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Identidad sexual, identidad de género y derechos de niños/as-

adolescentes.
Adrián Grassi

INTRODUCCIÓN

La cuestión a plantear en el contexto del Congreso: “Los atravesamientos en la


Salud Mental. Intervenciones de la Psicología en los contextos actuales”, trata una
problemática que de un tiempo a esta parte ha comenzado a abrirse y con
perspectivas crecientes, a saber, las consultas recibidas en distintos servicios de
psicopatología, en escuelas y en ámbitos jurídicos, por pedidos de cambio de
identidad de género, especialmente cuando se trata de niños/as-adolescentes1.

Estas consultas nos plantean un campo de entrecruzamientos discursivos, que


ha de tener en cuenta simultáneamente diversas coordenadas: los derechos de
niños/as/adolescentes, los contextos histórico-sociales y lo que este trabajo destaca
sobre los momentos de la constitución del aparato psíquico y las condiciones del
grupo familiar donde surgen las consultas.

De un lado la sanción de la Ley de Identidad de Género, (Mayo 2012), que


posibilita la rectificación registral del sexo, y el cambio de nombre de pila e imagen,
cuando no coincidan con su identidad de género autopercibida. En cuanto a los
menores de 18 años, plantea la necesidad de tener en cuenta la capacidad
progresiva e interés superior del niño/a”.

El contexto de los cambios culturales, sociales, jurídicos y de tecnología médica


producidos en los últimos 40 años replantea los paradigmas con que abordar los
problemas que suscitan estas consultas. Los estudios de género iniciados a mediados
del siglo pasado (Money, J. & Ehrhardt, A. 1982), y que encontraron desarrollos muy
importantes, los estudios sobre el feminismo (Butler, J. 1990) y los más actuales
estudios Queer, permitieron avanzar para dar cuenta de que estamos asistiendo a
una revuelta, subversión o giro de lo sexual con incidencias en el orden simbólico.

Estamos asistiendo a una verdadera mutación en lo que


concierne a las regulaciones sociales de la sexualidad.
Evidentemente esto tiene ya traducciones en todo lo que pueden
ser las nuevas organizaciones de la familia, la posibilidad del
matrimonio de las parejas homosexuales, la posibilidad de
adopción por parejas homosexuales (homoparentalidad).
(Cevasco R. 2010, p. 23).

La escritura del presente trabajo tiene varias motivaciones a. La actualidad del


tema y su importancia para el campo de la niñez/adolescencia: b. Dar lugar a estos
temas en los programas e investigaciones que como Profesor Titular coordino en
materias de grado y posgrado en la Facultad de Psicología UBA. Esta inquietud nos
ha llevado a dialogar con juristas e invitar al ámbito académico a profesionales que

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trabajan en servicios de psicopatología especializados2 c. La problemática planteada
pone en juego una dimensión que es propia al Psicoanálisis que produce conjeturas
para interpretar el campo de lo social, lo que forma parte de nuestros intereses por
sus vinculaciones con los procesos subjetivos. c. Nos preocupa el rumbo que esta
polémica toma cuando se considera exclusivamente uno solo de sus ejes,
simplificación que reduce su complejidad. Están quienes defienden los derechos de
los niños/as-adolescentes como postura militante, y también quienes desde un
Psicoanálisis ortodoxo, prejuicioso y psicopatologizante frente a nuevas formas de
subjetividad y sexualidad, no aggiornado y a la altura de los nuevos desarrollos que
dan lugar a la diversidad sexual. Creemos necesario mantener la tensión entre los
desarrollos del Psicoanálisis y los colectivos militantes (Di Segni, S., 2013 ob cit.),
para generar un diálogo. e. Sabiendo que estas consultas comprometen tanto la
Salud Mental como los derechos de niños/as/adolescentes, nos planteamos realizar
un aporte desde el Psicoanálisis elaborando respuestas específicas y trasmitir su
saber a los científicos, a los juristas, a los médicos, a los trabajadores de la salud
mental. En este caso aportando criterios para la elaboración de un diagnóstico
diferencial en la infancia y modos de intervención que permitan caracterizar el
problema para su mejor abordaje en la dirección de la cura (si la hubiera) y/u orientar
a los consultantes respecto de los alcances y compromisos de la problemática
planteada.

SOBRE LOS PARADIGMAS Y EL USO DE LOS TÉRMINOS SEXO E IDENTIDAD


DE GÉNERO.

En referencia al sexo, se definen los indicadores biológicos básicos a partir de


los cuales los humanos se dividen en dos categorías, hombres y mujeres.
Determinado por caprichos de la genética, el nacido bebe XX mujer, XY varón acorde
a una combinatoria que da su conformación anatómica. Diferencias en sus
capacidades reproductivas y morfológicas perceptibles desde el quinto mes de
gestación aproximadamente, terminan de madurar con la pubertad/adolescencia.
Dejamos de lado de momento los nacimientos que se producen con alteraciones o
malformaciones de intersexualidad. La identidad de sexo, está en relación a la
pertenencia a una de estas categorías acorde al nacido cuerpo de varón/mujer.

Lo que es del orden de género indica las variables históricas y culturales


mediante las cuales las sociedades organizan las diferencias sexuales (Moore, H.
2007, en Weeks, J. 2012). Así, en distintas épocas y contextos sociales cambia lo que
se espera de un hombre o de una mujer cambiando los criterios para definir la
masculinidad o la feminidad. Niños/as-adolescentes y adultos se identifican con los
rasgos epocales que circulan en el discurso social y los mass media como ideales,
para construir su identidad de género.

El pensamiento en la modernidad ha producido una soldadura entre sexo y


género. Privilegiando el paradigma biológico, hace derivar, como una consecuencia
natural y directa, la identidad de género del sexo portado. La problemática puesta en

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juego en las consultas a las que hacemos referencia, algunas de las cuales han
tomado carácter público3, como en otras que plantean distintos modos de
transformaciones de la sexualidad clásica (Bleichmar, S. 2007; Cevasco, R. 2010; Di
Segni, S. 2003; Maffía, D. 2003; Morel, G.; 2002; Rodríguez Montero, J. H. 2010;
Torres, M. 2013; entre otros) implican un cuestionamiento de este paradigma.

Esta correlación directa entre la conformación biológica y la identidad de


género, plantea por añadidura, una polaridad irreductible entre las diferencias de las
identidades genéricas. Para los defensores de esta postura, a quien nació varón le
corresponderá naturalmente una identidad de género masculina definitiva y viceversa.
Postura facilista, divisoria de aguas, que otorga a la solidez de la biología un núcleo
de verdad irreductible.

“En una sociedad que construye rígidos estereotipos de género, quien los
altere al identificarse con el que no le corresponde está violando una ley natural” (Di
Segni, S. 2013 ob. cit. p. 114). Lo que se aparta de esta correspondencia esencial
queda caracterizado como desviacionismo psicopatologizante, discriminatorio y
excluyente de otras formas de sexuación no clásicas.

Esta postura pretende explicar por la naturaleza humana y las misteriosas


operaciones de ADN, lo que es del orden de un proceso complejo que compromete
diversas instancias corporales, psíquicas, vinculares, familiares, históricas y sociales.

Se produjo un avance en el campo jurídico al introducir la dimensión de la


vivencia subjetiva en la elección del género, que cambiando el paradigma biológico,
ubica al niño con su vivencia corporal subjetiva, como sujeto del derecho. No obstante
queremos alertar sobre ciertos riesgos que se corren en el terreno de los procesos
psíquicos saludables, al dar pleno crédito a la vivencia subjetiva de la auto-percepción
del género, a la vez sugerimos repensar, por la imprecisión que conlleva, lo que es
sintomático en el campo jurídico, qué es la capacidad progresiva del niño/a.

El Psicoanálisis no comparte el paradigma biologista y se inscribe como otros


de los saberes que cuestionan tal determinismo.4 Desde una perspectiva
ontogenética, describe los distintos momentos por los cuales se constituyen los
procesos subjetivos. Plantea que la identidad de género no deviene una
consecuencia directa, reflejo automático de la conformación anatómica, sino que es
una construcción psíquica en la cual intervienen el cuerpo-su imagen y variables que
requieren de una tópica externa al sujeto mismo, son sus dimensiones intersubjetiva y
transubjetiva.

Una vez que se cuestiona la relación natural entre sexo e identidad de


género, se nos abre un campo donde las percepciones subjetivas sobre el cuerpo

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cobran central importancia5. Entre el sexo portado y la identidad de género, el
Psicoanálisis hace intervenir un concepto central que es la imagen del cuerpo. Nasio
(2008, p. 56-57) la describe del siguiente modo:

“…No somos nuestro cuerpo de carne y hueso, somos lo que


sentimos y vemos de nuestro cuerpo: soy el cuerpo que siento y
el cuerpo que veo”. (…) “considero la imagen del cuerpo como la
sustancia misma de nuestro yo. Para nosotros, el yo está, pues,
compuesto por dos imágenes corporales diferentes pero
indisociables: la imagen mental de nuestras experiencias
corporales y la imagen especular de nuestro cuerpo. Sentir que
nuestro cuerpo vive y verlo moverse en el espacio me produce el
sentimiento incomparable de ser yo.”

Un recorrido por la instancia psíquica llamada Yo, nos sitúa frente a la cuestión
de la auto-percepción del cuerpo. Freud, con su segunda tópica, plantea el modelo
de un aparato psíquico con sus distintas instancias, Ello, Yo, Superyo. Vincula esta
instancia, el Yo, con el cuerpo: “El cuerpo propio y sobre todo su superficie es un sitio
del que pueden partir simultáneamente percepciones internas y externas” (Freud,
1923 A, p. 27). Y continuando el planteo freudiano, Nasio (ob cit. p. 57) agrega: “En el
fondo, el Yo no es más que un sentimiento, el sentimiento de existir, el sentimiento de
ser uno. Éste es un sentimiento eminentemente subjetivo porque se basa en la
vivencia igualmente subjetiva de nuestras imágenes corporales.”

El Yo percibe, se percibe a sí mismo y define su identidad: yo me veo… yo


siento que soy…”nena en un cuerpo de varón”. Pero como anticipamos, la auto-
percepción es un concepto resbaladizo y engañoso. ¿Qué son pues el Yo y la
autopercepción para la teoría Psicoanalítica? ¿Y por qué tanta cautela para otorgarle
al Yo garantías sobre la autopercepción?

“En realidad nuestro yo es un conjunto de imágenes de uno


mismo cambiantes y con frecuencia contradictorias y la causa de
esa disparidad es la vivencia subjetiva de nuestro cuerpo (…) La
Imagen del cuerpo es la sustancia de nuestro yo, (…) la sustancia
deformante de nuestro yo. No hay un yo puro, el yo es siempre
resultado de la interpretación completamente personal y afectiva
de lo que sentimos y de lo que vemos de nuestro cuerpo. Y digo:
una interpretación completamente personal y afectiva porque las
imágenes de nuestro cuerpo –ya sean las que experimentamos o
las del espejo- son imágenes que se alimentan del amor o del
odio que llevamos en el cuerpo. En suma, afectivas y cambiantes,
las imágenes deformadas de nuestro cuerpo nos imponen
fatalmente una imagen distorsionada de nuestro yo.” (Nasio, J. D.
ob. cit., pp. 57 - 58.).

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En concordancia con tal cuestionamiento, Jacques Lacan (1983) había ya
anticipado su postura cuestionando al Yo como garante de la verdad del sujeto, y
considerando al Yo una entidad esencialmente imaginaria cincelada por todas
nuestras ignorancias. Califica al Yo como lugar de desconocimiento.

No obstante, el Yo hace constantes esfuerzos por procurar la certeza de ser


uno mismo y simultáneamente oculta la ignorancia de quién se es y de dónde
proviene. Planteado el problema de lo engañoso de la autopercepción, avancemos en
el sentido de una genealogía de dicha instancia, lo cual nos va a dar una perspectiva
de cómo en su constitución misma, la auto-nomía percipiente es una ilusión que la
hace caer como instancia auto-gestada, que podría dar cuenta certera de sí misma.

MARCAS DE/DEL OTRO(S) DESDE LOS ORÍGENES

El nacido bebe/beba va a tener que metabolizar, como proceso originario,


(Aulagnier, 1976) el cuerpo en tanto soma viviente, receptor de sensaciones que lleva
las marcas de las primerísimas relaciones con el cuerpo materno. Intercambios
afectivos y corporales, iniciados en el transcurso de la vida intrauterina y que se
continúan durante los primeros años de la vida del bebe (Dolto, 1984; Winnicott
1945).

Estos procesos psíquicos que van registrando el cuerpo como cuerpo propio,
se conocen en la teoría con el nombre de narcisismo primario, fundamental o
narcisismo de base. Así lo define F. Dolto (2012): “ El sentimiento de existir de un ser
humano, que amarra su cuerpo a su narcisismo, sentimiento que, es evidente,
procede de esta convicción, a no dudarlo ilusoria, de continuidad” (p. 43).

Iniciado desde los primerísimos momentos de la vida intrauterina, cercanos a


los 3 años, encuentran una primera forma de consolidación con el reconocimiento de
la imagen en el espejo. Estación de llegada aunque no terminal, momento
fundamental del reconocimiento de la imagen en el espejo (Dolto, F. 1987; Grassi, A.
2013; A.; Guillerault, G. 2005; Lacan, J. 1936 [1975]; Nasio, J. D. 2008; Winnicott, D.
1970 A). Son los primeros lugares de asentamiento del Yo y la identidad en el cuerpo.
La constitución del Yo en el espejo, con sus dos vías, escópica y sensorial, tienen
varias etapas: comenzando con el cuerpo imaginado6, luego del nacimiento y
pasando por el 8° mes, encontrando en torno a los 3 años un primer grado de
organización y reconocimiento. Luego vendrán los procesos puberal-adolescentes a
darle una nueva vuelta a la Imagen Inconsciente del Cuerpo (I.I.C.) con la irrupción de
los caracteres sexuales secundarios y el cuerpo genital (Gutton, 1993). Ahí se
consolida una imagen del cuerpo reorientando lo infantil hacia lo genital.

Si desde la misma gestación el cuerpo del niño va inscribiendo las huellas de


la presencia de la madre en su cuerpo, con el nacimiento, estas marcas se
intensifican en la medida en que comienzan a jugar otros circuitos libidinales en la
relación madre-hijo. Las sensaciones corporales, las palabras, las miradas son los

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canales por donde se ensamblan deseo materno e I.I.C. del niño/a. La imagen del
cuerpo que el niño se hace de sí, lleva las marcas del vínculo con la madre, sus
sustitutos, sus acompañantes. Esta I.I.C. no es autónoma, no nace por generación
espontánea. Está soldada al cuerpo-deseo del Otro. Que un niño pueda decir nene-
nena referido a sí mismo, como un momento importante en la construcción de la
identidad en torno a los dos años y pico casi tres, requiere de procesos que se dan
entre él y su medioambiente al que lleva inscripto, que permiten se reconozca en ese
“su cuerpo” en el cual se mira y es mirado El cuerpo y su imagen siempre es vincular,
como es vincular la inscripción del cuerpo puberal-genital.

“…lo que hay que ir viendo es cómo se produce eso que llamamos
subjetividad, y en ese sentido coincido en que la subjetivad sexual, es un plexo de
variables que se van jugando y configurando. La identidad es un texto abierto, una
obra abierta que estamos reescribiendo permanentemente, pero reescribimos
palabras que ya nos vinieron constituyendo” (Sztajnszrajber, en Torres, 2013 p. 62).
Articulada y acompañando estos procesos de la I.I.C. y su construcción en los
distintos momentos del espejo, diferenciada se pliega la identidad de género. Luego
y no tanto después sino más bien cabalgando en esta I.I.C., el cuerpo toma colorido,
gracia y erotismo con las diferencias de género.

Es una sutil y fundamental delimitación de procesos diferenciados. El


Psicoanálisis no puede dejar escapar esta sutileza al precio de un error con
importantes consecuencias. La clínica de los trastornos graves de la
infancia/adolescencia es una muestra clara de la importancia de marcar estas
diferencias. Un diagnóstico de los momentos por los cuales está pasando el niño/a en
la constitución del psiquismo, sea que compromete operaciones del narcisismo
fundacional, de base o una problemática que compromete específicamente los
problemas de las diferencias de género, es central para caracterizar la naturaleza del
proceso.

Realizamos un diagnóstico sobre los momentos y tipos de trabajos psíquicos


que se están desarrollando en el niño/a-adolescente. Por ejemplo podríamos decir
que hasta que un niño/a de dos o tres años no tenga suficientemente consolidada su
imagen especular, su I.I.C., sería difícil que lo encontremos en condiciones de iniciar
un proceso relativo a la diferencias de género. Como también podemos afirmar que
hasta que la subjetividad no pase por los procesos puberal-adolescentes la
construcción de la identidad y la identidad de género no encuentran un momento
conclusivo.

INCONCLUSIONES EN LA INFANCIA Y CAPACIDAD PROGRESIVA DEL NIÑO

En todos estos primeros años de infancia las operaciones de identidad e


identidad de género, toman una primera forma de organización. Para el Psicoanálisis
la sexualidad humana se constituye en dos tiempos: la sexualidad infantil y la
sexualidad adulta (Freud, 1905).

Algunos autores además de diferenciar los dos tiempos de la sexuación,


diferencian dos modos que son correlativos con estos dos tiempos. Así, Silvia
Bleichmar (2007), plantea:

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…que los dos tiempos de la sexualidad humana no corresponden a
dos fases de una misma sexualidad, sino a dos sexualidades
diferentes: una -la sexualidad infantil- desgranada de los cuidados
precoces, implantada por el adulto, productora de excitaciones que
encuentran vías de ligazón, y descarga bajo formas parciales
(siempre de carácter “frustro”, ya que se olvida con demasiada
facilidad que aún la masturbación genital infantil no alcanza carácter
orgásmico, y por ello no es equivalente a la sexualidad adulta (…), y
otra –la sexualidad adulta- con primacía genital, establecida en la
pubertad y ubicada en el camino madurativo que posibilita el
ensamblaje genital, no constituyendo entonces una simple reedición
del acmé de la sexualidad infantil, sino un modo de recomposición
ordenado y guiado por la existencia de una primacía de carácter
genital (p. 95).

En otro sentido, J. Lacan (1981) plantea la sexualidad infantil como “a-


sexuada, lo cual no quiere decir no concernido por la sexualidad. A-sexuado en lo
concerniente a la diferencia de los sexos. (…) Cuando hablamos de sexualidad en el
sentido específico del término hablaremos del encuentro entre dos cuerpos sexuados
en términos de un lazo sexual.” (…) O sea, lo que se hace en la cama”.

El proceso de sexuación en su primer tiempo, es de disposición bisexual


(Freud, 1933), y es inconcluso hasta que se haga la experiencia del cuerpo-puberal-
genital. Dado su carácter inconcluso, es conveniente que estos procesos que implican
definiciones, queden en un estado de suspensión activa, hasta que la subjetividad
pase por la experiencia del entretiempo puberal-adolescente, momento de
abrochamiento que reorienta y reordena la subjetividad. Todo lo que comienza a
organizarse en la niñez, requiere de una segunda vuelta: el entretiempo puberal-
adolescente (Grassi, A. 2010). La castración en la adolescencia, opera diferenciando
los sexos y las generaciones, momento si bien no conclusivo, sí de afirmación del
proceso. Pubertad/adolescencia resignifican la infancia para seguir avanzando,
historizan su pasado, proyectan su futuro. Si el crecimiento y la maduración biológica
son lineales, la subjetividad es recursiva. Vuelve a la infancia para dar nuevos
sentidos, reorganizar y seguir su camino progresivo (Nasio, 2012). Revisita, repite
Nasio 2012) difiere. No abonamos ninguna teoría de trasfondo evolucionista que lleve
a considerar inconclusa la infancia en relación a la (supuesta) conclusiva adultez.
Como tampoco abonamos una teoría que deseche la “novedad o acontecimiento
adolescente”. El entretiempo de la sexuación es repetición con potencialidades
difirientes.

La pubertad de-construye y reconstruye la imagen infantil de sí mismo para


volver a construir una (nueva) identidad y una identidad de género, consolidadas con
las marcas genitales. Las transformaciones del cuerpo y la aparición de los caracteres
sexuales secundarios, requieren de toda una metabolización que se registra sobre la
Imagen Inconsciente del Cuerpo (I.I.C.) Es sobre las transformaciones de la I.I.C. que
este segundo espejo de la pubertad, repite y difiere. Da cuenta de cómo se van a
montar las diferencias de la genitalidad naciente. ¿Por qué es inacabada la
sexualidad infantil faltando la experiencia del cuerpo-puberal-genital?

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Destacamos el acontecimiento que significa la llegada del cuerpo puberal.7 A
los fines del presente trabajo dejamos asentada la importancia que tiene en tanto el
Yo encuentra apoyaturas para su reformulación en tres direcciones: 1. un cuerpo
desarrollado maduro para las relaciones sexuales y la procreación; 2. la creación de
un espacio de exterioridad a lo familiar; y 3. creación de un espacio intergeneracional
con proyección de futuro.

Con estos elementos el Yo en la pubertad va construyendo su autonomía. En


la infancia, la imagen de sí, la I.I.C. sigue especularizada y tiene su referente
fundamental en los progenitores como objeto incestuoso. Siendo lo puberal-
adolescente oportunidad para el despegue con la pregunta sobre la identidad cuando
hay toma de distancia de lo familiar: ¿Quién soy? ¿Quién soy en el cuerpo genital?
Preguntas que en la infancia no pueden tener sustento por su abrochamiento al Otro
familiar.

INDICES DIAGNÓSTICOS: LA CERTEZA-EL CUERPO-EL NOMBRE.

Cuando en el trabajo psicoanalítico con los pacientes aparece la certeza, o bien


como en las crónicas de los casos relatados de niños/as que piden cambio de
identidad de género por tener la certeza de que son mujeres en un cuerpo de varón o
viceversa, o la idea fija de un equívoco de la naturaleza que se equivocó en el sexo
dado, alertamos. La otra cara de la certeza, de la obstinación, de la idea inamovible,
es el negativismo psicótico.

En este sentido, la certeza no debiera conducir el proceso dando credibilidad a


lo que se obstina en afirmar. Si la certeza se torna consistente es porque hay un
proceso patológico, que no debiera confundirnos en cuanto a que la validación de la
auto-percepción dirija las acciones a seguir. La certeza no afirma al ser del sujeto en
dicha verdad. Es muestra de un falso self (Winnicott, 1960) que organiza al Yo de
manera rígida y defensiva. Nuestra hipótesis es que, sobre todo en el período etario
considerado (2 y medio/3 – 8/9), al sentir amenazada su integridad, el Yo se
construye una identidad falsa como una defensa, y se atrinchera bajo las diferencias
de género, marcando su territorio identitario.

“Hemos visto en algunos casos que el trastorno de género muestra


un modo mimético de adherencia a la identificación con el cuerpo
materno a partir de fallas en la organización de la representación de
sí mismo. Se trata en estos casos de una restitución identitaria
defensiva que adquiere carácter estructural en su valor ortopédico,

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en función de lo cual la adherencia del yo a la misma torna imposible
su desarticulación.” (Bleichmar, 2007, p.110).

También lo hemos visto en casos en que se juega una problemática de


diferenciación entre hermanos mellizos/gemelos, o cuando se inscriben dentro de
importantes conflictos parentales, genealógicos.8 Algo interfiere la capacidad de
pregunta y espera del niño y la familia, por la inconclusión del proceso. Puede que el
niño mismo no tolere la espera y exija la resolución inmediata de la identidad de
género con el cambio de nombre. Apresurar, salteando momentos de los procesos,
conlleva soluciones falsas, aun si fuere el niño mismo quien exige la resolución
inmediata del problema que vive. Abundan ejemplos en que los apuros, sean de los
niños/as-adolescentes o adultos, el “ya, ahora” demanda acciones y resoluciones
que, por mágicas, iatrogénicas9.

Cuando un niño desconoce o reniega de su nombre al decir: “No voy a


responder a mi nombre” como muestra del mencionado negativismo, cuando
desconoce o reniega de su identidad sexual en tanto fragmento de su realidad
corporal “hay un proceso en el cual el Yo produce un desconocimiento, una forclusión
local, es decir una negación absoluta e inconsciente a integrar en el yo una
representación que le es inaceptable” (Nasio, 2008 p.59). Inventarse un nombre es
autoengendramiento, neologismo, salirse de la cadena filiatoria (Kaës, 2010).

La certeza como proceso psíquico hay que tratarla relacionada con la


interrogación y la duda. Tal interrogación se nos muestra en casos en que el niño/a-
adolescente se pregunta y se angustia por cómo hacer para vivir con esta diferencia
que siente entre sexo e identidad de género (Bleichmar, S. 2007). Cómo hacer para
vivir en un cuerpo que no le gusta y con una identidad representada por el nombre, en
la que no se siente cómodo/a. Como plantean tanto S. Bleichmar (ob. cit.) como G.
Morel (2012), lo que domina en materia de identificación sexual es más bien la
pregunta. La pregunta es constitutiva de la sexualidad infantil. Si la investigación
sexual infantil (Freud, 1905) introduce al niño/a en los dilemas de la sexualidad, la
investigación histórica infantil (Grassi, 2010), lo introduce en la dimensión
genealógica. La duda, la interrogación abren a planteos sobre qué llevó a los padres
a elegir tal nombre, qué significa ser varón/mujer en el circuito desiderativo parental y
genealógico, qué querían tener nene/nena? preguntas sobre el origen del sujeto, del
placer, del deseo.

DERECHO DE ESPERA

Claro que hay que considerar el sufrimiento que conllevan estos procesos para
el niño y la familia, sufrimientos que pueden ubicarse en el orden de los trastornos o

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de los síntomas10, sufrimientos del niño/a adolescente, de la familia. El Psicoanálisis
dispone de una diversidad de dispositivos clínicos que pueden contener y acompañar
su elaboración. Hay que dar tratamiento a las distintas dimensiones que estos
sufrimientos conllevan, subjetivos, vinculares, grupales, familiares. Pensamos en
dispositivos que permitan un tránsito por las ambigüedades sexuales. Las
definiciones en ciertos casos van a llevar más tiempo que el exigido por los
consultantes, porque el proceso mismo es inacabado en la infancia. Más tiempo
también en el que un juez tiene que resolver sobre un cambio de identidad o el
Registro Civil otorgar un nuevo documento. No judicializar y respetar los derechos de
los niños/as adolescentes es un principio ético irrenunciable. Pero vaya nuestro
aporte desde el Psicoanálisis a la Salud Mental: promover períodos de espera en la
definición de género con una identidad en tránsito, acompañar estos procesos en
contextos terapéuticos e interdisciplinarios adecuados, que contengan las angustias
del niño y la familia. Propuesta que administrativamente puede acarrear dificultades
pero que también puede dejar réditos subjetivos, familiares y sociales muy favorables,
muchos más que las decisiones tomadas guiadas por exigencias que no tuvieron
ocasión de dimensionar todas sus consecuencias e instancias que intervienen en los
pedidos.

Es claro que nos estamos refiriendo (e insistimos en que importa la edad


porque se trata de chicos más chicos, aun no iniciada su pubertad) a casos que no
implican intervenciones quirúrgicas (por ahora)11 sino de cambios de identidad en el
Registro Civil. Pero sepamos que una vez que se toma una decisión y se pasa una
línea como el cambio de nombre, tiene efectos en el orden simbólico y es un acto que
constituye un antes y un después. No hay vuelta atrás.

Tenemos muy buenos ejemplos de la importancia que tienen los 18 años


como momento en la Ley de Adopción, en que un chico/a puede conocer su realidad
biológica y acceder a su expediente. También en lo que establece el Código Civil en
relación a la reciente promulgación de la Ley de Procreación Asistida al plantear que
a los 18 años el/la joven puede pedir conocer al donante, fundamentando por escrito
dicho pedido 12. En este sentido avanza algo más sobre la Ley de adopción ya que el
escrito implica un compromiso subjetivo puesto de manifiesto.

Por estas y otras razones desarrolladas en el presente trabajo, también


pensamos que los 18 años puede ser un momento más propicio para las definiciones
en la identidad de género. En tanto: ¿por qué no una identidad de género en tránsito?
Un proceso de identidad que se vaya constituyendo sin que sepamos de antemano
qué va a devenir en su resolución sin final anticipado? Tránsito que admita la
pregunta, ¿qué hacer con la identidad de género en discordancia con el cuerpo?
Nuestra propuesta de no apresurar, acompañando los procesos de una identidad de
género en tránsito, apuesta al derecho de una espera creativa.
Marzo 2014

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BIBLIOGRAFIA

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