que hay
de impresentable) (Lyotard,1998: 125).
Rosalin Krauss citada por Aznar, García y Nieto (2011) señala que hay dos formas de
representar el mundo en el arte: la primera, responde al gran relato histórico, el que dominó
desde el Renacimiento hasta el Impresionismo y que las primeras vanguardias rechazó y
desmontó para imponer el otro orden, que corresponde a la segunda forma de representar el
mundo en el arte y rige al arte por el arte, que se concentra en los aspectos formales,
visibles pero no-visto, eso que solo el artista puede ver y dejar ver al otro, y en reflexionar
al respecto se concentra Lyotard, en esa capacidad que tienen los artistas de presentar lo
impresentable.
Lyotard reseña la apuesta de las vanguardias por presentar lo impresentable, aquello que la
fotografía aún no puede mostrar pero que su tecnología intentó hacer sin éxito. Los pintores
luego del descubrimiento de la fotografía “descubren que tienen que presentar que hay
algo no presentable” (1998: 128) que deben hacer visible lo invisible, aquello que no solo
le compete al ojo sino al espíritu y, por tal razón, la obras del arte contemporáneo pueden
prescindir de referencias sobre la representación objetiva de lo real así como también de lo
bello, porque en su lugar, se pueden presentar informes, monstruosas, como entidades
negativas, abstractas; es decir, en los términos señalador por Kant, ahora usados por
Lyotard.
Siguiendo a Santamaría (2017), la estética de lo sublime según Lyotard tiene como clave el
hecho de lo impresentable donde no hay reglas rígidas, él hace una reinterpretación de lo
sublime moderno para presentar lo impresentable, advirtiendo la pluralidad de lo diferente.
Para este filósofo francés, la pintura abstracta es el mejor ejemplo donde el sentimiento
invocado es el de lo sublime, al pretender visibilizar en alusión indirecta, casi inasible, lo
invisible, lo absoluto, aunque no se logra:
No hay mucho más que agregar a estas observaciones para esbozar una estética de la
pintura sublime: como pintura, esta estética ‘presentará’ sin duda algo, pero lo hará
negativamente, evitará pues la figuración o la representación, será ‘blanca’ como un
cuadro de Malevich, hará ver en la medida en que se prohíbe ver, procurará placer
dando pena (Lyotard, 2009: 185).
Ciertamente, el arte apela al sentir sublime, advierte Lyotard, pero no al romántico que
busca “lo impresentable en lo más lejano, como un origen o un fin perdidos, a representar
en el tema del cuadro, sino en lo más cercano, la materia misma del trabajo artístico,
obedeciendo a la vocación experimentadora” (1998: 130). De allí el carácter no
determinante que marca el camino hacia lo sublime del arte contemporáneo, partiendo del
juicio reflexionante kantiano centrado en el espectador, en el crítico, en el acto creador del
artista mismo, por tanto,
(…) el artista se da a sí mismo la norma. No parte de una ley previa, de una cultura
que delinea unas determinadas formalizaciones creativas. Por ello, estas obras, así
vistas, tienen carácter de acontecimiento, de gesto que da pie a una amplia intensidad
creativa bajo la formulación de un ahora de la presentación. (Santamaría, 2017: 18).
Tenemos la idea del mundo (la totalidad de lo que es), pero no tenemos la capacidad
de mostrar un ejemplo de él (…) Podemos concebirlo absolutamente grande,
absolutamente poderoso, pero cualquier presentación de un objeto destinado a hacer
ver esta magnitud o esta potencia absolutas nos parece como dolorosamente
insuficiente (Lyotard, 2009: 21)
Sin embargo, para Lyotard, el arte de transvanguardia de Estados Unidos y Alemania, con
motivos neorrealistas o hiperrealistas, abstractos líricos o conceptuales desvirtúa el espíritu
de lo sublime por el de un gusto promovido e impuesto por el consumo de lo ecléctico.
Para Aznar, García y Nieto (2011), quienes plantean la autonomía Kantiana del arte como
pensamiento articulador de las diferentes propuestas de las primeras vanguardias del siglo
XX, pero considerando la tesis de Adorno y Krauss de que la elección de un lenguaje
artístico vanguardista implica una posición política, la percepción de un espectador lejos de
ser desinteresada, está supeditada a su cosmovisión y a su entorno político y social.
Es importante explicar que, no hay para Rancière ‘arte’, sin un régimen de identificación y
de pensamiento que permita distinguir sus formas como comunes. Siendo que un régimen
de identificación del arte es aquel que pone determinadas prácticas en relación con
determinadas formas de visibilidad y modos de inteligibilidad específicos.
De acuerdo con esta definición, este filósofo precisa tres regímenes de identificación de lo
que ha sido denominado como arte en la tradición occidental: el primero es el régimen ético
en el que no se identifica al arte desde el punto de vista convencional u ortodoxo de la
Historia del arte, sino que incluye imágenes que tienen un sentido místico como las
imágenes religiosas o cualquiera de culto. En este régimen puede incluirse el arte medieval.
El segundo es el régimen mimético, representativo en el que prima la intención del artista
de transmitir un mensaje político, además, pertenece a la lógica de este régimen el
reconocimiento claro de los temas y de los estilos, por ejemplo, el Realismo Social.
Ahora bien, el tercero es el régimen estético de las artes, en el que desaparece la relación
entre tema y modo de representación en el que opera una experiencia estética que libra al
arte de tener que comunicar un mensaje específico.
Entonces, siguiendo a Rancière el régimen ético que juzga a las imágenes según su carácter
místico, simbólico y a su relación con los individuos, como lo fue en el medioevo, y del
régimen representativo que valora el arte por su capacidad de transmitir un mensaje
explícitamente ligado a la política; el régimen estético es abierto a la imaginación y a la
sensibilidad como a nuevas inteligibilidades, visibilidades y clasificaciones, donde se tiene
lugar “lo no dicho o lo no representado” en el discurso, trastocando “la repartición de lo
sensible”. Este filósofo, de esta manera, advierte la paradoja del régimen de recepción de
imágenes, en el que para que algo sea representado, depende no sólo de la imagen en sí,
sino de que esta sea comprendida por su entorno, es decir, de su destino.
Cada régimen político o idea parte de ciertos presupuestos de lo que el mundo es,
lo que lo habita, su jerarquía, lo que puede ser dicho y lo que puede ser pensado.
Del mismo modo el arte posee una política que reproduce o disiente de un orden
fáctico. Arte y política, pues, no son dos realidades separadas sino dos formas de
división de lo sensible dependientes de un régimen de identificación. El “no hablar
de lo que no puede hacerlo” podría traducirse como “debemos callar aquello que
cuestiona sus propias condiciones de enunciación” (Barquinero, 2016: 23).
Referencias
Aznar, Yayo; García, Miguel ángel y Nieto, Constanza. (2011). Los Discursos del Arte
Contemporáneo. Madrid: Centro de Estudios Ramón Areces.
Barquinero del Toro, Sara. (2016). Aquí, donde todo es nieve o silencio: sobre el concepto
de lo inefable en Jacques Ranciere. Universidad de Zaragoza.
Lyotard, Jean-Francoise. (1994). La condición posmoderna. Madrid: Cátedra.
Rancière, Jacques. (2011). El destino de las imágenes. Buenos Aires: Prometeo Libros.