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Bueno, G. (1995) - Sobre La Idea de Dialéctica y Sus Figuras. El Basilisco, Número 19, 41-50
Bueno, G. (1995) - Sobre La Idea de Dialéctica y Sus Figuras. El Basilisco, Número 19, 41-50
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Artículos
I.ll, BASILIS(IO 4t
O 1995. EI- BASILISCO,2!. Epoca. n.' 19. págs. 4l 50 (Aptrio. .160 - 3.1080 Oviedo Espilña)
gráfico está autorizada, desde 1uego, por los usos tradiciona-
les (citamos principalmente a la tradición escolástica, en la
cual se llamaban «reducciones dialécticas del silogismo" a
aquellas que, como ocuría en Barr¡cr¡ o Bocarclo, se guían por
1a estrategia de «coger en contradicción» al adversario en el
debate; también Kant habló, en su Dioléctica, de la «contra-
dicciones de la razón pura» al tomar sus tesis y sus antítesis
en 1o que ellas tienen de contradictorias o de contrarias), la
tomamos de la posibilidad de reducir las restantes acepciones
a Ia condición de casos particulares de la propuesta. Por ejem-
plo, los «sistemas con realimentación negativa» podrían rein-
terpretarse como sistemas que incorporan ulr mecanismo des-
tinado a rectificar, contradecir o negar los esquemas de
identidad por los cuales se rige el curso interno de los proce-
sos en ellos implicados.
42 EL BASILISC(
pone -p, decir, al caso en el que ese sujeto <<se contradice».
es
b,s obvio que esta definición de dialéctica está destinada (sofís-
ticamente) a dejar en ridículo a quien pretenda «aceptar la con-
tradicción» basándose en que, por cierto, algunos autores pre-
tenden aceptar la contradicción entre las leyes de la dialéctica'
Además, éstas fórmulas de la contradicción de p consigo
mismo se encuentran (desde el Poema de Parménides) a una
distancia Io más próxima posible para una interpretación
semántica de la variable booleana p (si p es «el ser es>>, -p será
«el ser no es», o <<no es el sen>, o todavía «el no-ser»), es decir,
para una «descalificación lógica» de una supuesta dialéctica
metafísica hegeliana.
En cualquier caso, y aun volviendo a la lógica de propo- En cualquier caso las evaluaciones de p y de 4 (en 1a inter-
siciones inanalizadas, habría que considerar una formulación pretación qué consideramos) ya son mutuamente independien-
de la contradicción a partir de dos variables («contradicción ies; y la inóompatibilidad se establece aquí entre la afirmación
compleja»), como, por 1o menos, más adecuada que la formu- de 1á bilocación de Pitágoras y la de su no bilocación (resuelta
lación de la contradicción con una sola variable; puesto que a su vez en tres altemativas), y no entre «e1 Ser» y el «no Ser»'
43
EL BASILISCO
La contradicción lógica se establece entonces no ya en un También hay posibilidad de demostrar el principio de no
teneno estrictamente formal y autológico (las reglas del ,r, l--, contradicción como un teorema a partir de sistemas de axiomas
&c.) sino en un ten'eno material y también dialógico. en tanto tales como el siguiente:
que las evaluaciones de p y q a I habrían de realizarse por indi-
viduos diferentes (sin el don de la bilocación) y podrían man- I) ¡r n q.) p;
tenerse en un plano fenoménico o apariencial, frente al plano
real al cual, quien no cree en las artes mágicas, podrá referir
II) pnq.-)q;
-(p I q). III) p -+ q.) .p ) -q ) -p (axioma de reducción al
absurdo)
b) En cuanto al «reconocimiento» o la «aceptación» de la
contradicción: reconocer la contradicción en lógica formal no procederemos ahora sustituyendo c! por -p, obteniendo las
tiene por qué significar aceptar su validez, como si la contra- siguientes premisas:
dicción dialéctica fuese, no ya un autolog¡siao o un dialogismo,
sino una norma, como algunos «dialécticos» han pretendido al l.lp ^-p. ) p
intentar construir «sistemas de lógica dialéctica con contradic-
ción». Pero esto es absurdo: no se trata (como ya sugeríamos 2.lp ^-p. ) -p
hace muchos años3) de «construir una lógica dialéctica» sino
de «dialectizar la lógica ordinaria», puesto que esta es la única
Sustituyendo en ei axioma III los teoremas I y 2:
«dialéctica formal» concebible. Dialectizar la lógica formal
3.ap ) p ).p )-¡:; >-Qt n-p')
ordinaria es, ante todo, mostrar que ella «reconoce» la contra- ^-p.
ABCC ^-p
dicción, es decir, que cuenta con ella, y no como una mera
errata; por tanto, que en su <<sistema» la contradicción tiene un 4.tA -+ B. -+ C
puesto interno que no puede sencillamente borrarse (como si
fuese una simple errata). Hay muchos modos de llevar a cabo (Advertimos que aquí hemos «introducido la contradic-
esta demostración, la más rápida podría ser la apelación a las ción» algorítmicamente, como fórmula derivada, por las reglas
demostraciones formales del principio de no-contradicción, de sustitución, de unos axiomas dados; lo que significa que la
demostraciones que, por cierto, Aristóteles, descartaba en abso- contradicción no es aquí, por tanto una premisa.)
luto, puesto que decía (Metafísica,81,995b78) que este prin-
cipio habría de ser conocido antes de cualquier otra cosa. Pero De este tipo de análisis, y de otros muchos muy variados
no es lo mismo que algo deba «ser conocido ejercitativarnente" y prolijos que tenemos que omitir, obtenemos, como conclu-
y que deba ser <<representado» simbólicamente, pues esto es 1o sión, que el proceder dialéctic'o de la lógíc:a JormaL hay que
que únicamente tenemos que considerar si nos mantenemos en ponerlo fundamentalmente en sus ..estrategias" para eliminar
el tereno de la lógica formal (y no entramos en el terreno de Ia las contradicciones que en ella se construyen; por lo que,
psicología). Ahora bien, es frecuente en los tratados de lógica, «aceptar la contradicción», clesde el punto de vista de una
demostrar (por derivación, en lo sistemas de deducción natural lógica dialéctica, no es aceptar su validez (como norma) sino
estándar e intuicionista) el principio de no contradicción par- aceptarla como un «hecho 1ógico» resultado de operaciones
tiendo de una premisa (o hipótesis) que es precisamente Ia fór- (como un autologismo, como un dialogismo y, en rigor. ni
mula de 1a «contradicción absoluta». He aquí una derivación siquiera eso, pues bastaría con la aceptación formal), como un
en «cuatro pasos»: hecho interno, y no como una sinrple errata que fuera preciso
conjurar.
I p ,r-p (1. Premisa)
3 (3. Idem) 3
1 -.p A -p (zl. Regla de la introducción del conjuntor entre
las proposiciones inscritas en las premisas) Lo que importa constatar es que con estos planteamientos
relativos a la presencia de la contradicción en la lógica formal
En esta derivación la contradicción aparece representada podemos, sin embargo, reexponer las mismas cuestiones filo-
en la premisa 1; está ejercitada en la inscripción de 2 y 3; por sóf icas que tradicionalmente se han venido suscitando en los
ello negamos (según las reglas que precisamente prohíben debates relativos al alcance «ontológico» de la dialéctica. Pues
introducir el conjuntor entre una proposición y su negación) la la cuestión no estriba tanto en defender la «validez de la con-
conclusión 4, que es una fórmula del principio de no contra- tradicción» en Ontología («a1 modo de Heráclito o de Hegel»)
dicción. La derivación formal es dialéctica puesto que parte de sino en reconocer su <<existencia,'. aunque sea agregando que
la representación de la contradicción para terminar declarán- esta <<existencia», por inconsistente, picle su cancelación. Y
dola inaceptable (o sea, negándola), en virtud de las mismas «cómo podría existir» la contradicción (que se mantiene entre
reglas internas de la lógica (aquí, principalmente, las reglas de proposiciones) en un terreno ontológico, es decir, más allá de
sustitución de las variables); lo que demuestra, a su vez, que la la lógica formal o, como suele sobrentenderse, más allá de los
contradicción ha sido ejercitada dos veces en este proceso de autologismos y de los dialogismos. Se admitirá, a 1o sumo, Ia
derivación. contradicción en el terreno subjetivo (autologismos), incluso
en el inf er-subjetivo (dialogismos); pero, ¿,no equivaldría a
reconocer una concien.cia a la realidad de la Naturaleza el atri-
(3) Custavo Bueno, E¡¡.rn_ros rlafarictlistas, Taurus, Madrid 1972. Ensayo II, capítulo buirle contradicción? La visión dialéctica de la realidad, ¿,no
IV, «Sobre di¿rléctica», pá.qs. 371 3¡19. está ligada a un panlogismo de cuño hegeliano?
44 EL BASILISCO
Esta es la gran cuestión en torno a la cual se han ido for- sobre el alcance de la dialéctica (¿hay una dialéctica de la Natu-
mando las célebres oposiciones : dialéctica subjetiva/dialéctica raleza, o sólo un pensamiento antropomórfico puede pensar tal
objetiva, o bien. dialéctica del espíritu (o de Ia historia)/dialéc- cosa, dado quc atribuir a la Naturaleza contradicciones, si estas
tica de la Naturaleza, o también, dialéctica de la conciencia (o se refieren a proposiciones y éstas a juicios, es tanto como atri-
de la mente)/dialéctica de la realidad, incluso dialéctica formal buirle juicio y pensamiento'?) giran en tomo a estas cuestiones.
(lógico formal)/dialéctica material. Estas oposiciones giran Hegel reprochaba a Kant que no había tenido el valor sttficiel'rte
entorno a las dos oposiciones que hemos enunciado en primer para hacer que la Naturaleza soportase el peso de la contradic-
lugar (dialéctica subjetiva/objetiva) y en el último (dialéctica ción, haciendo recaer este peso solamente en el espíritu. El dua-
Í'onnal/material), puesto que «Espíritu», «Historia», &c. pue- lismo Naturaleza/Espíritu, así planteado, es insuperable, sobre
clen reducirse a «subjetividad». Más aún, se diría que todo en el contexto de la cuestión de la contradicción. Sólo des-
menos por parte de algunos «analíticos» la oposición entre
-al bordándolo es posible dejar de hablar de «dialéctica de la Natu-
dialéctica formal/material está interpretada desde la oposiciírn raleza>> o de «dialéctica del Espíritu»; la dialéctica no está en
dialéctica subjetiva/objetiva, puesto que el reconocimiento de ninguna de estas sustancias, y es preciso recurrir a otra ontolo-
la contradicción menos en el temeno formal-factual- se gía. Pues no es posible mantener, en resolución, los dualismos
lleva a cab<l en el-al
supuesto de que las fórmulas de la lógica de dialécticos M, I M t al margen de las materialidades terciogené-
proposiciones hay que interpretarlas, desde luego, en el hori- ricas M,. Se dirá que hablar de contradicción entre dos masas a
zonte (subjetivo) de las aserciones (f-) de sujetos autológicos y b que ¿lvanzan inercialmente, con vectores opuestos, por la
o dialógicos. Sin embargo, esto no es nada evidente; pues las misma dirección. y chocan destruyéndose, es un mero «antro-
proposiciones de la lógica formal no tienen por qué reducirse pomorfismo metafísico»: lo interesante es que este «diagnós-
a cle la mente: son construcciones objetivas, forma- tico» sueie ser hecho por quien, sin embargo, atribuye signifi-
"juicios»
les, según reglas, coordinables con otra materia (pues ellas son cado físico primogenérico exento al vector a-+ y al vector á )
también materialidades tipográficas). Una buena demostración («no hay contradicción, simplemente ocurre que los cuerpos ¿7
c1c la disoci¿tbilidad entre las oposiciones subjetivo/objetivo y y b chocan y se desintegran»). Sin embargo, ¿por qué si se man-
fbrma/materia es la posibilidad de cruzar ambas distinciones, tiene un gran recelo ante esa tendencia a llamar contradicción a
comprobando cómo los resultados se corresponden con dife- la incompatibilidad entre dos esquemas de identidad que han
rentes concepciones filosóficas de la dialéctica: debido ponerse para ser destruidos o rectificados que
los esquemas se prolongaban virtualmente más allá -puesto
del punto
(I ) Como dialéctica objetivo-material (la «dialéctica de l¿t de colisión- no se mantiene también ante la interpretación
Naturaleza» de Engels). objetita de los propios vectores? Pero la alternativa será consi-
derar a estas líneas :inerciales virtuales como subjetivas. imagi-
(2) Como dialéctica objetivo-formal (la llamada, por J.
narias, conceptuales (Mr) y entonces habría que considerar des-
Górren, «teoría analítica de la clialéctica,,). plonrada la Mecánica, puesto qüela.fuer'a, que determina la
(3) Como dialéctica subjetivo-material (la «dialéctica de acelerat:ión de una masa inercial lo hace en relación a su tra-
la Historia» de Hegel o de Marx). yectoria virtual objetiva y no con relación a una línea ficción.
Pero esa línea inercial virtual es un contenido material tercio-
(4) Como dialéctica subjetivo-formal (es decir, apoyán-
genérico. Si el témino ¿/ no designa algo fijo (en una relación
dose en la formalidad misma de la subjetividad indi-
vidual: Gonseth, Piaget).
(4) «Dcsde esta perspectiva Gustavo Iluerlo (E/?s¿/-)'o.r uellcríalisttts. 1972) ha propor
cionadt¡ una útil clasil'ic¿rción de dichas teorías en cüatro tipos. a base dc l¿r clistilción entre
material y fonnal, por un laclo, y subictivo y objetivo. por el otro. Según Bueno, hay...».
IoséFer¿rterMora,Dit'Liot¡uríodaFii¡rs¿fía.6uedición,Alianza.MadridI979.s.v «Dia
léctica», p/rgs. 803 1104.
F],I, RASII,ISCO 45
parecería o se descompondría en un caos. Si prescindimos de
las materialidades terciogenéricas es imposible entender racio-
nalmente el mundo; y no porque estas materialidades nos remi-
t¿tn ¿l un «tercer mundo» más allá clel mundo físico, porque
estas materialidades son inmanentes al único mundo en que nos
moverlos. El dado perf'ecto es una materialidad terciogenéric¡
resultado de una catábasis (ver rnírs abajo): en sí mismo puede
)
?l? ap¿rrece a nivel de inclividuo (al rnargen de las materialidades
terciogenéricas es irnposible distinguir el a'zar y la necesidad).
16 EL BASILISCO
procedimientos tradicionales de las antilogias de los sofistas, a) Aquellas de las que puede decirse que /o ntisnto se
el sir' ¿/ non de los escolásticos, pero también las atúittLntias reprorltrce en lo misnto'. sería el caso de la recta inercial des-
kantianas, son procedimientos de la dialéctica «estructural». crita por una masa inercial en sucesivos intervalos temporales.
Como prototipo de estas antinomias propondríamos la «anti-
nomia de Eulerr. b) Aquellas de las que puede clecirse que 1o distinto se
mantiene como distinto. Dos rectas paralelas que se prolongan
II. El modo procesual se nos dibuja cuando los términos indefinidamente durante los intervalos finitos y recurrentes del
de la incompatibilidad dialéctica se nos presentan según su tra- proceso; o dos rectas convergentes que, tras cruzarse en un
yectoria de origen y, eminentemente. como procediendo unos punto, continúan su camino sin confundirse.
como desarrollo de los otros. La dialéctica procesual parece por
ello como si estuviese «dotada de movimiento». Cabría poner en correspondencia estos dos tipos de situa-
ciones con los procedimientos llamados oncrlíticos (aun
Los cuatro argumentos deZenón de Elea que suelen agru- cuando estos suelen ser explicados de otro modo, recurriendo
parse bajo la rúbrica general de «argumentos contra el movi- a una supuesta identidad no sintética). Podrían también deno-
rniento» pueden ponerse (pese a la paradoja de los nombres) minarse estos procedimientos como procedimientos de «rati-
como paradigmas de la dialéctica que llamamos procesual. ficación».
Paradójicamente ellos desarrollan una dialéctica del movi-
nriento, en cuanto a su forma, que se dirige, en cu¿tnto a su con- c) La tercera situación englobará el conjunto de procesos
tcnido, a clemostrar que el movimiento no existe (en cambio, o cursos tales en los que el desarollo de lo ntismo (de una iden-
ios argumentos de Zenón de Elea que suelen agruparse baio la tidad, según una regla material de identidad) conduce o desem-
rúbrica de .argums¡tos contra la multiplicidad>> se ajustan boca en un otro (en lo distinto) que se supondrá de algún
nrejor a la dialéctica antinómica), sin embargo también cabe n-rodo dado: «desembocar en lo otro>> es tanto como superpo-
rcagrupar antinómicamente los argumentos contra el movi- nerse con él-incompatible con el origen. Hablaremos de pro-
lnienl(). lbnnando bloqucs enlre ellos5. cesos dialécticos tliverg,entes o por dit,ar,¿encia.
EL BASILISCO 47
ponde al verbo latino grodiot', «subir, entrar») para significar tra el movimiento como prototipos respectivos de estas figu-
el <<progressus hacia adelante», y sra.rr.§ (estación, detención) ras: los argumentos dicotomía y flecha, que solamente hacen
para significar la detención, retención o r¿gl'¿ss¿ls del proceso: intervenir a un móvil, podrían clasificarse como divergencias;
metábosis y catábasis son las figuras del ¡:»'ogressus; ot1ástct- el argumento de Aquiles y el de los carros del estadio, que
sis y catástas¡.r las del regl'e.r-srs. hacen intervenir a dos móviles, podrían considerarse como
convergencias.
Criterio I Procesos dialécticos Procesos dialécticos
Criterio 2 de divergencia dc convergencia L Metábasis. En la metábasis, el desarollo de un esquema
material de identidad (según su ley propia) conduce a una con-
En Pro.gre.rslrs I III figuración que se encuentra <<más allá de la serie» (metábasis
(evolución) Metáhasis Catábasis
eis allos ge nos) y que, aunque no es contradictoria en sí misma,
II implica la resolución del proceso por «acabamiento» (la conti-
En Rr,.grzssl.s IV
(involución) Anástasis Catástasis nuación indefinida del proceso de lo misnto sería incompatible
con este límite).
Si mantenemos la concepción de las figuras dialécticas Modelo I.1. La serie clecreciente de elipses, según su dis-
como <<maniobras>> o «estrategias» orientadas a evitar una con- tancia focal,lleva por metábasis a la circunferencia, porque se
tradicción efectiva que «nos sale al paso», y no de un modo tan- hace incompatible con la prosecución del proceso (lo «mismo»
gencial, sino surgiendo de la misma «configuración del tereno», elipses- se hacen otro ----circunferencia-).
cabría entender las figuras del regressus (anástasis y catástasis)
-las
como modos de repliegue o huida hacia atrás (retirada estraté- Modelo 1.2. La serie de circunferencias cuyos centros van
gica) de la contradicción; mientras que las figuras del progres- desplazándose a lo largo de la recta que contiene al radio per-
sa.e (metábasis y catábasis) serían los dos modos de «huir hacia pendicular a una tangente se resuelve, por metábasis, en la
adelante» de la contradicción que nos ha salido al paso. recta-tangente («otro género» de la curva).
Debemos advertir también que de la circunstancia de haber Modelo I.3. El argumento de la dicotomía (el atleta en el
determinado un proceso dado según una figura dialéctica no se estadio) conduciría, por metábasis, al reposo.
sigue la yalidez (científica, filosófica, jurídica, &c.) de ese pro-
ceso, pues esta validez no depende de la forma de la figura sino Modelo I.4. Situaciones muy nítidas de desarrollos dia-
de su materia. lécticos divergentes los encontramos en el campo de la evo-
lución de los organismos; en cierto modo cualquier proceso
Las relaciones que cabe establecer entre los procesos de de evolución divergente asufire la forma clialéctica de una
divergencia y los de convergencia son muy complejas; no rnetábasis. Tomemos, como <<esquema de identidad», el cons-
son procesos simétricos, cuanto a la independencia. En tituido por una especie mendeliana (un esquema definible por
ef-ecto, 1os procesos de divergencia mantienen una indepen- la recurrencia o re-producción de sus individuos según una
dencia respecto de los de convergencia que estos no tendrían estructura propia). Una especie A va desplegándose en subes-
por qué mantener siempre respecto de aquellos (sin que, por pecies B, C, D, E, F (que son, entre sí, por tanto, coespecies:
esto, puedan ser reducidos). Es obvio que un proceso de con- lA, B), LA, Cl, tA, D)... lB,Cl...). Las coespecies mantienen eI
vergencia exige explícitamente por lo menos dos cursos de esquema de identidad. Pero al llegar a un determinado punto
movimiento, que para converger mutuamente habrán de crítico resultará que dos subespecies dadas (pongamos [8, G])
divergir por separado; y si divergen, podrán describir una dejarán de ser coespecies, si en ellas hemos llegado a <<otro
figura equiparable a alguna de las figuras de la divergencia. género»; serán ya especies distintas, no coespecies, y no
Así, por ejemplo, una catábasis podrá considerarse en algu- podremos escribir tB, Gl. Advertiremos que no se trata sólo
nos casos como constituida por una composición de dos de un caso de no transitividad de las relaciones de semejanza,
metábasis que confluyen en su límite. Pero es evidente que pues las coespecies no solamente están relacionadas isológi-
la confluencia (er.r la que hacernos consistir la catábasis) no camente, sino sinalógicamente (por las relaciones de repro-
puede reducirse a ninguna de las dos metábasis que supone- ducción); lo que se ha interrumpido son las relaciones sina-
mos tienen lugar por separado y, por consiguiente, que la lógicas (podríamos poner, por ejemplo, el desarrollo de la
catábasis sigue siendo una figura dialéctica primitiva (como salamandra californiana, en Satina; el desarrollo de las varie-
en geometría de polígonos lo es la figura del cuadrado, aun dades de pinzones, &c.).
cuando pueda siempre considerarse como constituida por dos
triángulos rectángulos, con tal de que las hipotenusas sean II. Anástasis. En la anástasis, el desarollo de un esquema
reabsorbidas en una única diagonal). Advertiremos. por material de identidad conduce a una configuración contradic-
último, de la posibilidad de procesos dialécticos secundarios toria que obliga (apagógicamente) a un regressus equivalente
resultantes de la concatenación de figuras de índole muy a una detención o involución del proceso antes de alcanzar su
diversa, pero de suerte que tal concatenación no constituya límite (una retirada a fases intermedias o una retirada total).
una fi-qura dialéctica especial, sino justamente una figura dia-
léctica descomponible en sus partes. Modelo II.1. El incremento de rendimiento en la serie de
motores que reutilizan la energía que ellos mismos producen
Propondremos aquí algunos prototipos o modelos de cada llevaría, como límite, a la configuración de ün perpetuunl
una de las figuras dialécticas primarias tomados de cursos muy mot,ile de primera especie. E,sta configuración es contradicto-
conocidos de la vida «académica», científica o filosófica. Ensa- ria (implica la <<causa sui») y determina un regres.r&s que es
yaremos, como hipótesis, y a efectos de referencia histórica, la formulado como primer principio de la termodinámica. La
consideración de los cuatro argumentos deZenón de Elea con- anástasis que daría lugar a la idea de perpetuum movile mani-
48 EL BASILISCO
t- fiesfa con claridad, no tanto la delención de la dialéctica cuanto (respeclo cie los datos cie particia) cle moclo constante, hasta lle-
la dialéctica de la detención, que concluce a un saber ne-qativo, g¿ir a un Iíl¡ite de infinito (al aproximarse al ángulo agudo al
s- que tampoco es la negación de un s¿rber. Es un saber funda_ írngulo recto) en el cual interviene la c¿itábasis para postular su
mental en Física qr-rc, a la vez, intersecta con la Onlología: la convergencia en el pur.rlo de infinito. El punlo de inllnito r.ro es
¡l ar'rálstasis se producc por la necesicl¿rd cle evitar la contradic- segregable de sLrs orígenes y podría consiclerarse contradicto-
ciór-r de la cctusa su¿ o crcación de energía de la nacla. qué rio; en cuyo caso tcndríalnos quc recLrrril' rL uua catástasis. De
¿por
en el caso de lti paradoja de Galileo (la paradoja seeún la cual todos modos, en cl supuesto de aceptar como legítit'r-ra geor-né-
el conjunto de los números naturales tiene el mismo cardinal tricamente la catáb¿rsis, la prolor.rgación de la paralela por el
que el conjunto de los números cuadrados), sin ernbargo, se otro lado por simetría, debier¿r dar lugar a un triá.ngulo
deja dc lado la anáslasis y se lleva a cabo la rnctábasis que con- -que.
birrectángulo enantiomorfb con el primero habrá cle ser inte-
L dLrce al transfinito carclinal'l ¿No es tan contraclictorio esle rrumpida (por ar.rástasis) para evitar la conlraclicción con el
t- transfinito N,, como el ¡tcrpetuunt not,ile de primcra especie? axiom¿r según el cual dos rectas no pueden tcner.más cle un
É I{ay por lo mcllos una diferencia notable: que no cabe cons- purrto común. Sin cmbargo, esta anástasis, aunque concaten¿rcla
trtrir un modelo físico cle 7;r,r7)etuum mot.ile pero sí cabe reprc- con la catábasis de referencia (y aun constituyendo una figura
sentar el tr¿inslinito con una figura, la del N,,, con la cual se compleja secundalia) no forma parle integrante dc ella (cle la
i- puecie operar en un álgebrtr nueva. Podría suscitar.se sin misma manera ¿l como las metábasis del n-rodclo Ill.l fbrma-
erribtrrgo la cuestión de si ese N,, no ha cortaclo toda relación ban partc de la catábasis descrita en ese moclclo).
con el infinito y se le llama de esc modt¡ por motivos extrín-
secos. Er.r crualquier caso, del N,, r.ro puedo volvcr ¿l las series Modelo III.3. El ar'gLuncnto de Aquiles y la tor.tuga poclrÍa
finitas, y en esto se difcrencian las metírbasis transfinitas de considcrarse como una catáb¿rsis cuando (sacando consccuen-
las rnetábasis mcdiante las cuales untpliumos los campos cle ci¿rs distint¿rs de las que pretenclía sacar Zenón) admitimos que
ios númcros, construyendo contradiccioltes que, sin embar-go, ambos se encuentran cn el punto {.0,,.
se sitúan nlíis allá cle los campos desbordados; y sin embargo
es posiblc retornar de los números reales a los racionales. o cle Modelo III.4. La constitución cle la iclca cle eonjunto car
los complejos a los realcs. din¿il transfinito cle orden 0 a partir del clesarrollo cle progre-
siones numéricas diversas (por ejernplo, lii progresión natural,
Modelo IL2. Tan-rbién sería un c¿iso dc anástasis la cleten- la de los cuac'lrados, la de los pares. &c.) y scgún una cliversi-
ción clel proceso de incrcr¡eltto de velocidacles hasta detenerse d¿rcl vinculada al llamado «principio de desigualclacl» (la parte
en un linite «interno» que designanros por (,. no cs el todo, el conjunto de una sucesión finita de pares cnte-
ros no es coordir-rable con los enteros a la que pertencce) puccle
I Modelo I1.3. El argumento de la flecha pudiera set. intcrpre- considerarse como una catábasis por la cual, en el límite, las
É tado como efecto de un¿r anástasis dirigida a evitar la contradic- succsiones de los enteros tienen cl mismo carclinal N,, que la cle
ción de la presencia sirrultánea de un cucrpo en clos lugares. los números pares, de los cuadrados, &c.
r
& Modelo II.4. P¿irtiendo de la ley de l¿i sravitaciór,l Modclo III.5. El <<sistema dc las cinco vías» quc compuso
F=G (m
t . mrlcl2)puecio fbrmar una se;ie según q-ue Lnt y nt) Santo Tollás a fin de mostrar (atrtcs clel Concilio Vaticano II
sc sitúen en función con Ltn aumento de 11, lo que cletenninará
una disminución de É-; si d tiende a infinito, .F tiende a 0; por
¿rnástasis, detengo el crecimiento de r/ y declaro finito al munclo
de la gravitación.
¡
l III. Catábasis. En la catábasis el desarrollo regular cle dos
¡
o más procesos mantenidos según una lcy de identiclad sc
L
lesuelve por su confluencia (o iclentidad sintética) en una con*
figuración que constituye el límite extcrno de los contlLryentes
(«lo dislinto se hace lo misn.ro»).
EL BASILISCO
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dinal translinito de nuestro nrodelo III.4 «preexiste» a los pro-
cesos dialécticos de su construcción. La crítica a la valiclez de
la metábasis ha de apoyarse, ante toclo, en el análisis de los fun-
damenios de Ias nret¿ibasis constituyentes (l,no es contradicto-
rio hablar de un primer motor, de una causa incausada, &c.?)
y de la consistencia cle sus resultados (¿,no es contradictorio un
ser que alavez sea ser necesario y fin último?).
50 EL BASILISCO