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Columnas de Opinion 27 Sept
Columnas de Opinion 27 Sept
m.
Gonzalo Hernández
Columnista
Los acuerdos de paz del gobierno de Colombia con las Farc se ven en la
actualidad (justo cinco años después de su firma) como un asunto
histórico lejano. No han logrado convertirse en el elemento de
convergencia nacional que esperábamos los más optimistas, tampoco
en un motor permanente y vigente de reflexión a escala nacional de los
problemas de desarrollo que subyacen en la violencia y el conflicto
armado. La política nacional los relegó a menciones marginales en sus
discursos, y solo se asoman nuevamente en los titulares cuando
organismos internacionales critican los avances de la
implementación.Las anécdotas inspiradoras, que ocurren a nivel de los
municipios y las comunidades rurales, por ejemplo, en relación con los
proyectos productivos, son resultado de grandes esfuerzos en medio de
un ambiente adverso y peligroso.
Fácil no iba a ser. Los acuerdos llegaron al punto de ser firmados,
cruzando una primera meta, sin piernas suficientes para la etapa
siguiente, con un desgaste enorme luego de enfrentar oposiciones
radicales (desde las más genuinas hasta las más oportunistas),
campañas de desprestigio y la inercia de décadas de guerra. Pasaron a
nuevas etapas de validación, así como terminó el gobierno Santos: con
la lengua afuera. Menos de un año después del plebiscito, la carrera
presidencial de 2018 dejaba claro que cualquier cercanía al presidente
saliente era un pasivo. Eso incluía por supuesto a los defensores y
gestores de las negociaciones con las Farc. Triunfó la oposición y con
eso anticipamos que a pesar del blindaje constitucional los acuerdos
sufrirían nuevos golpes en la implementación.
Un artículo reciente en el Financial Times, “Colombia: why peace
remains elusive five years after Farc deal”, muestra con información del
Kroc Institute, que en los dos años siguientes a la firma de los acuerdos
(2017-2018) el porcentaje de lo completamente implementado llegó al
20 %. Luego se posesionó el presidente Duque y en tres años de su
Gobierno el porcentaje subió apenas al 29 %. Preocupante si pensamos
que en los primeros años se enfrentan los desafíos de la construcción de
capacidades para poder luego avanzar más rápidamente. En lugar de
eso, el gobierno Duque aplanó la curva de avances. Además, desde
2016, más de 300 excombatientes de las Farc han sido asesinados (más
de uno por semana). dos de tres colombianos piensan que la
implementación va mal.
En este panorama la resistencia de los acuerdos es importante. Es
indiscutible la disminución de la intensidad del conflicto. Un éxito
enorme del Estado. Y el trabajo de instituciones como la Comisión de la
Verdad y la Jurisdicción Especial para la Paz, a pesar de los fuertes
ataques que sufren, hace ver con esperanza la solidez de estos pilares
para una tarea de largo aliento.
Hay que seguir pensando hacia adelante. Desafortunadamente, en la
nueva carrera presidencial casi no se habla del tema de la paz. Los
candidatos son cautos; no quieren regresar a las condiciones de los
debates de 2018. Poco es el retorno político del tema ante la falta de
entusiasmo nacional y ante la posibilidad de que los rotulen como la
ficha de algún expresidente. No obstante, es políticamente importante
que aspectos claves de los acuerdos salgan de la sombra, no por razones
ideológicas, como ocurrió antes, sino por razones prácticas: para
aprovechar, por ejemplo, los mecanismos de desarrollo regional
(reforma rural integral, programas de desarrollo con enfoque territorial
y focalización para luchar contra la pobreza y los cultivos ilícitos) y para
evitar así retrocesos serios en los factores del conflicto. Ojalá los
acuerdos puedan ganar legitimidad en los próximos años y que su
resistencia en tiempos difíciles siga valiendo la pena.
HomeOpiniónColumnistas
27 sept. 2021 - 11:55 p. m.
Fue uno de los impulsores del Partido de los Trabajadores que llevó a Lula al
poder. Por eso cuando la extrema derecha llegó al gobierno con Bolsonaro, una
de sus tareas principales fue borrar cualquier rastro de su pensamiento. Fueron
destituidos los rectores de las universidades oficiales para ubicar a militares en su
lugar y se disminuyó la inversión en humanidades con el argumento de que el
mundo necesitaba tan solo técnicos. En los colegios se prohibió la libertad de
cátedra y se invitó a los estudiantes para filmar a cualquier docente que abordara
temas políticos, para que pudiera ser investigado, empapelado y destituido. El
gobierno ha dicho que quiere construir “escuelas sin partido”, pero los maestros
saben que busca establecer verdades oficiales, imponer una mordaza para
silenciarlos e implantar el “delito del pensamiento” al que se refería George
Orwell en su obra 1984. Resulta muy diciente que Bolsonaro haya convertido a
un educador en uno de sus objetivos principales. Seguramente porque sabe que
Freire tenía toda la razón cuando decía que, “la educación no cambia al mundo,
pero cambia a las personas que cambiarán el mundo”.
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“Creo –decía Freire en una entrevista en su último año de vida- que la esperanza
hace parte de eso que llamamos naturaleza humana. Me gustaría que me
recordaran como un ser que amó profundamente las personas, los bichos, los
árboles, las aguas, la vida…”. Y así lo recordamos el pasado 19 de septiembre
cuando se cumplía el primer siglo de su natalicio.
Segunda. No existe una educación “neutra”. Al educar tenemos que definir ¿qué
tipo de individuo queremos formar? y al hacerlo, necesariamente tenemos que
tomar partido sobre el tipo de sociedad que estamos construyendo. Para Freire
solo hay una respuesta: una educación que forme un individuo más libre y
autónomo y que trabaje por construir una sociedad más justa y democrática. En
consecuencia, todo acto educativo es, al mismo tiempo, un acto político. Este
principio es la antítesis del adoctrinamiento que desconoce la libertad y la
autonomía del estudiante. Se trata de brindar las herramientas para que el
educando opte con conciencia, criterio y autonomía. Preparar a los estudiantes
para que ejerzan su libertad no es adoctrinarlos, es desarrollar en ellos el
pensamiento crítico. Por el contrario, quien adoctrina, impone y no deja elegir.
La clave está en la libertad y en la diversidad de opciones que se les brinden a los
educandos.
Las tesis de Freire nos van a ayudar a construir esperanza en sociedades que
parecen haberla perdido. Desafortunadamente, en Colombia y en Brasil la
extrema derecha tomó demasiada fuerza en la última década y, deliberadamente,
ambos países han limitado el potencial transformador de la educación.
Afortunadamente, todo permite concluir que en poco tiempo tendremos en ambos
países gobiernos más democráticos y una mejor educación.
Hago propias las palabras de Freire: “Lucho por una educación que nos enseñe a
pensar y no por una educación que nos enseñe a obedecer”. Esa fue la misma
tesis que defendió Pink Floyd en su mágica canción Another Brick in the Wall.
Freire con sus palabras y Pink Floyd a través de su arte, lucharon por ampliar la
democracia y no por restringirla. Labor contraria hacen quienes censuran y
castigan a quienes piensan distinto. Le recomiendo a presidente Iván Duque leer
a Freire y escuchar a Pink Floyd. Ambos lo habrían censurado con firmeza por
invitar a la Feria del Libro en España exclusivamente a los escritores amigos de
su gobierno. Valdría la pena preguntarse, ¿qué intelectual no lo censuraría por un
comportamiento tan antidemocrático?
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria)
HomeOpiniónColumnistas
27 sept. 2021 - 11:55 p. m.
Reinaldo Spitaletta
Columnista
No me parece neutral don Quijote. Tomó partido por la justicia, buscó “desfacer”
agravios y “enderezar tuertos”, se alineó del lado de los derrotados, combatió la
perversión y como hombre libre se dispuso siempre a defender ese don precioso,
que cuesta tanto alcanzarlo: la libertad. Tal vez lo que quiere decir el poder,
cuando pide neutralidades, es que haya zalamerías, que el periodista, el escritor,
el ciudadano, sea un lambón, un servil, un turiferario. Y que si va a inmiscuirse
en política, sea la de ellos. El neutral es el seguidor ciego. Así lo quieren.
Al poder le encanta la zalamería. Que le soben saco. Que le limpien los zapatos.
Y ven una contrariedad en aquellos que los indisponen, que les sacan “los
trapitos al sol” y los ridiculizan. No me gusta ese reportero, ese escritor. Ni ese
ciudadano que protesta y defiende sus derechos. Hay que neutralizarlos, dice el
poder. Y vaya usted a saber que otras acepciones le dan a aquello de
“neutralizar”. Acaso habrá que desaparecerlos, como ha sucedido en las más
despiadadas dictaduras.
Se sabe, o por lo menos se sospecha, que al poder, cualquiera que este sea, no le
agrada que haya escritores, periodistas, ciudadanos, que tomen partido contra las
inequidades y los desafueros. Ha pasado, y no está por demás recordarlo, cuando
a la dictadura argentina, la de Videla y compañía, le chocó tanto que un
periodista hubiera publicado una carta abierta denunciando los crímenes de los
militares: miles de desaparecidos. Y entonces, a proceder. Hay que borrar a ese
tal Rodolfo Walsh.
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Dados cargados
Y aquí viene a cuento el “Soy un caso perdido”, poema de Benedetti: “que en mis
cuentos soy parcial / y tangencialmente me exhorta / a que asuma la neutralidad, /
como cualquier intelectual que se respete”. Y relata cómo por su parcialidad,
porque tomó partido contra la infamia, lo deportaron, lo amenazaron, lo
exiliaron. Cómo mantenerse neutral, dice, ante episodios como Tlatelolco, Playa
Girón, La Moneda… Que en los tiempos actuales sería callar ante tantas miserias
y desbarajustes nacionales e internacionales.
Decía Kapuscinski, otro reportero de la historia, nada neutral, que hay que
mantener un compromiso frente a las injusticias. El periodista debe hablar de lo
que no se habla, de lo que se margina, de lo que se oculta, de lo que el poder no
quiere que se revele. “Es importante que no te contagies de esa enfermedad
terrible que es la indiferencia”, anotaba el autor de Ébano y de tantos otros
grandes reportajes.
HomeOpiniónColumnistas
25 sept. 2021 - 12:00 a. m.
Sobre la mitad del siglo XX, Churchill, Monnet, Adenauer y unos pocos líderes
más, promovieron un acuerdo para consolidar la paz en Europa y garantizar su
perdurabilidad. Ese es el origen de la Unión Europea. La guerra de Flandes, la
guerra de los treinta años, la guerra de Crimea y todas las guerras que inventaron
en los cinco continentes son hoy, desde el punto de vista europeo, cosas del
pasado gracias al acuerdo del carbón y del acero, que también se conoce como
Tratado de París, suscrito hace 70 años.
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A esperar
Ese experimento no parece ser posible en América. Aquí se acabaron los líderes
de todos los, signos. Ningún jefe de Estado actual está a la altura de hombres
como Franklin Delano Roosevelt, Lázaro Cárdenas, Juan Domingo Perón. Ni
como José Figueres, Fernando H. Cardoso, Eduardo Frei, o como los Lleras,
Echandía, Belisario Betancur, en Colombia. Más allá de sus aciertos y de sus
errores, todos ellos tenían vocación americana. Nadie parece tener interés
continental, y menos, si deben aportarse actitudes solidarias. Dentro y fuera de
cada país, predomina el grito sobre el diálogo. La idea fuerza de la confrontación
se mantiene en las huellas de Trump y de Maduro, de Ortega y de Bolsonaro, de
Amlo y de Bukele. Los demás, ni siquiera están dejando huella alguna.
El mundo actual necesita menos ideología y más democracia. Menos líderes para
la polarización y más ciudadanos para la convivencia. La sociedad civil es el
único estamento en la historia que ganó una guerra mundial sin disparar un solo
tiro, cuando su acción derribó el muro de Berlín y aclimató la integración
alemana. Si América carece de gobernantes con esa vocación, le corresponde
inducirla a la sociedad civil. Ese es su desafío inmediato.
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23 sept. 2021 - 12:00 a. m.
Ariel Ávila
Columnista
Más allá de revisar los indicadores de seguridad en Colombia, lo cierto es que la
totalidad de analistas, expertos y académicos en la materia coinciden en que hay
un cuadro de deterioro generalizado, lo cual incluye la seguridad rural y urbana.
Todo esto se traduce en masacres, asesinato de líderes sociales, decapitamientos,
crecimiento del Eln, las disidencias y el Clan del Golfo, y hasta en un atentado al
presidente de la República. En varias regiones es increíble el deterioro. Mientras
todo esto ocurre, parece que la fuerza pública se ha dedicado a entregar trofeos
antes de que termine el gobierno de Iván Duque, por ello dieron de baja a
alias Uriel y, recientemente, a alias Fabián. Todo indicaría que estarían muy
cerca de Otoniel, el líder del Clan del Golfo. Sin embargo, en el terreno la
seguridad no hace más que deteriorarse.
La pregunta es por qué ocurrió ese deterioro, más aún en un gobierno que,
supuestamente, era bueno en seguridad. La respuesta no es sencilla, se deriva de
varios factores, pero para resumir se podría decir que hubo una tormenta perfecta,
compuesta de tres factores. Por un lado, un saboteo sistemático al Acuerdo de
Paz. Cuando el presidente Iván Duque llegó al gobierno debía tomar la decisión
de si le echaba agua o gasolina al incendio, prefirió tirarle gasolina y el país se
incendió: no siguió adelante con el sometimiento a la justicia del Clan del Golfo,
saboteó el proceso de paz con el Eln, no cumplió con el Acuerdo de Paz con las
Farc. De hecho, entendieron el Acuerdo de Paz como reincorporación y en lo
demás no avanzaron. Entonces, rápidamente, el país se fue deteriorando.
Claramente rompe con la visión peñalosista de la obra física (el cemento) dominando la
estrategia y la inversión; aunque la calidad de vida de las personas importa no es lo
fundamental, no es el corazón de su ciudad.
Ese criterio básico coloca como un propósito central del desarrollo de Bogotá la protección
de sus suelos y espacios ambientales: la Reserva Natural Van der Hammen, los humedales,
el Páramo de Sumapaz, los Cerros Orientales y las cuencas de las quebradas, que suman
más de 200 cuerpos de agua; así como sus tierras rurales: zona rural del Norte, Usme y
Sumapaz. La meta, aumentar en un 30% el área de la estructura ecológica principal de la
ciudad, su factor estructurante al asumirla como una totalidad de vida.
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Kypreos y La Clarividente
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En segundo lugar, plantea superar la división de Bogotá entre los espacios de trabajo y los
de vida, que deteriora la calidad de vida de las personas al condenarlas a largos
desplazamientos realizados a costa de su bolsillo y de su tiempo personal. Pero también
afecta la vida de la ciudad secuestrada por esas masivas movilizaciones diarias de cientos
de miles de ciudadanos, producto de una mala, o mejor, de una falta de planeación urbana,
generadora de una ciudad escindida, no funcional.
El proyecto de POT, ataca la situación desde dos frentes complementarios que asumen el
desarrollo de la ciudad más allá de la construcción de viviendas, al atender lo que este
denomina, los soportes urbanos. Ante todo, con una movilidad limpia ambientalmente,
gracias a una gran infraestructura de movilización masiva que asumiría la dimensión
regional del espacio bogotano: tres trenes regionales, cinco líneas de metro urbano y siete
cables aéreos. La complementaría, para la movilización individual, la construcción de
cuatrocientos kilómetros de ciclo vías y de andenes peatonales. Esta es la parte
financieramente desafiante o aún utópica del POT propuesto.
En segundo lugar, plantea favorecer el desarrollo de vivienda en altura para densificar el
espacio urbano, aunado a la construcción de viviendas de interés social (VIS) con unas
áreas mínimas superiores a las vigentes, en zonas centrales de la ciudad como medio para
lograr una mayor integración social urbana – por razones diametralmente diferentes, tanto
los pobres como los ricos habitan las periferias urbanas -. Plantea regresar al tradicional
esquema decimonónico de actividades económicas en el primer piso de las residencias, para
impulsar la combinación de los usos del espacio, necesaria para superar el concepto
exclusivista y antifuncional de barrios solamente residenciales, con la redefinición de la
política de localización de actividades económicas diversas para generar espacios públicos
más integrados que faciliten y mejoren la calidad de la vida, en términos de trabajo y de
tiempo libre para el entretenimiento, la socialización, la familia, la educación…
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19 sept. 2021 - 11:00 p. m.
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2 de octubre
Hace 16 horas
Estas son 30 razones por las cuales estamos hablando sobre desigualdades en
Colombia:
…porque llegamos a un punto donde la riqueza de los 200 hombres más ricos
del mundo es mayor que el PIB de todo África. Y tristemente, Colombia
sobresale dentro de este mundo tan desigual como uno de los países con la peor
distribución de ingresos.
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28 sept. 2021 - 11:00 p. m.
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El Partido de la Esperanza
Hace 4 horas
En columna reciente dije algo que hoy parece fallida ilusión: ante la debacle del
uribismo y de la derecha en general, percibía una primera vuelta en la que se
encontraban Petro en representación de la izquierda y Gaviria como el candidato
único del centro, en consideración a que con el lanzamiento de su candidatura
“este último puso a tambalear la opción de Sergio Fajardo y debilitó el repertorio
de candidatos de la Coalición de la Esperanza, que han quedado como invitados
de piedra al convite electoral”. (Ver columna).
Ahora bien, vino el error con los “pergaminos” de Carrasquilla… y hoy el cuento
es a otro precio: sumado a dicho gafe, Gaviria no deja de lucir una aparente
debilidad en el modo de expresar sus planteamientos. Habla muy pasito, le falta
perrenque político. Esto hace prever que Fajardo puede recuperar el terreno
perdido, sobre todo por el papel de mártir en que lo ha convertido la persecución
del aparato estatal uribista en su contra, que prefiere a todas luces competir
contra Petro en segunda vuelta que contra Fajardo. Y es comprensible: con Petro
les quedaría “mamey” alborotar de nuevo el miedo a convertirnos en otra
Venezuela, mientras que con Fajardo llevarían las de perder. Pero este no tiene la
más mínima posibilidad de superar en votación a Petro en el primer envión, he
ahí el intríngulis.
En todo caso, sería nefasto para Colombia si Fajardo nuevamente quedara tercero
en la primera vuelta, como en 2018: esta vez no se iría a ver ballenas, por
supuesto, pero su inveterada tibieza haría prever que termine por despreciar a
Petro frente al candidato de la derecha, mientras que con Gaviria la cosa sería a
otro precio, porque no se le ve maniatado a los poderosos intereses del Grupo
Económico Antioqueño (GEA), como sí a Fajardo.
Fue por ello que anhelé una segunda vuelta entre Alejandro Gaviria y Petro, pero
esta hoy se diluye tanto en la insoportable levedad argumental del exministro de
Salud, como en el descaro atrabiliario que exhibe este gobierno para comprar
gobernabilidad y que en aplicación de la inexorable ley del péndulo, orienta
definitivamente la balanza a favor del Pacto Histórico, cada día más fortalecido
con la incorporación de nuevas fuerzas.
Sea como fuere, considerando la cada vez más fuerte capacidad adquisitiva de
este gobierno para comprar lo que se le atraviese sin importar el color político
(decía Vito Corleone que “todo hombre tiene su precio”), estaríamos abocados a
un escenario donde de nuevo llegarían a segunda vuelta Gustavo Petro y el
candidato de la extrema derecha, llámense un Fico Gutiérrez, un Óscar Iván
Zuluaga o un Alirio Barrera, este último para nada descartable, motivo
“novedad”.
La urgencia histórica hoy está en lograr que así no lleguen unidos a primera
vuelta, la izquierda y el centro sí logren propinarle una derrota política al ya
desgastado y dividido Centro Democrático, impidiendo que pase uno de los
suyos a segunda vuelta.
@Jorgomezpinilla
La paz esquiva
El sector político que lideró el triunfo del No llegó al poder sobre la idea de que fue una paz
mal negociada, especialmente por los temas relacionados con la justicia y la participación
política de los exlíderes de las Farc (con los desmovilizados rasos no hay problema, salvo
que los están matando). La serie de reformas institucionales que se realizaron y el apoyo
internacional al proceso no han logrado resolver ese problema de legitimidad que significó
el resultado del plebiscito.
Más allá de que hubieran sacado a la gente a votar verraca, con mentiras y falsedades, el
resultado es legítimo y parece ser el origen de esta nueva frustración que el gobierno de
Duque no se ha esforzado en impedir, en parte por incapacidad, en parte porque no
reconoce el mandato de la paz como un compromiso de Estado que deba honrar, salvo
cuando tiene que dar la cara en escenarios internacionales. Que el anhelo de paz se esté
marchitando será exhibido como un triunfo moral ante su electorado, como lo prometió
Fernando Londoño.
Colombia es un país sin esperanza, a merced de sus propios demonios, que perdió la
confianza en sí mismo y en sus instituciones, y que es incapaz de encontrar un relato común
para imaginar una sociedad más próspera e incluyente. Cuando se observa el tono de los
debates entre los distintos actores políticos no se vislumbra un futuro promisorio. Gane
quien gane las elecciones, no podrá hacer mucho, pues al otro lado no encontrará un
contradictor para construir en la discrepancia: tendrá a un enemigo a quien hay que negarle
todo, así eso implique llevarse por delante medio país, como hace Duque, quien siente que
solo gobierna para quienes votaron por él y no para toda Colombia. Hubo que salir a las
calles para recordárselo con el saldo trágico conocido.
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El Partido de la Esperanza
Para mis amigos, todo; para los enemigos, la ley, como dijo Benito Juárez. Mientras nos
consumimos en esa fractura, los problemas avanzan, la delincuencia se fortalece y la
desesperanza se apodera del país, y de los jóvenes que no ven un futuro y empiezan a sentir
que el esfuerzo de las movilizaciones quedó en estigmatizaciones, criminalización y pocas
o ninguna reforma estructural.
Mientras el Estado no sea capaz de garantizar la vida, su deber esencial, los demás temas
quedan aplazados. El Acuerdo de Paz era la oportunidad de cerrar ese ciclo de violencias,
primero con las Farc y luego con otros grupos armados, combinando distintas estrategias de
disuasión armada y negociación. Pero no hemos sido capaces de extender esa mirada de
largo plazo. Una idea tan sencilla como aquella de que en un país en paz es más fácil lograr
el bienestar general en Colombia se encuentra con la realidad de que el recurso de la
violencia es el mecanismo más eficaz para el control social y para retrasar las reformas
necesarias.
@cuervoji
HomeOpiniónColumnistas
28 sept. 2021 - 11:59 p. m.
Asalto a la democracia
Es una tentación para gran parte de ellos vulnerar los cimientos de la democracia.
Aunque lo critican cuando lo hace un contradictor político aquí o en el
extranjero, algunos de los que gobiernan buscan la forma de cambiar las reglas de
juego para perpetuarse en el poder o garantizar la sucesión en los suyos; es decir,
atornillarse. En la historia reciente, los más propensos y efectivos para hacerlo
han sido, sin duda, Uribe y sus amigos, estos a través de las mañas que se
heredan sin recato alguno.
Uribe, elegido solo para cuatro años sin posibilidad de más, decidió, a mitad de
camino, hacer una reforma constitucional, dirán algunos, o perpetrar un asalto a
la democracia, diremos otros. Así, por cuenta de su popularidad (Estado de
opinión), Uribe decidió promover y hacerse aprobar a la brava su posibilidad de
reelección, fechoría en la cual sus más cercanos funcionarios y uno que otro
congresista —todos hoy condenados penalmente, salvo Uribe— cometieron todo
tipo de delitos.
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Soledad Puértolas
Hace 20 horas
Uno puede creer que nos libramos de Uribe, pero eso no es tan cierto, pues ha
gobernado y gobierna por medio de su pupilo, el nunca aprendido y mucho
menos valorado presidente Duque, a quien se le ocurrió la idea, inspirado en su
maestro, de atracar nuevamente la democracia, esta vez a apunta de recursos
públicos disfrazados de recuperación económica, pero con el fin de ayudar a los
uribistas en las elecciones de Congreso y presidente que se avecinan.
Hoy, los Char son el ejemplo más claro y preciso del poderío y auge de los clanes políticos.
Tanto así que, León Valencia, director de la Fundación Pares, lo considera el clan más
poderoso de todo el país, encabezando una lista amplia de apellidos que conforman grupos
regionales de poder. En lo local, los recursos públicos, manejados por estas casas políticas,
atienden necesidades personales y, lo más importante, extienden su red de poder entre sus
amigos contratistas y políticos.
Y la cuestión es aún más compleja, pues no solo opera de abajo hacia arriba; en Colombia
las casas políticas han sido impulsadas por el propio centralismo. En épocas electorales, la
estrategia predilecta de muchos de los candidatos presidenciales, que resultan elegidos, ha
sido conseguir el apoyo regional por medio de estas casas para llegar al poder. Lo que a la
larga se traduce en favores que son pagados cuando los eligen. Así les facilitan el trabajo,
asegurándoles un espacio en lo nacional, que repercute en una ampliación de su margen de
influencia.
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La relación entre Duque y los Char lo demuestra claramente. Durante su elección, fueron
reiteradas las acusaciones sobre la incidencia de la casa Char en la votación de la Costa
Caribe para que Iván Duque fuera presidente. Y, por eso no es casualidad que en su
mandato la relación entre ambos ha sido la de los mejores amigos. Las elecciones
legislativas de 2018 le aseguraron 11 congresistas, dándoles un margen de maniobra
significativo. Para el período legislativo de 2020, Arturo Char fue elegido como presidente
del Senado, lo que sin duda aumentó su poderío. A todo esto, se le suma el nombramiento
de Karen Abudinen como MinTic, de Margarita Cabello como Procuradora y Tito Crissien
como MinCiencias. Todas figuras cercanas a la casa Char.
Así se ha creado una especie de alianza entre ambas partes que les ha permitido ejecutar
ciertas movidas en su beneficio. Sólo por mencionar algunas: el apoyo irrestricto del
presidente Duque, y la bancada charista a la exministra Abudinen. No cabe duda que la
petición de renuncia se debió más a la presión de la opinión pública que a un verdadero
castigo por parte del presidente. Por otro lado, las jugadas que hizo Arturo Char cuando era
presidente del Senado en beneficio de los intereses de Duque. Por ejemplo, acomodar el
orden del día en las plenarias del Congreso, excluyendo la discusión de temas importantes
como en su momento fue el proyecto de reforma agraria; pero también, realizar movidas
para eludir la votación a la moción de censura del Ministro de Defensa, Diego Molano,
evitando así una mayor repercusión de esta medida.
El Espectador en video:
Ley de Garantías: ¿Qué decía como senador Duque y
qué pide ahora como presidente?
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Ahora, si bien es notorio que la ascendencia de la casa Char ha sido acompañada, y hasta
impulsada, por el nivel central, el caso de Abudinen es muestra clara del poco control que
existe hacia la actuación de estos grupos políticos por parte de los partidos políticos que los
acogen, en este caso Cambio Radical. ¿Por qué no hubo ninguna sanción dentro del partido
Cambio Radical? ¿Qué hizo que Duque esperara tanto tiempo para pedir su renuncia? ¿Qué
había detrás de esa larga espera? ¿De quién es la responsabilidad de las decisiones tomadas
por la exministra? ¿Vargas Lleras o los Char? Pero la pregunta más importante: ¿Cuál es el
costo para los Char sobre estas situaciones anómalas? La respuesta es: ninguno.
El fuerte del partido Cambio Radical, es regional, es aquí donde quieren y pretenden
mantenerse. Realmente la sanción moral que se obtiene de un electorado nacional, más de
opinión, no adquiere relevancia para estos clanes políticos. Su dinámica en lo local nunca
ha respondido a controles y sanciones sociales, que por lo demás es casi nula, esto junto
con el clientelismo, es lo que, según León Valencia, deja abierta la puerta para que estos
caciques regionales se perpetúen en el poder local.
Los “vínculos” en lo nacional les permite ampliar su poderío y hacer alianzas esenciales.
Ante cualquier problema que enfrenten de índole nacional, la solución siempre será volver
a su zona de confort, justo donde nada les afecta, porque son intocables. En el instante que
la casa política pone los votos y asegura el “pase libre” en el legislativo, ya se asegura que
en lo nacional haya retribuciones entendidas en dinero, pero también en impunidad. La
retórica de un “gana-gana” se vuelve predominante en este juego cerrado.
A puertas de lo que sería el último año de gobierno del presidente Iván Duque, resultaría
interesante analizar esta dinámica. En la medida en que el Gobierno Nacional siga
perdiendo fuerza, e incluso hasta legitimidad, se hará cada vez más dependiente del poder
que le suman estos clanes para conseguir mayor gobernabilidad. De esta forma entraríamos
en un círculo vicioso: menos fuerza en el ejecutivo, más necesidad de apoyo en los clanes,
repercutiendo en más favores políticos y mayor impunidad.
Es importante considerar si esta dinámica está dejando en evidencia una táctica más
profunda entre el ejecutivo y los poderes locales, a partir de la cual se entregan contratos
con el objetivo de financiar campañas políticas. Además de un tema de posicionamiento de
intereses a nivel local o regional, es importante preguntarse ¿Será que el objetivo del clan
Char es la Presidencia? De materializarse esta posibilidad, ¿Cuáles serían los efectos sobre
el poder regional de su casa política?