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18 diciembre 2019
Las áreas del cerebro que se activan cuando alguien ve porno son las mismas que
cuando practica sexo
Hasta donde alcanzan nuestros conocimientos en historia, la pornografía
siempre ha existido y se ha transformado con la evolución de los medios
de expresión.
En las ruinas de la ciudad romana de Pompeya, sepultada tras la erupción del
Vesubio, se encontraron cientos de frescos y esculturas sexualmente
explícitas.
Desde la aparición de internet, el consumo pornográfico se ha disparado hasta
niveles asombrosos. Pornhub, la web de porno gratuito más grande de la red,
recibió más de 33.500 millones de visitas solo en 2018.
Si bien la ciencia está dando aún sus primeros pasos en la investigación de las
consecuencias neurológicas del consumo de porno, está claro que la salud
mental y la actividad sexual de su amplia audiencia están experimentando
efectos sumamente negativos, entre los que se pueden identificar la depresión
y la disfunción eréctil.
En las ruinas de la ciudad romana de Pompeya, sepultada tras la erupción del Vesubio,
se encontraron cientos de frescos y esculturas sexualmente explícitas.
De la misma manera, el grado de satisfacción con la relación y el compromiso
con la pareja también pueden verse afectados.
Con el fin de tratar de dar explicación a estos efectos, algunos científicos han
establecido paralelismos entre el consumo de pornografía y el abuso de
sustancias.
El diseño evolutivo hace posible que el cerebro responda a la estimulación
sexual liberando dopamina, un neurotransmisor asociado principalmente a la
anticipación de recompensa que actúa también en la programación de
recuerdos e información en el cerebro.
Esto significa que cuando el cuerpo quiere, por ejemplo, comida o sexo, el
cerebro recuerda lo que debe hacer para obtener el mismo placer que en
ocasiones anteriores.
En lugar de dirigirse a su pareja para lograr una realización o gratificación
sexual, los consumidores habituales de porno recurren a su teléfono u
ordenador cuando el deseo llama a su puerta.
Además, las explosiones de placer y recompensa, cuando son antinaturales,
generan potentes niveles también antinaturales de habituación en el cerebro. El
psiquiatra Norman Doidge lo explica así: