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Niñez y adolescencia1

L. Joseph Stone y Joseph Church

CAPÍTULO 8: LOS AÑOS INTERMEDIOS DE LA NIÑEZ


El período que va desde los seis hasta los doce años se designa con diversos términos, cada uno de los
cuales señala características importantes del desarrollo. Al denominarlo años intermedios destacamos la
relativa tranquilidad de esta edad entre el tumulto de los años preescolares y el de la adolescencia.
Denominarlo años escolares es indicar que éste es un momento altamente propicio para el aprendizaje
formal que imparte la escuela. La designación de edad de la pandilla se refiere a la importancia decisiva de la
asociación con los pares, que asume la forma de la pandilla. Los psicoanalistas llaman a éste período de
latencia, un lapso de quietud sexual entre el complejo de Edipo y los trastornos de la adolescencia. Los años
intermedios comienzan con la pérdida de los primeros dientes de leche y terminan aproximadamente en el
momento en que ya han salido todos los dientes permanentes, de modo que suele llamarse a esta época la
edad de los dientes flojos. Algunos observadores piensan que este período se destaca por el literalismo del
pensamiento, y otros que se caracteriza por el pronunciado ritualismo manifiesto en los niños de esta edad.

UN PANORAMA DE LOS AÑOS INTERMEDIOS

Los años intermedios son tal vez la etapa que el adulto conoce menos. Una razón de ello es que los niños
de esta edad vuelven la espalda a los adultos y se unen en una sociedad de niños. Los padres, absorbidos por
sus preocupaciones, en general están muy dispuestos a dejar que estos niños, con sus nuevas capacidades,
sigan su propio camino, y esto es lo que ellos hacen, reuniéndose en grupos de la misma edad y del mismo
sexo con compañeros de la escuela o con vecinos.
A esta edad los valores del grupo de pares son mucho más importantes para el niño que los que le
transmiten los adultos. Más aún, los niños de edad escolar aprenden a ocultar sus pensamientos a los
adultos. Dejan de pensar en voz alta y practican un disimulo y un eng año deliberados. Para fortalecer su
reserva frente a los adultos, que a veces es hostil y otras indiferente, y para reforzar también la solidaridad
del grupo, forman sociedades secretas. Tal vez una de estas sociedades no dure más que días o semanas,
pero igualmente la sancionan juramentos y pactos que obligan por toda la vida y que son firmados con
sangre (o con tinta). Otra causa de la ignorancia de los adultos respecto de los años intermedios es que no
conciben la posibilidad de que esta edad tenga sus secretos. A los adultos les preocupa la educación de sus
hijos de esta edad, pero rara vez se les ocurre preguntarse cómo son, qué es lo que piensan y qué les
interesa.
Sin embargo, considerando bien el asunto vemos que los años intermedios tendrían que ser un libro
abierto para los adultos. Es a esta edad cuando comenzamos a tener recuerdos organizados y continuos, en
lugar de los episódicos y aislados que teníamos durante los años preescolares. Algunas de las lecciones
fundamentales de nuestra vida las aprendemos siendo bebes, pero no podemos recordar los hechos que nos
las enseñaron. Podemos tener una memoria fragmentaria de la primera infancia, pero su atmósfera especial
se ha perdido. En cambio, nos resulta fácil evocar los años escolares, con los detalles apropiados: el modo en
que tratábamos de aflojar un diente con la lengua, la vacilación en el momento de romper el último
ligamento que lo mantenía en su lugar, el diente colocado debajo de la almohada para recibir un regalo a
cambio de él; el penetrante y permanente olor a polvo de tiza y desinfectante en el salón de clase; los libros
que leíamos; los chistes, adivinanzas y canciones infantiles; o el sabor de una galletita humedecida en té de
hierbas, de que habla Marcel Proust. Los padres de los niños mayores suelen rememorar los años
preescolares de sus hijos, pero cuando los adultos evocan su propia niñez, sus recuerdos se refieren
generalmente a los años intermedios.
El mismo niño de esta edad se percata de las cualidades especiales de este período. Cuando se les
pregunta cuál es la edad que prefieren, los niños preescolares y los adolescentes piensan en el futuro o en el
pasado, mientras que al niño de edad escolar su período le parece el mejor. En ninguna otra edad se goza de
tanta libertad y se tienen tan pocas responsabilidades. A veces los niños de edad intermedia aspiran a ser
adolescentes, y en muchos aspectos los niños de esta edad son en la actualidad como los adolescentes de

1 Stone, J. & Church, J. (1995). Niñez y adolescencia. Buenos Aires: Hormé.

1
hace pocos años: escuchan "rock and roll" y música "folk", se peinan según la moda adolescente, emulan a
los adolescentes en el modo de vestirse y en el modo de hablar, bailan los bailes más avanzados, ven los
programas de TV y las películas para adolescentes, pero rechazan las complicaciones heterosexuales de la
adolescencia y las preocupaciones y cargas de la edad adulta. En realidad, la vida adulta le parece
incomprensible al niño de esta edad. No puede entender por qué los adultos, con el poder y la libertad que
tienen, no se atosigan de helados y caramelos, no ven televisión continuamente ni aprovechan de otras
maneras las cosas buenas de la vida, en lugar de ser como son, unas criaturas irritables y preocupadas.
El niño de esta edad pasa todo el tiempo que puede en compañía de sus pares, con quienes realiza un
aprendizaje directo de las estructuras sociales, de los endogrupos y los exogrupos, del liderazgo y el grupo de
seguidores, de la justicia y la injusticia, las lealtades, los héroes y los ideales. Pero al mismo tiempo que actúa
como miembro de la sociedad de los niños, con sus propios roles, normas y costumbres, tiene ocasiones para
asimilar los usos y normas de la sociedad adulta, a veces conscientemente y otras veces inconscientemente.
Es posible que este doble aprendizaje social sea la base de muchos de los conflictos y tensiones que se
suscitan en la adolescencia, cuando el joven lucha tanto contra el mundo adulto como consigo mismo.
Estando entre sus amigos, el niño vive dentro de una cultura especial, con sus propios juegos tradicionales,
canciones, adivinanzas, ritos, supersticiones, conocimientos fácticos, mitos y habilidades, transmitidos casi
intactos de una generación de niños a la siguiente, a veces a lo largo de siglos, sin ayuda de los adultos y a
veces a pesar de ellos. El grupo de los pares corrompe los usos lingüísticos del niño, de manera que éste
aprende en su hogar un idioma vernáculo razonablemente correcto, y con sus pares utiliza una jerga
agramatical y saturada de escatología. En el grupo los niños charlan constantemente, pero parecen tener
muy poco que decir. Cuando estuvieron en boga en los EE.UU. los receptores-transmisores portátiles, los
mensajes intercambiados eran casi exclusivamente de este tipo: "¿Me escuchas? Paso." "Sí, te escucho con
claridad. ¿Me escuchas a mí? Paso." "Sí. Estoy en el patio de Carlitos. ¿Me escuchas todavía? Paso."
Como veremos luego, la sociedad adulta y la de los niños de edad intermedia se confunden
espacialmente, pero no se prestan más atención mutuamente que los gorriones y las ardillas que comen
unos junto a otras. Los niños de esta edad están en todas partes. Van por toda la ciudad con sus bicicletas,
exploran bosques, campos y estanques, depósitos de materiales y obras en construcción, trepan cercados y
hacen atajos por patios y callejones, juegan en las veredas y en las calles, erigen casillas para su club en
terrenos baldíos y en árboles y, cuando tienen la posibilidad, montan puestos de refrescos, espectáculos y
exhibiciones. Se congregan para presenciar toda clase de sucesos y espectáculos, se trepan a los postes de
alumbrado para ver un desfile, se sientan en el borde de la plataforma durante un acto político y acuden a
ver incendios y choques y la extracción del cuerpo de un ahogado en la playa. Van al cine de a dos o en
grupos. Se sientan frente al televisor (y hasta la televisión se convierte en una actividad social) consumiendo
innumerables bocadillos. Juegan a los naipes, juegan con una pelota, y a veces tienen ocupaciones solitarias
como la lectura o el ordenamiento de su colección de estampillas o de figuritas.
Como sucede con los otros períodos, los años intermedios de la niñez no son una unidad indiferenciada.
Tomaremos en cuenta tres subdivisiones que corresponden aproximadamente a las divisiones escolares
estadounidenses: escuela primaria (del 1º al 3er grado; de los seis a los ocho años), escuela elemental (del 4º
al 6º grado; de los nueve a los once años), y "junior high school" (del 7º al 9º grado; de los doce años en
adelante). El niño de seis años conserva muchos rasgos infantiles, como la afición a las tonterías y la
tolerancia o el deseo de los mimos. Probablemente sólo sea un miembro marginal de la pandilla, que imita
sus usos con toda seriedad literal y cumple las órdenes de los niños mayores, y hasta suele comentar con los
adultos sus actividades y secretos. Todavía llora con facilidad. A los nueve años es parco en las
demostraciones de afecto (particularmente si es varón), es un miembro activo de la pandilla y un experto
conocedor de sus normas. Ha aprendido a soportar estoicamente los golpes y contrariedades cotidianos, y si
llora lo hace cuando no está presente la pandilla. A los doce años, con algunas excepciones y variaciones, ha
adquirido un aire seguro y desenvuelto, es controlado y competente (pese a que es probable que durante
este periodo sus modales en la mesa empeoren continuamente), se burla de todo lo que considera infantil, y
se muestra enérgicamente independiente. Las niñas de doce años ya no son las desgarbadas criaturas de
largas piernas que eran al comienzo de esta etapa, y a menudo se alaba su "femineidad", aunque están en el
umbral de otro periodo de torpeza.
Nuestro esquema no se adapta igualmente bien a los varones y a las niñas. Estas últimas cambian mucho
más rápidamente que aquéllos durante este periodo, y muchas niñas que cursan el 6º o el 7º grado han
entrado ya en la pubertad. Es en este momento cuando tenemos una impresión de anomalía al observar a

2
una joven con el busto desarrollado y tal vez con los labios pintados y el cabello arreglado en la peluquería,
jugando a la rayuela o saltando la cuerda. Las fotografías grupales de los séptimos grados muestran que las
niñas suelen ser más altas que sus compañeros.
El ritmo de crecimiento disminuye durante los años intermedios. Se sigue creciendo, pero más lentamente
que en la época anterior y en la siguiente. El niño de seis años, en promedio, tiene algo más de 1 metro de
altura; los niños de ascendencia oriental son algo más pequeños, en término medio, que sus compañeros
caucásicos o negros, pero se les están acercando rápidamente. Cuando el niño comienza el período de
crecimiento adolescente (que en término medio empieza a los once años en las niñas y a los trece en los
varones) su altura oscila alrededor del metro y medio. Durante el mismo periodo su peso se duplica, pasando
de unos 18 kg a unos 36 kg. La mayoría de los varones duplican su fuerza muscular en este lapso, mientras
que las niñas se rezagan ligeramente en este aspecto.
En la fisonomía del niño, en sus rasgos faciales, se producen cambios notables. Desde el nacimiento hasta
la adolescencia, la caja craneana se desarrolla más rápido que el rostro, de modo que los bebés y los niños
tienen una cara pequeña coronada por una frente amplia. En el periodo neonatal los rasgos faciales son poco
definidos, y más típicamente neonatales que claramente individuales. Las adiposidades llenan las mejillas del
bebe, dándole una forma redondeada a su cara. Esas adiposidades se reducen durante la etapa
deambulatoria, y al final de los años preescolares la cara del niño es comparativamente delgada. Lo que
caracteriza a los cambios faciales de los años intermedios es la pérdida sucesiva de los dientes de leche y la
aparición da los dientes permanentes. Los dientes de leche se caen aproximadamente en el orden en que
salieron, comenzando con los frontales inferiores y siguiendo simétricamente hacia atrás. El niño de entre los
seis y los siete años muestra los huecos de su dentadura al sonreír. Cuando los dientes permanentes llenan
los vacíos, parecen desproporcionadamente grandes, de modo que el niño de ocho años se caracteriza por
sus dientes frontales de gran tamaño. Recién en la adolescencia, cuando la nariz y la mandíbula se
desarrollan plenamente, tiene la cara el tamaño correspondiente al de los dientes. La pérdida de los otros
dientes de leche durante los años escolares no es tan evidente debido a la ubicación de los mismos, pero el
proceso de sustitución de los dientes viejos por los nuevos se prolonga hasta los diez o doce años (las
llamadas muelas del juicio suelen aparecer al final de la adolescencia o al comienzo de la edad adulta, y a
veces no aparecen).
Durante los años intermedios se adquieren muchas aptitudes motrices, de mayor o menor importancia,
vinculadas con el clima y con la cultura. Algunos niños realizan el aprendizaje antes o después, pero el niño
típico de nuestra sociedad aprende a esta edad a andar en bicicleta, a nadar y zambullirse, a andar en patines
de ruedas y a patinar sobre el hielo, a colgarse doblando las rodillas, a jugar al béisbol, al fútbol o deportes
semejantes, a bizquear deliberadamente, a hacer girar un trompo, a saltar la cuerda (que es un
entretenimiento predominantemente femenino, pero también los varones saltan la cuerda cuando no hay
niñas cerca), a castañetear los dedos, a guiñar un solo ojo y a silbar.
Los varones y las niñas tienen distintos ritmos de crecimiento durante esta época, y cobra i mportancia la
cuestión de la masculinidad y la femineidad. Los varones se vinculan más –y más ostentosamente— con
otros varones, y las niñas con otras niñas, y cada sexo tiene sus intereses y sus identidades particulares, hasta
que la comunicación entre ellos se reduce a un mínimo. En la adolescencia, por supuesto, ambos sexos
descubrirán súbitamente nuevas razones para reunirse, pero con las personalidades "originales" que
entonces habrán asumido.
Ahora que hemos esbozado una imagen tradicional de la niñez, tenemos que introducir algunas reservas.
Ello no se debe a que otras investigaciones hayan revelado hechos anteriormente desconocidos —en
realidad las nuevas investigaciones sobre este período son escasas—, sino a que la niñez de clase media en
nuestra cultura parece haber cambiado algo. La urbanización y la era espacial han ocasionado cambios en las
escuelas, y los niños aprenden más rápidamente que antes. Hay más tareas escolares para hacer en la casa,
lo que reduce el número de horas que pueden dedicar a ocupaciones infantiles. Son más despiertos que
antes, no sólo en el sentido de que aprenden más en la escuela y obtienen puntajes más altos en los tests de
inteligencia, sino también en el de que son más sensibles al medio circundante y plantean preguntas más
lógicas y perspicaces.
Si nos atenemos a relatos como House of Children, de Joyce Cary2, o a autobiografías de los autores, los
niños erraban por la vida en un estado brumoso, disociado y de ensoñación, pero no más que eso. Los niños
de antaño tenían innumerables supersticiones y creencias, eran propensos al temor y se estremecían con las
2 Cary, Joyce. A House of Children. Nueva York, Harper, 1955.

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historias de fantasmas y las películas de terror. Los niños de hoy se ríen de los mitos y las supersticiones, y las
películas de terror les parecen sátiras y farsas. Los varones solían vestir descuidadamente y estar cubiertos de
suciedad; en la actualidad, muchos eligen cuidadosamente sus ropas y las exhiben, emulando la prolijidad de
la adolescencia, aunque probablemente les siga disgustando bañarse y se desarreglen fácilmente. Los niños
de antes, a los doce años, construían con clavos o ligaduras precarias jangadas que corrían constantemente el
peligro de desintegrarse en medio de la corriente; el niño de hoy, a la misma edad, construye un sólido
esquife, bien calafateado e impermeable, y lo usa adecuadamente.
A través de los medios de comunicación de masas los niños adquieren una temprana conciencia del sexo,
y los varones, según dijera un observador, aprenden a mirar de soslayo a las mujeres aun antes de comenzar
a reírse tontamente, al modo adolescente. Las escuelas, los medios de comunicación, el mundo de los
adolescentes y los intereses comerciales ejercen una tremenda presión en favor de la precocidad: las niñitas
de pecho plano, al final de este periodo, usan los primeros corpiños y debaten cuestiones de higiene
femenina; el comercio ofrece a los niños el bridge infantil, y a los varones ropa de etiqueta infantil. Los
escolares suelen bailar el ritmo de moda en fiestas mixtas y pueden sentirse impulsados a caricias
rudimentarias; en algunos hogares se les sirve "copetines" no alcohólicos antes de la cena.
Es muy común que los padres intervengan en la vida de los niños, a menudo con el deseo de ofrecer a sus
hijos todas las ventajas posibles, pero a veces, cabe sospecharlo, con la intención de recuperar su propia
niñez, a expensas de la de sus niños. El resultado es un ciclo, muy organizado y sometido a rígidos horarios,
de lecciones de música, lecciones de baile, lecciones de equitación, visitas al especialista en ortodoncia,
espectáculos deportivos, fiestas (en las que muchos padres compiten en generosidad, ofreciendo reuniones
junto a la pileta de natación, funciones teatrales, reuniones de "bowling", reuniones de patinaje, fiestas en
restaurantes, y profusos obsequios) y otras actividades en las que la madre suele desempeñarse como
chofer; estas ocupaciones, junto con la escuela y las tareas para hacer en casa, llenan el día del niño.
Actualmente, y en especial si la madre trabaja y debe estar fuera de la casa una buena parte del día, muchos
niños pasan el verano en campamentos o escuelas de verano. Y muchos campamentos ya no son lugares
donde se nada, se pasea y se está en contacto con la naturaleza, sino escuelas especializadas, como los
campamentos musicales, o escuelas comunes en un medio campestre. Robert Paul Smith ha hecho un
divertido resumen de la situación del niño de edad intermedia contemporáneo: "¿Dónde fuiste?" "Afuera".
"¿Qué hiciste?" "Nada".3 Smith señala que el niño de hoy ya no colecciona mariposas o piedras o conchillas,
sino que compra colecciones ya preparadas, clasificadas y rotuladas. Según Smith, el folklore infantil ya no es
transmitido de niño a niño, hasta el punto de que él mismo se ha sentido impulsado a escribir un libro para
contarles a los niños todas las cosas que ellos solían contarse. 4 No sabemos cómo la están pasando los niños
de otros países, y por cierto en los Estados Unidos la niñez no es un estilo de vida totalmente desaparecido,
pero lo que diremos acerca de este período debe ser interpretado a la luz de una realidad cambiante.

LA SOCIEDAD DE LOS NIÑOS

Durante el período de los años intermedios de la niñez, como hemos dicho, el niño se abandona a su
condición de tal y disfruta de ella, sin nostalgia de la infancia ni anhelo de pasar a la adolescencia o a la edad
adulta. El niño escolar vive dentro de la sociedad adulta, pero no parece prestarle atención, preocupado por
sus propios asuntos. Una de las características más notables de esta edad, en nuestra sociedad y en muchas
otras, es que los niños tienen una subcultura propia, con sus tradiciones, sus juegos, sus valores, sus
lealtades y sus normas. La cultura de la niñez comparte muchos rasgos con las culturas primitivas. 5e la
transmite oralmente, incluye muchos ritos y fórmulas mágicas cuyos sentidos originales se han perdido, es
rígida y resistente a las influencias externas y al cambio.
En cierto sentido, la inmersión en la condición de niño y la intensa adhesión al grupo de pares parecen
ajenas al proceso de desarrollo. Pero desde otro punto de vista son necesarias y valiosas para la búsqueda de
la identidad. El niño preescolar toma su identidad de los padres. El niño de los años intermedios, con esa
base, está preparado para buscar una identidad y una existencia independientes. Así como ha crecido en
estatura, es capaz de considerar de un modo más realista a sus padres, de percatarse de sus debilidades e
imperfecciones, y ha comenzado a darse cuenta, aunque oscuramente, de que tiene que encontrar la

3 Smith, R.P.: “Where did you go?” “Out.” “What did you do?” “Nothing”. Nueva York, Norton, 1957.
4 Smith, R.P.: How to Do Nothing with Nobody, All Alone by Yourself. Nueva York, Norton, 1958.

4
estabilidad en sí mismo. De modo que en este período tiene lugar un apartamiento de los padres en el
proceso de adquisición de una genuina conciencia de sí mismo en cuanto persona independiente.
Pero el niño escolar difiere del preescolar en otras cosas, aparte de la independencia. Es menos
egocéntrico, más capaz de verse a sí mismo con una cierta objetividad. Comienza a considerarse en términos
de los rótulos que la sociedad le aplica —varón o mujer, seis a doce años de edad; blanco o de color, rico o
pobre, inteligente o lerdo—, con todas sus connotaciones. También la pandilla aplica un conjunto de rótulos,
con el mismo efecto. La pandilla capta rápidamente cualquier peculiaridad de la constitución física, los
modales, las habilidades o cualquier otro aspecto, y luego trata al niño de acuerdo con ella. El estereotipo
que forma la pandilla del niño se expresa a menudo en su apodo: Flaco, Gordo, Anteojitos, Dopado, Profesor,
Rengo; la total franqueza de los niños, especialmente de los varones, sorprende a veces a los adultos. La
mayoría de los niños están orgullosos de sus sobrenombres, aunque sean oprobiosos, porque son una
enseña de su pertenencia al grupo, de su identidad dentro de él. Cualquier reconocimiento, aunque sea
burlón o despreciativo, es preferible a ser ignorado. Aun el marginado o el chivo emisario preferirán que la
pandilla los persiga y no que actúe como si ellos no existieran; hasta el mote de "Piojoso" significa que se
tiene una identidad. El niño adquiere la conciencia de su propio yo en gran parte a través del modo en que
otros, adultos y niños, lo tratan, pero también a través de sus realizaciones y de una sensación de
competencia. A medida que crece es cada vez más importante el conocimiento de que tiene un papel que
desempeñar, de que hay un lugar para él en la sociedad, y especialmente de que hay un lugar donde puede
hacer algo útil. Todo esto implica además que el niño llega a ser capaz de criticarse y de corregirse de
acuerdo con las normas de otras personas, y también, en medida creciente, de cotejarse con normas
abstractas, con un conjunto de ideales.
La sociedad de los niños es un terreno de pruebas en el que el niño aprende a conducirse alejado de los
adultos, pero tiene también sus peligros. La declaración de independencia del niño no es meramente un
apartamiento de los adultos, es también un modo de volverse contra ellos. Pero como el niño no puede
enfrentar solo a los adultos, depende doblemente del grupo, que le da apoyo y seguri dad. De manera que su
independencia puede convertirse en una nueva servidumbre, en un completo sometimiento al grupo.5 (El
conformismo de esta edad se expresa en el lamento de un niño de ocho años: "¡Todos los de mi clase tienen
erupciones, menos yo!") Ese sometimiento entraña dos peligros. El primero y más inmediato es que la
presión del grupo impulse al niño a cometer actos insensatos o inmorales, aun en contra de su propia
opinión. No hablamos de inmoralidades menores como el fumar cigarrillos o robar manzanas, ni de la
exhibición sexual y los juegos sexuales, que, cualquiera que sea el modo en que los adultos los juzguen, son
una parte normal de las actividades de la pandilla y no parecen tener efectos perniciosos sobre el niño. Nos
referimos más bien a graves actos de violencia o degradación que a veces cometen, inducidas por el espíritu
de masa, las pandillas de niños, y especialmente las de niños varones.
El segundo peligro, éste a largo plazo, que entraña la sumisión al grupo, es la posibilidad de no poder
liberarse de ella, de no llegar a ser capaz de pensar, juzgar y actuar con independencia, aun frente a
presiones sociales. La mayoría de los niños no corren este peligro, pues, como se recordará, están
aprendiendo simultáneamente varios sistemas de normas culturales: las de los padres, las de la pandilla, las
de la escuela, y tal vez las de una cultura mucho más amplia, transmitidas por los cuentos, la poesía, las obras
de arte y la música. El hijo de padres que han recibido una educación superior, cuyos valores pueden ser muy
diferentes de los de la sociedad en general, suele verse ante un conflicto suplementario que le plantea la
necesidad de conciliar lo que aprende en su hogar con lo que ve en sus compañeros de clase y en sus
familias. Pero hay algunos niños que al crecer se convierten en personas que se sienten desorientadas y
atemorizadas cuando se ven obligadas a tomar una decisión sin conocer el modo "correcto" de pensar al
respecto, establecido por la opinión del grupo, y más todavía si sus propios sentimientos se oponen a los del
grupo. Es perfectamente normal experimentar alguna ansiedad cuando uno ignora las normas del grupo o

5 Asch, S.E.: “Studies in the principles of judgments and attitudes: II. Determination of judments by group and ego
standars”. Journal of Social Psychology, 1940, 12, págs. 433-465. Harvey, O.J. y Consalvi, C.: “Status and conformity to
pressures in informal groups”. Journal of Abnormal and Social Psychology, 1960, 60, págs. 182-187. Patel, A.S. y Gordon,
J.E.: “Some personal and situacional determinants of yielding to influence”. Journal of Abnormal and Social Psichology,
1960, 61, págs.411-418. Walters, R.H., Marshall, W.E. y Shooter, J.R.: “Anxiety, isolation, and susceptibility to social
influence”. Journal of Personality, 1960, 28, págs. 518-529. Wilson, R.S.: “Personality patterns, source arractiveness, and
conformity”. Journal of Personality, 1960, 28, págs. 186-199. Un estudio sobre el “efecto Asch” en los niños se incluye en
Berenda, R.W.: The Influence of the Group on the Judments of Children. Nueva York, King’s Crown Press, 1950.

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cuando se está en conflicto con ellas, pero una identidad madura nos permite saber cuáles son nuestras
opiniones y guiarnos por ellas confiadamente aunque estén en oposición a las del grupo. Pero hay que
señalar un peligro contrario. Algunos niños, persistentemente rechazados por la pandilla, se refugian en una
identificación inapropiada con los adultos. El “niño bueno" y la “niñita buena”, que los adultos suelen
considerar un modelo, están perdiendo habitualmente una parte importante de la experiencia de la niñez, y
eso puede tener repercusiones en el futuro. Ei alejamiento del niño de su grupo de pares puede ser agravado
por la aceptación y aprobación de los adultos, y aquéllos lo conocerán como "el nene de mamá” o “el
favorito de la maestra”. En suma, aunque las tensiones que acompañan a las usuales identificaciones
múltiples de los años intermedios pueden a veces ser penosas, probablemente son beneficiosas para el
desarrollo ulterior.
Pues el niño llega a asimilar las diversas culturas adultas a las que se ve expuesto. Un día polemiza contra
los preceptos de los padres y al día siguiente los transmite como si fueran sus propias convicciones. A veces
su conversión se produce con posterioridad. En un caso que conocemos las niñas de un quinto grado se
habían confabulado contra una compañera y le hacían la vida imposible. Cuando se enteraron de ello los
padres de una de las cabecillas le ordenaron que se mostrara cordial con la "víctima propiciatoria" y que la
invitara a jugar a su casa al día siguiente, orden que ella recibió con una mezcla de lágrimas, resentimiento y
sentimientos de culpa. Inmediatamente después de eso la víctima fue reintegrada al grupo y pronto gozó de
gran estima en él. La mayoría de los adultos se dan cuenta de que muchas de sus indicaciones les parecen
tontas a los niños sobre los cuales deben influir, pero no por eso tienen que abandonar sus nociones acerca
de la moral y la conducta. El hecho de que los niños sigan asimilando los valores adultos aunque se resistan a
ellos implica también que saben escuchar aunque parezcan no hacerlo. A veces el niño da la impresión de no
considerar las censuras de los padres o simula no prestar atención a cosas que no están destinadas a él y que
los padres creen que mantienen fuera de su conocimiento.
El espíritu de pandilla no desaparece necesariamente con la niñez y puede persistir hasta la edad adulta.
Hay grupos adultos que exhiben muchos de los rasgos de las pandillas infantiles, como las bandas rebeldes
que vagan por bosques o selvas. También se asemejan a menudo a las pandillas las unidades militares y las
organizaciones, logias y clubes adultos, especialmente los que se fundan en reglas y ritos y tienen un
contenido poco definido.
Más adelante volveremos a referirnos a los contactos de los niños con la sociedad adulta, al modo en que
se resisten a ella, la asimilan y entran en conflicto con ella. Por el momento estudiaremos los años
intermedios de la niñez en su forma más pura, en el grupo de pares, formado por niños que se desplazan y
hacen cosas colectivamente.

LAS TRADICIONES DE LA NIÑEZ

Los mismos niños forman la sociedad infantil, y las creencias que profesan y los usos que practican son su
cultura. La percibimos en los códigos de solidaridad, de estoicismo, de osadía, de conformidad y cosas
semejantes, pero se manifiesta más nítidamente en los antiguos ritos tribales. No decimos "antiguos" a la
ligera. El abismo existente entre el adulto y el niño, y el hecho de que la cultura de la niñez es oral y no
escrita, traban la investigación histórica, pero ha sido posible rastrear el origen de muchos juegos y canciones
todavía comunes hasta la Edad Media, y más allá aun, hasta fuentes romanas, druídicas y tal vez sánscritas.
Estos elementos culturales han sido transmitidos de generación en generación, pero se trata de las
generaciones de niños mayores, casi adolescentes, y de hermanos y hermanas menores a quienes ellos
inician. Pero como es notorio, esta transmisión cultural se está debilitando, y la cultura misma, en cuanto
algo vivo, está cediendo a las presiones comerciales y urbanas. Por consiguiente, debemos agradecer a los
Opie que hayan recogido una gran parte de esa herencia en desaparición en su hermoso compendio The
Lore and Language of School Children.6
En una mirada retrospectiva los adultos pueden percatarse de que la cultura de la niñez es un mundo que
se ha cerrado detrás de ellos, que hacen poco o nada por transmitirlo a sus hijos. Les enseñan a rezar, pero
son niños quienes enseñan a otros niños las rondas infantiles. Los adultos les enseñan a jugar al fútbol, pero
otros niños les enseñan a jugar al rango y a la rayuela. Recordar los juegos y cantos de los años intermedios,
como evocar los dientes flojos, es un modo eficaz de revivir la niñez. Y cuando al comparar los recuerdos

6 Opie, I. y Opie, P.: The Lore and Language of School Children. Oxford, Clarendon, 1959. Véase también Withers, C.: A
Rocket in My Pocket. Nueva York, Holf, 1948.

6
alguien introduce una pequeña variación en una rima nos sentimos indignados por esta intolerable
heterodoxia. Esa indignación es otro indicio del carácter relativamente fijo de esta cultura, y del modo no
deliberado en que la aprendemos como algo dado. El hecho de que una cultura se transmite virtualmente
intacta a través de las épocas nos parece aún más notable si consideramos que en un siglo se suceden sólo
tres o cuatro generaciones adultas, mientras que hay unas quince generaciones de niños en el mismo
período. Esta asombrosa persistencia cultural depende en gran parte de la afición de los niños a los ritos por
sí mismos, y de la sensación (en general no expresada) de poder mágico que les da la repetición de fórmulas
que asumen el carácter de ritos, encantamientos y hechizos. Por lo tanto, se siente que toda violación de la
fórmula estricta anula su poder o significa tentar al destino.

Juegos y canciones

Los "Juegos de Niños" pintados por Brueghel en el siglo XVI y un viejo cuadro chino, "100 niños jugando",
nos muestran entretenimientos infantiles ya venerables en aquel tiempo y muy parecidos a los que podemos
ver en cualquier lugar donde jueguen niños contemporáneos de nuestra sociedad, a siglos de distancia, y
perteneciendo a una nación muy distinta donde se habla un idioma igualmente diferente. Entre los más
antiguos juegos infantiles están el del escondite, las bolitas, la rayuela, “la pata coja" (que se juega en la India
tanto como en Indiana, y llamado Klassike en su versión rusa), la gallina ciega (que actualmente se juega en
general por sugerencia de los adultos en fiestas de cumpleaños de niños escolares pequeños, la mancha, los
bolos, el Puente de Londres (que, con el gato y los ratones, es jugado principalmente por niños preescolares);
se invita al lector a recordar sus propios juegos favoritos. Se cree que el juego del Puente de Londres
proviene de la costumbre medieval de enterrar vivo a alguien en los cimientos de un puente para propiciar a
los espíritus del río, así como la botella de champagne que se rompe contra la proa de un barco nuevo es una
libación ofrecida a Neptuno. Muchas tradiciones infantiles continúan antiguas formas de la cultura adulta.
Las formas metálicas usadas en el juego de jacks (equivalente a la taba) derivan de los astrágalos o vértebras
que empleaban los romanos en un juego similar. Recuérdese que hablamos sólo de los juegos, y no de la
totalidad de las actividades infantiles. Hay otros pasatiempos, tales como el hacer muñecos de nieve, nadar,
andar en bicicleta o remontar barriletes, que están muy difundidos pero no son juegos con reglas
establecidas.
Muchos juegos son acompañados por cantos rituales, como los asociados al Puente de Londres, a ring-
around-a-rosy, al saltar la cuerda (Mabel, Mabel, set the table) y a la pelota (One, two, three, a nation). Muy
vinculadas con ellos están las rimas de contar: Eeny, meeny, miney, mo, One potato, y demás. Hay
adivinanzas rimadas: Buck, buck, you lousy muck, hoto many fists have I got up, one, two, or none? El origen
de ésta en particular parece remontarse a los días de Nerón: Bucca, bucca, ¿quot sunt hic? Algunos cantos
están reservados a ocasiones especiales: Ladybird, ladibyrd, fly away home, Last one in is a rotten egg 7, I
scream, you scream, we all scream for ice cream, It's raining, It’s pouring, the old man is snoring 8, No more
spelling, no more books, no more teachers dirty looks (recitan esto hasta los niños a quienes les gustan la
escuela y sus maestras). Algunos son fórmulas mágicas: Rain, rain, go away. Otros son insultantes: Susies
mad, and I’m glad, and I know what will please her, Roses are red, violets are blue, if I had your mug I’d join
the zoo. Muchos cantos favoritos son versiones burlescas de canciones conocidas (Here comes the bride, big,
fat and wide) y pueden o no estar asociados a ocasiones particulares.
Aunque lo que dice el niño a menudo carezca de sentido para él, le encanta decirlo y siente la necesidad
de decirlo correctamente. Ese placer proviene en gran parte de la sensación de participación en el folklore
del grupo y de tener la clave del mismo. Esta sensación de pertenencia a la misma fraternidad se revela
cuando dos niños se sorprenden diciendo la misma cosa al mismo tiempo y ejecutan inmediatamente el
ritual de cruzar los dedos pensando en un deseo, para intercambiar luego las frases prescriptas y permanecer
silenciosos hasta que una tercera persona habla y rompe el encantamiento. Si olvidan el ceremonial y hablan
antes de ello, pierden el deseo. Todos los otros niños conocen su papel en el rito y su poder de obligar a
aquellos dos a permanecer mudos hasta que decidan liberarlos de esa constricción. Lo que hay que notar es
que esos rituales son compartidos y cada persona está obligada a desempeñar el papel requerido. Una regla
tácita del juego es que los participantes principales no deben ser liberados demasiado rápidamente, y si

7 "El ultimo cola de perro", [T.]


8 "Que llueva, que llueva, la vieja está en la cueva". [T.]

7
alguien habla antes de tiempo eso causa la impresión de una destrucción gratuita y ofensiva de un momento
mágico, que será recibida por un clamoreo indignado y casi igualmente ritual: "¡Eso no se hace!”
Los niños escolares pequeños juegan, así como recitan sus dichos y ejecutan sus rituales, de acuerdo con
fórmulas rigurosas que no permiten variación alguna. En una etapa ulterior de los años escolares este
absolutismo inicial se atenúa, admitiendo cierto grado de relativismo. Piaget 9, en su investigación de la
concepción infantil de las normas y la moral, comprobó que en ella se registran cambios bien definidos según
la edad. Al comienzo de los años escolares las reglas son aceptadas como dadas, como eternas, inmutables e
inherentes al juego. Si se les hace notar a los niños que otros niños, en un lugar cercano, siguen reglas
ligeramente distintas, este apartamiento de La Manera Correcta les parecerá signo de una lamentable
ignorancia, lindante con el sacrilegio. Cuando un niño ingresa en un nuevo grupo, a menudo se le hace
avergonzar por las reglas incorrectas a las que estaba habituado. Cuando hacia la mitad de la edad
intermedia el niño comienza a darse cuenta de que las reglas vienen de alguna parte, tal vez las conciba
como obra de algún oscuro Hacedor de reglas que las estableció para todos los tiempos. Un poco después, se
permiten ligeros cambios en ellas, siempre que todos estén de acuerdo; surgen así las llamadas por los
adultos reglas locales. Por último, hacia el final de los años escolares, los niños comprenden el hecho de que
las reglas son producto de un consenso y sirven meramente para definir el procedimiento y el objetivo del
juego de un modo sistemático.
Obsérvese que esta evolución en la concepción de las reglas es paralela al cambio que se produce en los
tipos de juego. Durante los años intermedios los niños se dedican cada vez más a juegos competitivos, que
no se limitan a seguir un curso como el Puente de Londres y el Granjero en el Valle, sino que tienen un
resultado, un puntaje. No obstante, el ritual predomina durante la mayor parte de los años escolares; en el
carácter compulsivo de las reglas, en la cualidad de autosuficiencia de los juegos, en la inmutabilidad de los
dichos y en el conservadorismo de las actitudes de los niños.

Otros ritos infantiles

Además de los ritos colectivos hay otros solitarios pero que son definidos por la cultura infantil y en trañan
una fuerte sanción del grupo. Entre estos están las prácticas supersticiosas (no pasar debajo de una escalera,
volverse si un gato negro cruza delante de uno); los canturreos y cómputos obsesivos (contar cosas repetidas,
contar camiones, contar de a cinco o de a diez, contar hacia atrás); evitar las hendiduras o pisarlas; tocar
todos los postes de alumbrado, etc. Muchos niños inventan también rituales privados. Un adulto recuerda
que tenía que estar acostado y debajo de las sábanas antes de que la puerta terminara de cerrarse, pues si
no le morderían los dedos de los pies ratones (imaginarios) que estaban debajo de la cama. Una mujer
recuerda que tenía que llegar al piso de arriba antes de que dejara de fluir el agua en el inodoro de abajo,
pues si no la apresaría algún cuco indefinido; es interesante notar que sus dos hermanos menores retomaron
sucesivamente este ritual, en forma modificada. En general esos ritos sirven para protegerse de algún peligro,
innominado o específico.
Otras formas de conducta en los años intermedios son menos ritualistas que las descriptas, pero están
estrechamente relacionadas con la cultura infantil tradicional. Tenemos los sempiternos chistes y
adivinanzas, que a los adultos les parecen gastados pero son revelaciones para cada nueva generación de
niños y constituyen para ellos la quintaesencia del ingenio sofisticado: "¿Por qué usan cinturones rojos los
bomberos?”, "Mozo, hay una mosca en mi sopa". Algunos son habituales, pero otros aparecen y desaparecen
siguiendo ciclos, como sucede con los cuentos del Pequeño Idiota, mientras otros, como los recientes
cuentos del Elefante, gozan de una breve popularidad y luego desaparecen para siempre. Todavía persiste el
tradicional humor infantil, pero ahora se lo refuerza con un humor adulto como el que se encuentra en la
revista Mad, en los dibujos animados para la televisión (que actualmente tienden a ser satíricos), en diversos
héroes culturales tales como actores de televisión y cantantes de "rock and roll", y en las insignias con
"slogans".
Están los ejercicios de destreza, las pruebas físicas que implican el control del propio cuerpo, que es muy
importante en esta edad y que ofrece tantas posibilidades peculiares e inesperadas. Los niños de edad
escolar aprenden a bizquear, a ver doble, a contorsionar el rostro dándole formas horrendas, a frotarse el

9 Piaget, J.: The Moral Judgment of the Child. Glencoe, Free Press, 1948 (publicado por primera vez en 1932). Kohlberg,
L.: “Development of moral carácter and moral ideology”, en Hoffman, M.L. y Hoffman, L.W. (comps.): Review of Child
Development Research. Nueva York, Russell Sage Foundation, 1964, I, págs. 383-431.

8
vientre mientras se pasan la mano por la cabeza, a castañetear los dedos, a silbar, a dar saltos mortales, a
asirse las manos cruzando los brazos, de modo que no saben bien cuál es el dedo que mueven. Más tarde,
unos pocos especialmente dotados podrán mover las orejas. Los niños aprenden a atravesar agujas en la
capa superior de la piel sin herirse. Se hacen tatuajes con tinta. Un paralelo verbal de estas destrezas son los
trabalenguas. Junto a esos ejercicios corporales se aprenden habilidades físicas tales como saltar obstáculos,
saltar con garrocha, nadar y zambullirse, patinar, jugar a la pelota, etc. Algunas de ellas implican la
manipulación de elementos exteriores, como la equitación o la navegación de vela. Y, por supuesto, las
aptitudes prácticas del niño promueven su sensación total de identidad.
Otro modo característicamente ritualizado de manejar la realidad a esta edad es la formación de
colecciones. Al comienzo de los años escolares habría que hablar más bien de acumulaciones: bolsillos y
cajones repletos de esa increíble e indescriptible miscelánea que conoce bien toda madre de un niño de esta
edad. En un período ulterior, las colecciones tienden a ser más homogéneas y ordenadas: figuritas pegadas
en las páginas de un álbum, muñecas alineadas en un estante. Pero por desordenadas o repulsivas que les
parezcan a los adultos las acumulaciones del niño, para éste cada trocito de hilo, cada baratija, cada molde
roto, cada revista ajada, y cada conchilla son "muy valiosos". En realidad, a menudo los objetos que el niño
colecciona tienen para él cualidades mágicas o el carácter de talismanes.
Después de dominar la lectura, la escritura y la aritmética, el niño pasa al lenguaje cifrado hablado y
escrito. Los lenguajes cifrados, secretos, del niño, destacan la comunicación con el endogrupo y la exclusión
del exogrupo. También su función es en gran medida ritual: el niño que ha aprendido un código tiene que
esforzarse para hallar algo que decir en él. Tienen un matiz mágico, como el que se manifiesta en el lenguaje
sacerdotal especial de muchas sociedades, y hasta el mensaje más trivial adquiere un tinte místico cuando se
lo expresa en las jergas "Pig Latin" u "Op", o cuando se lo transcribe laboriosamente en código.
El mundo del niño de edad intermedia está muy diferenciado, pero no integrado en una totalidad
coherente. Esa época de la vida está llena de alegría y abandono, de placenteros descubrimientos y
sorpresas, de maravillas y entretenimientos, y también de temores, terrores, ansiedades, incertidumbres y
preocupación. El niño tiene la sensación de su esencial aislamiento humano en un mundo vasto, poderoso,
impredictible y en general incontrolable. La cultura infantil que se expresa en actividades colectivas
compartidas le da la fuerza emotiva para seguir adelante. Esa cultura, expresada en aptitudes, rituales y
colecciones, le otorga un dominio mágico sobre una realidad que por lo demás escapa a su control. Sin esos
artificios culturales podría verse abrumado por los componentes regresivos de la perpetua ambivalencia del
crecimiento. Pero como hemos dicho, la cultura de la niñez es una muleta que lo ayudará durante un período
de su desarrollo, pero que se convertirá en una rueda de molino si no se libera gradualmente de ella.

EL GRUPO DE PARES

Ahora que ya hemos examinado las tradiciones altamente formalizadas de la cultura de la sociedad
infantil, es tiempo de estudiar a la sociedad misma, el modo como actúan los niños en grupos, la
organización de estos y lo que sus actividades nos revelan acerca de los niños de esta edad. La pandilla puede
tener grados diversos de organización, que van desde el grupo amorfo de niños que juegan en el patio de la
escuela o en la calle, hasta las parejas o grupos de amigos claramente definidos, los clubes sin propósito
especial, y los clubes con un objetivo definido tales como los equipos deportivos y las pandillas delincuentes.
Parecería ser que los niños pueden jugar en pares y en grupos mayores, pero no en tríos. Cuando juegan tres
niños es casi inevitable que dos de ellos se unan contra el tercero.
Subrayemos el alejamiento psicológico del mundo infantil respecto del de los adultos. Es fascinante ir por
la calle, sobre todo después de la cena, en verano, y observar las actividades respectivas de la sociedad
infantil y de la adulta, interpenetrándose pero sin prestarse atención más que cuando se produce una
colisión entre ellas. Los niños se apartan de los automóviles sin interrumpir su juego. El conductor del auto
reduce la velocidad para no atropellados, pero sin observar lo que están haciendo. Los peatones adultos no
se dan cuenta de que al caminar pasan en medio de un partido de fútbol que está en un momento
culminante, y los niños apenas hacen una pausa para dejar pasar a los invasores. El observador escucha
entremezclarse las conversaciones y saludos de los adultos con los gritos, cantos y mofas de los niños, pero
los dos conjuntos de sonidos fluyen separadamente. Y en los cambiantes límites entre ambas sociedades
están los niños más pequeños, los deambuladores y los niños preescolares, de los que son responsables los
adultos, y los niños preescolares de más edad y los del comienzo de la edad intermedia, a cargo de los

9
hermanos y hermanas mayores, que los vigilan con mirada aburrida pero atenta. Los niños que aún no tienen
edad suficiente están cumpliendo la transición hacia la pandilla. En lugar de mantenerse aparte deambulan
por el contorno, mirando, escuchando, asimilando, imitando tenazmente, y participando cuando se les
permite, aceptando agradecidos cualquier papel y cualquier migaja de atención que se les otorgue. Para los
niños del comienzo de los años intermedios, los niños mayores tienen enorme autoridad y prestigio. En
muchos aspectos los niños que ya forman parte de la pandilla les parecen más maduros y mejor informados
que los adultos. A los ocho o nueve años ya se ha completado virtualmente la transferencia de la adhesión y
la lealtad de los adultos a la pandilla.
A menudo los padres comprueban con pena que el niño otrora cariñoso parece haber perdido su carácter
afectuoso y confiado y se ha convertido en un extraño dentro de la familia. Suele mostrarse taciturno,
malhumorado e insolente. Adopta modales, pasos y posturas extraños. Cuando habla, lo hace confusa y
descuidadamente. Utiliza el lenguaje especial y restringido de la pandilla. Para alabar o rechazar algo, emplea
calificativos y peyorativos muy pintorescos, que gozan de popularidad en un momento dado y luego son
sustituidos por otros. Usa deliberadamente las palabrotas de la calle, en parte para fastidiar a los padres y en
parte para mostrarse sofisticado. La jerga de los años intermedios es a menudo la jerga adolescente de ayer.
El niño, orientado hacia el grupo parece vivir en el momento cuando puede salir de su casa y unirse a los
demás niños, dejando sin hacer sus tareas y deberes escolares, cuando le es posible. Los padres, al ver que el
hijo se aleja de ellos, pueden volverse más demostrativos o más posesivos, interrogar al niño acerca de lo
que le pasa, o reprenderlo por su carencia de devoción filial. Lo más probable es que esas medidas
contribuyan a empujar al niño hacia la pandilla en lugar de acercarlo a la familia. El niño está dando un paso
necesario para la maduración, está haciendo su Declaración de Independencia, una independencia que es en
realidad, como se recordará, la sumisión a un nuevo conjunto de controles. Además, no es posible interpretar
la conducta del niño superficialmente. Gran parte de ella consiste en desempeñar papeles, en hacer lo que se
espera de él, y eso se aplica a todos los miembros de la pandilla. Si el niño reacciona intensamente contra la
familia, eso indica probablemente lo fuertes que son los vínculos que lo unen a ella, y que tiene que superar.
Si exagera las baladronadas y la autoafirmación, es porque debe disimular sus dudas y ansiedades.
El niño se declara independiente no sólo de los padres sino del mundo adulto en general. En labios de los
niños de edad escolar, "los mayores" es un término peyorativo. El maestro que invita a los niños a denunciar
a otro tropezará con una muralla de silencio que encubre la indignación que les produce que se les pida
violar el código que prohíbe la delación. En las escuelas donde los usos y la conducta de los adultos les dan
escaso motivo de queja, los niños suelen inventar algún problema simplemente para medirse con la
autoridad de aquéllos. En esos casos, por supuesto, algunos niños reconocen a medias que han estado
exagerando un incidente trivial. En general, el niño invoca la autoridad de la pandilla como contrapeso a la de
los padres: "Pero mamá, todos los otros chicos…” (van a determinado lugar, se acuestan más tarde, se
ondulan el cabello, ven un espectáculo de televisión prohibido). A veces las pandillas, especialmente las de
varones, hacen algo que parece deliberadamente encaminado a provocar las represalias de los adultos, para
luego desafiarlas o evadirlas. Es mucho más divertido robar manzanas de un huerto o de un carrito si a uno lo
ven y lo persiguen. Los adultos que consideran esa conducta con desaprobación o con indulgencia ("los niños
son siempre así") pasan por alto su significado psicológico: es posible enfrentar a los adultos y sobrevivir.
El extremismo de la declaración de independencia del niño refleja el hecho de que todo niño en la edad
intermedia se halla aproximadamente en la situación de lo que Margaret Mead 10 ha denominado
"personalidad inmigrante". El hijo de padres inmigrantes suele avergonzarse de las costumbres anticuadas y
extrañas de aquéllos, y se esfuerza febrilmente tanto por diferenciarse de ellos como por parecerse a los
miembros de la cultura local lo más posible. Lo mismo le sucede al niño de edad escolar, sea o no hijo de
inmigrantes. Sin duda, en su caso la cultura local es la subcultura de la niñez; sus padres ya han dejado de ser
la fuente de todo poder y sabiduría. En realidad, tal vez le parezcan lamentablemente débiles, mundanos y
meramente humanos. A esta edad el niño ya ha escuchado demasiados altercados entre los padres, ya ha
presenciado demasiados episodios de preocupación y pánico, y ha sido demasiadas veces la victima de la
arbitraria autoridad de los adultos como para poder creer en la omnisciencia y la omnipotencia de los
mismos. Esta es la edad en la que algunos niños abrigan la fantasía de ser expósitos, y tienen sospechas, que
a veces llegan a ser una profunda convicción, de que son de origen elevado y por algún triste sino han caído
en manos de padres adoptivos de baja extracción.

10 Mead, M.: And Keep Your Powder Dry. Nueva York, Morrow, 1942.

10
En nuestra sociedad, tanto las actitudes de los padres inmigrantes como las de los nativos provocan en
sus hijos el síndrome de la personalidad inmigrante. En el caso de los primeros, por mucho que se aferren a
las costumbres y valores de su país de origen, suelen avergonzarse de su ignorancia y de ser diferentes, y se
enorgullecen de la exitosa "asimilación" de sus hijos. Y los padres nativos comparten con sus hijos la
suposición de que la generación más joven superará a la anterior tanto en realizaciones como en
conocimientos. Como lo señalaba Mead, los padres se dan cuenta de que el mundo en el que sus hijos están
creciendo es radicalmente distinto del que ellos conocieron cuando niños, y de que será todavía más distinto
en la época en que aquéllos hayan crecido, de manera que muchos de los precedentes establecidos se
vuelven obsoletos. Los niños también se percatan de este hecho, y sienten que sus padres pertenecen a una
época extraña, así como los hijos de los inmigrantes sienten que sus padres pertenecen a un lugar extraño.
Cuando los padres se lanzan a sermonear acerca de "cuando yo era un niño" los hijos siempre han
contestado que "los tiempos han cambiado". Pero en el pasado los padres siempre han tenido la seguridad
de que existen verdades eternas que trascienden las modas y manías del momento. Ahora, en cambio, se
dan cuenta de que las verdades eternas han sido superadas por las revoluciones políticas, económicas,
morales, sociales, científicas, tecnológicas y filosóficas de este siglo. Lamentablemente, esto ha tendido a
debilitar la confianza de los padres en su propia autoridad. ¿Cómo hacer prescripciones para toda la vida en
un mundo que ha cambiado hasta resultar irreconocible? Como veremos luego, los padres deben conservar
de algún modo la firmeza suficiente para actuar como tales; pero volvamos ahora al niño y a su pandilla.
Ya hemos dicho que la organización social cambia durante los años escolares. Probablemente la primera
coalición real entre niños escolares consista en compartir un secreto y en la formación de un vínculo con "el
mejor amigo", que puede cambiar de un día a otro, y también inspirar el anuncio: "¿Sabes una cosa? Tengo
cuatro mejores amigos." Una genuina afiliación, un grupo con miembros estables y la camaradería en una
sociedad secreta son cosas que encontramos en la fase media de los años intermedios de la niñez. Al final de
esta etapa los clubes y pandillas ya no dependerán tanto de la mera necesidad de p ertenencia y del apego a
sus ritos formales, y se organizarán más en torno de actividades y funciones particulares. El niño escolar de
más edad suele tener múltiples afiliaciones, con las que se maneja hábilmente (no sin conflictos). El hecho de
que se está aproximando a la sociedad adulta con sus distinciones y discriminaciones se revela también en la
composición de los grupos y camarillas a los que pertenece. Dentro de un sexto grado habrá probablemente
una clara estratificación social (o dos, una para los varones y otra para las niñas), con muy escaso contacto
entre los estratos contiguos. La organización social durante los años intermedios traduce los mismos
principios de diferenciación y subordinación funcional que rigen otros aspectos del desarrollo. Por ejemplo,
el espíritu de pandilla se diferencia a partir del compañerismo en general, y al principio es valioso en sí
mismo, de manera que estar con la pandilla es una gratificación suficiente. Más tarde el valor reside en las
cosas que hace la pandilla, cada vez mejor integrada.
Según el número de niños disponibles, el grupo de juego del vecindario, que mantiene reuniones no
anunciadas pero regulares antes y después de la cena, puede incluir a varios niños que juegan juntos o
dividirse en subgrupos según la edad y el sexo. En algunas zonas hay continuidad entre los grupos de juego
infantiles, el grupo adolescente de la esquina, y hasta la pandilla delincuente auspiciada por adultos. Algunas
pandillas delincuentes urbanas mantienen su identidad como organizaciones pese a que pasan por ellas
sucesivas generaciones de jóvenes. En las zonas rurales, y en alguna medida en los suburbios, las amistades
entre niños dependen de las relaciones entre familias y de los contactos realizados en la escuela.
Forzosamente los grupos de juego incluirán una mayor diversidad de edades, pero varones y niñas tienden a
jugar separadamente. En las ciudades generalmente se forman los grupos dentro de una misma manzana.
Fuera de "la cuadra" se está en territorio extraño y aun hostil. Nótese que la actitud posesiva respecto del
"terreno” local y la disposición a defenderlo tienen mucho en común con el imperativo territorial de muchas
especies infrahumanas, observable en los pájaros con especial intensidad durante la época del celo. 11
Dado que las divisiones geográficas de muchas comunidades corresponden por lo general con gran
aproximación a las divisiones étnicas y económicas, las relaciones de vecindario contribuyen a perpetuar en
la sociedad de los hijos la misma segregación y los mismos prejuicios que predominan en la sociedad adulta.
(Sobra advertir que también desempeña un papel la propagación deliberada del prejuicio.) No obstante, la
agrupación de los niños según líneas geográficas, en las ciudades, está contrarrestada en parte por otras
influencias: las escuelas que reciben alumnos de distintos vecindarios (aunque los grupos según "aptitudes"

11 Scott, J.P.: Animal Behavior. Chicago, University of Chicago, 1958. Andrey, R.: Territorial Imperative. Nueva York,
Atheneum, 1966.

11
dentro de la escuela suelen reflejar a los grupos de vecindario), las relaciones fomentadas por los adultos, la
oportunidad de conocer niños en programas extra-escolares y en campamentos de veraneo, la experiencia
común ofrecida por los medios de comunicación, y el teléfono, que se convierte rápidamente en un medio de
comunicación importante para los niños de edad escolar, como lo es para los adolescentes. (Los niños
escolares más pequeños se dicen lo que tienen que decirse y cuelgan; los de más edad mantienen
conversaciones prolongadas, que a veces son furtivas y susurradas.) En los barrios residenciales, la escuela,
las actividades organizadas por los adultos, el automóvil de la familia, y consideraciones sobre cuáles son las
amistades socialmente ventajosas para el niño son factores poderosos en el establecimiento de relaciones.
Hay niños —habitualmente son los más agraciados, los más grandes, los más fuertes, los más maduros
físicamente, y en algunos círculos los más inteligentes, los más activos o los más ingeniosos— que adquieren
una gran popularidad y con ella cierta capacidad de liderazgo. Sin embargo, en muchos aspectos los niños de
esta edad son sólidos pragmatistas, y cuando se trata de dedicarse a una actividad particular —un partido de
fútbol, una representación dramática— buscan el liderazgo de aquellos que son competentes en ella. 12 La
popularidad puede pesar mucho en la elección de la actividad, pero una vez tomada la decisión, pasan a
primer plano las consideraciones prácticas. La técnica de la sociometría revela cómo se traslada el liderazgo
cuando se pasa de una empresa a otra.
Repitamos y destaquemos que la afiliación a un grupo tiene dos fases: la pertenencia y la exclusión. Así
como a los niños de seis años les gusta simultáneamente compartir un secreto y definirlo como tal
ocultándolo a alguna otra persona, los niños de diez años, al formar un grupo, sólo pueden experimentar la
sensación del "nosotros” dejando fuera a “ellos”. La siguiente cita de The New Yorker nos hace llegar algo del
sabor de los grupos de niños de esta edad, además de sus aspectos ceremoniales:
"Las reglas de una sociedad secreta de niñas de nueve y diez años, pertenecientes a una comunidad de
Long Island que mantendremos anónima, son éstas:
1. No digas mentiritas si no son necesarias.
2. No lastimes a nadie de ningún modo.
3. No le pegues a nadie, salvo a Ronny.
4. No digas mentiras graves.
5. No uses palabras peores que "mocoso”.
6. No maldigas.
7. No le hagas muecas a nadie, aparte de Ronny.
8. No seas egoísta.
9. No te ensucies como un marrano.
10. No chismorrees, salvo que sea sobre Ronny.
11. No le robes a nadie, excepto a Ronny.
12. No destruyas las propiedades de los demás, salvo las de Ronny.
13. No hagas cosas a hurtadillas.
14. No seas gruñona, excepto con Ronny.
15. No contestes de mal modo, salvo que sea a Ronny.” 13
Habitualmente son excluidos algunos niños, que a su vez forman un club Igualmente exclusivo. Obsérvese
que por lo común esas sociedades tienen una superabundancia de funcionarios, reglas codificadas,
ceremonias, juramentos, y secretos vagos pero portentosos. Los miembros enuncian objetivos ambiciosos,
aunque ambiguos, pero la motivación subyacente, no expresada, parece ser siempre la de forma lizar y
consolidar la sensación de pertenencia. Pero a veces un niño queda fuera, o es deliberadamente excluido, de
todo grupo. A menudo se asigna a esos niños el papel de víctimas propiciatorias, contra quienes pueden
desahogar su hostilidad y su antipatía los niños que ocupan posiciones superiores en el "orden del picoteo”.
El rechazo por parte de un grupo entero sugiere la naturaleza despótica del gobierno de la mayoría: la
minoría de uno siente la convicción íntima, aunque tal vez momentánea, de que el grupo tiene razón y él
tiene seguramente alguna falla. En esto reside la tragedia del individuo permanente o repetidamente
excluido, sea por razones étnicas o personales.
Todo niño que llega a un nuevo vecindario es al principio un miembro minoritario del grupo, que enfrenta
el erizado límite del endogrupo. Podemos agradecer que la organización de los grupos de niños en los años
intermedios sea inestable, pues ofrece, durante los períodos de reorganización, la posibilidad de que el

12 Hendry, C.E., Lippitt, R. y Zander, A.: Reality Practice as Educational Method. Nueva York, Beacon House, 1944.
13 Con licencia, copyright 1954, The New Yorker Magazine Inc., 18 de septiembre de 1954.

12
individuo excluido se deslice adentro, siempre, por supuesto, que su exclusión no se deba a razones étnicas.
Obsérvese que los prejuicios raciales y étnicos operan en ambas direcciones: muchos estadounidenses
blancos sufren una desagradable sorpresa cuando descubren que su piel puede provocar repulsión. Una
fascinante serie de estudios realizados por Sherif y sus colaboradores 14 ha mostrado que es posible crear y
disolver experimentalmente el prejuicio, variando la composición y los objetivos del grupo, y ubicando los
objetivos en un marco competitivo o cooperativo.

SEPARACION ENTRE LOS SEXOS, ROLES SEXUALES Y DIFERENCIAS SEXUALES

La tendencia a la separación de los sexos se inicia en los últimos años preescolares y culmina hacia los diez
años. Los niños de primero y segundo grado invitan a sus fiestas de cumpleaños (u otras) a compañeros de
los dos sexos, pero a los ocho años la idea de incluir al otro sexo en cualquier situación social formal se
vuelve inconcebible (o por lo menos, así solía ser). Esta separación entre los sexos se debe en parte a una
diferencia de intereses y actividades, pero en un nivel más básico es algo intrínseco a la cultura infantil,
probablemente un vestigio de antiguas concepciones culturales adultas respecto de la inferioridad del
segundo sexo. Las niñas siguen jugando en la casa y a juegos como la rayuela, mientras que los varones se
alejan más, juegan más rudamente, luchan y aprenden a jugar al fútbol. La institucionalización de la
separación entre los sexos, implicando que hay que profesar un activo menosprecio del sexo opuesto, sugiere
que en este caso, como en el de la independencia respecto de los adultos, el niño tiene que llegar a extremos
para afirmar su carácter de varón o de niña.
Casi todos los varones pasan por un periodo de rechazo del sexo femenino (con la posible excepción de la
madre), proclamando enfáticamente votos de total y permanente celibato. Obsérvese que el ideal
caballeresco, que tuvo su expresión última en el culto de la Virgen, pinta a la mujer tanto como un frágil ser
que debe ser colocado sobre un pedestal y adorado desde lejos, y como una Dalila que, si se le da
oportunidad de hacerlo, castrará al hombre despojándolo de su masculinidad. Esa noción caballeresca es
perpetuada por la retórica que rodea al Día de la Madre (el Día del Padre es una pálida elaboración
posterior), por la instrucción que se da a los atletas y a los militares, y por la película corriente del Oeste, que
ya no se produce más pero que no obstante abunda en los programas de televisión de las últimas horas de la
noche. Los niños de edad intermedia experimentan una mezcla de perplejidad, indignación y desprecio
cuando ven que sus héroes un poco mayores, que hasta entonces habían compartido su misoginia, y que tal
vez se la habían inculcado, comienzan a tolerar y hasta a buscar la compañía de las mujeres.
Las niñas, en cambio, aunque expresan un desdén complementario hacia los varones, abrigan una visión
romántica de la domesticidad en la que se imaginan como novias y hasta como madres y amas de casa, pero
unidas a figuras nebulosas que no tienen ningún parecido con los toscos y desaliñados varones que conocen
en la vida real. Del mismo modo, las niñas de esta edad suelen disfrutar con las películas "de amor", que a los
niños les disgustan. Hay que destacar que muchas jóvenes maduras llegan al matrimonio con la misma
mentalidad de los sueños diurnos de las niñas, atribuyéndole el papel de novio casi a cualquier varón
presentable y concentrando la atención en la compleja ceremonia nupcial y en la suntuosa recepción,
dejando lo que viene después en el vago reino del "y fueron felices". También hay que señalar que a veces las
madres empiezan a jugar al juego del matrimonio cuando sus hijas recién han abandonado las cunas,
arreglando situaciones y encuentros que garanticen un casamiento temprano y socialmente satisfactorio. Es
posible que esas mismas madres estén totalmente desilusionadas de la institución matrimonial, pero no han
podido desembarazarse de la idea de que el matrimonio es el estado ideal para una mujer. El movimiento
feminista de comienzos de siglo se propuso obtener el derecho a votar para las mujeres, y además
emanciparlas de las cadenas del matrimonio. En las décadas del 40 y del 50 se produjo una reacción,
expresada en lo que Betty Friedan 15 ha denominado La mística femenina; y se glorificó a la mujer en cuanto
fundadora de un hogar. En la actualidad, tal vez como resultado de un nuevo nivel de educación, las mujeres
vuelven a tratar de definir un nuevo papel y una nueva imagen para ellas, según los cuales sea posible
considerar por separado el amor, la relación sexual, el matrimonio y la maternidad, en lugar de tomarlos en
bloque, como si no pudieran darse independientemente uno de otro.

14 Sherif, M., Harvey, O.J., White, B.J., Hood, W.R. y Sherif, C.W.: Intergroup Conflict and Cooperation: The Robbers Cave
Experiment. Norman, Oklahoma, University Book Exchange, 1961.
15 Friedan, B.: The Feminine Mystique. Nueva York, Norton, 1963.

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La separación sexual se manifiesta también en las actitudes hacia los animales do mésticos. Los niños de
los dos sexos quieren a los animales, pero con una diferencia. Las niñas, típicamente, prefieren a los perritos
y los gatitos, cosa que algunos interpretarían como una expresión de su instinto maternal, y a criaturas
relativamente inermes tales como los conejitos de Indias, los conejos, los peces (son dignas de verse las
medidas heroicas que toman algunas niñas para impedir que ciertos pececitos vivíparos se coman a sus
crías), y todas las variedades de loros. A los varones, en cambio, les gustan los perros, que pueden servir de
compañeros y de artistas de variedades. Les gustaban también los caballos, quizás debido a una
identificación con sus héroes del Oeste, pero parecen haber transferido su afecto a las motocicletas y los
automóviles. Las niñas, por su parte, tienen una afición a los caballos que llega hasta la manía; coleccionan
ilustraciones y figuras y solicitan lecciones de equitación. Ha habido niñas que han elegido un colegio porque
tenía su propia caballeriza. Algunos psicoanalistas han interpretado esta afición como una expresión de la
protesta masculina y de la envidia del pene. Según esta teoría, el control de un animal tan poderoso sería una
subordinación simbólica (y tal vez una castración) del varón.
Pero esta diversidad de los sexos no es absoluta. Hermanos y hermanas juegan juntos, especialmente
cuando no tienen a mano otros compañeros. Si hay pocos niños en el vecindario los dos sexos se mezclan. Al
final de los años intermedios los varones realizan invasiones fingidamente hostiles de los grupos de juego
femeninos, las niñas se mofan de los varones cuando ellos juegan, y en el grupo de juegos del vecindario los
dos sexos participan en juegos de rayuela, de persecución y de lucha en broma, lo que señala una
desaparición de las barreras entre ellos, que anuncia la adolescencia. Pero al llegar la pubertad las niñas
suelen dirigir su atención a muchachos de más edad —y a veces se "enamoran” de mujeres y hombres
adultos— en lugar de vincularse con sus pares.
Jueguen juntos o separados, varones y niñas hacen muchas cosas iguales. Pero durante los años
intermedios hay una clara bifurcación de los gustos, los intereses y las actividades; algunos tipos de juegos
son enteramente femeninos y otros predominantemente masculinos. Es probable que unas pocas niñas
participen en juegos masculinos, pero casi ningún niño intervendrá abiertamente en los considerados
femeninos. Sin embargo, a medida que cambia nuestra cultura, y que las niñas se vuelven más grandes y
fuertes, y por tanto más capaces de competir físicamente con los varones, los intereses de los dos sexos
tienden a asemejarse. Lamentablemente no disponemos de datos actualizados acerca de las diferencias
sexuales, y las investigaciones más antiguas no son confiables pues los niños han cambiado y se dedican
actualmente a otras actividades. Por ejemplo, las viejas listas de juegos incluyen algunos que los autores no
pueden reconocer, como el "Ejército de Salvación", "Golpea la espalda" y "Halma".
En general, los varones tienden a hacer cosas y las niñas a hablar. Los varones tienden a orientarse hacia
las cosas, especialmente a las mecánicas, y las niñas hacia las personas y las relaciones sociales. Las niñas
practican deportes (hasta el fútbol), pero los varones además leen revistas deportivas, idolatran a sus héroes
y se aglomeran en busca de autógrafos frente al hotel donde se aloja el equipo visitante. A las niñas les gusta
andar en bicicleta, pero los varones también son afectos a desarmar la bicicleta y volver a armarla. En la
escuela las niñas tienen un mejor rendimiento que los varones en los primeros años, pero gradualmente
pasan a segundo lugar.
Las niñas piensan en el amor mientras que los varones sienten curiosidad por el sexo, y en la pandilla
intercambian innumerables informaciones y a veces se entregan a experimentos sexuales, que incluyen la
masturbación simultánea, la masturbación recíproca y hasta la "fellatio" y otros actos sexuales.
Indudablemente, muchos niños y niñas de edad escolar han practicado una inspección mutua ("te muestro lo
mío si tú me muestras lo tuyo"), pero por lo que saben los autores, rara vez la exploración sexual va más allá
de eso a esta edad. Aparentemente no se les ocurre espontáneamente a los niños y niñas de esta edad que
pueden estimularse mutuamente los genitales de otra manera que mediante el coito, y casi seguramente sus
raros y torpes intentos de practicarlo terminarán en una frustración, aunque sólo sea por razones anatómicas
y mecánicas. Las niñas en los años intermedios parecen tener intensas fantasías sexuales, pero en general
sólo incurren en prácticas homosexuales cuando las inicia una mujer mayor, una institutriz o una niñera. Es
posible que las experiencias homosexuales de los varones en la pandilla susciten o expresen una veta de
homosexualidad latente en los varones estadounidenses por ejemplo (así como la homosexualidad en las
escuelas públicas inglesas parece tener como resultado numerosos homosexuales practicantes entre los
adultos varones de clase alta, como lo dijera un observador, "Es algo más que la corbata con los colores de la
vieja escuela lo que une a los miembros de la clase dirigente"), que ayudaría a explicar la ambivalencia de los
estadounidenses adultos hacia las mujeres, su afición a las actividades exclusivamente masculinas, y su a

14
veces frenética afirmación de la propia masculinidad, como cuando se proyectan en la imagen del intrépido
aventurero que lucha a puño limpio o hacen una gran exhibición compensatoria de sus proezas sexuales.
En general los varones se identifican más intensamente con la cultura de la pandilla y de los pares que las
niñas, que permanecen orientadas hacia los padres aunque se identifiquen con sus compañeras. En realidad,
la cultura infantil masculina es muy distinta de la adulta y en muchos casos está en conflicto con ella,
mientras que la cultura infantil femenina, aunque difiere algo de la adulta, es más semejante a ella. Sin duda,
no todos los grupos de varones prefieren la acción física. A algunos, los más librescos tal vez, les gusta revivir
las leyendas de Robin Hood y del Rey Arturo, o inventar países, planetas o acontecimientos históricos
privados, que dibujan, o escenifican, o expresan por escrito en dramatizaciones precarias pero no por eso
menos heroicas.
Podemos pensar que las divergentes actividades, actitudes e intereses de varones y niñas son una
expresión de sus roles sexuales, de sus suposiciones expresas o tácitas acerca de lo que significa ser un varón
o una niña. Dado que las concepciones de los roles sexuales difieren mucho según las culturas, se impone la
conclusión de que los roles sexuales se adquieren en parte a través del aprendizaje. Los adultos, los niños
mayores y los compañeros dan algunas lecciones explícitas en ese sentido ("Los varones no lloran", "No es
propio de una dama sentarse de ese modo"). Pero una parte considerable del aprendizaje de los roles
sexuales se hace mediante el condicionamiento operante, en virtud de recompensas y castigos —o
realimentación— que se recibe por actuar de maneras apropiadas o incorrectas (según las define la cultura
en cuestión). También se los aprende en cierta medida a través de la imitación deliberada o inconsciente de
modelos, reales o ficticios, a los que uno está expuesto y que ejemplifican los estilos de vida masculino y
femenino. Se puede definir al rol sexual como un conjunto de expectativas sociales, como el modo en que la
gente espera que se comporten las personas de uno u otro sexo. En el aprendizaje de los roles sexuales
parece haber un efecto de bola de nieve. Una vez que el niño ha asimilado ciertos aspectos del rol masculino
o femenino, está más dispuesto a asimilar nuevos aspectos del mismo rol, de modo que la masculinidad
suscita más masculinidad y la femineidad, más femineidad.
La antropóloga Ruth Benedict16 se ha ocupado de las diferencias culturales en la continuidad de los roles
sexuales. En nuestra sociedad esa continuidad es mayor en el caso de las mujeres que en el de los varones. Si
suponemos que el rol femenino adulto consiste en ser esposa, madre, ama de casa y participante en los
asuntos escolares y comunitarios de la localidad, podemos ver que ya la cultura infantil de la niña la prepara
para eso. En contraste, la cultura infantil del varón le enseña a ser un cazador, un leñador, un guerrero, un
aventurero y un juerguista, cosas que difieren mucho de la vida que llevará como esposo, padre, ciudadano y
proveedor que tendrá que ganarse la vida en su escritorio o en su banco de trabajo. (Hay ocupaciones que
continúan aproximadamente la cultura infantil, como la de guardabosque, pero sólo unas pocas de ellas,
como la carrera militar o la industria de la construcción, emplean a muchas personas; y aunque al crecer el
varón adopte una de ellas, generalmente la combinará con una vida doméstica para la cual ha recibido escasa
preparación en su niñez.) Subraya más aún la continuidad del rol femenino el hecho de que la atención de los
niños, en el hogar y en la escuela, está casi enteramente en manos femeninas. Pero en un aspecto nos parece
que esta predominante presencia femenina en la crianza de los niños entraña una desventaja, tanto para los
varones como para las niñas: los varones carecerán de modelos masculinos de primera mano para
identificarse con ellos, y las niñas no tendrán hombres con quienes relacionarse. Otra complicación es que las
mujeres están buscando una nueva imagen femenina, y hay muy pocos modelos que les indiquen lo que
podría ser esa imagen. Las maestras esperan que la niña sea como ellas, o por lo menos como los yos ideales
a los que ellas aspiran.
La situación de los varones también es difícil, pero de una manera distinta. Las maestras esperan de ellos
que se atengan a sus normas de decoro, pero si el niño no manifiesta cierta medida de espíritu de rebeldía,
de agresividad, de turbulencia, y hasta de crueldad, los adultos —tanto hombres como mujeres— se
preocupan y tienen la impresión de que "le falta algo". Las expectativas asociadas al rol de los varones
incluyen tanto el papel del Pequeño Lord Fauntleroy como el de Tom Sawyer.
Al niño se le enseña a ser obediente, generoso y bondadoso, pero si no se muestra dispuesto a defender
sus derechos se lo moteja de mariquita. Además de satisfacer las expectativas adultas, por supuesto, el niño
tiene que satisfacer las de la pandilla, que son bastante diferentes. Dejando de lado los conflictos, se espera
de los niños varones, tal vez en previsión de sus responsabilidades futuras, que sean ambiciosos y que se
esfuercen por lograr una realización concreta. Pero recordemos que los adultos no se dan cuenta de que les
16 Benedict, R.: “Continuities and discontinuities in cultural conditioning”. Psychiatry, 1938, 1, págs. 161-167.

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están enseñando a los niños a desempeñar roles sexuales, y que creen más bien que se limitan a presenciar,
con angustia o con satisfacción, el desenvolvimiento natural del varón o de la mujer.
Las expectativas respecto de los varones, orientadas a las realizaciones, las expectativas en conflicto y la
carencia de modelos adecuados pueden explicar el hecho de que ellos sean más propensos que las niñas a
problemas afectivos de mayor o menor importancia, a problemas escolares y a problemas de conducta (pero
la estadística de mortalidad sugiere que tal vez los niños sean biológicamente más vulnerables que las niñas).
La tartamudez, las dificultades para la lectura, la enuresis nocturna, los “tics”, la conducta indisciplinada, los
trastornos esquizofrénicos y los conflictos con las autoridades son mucho más frecuentes en los varones que
en las niñas. La principal dificultad del varón parece ser el control de la agresión, y es respecto a este
problema que las expectativas asociadas al rol son más ambiguas, pues hay sutiles y opuestas presiones para
actuar de acuerdo con las emociones en algunos casos y para reprimirlas en otros. Pero la frecuencia de la
mala conducta en ambos sexos no depende sólo de lo que hacen los niños, sino también del modo en que los
juzgan los adultos. Las investigaciones han demostrado que el mal comportamiento de las niñas es juzgado
con más benevolencia que el de los varones —en parte porque éstos, con más energía disponible, hacen más
ruido— lo que sugiere que la mayor frecuencia del mal comportamiento en los varones puede ser una
creación de la mayor sensibilidad de los adultos ante el mismo. 17 Puede tener una explicación similar el hecho
de que las niñas obtienen mejores calificaciones en la escuela, pese a que los varones logran un mayor
puntaje en los tests de aptitudes y rendimiento escolar. Y no hay que olvidar que las personas que juzgan la
conducta y clasifican en la escuela son a menudo mujeres.
El efecto a largo plazo de la educación y de una cultura compleja en la que ha disminuido la demanda de
mera fuerza muscular, es que los varones se vuelven más femeninos y las mujeres más masculinas.
Históricamente, a medida que se eleva el nivel educativo, los hombres son más capaces de ternura, se
interesan por los problemas domésticos, consideran a las mujeres como compañeras y no como bienes
muebles, y se interesan por cuestiones estéticas. Al mismo tiempo, las mujeres se vuelven menos volubles y
caprichosas, más analíticas y lógicas, reclaman su derecho a la igualdad sexual, y se dedican a ocupaciones
tradicionalmente masculinas. Estas pautas de cambio son transmitidas culturalmente en las clases educadas,
mientras que los hijos de padres no educados avanzan en esa dirección a medida que ascienden dentro del
sistema educativo. Esto no quiere decir que en el futuro quedarán abolidas todas las diferencias sexuales,
sino que en cuanto padres, maestros e ingenieros sociales, estamos en condiciones de percatarnos del
carácter artificial y aun pernicioso de algunas de las expectativas que asociamos al rol sexual. Somos crueles
con los varones al esperar que sean hombres de las cavernas viviendo en una sociedad tecnológica, educada
y humana, y con las niñas al esperar poca cosa de ellas en materia de intelecto y creación, esperando en
cambio que sean dóciles, pasivas, complacientes, y que asuman roles tradicionales. En términos freudianos,
cultivamos el ello y el superyó de los varones, y el superyó de las niñas, descuidando el desarrollo del yo en
ambos sexos.

HOGAR Y FAMILIA

Para destacar claramente diversos rasgos del niño hemos tenido que exagerarlos, y eso tiende a dar una
visión caricaturesca de él. Por ejemplo, hemos subrayado en exceso la declaración de independencia del niñ o
respecto de la familia. En realidad, el hogar y la familia siguen siendo para él un importante refugio afectivo y
una fuente de conocimientos, entretenimiento y compañerismo a lo largo de estos años. Para comenzar, el
grupo de pares pasa parte de su tiempo dentro del hogar. Separadamente o en grupos pequeños, los niños
visitan las casas de los demás, intervienen en la construcción de barriletes o modelos, a veces grandiosos en
su concepción y precipitados en su ejecución, en bordados y manufactura de aderezos, en la redacción y
puesta en escena de obras de teatro, en juegos de salón, y en prolongadísimas sesiones frente al televisor,
despatarrados en notables posiciones que tal vez permitan un genuino descanso pero que forman parte al
mismo tiempo del desempeño de papeles corriente durante los años intermedios.
Pero el niño tiene hermanos además de amigos, y tenemos que examinar ahora sus relaciones con ellos.
Admitiendo que cada familia y cada relación son únicas, podemos arriesgar algunas generalizaciones. Si los
hermanos están bastante próximos en edad y todos dentro de los años intermedios de la niñez, sus contactos
en el hogar se caracterizarán probablemente por frecuentes altercados, burlas, pendencias y alborotos,
mezclados con algunas actividades conjuntas, algunas conversaciones sobre la escuela, sobre personas,
17 McClelland, D.C.: The Achieving Society.Princeton, Van Nostrand, 1961.

16
actividades, gustos y preferencias, y, no hay que olvidarlo, con la ocasional participación, más o menos
armoniosa, en actividades y tareas de toda la familia. (Hay que observar que en muchas familias pobres no
hay actividades que engloben a toda la familia, ni siquiera comidas compartidas por todos.) Si hay dos
hermanos del mismo sexo y edades cercanas, el mayor asume a menudo el papel de mentor del segundo, a
veces con la aceptación y beneplácito de éste y otras no. Cuando los hermanos se hallan en distintos
períodos del desarrollo, como cuando un niño de edad escolar tiene hermanos o hermanas preescolares o
adolescentes, la distancia entre ellos suele parecer insalvable. El adolescente tiende a mostrarse
particularmente intolerante con el niño más pequeño, desaliñado, ruidoso y de malos modales. A veces lo
expresa con abierta furia, otras con bofetadas y golpes, y a veces enunciando altaneras dudas respecto de su
ascendencia común. El niño de edad escolar, a su vez, ataca astutamente la nueva y precaria dignidad del
adolescente. Al hermano o hermana de edad preescolar lo ve como alguien que constantemente está
tropezando con él o siguiéndolo, que desordena y destruye sus propiedades, y que obtiene de los padres
mercedes e indulgencias que por cierto nunca le fueron otorgadas a él mismo en el lejano pasado (y dado
que los padres tienden a ser más indulgentes con sucesivos hijos, tal vez tengan razón). El niño mayor
defiende celosamente las difícilmente ganadas prerrogativas de su edad, mientras que el menor las ve como
preferencias. Si el menor es mucho menor, un bebé, un deambulador o un niño al comienzo de la edad
preescolar, de modo que no compite con el niño que está en los años intermedios, probablemente se lo trate
con afecto e indulgencia, aunque a veces se lo considere un estorbo. A veces llega un bebé a la familia
cuando los demás hijos son ya adolescentes. En tales casos estos últimos asumen a menudo con gran celo el
papel de padre o madre suplente.
Los padres, que conocen bien los aspectos turbulentos de las relaciones entre hermanos en el hogar, se
sorprenden a veces al enterarse del modo como los hijos estrechan filas en una demostración de solidaridad
familiar cuando alguno de ellos es amenazado o insultado fuera del hogar. Es posible que los términos con
que los niños se refieren a hermanos y hermanas parezcan desdorosos, pero también entrañan un afecto
considerable, que se trata de ocultar a la pandilla. Hay que señalar, además, que a los niños de edad
intermedia de clase baja, con mucha mayor frecuencia que a los de clase media, se les suele encargar el
cuidado de hermanos y hermanas más pequeños, que juegan junto al grupo mientras las actividades de éste
prosiguen. Esta responsabilidad de la atención de los hermanitos está habitualmente acompañada por una
verdadera autoridad sobre ellos. Es posible que detentar tal autoridad sea algo intrínsecamente gratificante,
que se avenga bien con el impulso del niño hacia la independencia y que favorezca la identificación con los
padres y con su sector de la sociedad. Esa responsabilidad es muy común en muchas otras culturas.
Pese a su insistencia en ser libres e independientes de los adultos, a su impertinencia y rebeldía, y a todo
lo que tienen que criticar en los padres y sus costumbres, los niños no dejan súbitamente de querer a los
padres. En realidad, como cuando manifiestan solidaridad con sus hermanos, los mismos niños que critican
libremente a sus padres no toleraran que se los menoscabe fuera de la familia. Los padres no pueden
pretender que se los mantenga sobre un pedestal, pero si se avienen a descender dignamente por sí mismos
descubrirán que su condición de padres puede afirmarse en otras bases. Y agreguemos que hay pocas cosas
más patéticas que el espectáculo de un padre o una madre que intenta ser un "compinche" para el hijo o la
hija (lo que no quiere decir que falten cosas de las que pueden disfrutar juntos). Abundan los pares que
pueden cumplir el papel de compinches, y el niño necesita a los padres como tales, es decir, como adultos y
no como seudoniños. Los necesita para volverse a ellos cuando se siente alejado de la pandilla, mientras ésta
sufre una de sus periódicas reorganizaciones, cuando está enfermo, o cuando pasa por otros momentos
críticos; los necesita como consejeros sobre problemas morales, y también los necesita simplemente cuando
quiere ser un miembro de la familia, intercambiar noticias y bromas, pedir informaciones, asesoramiento y
ayuda para sus tareas escolares. A la hora de acostarse, el niño se mostrará probablemente juguetón, querrá
que le lean (aunque sepa leer perfectamente) y que lo mimen (los varones a quienes se les ha enseñado que
las demostraciones de afecto son poco viriles tal vez rechacen los mimos, pero sospechamos que, no
obstante, los desean).
El niño se jacta ante la pandilla de los méritos de sus padres, en parte tal vez en el intento de ganar
prestigio, pero también porque se identifica con aquéllos, aunque lo haga a regañadientes. Los modelos
conscientes del niño son la pandilla y sus héroes vaqueros, enfermeras, atletas, estrellas de cine y televisión,
y otras luminarias. La identificación consciente con el padre tiene lugar generalmente cuando éste posee una
ocupación visible e interesante: plomero, pescador, recolector de residuos, bombero. Es más difícil que eso
suceda con las madres, cuyas actividades domésticas constituyen un fondo tan habitual en la vida del niño

17
que le resulta casi invisible, o bien lo experimenta como un conjunto de tareas tediosas cuando se ve
obligado a colaborar. (En emergencias tales como una enfermedad de la madre, los niños suelen encargarse
de los trabajos domésticos con verdadero entusiasmo.) Aun en el caso de que ella tenga una profesión, es
poco probable que ésta reúna las calificaciones de ser visible y atractiva.
Cualquiera que sea el modo en que se realiza la identificación, el niño sigue necesitando control. Tal vez
necesite el respaldo de los padres para sostener sus valores frente a la presión del grupo. Y así como espera
obtener privilegios –una creciente asignación de dinero, poder acostarse más tarde, más libertad para
vagabundear, según los jalones del desarrollo que deja atrás— acordes con su creciente madurez, también es
capaz de aceptar crecientes responsabilidades. Cuando el niño comparte la prosperidad y los malos
momentos de la familia, sus triunfos y catástrofes, cuando colabora arreglando su cuarto a los seis años,
haciéndose la cama, lavando platos y colgando la ropa lavada a los diez, limpiando el camino de ingreso o
rastrillando el patio a los doce, cuando se le da una intervención adecuada en las decisiones de la familia —
comprar algo o no, dónde pasar las vacaciones—, toma conciencia de los vínculos de reciprocidad que unen a
la familia, y eventualmente al mundo. Destaquemos que los privilegios democráticos que les son otorgados a
los niños siguen estando limitados y sometidos a la autoridad adulta. Habitualmente los niños de edad
escolar no están preparados todavía para una completa autodeterminación. Pero una correcta autoridad,
aunque los mortifique mucho, se propone ayudarlos y hacer de ellos adultos sanos, racionales, sensibles y
humanos.
Si bien los adultos deben mostrarse fuertes, con niños de esta edad su autoridad no puede ser absoluta.
Los padres tienen que admitir la adhesión del niño a los usos del grupo de pares, y comprender la
importancia que tiene éste en el progreso de aquél hacia la independencia. Evidentemente, los adultos
deben combatir las influencias más perniciosas de la pandilla, pero con plena conciencia del papel
constructivo que juega la afiliación al grupo. La cultura del grupo de pares tiene aspectos positivos y
negativos, pero no conocemos ningún modo de reemplazarla ni de obtener a menor costo los beneficios que
ella ofrece. En este período, como en todas las demás edades, los padres deben estar dispuestos a permitirle
al niño que intente algunas cosas que ellos saben que están condenadas de antemano, que cometa algunos
errores, con la esperanza de que aprovechará la experiencia. Y es tarea de los padres darle apoyo al niño
cuando experimenta el dolor de un fracaso y ayudarlo a asimilar las lecciones que él mismo le enseña, sin
mortificarlo con reprimendas.

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