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Auge ydeclive del
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AYUNT AMIENTO DE OVIEDO

h*-
Artículos

Sobre la ldea de Dialéctica


y sus figuras'
(iustavo Bueno
Oviedo

el movin-riento)) por lo que un pensamiento deja cle ser dialéc-


tico, como tampoco deja de ser metafísico un pensamiento que
propone con-ro prototipo de sustancias eternas e inmóviles cier-
tos corpúsculos nruferialcs llamados átomos.
L I.BRMINO «DIALECTICA» SE ENTIENDE SE,GUN
acepciones muy diversas. Reseñamos aquí II. Dialéctica como concepción quc def iende la «multilate-
las siguientes (que no se excluyen necesaria- ralidad de relaciones» implicadas en cualquier proceso real (frente
mente entre sí): a l¿r restricción esquemática de un proceso cualquiera a una <<única
línea» cle relaciones, restricción en la que se haría col'rsistir el
I. Dialéctica como concepción no sólo de un modo de pensar metafísico). «El témino dialéctica en
método sino de la realidad al que aquél habría una exposición del 'materialismo dialéctico' (aunque-leemos
icleas simi-
de ajustarse. Se subraya aquí la movilidad o car¿icter dinámico lares podrían ser leídas en exposiciones de la teoría de los siste-
de todo. La dialéctica podría definirse como <<la ciencia del mas de L. Bertalanffy) significa que todo está interconeclado
rnovimiento», y se opondrá a la «rnet¿ifísica», entendida como y que hay un proceso continuo de cambio en esta inlerrelación.»
concepción de la r-ealidad (y aún de la realidad última) de un.sc¡' Muy emparentada con esta idea de dialéctic¿r es la que subordina
inmóyil. Heráclito podría servir cle emblema del pensamiento la clialéctica ala totalidctd (G. Lukács, L. Goldmann).
dialéctico frcntc a Parménides, emblerna del pensarniento meta-
físico (un histori¿rdor soviético de la filosofía, M. A. Dínnik, La principal obieción que levantamos contra csta concep-
llega a presentar aZcnón de Elea quien Platón consideró c1e la dialéctica procedc del que solemos llamar prht.ipi,,
ciór-r
como «fundador dc la dialéctica»--acomo prototipo de pensa- de symploké, formulado por Platón, cn tanto que establece (en
dor mctafísico «por sus argumentos contra el movimiento..). una de sus partes) que «si todo estuvicsc correlacionado con
todo no podríamos conocer nada».
Esta concepción de la dialéctica (muy extendida en anti-
guos círculos del Diamat') es, en cualquier caso, muy indeter- III. Dialéctica como concepción que subraya la estructura
minada. Descle luego. ella tendría que dar cuenta de por qué de «retroalimentación negativa» de ciertas totalidadcs o siste-
Zcnón Parménides-. pesc a negar el movimiento en el mas, llamados, precisamcute por este tnotivo, dialécticos
-ola realidad, han practicado el n-rétodo dialéctico y aun
plano de (Klaus, M. Harris).
1o han instaurado (circunstancia que, de paso, nos instruyc
acerca de la oscuridad cle la <<armonía» postulada entre eI Esta concepción de la dialéctica obedece, sin duda, a una
método y la realidad); luego no es por los <<argumentos contr¿l volunt¿rd de rigor en la determinación de «modelos ciialécticos»
precisos y no vagos (como ocumc en I y en II). Sin embargo con-
sideramos gratuita tal propuesta reductora, puesto que. sin per-
(I ) Este texto fue l a b¿rsc clc la lccc ión pronnlciada el dí¿r 2 5 cie cnc¡o de I 99¡1, dentro
juicio de que los sistemas dotados de retroalimentación negativa
clel ciclode l0lcccioresclueel llutorproliLrnciósol¡re An¿í1l.ils críticotlclctldcotlePrt¡
grr.so, cn ol rr¿rrcr¡ del «Curso acerc¿r de I¿r lclea cle 'Progreso'» organizado por el Depar sean sistemas dialécticos, no todo lo que es dialéctico tiene por
la¡ncnk) dc Filosofía tle la Unilersidiicl cle Ovicclo (octubre 1993 mayo 1994). c1ué ajustarse (salvo por una estipulación arbitraria) a tal modelo.

I.ll, BASILIS(IO 4t
O 1995. EI- BASILISCO,2!. Epoca. n.' 19. págs. 4l 50 (Aptrio. .160 - 3.1080 Oviedo Espilña)
gráfico está autorizada, desde 1uego, por los usos tradiciona-
les (citamos principalmente a la tradición escolástica, en la
cual se llamaban «reducciones dialécticas del silogismo" a
aquellas que, como ocuría en Barr¡cr¡ o Bocarclo, se guían por
1a estrategia de «coger en contradicción» al adversario en el
debate; también Kant habló, en su Dioléctica, de la «contra-
dicciones de la razón pura» al tomar sus tesis y sus antítesis
en 1o que ellas tienen de contradictorias o de contrarias), la
tomamos de la posibilidad de reducir las restantes acepciones
a Ia condición de casos particulares de la propuesta. Por ejem-
plo, los «sistemas con realimentación negativa» podrían rein-
terpretarse como sistemas que incorporan ulr mecanismo des-
tinado a rectificar, contradecir o negar los esquemas de
identidad por los cuales se rige el curso interno de los proce-
sos en ellos implicados.

Ahora bien, es evidente que la concepción «fuerte» de la


dialéctica depende, a su vez, del modo como se entienda la «pre-
sencia» de la contradicción en los sisfemas, ideas o procesos
considerados dialécticos; lo cual a su vez implica tomar posi-
ción ante la cuestión de la supuesta independencia entre la lógica
formal y las categorías materiales (cuestión que replanteó Jan
Lukasiewicz en su famoso estudio sobre La silogística de Aris-
IV. Concepciones de la dialéctica que se proponen defi- tóteles desde el punto de visra de la lógica formal moderna, ed.
nirla en función de las contradicciones implicadas en los pro- española, Teorema, Madrid 1911'). Es fiecuente (por parte de
cesos analizados (si bien los papeles que se atribuyen a estas los que suelen ser considerados «analíticos», en cuanto ..anti-
contradicciones pueden ser muy distintos). dialécticos», al modo de O. Quine o K. Popper) atribuir a quie-
nes mantienen la concepción fuerte de la dialéctica un n-rodo de
Esta concepción de la dialéctica es la que tiene más anti- entender la presencia de la contradicción que es justamente lo
gua tradición académica y escolástica (Platón, Aristóteles, que determina en ellos el rechazo: «es dialéctico todo filosofar
Kant, Hegel). Precisamente en función de ella suele oponerse [o toda forma de pensar, incluso la pretendidamente científica]
la di.aléctir:o ala analítica; distinción procedente de Aristóte- que acepta, a la manera de Heráclito y de Hegel, la validez de
les (silogismos analíticos y silogismos dialécticosl y conti- la iclea de contradicción lógica: l- p n -p.>¡2
nuada por Kant (Analítica/Dialéctica). Esta distinción consti-
tuye un criterio importante para diferenciar las dos grandes Sin embargo, semejantes definiciones son enteramente ten-
corrientes de interpretación filosófica de la dialéctica, según denciosas por dos motivos principales: a) la contradicción no
que la dialéctica, precisamente por definirse en función de la tiene por qué ser, sin más (definida incluso en el terreno de la
contradicción. sea circunscrita a la esfera del método (o del lógica formal de enunciados), en los témrinos de esa «negación
(<pensar», o simplemente del «hablar» desde el punto de del prirrcipio de no contradicción»; b) reconocer la contradic-
vista gnoseológico: a los sectores autológicos y dialógicos del ción, incluso en la «lógica formal», no significa, sin más, reco-
eje pragmático del espacio gnoseológico-, y esta sería la nocer «la validez de la contradicción lógica».
posición de Aristóteles y Kant), o bien sea considerada como
extensible a la esfera de la realidacl, del ser (y esta sería la a) La contradicción «¡p ¡ rp>> es una fórmula (que 11a-
posición de Platón y de Hegel). Otra cosa es que dudemos de mamos de «contradicción absoluta» o «simple», sobre una sola
la profundidad de esa distinción dicotómica enfre pensar y ser, variable) constituida en el marco del álgebra booleana de enun-
si es que el mundo en el que realmente vivimos y actuamos ciados (con dos valores); en este marco la fórmula es (decimo:.
el mundus adspectabili.r- es a la vez «realidad pensada»- y frente a Lukasiewicz) una contradicción autológica material.
«pensamiento realizado». puesto que, una vez puestas las definiciones de los functore:
<<z..>>, <<F rr, &c., no cabe afirmar psicológico, asociadc
A los efectos de nuestro análisis de la ldea de Progreso nos a la asercirin << F »- p y -p, tanto -acto
en el caso de que ambat
acogemos a esta acepción fuerte (la IV) del término dialéctica variables booleanas se evalúen a I. como a 0. Dicho de otr,.
(«fuerte» no solamente por su concreción, que comparte con la modo, las evaluaciones de p y -p no son independientes. si¡,.
acepción III, sino también por la magnitud de problemas que que la evaluación de una determina ya Ia de la otra, por \r:
plantea; sin por ello querer decir que las restantes acepciones no autológica (o coherencia con las definiciones de n y F ). Pi:
susciten también <<cuestiones de fondo», si bien su orientación consiguiente, la definición de referencia circunscribe la di"'
más laxa permite diluir las dificultades o, al menos, aplazarlas). Iéctica al caso en el que «un sujeto que ha propuesto Fp pr.-

La razón objetiva que cabría aducir para justificar esta


decisión 1ue desde un punto de vista lexicográfico y doxo- (2) M. Garrido en 'f <,orcn¡a , nr 1 , 1971 , pág. ó6

42 EL BASILISC(
pone -p, decir, al caso en el que ese sujeto <<se contradice».
es
b,s obvio que esta definición de dialéctica está destinada (sofís-
ticamente) a dejar en ridículo a quien pretenda «aceptar la con-
tradicción» basándose en que, por cierto, algunos autores pre-
tenden aceptar la contradicción entre las leyes de la dialéctica'
Además, éstas fórmulas de la contradicción de p consigo
mismo se encuentran (desde el Poema de Parménides) a una
distancia Io más próxima posible para una interpretación
semántica de la variable booleana p (si p es «el ser es>>, -p será
«el ser no es», o <<no es el sen>, o todavía «el no-ser»), es decir,
para una «descalificación lógica» de una supuesta dialéctica
metafísica hegeliana.

En este sentido sería conveniente comenzar por introducir


otras fórmulas de contradicción lógico formal que, sin perjui-
cio de ser contradicciones lógicas, contengan por lo menos dos
variables booleanas (a fin de que las interpretaciones semánti-
cas puedan marchar por otros derroteros de aquellos que nos
.a.tan las formulaciones metafísicas en términos de Ser y
Nada). Ya en la lógica tradicional (como «lógica de predica-
dos», o cuantificacional) la contradicción apatecía al oponerse
a la identidad formando parte de un contexto o sistema más
variado y rico en relaciones de oposición, a saber, las del «cua-
drado lógico» de la oposición de proposiciones: la contradic-
toriedad-se mantenía entre los vértices diag,onales del cuadrado
(A t Ax (Cx --s H x)1, O lY x (Gx ¡ - H x)7, E, I), al lado de la con-
trariedad (A IAx(Gx ¡ -Hx), ELAx(Gx n -Hx))), dela sub'
contrariedad (1, O) y dela subaltet'nación (A, I: E, O). Y mien-
tras las proposiciones contradictorias no pueden ser verdaderas las dos variables booleanas p y q ya no reciben su evaluación
alavez, ni falsas alavez (es la contradicción que rige entre la una en función de la otra y, por tanto, las relaciones entre
las proposiciones booleanas inanalizadas p, -p), las contrarias ellas (según sus valores) amplían la franja de interpretación
pueden ser falsas ala vez, aunque no verdaderas a la vez, y las semánticá. Por ello, el <<functor de trazo» o incompatibilidad,
iubcontrarias pueden ser «verdaderas a la vez>> (cabría decir plq, es el functor más sencillo (trabajando con dos variables)
que en esta línea ya era posible Ia «doble verdail») aunque no para formular, a través del conjuntor y del negador, la contra-
falsas a la vez. Kant, en su doctrina de las antinomias dialécti- dicción:
cas, se movió desde luego en el marco del cuadrado de la opo-
sición lógica tradicional, si bien alterándolo (como solía hacer r.-[(p ¡dl(pld]
con los esquemas escolásticos) a su conveniencia' De este
modo construyó su concepto de «antinomias matemáticas» (las Esta fórmula de la contradicción, aparte de que contiene
que tienen lugar en las categorías dela cantidady dela cuali- como un caso particular a la fórmula absoluta:
áad,pues en ellas la tesis y la antítesis no podrían ser verdade-
ras a la vez decir, se comportarían como incompatibles -([(p I q)l@lq)]llPlqD.
para valores-es 1- pero podrían ser falsas alavez -por tanto'
irabría que decir que las proposiciones antinómicas matemáti- ya puede interpretarse semánticamente sin apelar al Ser y ala
cas se comportan como c'ontrarias-) y de las «antinomias Ñada; podemos darle interpretaciones mundanas, por ejemplo
dinámicas» (las que tienen lugar en las categorías de la rela- (para rj medido en segundos), p = «Pitágoras estuvo en Meta-
ción y de la modal¡dad, cuyas proposiciones no podrían ser fal- ponto én el tiempo t*>> Y Q = «Pitágoras estuvo en Samos en el
sas a la vez ----es decir, se comportan como incompatibles para iiempo tk>>.La función plq sólo toma el valor 0 cuando p y q
valores 0- pero sí verdaderas alavez tanto, las propo- son i; en'los demás casos t(1,0), (0, 1)' (0' 0)l toma el valor l'
-por
siciones de las antinomias dinámicas se comportaban como si Por tanto, en la interpretación de la fórmula anterior, la aser-
fuesen subcontrarias-). Cabría decir, por tanto, que la dialéc- ción de p I q significa que o bien Pitágoras no estuvo en Meta-
tica, en el uso que Kant hace de ella, pierde el contacto con la ponto en fr o que no estuvo en Samos en ,r, o que no estuvo en
contradicción simple, manteniéndose en contacto con la con- ningrno cié eio* dos lugares. La aserción de p x q significará
trariedad y subcontrariedad de la lógica escolástica (la distin- qrJPitágo.u* estuvo en ambos lugares alavez. Esta aserción
ción, en el Diamat, entre <<contradicciones antagónicas» y -1p ,^.4fes incompatible con -(p I q), y esta incompatibilidad
«contradicciones no antagónicas» podría ponerse en corres- es una tontradicción (auto)lógica (aunque supone una materia
pondencia, respectivamente, con las diagonales y con las para- físicotemporal), porque lamattizdep nq es (1,0,0,0) y la de
lelas del cuadrado lógico). plqes (0, 1, 1,1).

En cualquier caso, y aun volviendo a la lógica de propo- En cualquier caso las evaluaciones de p y de 4 (en 1a inter-
siciones inanalizadas, habría que considerar una formulación pretación qué consideramos) ya son mutuamente independien-
de la contradicción a partir de dos variables («contradicción ies; y la inóompatibilidad se establece aquí entre la afirmación
compleja»), como, por 1o menos, más adecuada que la formu- de 1á bilocación de Pitágoras y la de su no bilocación (resuelta
lación de la contradicción con una sola variable; puesto que a su vez en tres altemativas), y no entre «e1 Ser» y el «no Ser»'

43
EL BASILISCO
La contradicción lógica se establece entonces no ya en un También hay posibilidad de demostrar el principio de no
teneno estrictamente formal y autológico (las reglas del ,r, l--, contradicción como un teorema a partir de sistemas de axiomas
&c.) sino en un ten'eno material y también dialógico. en tanto tales como el siguiente:
que las evaluaciones de p y q a I habrían de realizarse por indi-
viduos diferentes (sin el don de la bilocación) y podrían man- I) ¡r n q.) p;
tenerse en un plano fenoménico o apariencial, frente al plano
real al cual, quien no cree en las artes mágicas, podrá referir
II) pnq.-)q;
-(p I q). III) p -+ q.) .p ) -q ) -p (axioma de reducción al
absurdo)
b) En cuanto al «reconocimiento» o la «aceptación» de la
contradicción: reconocer la contradicción en lógica formal no procederemos ahora sustituyendo c! por -p, obteniendo las
tiene por qué significar aceptar su validez, como si la contra- siguientes premisas:
dicción dialéctica fuese, no ya un autolog¡siao o un dialogismo,
sino una norma, como algunos «dialécticos» han pretendido al l.lp ^-p. ) p
intentar construir «sistemas de lógica dialéctica con contradic-
ción». Pero esto es absurdo: no se trata (como ya sugeríamos 2.lp ^-p. ) -p
hace muchos años3) de «construir una lógica dialéctica» sino
de «dialectizar la lógica ordinaria», puesto que esta es la única
Sustituyendo en ei axioma III los teoremas I y 2:
«dialéctica formal» concebible. Dialectizar la lógica formal
3.ap ) p ).p )-¡:; >-Qt n-p')
ordinaria es, ante todo, mostrar que ella «reconoce» la contra- ^-p.
ABCC ^-p
dicción, es decir, que cuenta con ella, y no como una mera
errata; por tanto, que en su <<sistema» la contradicción tiene un 4.tA -+ B. -+ C
puesto interno que no puede sencillamente borrarse (como si
fuese una simple errata). Hay muchos modos de llevar a cabo (Advertimos que aquí hemos «introducido la contradic-
esta demostración, la más rápida podría ser la apelación a las ción» algorítmicamente, como fórmula derivada, por las reglas
demostraciones formales del principio de no-contradicción, de sustitución, de unos axiomas dados; lo que significa que la
demostraciones que, por cierto, Aristóteles, descartaba en abso- contradicción no es aquí, por tanto una premisa.)
luto, puesto que decía (Metafísica,81,995b78) que este prin-
cipio habría de ser conocido antes de cualquier otra cosa. Pero De este tipo de análisis, y de otros muchos muy variados
no es lo mismo que algo deba «ser conocido ejercitativarnente" y prolijos que tenemos que omitir, obtenemos, como conclu-
y que deba ser <<representado» simbólicamente, pues esto es 1o sión, que el proceder dialéctic'o de la lógíc:a JormaL hay que
que únicamente tenemos que considerar si nos mantenemos en ponerlo fundamentalmente en sus ..estrategias" para eliminar
el tereno de la lógica formal (y no entramos en el terreno de Ia las contradicciones que en ella se construyen; por lo que,
psicología). Ahora bien, es frecuente en los tratados de lógica, «aceptar la contradicción», clesde el punto de vista de una
demostrar (por derivación, en lo sistemas de deducción natural lógica dialéctica, no es aceptar su validez (como norma) sino
estándar e intuicionista) el principio de no contradicción par- aceptarla como un «hecho 1ógico» resultado de operaciones
tiendo de una premisa (o hipótesis) que es precisamente Ia fór- (como un autologismo, como un dialogismo y, en rigor. ni
mula de 1a «contradicción absoluta». He aquí una derivación siquiera eso, pues bastaría con la aceptación formal), como un
en «cuatro pasos»: hecho interno, y no como una sinrple errata que fuera preciso
conjurar.
I p ,r-p (1. Premisa)

2 p (2. Regla de Ia segregación de la conjunciórr)

3 (3. Idem) 3
1 -.p A -p (zl. Regla de la introducción del conjuntor entre
las proposiciones inscritas en las premisas) Lo que importa constatar es que con estos planteamientos
relativos a la presencia de la contradicción en la lógica formal
En esta derivación la contradicción aparece representada podemos, sin embargo, reexponer las mismas cuestiones filo-
en la premisa 1; está ejercitada en la inscripción de 2 y 3; por sóf icas que tradicionalmente se han venido suscitando en los
ello negamos (según las reglas que precisamente prohíben debates relativos al alcance «ontológico» de la dialéctica. Pues
introducir el conjuntor entre una proposición y su negación) la la cuestión no estriba tanto en defender la «validez de la con-
conclusión 4, que es una fórmula del principio de no contra- tradicción» en Ontología («a1 modo de Heráclito o de Hegel»)
dicción. La derivación formal es dialéctica puesto que parte de sino en reconocer su <<existencia,'. aunque sea agregando que
la representación de la contradicción para terminar declarán- esta <<existencia», por inconsistente, picle su cancelación. Y
dola inaceptable (o sea, negándola), en virtud de las mismas «cómo podría existir» la contradicción (que se mantiene entre
reglas internas de la lógica (aquí, principalmente, las reglas de proposiciones) en un terreno ontológico, es decir, más allá de
sustitución de las variables); lo que demuestra, a su vez, que la la lógica formal o, como suele sobrentenderse, más allá de los
contradicción ha sido ejercitada dos veces en este proceso de autologismos y de los dialogismos. Se admitirá, a 1o sumo, Ia
derivación. contradicción en el terreno subjetivo (autologismos), incluso
en el inf er-subjetivo (dialogismos); pero, ¿,no equivaldría a
reconocer una concien.cia a la realidad de la Naturaleza el atri-
(3) Custavo Bueno, E¡¡.rn_ros rlafarictlistas, Taurus, Madrid 1972. Ensayo II, capítulo buirle contradicción? La visión dialéctica de la realidad, ¿,no
IV, «Sobre di¿rléctica», pá.qs. 371 3¡19. está ligada a un panlogismo de cuño hegeliano?

44 EL BASILISCO
Esta es la gran cuestión en torno a la cual se han ido for- sobre el alcance de la dialéctica (¿hay una dialéctica de la Natu-
mando las célebres oposiciones : dialéctica subjetiva/dialéctica raleza, o sólo un pensamiento antropomórfico puede pensar tal
objetiva, o bien. dialéctica del espíritu (o de Ia historia)/dialéc- cosa, dado quc atribuir a la Naturaleza contradicciones, si estas
tica de la Naturaleza, o también, dialéctica de la conciencia (o se refieren a proposiciones y éstas a juicios, es tanto como atri-
de la mente)/dialéctica de la realidad, incluso dialéctica formal buirle juicio y pensamiento'?) giran en tomo a estas cuestiones.
(lógico formal)/dialéctica material. Estas oposiciones giran Hegel reprochaba a Kant que no había tenido el valor sttficiel'rte
entorno a las dos oposiciones que hemos enunciado en primer para hacer que la Naturaleza soportase el peso de la contradic-
lugar (dialéctica subjetiva/objetiva) y en el último (dialéctica ción, haciendo recaer este peso solamente en el espíritu. El dua-
Í'onnal/material), puesto que «Espíritu», «Historia», &c. pue- lismo Naturaleza/Espíritu, así planteado, es insuperable, sobre
clen reducirse a «subjetividad». Más aún, se diría que todo en el contexto de la cuestión de la contradicción. Sólo des-
menos por parte de algunos «analíticos» la oposición entre
-al bordándolo es posible dejar de hablar de «dialéctica de la Natu-
dialéctica formal/material está interpretada desde la oposiciírn raleza>> o de «dialéctica del Espíritu»; la dialéctica no está en
dialéctica subjetiva/objetiva, puesto que el reconocimiento de ninguna de estas sustancias, y es preciso recurrir a otra ontolo-
la contradicción menos en el temeno formal-factual- se gía. Pues no es posible mantener, en resolución, los dualismos
lleva a cab<l en el-al
supuesto de que las fórmulas de la lógica de dialécticos M, I M t al margen de las materialidades terciogené-
proposiciones hay que interpretarlas, desde luego, en el hori- ricas M,. Se dirá que hablar de contradicción entre dos masas a
zonte (subjetivo) de las aserciones (f-) de sujetos autológicos y b que ¿lvanzan inercialmente, con vectores opuestos, por la
o dialógicos. Sin embargo, esto no es nada evidente; pues las misma dirección. y chocan destruyéndose, es un mero «antro-
proposiciones de la lógica formal no tienen por qué reducirse pomorfismo metafísico»: lo interesante es que este «diagnós-
a cle la mente: son construcciones objetivas, forma- tico» sueie ser hecho por quien, sin embargo, atribuye signifi-
"juicios»
les, según reglas, coordinables con otra materia (pues ellas son cado físico primogenérico exento al vector a-+ y al vector á )
también materialidades tipográficas). Una buena demostración («no hay contradicción, simplemente ocurre que los cuerpos ¿7
c1c la disoci¿tbilidad entre las oposiciones subjetivo/objetivo y y b chocan y se desintegran»). Sin embargo, ¿por qué si se man-
fbrma/materia es la posibilidad de cruzar ambas distinciones, tiene un gran recelo ante esa tendencia a llamar contradicción a
comprobando cómo los resultados se corresponden con dife- la incompatibilidad entre dos esquemas de identidad que han
rentes concepciones filosóficas de la dialéctica: debido ponerse para ser destruidos o rectificados que
los esquemas se prolongaban virtualmente más allá -puesto
del punto
(I ) Como dialéctica objetivo-material (la «dialéctica de l¿t de colisión- no se mantiene también ante la interpretación
Naturaleza» de Engels). objetita de los propios vectores? Pero la alternativa será consi-
derar a estas líneas :inerciales virtuales como subjetivas. imagi-
(2) Como dialéctica objetivo-formal (la llamada, por J.
narias, conceptuales (Mr) y entonces habría que considerar des-
Górren, «teoría analítica de la clialéctica,,). plonrada la Mecánica, puesto qüela.fuer'a, que determina la
(3) Como dialéctica subjetivo-material (la «dialéctica de acelerat:ión de una masa inercial lo hace en relación a su tra-
la Historia» de Hegel o de Marx). yectoria virtual objetiva y no con relación a una línea ficción.
Pero esa línea inercial virtual es un contenido material tercio-
(4) Como dialéctica subjetivo-formal (es decir, apoyán-
genérico. Si el témino ¿/ no designa algo fijo (en una relación
dose en la formalidad misma de la subjetividad indi-
vidual: Gonseth, Piaget).

Estas cuatro combinaciones no constitttyen tan sólo una


taxonomí¿r más o menos útil (como decía Ferrater Mora en su
Dit:t:ictnario de Filosofíaa); sobre todo constituyen, creemos,
una demostración de que la dicotomía dialéctica subjetiva/dia-
léctic¿r objetiva no es la única alternativa de referencia. Este es
el supuesto de los dualismos, de origen espiritualista, entre el
Espíritu (o la Mente) y la Materia; desde la perspectiva de este
dualismo, se aceptará, a lo sumo, un cierto sentido a la dialéc-
tica subjetiva (se reconocerá que un sujeto puede caer en con-
tradicción, o que, con frecuencia, rectificamos nuestros juicios
y aun es necesario rectificarlos para alcanzar alguntr conclusión
válida, como cuando procedemos apagógicamente, por falsa
hipótesis), pero se considerará metafísica grosera y burda refe-
rirse a la contradicción del «grano de cebada cuando se trans-
fbrma en espiga».

Ahora bien. estos dualismos, en el caso más extremo (el del


cartesianismo) se formula como dualismo entre una r',:s cagt-
totls y una res extensa; en téminos del materialismo filosófico,
como de1 dualismo M.lMt. De un modo u otro, los debates

(4) «Dcsde esta perspectiva Gustavo Iluerlo (E/?s¿/-)'o.r uellcríalisttts. 1972) ha propor
cionadt¡ una útil clasil'ic¿rción de dichas teorías en cüatro tipos. a base dc l¿r clistilción entre
material y fonnal, por un laclo, y subictivo y objetivo. por el otro. Según Bueno, hay...».
IoséFer¿rterMora,Dit'Liot¡uríodaFii¡rs¿fía.6uedición,Alianza.MadridI979.s.v «Dia
léctica», p/rgs. 803 1104.

F],I, RASII,ISCO 45
parecería o se descompondría en un caos. Si prescindimos de
las materialidades terciogenéricas es imposible entender racio-
nalmente el mundo; y no porque estas materialidades nos remi-
t¿tn ¿l un «tercer mundo» más allá clel mundo físico, porque
estas materialidades son inmanentes al único mundo en que nos
moverlos. El dado perf'ecto es una materialidad terciogenéric¡
resultado de una catábasis (ver rnírs abajo): en sí mismo puede

¿l¿ considerarse como contr'¿ldictorio, con la misma contradicción


que conviene al asno de Buridán, pucs él no puede cacr por nin-
guna cara. Pero esto es debido a que el dtrdo que cae es indivi-
\
I .l+1, dual, mienlras que el dado perl'ecto no es un «individuo ur/r-
nico», ni un contenido mental (es decir, tiene de contenido

-l III menfal lo misnro que pueda tener el dado individual fabricado),


El dado perfecto es una clase resultante de las múltiples tirad¿rs

I .l+l- con un dado o con muchos dados sirnultáneamente, tales que


cuando tiende a ser infinita. se rleutralizan en sus dif'erencias:
el azar aparece a nivel de clases, mientras que el detenninismo

)
?l? ap¿rrece a nivel de inclividuo (al rnargen de las materialidades
terciogenéricas es irnposible distinguir el a'zar y la necesidad).

Ahora bier.r, admitidos los esquernas de identidad diversos


en juego mutuo, ¿por qué rechazar las posibilidades de contt'a-
dicción objetiva entre ellos'? Pue s la contradicción poclemos
entenderla precisamentc como la incompatibilidad misr.na de
términos correlativos a proposiciones (pero quc no requieren.
por tanto, «panlogísticamentc», una mente juzgante) que se nos
ofiecen por sí mismos, por las razones que sean, como coordi-
nables a valores booleanos I de proposiciones. La incompati-
fija con el b, por ejemplo,
rz < á), sino que d es un témino defi- bilidad entre cllos implica la rectil-icación cle ese <<valor de ver-
nido como algo que partienclo de 0 va variando la relación a b dad», bien sea rectificando uno dc los términos incompatibles
(por ejemplo, como la flecha que se aproxima al blanco), enton- o todos.
ces no puedo considerar (es lo que hacía Zenón de Elea con su
argumento de la flecha) en un instante dado r* que la única rea- En cualquier caso, la estrategia ante las situaciones dialéc-
lidad en /,, es el término d, o quc el término ¿z se me da como una ticas será siempre la misma: la estrategia de 1¿r cancelación de
enticlad fija en t*, de suerte que el resto de su trayectoria, desde la contradicción, precisamente pol'que la contraclicción es lrr
0 a b, hubiera que interpretarlo como irreal, fantástico o distinto que no puede mantenersc, lo que tiene quc clesaparecer, «1-luir,,.
de a, pues a es <<a reconiendo el intervalo [0-b]»; por lo cual, si rroverse (y esto no implica la recíproca, a saber, que todo 1(r
otro objcto intercepta esa trayectoria, podrá decirse que 1a con- que se mueve, euvuelva una contladicción lormalizable).
tradice, puesto que ese objeto ir.rtcrceptado es incornpatible con
el ténnino ¿1J (pero no lo sería si a se redu.jera a su posición
estática en /^ ).
4
Por otra partc no deja de ser gratuito referir l¿rs f'órmulas
lógicas a la r.ncra subjetividad, puesto que. antc todo, hay quc
ref'erirlas a situ¿rciones objetivo-materiales. ,',Por quó motivo las Nos quedan por exponer, del rnoclo más breve qur: nos sell
variables p, .1 y sus valores I , 0 han de interpretarse como expre- posible, las estrategias más generales que, a efectos de su reso-
sión de «pensamientos» (verdacleros o falsos) y no collto estruc- lución, imponen las ir.rcompatibilidades (o contradicciones) clia-
turas objetivas tipográficas coordinables con situaciones mate- lécticas a quienes las reconocen (o bien, los efectos correspon-
riales (por ejemplo, con dispositivos de interruptores eléctricos)'? dientes más generales que esas incompatibilidades determinen
en la realidad); pues esos modos de resolución podrían tomar\e
Er-r resolución, la disyuntiva entre una dialéctica subjetiva como principio de las mismas figuras de la dialéctica:
y una dialéctica objetiva es la que debe ser removida. No dire-
mos que la contradicción podría residir, a lo sumo, en..mis Dos modos generalísimos pueden ser distinguidos en el
representaciones de la Naturaleza» (y, por tanto, en una esfera proceso de configuración de 1as incompatibilidades o contra-
puramente subjetiva, segundogenérica) y en modo alguno en la dicciones dialécticas: el modo dela simultaneidod (que podrí-
«naturaleza misma» (es decir, en la objetividad primogenérica); amos llamar «estructural») y el modo de la s¿¿ce.riviclad (quc
pues Ia contradicción podría aparecer en la <<naturaleza repre- podríamos llamar «procesual »).
sentada» ante una subjetividad, sin duda, pero que no por ello
constituye la subjetivización de una ob.jetividad muchas veces I. E,l modo estt'ucfural se nos dibuja cuando los término>
terciogenérica. De lo que se trata es de <<caer en la cuenta» de de la incompatibilidad dialéctica (o contradicción) se nos pre-
que si dejásemos de lado, como irreales o fantásticos, los tér- sentan «frente a frente>> con abstracción de sus génesis respec-
minos determinados en la realidad (natural o histórica) por tivas (no porque las desconozcamos siempie; simplemente, por-
esquemas dinámicos o procesuales de identidad, entonces la que las ponemos entre paréntesis). La dialéctica estruciLlr¡,
configuración misma de nuestro mundo de experiencia desa- tiene, como forma canónica,los dilentas y las antinomias. Lo.

16 EL BASILISCO
procedimientos tradicionales de las antilogias de los sofistas, a) Aquellas de las que puede decirse que /o ntisnto se
el sir' ¿/ non de los escolásticos, pero también las atúittLntias reprorltrce en lo misnto'. sería el caso de la recta inercial des-
kantianas, son procedimientos de la dialéctica «estructural». crita por una masa inercial en sucesivos intervalos temporales.
Como prototipo de estas antinomias propondríamos la «anti-
nomia de Eulerr. b) Aquellas de las que puede clecirse que 1o distinto se
mantiene como distinto. Dos rectas paralelas que se prolongan
II. El modo procesual se nos dibuja cuando los términos indefinidamente durante los intervalos finitos y recurrentes del
de la incompatibilidad dialéctica se nos presentan según su tra- proceso; o dos rectas convergentes que, tras cruzarse en un
yectoria de origen y, eminentemente. como procediendo unos punto, continúan su camino sin confundirse.
como desarrollo de los otros. La dialéctica procesual parece por
ello como si estuviese «dotada de movimiento». Cabría poner en correspondencia estos dos tipos de situa-
ciones con los procedimientos llamados oncrlíticos (aun
Los cuatro argumentos deZenón de Elea que suelen agru- cuando estos suelen ser explicados de otro modo, recurriendo
parse bajo la rúbrica general de «argumentos contra el movi- a una supuesta identidad no sintética). Podrían también deno-
rniento» pueden ponerse (pese a la paradoja de los nombres) minarse estos procedimientos como procedimientos de «rati-
como paradigmas de la dialéctica que llamamos procesual. ficación».
Paradójicamente ellos desarrollan una dialéctica del movi-
nriento, en cuanto a su forma, que se dirige, en cu¿tnto a su con- c) La tercera situación englobará el conjunto de procesos
tcnido, a clemostrar que el movimiento no existe (en cambio, o cursos tales en los que el desarollo de lo ntismo (de una iden-
ios argumentos de Zenón de Elea que suelen agruparse baio la tidad, según una regla material de identidad) conduce o desem-
rúbrica de .argums¡tos contra la multiplicidad>> se ajustan boca en un otro (en lo distinto) que se supondrá de algún
nrejor a la dialéctica antinómica), sin embargo también cabe n-rodo dado: «desembocar en lo otro>> es tanto como superpo-
rcagrupar antinómicamente los argumentos contra el movi- nerse con él-incompatible con el origen. Hablaremos de pro-
lnienl(). lbnnando bloqucs enlre ellos5. cesos dialécticos tliverg,entes o por dit,ar,¿encia.

d) La cuarta y última situación engloba al conjunto de


diversos procesos o cursos de uno- tales que sus desa-
5 -más
rrollos, según sus propios esquemas, conducen o desembocan
a una mismo configuración que de algún modo obliga a recti-
ficar las originantes. Hablaremos de procesos clialécticos cor¿-
No diremos aquí más acerca de la dialéctica estructural y tCrq(nI(.\ O P()l ( ()nIel ?Cttt iU.
de sus figuras; nos atendremos a lo expuesto, a saber, que antes
las incompatibilidades dialécticas (oposiciones contradictorias, Los procedimientos que comesponden a estas dos últimas
contrarias, antinomias estáticas y dinámicas, dilemas, &c.) las situaciones podrán, por consiguiente, ser denominados «dia-
estrategias posibles se orient¿rn a la rectificación de alguno de lécticos» (por oposición a los analíticos) o de «rectificación»
los términos opuestos o de todos ellos; lo que implica de algún (por oposición a los de ratificación).
modo distinguir entre un orden de las apariencias o de los fenó-
menos y un orden de ltrs esencias o eslructurus. En efecto: los procesos dialécticos pueden considerarse
como procesos de rectificación porque tanto en los procesos de
divergencia, cofiro en los de convergencia, las «estrategias., que
ellos entrañan tienen ef-ectivamente el sentido de una rectifica-
6 ción. Estas estrategias son de dos tipos:

A) El primer tipo tiene que ver con las reiteracioltes prr,-


Tenemos en cambio que detallar. aunque sea brevemente, grcsir,ns (un progres.sus, por tanto) del movimiento (divergente
una taxonomía de las figuras o estrategias de la dialéctica pro- o convergente) hasta el punto en el cual él nos lleva a una con-
cesual; taxonomía que tiene que fundarse en criterios genenr- figuración qLle se hace incompatible con el proceso mismo,
lísimos, y aplicables en un nivel <<elemental». constituyendo su 1ímite (diríamos que contradice y rectifica,
por tanto, el proceso, aun cuando en sí mismo no sea contra-
E,l fundamento de esta taxonomía no es otro sino la dictorio; ptrede incluso aparecer una configuración segregctble
misma concepción de la incompatibilidad (o contradicción) del proceso dialéctico que la generó).
ya expuesta: la incompatibilidad como consecutiva a una
«fractura» de una identidad (de un esquema material de iden- B) El segundo tipo tiene que ver con los rnovimientos de
tidad) presupuesta, o de varias: la dialéctica presupone, por regressus, con una involución determinada porque la configu-
tanto, multiplicidad originaria cuanto a los «núcleos» de desa- ración a la que nos llevaría el proceso no sólo sería incompati-
rrollo. Podríamos acogernos a la teminología que Platón ofre- ble con él sino autocontradictoria o, mejor, incompatible con
ció en E/ so.f.i.sta, al exponer las categorías de /¿¡ mismo (.fctu- terceras referencias presupuestas. Estos regressa.r presuponen,
fon') y lo otro (.heÍeron). Diremos que la contradicción o por tanto, de algún modo, ut1 progressus previo virtual (las
incompatibilidad dialéctica no es la única posibilidad conce- figuras del regresszs corresponden de algún modo con los argu-
bible, puesto que propiamente cabe establecer cuatro situa- mentos apagógicos).
ciones de movimiento:
Cruzando ambos pares de criterios obtenemos una taxo-
nomía de cuatro figuras dialécticas que designaremos, inspi-
(5) VerGustavoBuetxt.Lanrtufísicaprcsooátita,Pentalfa.Ovieck¡1974,phgs.250ss rándonos en el término griego baino (que precisamente corres-

EL BASILISCO 47
ponde al verbo latino grodiot', «subir, entrar») para significar tra el movimiento como prototipos respectivos de estas figu-
el <<progressus hacia adelante», y sra.rr.§ (estación, detención) ras: los argumentos dicotomía y flecha, que solamente hacen
para significar la detención, retención o r¿gl'¿ss¿ls del proceso: intervenir a un móvil, podrían clasificarse como divergencias;
metábosis y catábasis son las figuras del ¡:»'ogressus; ot1ástct- el argumento de Aquiles y el de los carros del estadio, que
sis y catástas¡.r las del regl'e.r-srs. hacen intervenir a dos móviles, podrían considerarse como
convergencias.
Criterio I Procesos dialécticos Procesos dialécticos
Criterio 2 de divergencia dc convergencia L Metábasis. En la metábasis, el desarollo de un esquema
material de identidad (según su ley propia) conduce a una con-
En Pro.gre.rslrs I III figuración que se encuentra <<más allá de la serie» (metábasis
(evolución) Metáhasis Catábasis
eis allos ge nos) y que, aunque no es contradictoria en sí misma,
II implica la resolución del proceso por «acabamiento» (la conti-
En Rr,.grzssl.s IV
(involución) Anástasis Catástasis nuación indefinida del proceso de lo misnto sería incompatible
con este límite).

Si mantenemos la concepción de las figuras dialécticas Modelo I.1. La serie clecreciente de elipses, según su dis-
como <<maniobras>> o «estrategias» orientadas a evitar una con- tancia focal,lleva por metábasis a la circunferencia, porque se
tradicción efectiva que «nos sale al paso», y no de un modo tan- hace incompatible con la prosecución del proceso (lo «mismo»
gencial, sino surgiendo de la misma «configuración del tereno», elipses- se hacen otro ----circunferencia-).
cabría entender las figuras del regressus (anástasis y catástasis)
-las
como modos de repliegue o huida hacia atrás (retirada estraté- Modelo 1.2. La serie de circunferencias cuyos centros van
gica) de la contradicción; mientras que las figuras del progres- desplazándose a lo largo de la recta que contiene al radio per-
sa.e (metábasis y catábasis) serían los dos modos de «huir hacia pendicular a una tangente se resuelve, por metábasis, en la
adelante» de la contradicción que nos ha salido al paso. recta-tangente («otro género» de la curva).

Debemos advertir también que de la circunstancia de haber Modelo I.3. El argumento de la dicotomía (el atleta en el
determinado un proceso dado según una figura dialéctica no se estadio) conduciría, por metábasis, al reposo.
sigue la yalidez (científica, filosófica, jurídica, &c.) de ese pro-
ceso, pues esta validez no depende de la forma de la figura sino Modelo I.4. Situaciones muy nítidas de desarrollos dia-
de su materia. lécticos divergentes los encontramos en el campo de la evo-
lución de los organismos; en cierto modo cualquier proceso
Las relaciones que cabe establecer entre los procesos de de evolución divergente asufire la forma clialéctica de una
divergencia y los de convergencia son muy complejas; no rnetábasis. Tomemos, como <<esquema de identidad», el cons-
son procesos simétricos, cuanto a la independencia. En tituido por una especie mendeliana (un esquema definible por
ef-ecto, 1os procesos de divergencia mantienen una indepen- la recurrencia o re-producción de sus individuos según una
dencia respecto de los de convergencia que estos no tendrían estructura propia). Una especie A va desplegándose en subes-
por qué mantener siempre respecto de aquellos (sin que, por pecies B, C, D, E, F (que son, entre sí, por tanto, coespecies:
esto, puedan ser reducidos). Es obvio que un proceso de con- lA, B), LA, Cl, tA, D)... lB,Cl...). Las coespecies mantienen eI
vergencia exige explícitamente por lo menos dos cursos de esquema de identidad. Pero al llegar a un determinado punto
movimiento, que para converger mutuamente habrán de crítico resultará que dos subespecies dadas (pongamos [8, G])
divergir por separado; y si divergen, podrán describir una dejarán de ser coespecies, si en ellas hemos llegado a <<otro
figura equiparable a alguna de las figuras de la divergencia. género»; serán ya especies distintas, no coespecies, y no
Así, por ejemplo, una catábasis podrá considerarse en algu- podremos escribir tB, Gl. Advertiremos que no se trata sólo
nos casos como constituida por una composición de dos de un caso de no transitividad de las relaciones de semejanza,
metábasis que confluyen en su límite. Pero es evidente que pues las coespecies no solamente están relacionadas isológi-
la confluencia (er.r la que hacernos consistir la catábasis) no camente, sino sinalógicamente (por las relaciones de repro-
puede reducirse a ninguna de las dos metábasis que supone- ducción); lo que se ha interrumpido son las relaciones sina-
mos tienen lugar por separado y, por consiguiente, que la lógicas (podríamos poner, por ejemplo, el desarrollo de la
catábasis sigue siendo una figura dialéctica primitiva (como salamandra californiana, en Satina; el desarrollo de las varie-
en geometría de polígonos lo es la figura del cuadrado, aun dades de pinzones, &c.).
cuando pueda siempre considerarse como constituida por dos
triángulos rectángulos, con tal de que las hipotenusas sean II. Anástasis. En la anástasis, el desarollo de un esquema
reabsorbidas en una única diagonal). Advertiremos. por material de identidad conduce a una configuración contradic-
último, de la posibilidad de procesos dialécticos secundarios toria que obliga (apagógicamente) a un regressus equivalente
resultantes de la concatenación de figuras de índole muy a una detención o involución del proceso antes de alcanzar su
diversa, pero de suerte que tal concatenación no constituya límite (una retirada a fases intermedias o una retirada total).
una fi-qura dialéctica especial, sino justamente una figura dia-
léctica descomponible en sus partes. Modelo II.1. El incremento de rendimiento en la serie de
motores que reutilizan la energía que ellos mismos producen
Propondremos aquí algunos prototipos o modelos de cada llevaría, como límite, a la configuración de ün perpetuunl
una de las figuras dialécticas primarias tomados de cursos muy mot,ile de primera especie. E,sta configuración es contradicto-
conocidos de la vida «académica», científica o filosófica. Ensa- ria (implica la <<causa sui») y determina un regres.r&s que es
yaremos, como hipótesis, y a efectos de referencia histórica, la formulado como primer principio de la termodinámica. La
consideración de los cuatro argumentos deZenón de Elea con- anástasis que daría lugar a la idea de perpetuum movile mani-

48 EL BASILISCO
t- fiesfa con claridad, no tanto la delención de la dialéctica cuanto (respeclo cie los datos cie particia) cle moclo constante, hasta lle-
la dialéctica de la detención, que concluce a un saber ne-qativo, g¿ir a un Iíl¡ite de infinito (al aproximarse al ángulo agudo al
s- que tampoco es la negación de un s¿rber. Es un saber funda_ írngulo recto) en el cual interviene la c¿itábasis para postular su
mental en Física qr-rc, a la vez, intersecta con la Onlología: la convergencia en el pur.rlo de infinito. El punlo de inllnito r.ro es
¡l ar'rálstasis se producc por la necesicl¿rd cle evitar la contradic- segregable de sLrs orígenes y podría consiclerarse contradicto-
ciór-r de la cctusa su¿ o crcación de energía de la nacla. qué rio; en cuyo caso tcndríalnos quc recLrrril' rL uua catástasis. De
¿por
en el caso de lti paradoja de Galileo (la paradoja seeún la cual todos modos, en cl supuesto de aceptar como legítit'r-ra geor-né-
el conjunto de los números naturales tiene el mismo cardinal tricamente la catáb¿rsis, la prolor.rgación de la paralela por el
que el conjunto de los números cuadrados), sin ernbargo, se otro lado por simetría, debier¿r dar lugar a un triá.ngulo
deja dc lado la anáslasis y se lleva a cabo la rnctábasis que con- -que.
birrectángulo enantiomorfb con el primero habrá cle ser inte-
L dLrce al transfinito carclinal'l ¿No es tan contraclictorio esle rrumpida (por ar.rástasis) para evitar la conlraclicción con el
t- transfinito N,, como el ¡tcrpetuunt not,ile de primcra especie? axiom¿r según el cual dos rectas no pueden tcner.más cle un
É I{ay por lo mcllos una diferencia notable: que no cabe cons- purrto común. Sin cmbargo, esta anástasis, aunque concaten¿rcla
trtrir un modelo físico cle 7;r,r7)etuum mot.ile pero sí cabe reprc- con la catábasis de referencia (y aun constituyendo una figura
sentar el tr¿inslinito con una figura, la del N,,, con la cual se compleja secundalia) no forma parle integrante dc ella (cle la
i- puecie operar en un álgebrtr nueva. Podría suscitar.se sin misma manera ¿l como las metábasis del n-rodclo Ill.l fbrma-
erribtrrgo la cuestión de si ese N,, no ha cortaclo toda relación ban partc de la catábasis descrita en ese moclclo).
con el infinito y se le llama de esc modt¡ por motivos extrín-
secos. Er.r crualquier caso, del N,, r.ro puedo volvcr ¿l las series Modelo III.3. El ar'gLuncnto de Aquiles y la tor.tuga poclrÍa
finitas, y en esto se difcrencian las metírbasis transfinitas de considcrarse como una catáb¿rsis cuando (sacando consccuen-
las rnetábasis mcdiante las cuales untpliumos los campos cle ci¿rs distint¿rs de las que pretenclía sacar Zenón) admitimos que
ios númcros, construyendo contradiccioltes que, sin embar-go, ambos se encuentran cn el punto {.0,,.
se sitúan nlíis allá cle los campos desbordados; y sin embargo
es posiblc retornar de los números reales a los racionales. o cle Modelo III.4. La constitución cle la iclca cle eonjunto car
los complejos a los realcs. din¿il transfinito cle orden 0 a partir del clesarrollo cle progre-
siones numéricas diversas (por ejernplo, lii progresión natural,
Modelo IL2. Tan-rbién sería un c¿iso dc anástasis la cleten- la de los cuac'lrados, la de los pares. &c.) y scgún una cliversi-
ción clel proceso de incrcr¡eltto de velocidacles hasta detenerse d¿rcl vinculada al llamado «principio de desigualclacl» (la parte
en un linite «interno» que designanros por (,. no cs el todo, el conjunto de una sucesión finita de pares cnte-
ros no es coordir-rable con los enteros a la que pertencce) puccle
I Modelo I1.3. El argumento de la flecha pudiera set. intcrpre- considerarse como una catábasis por la cual, en el límite, las
É tado como efecto de un¿r anástasis dirigida a evitar la contradic- succsiones de los enteros tienen cl mismo carclinal N,, que la cle
ción de la presencia sirrultánea de un cucrpo en clos lugares. los números pares, de los cuadrados, &c.
r
& Modelo II.4. P¿irtiendo de la ley de l¿i sravitaciór,l Modclo III.5. El <<sistema dc las cinco vías» quc compuso
F=G (m
t . mrlcl2)puecio fbrmar una se;ie según q-ue Lnt y nt) Santo Tollás a fin de mostrar (atrtcs clel Concilio Vaticano II
sc sitúen en función con Ltn aumento de 11, lo que cletenninará
una disminución de É-; si d tiende a infinito, .F tiende a 0; por
¿rnástasis, detengo el crecimiento de r/ y declaro finito al munclo
de la gravitación.
¡
l III. Catábasis. En la catábasis el desarrollo regular cle dos
¡
o más procesos mantenidos según una lcy de identiclad sc
L
lesuelve por su confluencia (o iclentidad sintética) en una con*
figuración que constituye el límite extcrno de los contlLryentes
(«lo dislinto se hace lo misn.ro»).

Modelo IILI. Las series de polígonos inscritos y cir-


cunscritos en una circuni'erencia convergen en ella y entre sí.
(E,n esta catábasis es posible aplicar el análisis que auterior-
mente hemos sugerido en el sentido de que lo que converge
en la circunf-erencia única son los líntites de clos me tábasis
indepenclientes, la cle los polígonos inscritos y 1a de los cir-
cunscritos. )

Modelo IIL2. El giro de la hipotenusa abriendo el ángulo


aguclo que fonna con un primer cateto determina prolongacio-
nes crecientes en el corte de la hipoter-rusa al se-qunclo caleto,
hasta llegar al límite de la paralela. Aquí se postulará la hipo-
tenusa que corta al segundo cateto en un punto de infinito, tbr-
mándose un «triángulo bir:rectángulo». La divergencia quc pone
en movimiento la catábasis está aquí representada por Ia hipo-
tenusa y el segundo cateto en tanto son dos «funciones,. que,
con el giro del ángulo agudo van tomando valores dif-erentes

EL BASILISCO
49
dinal translinito de nuestro nrodelo III.4 «preexiste» a los pro-
cesos dialécticos de su construcción. La crítica a la valiclez de
la metábasis ha de apoyarse, ante toclo, en el análisis de los fun-
damenios de Ias nret¿ibasis constituyentes (l,no es contradicto-
rio hablar de un primer motor, de una causa incausada, &c.?)
y de la consistencia cle sus resultados (¿,no es contradictorio un
ser que alavez sea ser necesario y fin último?).

IV. Catástasis. En la catástasis, el dcsarrollo regresivo


de los procesos según una lcy de identidacl concluce a ul.l
lírnite contradictorio en sí ntismo que obliga a 1a detención
del proccso.

Modelo IV.1. La seric decrecienle de fracciones del lado


del cuadrado obtenidas p¿u'¿i conmensurar a la diagonal, si se
llevase hasta cl lirite, claría lugar a la contracticción cle que lo
que es par es al mismo tiernpo inrpar: 1o distinto se llaría lo
misl'no («lo par sería lo impar», según nos transmite Aristótc-
les). En su virtud detendrcmos el proceso y definilemos, por
catírstasi s. ff cc,r'ro itlconmensurable.

Modelo IV.2. El mismo modelo IIL2 en el supucsto cle


considerar imposible el postulado del punto de infinito.

Modelo IV.3. La paradoja de Galileo puede servir de ilus-


tración: la coordinación biunívoca cle las dos sucesiones difé-
rentes de términos de los números naturales con las sucesiones
numéricas de los números pal'es (que constituyen un¿1 parte de
los católicos decían: demostrar) la conveniencia (antes: la nece- las primeras), conduciría. en el límite, a la contradicción de su
sidad) de la existencia de Dios, puede considerarse como un convergencia o identidad, en virtud de la cual las partes se
proceso «pentalineal» de catábasis constituido a partir de cinco haríiin iguales al todo. Galileo, en consecuencia, habría postu-
cursos diferentes de rnetábasis. En efecto, cada una de las vías lado una catástasis, deteniendo el proceso con objeto de evitar
desarrolla independientemente un proceso ad inf.initum qtc, esa contradicción; en cambio Cantor, al consiclerar como posi-
lejos de ser detenido por involución o anást¿rsis, se mxnticne ble el límite N,, llevó a cabo una catábasis.
hasta culminar con «pasos al límite», de otro género. por los
cuales se configuran Ias ideas de Prin.rer Motor. de Causa Pri- Modelo IV.4. El argumento de los carros en el estadio, al
mera, de Ser Necesario, de Ser Perfectísimo y de Fin Ultimo. resolverse en la contradicción de que la mitad del tiempo es el
Ahora bien, estas cinco metábasis no pueden confundirse con doble del tiempo, estarí¿r utilizando la catábasis, postulando la
la cat¿ibasis en la que consiste el «sistema de las cinco vías>>, a detención del movimiento.
saber, en la identificación de todos esos límites independientes
con una sola referencia en la que todos confluyen. Santo Tomás En cuanto al argumento ontológico anselmiano, que suele
va anunciado esta confluencia cn cada vía («llegamos así a un tradicionalmente considerarse como un argumento dialéctico
Ser Necesario, y a este le llamarnos Dios». &.). Pero este anun- (precisarnente porque incluye una contradicción) constituyc una
cio es sólo un anuncio de la aplicación de una tbrma dialéctica materia de análisis especialmente interesante. Brevemente dire-
(lii catábasis), porque lo qLre habrá que demostrar (aun supo- mos que no es un argumento susceptible de ser reducido a la
nicndo que cada met¿ibasis fuese válida) es que el Dios de la condición de una figura primaria. sino qtre es más bien un argu-
primera vía es ¿/ ntisnto (.tautor) que el Dios de la segunda vía, rnento complejo. Constiiría:
y este el mismo que el Dios de la tercera, &c. De hecho,
muchos escolásticos, y er.r particular Francisco Suárez, ya advir- ( I ) De una construcción de divergencias, que resuelven en
tieron que el término de la tercera vía (el «Ser Necesario») una cat¿ibasis. Cabría distinguir en él la acción cle dos series
podía no ser el Dios personal de la quinta vía. crecientes de términos (esencias, c1, €t,... e,,, de los entes y
existencias 8,,8r,... E,,); divergencias porque se supone que
Se advertirá que la catábasis de los polígonos del modelo las esencias pueden graduarse al margen cle las existencias, aun-
III.I se resuelvc en una idea que preexiste (geométricamente) que las existencias impliquen siempre una esencia: es el poder
al proceso, puesto que la circunferencia preexiste geométrica- de cada esencia. En el límite (catábasis) la eseltcia mayor que
mente ¿r los polígonos. ¿Ocurre esto con el modelo teológico puede ser pensada se iclentifica con la existencia neces¿rria del
III.5? Seguramente así 1o pensó Santo Tomás, al utilizar su <(ser por esencia», es decir, de Dios definido por el cri.so canon.
f¿rmosa fórmula conclusiva: «y a esto le llamamos Dios», como Esta interpretación climacológica del argumento está apoyada
si aquello que llamamos Dios (y que nos fuera conocida por vía en textos de San Anselmo.
intuitiva, o de fe) resultase reclefinido o reconstruido por cada
metábasis, del mismo modo que aquello que conocemos como (2) El argumento fbrmal tier.re lugar de lorma apagógica,
circunferencia resulta reconstruida por las series de polígonos. ante el insi¡tíens que niega la catábasis. Tal negación conduci-
En cualquier caso, el carácter metafísico de la catábasis teoló- ría a una contradicción, y de ahí la anástasis en la que podría
gica no cleriva de esta circunstancia, puesto que tampoco el car- hacerse consistir el argumento.

50 EL BASILISCO

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