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Consideraciones Objetivo, Objetividad
Consideraciones Objetivo, Objetividad
ISSN: 0325-8203
interdisciplinaria@fibercorp.com.ar
Centro Interamericano de Investigaciones
Psicológicas y Ciencias Afines
Argentina
Resumen
*
El presente trabajo es una versión revisada y ampliada de una ponencia presentada en el
Simposio sobre "Objetividad y subjetividad en el psicodiagnóstico en el siglo XXI", en el
X Congreso Argentino de Psicología, octubre de 2000, Rosario, Argentina. Su temática
se inscribe en el marco del Proyecto 428501 "La persona desde la perspectiva de un
modelo sistémico integrador", financiado por la Secretaría de Ciencia y Técnica de la
Universidad Nacional de San Luis (Argentina).
**
Doctora en Psicología. Profesora Titular de Psicología General y Diagnóstico Evaluación
de la Licenciatura en Psicología, Directora de la Maestría en Psicología Clínica, mención
Cognitivo-Integrativa y Directora del Proyecto "La persona desde la perspectiva de un
modelo sistémico integrador" en la Universidad Nacional de San Luis. Avda. Presidente
Perón 1292 (5700) San Luis, Argentina.
Abstract
manera: ¿las personas dicen lo que quieren decir?). Aun cuando no se tenga el
propósito de distorsionar la información, es posible que esto suceda, dado que
no se es conciente de los procesos que conducen a una respuesta verbal o para-
verbal- a menos que se esté comprometido en una autoexploración metacogni-
tiva - y, con alguna frecuencia, tampoco se tiene conciencia de los contenidos.
Cuando ello ocurre estamos frente a lo que Froufe llama cognición sin conciencia,
o conocimiento tácito, o implícito, según otros autores (Meichenbaum & Gilmore,
1984; Orbach, 1995).
Las construcciones personales se desarrollan desde muy temprana edad so-
bre la base de experiencias con otros significativos que originan representaciones
generales de interacción. Stern (1985) considera a estas representaciones como
prototipos de abstracciones, que actúan como esquemas generadores de signifi-
cados en las relaciones interpersonales.
Si se tiene en cuenta que los esquemas se codifican, en su origen, de diver-
sas formas de acuerdo al grado de participación de cada uno de los niveles de
procesamiento (Leventhal, 1984), es esperable que algunos de ellos tengan ma-
yor peso afectivo que otros. En este interjuego de la representación y la atribu-
ción de significados personales, basados en el compromiso afectivo de cada ex-
periencia, se gestan los esquemas, las construcciones personales, que luego dan
forma al estilo de interacción. Y es precisamente en este lugar, el del encuentro
entre dos personas, cada una con sus propias construcciones personales, con su
bagaje epistemológico, al decir de Joice-Moniz (1988), donde se sitúa el nudo
del problema acerca de los límites entre la objetividad y la subjetividad en el psi-
codiagnóstico .
En el proceso de evaluación psicológica o psicodiagnóstico intervienen, al
menos, dos personas: quien evalúa y quien es evaluado. Vale decir, se establece
una interacción entre dos personas que comparten una serie de códigos de comu-
nicación por el hecho de pertenecer a una misma cultura, pero que también por-
tan un enorme bagaje de construcciones idiosincráticas y por lo tanto, no com-
partidas. En ese micro-contexto social se instala el proceso de comunicación, que
puede recorrer una amplísima gama de grados de complejidad, que depende de
los interlocutores actuantes. Se supone que el psicólogo posee los conocimien-
tos científicos que le permiten conocer, explicar y comprender, y que la persona
evaluada es, generalmente, lega en esa área.
El psicólogo dispone de recursos científicos para obtener la información
conducente al diagnóstico, y de la idoneidad para establecer una comunicación
adecuada con su paciente o cliente. A la vez, tiene consigo su propia historia de
vida, sus propias construcciones idiosincráticas, su receptividad y reactividad afec-
tiva, su estilo personal para relacionarse con otro. El paciente o cliente trae su
problema, sus dolencias y/o sus quejas o, simplemente, sus dudas. Pero también
es portador de sus construcciones personales que, indudablemente, se hallan en
la base de todo aquello. En el encuentro de ambos, paciente y psicólogo, se abre
un espacio donde necesariamente han de existir significaciones compartidas para
que pueda establecerse un diálogo. Estimo que el concepto comprensión podría
aplicarse a este movimiento dialéctico en la lectura de los significados personales.
En la primera entrevista se sientan las bases de la interacción. La subjetivi-
dad de cada uno de los interlocutores comienza siendo absolutamente ajena pa-
ra el otro, pero desde que se inicia el intercambio de expresiones en el diálogo,
empieza a develarse progresivamente. El profesional trabaja científicamente, el
paciente lo hace intuitivamente, por lo general con un alto costo afectivo. Es allí
hacia donde el psicólogo debe dirigir su atención. Ya Sullivan (1954) insistía en
la necesidad de prestar especial atención a las señales de ansiedad en el entrevis-
tado porque, de lo contrario, la entrevista podría desvirtuarse, transformándose
en una situación en que el paciente adopta una actitud defensiva en lugar de ac-
tuar de manera confiada y cooperativa.
El psicólogo procura evaluar objetivamente la realidad del paciente. No obs-
tante es preciso tener en cuenta que, si bien es posible conocer las experiencias de
otros, " ...la comprensión de cómo sería ser otra persona, es sólo parcial", " ...pode-
mas llegar a ese conocimiento mediante nuestra propia perspectiva subjetiva, y sólo
mediante esa vía" (Natsoulas, 1978, p. 275). En palabras de Nagel (1974, p. 443):
"Es dificil entender cuál es el significado del carácter objetivo de una experiencia,
más allá del particular punto de vista del propio sujeto que lo aprehende".
¿Cómo acceder entonces, aunque sea en forma parcial, a esa otra subjetivi-
dad? El psicólogo dispone de recursos que le permiten tener algo más que atis-
bas de esa realidad aparentemente tan esquiva: su capacidad para comunicarse, su
empatía, su preparación profesional, su dominio de las técnicas. ¿Es suficiente
todo ello? Aquí es donde se pone en juego la problemática de los significados: los
códigos semióticos de un grupo social son compartidos por sus integrantes, lo
cual permite la comunicación; no obstante, cada uno es poseedor de códigos
que, como se señaló antes, han sido construidos como resultado de experiencias
personales.
El proceso de evaluación es una instancia de comunicación, tanto verbal co-
mo no verbal, donde se instala un interjuego de subjetividades (Rogoff, 1993) en
el que, para llegar a comprender al otro, es preciso analizar una y otra vez los pro-
pios puntos de vista. La pericia del psicólogo (entiéndase por ello la formación
científico-profesional, la experiencia), a veces no es suficiente para liberarlo de sus
sesgos atribucionales, desarrollados a lo largo de su vida, tanto personal como
profesional.
REFERENCIAS BIBLlOGRAFICAS