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Ariel Petruccelli
Para la cultura de izquierdas, el año que está por expirar ha sido un año de
conmemoraciones: los ciento cincuenta años de El Capital, cien años de la Revolución de
Octubre, cincuenta del asesinato de Ernesto Che Guevara. En medio de esta triple
conmemoración, pocos han reparado que en 2017 se cumplen también cincuenta años
del prematuro fallecimiento de Isaac Deutscher.
Al momento de morir era Deutscher –como lo había sido a lo largo de más tres
décadas– un pensador a contracorriente. Ajeno por igual a la fobia anti-comunista que por
entonces dominaba Occidente cuanto a los mitos del comunismo “oficial” emanados
desde Moscú o Pekín, Deutscher ni siquiera podía ser considerado plenamente uno “de
los suyos” por los pequeños grupos trotskystas, sus antiguos camaradas: al fin y al cabo
había considerado inoportuna la creación de la Cuarta Internacional y había disentido con
Trotsky respecto de las posibilidades de una revolución política en la URSS. Pese a todo
no era exactamente un escritor marginal. Sus ideas y análisis eran demasiado
penetrantes, sus explicaciones asombrosamente claras y sus narraciones exquisitamente
bellas como para que sus escritos pasaran desapercibidos. Aunque sus libros estaban
rigurosamente prohibidos en la Unión Soviética y en Polonia –su patria natal–, y aunque
sobre sus obras caía el oprobio de los cruzados de la guerra fría (de uno y otro bando),
los lectores de New Left Review y Les Tempes Modernes pudieron disfrutar con cierta
regularidad de sus análisis y comentarios sobre la política internacional, y su influencia
sobre algunos intelectuales marxistas de primer nivel ha sido considerable. Perry
Anderson –acaso el intelectual marxista contemporáneo más destacado– reconoció
alguna vez: “para nosotros tuvo una importancia primordial la influencia en nuestra
formación de Isaac Deutscher”.1
1 P. Anderson, Teoría política e historia. Un debate con E. P. Thompson, México, Siglo XXI, 1985, pág. 171. El
“nosotros” al que se refiere el comentario de Anderson es la New Left Review. Las influencias deutscherianas en la
formación y desarrollo del marxismo andersoniano han sido reconocidas y especificadas por Gregory Eliott, Perry
Anderson: el laboratorio implacable de la historia, Universitat de Valencia, 2004 (1998).
de los ´30, así como su participación activa en una organización como el Partido
Comunista Polaco –con su fuerte tradición luxemburguista y sus propensiones
“heréticas”– han dejado una huella perdurable y nítida en el escritor maduro. El
imperturbable internacionalismo de Deutscher y su basto cosmopolitismo tienen su origen
en esta experiencia local inicial.2
(Yo) no pertenecía a ninguna de las dos (tendencias), quizás porque cuando entré en el
partido, a la edad de diecinueve años, la línea divisoria había sido ya marcada y yo no
entendía realmente de qué se trataba. Pero sí recuerdo con claridad que en 1926-27 tenía
una sensación muy aguda de cuán fútil era la disputa. Me parecía que la mayoría tenía el
defecto de cierto oportunismo y que la minoría se distinguía por una dinámica más
revolucionaria. Lo que me molestaba en ésta era su tosquedad intelectual y su inclinación al
sectarismo. Consideraba yo que la mayoría representaba un pensamiento más serio y una
tradición marxista más honda. Éste era el modo de ver que predominaba en el grupo de
camaradas con quienes entonces andaba yo, comunista joven.3
Me expulsaron del Partido Comunista Polaco en la primavera de 1932 por haber publicado
un ensayo titulado «El peligro de una nueva barbarie en Europa», (...) dedicado
exclusivamente a la cuestión alemana. (...) Pedía yo una acción conjunta de los comunistas
y socialdemócratas contra el nazismo en Alemania y contra la dictadura de Pilsudski en
Polonia. Decía que el nazismo, si llegaba a vencer, aplastaría a los dos partidos (...) y
agitaría el espectro de una segunda guerra mundial. Eso era un delito contra la línea del
partido en aquél momento. Yo era el portavoz de un grupo antiestalinista, la primera
oposición de este tipo en el partido polaco, y nos parecía que nuestra misión principal era
advertir al partido, al Comintern y a la clase obrera del peligro que representaba el nazismo.
La razón oficial para mi expulsión del partido fue que yo había exagerado el peligro del
nazismo y creado pánico en el movimiento obrero. En cierto modo, era verdad: en los años
1931-32, el nazismo me había puesto en un estado tal de agitación y angustia febril.
Naturalmente, los que en aquél tiempo no sintieron ese «pánico» estaban ciegos.4
2 Perry Anderson, «El legado de Isaac Deutscher», en su Campos de batalla, Barcelona, Anagrama, 1998.
3 Isaac Deutscher, «La tragedia del Partido Comunista Polaco», entrevista concedida a K. S. Karol, publicada
originariamente en Les Tempes Modernes, en marzo de 1958, reproducida en El marxismo de nuestro tiempo,
México, Ediciones Era, 1975, p. 168.
4 Isaac Deutscher, «Alemania y el marxismo», entrevista concedida a la televisión de Hamburgo el 23 de julio de
1967, publicada luego en New Left Review, e incluida en El marxismo de nuestro tiempo, op. cit., pp. 185-6.
Tras su expulsión, Deutscher organiza junto a sus camaradas un grupo de oposición
que mantiene contacto con Trotsky. En octubre de 1936 –durante el primero de los
grandes procesos de Moscú– redacta un opúsculo en el que, además de desmantelar los
absurdos circunstanciales de las “pruebas” presentadas por los estalinistas, desnuda –
para decirlo con las palabras de Perry Anderson– “la implausibilidad psicológica de un
presunto «terrorismo» que se humilla ante sus acusadores, una audaz «conspiración»
que se disolvía en abyecta autoflagelación, y conjeturó los verdaderos mecanismos
mediante los cuales habían sido arrancadas las confesiones de Zinoviev, Kamenev y los
demás: la promesa secreta de la GPU de otorgarles el perdón después del juicio a cambio
de su suicidio moral en el banquillo de los acusados, que sólo les sirvió para ser
eliminados en una ejecución sumaria.”5
La oposición trotskista polaca gozaba por entonces de una buena inserción dentro
de la clase trabajadora local. Pero en 1938, año en que se lleva a cabo el congreso
constituyente de la Cuarta Internacional, los polacos son el único grupo participante que
recusa esta decisión. El documento presentado por los delegados polacos fue redactado
por Deutscher (quien no asistió personalmente al cónclave). En el mismo se argumentaba
–tal como el propio Deutscher lo recordaría años después– que
no tenía sentido tratar de crear una nueva Internacional cuando el movimiento obrero, en
general, iba en descenso, durante un período “de intensa reacción y depresión política”, y
que todas las Internacionales anteriores habían debido su éxito, en cierta medida, al hecho
de que se habían formado en momentos de auge revolucionario. “La creación de cada una
de las Internacionales anteriores constituyó una amenaza definida al régimen burgués... Tal
cosa no sucederá con la Cuarta Internacional. Ningún sector significativo de la clase obrera
responderá a nuestro manifiesto. Es necesario esperar...”. Los polacos convenían con
Trotsky en que la Segunda y la Tercera Internacionales estaban “moralmente muertas”, pero
advirtieron a la conferencia que era frívolo subestimar la lealtad que le profesaba a esas
Internacionales la clase obrera de muchos países; y aunque los polacos apoyaron el
“Proyecto de Programa” de Trotsky, exhortaron una y otra vez a sus camaradas a que se
abstuvieran de “hacer un gesto vacío” y “cometer una insensatez”.6
Tras la ocupación de Polonia por las tropas de Hitler y Stalin (1939), Deutscher se
marcha al exilio londinense. Y sería en Inglaterra, ya alejado de la militancia política
directa y en una lengua –el inglés– que no era la suya, donde habría de dedicarse al
estudio histórico-biográfico, el género en el que descollaría como un maestro inigualado.
El historiador
Su primer obra, Stalin, una biografía política, fue publicada en 1949, cuando el
biografiado aún vivía y se hallaba en la cúspide del poder dentro de una Unión Soviética
envuelta en los fragores de la Guerra Fría. El Stalin fue, en su tiempo, objeto de una
sonora polémica. Las lecturas que por entonces se hicieron de sus páginas nos hablan a
las claras tanto de la ceguera del dogmatismo ideológicamente beligerante, cuanto de la
ecuanimidad y el equilibrio de la reconstrucción histórica de Deutscher. Si para el Daily
Worker, Organo del Partido Comunista de los Estados Unidos, el libro era obra de un
portavoz del gran capital y de la City de Londres que hacía un empleo inescrupuloso de
cuanta calumnia se hubiera utilizado en contra de Stalin y de la Unión Soviética; autores
como Bertram Wolfe, David Shub y Franz Borkeneau descubrían que el propósito de
¿Cuál es la imagen global de Stalin que nos deja su biógrafo? Para reseñarla nada
mejor que el siguiente párrafo:
... Stalin pertenece a la estirpe de los grandes déspotas revolucionarios, la misma a que
pertenecieron Cromwell, Robespierre y Napoleón. No es sino correcto poner igual énfasis en
cada parte de esta descripción. Stalin es grande ... por la magnitud de sus empresas, el
alcance de sus acciones y la vastedad del escenario que ha dominado. Es revolucionario, no
en el sentido de que haya permanecido fiel a todas las ideas originales de la revolución, sino
porque ha puesto en práctica un principio fundamentalmente nuevo de organización social ...
Finalmente, su inhumano despotismo no sólo ha viciado una gran parte de sus logros, sino
que aún puede llegar a provocar una reacción violenta contra éstos, en que la gente podría
inclinarse a olvidar, durante un tiempo, contra qué reacciona, si contra la tiranía del
estalinismo o contra su ejecutoria progresista en lo social.9
A pesar de sus no pocos méritos intrínsecos, esta biografía inicial puede ser
considerada como un “ensayo general” de la obra maestra de Deutscher: los tres
volúmenes dedicados a la vida de Trotsky. Comparada con los kilómetros de mediocre
material biográfico anti-estalinista y pro-estalinista producidos por entonces (y aún,
aunque en una cantidad infinitamente reducida, en nuestros días), el libro de Deutscher
sobresale como una obra erudita, equilibrada en sus juicios y aguda en sus
interpretaciones. Dos décadas después de la primera edición del Stalin, un crítico tan bien
enterado y exigente como Edward Carr todavía lo consideraba “insustituible”. 10 Y sin
embargo, a la par de la trilogía sobre Trotsky aparece, extrañamente, como una obra
menor.
De hecho fueron los últimos años de Trotsky los que inicialmente atrajeron la
atención de su biógrafo: “Cuando por primera vez concebí la idea de escribir una trilogía
biográfica sobre los dirigentes de la Revolución Rusa, pensé incluir un estudio de Trotsky
en el exilio, no una biografía completa. Los últimos años de Trotsky y el trágico fin de su
vida estimulaban mi imaginación más profundamente que la primera parte, más mundana,
de su historia”. Pero durante el proceso de investigación Deutscher descubre los
profundos lazos que unen al joven y al viejo Trotsky, y que dan a su tragedia una nota
distintiva peculiar: “Al reflexionar sobre el asunto –escribe– empecé a dudar de que
Trotsky en el exilio pudiera ser comprensible si no se narraba la primera parte de la
historia. Después, examinando los materiales históricos y las fuentes biográficas, llegué a
darme cuenta, más claramente que antes, de cuán profundamente enraizado estaba el
drama de los últimos años de Trotsky en las fases anteriores, e incluso en las más
tempranas, de su carrera”.13
A diferencia del grueso de los biógrafos –que cuando brillan literariamente fracasan
como historiadores, y cuando se adentran en la vida individual del biografiado culminan
olvidando las determinaciones sociales– Deutscher posee, junto al genio literario, rigor
erudito para analizar documentos, perspectiva histórica para valorar los hechos y
penetración psicológica para comprender a las personas. De este modo, su trilogía sobre
Trotsky puede ser leída simultáneamente como una bella novela, un excelente libro de
historia y una estimulante reflexión política.
A la inversa de lo ocurrido con Stalin, la simpatía que siente Deutscher por Trotsky
es igualmente evidente. Pero esta carga subjetiva, una vez más, se ve ampliamente
compensada por un gran rigor documental y una implacable búsqueda de objetividad en
la presentación de los hechos. En sus páginas tanto los críticos como los apologistas de
Trotsky pueden hallar todo el material que deseen. La simpatía subjetiva realza la carga
dramática y la belleza literaria del texto, sin menoscabar el rigor histórico de la
reconstrucción. En un párrafo revelador Deutscher sintetiza así su abordaje a Trotsky:
Yo considero a Trotsky, ciertamente, como uno de los jefes revolucionarios más notables de
todos los tiempos, notable como luchador, pensador y mártir. Pero no me propongo
presentar aquí la imagen glorificada de un hombre sin mácula y sin tacha. Me he esforzado
11 E. Carr, «La tragedia de Trotsky» (1968), en su 1917 antes y después, Barcelona, Anagrama, 1969, p. 160.
12 E. Carr, « La tragedia de Trotsky» (1968), en su 1917 antes y después, Barcelona, Anagrama, 1969, p. 159.
13 I. Deutscher, Trotsky, el profeta armado, México, Era, 1987, p. 9.
14 Ídem., p. 11.
por mostrarlo tal cual fue, en su estatura y su fuerza verdaderas, pero con todas sus
debilidades; he tratado de mostrar la potencia, la fecundidad y la originalidad extraordinarias
de su mente, pero también su falibilidad. Al examinar las ideas que forman su distintiva
contribución al marxismo y al pensamiento moderno, he intentado separar lo que en mi
opinión tiene, y probablemente seguirá teniendo durante mucho tiempo, un valor objetivo y
duradero, de lo que reflejó situaciones meramente transitorias, emociones subjetivas o
errores de juicio. Me he esforzado en todo lo posible por hacerle justicia al carácter heroico
de Trotsky, para el cual encuentro pocos parangones en la historia. Pero también lo he
mostrado en sus muchos momentos de irresolución e indecisión: describo al Titán batallador
cuando vacila y titubea, y, ello no obstante, continúa avanzando al encuentro de su destino.
Cuando Trotsky instó ahora (1921) al partido bolchevique a «sustituir» a las clases
trabajadoras, no pensó, en medio de la precipitación del trabajo y las controversias, en las
siguientes fases del proceso, aún cuando él mismo las había pronosticado hacía mucho
tiempo (en 1903) con extraña clarividencia. “La organización partidaria sustituiría entonces al
partido en su conjunto; entonces el Comité Central sustituiría a la organización; y finalmente
un solo dictador sustituiría al Comité Central”.
El dictador aguardaba ya tras bastidores.15
Pero aún otro mérito corresponde a Deutscher: mostrar las implicancias y las
consecuencias sociales y políticas de la tragedia del hombre. Lejos de estancarse en las
alternativas de la vida personal –ya de por sí subyugante– de Trotsky, Deutscher nos
muestra al hombre luchando en medio de fuerzas sociales a las que no siempre
comprende y escasamente domina. En este sentido, la tragedia de Trotsky es mucho más
que una tragedia personal: es una tragedia social –la tragedia de la Revolución Rusa–
ejemplificada y agudizada en su figura. Y esa tragedia ya se comienza a vislumbrar poco
después de la prácticamente incruenta insurrección de octubre.
Pese a ello, hacia 1921 –y contra todos los pronósticos– los bolcheviques logran
permanecer y afianzarse en el poder, tras haber derrotado a todos sus enemigos (internos
y externos). Pero es en ese preciso momento cuando se hace patente que no podrán
cumplir las promesas revolucionarias. Cuatro años de guerra internacional y dos años de
guerra civil habían desmantelado la débil estructura industrial rusa. La clase obrera, base
natural de la democracia proletaria y del poder bolchevique, prácticamente había
desaparecido. El reparto de las tierras entre el campesinado había dado a los soviet el
En la cumbre misma del poder, Trotsky, al igual que el protagonista de una tragedia clásica,
dio un traspié. Obró contra sus propios principios y pasando por alto un solemnísimo
compromiso moral. Las circunstancias, las exigencias de la revolución y su propio orgullo lo
colocaron en este trance. En la situación en que se hallaba, difícilmente podía evitarlo. Sus
pasos fueron el resultado casi inevitable de todo lo que había hecho antes, y sólo un paso
separaba ahora lo sublime de lo siniestro: aun su negación de los principios era dictada por
los principios. Y, sin embargo, al obrar como lo hizo destruyó el terreno que pisaba.17
Si el último capítulo del primer volumen lleva por título “Derrota en la victoria” y
reseña el drama de los revolucionarios que, tras vencer a todos su enemigos, descubren
amargamente que no pueden cumplir sus promesas y sus sueños; el último capítulo del
último volumen se titula “Victoria en la derrota”, y nos muestra los importantes elementos
de victoria que se encuentran en el Trotsky aislado y derrotado de finales de los ´30. De
este capítulo proviene el siguiente párrafo, en el que Deutscher expone sus ideas sobre el
legado de Trotsky, por un lado, y de Stalin, por el otro.
17 I. Deutscher, Trotsky, el profeta armado, México, Era, 1987, p. 445. En este pasaje Deutscher se refiere a la
propuesta de “militarización del trabajo” formulada por Trotsky y a su apoyo a la prohibición de las fracciones
dentro del PC ruso.
18 I. Deutscher, Trotsky, el profeta desterrado, México, Era, 1989, p. 11-12.
Marxismo y literatura
La sombra del último zar debe habérsele aparecido a Stalin más de una vez, mientras éste
contemplaba los preparativos de Hitler para la guerra. Se podría esbozar una conversación
imaginaria entre el gobernante viviente y el fantasma: “Tu fin se acerca”, susurra el
fantasma; “explotando el caos de la guerra, destruiste mi trono. Ahora el caos de la guerra te
tragará a tí”. “Vosotros los monarcas destronados no aprendéis nada, en verdad”, replica el
vivo. “No fue la guerra la que te derrotó, sino el partido bolchevique. Ciertamente, nosotros
aprovechamos las condiciones creadas por la guerra, pero...” “¿Estás completamente
seguro”, le interrumpe el fantasma, “de que ninguna oposición ha de sacar provecho de una
nueva guerra? ¿Recuerdas la terrible agitación de Petrogrado cuando llegó la noticia de que
los alemanes habían capturado Riga? ¿Qué sucedería si los alemanes reaparecen en Riga,
o en Kíev, en el Cáucaso o a las puertas de Moscú?” “Te repito que tú tenías al formidable
partido bolchevique contra tí, mientras que yo he desterrado a Trotsky y he aplastado a
todos mis demás adversarios”. El fantasma ríe a carcajadas: “¿Y de 1914 a 1917 no te tuve
yo a tí acaso en Siberia y no estaban Lenin y Trotsky en el exilio? ...”19
Este es un costo que no paga Deutscher. Sin aburrir al lector con un exceso de
cifras y estadísticas, oportunamente proporciona esclarecedores datos sobre la cantidad
de miembros del partido Bolchevique, el descenso de la producción rusa durante la
guerra, el número de miembros del Ejército Rojo, los alcances de la colectivización, etc.
De este modo, las coordenadas objetivas poseen en las obras de Deutscher una
presencia más significativa que en el libro de Thompson, lo cual no debilita en modo
alguno los aspectos subjetivos y humanos de la narración.
Durante muchos años Deutscher se desempeñó como periodista, y por esta vía
pudo hacer conocer sus ideas sobre los principales acontecimientos de la política
internacional de las décadas de los ´50s y los ´60s. También acostumbraba colaborar con
ensayos de mediana extensión en publicaciones de la izquierda europea, como New Left
Review y Les Tempes Modernes. Estos escritos, como es obvio, son obras menores
comparados con sus grandes biografías. Pero su lectura resulta esencial para hacernos
una imagen más acabada de su pensamiento y de su personalidad. En estos escritos –
muchos de ellos de ocasión– aparecen con mayor nitidez su propias experiencias
20 P. Anderson, Teoría, política e historia. Un debate con E. P. Thompson, Madrid, Siglo XXI, 1985 (1980), pp. 33-
43.
subjetivas, y sus convicciones se hallan mejor expresadas. Son páginas que nos
muestran a Deutscher como un pensador de izquierdas comprometido con el presente (y
no sólo como un erudito dedicado a la reconstrucción histórica del pasado). Finalmente,
no se deben desdeñar las entrevistas (en ocasiones televisivas) y los encuentros con
jóvenes estudiantes, oportunidades en las que Deutscher pudo expresar sus ideas de
manera aún más directa, si cabe.