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SOBRE
;
La definibilidad dogmática de
la Asunción de María
POR
El P. S a m u e l de S t a . T e r e s a
(Carmelita)
SANTIAGO UH CHILK
I M P R E N T A . C3E3R.TTjft.îîT3EIS
Moneda 117u
1922
.. »»
I. M . S.
Licencia de la Orden
II
IV
PROLEGOMENOS
II
III
IV
PRIMERA PARTE
Capítulo I.
taba himnos concordes con aquellos que oía cantarla los ciu-
dadanos de la Ciudad Celèste. Pero 10 que es más 'ádmirable
mo afirma el divino Dióñisio que escribió lo que vió, quedó
e n t e r a m e n t e arrobado, habiendo sido llamado a que oyese los
que habló María, ¿cuál pensamos que será el gozo de los ejércitos-
celestiales cuando merecieron oír su voz, ver su rostro y gozar de
su dichosa presencia?
«Nada puede ensalzar más la grandeza de su poder o de su
piedad a no ser que se crea que el Hijo de Dios no honra a su
Madre o dude alguno que pasasen a un efecto estable de caridad
las entrañas de María, en las que descansó corporalmente nueve
meses, la misma caridad que procede de Dios». (Sermón 1.°)
«Tiempo es para toda carne hablar, cuando es llevada al
cielo la Madre del Verbo encarnado; que no debe cesar en sus
alabanzas la humana mortalidad, cuando la naturaleza del hom-
bre es ensalzada sobre los mismos espíritus angélicos, en la per-
sona de la Virgen». (Sermón 4.°).
Otros muchos textos de este Santo Padre y Doctor meli-
fluo de la Iglesia pudiéramos citar, pero basta lo dicho para co-
nocer la mente de San Bernardo.
San Amadeo.—Este santo pertenece al siglo XII, pero no-
está contado entre los Santos Padres ni entre los Doctores de
la Iglesia. Este santo es un eslabón que une en una sola cadena
a los Santos Padres con los teólogos que dentro de poco vere-
mos presentarse como brillantes soles iluminando todos los ám-
bitos y doctrinas de la Iglesia católica.
San Amadeo en su sermón de la Asunción se expresa de este
modo: «Elévada María con voces de exaltación y alabanza, fué
colocada en la sede de la gloria la primera después de Dios y so-
bre todos los otros moradores del cielo. Y allí vuelta a tomar la
sustancia de la carne, pues no es creíble que su cuerpo sufriese,
la corrupción (ñeque e n i m credi fas ets corpus ejus vidisse
corruptionem) y provista por consiguiente, de dos clases de
ojos, los del entendimiento y los de la carne, contemplaba a Dios
y al hombre en las dos naturalezas, con tanto más ardor y re-
verencia cuanto les veía más claramente.»
No se puede hablar con más claridad ni precisión, y por la
misma razón no añado una sola palabra.
Santo Tomás de Villanueva. (Siglo XV).—Se expresa
así: «Celebramos la triple fiesta. En primer lugar celebramos la
muerte dichosa de la Virgen Madre de Dios, el instante en que
salió de esta vida, y celebramos además su resurrección que la
revistió de una gloria inmortal, y celebramos, en fin, su Asunción
gloriosa, cuando su cuerpo y alma tomaron su lugar correspon-
diente en el cielo. (Obr. del Santo. Tomo 3.°)
Muchos otros Santos Padres vienen citados para el mismo
fin por los escritores modernos, Jourdain, D'Argentan, Augusto
Nicolás, Poire, Martínez y Sáez. No he querido seguir a ninguno-
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II
LOS TEOLOGOS
IV.
V.
•no también manifiesta las señales por las cuales se conoce que
f r e v e l a c i ó n es verdadera, como son los buenos efectos. Pero
«o e s c r i b i m o s tratados de teología mística.
S a n t a María Magdalena de Pazzis.—Esta santa en una
noche que precede a la Fiesta de la Asunción, después de pedir
a los coros de los ángeles que le alcanzaran de Dios el perdón de
sus pecados, para subir al cielo en compañía de la Virgen Sma.
tuvo una visión que merecese ser referida. Le pareció ver bajar
en grupos a todos los coros de los ángeles cargados de presentes
y dirigirse al sepulcro donde yacía el cuerpo de María que es el
arca de la nueva alianza, para tomarlo y llevárselo... Habiendo
llegado los ángeles al sepulcro de su Reina, la Santa los vió es-
tremecerse de gozo y ponerse en círculo, al rededor del santo
cuerpo.. • Después que María se levantó con incomprable majes-
tad, Magdalena se arrojó a sus pies y le suplicó le renovara in-
terior y exteriormente». Vida de Santa, por el R. P. Cepari,
cap. XXV)
De San Estanislao de Koska, S. J., dice su biógrafo, el
P. Gabriel de Aranda, S. J. cap. XXVIII, pág. 190. «Fué opi-
ni n constante que la Reina de los ángeles, acompañada de mu-
chos ciudadanos del cielo, había venido a asistir en aquella hora
a su querido hijo Estanislao, para llevarle en su compañía...
La hora fué el amanecer de un día de la Asunción de la Sma.
Virgen; hora en que se cree haber subido al cielo la Reina de los
ángeles».
En la Vida del P. Bernardo de Hoyos, dice su biógrafo,
P. Juan de Loyola, S. J. cap. IV. «Siendo devotísimo de la Virgen
le prometí > Jesucristo que el día de la Asunción de su Madre al
cielo, celebraría con él, celestial desposorio. Lo refiere él mismo...
Vi un hermoso trono ocupado por María Sma. a mano derecha
de Cristo... llegué a las gradas del solio de Jesús a quien me pre-
sentó María S m a . . . Lo entregué el anillo que tenía en el dedo,
a María Santísima, como depositaría de la prenda. Volví en mi
después de tres cuartos de hora, aunque durante toda la octava,
más viví en cielo que en la tierra».
Ya que estamos hablando de los santos de la Compañía
de Jesús, añadamos uno más.
Vida de San Alonso Rodríguez, por el P. Jaime Nonell,
cap. V. Se refiere que hallándose el Santo en la tarde del 15 de
Agosto, en su aposento, considerando la subida de la Virgen al
cielo, se le representaron tres fiestas que en aquel dichoso día
se le hicieron a la Virgen en el cielo; la primera la solemnidad
de su subida al cielo empírico»...
Dice el P. Faber que la Virgen ha revelado a muchos santos
cuán agradable le es que la saluden con los siete gozos de que
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VI.
LA LITURGIA
VII.
LOS POETAS
A LA ASUNCION DE MARIA
¡Angeles venturosos
Que os lleváis nuestro bien enriquecidos,
Alegres y dichosos
¡Ay, cuán empobrecidos
Y cuánto nos dejáis entristecidos!
F. Domínguez y Fernández.
HIMNO
P. Pedro de Padilla.
Juan de Jáuregui.
El cielo se maravilla
Virgen, cómo a Vos, viendo
Junto a sí os ha dado Dios
La más eminente silla,
Diego de Hojeda.
Estas últimas poesías están tomadas del tomo 2." del Ma-
rial por el Cardenal Vives y Tutó.
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VIII.
OBSERVACIONES
PARTE SEGUNDA
RAZONES DE CONGRUENCIA
Capítulo 1.°
pecador, y los cuerpos de todos son, como dice San Pablo, cuer-
pos de pecado, corpus pecatí. A donde quiera que vaya el hom-
bre, lleva consigo el corpus pecati y sus consecuencias. No hay
que admirarse, pues, de que el hombre tenga que verse precisado
a convertirse en polvo y ceniza, de que tenga que convertirse en
pasto de gusanos, y que sus tristes despojos tengan que permane-
cer en el sepulcro, hasta que la voz del arcángel les haga salir
de aquella lóbrega morada y ponerse en camino para el lugar
del juicio.
Pero ¿no habrá ninguna excepción en esta regla general?
No; los que han pecado en Adán, tienen que cargar con ésa ley
irremesiblemente, Pero ¿los que no han pecado? Los que han pe-
cado y los que no han pecado ¿tendrán que cargar con el mismo
castigo y con la misma ignominia, cuando la ignominia y el cas-
tigo han sido impuestos solamente in paenam pecati» Ten-
drá que someterse a la ignominiosa corrupción, el cuerpo del ino-
cente, lo mismo que el cuerpo del pecador, cuando ese castigo se
ha impuesto sólamente para el primer pecador y para los que lo
contraen en virtud de su representación del primer hombre?
La razón nos dice que no. No podemos convencernos de que
aquel que de ningún modo pecó, ni de modo alguno fué partici-
pante del pecado de otros, tenga que venir a ser su víctima del
mismo modo que los responsables del crimen. Si la corrupción
del cuerpo en la sepultura es un castigo del pecado, nuestra ra-
zón se resiste a creer que tenga que incurrir en ella aquel que
de ningún modo fué participante del pecado. La corrupción no
puede cebarse sino en el pecado; la demora de la felicidad eterna
tampoco se puede aplicar sino al pecado, porque el pecado y
solo el pecado es quien establece estas demoras en las puertas
eternales, y aquel de quien se dijo: "Nom dabis sanctum
tuum videre corruptionem", también podemos afirmar:
"Non dabis sanctam Matrem tuam videre corruptionem,
y a la entrada de la Madre lo mismo que a la entrada del Hijo,
podemos dirigirnos a los príncipes del cielo, diciéndoles: Attolli-
te portas, principes, vestras et elevamini, portae aeterna-
les. Levantad esas puertas, ¡oh príncipes! y levantad, puertas
eternales, porque tiene que entrar la princesa de la gloria.
para llevar todas las cosas al cielo, para arrastrar todas las cosas
hacia arriba, hacia la mansión de Dios, donde nada manchado'
puede entrar, pero todo lo puro debe estar, puesto que lo pux0
se inclina hacia allá por su propio peso, como que allí está el si-
tio natural de todas las purezas virginales?
Algunos santos en los momentos del éxtasis se han elevado
a grandes alturas, porque su alma pura arrastraba al cuerpo-
hacia arriba contra su inclinación natural, pues en algunos casos
las operaciones sobrenaturales son lo más natural que. hay, aun-
que parezca una contradicción. Así, y del mismo modo es lo más
natural que hay, el que Jesucristo Hijo amantísimo de María
arranque del seno de la corrupción al lirio de la pureza y le con-
duzca allá donde todo es limpio, perfumado y puro.
Luego es también lo más natural que el cuerpo de la Sma.
Virgen más puro que los astros y que el cielo empíreo no permane-
ciera en la tierra de la cual no fué formado sino para servir de
adorno al cielo.
Según las sentencias de los SS. Padres, el privilegio de las
vírgenes consiste en presentar, desde esta vida, una viva imagen
del esplendor que tendrán sus cuerpos, después de la resurrec-
ción. Pero si alguna persona ofreció esta viva imagen de un mo-
do cabal, fué la Sma. Virgen que dió a luz a la misma pureza.
Maríá expresó perfectamente este estado durante su vida;,
luego debió gozar de este privilegio después de su muerte, porque
su pureza no era solamente una virtud, sino también un don
enteramente celestial que, habiéndola elevado sobre los mismos
ángeles, como dice San Bernardo, le daba de algún modo el de-
recho de ser su igual en este punto;.
Si en la naturaleza hay cuerpos incorruptibles, ¿Cuál será
más digno de esta cualidad que el cuerpo santísimo de María,
más puro que el aire, que la luz y que el diamante, cuerpo que te-
nía más del cielo que de la tierra, y que de tal manera estaba su-
jeto al espíritu que éste jamás sintió rebelión de sus apetitos?
Si la gracia original traía consigo un principio de incorrup-
tibilidad en el primer hombre para hacerle pasar enseguida a
todos los demás, es creíble que la Sma. Virgen que poseyó esta
gracia sin perderla jamás, habría de gozar del mismo derecho.
Es verdad que María estuvo sujeta a la muerte; pero como
ya hemos dicho, ésto fué para que ella se hiciese más semejante
a su Hijo. María murió, pero murió no tanto porque tenía que
morir como bija de Adán, condenada a morir por ser hija del pe-
cador, sino que murió por necesidad de tener que imitar a Jesu-
cristo su Hijo que también murió, no porque tuviera que morir
por ser hijo de Adán, sino porque era el Redentor del mundo y
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Cuanto más elevada y santa sea una alma, tanto con más
perfección practica la virtud de la gratitud. Solía decir Santa
Teresa que por el más insignificante servicio que la hubiesen
hecho, se veía precisada a guardar un recuerdo imborrable, por-
que no podía arrancar de su alma, el recuerdo del beneficio re-
cibido. Parece que la santidad por sí misma se inclina a pagar
con exceso los beneficios recibidos; lo cierto es que los santos han
practicado la virtud de la gratitud con más perfección que las-
almas pecadoras e imperfectas.
Pero el Santo de los Santos la ha practicado todavía con más
perfección. ¿Cómo pagaba Jesucristo los beneficios recibidos?
Testigos son los apóstoles, los desposados de las bodas de Caná,
Marta, María y Lázaro, Zaqueo y tantos otros. Siempre pagó
Jesucristo con una sobreabundancia divina, todos los beneficios
recibidos. ¿Habrá cambiado de carácter y conducta, el amante
Redentor de los hombres, ahora que está en el cielo? Es de su-
poner que no, porque en el cielo todo se perfecciona, y recibe
nuevos quilates, cuanto franquea aquellas puertas eternales.
Ahora bien; ¿cuántos beneficios recibió Jesucristo, de su
Madre? No tienen cuento. Más fácil que enumerar ios beneficios
hechos a Jesús por María, sería decir que todo cuanto constituye
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Capítulo 4.°
Capítulo 5.°
, u e ai
invocar a María, se dirija solamente al alma de María
g6 ay n o a la Madre de Dios, compuesta del alma y cuerpo, tal
q v ivía en este mundo, con su corazón inundado de amor,
con sus ojos Henos de dulzura.
Pero, y bien; ¿dónde está el cuerpo de la Virgen? Pero, y
bien; pregunto yo a mi vez; ¿dónde está el cuerpo de Jesucristo?
Están los dos juntos, y son quizás los dos únicos cuerpos que
están en el cielo, o quizás está allí el cuerpo de San José, quizá
de San Juan Bautista, quizás de David, quizás de Enoc y Elias?
-Donde están los cuerpos de los que resucitaron el día del Viernes
Santo? No lo sabemos; por eso ponemos estas últimas afirmacio-
nes con la sobreañadidura de quizás. Y pasemos a otra cuestión.
Capítulo 7.°
U l t i m a s pinceladas.
*'de vida. ¡Oh querida señora nuestra, tan grande y tan poderosa!
" buscar la gracia y no acudir a tí, es querer volar al cielo sin alas.
" Tal es tu bondad que vienes en nuestro auxilio, cuando te in-
" vocamos y aun antes que te invoquemos. En tí está la clemencia,
" en tí la piedad, en tí la gloria y en tí se encuentra reunida cuan-
" ta virtud se encuentra en la criatura". (Paradisso XXXIII, I)
La imaginación humana no puede elevarse a mayores al-
turas de lo que se ha elevado el autor de las pinceladas prece-
dentes. Nosotros vamos a poner también nuestra insípida pluma
al servicio del autor de la "Divina Comedia".
El término fijo del eterno consejo, de que habla Dante, es
la predestinación de María a la maternidad divina. Nos vamos
a meter en terribles honduras, pero no importa; lo mismo que a
Dante, nos saldrá al encuentro Beatriz, símbolo de la teología.
Esta predestinación de la Virgen, a una doble maternidad, la ele-
va a un punto tan sublime que apenas puede columbrarlo la
mente humana. En el orden de los tiempos y en el de la dignidad,
tenemos que concebir necesariamente la existencia de esta Virgen
paritura, como la primera, por ir siempre unida al decreto de la
Encarnación del Hijo de Dios.
Lo más grande, lo más digno, y lo más elevado que ha habido
y puede haber, después que la corriente de los tiempos empezó
a moverse, ha sido esta Encarnación del Hijo de Dios en el seno
de la Virgen, encarnación buscada, pretendida por sí misma
como la última perfección, de las creaciones divinas, según Scoto
y como remedio del pecado y perfección al mismo tiempo, de la
naturaleza, según Santo Tomás. Pero en cualquiera de las supo-
siciones, la parte integrante de esta gran obra, es la misma Vir-
gen, la Virgen en cuerpo y alma, la Virgen que estaba predestina-
da a dar en su cuerpo virginal, la vida al Verbo. Por eso al lado
de esta Virgen que engendra a Dios, los serafines casi desapa-
recen, como las lucesitas de las estrellas ante las suaves claridades
de la luna.
Entre esta virgínea presdestinación y la predestinación de
todos los demás santos, hay una diferencia casi infinita, puesto
que ella fué prevista y predestinada por Dios, para hacer obras
más grandes, que las que pudieran hacer todos los demás predes-
tinados juntos. Tal excelencia, dignidad y destino podremos
columbrar por las denominaciones que el Espíritu Santo la con-
decora, y la Iglesia se las aplica.
Ella es llamada Hija querida del Padre, Madre tierna del
Hijo y Esposa purísima del Espíritu Santo y sagrario de toda la
beatísima Trinidad. María es llamada vivificadora del mundo,
aurora de la gracia, triunfadora de la muerte, vencedora del de-
monio, puerta del cielo y gloria del paraíso. Así mismo se dice
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ques, las flores de los jardines, los instintos de las fieras selváticas,
los gobiernos de los pueblos, los caracteres de los hombres, el
estilo de sus moradas; en todos esos movimientos y cambios
viene comprometida la Virgen, puesto que esos cambios han ve-
nido por la civilización, ésta por la redención y la redención por
el Hijo de María. Pero el hijo es siempre por la madre y lleva
siempre algo de la madre y ha necesitado de la madre para todo.
Por eso le ha dado la "Divina Comedia" el calificativo de tér-
m i n o fijo en el eterno consejo.
Sigamos.
Hay leyes universales, las cuales, podemos decir, que han
modelado la existencia de todos los hombres en el orden moral,
sin que ninguno haya podido evadirse de su imperio. Dios de-
cretó criar al hombre como al más privilegiado y querido de to-
dos los seres visibles, dándole una alma racional y espiritual
hecha a su imagen y semejanza. La felicidad temporal y la dicha
eterna eran el patrimonio del hombre al cual fué destinado por
pura bondad de Dios. Pero quería Dios hubiese cierta analogía
entre la entrada del hombre en el horizonte de la vida natural;
quería que así como todo hombre que viniese al mundo, debía su
existencia a los dos primeros padres formados de sus manos,
así les debiese también la vida espiritual. Si los primeros padres
fueran fieles a Dios, la justicia original pasaría a sus descendientes,
pero si fuesen infieles, todo sería perdido. Sucedió esto último.
Perdieron, pues, la justicia original Adán y sus descendientes-
Sin embargo Dios no quiso privarles de la gloria eterna ¿cómo re-
cobrarían el derecho de entrada? Dios exigía una reparación
por la ofensa, en cierto sentido infinita, y la exigía condigna,
ad apicem juris ¿cómo le daría el hombre? No la podía dar
en ningún sentido, ningún hijo de Adán que viniese a este mundo
según las leyes universales que modelaban su existencia.
Era, por lo tanto necesario que apareciese sobre la tierra una
nueva progenie, capaz de dar a Dios una satisfacción condig-
na y quedaran canceladas en el libro de la eternidad las deudas
pendientes entre el hombre y Dios, borrando para siempre el
decreto que se había escrito contra nosotros, "delens quod
adversus nos erat chirographum decreti", y restituyéndonos
a las amistades perdidas.
Aquí se presentan Jesús y María que realizan la difícil ope-
ración. He ahí el fin de la predestinación de María a ser Madre
de Dios, predestinación que envuelve una larga serie de decretos
divinos, cuyo cumplimiento se verificaría al llegar la plenitud de
los tiempos, como son: la inmunidad del pecado original, la ple-
nitud de las gracias, privilegios para ser dignamente Madre de
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Capítulo 8.°
ERGO
BEATISSIME PATER:
Fray S a m u e l de S a n t a Teresa
Carmelita.
INDICE
PAGS.
Introducción 3
Prolegomonos n
La fe :-..... 11
Depósito de la fe 12
Nuestro caso ,....,.' 13
Qué es la Tradición 14
¿Existe la Tradición? 16
Exposición de la parte histórica 18
Resurrección de María 19
Valor de las precedentes afirmaciones , 21
Los Santos Padrefe 21
Los teólogos ,.... 31
Los oradores sagrados 37
Los escritores caí&licos 41
Las revelaciones privadas 43
La liturgia 49
Los poetas 53
Observaciones 62
Razones de Congruencia 68
La exención de pecado 68
La pureza 71
La gratitud de Jesús .' 73
La promesa divina , 75
La humildad 77
No está aquí luego esta allí 79
Ultimas pinceladas : 83
Ultima derrota de Lucifer 89
Ergo 94
Solicitud latina 100