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Viaje al corazón de la Tierra.

Existe un mundo tan peligroso e inaccesible que nadie jamás se ha aventurado a explorarlo. No está en el
espacio, no está en la Tierra, sino mucho más adentro. Creemos que caminamos sobre terreno sólido, pero
atrévanse a viajar al interior de nuestro planeta y descubriremos otro mundo. Uno habitado por extrañas
criaturas que sólo subsisten bajo tierra. Verán el oro formarse ante sus ojos. Sentirán temperaturas de hasta
1.200 grados en el interior de los volcanes. Descubrirán diamantes enterrados a 240 km bajo la superficie y,
además, tornados gigantes de hierro líquido. Hasta lo más de 6.000 km de profundidad donde se encuentra el
mismísimo centro de la Tierra. Atrévanse a llegar hasta el corazón latente de nuestro planeta.

Nuestro planeta puede destruirnos. Fuerzas inmensas atrapadas bajo la superficie que podrían explotar en
cualquier momento y desencadenar el peor de los infiernos. Bajo nuestros pies yace nuestro mayor enemigo.
Que es también nuestro más firme aliado. La civilización se construye con materiales extraídos del interior
de la Tierra. Su historia es nuestra historia. Esta mina de carbón en el centro de América es nuestra entrada.
15 metros, 45 metros, 70 m bajo los campos de maíz de Illinois, la luz, la vida, todo lo que nos resulta
familiar y seguro queda tras nosotros. Por delante la oscuridad, el peligro y lo desconocido. Esta no es una
mina de carbón cualquiera, sus techos custodian hojas y plantas fosilizadas desde tiempos inmemoriales.
Esto fue una vez un bosque. Ahora es roca sólida enterrada bajo la superficie de carbón. Para comprender lo
que ocurrió aquí es necesario retroceder en el tiempo.

Hasta hace 300 millones de años, cuando esto era una densa y húmeda selva, árboles gigantes se elevaban 30
metros desde su base. Pero un terremoto hundió el nivel del suelo. Y convirtió la selva en un lago. El fango
terminó cubriendo los árboles como el ámbar cubre a las moscas. Durante millones de años el fango fue
tornándose en piedra. El peso de la piedra prensó la selva como las flores entre las hojas de un libro, y
absorbió toda el agua y el hidrógeno. El calor del núcleo y el producido por el propio material en
descomposición coció la vegetación. Y esto fue el resultado: carbón. Durante cientos de millones de años el
calor y la presión transformaron esta selva en un fósil colosal compuesto íntegramente por carbón. La selva
fosilizada se encuentra a 70 metros bajo tierra. Miles de kilómetros de roca sólida de trillones de toneladas
de peso descansan por debajo. Para llegar al núcleo tendremos que abrirnos camino a través de la corteza
terrestre. A través de los kilómetros de roca compacta que envuelven nuestro planeta. 5 km en su parte más
delgada, 7 en la más gruesa. La mayor parte de la corteza es sólida, pero no toda. Casi 240 metros bajo del
desierto de Nuevo Méjico. Un túnel natural. Hay algo ahí abajo. Murciélagos, cientos de miles de ellos. Y
algo más, fantasmagóricos insectos albinos que viven en permanente oscuridad. Sin luz para ver ni para ser
vistos, no necesitan ojos. A falta de sol sobra el camuflaje. Especies enteras que no existen en ningún otro
sitio de la Tierra más que en esta cueva. Somos invasores en un mundo extraño. Pero aún podemos dar la
vuelta. Sin embargo, al doblar el siguiente recodo una cámara, tan amplia que cabrían un portaaviones y le
sobraría espacio. Estamos en las Cavernas de Carlsbad en nuevo Méjico. La cámara tiene casi 25 pisos de
altura y más de 500 metros de ancho. Uno podría pensar que se encuentra a millones de kilómetros de la
Tierra de no ser por este fósil incrustado en la pared, un molusco. Lo que significa que estas cuevas, a 240
metros bajo las montañas, y a cientos de kilómetros del mar más cercano fueron en su momento un océano.
Hace 280 millones de años, en este mismo punto donde hoy se encuentran las Cavernas de Carlsbad el fósil
era un nautilus de los que nadaban plácidamente en este cálido océano tropical. El nautilus y cientos de
criaturas como él murieron. Durante millones de años sus esqueletos se fueron llenando de fango y su
concha, rica en calcita, se convirtió en piedra, piedra caliza. Este nautilus pasó a ser un fósil, uno entre
millones. El conjunto de todos ellos formó una capa de piedra caliza de más de 600 metros de espesor y
cientos de kilómetros de longitud. El océano que la cubría fue bajando de nivel hasta evaporarse. El nautilus

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quedó enterrado. La lluvia fue filtrándose desde la superficie y mezclándose con el agua salobre del suelo
cargada de sulfuro de hidrógeno para tornarse ácida y acabar horadando la caliza.

A lo largo de millones de años el agua fue abriendo vías y creando una red de túneles y de enormes
cavernas. Dentro de las cuevas el agua se evaporó y formó diminutos cristales de calcita. Gota a gota la
calcita fue acumulándose y creciendo desde el techo en forma de estalactitas y desde el suelo en forma de
estalagmitas. Ahora lo sabemos, este paisaje está compuesto de criaturas marinas muertas hace muchísimo
tiempo. Machacadas, disueltas y movilizadas para formar columnas gigantes que se originan cuando las
estalactitas del techo se juntan con las estalagmitas del suelo. Y frágiles estalactitas como pajitas de plástico.
Estos tubos huecos de calcita pueden tardar cientos de años o más en crecer sólo 2 cm y medio. Podríamos
quedarnos aquí para siempre cautivados por la belleza de la caverna, pero tenemos que seguir nuestro
camino hacia el interior del núcleo.

Estamos a 300 metros de profundidad en la corteza terrestre, bajo la zona sur de California. La roca está
machacada en pedazos aquí hay restos por todas partes, si los apartamos descubrimos el porqué. Estamos en
el interior de una frontera entre placas, donde se encuentran dos planchas gigantes de la corteza terrestre. La
frontera recorre cientos de kilómetros, es la falla de San Andrés. Parece en calma, demasiado en calma, pero
si pudiéramos ver lo que sucede a cámara rápida la sensación sería otra muy distinta. Propulsadas por el
calor que emana de las profundidades del plantea, las placas que conforman la corteza terrestre se
encuentran en lento pero constante movimiento. A la izquierda, la placa norteamericana se mueve hacia el
sudeste a una velocidad de 2´5 cm al año. A la derecha, la placa pacífica se mueve hacia el noroeste a la
misma velocidad. Pero el movimiento no es suave, las placas se atraen en su avance a lo largo de la falla. Si
lo observamos a cámara lenta vemos los salientes de las rocas chocarse unos con otros. Ante la
imposibilidad de moverse la roca va deformándose con el paso de los siglos. La presión aumenta. Por algún
sitio tiene que liberarse. Un terremoto. Ondas de energía que salen despedidas hacia afuera. Y nos empujan a
lo largo de cientos de kilómetros de roca sólida a una velocidad de hasta 12.800 km/h. hasta que llegamos de
nuevo a la superficie. Esto es el sur de California, resquebrajándose a cámara superlenta. Un terremoto es un
recordatorio de las violentas fuerzas ocultas bajo la superficie. Pero volvemos a sumergirnos. 60 metros, 180
metros, 275 metros. Esto es lo más parecido a viajar a otro planeta, pero estamos a menos de un kilómetro
dentro del nuestro propio. Una cueva llena de cristales gigantes, 300 metros bajo el desierto de Chihuahua,
Méjico. Algunos cristales son tan grandes como un autobús y casi todos tan delicados como una uña y tan
afilados como cuchillas. La cueva es sobrecogedora, pero letal. A 50ºC y 100% de humedad el sudor no se
evapora, así que, el cuerpo no puede aliviarse del calor. La humedad del aire se acumula en los pulmones y
las células se sobrecalientan. En 20 minutos incluso con trajes de hielo y respirador, estaríamos asfixiados.

Hace 20 millones de años la cueva estaba llena de agua y hacía muchísimo calor, en torno a 500ºC debido a
la roca líquida incandescente que asciende desde las profundidades de la Tierra. Con el tiempo la roca se
enfrió y la temperatura del agua descendió, así hasta hace 250.000 años que alcanzó los 58ºC, la temperatura
necesaria para desencadenar una reacción química. Las partículas de yeso disueltas en el agua se
consolidaron hasta formar una especie de bosque de cristal. En la superficie nuestros ancestros daban sus
primeros pasos en África. Las glaciaciones llegaron y se fueron. Las civilizaciones surgieron y
desaparecieron. Y mientras estos cristales fueron formándose tranquila e ininterrumpidamente. Un cuarto de
millón de años después unos mineros en busca de plata drenaron la cueva y la abrieron, para descubrir una
de las maravillas más impresionantes del mundo.

365 metros de profundidad, 460 metros, seguimos internándonos en la corteza. Capa tras capa de roca. Cada
una con una historia propia que contar. El mármol compuesto de antiguas criaturas marinas sometidas a

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calor, a presión y a más calor. Estas capas son las páginas de la historia de nuestro planeta, hechas de polvo,
fango y vegetación, incluso de vida animal que fueron escribiéndose a lo largo de millones de años.

La piedra caliza, los restos concentrados de un desierto olvidado hace mucho tiempo. Según el material era
arrastrado por el viento y el agua, una nueva capa iba formándose en su lugar. Una capa enterraba a otra
capa y a otra, sumando su peso a la de la anterior para comprimir la materia que quedaba debajo hasta
convertirla en roca.

El basalto, una vez un majestuoso volcán reducido ahora a arena por efecto del viento y la lluvia.

Esta capa no es como las otras, es más delgada y parece infinita. Contiene un elemento llamado iridio. El
iridio es un material escaso en la Tierra pero muy abundante en el espacio. A casi 600 metros de
profundidad en la corteza terrestre yace una capa de roca espacial. A 550 metros bajo Denver, (Colorado),
hemos descubierto una capa de roca extraterrestre. Hubo un tiempo en que esta roca revestía la superficie de
la Tierra, lo que significa que Denver estaba cubierto de roca espacial. Suena a ciencia ficción, pero la
realidad es aún más extraña. Un asteroide más grande que una ciudad, hace 65 millones de años, se estrelló
contra la Tierra, por entonces un planeta dominado por los dinosaurios, donde el Tiranosaurio Rex
gobernaba incontestable. Pesaba como un elefante y poseía una mandíbula de un metro de longitud diseñada
para dotarle de máxima capacidad para quebrar huesos, además, no tenía depredador, nada podía arrebatar el
trono a este reptil. Pero a 2.400 km al sur una tormenta se estaba gestando. El asteroide chocó contra la costa
de Yucatán, en Méjico. Libero la energía de 100 millones de bombas atómicas. En el momento del impacto
las temperaturas alcanzaron los 20.000ºC, calor suficiente como para evaporar la corteza terrestre, a todo ser
viviente en un radio de 500 km y al propio asteroide. El impacto lo envolvió todo en una ascendente
columna de humo. La columna no pudo escapar a la gravedad terrestre y terminó esparciéndose por todo el
planeta. Una catástrofe local se convirtió en una tragedia a escala planetaria. En toda Norteamérica el día de
tornó noche durante meses. La luz solar desapareció, las plantas perecieron, los animales vegetarianos
murieron de inanición y a ellos les siguieron los carnívoros. Los dinosaurios, sin duda los animales más
grandes del planeta y la especie más próspera, desaparecieron.

Esta fina capa de roca situada a 550 metros de profundidad es una asesina prehistórica. Hace 65 millones de
años aniquiló a los dinosaurios y al 75 % de los seres vivos.

Esto es un viaje por nuestro pasado. Un grupo de rocas rojas cubiertas de óxido. ¿Cómo han podido llegar millones de
toneladas de rocas a 600 m? Hace 3500 m.a aquí hubo un mar de agua someras que albergó una de las primeras
formas de vida de la Tierra, colonias de materias vivientes llamadas estromatolitos. Estas bacterias transformaron la
luz solar en alimento y, en el proceso, liberaron un gas que era el oxígeno. El oxígeno transformó la vida en la Tierra,
hizo la atmósfera respirable y convirtió los restos de hierro de los océanos en herrumbre que fue depositándose en el
fondo oceánico, formando capas de roca ricas en hierro. Son las rocas que hoy empleamos para fabricar coches,
puentes o rascacielos. Es la capa de roca sobre la que se sostiene nuestra civilización.

A casi 2 km de profundidad, se encuentra un pozo de mina activo. Estamos a 3,9 km por debajo de Sudáfrica, en el
interior de la mina más profunda del mundo ya que nadie se ha aventurado a ir más allá de este punto. El intenso calor
hace imposible continuar bajando. La cara de la roca está a unos 60º, suficiente para abrasarnos la piel de los dedos. El
peso de los casi 4 km de roca sólida que quedan por encima supone un riesgo permanente de derrumbe.

A simple vista, la roca pasa desapercibida pero esconde algo realmente espectacular. Hace 2800 m.a, el agua caliente
atrapada en el interior de la Tierra desde la fase de formación del planeta agrietó la roca. El agua liberó múltiples
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partículas minerales microscópicas que formaron una beta de cuarzo y en ella, oro. Esto es alquimia en estado puro. El
oro ha fascinado a los humanos durante milenios, un material que no se deteriora ni pierde color ni se deshace. Es
extremadamente maleable, una sola onza de oro puede extenderse hasta convertirse en una lámina de 90 m cuadrados.
Y, sobre todo, es precioso. Cada grano de oro (también el de los anillos de su boda) se originaron hace miles de
millones de años, muy lejos de la tierra, en una estrella que explotó, una supernova cuya intensidad convirtió los
átomos en oro. Las partículas microscópicas de oro quedaron esparcidas por el espacio, se mezclaron con la roca y el
polvo y juntos crearon nuestro planeta. Ese oro es el que hoy se extrae a casi 4 km de profundidad.

En esta mina la mayor parte del oro está disperso por las rocas. Hace falta una tonelada de roca para extraer una
cantidad de oro inferior a un terrón de azúcar. Pero en estas grietas se esconde algo más, unos misteriosos y diminutos
microorganismos. Son microbios, una de las formas de vida más profundas descubiertas hasta el momento. Sin sol, ni
oxígeno ni nutrientes a estos microbios solo les queda la roca para alimentarse y no son los únicos. Existen unos
gusanos llamados gusanos del demonio que son los animales que habitan a mayor profundidad en el mundo. Su
descubrimiento es muy reciente. Un mundo de criaturas más grandes y más complejas de lo que jamás habríamos
imaginado.

Posiblemente, la mitad de los seres vivos habitan en el interior de la corteza terrestre. A 3,9 km por debajo de la
superficie, la corteza es una cueva de Aladino llena de tesoros y una sorpresa. Durante cientos de miles de años, las
partículas minerales microscópicas fueron acumulándose hasta que un día, de un proceso turbulento y aleatorio,
comenzó a surgir el orden. Un átomo de silicio se dividió en 4 de oxígeno y así sucesivamente hasta formar un marco
completo de prismas de seis caras cuyo resultado fue el cuarzo (uno de los minerales más abundantes de la Tierra).
Desde la arena de la playa hasta los cristales de las ventanas todo está compuesto de cuarzo. Las impurezas del hierro
dan al cuarzo ese color púrpura, estamos ante las amatistas, los zafiros, los rubíes, las esmeraldas. Son necesarios
muchos millones de años de lluvias, viento, movimientos de placas tectónicas para hacerlos emerger a la superficie y
por cada gema que encontramos arriba hay toneladas escondidas abajo que jamás llegaremos a descubrir.

Estamos a casi 4 km de profundidad y seguimos para adentrarnos donde nunca nadie ha estado. 4 km en el interior de
la corteza terrestre bajo el golfo de México. A nuestro alrededor una capa de roca de cientos de km de longitud y más
de 1,5 km de espesor. Es sal, millones y millones de toneladas de sal que la utilizamos en nuestra vida para todo. De
hecho sin sal moriríamos. Pero ¿cómo han venido a parar aquí estos trillones de toneladas de sal?. Hace 16 m.a, una
amplia cuenca se extendía entre Texas y el Yucatán que estaba por debajo del nivel del mar como el valle de la muerte
y hacía mucho calor. Arroyos salados manaban de la cuenca pero con el intenso calor, el agua se evaporaba
rápidamente y así, fue formándose esa corteza de sal. Durante más de 2 millones de años la capa fue aumentando su
grosor hasta volver a donde empezamos, una capa de sal de más de 1 km de espesor y enterrada a 4 km del fondo
oceánico del golfo de México.

A 5, 5 km de profundidad comienza una capa de roca caliza porosa y un líquido negro que es petróleo. Este es el
mayor tesoro que el mundo subterráneo nos ofrece. Nuestra vida depende del petróleo más que de ninguna otra
sustancia geológica.

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5 millones de años después de que la placa de sal se formara, hubo aquí un mar prehistórico que fue el hogar de
trillones y trillones de plantas y bacterias microscópicas: el plancton. Son las criaturas más microscópicas de los
océanos y alimentándose de ellas tenemos a las más grandes. Leedsichthys un monstruo de 25m de longitud y es el
pez más grande que ha pisado la Tierra. Lo que al plancton le falta en tamaño, lo compensa en número.

Los mares poco profundos y bañados con luz solar y plagados de nutrientes que reunían las condiciones perfectas para
la proliferación del plancton. El plancton muerto, formó una gruesa capa de materia orgánica en constante renovación
sobre el lecho oceánico. Poco a poco, el fango, el limo y la arena, se acumularon sobre el plancton muerto
comprimiéndolo y calentándolo hasta convertirlo en una roca llamada esquisto bituminoso. El esquisto siguió
calentándose durante millones de años hasta que el plancton se licúa. Este líquido abunda en hidrogeno y carbono, los
hidrocarburos contienen más energía que cualquier otra sustancia conocida. Es lo que conocemos como petróleo
crudo, un combustible fósil. Como una esponja, la piedra caliza porosa se inundó de petróleo. La capa de sal que lo
cubría, selló el petróleo a la caliza y allí se quedó, atrapado hasta que alguien dio con la forma de llegar a él a más de 3
km de profundidad, en el Golfo de México. Todo el petróleo del mundo, desde esta reserva a los nacimientos de
Siberia y Oriente Medio se formó así. El petróleo ha sufrido un gran recorrido desde el plancton prehistórico hasta la
gasolina de nuestros coches. 5,5 km recorridos de nuestro viaje de 6.400 km hacia el corazón de la Tierra. A medida
que recorremos la corteza terrestre, constatamos que su historia es nuestra historia: petróleo, carbón, hierro, sal, oro.
Su existencia revela la deuda que la civilización en la superficie terrestre mantiene con el mundo que se esconde bajo
ella.

Estamos muy por debajo del fondo oceánico del Pacífico, en interior de una capa de corteza que se extiende desde la
costa oeste americana hasta Asia y Australia. Una capa compuesta de roca densa y uniforme pero hay un intruso que
es la roca líquida incandescente a 6,4 km de la corteza terrestre bajo el océano Pacífico. El calor del interior de la
Tierra eleva el magma y lo empuja a través de la corteza hacia el océano. A medida que la roca fundida se enfría, va
creando una inmensa capa montañosa subacuática. Esta es la Tierra más joven del planeta, estamos presenciando el
nacimiento de la nueva corteza pero la Tierra no crece, ¿qué le ocurre a la corteza vieja? Solo lo podemos averiguar
siguiéndola. Desplazándose hacia el oeste unos 10 cm al año. A esta velocidad tendríamos que emplear 170 millones
de años en seguir el curso de la corteza por el Pacífico. Avanzando rápido el tiempo, siguiendo la corteza oceánica del
Pacífico de América hasta Asia, la corteza parece desliazarse hacia una especie de abismo. No puede ser otra cosa que
la mítica Fosa de las Marianas, el punto más profundo de la superficie de la Tierra. estamos en el borde de la fosa, a 5
km bajo la superficie del océano, muy por debajo del alcance de los rayos solares.

Un rape, como las luciérnagas genera su propia luz encendiéndola y apagándola para atraer a sus presas.

A 8 km de profundidad, por fin hemos alcanzado el fondo oceánico pero una sección de la fosa desciende aún más. 11
km bajo el nivel del mar, el punto más profundo de la superficie del planeta llamado el abismo challenger, más
profundo que la altura del Everest. La presion aquí es mil veces superior a la del nivel del mar, extraería todo el
oxigeno de nuestro cuerpo hasta dejarnos aplastados. La fosa es además, donde la placa pacifica se encuentra con la
placa de las filipinas. La placa pacifica está llena de agua. Su roca comprimida durante millones de años bajo el peso
del océano. Es tan densa, que si aceleramos la velocidad vemos como se sumerge bajo la placa de las Filipinas. Esto es

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lo que le ocurre a la corteza vieja. Aquí, a 11 km bajo el océano Pacífico, la Tierra se traga la corteza vieja. Nuestro
planeta se devora literalmente a sí mismo.

Volvemos al interior. Si la roca que nos rodea fuese transparente, podríamos ver que estamos envueltos en roca
fundida que se eleva continuamente a la superficie. La roca fundida es menos densa que la sólida, asique asciende con
el calor y sigue ascendiendo. Esto es lo más parecido a un infierno en la Tierra. estamos en el interior de una inmensa
cámara llena de millones de litros de roca incandescente. La presión es insoportable, empuja los gases hacia fuera y el
magma hacia arriba a gran velocidad hasta que la corteza cede y se rompe en forma de erupción volcánica, fuerzas
capaces de fundir roca sólida y de calentarla a más de 1000 grados. Bombas incontroladas de lava que se elevan miles
de metros hacia el cielo y empujan la ceniza y la roca. Todo el que se interponga en su camino acabará con los
pulmones llenos de ceniza, abrasados y asfixiados. Los gases tóxicos y el polvo nos levantarían la piel. El mundo
subterráneo tiene la capacidad de expulsar toneladas de roca a lo más alto hasta la atmosfera, creando así una lluvia
ácida que oculta el Sol durante meses, años incluso. Eso es el efecto de un solo volcán. En la tierra hay unos 600
volcanes en activo donde ¾ partes de ellos se sitúan en el anillo de fuego, alrededor del Pacífico. Estos volcanes
marcan la línea en la que la placa pacifica se hunde bajo la placa continental. Desde aquí, podemos ver cómo está
conectado todo: las placas, la falla de San Andrés, la dorsal oceánica, los terremotos, los volcanes. Todo forma parte
del ciclo de destrucción y renovación que hace dinámico nuestro planeta. Pero hay otro grupo de volcanes que no
encaja en todo esto. A miles de km del anillo de fuego, en mitad del océano Pacífico se levanta el archipiélago de
Hawái muy lejos de la grieta de la corteza terrestre más cercana.

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