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Nueve días a san José con Pablo VI

Acto de contrición
Señor mío, Jesucristo, Dios y hombre verdadero, por ser tú quién eres, bondad infinita, y
porque te amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberte ofendido.
Ayudado de tu gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la
penitencia que me fuere impuesta. Amén.

Reflexión para cada día

Después de la reflexión
Padre nuestro, Ave María, Gloria.
V. Señor san José, dignísimo esposo de María y padre virginal de Jesús.
R. Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
V. Gloria a la Trinidad del cielo, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
R. Honra a la trinidad de la tierra, Jesús, María y José.
V. En la postrera agonía, cuando mi muerte llegare,
R. Tu patrocinio me ampare, el de Jesús y María.

Oración final a san José, patrono de la Iglesia (Pablo VI, 1 de mayo de 1969)
Oh Patrono de la Iglesia,
tú que al lado del Verbo hecho hombre, trabajaste cada día para ganar el pan necesario y
de él sacabas la fuerza para vivir y trabajar;
tú que has experimentado el ansia del mañana, las amarguras de la pobreza, la inseguridad
del trabajo;
tú que irradiaste el ejemplo de tu figura humilde delante de los hombres y grandísima ante
Dios,
mira a la inmensa familia que te ha sido entregada; bendice a la Iglesia alentándola siempre
más en el camino de la fidelidad evangélica; protege a nuestros trabajadores en su
esfuerzo de cada día, protégelos de la falta de aliento, de la rebelión; ruega por los
pobres que viven la pobreza de Jesús en la tierra, promoviendo en sus hermanos
que más tienen nuevos modos de proveerles; custodia la paz del mundo, la paz que
sola puede garantizar el desarrollo de los pueblos y el cumplimiento de las
esperanzas de la humanidad, para el bien de los hombres, la misión de la Iglesia y la
gloria de la Santísima Trinidad. Amén.
Día 1. Jesús eligió a José. (19 de marzo de 1965)
Jesús eligió a José. Nos preguntamos, ¿por qué Cristo, que tenía la libertad para elegir, y
además, tenía lo posibilidad de crearse un pedestal de grandeza, nobleza, poder y esplendor
para dominar el mundo y así predicar y salvar a la humanidad, ha querido más bien, como
ejemplo y como modelo agradable a él, un santo tan pequeño y tan humilde?
El Señor descendió a la última grada de la escala social. Cómo se sienten felices los humildes,
los pobres, los pecadores, los desheredados; aquellos que tiene plena conciencia de la
miseria humana – y deberíamos ser todos-; como resultado de haber sido incorporados a
Cristo por un custodio y un patrocinador como es san José.
Él, con su humildad, -que parece una invitación dirigida a nosotros en las expresiones:
vengan, porque los llamo a todos; vengan, que el Señor los espera-, documenta, con su vida
entera, el grito, que deberíamos siempre escuchar como uno de los más fuertes y expresivos
del santo Evangelio, y que resume la ternura amorosa de Cristo por nosotros: Vengan a mí
todos los que se sienten fatigados y sobrecargados, y yo los aliviaré.

Día 2. El secreto de la grandeza de José. (19 de marzo de 1966)


Éste es el secreto de la grandeza de san José, que concuerda con su humildad: haber hecho
de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio de la encarnación y a la misión redentora
que le va unida; haber usado de la autoridad legal, que a él le correspondía sobre la Sagrada
Familia, para hacerle el don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo; haber convertido
su vocación humana al amor doméstico en una oblación sobrenatural de sí mismo, de su
corazón y de todas sus capacidades, en el amor puesto al servicio del Mesías germinado en
su casa, su hijo nominal e hijo de David, pero, en realidad, hijo de María e hijo de Dios. Servir
a Cristo fue su vida, servirlo en la humildad más profunda, en la dedicación más completa,
servirlo con amor y por amor.

Día 3. José, protector de Cristo y de la Iglesia (19 de marzo de 1968)


José nos enseña no sólo la fidelidad al proyecto de la vida, fijado por Dios para orientar
nuestros pasos, sino que es todavía más un gran protector de nosotros. Aquí entramos en
el místico campo del Reino de Dios. José fue el custodio, el ecónomo, el educador, el jefe
de la Familia en la cual el hijo de Dios quiso vivir sobre la tierra. Fue, en una palabra, el
protector de Jesús. Y la Iglesia, en su sabiduría, ha concluido: si José fue el protector del
cuerpo, de la vida física e histórica de Cristo, en el cielo José será ciertamente el protector
del Cuerpo místico de Cristo, es decir, de la Iglesia.
Acerquémonos también nosotros, con devoción filial, como gente de casa, a la puerta del
humilde taller de Nazaret y cada uno pida a José: dame una mano, sostenme, protégeme
también a mí. No hay una vida que no sea asediada por tantos peligros, tentaciones,
debilidades, faltas. José, silencioso y bueno, fiel y humilde, fuerte e invicto, nos enseña
cómo debemos actuar; y ciertamente él nos brinda su ayuda con bondad.

Día 4. José, el hombre justo (19 de marzo de 1969)


San José, el evangelio lo define “justo”; alabanza más densa de virtud y alta por sus méritos
no podría ser atribuida a un hombre de humilde condición social y evidentemente ajeno a
la realización de grandes proezas.
Un hombre pobre, honesto, trabajador, tal vez tímido, pero que tiene una profunda vida
interior, de la cual le vienen órdenes y consuelos singularísimos, y de la cual derivan para él
la lógica y la fuerza, propias de las almas sencillas y limpias, para las grandes decisiones,
como aquella de poner inmediatamente a la disposición de los designios divinos su libertad,
su legítima vocación humana, su felicidad conyugal, aceptando de la familia la condición, la
responsabilidad y el peso, y renunciando, por un incomparable y virginal amor, al amor
conyugal natural que la constituye y alimenta, para ofrecer así, con el sacrificio total, la
entera existencia a las imponderables exigencias de la sorprendente venida del Mesías, al
cual él pondrá el nombre por siempre santísimo de Jesús, y él lo reconocerá fruto del
Espíritu Santo, y sólo para los efectos jurídicos y domésticos, su hijo.

Día 5. José, el hombre humilde destinado a grandes destinos. (19 de marzo de 1969)
San José, un hombre “comprometido”, como se dice ahora, con María, la elegida entre
todas las mujeres de la tierra y de la historia, siempre su virgen esposa, no físicamente su
mujer, y con Jesús, en virtud de la descendencia legal, no natural, su prole. Para él los pesos,
las responsabilidades, los riesgos, los afanes de la pequeña y singular Sagrada Familia. Para
él el servicio, el trabajo, el sacrificio, en la penumbra del cuadro evangélico, en el cual nos
gusta contemplarlo, es cierto, no en vano, ahora que todos sabemos llamarlo feliz, beato.
San José es el tipo del Evangelio que Jesús, dejado el pequeño taller de Nazaret, e iniciada
su misión de profeta y maestro, anunciará como programa para la redención de la
humanidad; san José es el modelo de los humildes que el cristianismo eleva a grandes
destinos; san José es la prueba que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se
necesitan “grandes cosas”, sino que se requieren sólo virtudes comunes, humanas, simples,
pero verdaderas y auténticas.

Día 6. José, pobre y trabajador. (19 de marzo de 1969)


Nosotros repensaremos, con san José pobre y trabajador, y él mismo ocupado en ganar
alguna cosa para vivir, cómo los bienes económicos son también dignos de nuestro interés
cristiano, con la condición que no sean fines en sí mismos, sino bienes para sustentar la vida
dirigida a otros bienes superiores; con la condición que los bienes económicos no sean
objeto de avaro egoísmo, sino medios y fuentes de abundante caridad; con la condición,
entonces, que ellos no sean utilizados para exonerarse del peso del trabajo personal o para
autorizarnos a un fácil y comodino disfrute de los así llamados placeres de la vida, sino que
sean empleados para el honesto y gran interés del bien común.
La pobreza laboriosa y digna de este santo evangélico, puede ser para nosotros hoy una
óptima guía para seguir en nuestro mundo moderno el sendero de los pasos de Cristo, y al
mismo tiempo elocuente maestra de positivo y honesto bienestar, para no perder aquel
sendero en el complicado y vertiginoso mundo económico, sin desviarse a un lado en la
conquista ambiciosa y tentadora de la riqueza temporal y tampoco al otro en el empleo
ideológico e instrumental de la pobreza como fuerza de odio social y de sistemática
subversión.

Día 7. Invocar e imitar a san José. (19 de marzo de 1970)


San José, protección que invocar. La misión que él realizó en el Evangelio, a favor de María
y de Jesús en el cuadro histórico de la encarnación, una misión de protección, de defensa,
de custodia, de sostenimiento, debemos esperar e implorar que el humilde y gran santo la
quiera continuar a favor de la Iglesia, que es cuerpo místico de Cristo, es Cristo que vive en
la humanidad y continúa en la historia la obra de la redención. Como en el evangelio de la
infancia del Señor, la Iglesia tiene necesidad de defensa y de ser conservada en la escuela
de Nazaret, pobre, trabajadora, pero viva y siempre consciente y fuerte para su vocación
mesiánica. Tiene necesidad de protección para ser intacto y para obrar en el mundo; y hoy
se ve qué grande es esta necesidad; por tanto invocaremos el patrocinio de san José para
la Iglesia atribulada, amenazada, sospechada, rechazada.
Pero no basta invocar: debemos imitar. El hecho de que Cristo haya querido ser protegido
por un simple artesano, en el humilde nido de la vida familiar, nos enseña que a cada uno
Cristo lo puede proteger en el reino de las paredes domésticas y en el mundo del trabajo; y
nos persuade que todos debemos defender y afirmar el nombre cristiano en nuestra casa y
en el ejercicio de nuestro trabajo. La misión de san José se convierte en la nuestra: custodiar
y hacer crecer a Cristo en nosotros y en torno a nosotros.

Día 8. Jesús y María tuvieron necesidad de José. (19 de marzo de 1971)


Honramos e invocamos a san José, el humilde obrero, el esposo de María Virgen y padre
legal de Jesús, que dio a Cristo, Hijo de Dios, el estado civil terreno; le dio la familia, la patria,
la herencia histórica de la estirpe de David, la habitación, el pan, el lenguaje, la educación
del pueblo, el servicio de la autoridad doméstica, el trabajo y la profesión, la clase social de
artesano y especialmente, la defensa, la custodia, la protección durante su infancia
atribulada e insidiada, y su floreciente y escondida adolescencia.
Jesús en el seno materno, Jesús recién nacido, Jesús niño, Jesús débil, Jesús pobre, y María
con él, tuvo necesidad de este hombre simple, piadoso, íntegro, trabajador, silencioso, todo
para él. Pero José tuvo el carisma de las visiones angélicas, tuvo la virtud soberana de
traducir en su vida la voluntad de Dios y de injertarla en el misterioso designio del
acontecimiento histórico de la encarnación. Entre más se considera sobre esta modesta
persona, más se manifiesta singular y ejemplar, más crece la grandeza de su función: ser el
jefe de familia y el protector de Jesús y de María.

Día 9. José, protector de la familia. (19 de marzo de 1971)


También nosotros debemos tener a este santo privilegiado, como ejemplo y protector de la
familia doméstica, de aquella que la Providencia dio a cada uno de nosotros y de aquella
institucional, la Familia del hombre, primera y sagrada sociedad, fundada por Dios creador,
gobernada por sus leyes, santificada por Cristo y llena del Espíritu de Amor divino.
Todos sabemos la necesidad que hoy tiene la familia de protección y de amor inviolable y
santificante: san José, piadosamente invocado, no dejará faltar a ella su patrocinio. Así él
querrá proteger a la santa Iglesia, hoy tan turbada y afligida; y nosotros, también para este
fin, saludando a la Virgen, lo queremos tener como ejemplo y protector.
La familia es puesta en discusión en sus leyes fundamentales: la unidad, la exclusividad, la
perennidad. Les toca a ustedes, esposos cristianos; a ustedes, familias benditas por el
carisma sacramental; a ustedes, fieles de una religión que tiene en el amor, en el verdadero
amor evangélico su expresión más alta y más sagrada, más generosa y más feliz; a ustedes
les toca redescubrir la propia vocación y la propia fortuna; a ustedes, preservar el carácter
incomparablemente humano y espontáneamente religiosos de la familia cristiana; a
ustedes, regenerar en sus hijos y en la sociedad ese sentido del espíritu que eleva a su nivel
a la carne. San José les enseñe cómo. Hoy, nosotros juntos lo invocaremos para alcanzar
este fin.

Oración a san José por los trabajadores (Beato Juan XXIII, 1 de mayo de 1959)

Oh glorioso san José, que velaste tu incomparable y real dignidad de custodio de Jesús y de
la Virgen María bajo la humilde apariencia de artesano, y con tu trabajo sustentaste
sus vidas, protege con amable poder a los hijos que te están especialmente
confiados.
Tú conoces sus angustias y sus sufrimientos porque tú mismo los probaste al lado de Jesús
y de su Madre.
No permitas que, oprimidos por tantas preocupaciones, olviden el fin para el que fueron
creados por Dios; no dejes que los gérmenes de la desconfianza se adueñen de sus
almas inmortales.
Recuerda a todos los trabajadores que en los campos, en las oficinas, en las minas, en los
laboratorios de la ciencia no están solos para trabajar, gozar y servir, sino que junto
a ellos está Jesús con María, Madre suya y nuestra, para sostenerlos, para enjugar
el sudor, para mitigar sus fatigas.
Enséñales a hacer del trabajo, como hiciste tú, un instrumento altísimo de santificación.

Acuérdate
Acuérdate,
oh purísimo esposo de la Virgen María
y amable protector mío, san José,
que jamás se ha oído decir,
que alguno haya invocado tu protección
o implorado tu auxilio,
y haya quedado desamparado.
Animado con esta confianza,
acudo a tu presencia,
y con todo el fervor
a ti me encomiendo.
No deseches mis súplicas,
oh padre adoptivo del Redentor,
antes bien, dígnate acogerlas benignamente.
Amén.

Consagración a san José


Glorioso patriarca san José, protector de la Iglesia y padre dulcísimo de mi alma, al
contemplar la excelencia de tus virtudes, la sublimidad de tu gloria en el cielo, el
poder de que gozas ante la presencia de la Santísima Trinidad, quiero
voluntariamente elegirte como mi modelo, mi protector y mi padre.
Prometo, para santificación de mi alma, contemplar tus ejemplos y tratar de que todos los
cristianos te alaben y veneren.
Quiero consagrarte en este día cuanto tengo y cuanto soy; me pongo incondicionalmente
bajo tus órdenes y protección, como lo hicieron Jesús y María.
Dígnate recibirme en el número de tus apóstoles, concédeme contarme en el grupo de tus
hijos y admíteme como uno de los moradores de tu casita de Nazaret.
Y mientras te consagro de todo corazón mi existencia entera, a cambio te pido tu amorosa
protección durante mi vida y tu eficaz asistencia a la hora de mi muerte. Amén.

Consagración de sí mismo y de la familia al señor san José


Glorioso patriarca señor san José, tú abriste las puertas de tu casa en Nazaret a María y a
Jesús, fuiste el protector de tu familia y con el sudor de tu trabajo de carpintero la
alimentaste.
Yo, N. N.,
en presencia de Jesús, que te escogió sobre la tierra como padre, y de María, tu esposa,
te elijo hoy por abogado y protector mío, de mi familia y de cuanto me pertenece.
Firmemente me propongo:
 Hacer cuanto pueda para conocerte y honrarte.
 Procurar que otros te conozcan y te honren.
 Seguir tus ejemplos de esposo, padre y trabajador.
 Comprometerme en la evangelización de mi familia, de mi trabajo, de mi parroquia,
como lo hiciste tú en Nazaret.
 Colaborar en el primer anuncio de la buena nueva a los que todavía no conocen el
Evangelio de tu hijo Jesús
Para alcanzarlo, te suplico:
 te dignes acogerme y conservarme siempre bajo el manto de tu protección,
 me asistas en todas mis acciones,
 me consigas agradar a Jesús y María,
 me alcances la fortaleza para ser fiel en la evangelización,
 y me confortes con tu auxilio en la hora de mi muerte.
Desde ahora, me entrego del todo a Dios, diciendo:
 Jesús, José y María, yo les doy el corazón y el alma mía.
 Señor san José, protector de la Iglesia universal,
ruega por nosotros y por la santa Iglesia. Amén.

CASA SAN JOSE, CENTRO DE ESPIRITUALIDAD,

SANTA ANA, EL SALVADOR

TEL: 2441-1849

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