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Lectura del apartado III: “La dignidad del trabajo” del Compendio sobre la

doctrina social de la iglesia. 

Una vez leído el mismo se completará el siguiente cuadro teniendo en cuenta


los aspectos más importantes de cada inciso.

La dimensión subjetiva y objetiva del


trabajo
Las relaciones entre trabajo y capital
El trabajo, título de participación
Relación entre trabajo y propiedad
privada
El descanso festivo

III. LA DIGNIDAD DEL TRABAJO

a) La dimensión subjetiva y objetiva del trabajo

270 El trabajo humano tiene una doble dimensión: objetiva y subjetiva. En  sentido
objetivo, es el conjunto de actividades, recursos, instrumentos y técnicas de las que
el hombre se sirve para producir, para dominar la tierra, según las palabras del libro
del Génesis. El trabajo en sentido subjetivo,  es el actuar del hombre en cuanto ser
dinámico, capaz de realizar diversas acciones que pertenecen al proceso del trabajo
y que corresponden a su vocación personal: « El hombre debe someter la tierra,
debe dominarla, porque, como “imagen de Dios”, es una persona, es decir, un ser
subjetivo capaz de obrar de manera programada y racional, capaz de decidir acerca
de sí y que tiende a realizarse a sí mismo. Como persona, el hombre es, pues, sujeto
del trabajo ».586

El trabajo en sentido objetivo constituye el aspecto contingente de la actividad


humana, que varía incesantemente en sus modalidades con la mutación de las
condiciones técnicas, culturales, sociales y políticas. El trabajo en sentido subjetivo
se configura, en cambio, como su dimensión estable, porque no depende de lo que
el hombre realiza concretamente, ni del tipo de actividad que ejercita, sino sólo y
exclusivamente de su dignidad de ser personal. Esta distinción es decisiva, tanto
para comprender cuál es el fundamento último del valor y de la dignidad del trabajo,
cuanto para implementar una organización de los sistemas económicos y sociales,
respetuosa de los derechos del hombre.

271 La subjetividad confiere al trabajo su peculiar dignidad, que impide considerarlo


como una simple mercancía o un elemento impersonal de la organización
productiva. El trabajo, independientemente de su mayor o menor valor objetivo, es
expresión esencial de la persona, es « actus personae ». Cualquier forma de
materialismo y de economicismo que intentase reducir el trabajador a un mero
instrumento de producción, a simple fuerza-trabajo, a valor exclusivamente material,
acabaría por desnaturalizar irremediablemente la esencia del trabajo, privándolo de
su finalidad más noble y profundamente humana. La persona es la medida de la
dignidad del trabajo: « En efecto, no hay duda de que el trabajo humano tiene un
valor ético, el cual está vinculado completa y directamente al hecho de que quien lo
lleva a cabo es una persona ».587

La dimensión subjetiva del trabajo debe tener preeminencia sobre la objetiva,


porque es la del hombre mismo que realiza el trabajo, aquella que determina su
calidad y su más alto valor. Si falta esta conciencia o no se quiere reconocer esta
verdad, el trabajo pierde su significado más verdadero y profundo: en este caso, por
desgracia frecuente y difundido, la actividad laboral y las mismas técnicas utilizadas
se consideran más importantes que el hombre mismo y, de aliadas, se convierten en
enemigas de su dignidad.

272 El trabajo humano no solamente procede de la persona, sino que está también
esencialmente ordenado y finalizado a ella. Independientemente de su contenido
objetivo, el trabajo debe estar orientado hacia el sujeto que lo realiza, porque la
finalidad del trabajo, de cualquier trabajo, es siempre el hombre. Aun cuando no se
puede ignorar la importancia del componente objetivo del trabajo desde el punto de
vista de su calidad, esta componente, sin embargo, está subordinada a la realización
del hombre, y por ello a la dimensión subjetiva, gracias a la cual es posible afirmar
que  el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo y que « la finalidad
del trabajo, de cualquier trabajo realizado por el hombre —aunque fuera el trabajo
“más corriente”, más monótono en la escala del modo común de valorar, e incluso el
que más margina—, sigue siendo siempre el hombre mismo ».588

273 El trabajo humano posee también una intrínseca dimensión social. El trabajo de
un hombre, en efecto, se vincula naturalmente con el de otros hombres: « Hoy,
principalmente, el trabajar es trabajar con otros y trabajar para otros: es un hacer
algo para alguien ».589 También los frutos del trabajo son ocasión de intercambio, de
relaciones y de encuentro. El trabajo, por tanto, no se puede valorar justamente si
no se tiene en cuenta su naturaleza social, « ya que, si no existe un verdadero
cuerpo social y orgánico, si no hay un orden social y jurídico que garantice el
ejercicio del trabajo, si los diferentes oficios, dependientes unos de otros, no
colaboran y se completan entre sí y, lo que es más todavía, no se asocian y se
funden como en una unidad la inteligencia, el capital y el trabajo, la eficiencia
humana no será capaz de producir sus frutos. Luego el trabajo no puede ser
valorado justamente ni remunerado con equidad si no se tiene en cuenta su carácter
social e individual ».590

274 El trabajo es también « una obligación, es decir, un deber ».591 El hombre debe


trabajar, ya sea porque el Creador se lo ha ordenado, ya sea porque debe responder
a las exigencias de mantenimiento y desarrollo de su misma humanidad. El trabajo
se perfila como obligación moral con respecto al prójimo, que es en primer lugar la
propia familia, pero también la sociedad a la que pertenece; la Nación de la cual se
es hijo o hija; y toda la familia humana de la que se es miembro: somos herederos
del trabajo de generaciones y, a la vez, artífices del futuro de todos los hombres que
vivirán después de nosotros.

275 El trabajo confirma la profunda identidad del hombre creado a imagen y


semejanza de Dios: « Haciéndose —mediante su trabajo— cada vez más dueño de la
tierra y confirmando todavía —mediante el trabajo— su dominio sobre el mundo
visible, el hombre, en cada caso y en cada fase de este proceso, se coloca en la línea
del plan original del Creador; lo cual está necesaria e indisolublemente unido al
hecho de que el hombre ha sido creado, varón y hembra, “a imagen de Dios”
».592 Esto califica la actividad del hombre en el universo: no es el dueño, sino el
depositario, llamado a reflejar en su propio obrar la impronta de Aquel de quien es
imagen.

b) Las relaciones entre trabajo y capital

276 El trabajo, por su carácter subjetivo o personal, es superior a cualquier otro


factor de producción. Este principio vale, en particular, con respeto al capital. En la
actualidad, el término « capital » tiene diversas acepciones: en ciertas ocasiones
indica los medios materiales de producción de una empresa; en otras, los recursos
financieros invertidos en una iniciativa productiva o también, en operaciones de
mercados bursátiles. Se habla también, de modo no totalmente apropiado, de
« capital humano », para significar los recursos humanos, es decir las personas
mismas, en cuanto son capaces de esfuerzo laboral, de conocimiento, de creatividad,
de intuición de las exigencias de sus semejantes, de acuerdo recíproco en cuanto
miembros de una organización. Se hace referencia al « capital social » cuando se
quiere indicar la capacidad de colaboración de una colectividad, fruto de la inversión
en vínculos de confianza recíproca. Esta multiplicidad de significados ofrece motivos
ulteriores para reflexionar acerca de qué pueda significar, en la actualidad, la
relación entre trabajo y capital.

277 La doctrina social ha abordado las relaciones entre trabajo y capital destacando
la prioridad del primero sobre el segundo, así como su complementariedad.

El trabajo tiene una prioridad intrínseca con respecto al capital: « Este principio se
refiere directamente al proceso mismo de producción, respecto al cual el trabajo es
siempre una causa eficiente primaria, mientras el “capital”, siendo el conjunto de los
medios de producción, es sólo un instrumento o la causa instrumental. Este principio
es una verdad evidente, que se deduce de toda la experiencia histórica del hombre
».593 Y « pertenece al patrimonio estable de la doctrina de la Iglesia ».594

Entre trabajo y capital debe existir complementariedad. La misma lógica intrínseca al


proceso productivo demuestra la necesidad de su recíproca compenetración y la
urgencia de dar vida a sistemas económicos en los que la antinomia entre trabajo y
capital sea superada.595 En tiempos en los que, dentro de un sistema económico
menos complejo, el « capital » y el « trabajo asalariado » identificaban con una
cierta precisión no sólo dos factores productivos, sino también y sobre todo, dos
clases sociales concretas, la Iglesia afirmaba que ambos eran en sí mismos
legítimos.596 « Ni el capital puede subsistir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital
».597 Se trata de una verdad que vale también para el presente, porque « es
absolutamente falso atribuir únicamente al capital o únicamente al trabajo lo que es
resultado de la efectividad unida de los dos, y totalmente injusto que uno de ellos,
negada la eficacia del otro, trate de arrogarse para sí todo lo que hay en el efecto
».598

278 En la reflexión acerca de las relaciones entre trabajo y capital, sobre todo ante
las imponentes transformaciones de nuestro tiempo, se debe considerar que « el
recurso principal » y el  « factor decisivo » 599  de que dispone el hombre es el
hombre mismo y que « el desarrollo integral de la persona humana en el trabajo no
contradice, sino que favorece más bien la mayor productividad y eficacia del trabajo
mismo ».600 El mundo del trabajo, en efecto, está descubriendo cada vez más que el
valor del « capital humano » reside en los conocimientos de los trabajadores, en su
disponibilidad a establecer relaciones, en la creatividad, en el carácter emprendedor
de sí mismos, en la capacidad de afrontar conscientemente lo nuevo, de trabajar
juntos y de saber perseguir objetivos comunes. Se trata de cualidades genuinamente
personales, que pertenecen al sujeto del trabajo más que a los aspectos objetivos,
técnicos u operativos del trabajo mismo. Todo esto conlleva un cambio de
perspectiva en las relaciones entre trabajo y capital: se puede afirmar que, a
diferencia de cuanto sucedía en la antigua organización del trabajo, donde el sujeto
acababa por equipararse al objeto, a la máquina, hoy, en cambio, la dimensión
subjetiva del trabajo tiende a ser más decisiva e importante que la objetiva.

279 La relación entre trabajo y capital presenta, a menudo, los rasgos del conflicto,
que adquiere caracteres nuevos con los cambios en el contexto social y económico.
Ayer, el conflicto entre capital y trabajo se originaba, sobre todo, « por el hecho de
que los trabajadores, ofreciendo sus fuerzas para el trabajo, las ponían a disposición
del grupo de los empresarios, y que éste, guiado por el principio del máximo
rendimiento, trataba de establecer el salario más bajo posible para el trabajo
realizado por los obreros ».601 Actualmente, el conflicto presenta aspectos nuevos y,
tal vez, más preocupantes: los progresos científicos y tecnológicos y la
mundialización de los mercados, de por sí fuente de desarrollo y de progreso,
exponen a los trabajadores al riesgo de ser explotados por los engranajes de la
economía y por la búsqueda desenfrenada de productividad.602

280 No debe pensarse equivocadamente que el proceso de superación de la


dependencia del trabajo respecto a la materia sea capaz por sí misma de superar la
alienación en y del trabajo. Esto sucede no sólo en las numerosas zonas existentes
donde abunda el desempleo, el trabajo informal, el trabajo infantil, el trabajo mal
remunerado, o la explotación en el trabajo; también se presenta con las nuevas
formas, mucho más sutiles, de explotación en los nuevos trabajos: el super-trabajo;
el trabajo-carrera que a veces roba espacio a dimensiones igualmente humanas y
necesarias para la persona; la excesiva flexibilidad del trabajo que hace precaria y a
veces imposible la vida familiar; la segmentación del trabajo, que corre el riesgo de
tener graves consecuencias para la percepción unitaria de la propia existencia y para
la estabilidad de las relaciones familiares. Si el hombre está alienado cuando invierte
la relación entre medios y fines, también en el nuevo contexto de trabajo inmaterial,
ligero, cualitativo más que cuantitativo, pueden darse elementos de alienación, «
según que aumente su participación [del hombre] en una auténtica comunidad
solidaria, o bien su aislamiento en un complejo de relaciones de exacerbada
competencia y de recíproca exclusión ».603

c) El trabajo, título de participación

281 La relación entre trabajo y capital se realiza también mediante la participación


de los trabajadores en la propiedad, en su gestión y en sus frutos. Esta es una
exigencia frecuentemente olvidada, que es necesario, por tanto, valorar mejor: debe
procurarse que « toda persona, basándose en su propio trabajo, tenga pleno título a
considerarse, al mismo tiempo, “copropietario” de esa especie de gran taller de
trabajo en el que se compromete con todos. Un camino para conseguir esa meta
podría ser la de asociar, en cuanto sea posible, el trabajo a la propiedad del capital y
dar vida a una rica gama de cuerpos intermedios con finalidades económicas,
sociales, culturales: cuerpos que gocen de una autonomía efectiva respecto a los
poderes públicos, que persigan sus objetivos específicos manteniendo relaciones de
colaboración leal y mutua, con subordinación a las exigencias del bien común, y que
ofrezcan forma y naturaleza de comunidades vivas, es decir, que los miembros
respectivos sean considerados y tratados como personas y sean estimulados a tomar
parte activa en la vida de dichas comunidades ».604 La nueva organización del
trabajo, en la que el saber cuenta más que la sola propiedad de los medios de
producción, confirma de forma concreta que el trabajo, por su carácter subjetivo, es
título de participación: es indispensable aceptar firmemente esta realidad para
valorar la justa posición del trabajo en el proceso productivo y para encontrar
modalidades de participación conformes a la subjetividad del trabajo en la
peculiaridad de las diversas situaciones concretas.605

d) Relación entre trabajo y propiedad privada

282 El Magisterio social de la Iglesia estructura la relación entre trabajo y capital


también respecto a la institución de la propiedad privada, al derecho y al uso de
ésta. El derecho a la propiedad privada está subordinado al principio del destino
universal de los bienes y no debe constituir motivo de impedimento al trabajo y al
desarrollo de otros. La propiedad, que se adquiere sobre todo mediante el trabajo,
debe servir al trabajo. Esto vale de modo particular para la propiedad de los medios
de producción; pero el principio concierne también a los bienes propios del mundo
financiero, técnico, intelectual y personal.

Los medios de producción « no pueden ser poseídos contra el trabajo, no pueden ser
ni siquiera poseídos para poseer ».606 Su posesión se vuelve ilegítima « cuando o
sirve para impedir el trabajo de los demás u obtener unas ganancias que no son
fruto de la expansión global del trabajo y de la riqueza social, sino más bien de su
limitación, de la explotación ilícita, de la especulación y de la ruptura de la
solidaridad en el mundo laboral ».607

283 La propiedad privada y pública, así como los diversos mecanismos del sistema
económico, deben estar predispuestas para garantizar una economía al servicio del
hombre, de manera que contribuyan a poner en práctica el principio del destino
universal de los bienes. En esta perspectiva adquiere gran importancia la cuestión
relativa a la propiedad y al uso de las nuevas tecnologías y conocimientos que
constituyen, en nuestro tiempo, una forma particular de propiedad, no menos
importante que la propiedad de la tierra y del capital.608 Estos recursos, como todos
los demás bienes, tienen un destino universal; por lo tanto deben también insertarse
en un contexto de normas jurídicas y de reglas sociales que garanticen su uso
inspirado en criterios de justicia, equidad y respeto de los derechos del hombre. Los
nuevos conocimientos y tecnologías, gracias a sus enormes potencialidades, pueden
contribuir en modo decisivo a la promoción del progreso social, pero pueden
convertirse en factor de desempleo y ensanchamiento de la distancia entre zonas
desarrolladas y subdesarrolladas, si permanecen concentrados en los países más
ricos o en manos de grupos reducidos de poder.

e) El descanso festivo

284 El descanso festivo es un derecho.609 « El día séptimo cesó Dios de toda la tarea
que había hecho » (Gn 2,2): también los hombres, creados a su imagen, deben
gozar del descanso y tiempo libre para poder atender la vida familiar, cultural, social
y religiosa.610 A esto contribuye la institución del día del Señor.611 Los creyentes,
durante el domingo y en los demás días festivos de precepto, deben abstenerse de «
trabajos o actividades que impidan el culto debido a Dios, la alegría propia del día
del Señor, la práctica de las obras de misericordia y el descanso necesario del
espíritu y del cuerpo ».612 Necesidades familiares o exigencias de utilidad social
pueden legítimamente eximir del descanso dominical, pero no deben crear
costumbres perjudiciales para la religión, la vida familiar y la salud.

285 El domingo es un día que se debe santificar mediante una caridad efectiva,
dedicando especial atención a la familia y a los parientes, así como también a los
enfermos y a los ancianos. Tampoco se debe olvidar a los « hermanos que tienen las
misma necesidades y los mismos derechos y no pueden descansar a causa de la
pobreza y la miseria ».613 Es además un tiempo propicio para la reflexión, el silencio
y el estudio, que favorecen el crecimiento de la vida interior y cristiana. Los
creyentes deberán distinguirse, también en este día, por su moderación, evitando
todos los excesos y las violencias que frecuentemente caracterizan las diversiones
masivas.614 El día del Señor debe vivirse siempre como el día de la liberación, que
lleva a participar en « la reunión solemne y asamblea de los primogénitos inscritos
en los cielos » (Hb 12,22-23) y anticipa la celebración de la Pascua definitiva en la
gloria del cielo.615

286 Las autoridades públicas tienen el deber de vigilar para que los ciudadanos no
se vean privados, por motivos de productividad económica, de un tiempo destinado
al descanso y al culto divino. Los patronos tienen una obligación análoga con
respecto a sus empleados.616 Los cristianos deben esforzarse, respetando la libertad
religiosa y el bien común de todos, para que las leyes reconozcan el domingo y las
demás solemnidades litúrgicas como días festivos: « Deben dar a todos un ejemplo
público de oración, de respeto y de alegría, y defender sus tradiciones como una
contribución preciosa a la vida espiritual de la sociedad humana ».617 Todo cristiano
deberá « evitar imponer sin necesidad a otro lo que le impediría guardar el día del
Señor »

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