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CURSO INTRODUCTORIO (CIC)- PRIMER AÑO DEL NFPC

FECHA: LUNES 22 DE MARZO DE 2021

“La docencia pasa de ser una actividad individual a una actividad esencialmente
colectiva” .Carlos Magro.

El consultor en educación español estuvo en Uruguay invitado por la Red Global de Aprendizajes. 27
de septiembre de 2018. Escribe Cecilia Álvarez en De repaso

¿Qué pasa con el debate educativo?

Lo que pasa es que no pasa nada, que no cambian casi nada las cosas, que nos enzarzamos en
cuestiones secundarias, periféricas, y que no se discute sobre temas que verdaderamente
importan a las familias, a los niños, a los docentes, a las escuelas. Calmar la educación era
cambiar el debate. El debate es muy crispado normalmente, porque está muy utilizado
políticamente, entonces calmarlo es eliminarle crispación, lograr un debate más sosegado,
más profundo, más lento. Calmar está unido a lo slow, a la necesidad de recuperar la idea de
que la educación es algo lento; necesitamos hacer las cosas sin prisa, sin estar presionados
por [las pruebas del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos] PISA [que
aplica la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico], sin estar presionados
por los resultados ni por los empresarios... Pero es necesario sí discutir sobre cosas
importantes, porque creemos que en estos momentos la educación necesita transformación,
cambio. Vivimos en una especie de encrucijada. No comparto el discurso negativo de que
todo va peor, de que los niños saben menos, de que son más indisciplinados, discurso que
también, seguro, está instalado aquí... Creo que hemos avanzado muchísimo, hemos
universalizado la educación, hemos llegado a todos y hemos mejorado los niveles de
aprendizaje. (…)

¿Cuáles son las claves del cambio educativo?

No lo tengo muy claro, pero me hago eco de la investigación y lo que las prácticas educativas
están mostrando. Cuando digo que es un buen momento es porque tenemos mucha
investigación sobre qué significa aprender hoy y cómo deberíamos enseñar, es decir que
sabemos cómo hacerlo; hay escuelas que lo hacen bien, es decir que tenemos buenos
ejemplos; y sabemos también mucho más que antes sobre cómo cambiar las cosas, cómo hay
que provocar procesos de cambio. Sin contar con que creo que las infraestructuras que
tenemos, en el sentido más tecnológico, favorecen cambios pedagógicos y metodológicos
sobre los que ya se hablaba hace 40 o 50 años, pero entonces no estaban las infraestructuras
para llevarlos adelante. Contamos con muchos datos.

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Lo que tenemos claro es que después de muchas décadas de reformas educativas muy claras
desde arriba hacia abajo, las prácticas escolares se han mantenido más o menos igual, y no
hemos transformado la educación como deberíamos. Parece claro que no es suficiente con las
políticas educativas, que sí son necesarias y nos dan el marco, pero el cambio que
necesitamos no se impone, no se ordena, no se prescribe... Todo eso lo tenemos bastante
claro. También tenemos claro que no es suficiente lo que pasa abajo, porque siempre ha
habido profesores y maestras muy innovadores en su aula. Eso no ha transformado ni los
centros educativos ni en general, no es suficiente tampoco lo que pueden hacer los individuos
solos. (…)

Lo otro que sabemos es que el cambio, da igual por dónde empieces, al final es como un cubo
de Rubik o una roseta con muchas dimensiones, y que es muy sistémico: hay que cambiar
muchas cosas. Si, por ejemplo, decido empezar a trabajar por proyectos, esa decisión va a
tener implicaciones enseguida –y lo saben los docentes–, en qué entienden por currículum,
cómo lo ordenan, si tienen que unir materias, contenidos y disciplinas, es decir, ataca
directamente al contenido curricular. Lo siguiente que van a darse cuenta es que van a tener
que cambiar la evaluación: cómo se evalúa el proyecto, en qué nos fijamos, quién evalúa,
cuándo, entonces de repente la evaluación ya no es calificación sino algo mucho más rico; es
parte del proceso, pero hay que cambiarlo. …

Hablabas del aprendizaje basado en proyectos. ¿Hay que optar por un método?

Lo que vemos es que necesitamos diversidad; clarísimamente, diversidad metodológica. Igual


de buena puede ser la clase magistral de toda la vida, la lección, que incluir un aprendizaje
activo, una metodología por proyectos, salir al campo. No hay una metodología única, lo que
precisamos es diversidad metodológica. Eso complica la tarea del docente, que tiene que
manejar una panoplia de metodologías mucho más rica que lo que tenía antes; necesita una
formación más amplia, y otra característica importante es que es necesario trabajar con otros.
Sólo va a ser difícil que, como docente, maneje todas las metodologías, todas las formas de
evaluar, los contenidos, gestione bien el aula, sepa de tecnología... Esto es difícil, porque no
son supermanes. Sin embargo, es más sencillo pensar que un equipo de tres, trabajando con
un equipo de alumnos, tenga esas competencias repartidas. Es tremendamente importante y
nos cambia mucho la manera que tenemos de vernos como docentes.

Eso refiere al rol que debería tener el docente en el cambio.

En esas dimensiones, una de ellas tiene que ver con la formación docente y desarrollo
profesional, y otra con la concepción de cultura profesional. Tradicionalmente, no sólo en
Uruguay sino también en España, es una cultura muy individualista: “Yo, mis alumnos, mis
problemas, mis exámenes, mis materias”, y ahora sabemos que es todo lo contrario, que la

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docencia es esencialmente una tarea colectiva. Uno de los problemas que detectamos con esto
del cambio y la innovación es la presión que sufren los docentes con todas las cosas que
tienen que hacer o qué les dicen que tienen que hacer; ese malestar docente, que existe, que
se traduce en muchas cosas, tiene que ver con esa gran presión que ponemos sobre los
individuos, y yo creo que una de las cosas que habría que cambiar es la cultura de los centros
educativos y la cultura profesional, para entender que tiene que ser colectiva: es mucho más
sencillo soportar la presión en un equipo que individualmente.

Muchos estamos de acuerdo en decir que la enseñanza hoy es más complicada que antes, no
porque ahora sea más difícil enseñar la matemática o la historia, sino porque en las aulas
tenemos otra sociedad. Tenemos que pensar un aula mucho más diversa: donde antes había
unos pocos, ahora están todos, por tanto hay mucha más diversidad –cognitiva, de atención,
social, económica, religiosa, de interés– y eso hace mucho más compleja la labor de enseñar.
Además, los fines de la escuela han cambiado. Antes nos bastaba con que unos pocos
llegasen al final, en un proceso de selección digno de una empresa de recursos humanos; al
final sólo llegaban unos poquitos que iban a ocupar los grandes puestos. Ahora un país no
puede permitirse que en su enseñanza obligatoria no lleguen todos ni que todos lleguen con
una formación básica mínima. Esa diversidad que tenemos en las aulas requiere diversidad.
Personalizar exige personalización, no individualización. (…)

Vivimos en un mundo tecnológico, queramos o no, nos guste más o menos. Tecnología no es
un conjunto de herramientas, es un ecosistema en el que vivimos, trabajamos, nos
relacionamos, estudiamos, aprendemos, y por lo tanto no podemos ignorarlo. Sacar la
tecnología del contexto escolar es desconectarla de la realidad social, de la realidad en la que
vivimos y, por tanto, es desconectar a la escuela de su fin principal, que es educar para la
vida. Sí hay que desarrollar un espíritu crítico hacia la tecnología, un espíritu reflexivo sobre
los usos que hacemos de ella; necesitamos trabajar todo eso en la escuela y fuera de la
escuela, pero cortar de lleno, como si fuera una burbuja, lo que sucede en la escuela de todo
el resto sería un disparate que iría en contra de los fines mismos de la educación.

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