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Jaime Torres Bodet Balzac i) FONDO DE CULTURA ECONOMICA Primera edicion , 1959 Quinta voimpresién, 2014 ‘Torres Bodet, Jaime Balzac Jaime Torres Bodet. — México : ror, 1959 237 p.; 17 x Iem — (Colee. Breviarios ; 149) ISBN 978.968.16-1188.0 1, Balzac, Honorato de — CrftieaL Ser. It LC PQ2I78 Dewey 082.1 B846 V.149 ica € interpretacién 2. Literatura — Distribuecién mundial Diseiio de portada: Lanta Esponds Aguilar D.R. © 1959, Fondo de Cultura Kconémica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F, Empresa certificada ISO 9001:2008 Comentarios: editorial@fondodeeuturaeconomica.com wow-fondodeculturaeconomiea.com "Tel. (55) 5227-4672; fax (55) 5227-4694 ‘Se probibe la reproduccién total o parcial de esta obra, sea cual fere el media, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos, ISBN 978-968-16-1188-0 Impreso en México * Printed in Mexien i LA VIDA DEL ESCRITOR Las escuelas y los primeros amores Cortar con pulcritad el cuerpo de una perdiz, sazona- da en el horno précer no ha sido nunca empresa ac- cesible a los no iniciados. En Francia, y en pleno siglo xvi, tan gastronémica operacién requeria dotes sutiles, de experiencia, de tacto y de cortesia. Se comprende Ja estupefaccidn que produjo en el comedor de una familia de procuradores y de juristas, durante el rei- nado de Luis XV, la audacia del invitado, plebeyo y pobre, a quien la duetia de casa confic el honor de ividir una de las perdices dispuestas para la cena. Sin Ja més excusable vacilacién, empumio el cuchillo y —re- cordando a Heércules, més ciertamente que a Ganime- des— despedaz6 al volétil con fuerza tanta que no solo rasgé las camnes y el esqueleto del animal: rompié tam- bién el plato, y el mantel por atiadidura, y taj6 final- mente ef nogal de la mesa arcaica, irresponsable después de todo. Aquel sorprendente invitado se Ilamaba Ber- nardo Francisco Balssa. Afilos mas tarde, se casaria con. Ana Carlota Laura Sallambier, hija de un fabricante de patios no sin fortuna, ‘Tendrfan cuatro hijos. Uno de ellos, Honorato de nombre, nacido en Tours, iba a es- cribir La comedia humana. La escribiria con una plu ma que, por momentos, da la impresion de que fue tallada por el cuchillo de su vehemente progenitor. ‘Tous es, ahora, el centro de un turismo muy cono- cido: el de’los curiosos que van a admirar los castillos en que vivieron —y a veces se asesinaron— los grandes sefiores del Renacimiento francés. Ejercé un dominio suave pero efeetivo sobre una red de caminos bien as- faltados, dispone de hoteles c6modas y, a Ia orilla del 2 v EN BUSCA DE LO ABSOLUTO Los guz no han lefdo a Balzac ignoran quién fue maese Frenhofer. Se preguntan si corresponde ese nombre al burgomaesire de'una ciudad holandesa, con miisica de relojes sobre el espejo de los canales y con tibores de viejo Delft en el acuario de las venta- nas. O imaginan, acasso, retirado en Rotterdam, entre tuna esposa ocupada constantemente en pulir los co- bres y los latones de la familia y una sobrina iré opulenta, como las novias que sorprendemos en las festas de Juan Steen, al capitén de uno de aquellos solidos galeones que en otto tiempo cruzaban el Eeua- dor, rumbo a las Indias meridionales. Pero maese Frenhofer no fue ni un burgomaestre, ni el jubilado seftor de un bajel de guerra. “Tal vez ni siquiera existié. Antepongo a la negacién un “tal vez” prudente porque, cuando Balzac nos presenta a algtin personaje, y nos lo pinta de cuerpo entero, resulta siempre un poco atrevido dudar de su realidad Se trata de un ser extrafio, discipulo de Mabuse, con singulares ideas sobre el arte de la pintura. Por haber levado tales ideas hasta el limite de lo absur- do, destruyé en una noche de orgullo (o de lucidez) el cuadro que habfa estudiado, corregido, pulido y “perfeccionado” durante afios. Balzac sitia la historia en Paris y en 1612, Cuatro son los héroes de su no- vela: Frenhofer, el pintor Porbus, un joven, que pro- metfa ya mucho entonces (nada menos que Nicolas Poussin) y una muchacha, atractiva, déeil y apasiona- da, La atribuiremos a Poussin, pues Balzac lo estable- ce asi El argument del relato podria sintetizarse en pocas palabras. Poussin va a ver‘a Porbus. Mientras dada, 80 EN BUSCA DE LO ABSOLUTO 81 frente a Ia puerla del maestro, se acerca otto visitante. Parece salido de una tela de Rembrandt. Entra Poussin con él. Porbus se inclina ante el extraordinario desco- nocido. Gon sabita vehemencia, éste comienza a criti- car los cuadros expuestos en el taller. Uno especial- mente, el que representa a Maria Egipciaca. “No —exclama—, la sangre no corre bajo esta piel... La existencia no hincha, con su rocfo de ptispura, las ve- nnas que se entrelazan en esas sienes... La vida y la muerte Inchan en cada detalle. Aqui, es una mujer; més alld, es una estatua; mds alld, un cadaver.” Poussin protesta: “Pero si esta santa es sublime!” EL maestro y el visitante lo miran, muy sorprendi- dos. EI neéfito pide excuses. Para complacer a Porbus, copia en pocos minutos el perfil de Marfa Egipciaca El critico se interesa, Ante aprendiz. de tal calidad valdria la pena prescindir de las frases innecesarias. ‘Toma una paleta. Con una serie de répidas pince- ladas, retoca la obra, Afiade un lustre mas terso al volumen de la garganta; aligera el peso de algunos pliegues, y envuelve el rostro —cautivo antes de la pintura— con réfagas de aire libre. Al concluir, se dirige a Poussin: “Mira, muchacho, lo que cuenta es Ja titima pincelada” {Quién era ese genio incégnito? Una familiaridad imprevista se aduefia de los tres hombres. Fl visitante invita a los otros dos a probar cierto vino del Rhin, al que Porbus es aficionado. Todo revela en la casa de maese Frenhofer una gran fortuna, una originalidad exquisita y un gusto auténtico. En una de las paredes, Drilla un retrato. “jQué Giorgione tan hermoso!” elogia Poussin. Frenhofer lo desengaita, No se trata de un Giorgione. Es un cuadro suyo. Ya no lo estima, Lo hizo en la juventud. Su verdadera obra, nadie In ha visto. La guarda ce- losamente. Le ha costado varios aos de meditacién y de esfuerzo heroico, Es el retrato de una mujer. Respi- 1a, palpita, vive. Las Iineas no existen en su pintura. 82 EN BUSCA DE 10 ABSOLUTO “No hay Ifneas en Ja naturaleza —comenta él viejo— s6lo el que modela dibuja bien, esto es: el que desprende {as cosas del medio en el que se encuentran.” La tentacién de apreciar esa pieza insdlita domina en seguida a Poussin. A fin de lograr su propésito, no vacila'en convencer a su amante de que debe “posar” para el extranjero. ;Dadiva contra dadiva! El arte, a cambio de la vida. Se arregla el trato. El diseipulo de Mabuse acepta que sus amigos conozean su obra maestra. Le ha dado un nombre: Catalina Lescault. Nicolas y Porbus reciben por fin la autorizacion de verla. Maese Prenhofer los gufa hasta su santuario. “Ad- miren ustedes —les dice— "jcémo se destacan los con- tomos! Y esos cabellos zno los inunda la luz’... Espe- ren. Esperen ustedes, |Va a levantarse!” Pero ni Porbus ni Poussin descubren nada, nada ab- solutamente. Apenas, en un angulo, un pie de mujer, desnudo: delicioso testigo, tierno superviviente, admira. ble ruina. EI resto ha desaparecido bajo las capas de pintura que maese Frenholer fue acumulando, en su ansia de dar vida al fantasma de su eleccién. “No hay nada sobre esta tela” observa indiseretamente el joven Poussin. Frenhofer, que lo ha escuchado, se sienta y Nora. ¢Cémo es posible que los demas ne vean nada sobre tina tela a la que ha consagrado todo su espiritu? Los curiosos, avergonzados, tienen que despedirse Aquella noche, tras incendiar sus cuadros, maese Fren- hofer se suicids, Esa noche — que Balzac no se atievié a deserbir nos— ¢5, probablemente, la mas oscura de todas las noches de su Comedia humana, Pertenece, en efecto, Frenhofer a la dinastia de los investigadores de lo ab- soluto. El escritor de Gambara y de Louis Lambert conoce bien a esa dinastia, Sus miembros son sus her manos. Nada hay de falso en sus entusiasmos, ni de teatral en su fe en el arte. Frenhofer cree lo que aconseja. Quiere lo que cree. Sabe lo que quiere. Do- mina las técnicas mas dificiles. Sin embargo, la hora EN BUSCA DE LO ABSOLUTO 83 de su triunfo es también la de su derrota. Porque, se- gin él mismo lo explica a Porbus en una de las con- Versaciones que con él tiene, “la misién del arte no es copiar a la naturaleza, sino ‘expresarla". Y porque, se- in él mismo lo grita en un instante de duda (el sni- Go del relato), “la excesiva ignorancia y la ciencia ex- cesiva concluyen en negacién” No sé lo que opinen algunos jévenes respecto a esa formula balzaciana. La acusarin de roméntica, por su- puesto, Era fama, en los circulos literarios de 1832, que muchas de las reflexiones de maese Frenhofer ha- ban sido sugeridas por Delacroix. He recordado est novela —La obra maesta desco nocida— pues ella y, més tarde, La busqueda de lo absoluto nos dan la clave de uno de los misterios de Balzac: su voluntad de vencer, con la vida, a la vida misma. O, si debo decirlo en oira forma, su deseo de superar a la realidad inmediata con el vigor de la rea- Tidad mediata, la que es el frato de una asimilacion inefable y que nadie Jogra sin la accion de la fantasia No me detendré a analizar, por ahora, el valor que tienen ambas novelas, como ejemplos —muy significa- tivos— de todo lo que Balzac llegé a descubrir en sw exploracién de las grandes manfas del ser humano. Frenhofer y Baltasar Claes son, sin duda, tipos incon- fundibles, monomaniacos admirables. Admirables y la- mentables. E] primero se destruye a sf mismo, después de haber destruido sistemticamente toda sw produc- cién artistica, por anhelo soberbio de perfeccién. El segundo arruina a su familia, acaba con su esposa, mmattitiza a sus hijas —y todo eso para reunir los fon- dos que necesita el tonel sin fondo de suis costosos experimentos en busca de lo absoluto. Para él, lo ab- soluto es el elemento misteriosa, tmico, indivisible, del que todas las sustancias del mundo son, sélo, transfor- maciones. El examen de las manias, en la obra de Balzac, me- rece un capitulo aparte. Pero la referencia hecha a la 84 EN BUSCA DE LO ABSOLUTO biisqueda de lo absoluto me obliga, aqui mismo, a otra serie de reflexiones. :Por qué esa preocupacién de Bal- zac? {Qué entendia él, como novelista, por la busque- da de To absoluto? Conoef, en cierta ocasién, a una lectora intrépida de Balzac. Todavia Tas hay en pleno siglo xx ya pesar del cinematégrafo, A juicio de aquella dama, el autor de La piel de zapa y de Louis Lambert fue, sobre todo, un ilusionista. No discuti su opinién entonces, Com. prendo que no podria aceptarla ahora “Ilusionista”, lo fue Balzac si aplicamos esa palabra a quienes fabrican suefios mortales y viven de ellos Pero no lo fue en el sentido que solemos dar al vocablo cuando lo usamos para calificar, por ejemplo, a un prestidigitador, Este —si no me engaiio— era el sentido en que mi amiga empleaba aquel tétmino anfibolégico, Si nos limitamos a esa concepcién teatral Balzac no fue un “ilusionista”, como otros poetas lo han sido, en el cuento o en la novela, El talento de los “ilusionis- tas” profesionales (digamos Préspero Merimée o Edgar Allan Poe) estriba en robar al espectador la vision de la maquinaria, compleja y ardua, indispensable al fend. meno que producen, Cuanto mas disimulan tal maqui- naria, mds cordialmente los aplaudimos. En efecto, lo que esperabamos de su ingenio era precisamente gue nos levara, sin darnos tiempo para advertir los obs. taculos superados, hasta la orilla del desenlace: la muerte del recién casado en La Vénus d'llle (caso de Meriméc) 0 la desintegraciGn del sefior Valdemar, en uno de los mejores cuentos de Poe. Balzac se deleita, al contrario, en mostrarnos —hon- tada y, a veces, tediosamente— todas sus maquinas men- tales. Nos sefiala cada resorte, cada tornillo, el perfil y el volumen de cada ménsula. Mide, frente a nosotros el didmetro de los émbolos. Anota, frente a nosotros, el peso de las palancas més invisibles. A diferencia del prestidigitador, que nos invita a tocar, apenas, la breve cinta de seda azul, o color de rosa, de la cual saldré, BN BUSCA DE LO ABSOLUTO 85 en el momento menos pensado, la paloma menos pre- vista, Balzac empieza por obligarnos a palpar la paloma entera. Y no de pronto, en la euforia de una caricia, sino despacio, pluma tras pluma, y con tanta prolijidad que, a menudo, al final de la operacién, y después de haber contado todas las plumas de la paloma, el ave se nos escapa, No nos queda, en tal caso, sino el recuerdo precio de Tos detalles, porque la alada y frdgil arquitec- ftura, a fuerza de examinarla, se nos perdi6. La reconsti tuimos entonces, como pocemos: aqué evocamos el con- tacto sepero de las pats alli el gata del pico, mas all el esplendor circular y metalico de los ojos ‘Taine lo indicé muy bien en sus célebres comenta- rios sobre “el espiritu de Balzac”. “No entraba en el alma de sus personajes —dice— de un salto y violen- tamente, como Shakespeare o Saint-Simon. Daba mu- chas vuelias en tomo de ellos, pacientemente, pesada- mente, como un anatomista, Jevantando primero un maisculo, después un hueso, en seguida una vena, mais tarde un nervio y no Ilegaba al cerebro 0 al corazén sin haber recorrido antes fodo el circuito de las funcio- nes y de los érganos. Describfa la ciudad, Iuego la calle, después la casa. Explicaba la fachada, los aguje- ros de las piedras, los materiales de la puerta, el saliente de los plintos, el color del musgo, la herrumbre de los barrotes, Jas quebraduras de los vidrios, Sefialaba la dis- tribucién de los cuartos, la forma de las chimeneas, la edad de las colgaduras, la calidad y el sitio de los mue- bles. E insistfa sobre los trajes. Al Hegar, asi, hasta el personaje, mostraba la estructura de sus manos, la cur va de su nariz, el espesor de sus huesos, la longitud de su barba, la anchura de sus labios. Contaba sus gestos, sus parpadeos y sus verrugas. Conocia su origen, stt historia, su ecucacion. Sabia eusntas tiers y eusntos titulos posefa, qué cfrculos frecuentaba, cuales gentes * H, Taine, Nouveaux essais de critique et Phistobre (Hachette Paris, 1865) 86 EN BUSCA DE LO ABSOLUTO vefa, eudnto gastaba, qué manjares comia, de dénde venian sus vinos, quién habia formado a su cocinera; en sintesis: el innumerable total de las circunstancias —infinitamente ramificadas y entreenizadas— que dan forma y matiz a la superficie y al fondo de la natura- lezay de la vida del hombre. Actuaban en él un at quedlogo, un arquitecto y un tapicero; un sastre y una modista... un fisiélogo y un notario. Todos ellos se presentaban a sut hora; cada uno lefa su informe, el mis detallado del mundo y el mas exacto. El artista los escuchaba. Hasta aqui, coincide con Taine. Pero no comparto sus conclusiones. Porque no pienso que aquel aparato seudocientifico, acumulado por el autor, fuese la base primordial de su creacién artistica. Balzac no deseribia todos esos objetos ni inventariaba todos esos recuerdos para deciditse a penetrar finalmente en el alma de las mujeres y de los hombres que pueblan su gran Come- dia. Podia él mismo —y en esto lo sigue Taine— pre- sentarse a sus admiradores como un “doctor en cien- cias sociales” y como un discipulo reverente de Cuvier y de Saint-Hilaire. Pero el artista, en sus libros, no Hegaba nunca después del arquediogo 0 del notario, del sastre 0 del tapicero. Entraba junto con ellos —o antes que ellos. Son él, en. verdad, el arquedlogo y el notario. Esos especialistas —que Taine concibe como los ayudantes del pocta— constituyen, en Balzac, el octa mismo. Porque Balzac no fue ciertamente un “ilusionista", ni tampoco un doctor en ciencias socia- les. Sus procedimientos son, mds bien, los de un mago. El mago, como Balzac, no suprime jamds las dificulta: des que desea vencer —y vencer ostensiblemente— frente a los stibditos de su tribu. Por el contrario, en vez. de ocultar al espectador los elementos materiales de la batalla en que va a ilustrarse, el mago los subra- ya, los ilumina y, si es posible, los exagera Mas que Hipolito Taine acerté en este caso Emesto Roberto Curtius, de quien cito los siguientes parrafos EN BUSCA DE LO ABSOLUTO 87 esenciales: “Visto desde el exterior, el arte [de Balzac] puede parecer antropocéntrico, pero en realidad, y vis- to desde el interior, resulta cosmocéntrico. He alli uno de los aspectos del secreto de Balzac. Ese seudorrealista era un mago. ‘Todos los eriticos que han hablado de él, se han sentido impresionados por la combinacién de los elementos —Hlamémosles ‘ocultistas'— que abun- dan en La comedia humana”. Y agrega el penetrante escritor germénico que la idea magica de unidad des- empefia un papel importantisimo en toda la obra del novelista. “La unidad —explica— es, para Balzac, un principio mistico, el sello de Jo absoluto.” En seguida, Curtius sefiala hasta qué grado se confundian en el 4nimo de Balzac su respeto para las ciencias naturales, su devocién para Cuvier y SaintHilaire, y su fe en hombres como Swedenborg y como Saint-Martin. A éste atribuye Curtius el fragmento famoso de Louis Lam- bert: “La unidad fue ef punto de partida de todo lo creado. De ella resultan muchos compuestos; pero el fin ha de ser idéntico al principio... Unidad compues- ta, unidad variable, unidad ja. El movimiento es el medio; el mimero, el resultado” 2Cémo negar, entonces, que el novelista (mago in- consciente o consciente de su burguesa cosmogonia decimonénica) necesitaba del arquedlogo y del sastre y del tapicera y del médico y del hsidlogo, no para re birlos en su laboratorio, a guisa de huéspedes pasajeros © humildes “preparadores”, sino para que sus didlogos —en ocasiones contradiciorios— comprobasen la uni- dad insustitnible del mondlogo universal? La equivoca- cion de Taine —y de tantos otros— consistié en juzgar a Balzac como a un hombre de letras “naturalista” Son sus textos tan poco afines a los de sus grandes contemporaneos (Victor Hugo, Lamartine, la sefiora Sand) que parece prudente considerarlos como el pro- ducto de una reaceion conta el romantiismo. Y hay que reconocerlo: la obra de Balzac rebasa, sin duda, todos los marcos roménticos. Los naturalistas lo exal- 88 EN BUSCA DE LO ABSOLUTO Laban como al precursor de su propia escuela. Con tiempo, hemos Hegado a comprender, sin embargo, que tanto como Vietor Hugo, pero desde un punto de vista antagénico, lo que Balzac anunciabs no bra slo el af, venimiento de Flaubert y Emilio Zola, sino de un ar- te muy diferente al de Flaubert y Emilfo Zola. Ese ate coincide, en muchos aspectos, con las aspiraciones —no siempre realizadas atin— de la poesia suprarrealista Recuerdo haber leido, en 1926, un libro muy suges- tivo de Luis Aragon: Le paysan de Paris. Deefa su au- tor que lo que puchla nuestros suetios es la “metafisica dle los sitios”. “Toda la fauna de la imaginacién —aftae dia, paginas adelante— se pierde y se perpetia en. las zonas mal alumbradas de la actividad humana. Hay, en la turbacién que producen algunos sitios, cerrojos que cierran mal sobre lo infinito. Nuestras ciudades estén habitadas por esfinges incomprendidas, las cuales no detienen al transetinte y que, si él no se vuelve hacia ellas, no le plantean citestiones mortales. Pero, si acierta a adivinarlas, y si entonces las interroga, lo que el sabio logra sondear de nuevo, en esos monstruos sin rostro, es la profundidad de su propio abismo”’ Al evocar, en este estudio, a uno de los que fueron, hace mas de treinta aftos, los iniciadotes franceses del suprarrealismo, no pretendo (lo que serfa absurdo) en- cermar a Balzac dentro de los limites de una escuela Quiero solamente ayudar a situarlo fuera de toda cla- sificacién pedagégica (el romanticismo, el naturalismo) y hacer sentir hasta qué punto su expresidn, represen- tativa del siglo x1x, es —en muchos aspectos— tmestta expresién: tan joven como las antiguas profecias y tan vieja como el més moderno akimno del doctor Freud, Balzac —escribe Albert Béguin"— no es el mayor de los novelistas por haber, segtin lo pensaba él mismo, pintado una époea y caracterizado sus ambientes, sus cla: * En el ensayo La Vocation ds Romancier. Homens ungsco a Balzac (Mercure de France, Parfs, 386 oe EN BUSCA DE LO ARSOLUTO 89 ses sociales y sus tipos humanos. Es el mayor de los novelistas porque no nos da esa impresién de lo verda- dero sino en funcién de un mito personal, de indole visionaria, y por haber traducido lo verdadero por me- dios poéticos.” Pensando, sin duda, en una observacién de Henry Miller (quien acus6 a Balzac de haber trai cionado su vocacién superior, de fildsofo y de poeta, al aceptar su destino de novelista) agrega Béguin estas palabras, para mi indiseutibles: “Decir que Balzac hu- biera debido dedicarse a otras tareas, es ignorar la par- ticuilaridad de las vocaciones personales. Balzac era un vyidente, un visionario de la mds alta inteligencia meta- ica; pero no podia captar su propia visién sino inven- tando personajes, escenas, didlogos. Por algin tiempo cerey6 que sus poderes de invencién eran de tal magni- tud que lo autorizaban a una especie de creacién abso- uta, sin apoyos tangibles. Pero, a partir del dia en que — i é=S=S—=S—Sse la eternidad sino por medio del tiempo y que el miste- rio més profundo se revela a la imaginacién que pene- tra lo real y no a la imaginacién que lo disipa y que lo anonada”. La imaginacién que penetra lo real... No borra esta simple frase la paradoja de Max Nordau, cuando aseguraba que “la obra de Balzac no debia ab- solutamente nada a la observacién” y que “la realidad no habia existido para él"? Todos los lectores de Balzac han sentido, en algdn momento, la fuerza alucinante de sus héroes, de sus calles y de sus casas. La prima Bela, el primo Pons, el dre Goriot, Vautrin, Rastignac, la sefiora Marneffe, [es tostvos —andnimos y teribles— agrupados en el proemio de La muchacha de los ojos de oro, no son imagenes habituales, como las que vemos todos los dias, al cruzar una plaza, al salir de un cinemat6grafo o al dar un paseo por la ciudad. Nos persiguen, como los rostros que construimos nosotros mismos, en el mundo de nuesitos suefios, Nos persiguen, porque somos res- ponsables de ellos en — CLES 0 EN BUSCA DE LO ABSOLUTO sin darnos cuenta, con el escritor que los engendré. Estén hechos con muchos datos exactos de la memoria —los que el novelista acumula en sus descripciones.— Peter ademas, estén hechos con algo nuestro, impalpa- ble y décil, que no sabremos nunca si es nuestra vale tad, Esa voluntad, el creador logtd someterla en nosotres completamente, como logran los hipnotizadores vencer, de pronto, la resistencia de sus sujetos. ‘Una descripcin no es una pintura” exclamaba Hic pélito Taine. No le faltaba razén para asegurarlo. Pero tuna descripcion puede ser una poesta, etiando quien la intenta fe da ef valor de un encantamiento, la cali- dad simbélica de tn conjuro. Hay diversas maneras de creer en la realidad. Para la mayor parte de los hom. bres, un objeto es eso exclusivamente: sélo un objeto, tuna presencia itil, o incémoda, o anodina, Pata Belzac todo objeto es un testimonio, un sintoma, una pregun- ta, un_grito de alarma y, con frecuencia, una acer cién. Como el mago y como el espia (mago y espia viven, singularmente, del poder de adivinacién que las hipstesis Tes procursn) lo epocudinn ae Balzac no entran en Ia intimidad de sus héroes sino después de que el artista los invents, merced a ima serie de finas complicidades con el mundo concreto que los rodes Otzos escritores nos dicen (y nos lo dice cl propio Balzac, cuando esta cansado): Fulano era sabio,"o le. gre, 0 colérico, 0 efusivo; Fulanita era ardiente, o co. quela, © devota, o sentimental. Pero, en los mejores momentos de La comedia humana, 0 es el autor el que se toma el trabajo de revelamos lo que piensan 0 sienten sus avaros, sus abogados, sus banquteros, sus ne. gociantes o sus duquesas. Las casas donde habitan, los muebles que prefieren son los que entonces nos los de. nuncian Es la manera que te Je ones frase, o de interrumpir cierta risa, la que se encarga de delatarlos, Todo en su ambiente, en su cuerpo, ¢ in: cluso en los rasgos menos originales de su semblante, ha sido previamente soliciiado y comprometide pot el cia — EN BUSCA DE LO ABSOLUTO 2 artista, Todo se encuenta dispueso asi (como en Ja. es cena de Ja traicion de los melodramas) para facibitar al lector el conocimiento profundo del personaje, El lector, al instalarse por fin en esa conciencia ajena, se siete la vez somprendoy temnquiizado, Sorprendido, porque tna conciencia descongeida es siempre bastante extiana para nosotros, Tranuilizado, porque ests per suadido de no haber penetrado ilegalmente en esa o"Tste habito balzaciano, de tomar por un ssedio apa rente el carter de las genes que nos describe, exp ca también Ta pasion que tena el autor por el misterio ¥ por los secretos. Secreto, misterio, som palabras que se tepiten constantemente a lo largo de sus novelas. Y no se repiten_ sélo en sus novelas, sino en sus eartas Balzac se jacta de que my pocos sm los que le cono cen. Vive en secret El, tan vanidos, e, sin embargo, por lo menos lo afirma, un hombre secreto, odes To misleios lo atraen. No eifa sus misvas, como lo hacia Stendhal en ocasiones. Pero las sella meticulosamente- Sobse su mesa, la colecciOn de sus sellos eonstiufa, de hecho, tn reperorio de enigmas sentimentales. Ado- taba Tas cass con dos puertas, malas de guardar, mag nifieas para hui, Le encantaban las amistades incor nicables, los viajes subitos y Tas lagas espera, La de la Extranjera, Evelina Hanska, duré, para él, mé nico lustros. : SS cieauee puede ser una aiscara, Ya To hemos dicho en este esto sobre Balzac. Pera la cass en que ese semblante se dismula, la calle donde esa cass tiene su mimero y la ciudad que atraviesa esa calle, i. a constantemente por dentneia el semblante oculto, Es por allf por donde conviene empezar el sitio. A veces como lo han confesado tanto Jos criticos, el s : papel determinants de bs descrip” en novela babacns poke coma con poncho vo de Pipe Bertault Bufsee, L'homme et oeuvre (BoWin et Cie., Pas 10) 2 EN BUSCA DE LO ABSOLUTO paulatino de los lectores por peldatios etemos de ¢: Gripcién, los impacienta notoriamente, Piden el scan sor Peg bs lea es el ascensor mis seereto del no- . lola, poco a poco, no se an sl piso donde aguardan la heroin ‘0 eh hee at a a lege también hasta su alma inedgnita, paralizada pro. bxblemente por la hipnosis que le produce la ansiedad enlznos subir con tan sabia y'dramatica lenttud Zola oem cudn poco tiene en comtin con Emilio 3 extraordinatio “naturalista’. Los espiritus que le interesan son su obsesién. Los persigue mienteas lo attaen y, en cuanto los posee, fos desmenuza, los dsc a, Tos pulveriza.” Tan imaginativo come buen obser primero. Yn invent sna ie" at piesa wend io ver impla Blemente, escuchar y tocar hasta ef feneat Oho ey osoees como una pesadila liga “s primera victima de esa imagin: Bale! Hscucherte. Se tte done note ee anibuye a ae oe sus ae Louis Lambert, "Nadie vel mundo —dice— sabe el t fn mismo mi fatal imaginaign. Me eleva a veces has {a Jos cielos )» de pronto, me deja caer en la tien, secrets ator Katmai decay us algun: le una partic me indican que puedo mucho. aaaholeaaesel mundo con mi pensamiento, To aiaso, lo formo, pe. petto en ély lo comprendo o me figuro’ comprendetio, ’ero me despierto siibitamente. Y estoy solo, fle m en una noche profunda.” Heese. date OMB due sutra, en secreto, de ese terror, no faba la impresin de un neurépata a los muchos ann FEARS alan. Hay que oft a Lamartine euando lo describe. “Tenfa —dice— la rotundidad de Mira- * Sobre los caracteres balzacianos, ; cianos, es vecomendable leer una obra de Blena Alten: La gente ef le plan dor concen ae ‘ewe de Balzac (Paix Alcan, Patt, 1928) oo EN BUSCA DE LO ABSOLUTO 93 beau, pero sin pesadez alguna, Era tanta su alma que Hevaba con ligereza y con alegria aquel cuerpo (sdlido y poderoso) como una envoltuta flexible y no como un fardo. Sus brazos se agitaban con donaire. Conversaba ‘como hablan los oradores”. Podria pensarse que La- martine era un “elfo” sentimental y que imaginaba mas bien a Balzac como le habria agradado verlo. Pero Paul Lacroix no era, incuestionablemente, un “elfo” sentimental, Sin embargo, su deseripein de Balzac no resulta muy diferente: “Un hombrecillo ventrudo, de abierta y alegre fisonom(a, tez rubicunda, boca berme- ja, ojos vivos y penetrantes... Combinacién material de Rabelais, de Piron y de Désaugiers; cabeza admirable, de genio; cuerpo espeso, de agente-viajero...” Algunos pretendersn que Lacroix prefirié insistir esa vez. en el valor anecdético de la silueta del novelista, Pero George Sand nos lo sefiala igualmente como a un comensal de “trato agradable, un poco fatigoso” (por el exceso de sus palabras), “que reia y charlaba, sin darse casi tiempo de respirar”. Te6filo Gautier, por su parte (es decir: un escritor para quien el mundo ex- terno existia terriblemente) elogia las carcajadas con que celebraba Balzac las apariciones eémicas de su pro- pia conversacién. Las vefa “antes de pintarlas”. El mis- mo Gautier agrega: “La risa de sus labios sensuales era la risa de un dios benévolo, que se divierte con el es- pectéculo de las marionetas humanas”, Nada, en todas estas semblanzas, nos permite supo- ner el terror nocturno del solitario encerrado frente a su obra. ¢Quién nos habré mentido? ;Balzac, o los numerosas espectadores de su existencia? Ni aquél ni éstos, probablemente. Porque, en Balzac, alternaba el extravertido que conocemos —jacaran- doso, teatral y, a menudo, bastante vulgar— con el introvertido que adivinamos y que no advittieron siem- pre sus compatieros y sus rivales: el que cavaba en la sombra, a fuerza de trabajo y de tazas de café isécronas, téxicas pero tOnicas, su propia y cercana tumba; el que 94 EN BUSCA DE LO ABSOLUTO almacenaba la realidad de Ja naturaleza para imponer, a su modo, una naturaleza distinta a la realidad; el que daba a Grandet y a Gobseck los millones que sus ne- gocios infortunados nunca le dieron; el que —honrado y prabo en los episodios cotidianos— se transformaba a veces, por la ehcacia de su fantasia, en el mas negro de todos sus personajes: el fabuloso y fatal Vauttin, Sus contemporéneos vieron en él, sobre todo, al francés jovial, buen gastronomo y buen bebedor, digno de competir con los felemitas de la Abadia cantada por Rabelais. Pero sus lectores de hoy no podemos aceptar esa estampa cémoda y pintoresca. Aun sin haber con- templado el rostro que eterniz6 Augusto Rodin, adi namos, bajo el perfil locuaz del extravertido, la tene- brosa ansiedad del introvertido, su avidez y su miedo de ser, su audacia y su timidez, igualmenie enormes. La grandeza de Balzac residié en esa alianza magnifi- ca, y no muy frecuente por cierto: la del hombre que ve cuanto le rodea y la del hombre a quien no efectivamente sino el mundo que intenta ver: la del observador y la del vidente. En cl libro que eseribi6 acerca de “las grandes co- mrientes de la literatura en el siglo xix", dice Jorge Brandes que los ojos de Balzac —ojos de domador de leones— “vefan a través de una pared lo que ocurria dentro de una casa", que “atravesaban a las personas” y que “lefan en su corazén como en un libro abierto”, Completindose, o corrigigndose, afirma en seguida el comentarista: “Balzac no era un observador, sino un vidente. Si en la noche, entre las once y las doce, encontraba a un trabajador con su mujer, que volvian del teato, podia seguirlos (con la imaginacién} calle iras calle, hasta el otto lado del boulevard exterior don- de vivian. Les ofa cambiar sus pensamientos, primero sobre la pieza que habfan visto, después sobre sus asuntos prvados. Hablaban del dinero que deberian recibir al siguiente dfa y lo gastaban ya de veinte ma- neras distintas, Disputaban sobre ello y descubrian bi EN BUSCA DE LO ABSOLUTO 95 su caricter en la pelea. Y Balzac escuchaba con toda atencién sus quejas sobre lo largo del invierno, o sobre el precio de las patatas...” Todo esto lo habiamos leido en Facino Cane. De acuerdo, al fin, con las confidencias de Louis Lambert, concluye entonces el critico: “Esa fantasia que dominaba a los demés, era su propio tirano” Porque —sigue hablando Brandeés— “quien solo busca lo bello describe sélo el tronco y la copa de la vegeta- cién humana’; pero “Balzac presenta el érbol humano, con sus rafces, y se ocupa sobre todo de la estructura de esas rafces, de la vida subterrdnea de las plantas, que determina la exterior”. Al principio del capitulo consagrado a Balzac, Brandés nos habfa ya declarado que ef autor de La comedia humana “entendia y pin- taba de preferencia la raiz de la planta hombre", para ilustraci6n de lo cual reproducia dos versos de Victor Hugo: I peignit Varbre vu du cdt€ des racines, Je combat meurtrier des plantes assassines, Ante esta nocturna mitologia, qué lejos nos encon- tramos del obeso Monsieur Balzac, émulo del pletorico Gargantiia, que saludaba a Lacroix, de pronto, en al- sana de las calles de Paris! {Qué lejos —y, después je todo, qué cerca! Porque no se es grande, en verdad por lo que se omite, sino por el espacio que se esta en aptitud de llenar con sinceridad. Balzac tocaba asi, por un extremo, al mundo risuefio de sus cuentos er6- licos y salaces, en tanto que por el otto, tocaba a los sotanos del presidiario Dostoyevski, al dolor del hom- bre que, sin perdén y sin tregua, vivid y sucumbié en el subterrdneo. Cuando la grandeza alcanza estas proporciones no deja de imponer, a quien la padece, una dramética des- mesura. Tal desmesura explica muchos escepticismos frente a Balzac. “Es demasiado voluminoso para ser 96 EN BUSCA DE LO ABSOLUTO realmente grande”, parecen pensar muchos de sus ct ticos. Se reanudan’entonces las viejas y estétiles discu- siones. gSabia escribir Balzac? ;Es tolerable su estilo grandilocuente? ;Quién retraté mejor al avaro, Moligre 6 él?

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