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LA POLITICA BOLIVIANA UNA PANDEMIA

¿Qué es política?
R.- La política es una ciencia que se encarga del
estudio del poder político. Es un proceso
mediante el cual una comunidad de seres
humanos que comparten un territorio y problemas
comunes toman decisiones obligatorias para
mantener el orden público para solucionar los
problemas colectivos y para buscar el bien
común. La política en sí, se basa en resolver
problemas de un país o región mediante decisiones para alcanzar
ciertos objetivos.
¿Qué es Pandemia?
R.- Una pandemia es la afectación de una
enfermedad infecciosa de los humanos a lo
largo de un área geográficamente extensa, es
decir, que se extiende a muchos países o que
ataca a casi todos los individuos de una
localidad o región.

Haciendo referencia al título y las


definiciones dadas anteriormente
podemos interpretar el título como la
política en nuestro país durante todo
este tiempo durante la historia
empezó como una enfermedad que
poco a poco fue enraizando a una
pandemia en nuestra actualidad.
Desde este punto iremos recordando
algunos de los momentos más
fatídicos de la historia de nuestro
país, que enfermaron cada vez más
nuestro Estado.
PUNTO DE VISTA DE 1952 A 2002.
Pese a los 178 años de vida, Bolivia
todavía vive bajo el signo de la precariedad
estatal, anclado en el pasado y sin
proyecto plausible de futuro. Con una
geografía desarticulada, sin estructura
productiva básica, escindido étnica y
políticamente y sumergido en un dramático
cuadro de pobreza secular, actualmente
marcha al filo del colapso social sin
resolución pacífica aparente.

Durante mucho tiempo, la historia


política boliviana forjó el estigma de
un país crónicamente inestable,
dominado por caciques civiles y
militares enfrentados a luchas
provincianas y estimulados por la
codicia sin límite. Actualmente, sin
militares en el horizonte político, la
situación no parece ser mejor que
cuando estos dejaron el poder en
1982.

Ni la Revolución Nacional, inaugurada en 1952 y cancelada por un


golpe de estado militar en 1964por el General René Barrientos , logró
construir una sociedad estable. Por el contrario, su derrota produjo las
mayores turbulencias políticas capitalizadas por regímenes militares
débiles y fragmentados que, a salto de mata, permanecieron en el
poder durante casi dos décadas.
La transición del ciclo autoritario a un régimen democrático
representativo, iniciada en 1978 y clausurada en octubre de 1982,
expresó uno de los momentos de mayor conflicto en la historia política
boliviana del siglo XX. En menos de cuatro años, diez presidentes y
una Junta Militar ocuparon la silla presidencial en medio de dos
gobiernos provisorios civiles. Luego de casi siete años de gobierno
ininterrumpido, el Gral. Bánzer (1971-1978) inauguró el proceso de
redemocratización dando lugar a tres elecciones fallidas entre 1978 y
1980, y a dos de los golpes de Estado más sangrientos que conoció la
historia boliviana en el último siglo. Hasta octubre de 1982, fecha en
que se reinstaló la democracia, el país atravesó una traumática
experiencia de golpes militares, conspiraciones civiles y contragolpes
cívico-militares que colocaron al país al borde de una guerra civil.
GOLPE DE ESTADO O FRAUDE. –

Con la elección de Luis Arce como


nuevo presidente, hace cinco meses,
Bolivia parecía haber recuperado la
estabilidad política. El claro triunfo
electoral del exministro de Economía
de Evo Morales devolvió al país un
Gobierno legítimo tras la grave crisis
política desatada en noviembre
2019. Morales, uno de los líderes
más emblemáticos de la izquierda
latinoamericana, tuvo entonces que
dejar el poder tras 13 largos años y
marcharse incluso al exilio en
medio de fuertes protestas.
La legitimidad del Gobierno
interino de su sucesora, la
conservadora Jeanine Áñez,
fue sin embargo puesta en
entredicho desde el primer
momento, sobre todo por el
hecho de que los militares
habían presionado para conseguir la salida de Morales. Para muchos,
un golpe de Estado.

El debate sobre lo ocurrido había quedado más o menos aparcado


tras la victoria de Arce, ya que el electorado acababa de corregir las
cosas. También el nuevo presidente parecía dispuesto a mirar hacia
adelante. El conflicto, sin embargo, acababa de regresar a primer
plano después de que la Justicia boliviana ordenara hace unos días la
encarcelación preventiva de Áñez y dos de sus exministros. La
expresidenta interina es acusada de "conspiración, sedición y
terrorismo".

Hay varios indicios de que el


caso judicial contra Áñez
obedece sobre todo a un deseo
de revancha política. Durante el
año de mandato de la
exsenadora fueron perseguidos
varios líderes del Movimiento al
Socialismo (MAS) de Morales.
Más adelante, la Fiscalía
presentó además graves
imputaciones contra Evo
Morales, entonces en el exilio en Argentina, por cargos similares a los
que ahora enfrenta Áñez: por terrorismo. Todos estos
precedentes – entre ellos también el hecho de que las acusaciones
contra Morales fueran desestimadas poco después de que Arce
asumiera el poder en noviembre de 2020 – sugieren que la Justicia
boliviana carece de verdadera independencia. Y que esta navega, más
bien, según sopla el viento en las altas esferas del poder, sea del
bando que sea.
Otro factor decisivo para el
arresto de Áñez son
probablemente los intereses
personales de Evo Morales tras
su regreso de Argentina. Para
el expresidente, el caso está
vinculado también con su
legado y con la forma en que
será recordado el final de su
presidencia. Por ese lugar en la
historia compiten ahora dos
interpretaciones antagónicas:
¿intentó Evo Morales aferrarse
al poder con un fraude electoral en 2019? ¿O fue el primer presidente
indígena de Bolivia, por el contrario, víctima de un golpe de Estado
impulsado por una derecha que no había conseguido derrotarlo nunca
en las urnas?

Evo Morales pasará de por sí a la historia como uno de los líderes más
trascendentales de Bolivia. El exsindicalista le dio estabilidad política a
su país tras asumir el poder en 2006 y, gracias al "boom" de los
hidrocarburos, fue el artífice de un sólido crecimiento económico e
importantes logros sociales. Pese a ello y a su alta popularidad,
Morales perdió en 2016 un referéndum con el que intentaba
asegurarse un cuarto mandato consecutivo, en medio de crecientes
críticas por una deriva autoritaria. El Tribunal Constitucional,
controlado por sus aliados, le abrió sin embargo en 2017 la puerta a la
nueva candidatura.

Esos precedentes restaron de


antemano credibilidad a las
elecciones de 2019. La propia
jornada electoral se vio luego
empañada por serias
acusaciones de fraude, sobre
todo después de que las
autoridades detuvieron durante
varias horas la transmisión del
conteo rápido. Morales se declaró ganador en primera vuelta, pero
dimitió tras semanas de protestas y la intervención de los militares.

¿Qué fue entonces, un "fraude" o un "golpe de Estado"? La verdad


parece ser demasiado compleja para reducirla a esa dicotomía. La
Organización de Estados Americanos habló en un informe de
irregularidades, aunque no llegó a calificar lo ocurrido como fraude.
Más claro, en cambio, parece ser el hecho de que muchos de sus
compatriotas no estaban dispuestos a ver a Evo Morales como un
presidente legítimo, debido en gran parte a las maniobras que
condujeron a su reelección.

Y aquellos que claman ahora a voces "golpe", por otro lado, parecen
no querer ver justamente cuál fue ese papel de Evo Morales en la
crisis política. Más allá de eso, varias circunstancias sugieren que el
ascenso al poder de Áñez se debió más al caos político que a una
conspiración planeada mucho antes para tumbar al Gobierno. El
hecho de que Áñez aprovechara las circunstancias para desatar luego
una persecución política no convierte todo en un golpe orquestado de
antemano. El relato del "golpe", sin matices ni claroscuros, sigue sin
describir bien el conflicto de 2019.

La elección de Luis Arce era la gran


oportunidad de dejar atrás ese
conflicto. Su victoria contundente,
con más del 55 por ciento de los
votos en primera vuelta, le otorgaba
la legitimidad de la que carecía
Morales en 2019. El mensaje del
electorado parecía claro: la mayoría
de los bolivianos sigue creyendo en
la política de izquierda del MAS,
pero no quiere a un Evo Morales
aferrado al poder.

Bolivia, sin embargo, parece volver a la polarización política, a la


disputa más intransigente, en momentos en los que el país afronta la
pandemia y una grave crisis económica. Esas no son noticias
alentadoras.

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