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Episodios de La Guerra Civil.n 1
Episodios de La Guerra Civil.n 1
EPISODIOSdelaGUERRA civil
COMO F U E
LUIS MONTAN
ILUSTRACIONES DE «GEACHE»
EPISODIO NÚMERO 1
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Imprenta Castellana - V a I I a d o li d
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Episodios de ia guerra civil, por Luis Montán
I I Ilustraciones de «Geache» t
za. En cosa de media hora se habían (recogido más de seis mil pese-
tas. Con ellas las señoritas veraneantes se metieron en los comercios de
ultramarinos, en los cafés, en el estanco, y poco después se veía a
ambos lados de la carretera varias docenas de grandes cestos repletos
de toda clase de viandas y bebidas. Embutidos, cajas de conserva,
panes, frutas, botellas de vino, de cerveza, de licores y verdaderas
montañas de cajetillas y cajas de cigarros. Sobraba a primera vista
para abastecer con ello a todo un Ejército.
Era la hora de la comida y la gente seguía esperando a pie firme
la llegada de ¡las tropas con un completo olvido de quehaceres y de
que en sus casas esparaba ya seguramente en la mesa el yantar co-
tidiano.
De pronto por «Las Peinetas» sonó en la altura el estallido de un
cohete. Era la señal convenida de que las tropas estaban ya a la vista.
La confusión, la algarabía, el entusiasmo entre el público no es para
descrito. Una locura suelta, una ola die frases desbordadas invadió
de lleno toda la carretera. Mujeres, niños, ancianos, corrían atrepe-
llándose hacia «Las Peinetas», entre un delirante vocerío de vítores.
Todos querían ser los primeros en llegar al encuentro de las fuerzas.
Destacado como cinco kilómetros del resto de la columna llegó pri -
meramente un coche de turismo de la matrícula de Valladolid, en ei
que iban el capitán de Artillería don Eloy de la Pisa, el comandante
Moyano y el sacerdote don Misael Núñez, que vestía un traje negro
de seglar.
El vehículo fué rodeado por la multitud, que aclamaba a sus ocu-
pantes. Unas señoras de la colonia se ofrecieron solícitas:
—Ustedes vendrán sin comer, ¿verdad?
El comandante Moyano respondió:
—Venimos sin comer, sí. Pero lo interesante es que coman los sol-
dados y los falangistas y no nosotros.
—Tenemos para todos. Pero ustedes son oficiales y no van a comer
en mitad de la carretera.
—Eso es lo mismo.
—No. En casa tenemos hasta la mesa puesta. Acompáñennos us-
tedes.
Otra señora se brindó:
— Y en la mía. Nos les repartiremos. Por irnos momentos son us-
tedes huéspedes de honor de San Rafael.
El capitán de la Pisa intervino:
—La cosa es no causarles a ustedes molestia. Nos basta con cual-
quier cosa para, comer. Ya que nos hemos puesto a bien con Dios,
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LA AVIACION ROJA
Retiradas las gentes a sus casas, no hacía escámente veinte mi-
nutos que la columna del coronel Serrador había salido de San Ra-
fael, y cuando aún no se oía ni un disparo por el Alto, hicieron su
aparición sobre el pueblo tres trimotores del Gobierno de Madrid.
Dos de ellos viraron a la altura de Gudillos, y se percibieron con
toda claridad dos explosiones consecutivas sobre la carretera. El tercer
avión, pintado de color negro, se adentró por encima del centro del
pueblo y descargó dios bombas
seguidas sobre el puente llamado
ie la estación y casas colindantes.
Los veraneantes salieron preci-
pitadamente a la calle para co-
nocer la causa de las detonacio-
nes. A las puertas de Jos Hoteles
de Escolar se hallaba reunido un
núcleo de personas atentas a las
evoluciones del aparato. Había
en él mujeres y niños, y esto les
hacía estar más confiados. Pero
el trimotor planeó a motor para-
do, descendiendo' hasta el mismo
ras de los tejados, e inopinada-
mente vomitó una andanada de
plomo de ametralladora sobre el
grupo, que huyó despavorido. El
público corría con giran confu-
sión en todas direcciones.
Una señora se asomó al balcón
de su casa y comenzó a llamar a
gritos a una niña que momentos antes había salido a la carretera. El
avión volaba sobre aquel sector, describiendo amplios círculos. Y
de nuevo descargó sobre las viviendas una segunda cinta de ametra-
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El choque all pie dfe las trincheras fué aüigo de epopeya. Se mataba
a bayonetazos, a culatazos, a brazo partido, a mordiscos.
Palma, cogido el fusil por el cañón, como un ariete, trazaba en
el aire como, un remolino de sangre. Se hundían las bayonetas sobre
la carne como si la carne fuese arcilla. Las rocas y las piedras se man-
chaban de púrpura. Se saltaba sobre el parapeto. Los hombres caían
detrás d¡e él entrelazados en uu abrazo a vida o muerte.
— ¡Granujas!
— ¡Viva España!
— ¡ A y ! . . . ¡ Noooo!
Quejas y lágrimas, sangre y carnes flageladas. Dolor y locura ciega
de victoria.
Girón, con la camisa rota, despechugado, ebrio de triunfo y de
venganza, se erguía sobre los cadáveres, con la belleza nueva y trágica
de un héroe de leyenda. El rostro mordido por la tierra y el polvo,
la bayoneta enrojecida y brillante como un rubí de caprichosa talla.
Los rojos huían a la desbandada.
José Miró, vomitando sangre, enronquecida la voz, gruñía pala-
bras ininteligibles.
— ¡Tomad, canallas!
Al pie del parapeto Fernando Ballesteros, con el cuello ensangren-
tado, se arrastraba penosamente:
— ¡Dadme agua! ¡Un poco de agua!
Manolo Igea, derramando angustiosamente la mirada por todas
partes, repetía como un autómata:
— ¡Félix! ¡Félix! ¡Mi hermano! ¿Habéis visto a mi hermano?
Palma le gritó:
— ¡Aquí está Félix!
Los dos hermanos se unieron en un apretado abrazo de emoción.
— ¡Félix! ¡Félix... ¡Arriba España!
Girón clamó potente:
— ¡ A aquellos! ¡ ¡ A aquellos! ¡ Que no se nos vayan! ¡ Seguidme!
Y seguido por un grupo de falangistas, Girón se tiró cuesta abajo,
por la ladera de la derecha, sin escuchar el cornetín que ordenaba
que cesara el avance.
El enemigo se había replegado abierto en semicírculo entre las
grandes piedras de una de las calvas de la pinada. Los falangistas,
ciegos de coraje en la persecución, siguieron avanzando diseminados.
El cornetín vibraba enérgico en nuevas llamadas de retirada. Lo
oyeron sólo unos pocos que detuvieron el temerario avance. Los más
adelantados prosiguieron metiéndose en la encrucijada. Desde los pinos
altos el enemigo les hizo tres descargas cerradas. Estaban rodeados por
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EL PRÓXIMO 'EPISODIO:
EN EL P U E R T O DEL PICO 1
Algunos libros indispensables para conocer el desarrollo del alzamiento nacinnal
1 Hacia una nueva E s p a ñ a
(De la revolución de Octubre a la revolución de Julio, 1934-1936>*'por FRAN-
CISCO DE COSSIO, 340 páginas, 5 PESETAS
2 Augurios, estallido y e p i s o d i o s de la guerra civil
(50 días con el Ejército del Norte), segunda edición, aumentada con transcen-
dentales documentos históricos, por JOAQUIN PEREZ MADRIGAL, 312 pági-
nas en cuarto, S PESETAS 1