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CONVERGENCIAS MODUS VIVENDI

ENTERRADOS
Como con otros dispositivos, el smartphone libera y esclaviza a
la vez. Y no, no se trata de un cliché.
Autor Juan Soto / 2020-08

¿R
ecuerda la película de Buried (2010), esa excelente cinta
cuyo guión fue escrito por Chris Sparling, dirigida por
Rodrigo Cortés y protagonizada por Ryan Reynolds? En
ella, un contratista estadounidense que labora en Irak
despierta dentro de un ataúd. Ha sido enterrado vivo. A
la mano sólo tiene tres objetos de los cuales dependerá su vida: un encendedor, un
bolígrafo y un teléfono celular. Este último se convertirá en el medio de
comunicación que le permitirá mantener contacto con el mundo, negociar el pago
de su rescate y tratar de salvar, así, su existencia. Paulatinamente, el protagonista
recordará cómo fue que llegó ahí. El celular se convertirá en su única conexión
con la “superficie” y con la vida.

Aunque el objetivo de este one man show no fue hacer de las interacciones
mediadas por tecnologías su tema central, lo ilustra parcialmente y con
ecuanimidad. En la lógica de “me conecto, luego existo”, el escritor e
investigador Israel Márquez nos ha recordado atinadamente que “algunas
encuestas de hábitos mediáticos han demostrado que un teléfono móvil, o más
bien un smartphone, es a menudo el primer objeto que toca un sujeto al levantarse
y lo último que utiliza cuando se va a la cama”. A las nuevas generaciones, el
smartphone las puede recibir al nacer, y a las viejas las puede despedir antes de
morir. Testigo predilecto, hoy, de vida y muerte, es el dispositivo tecnológico
(quizá) más importante para el ser humano. La facilidad para operarlo, para
llevarlo de un lado a otro, su empequeñecimiento, su abaratamiento, su ligereza,
su capacidad de registro, envío y recepción de información, así como su
capacidad de comunicar lo han colocado en el centro de nuestras vidas. El
teléfono celular podría ser, acaso, el dispositivo más emblemático del “paradigma
de la convergencia” o más representativo de la convergencia cultural.

Mientras el viejo y equivocado “paradigma de la revolución digital presumía que


los nuevos medios desplazarían a los viejos”, dice el profesor de comunicación
Henry Jenkins, “el emergente paradigma de la convergencia asume que los viejos
y nuevos medios interaccionarán de formas cada vez más complejas”. El teléfono
celular ha logrado integrar cualquier cantidad de funciones que ofrecían distintos
dispositivos. Gracias a su posibilidad de conexión a Internet y su
interoperabilidad, sus funciones se han ampliado. La integración de aplicaciones
para realizar acciones cotidianas simples y complejas, ha elevado nuestra
dependencia hacia él. Sin lugar a duda, es uno de los objetos más importantes en
la vida cotidiana del tiempo presente.

Es probable, incluso, que usted esté leyendo este artículo en la pantalla de su


celular mientras se encuentra en el baño o en la cama o en la sala de su casa o en
su oficina. Quizá no se haya dado cuenta aún de cuántas de sus actividades
cotidianas dependen del celular. O de cuántas horas pasa frente a la pantalla del
mismo. O del tiempo que acumula a lo largo del año utilizando distintas
plataformas. Hoy día puede saber todo esto de manera sencilla gracias a alguna
aplicación o habilitando una simple función en el mismo dispositivo. El celular,
además, puede ser utilizado como despertador, agenda, radio, televisor, cine,
reproductor de videos, grabadora de audio, block de notas, asistente personal,
casino, galería de imágenes, temporizador, mensajero instantáneo, buzón de
correo electrónico, editor de textos, de páginas web, estudio multimedia,
sismógrafo, GPS, banco, escáner, lector de códigos QR, cámara fotográfica, etc. Y
también para hacer llamadas. La función esencial para la que fue creado ha
quedado relegada cada vez más de manera sistemática. De acuerdo con datos de
julio de 2020 de la agencia de marketing y comunicación We Are Social, somos
más de 5.15 mil millones de usuarios de teléfono celular, lo que equivale al 66%
de la población mundial; Internet tiene una penetración del 59 % y los social
media users del 51%. Esto quiere decir que más de la mitad de la población de
todo el mundo dispone de un teléfono celular, está conectada a Internet y es
usuaria activa de algún social media. Y sí, no se trata de un cliché: el teléfono
celular es un dispositivo —como muchos otros— que libera y esclaviza a la vez.

Muy a pesar de la generación de nostálgicos restauradores, la utilización de los


dispositivos fijos y móviles con conexión a Internet durante el confinamiento
(también con datos de We Are Social), ha resultado fundamental para realizar
actividades como obtener información acerca de la covid-19, permitir la
educación a distancia de los hijos, lograr que las personas estén en contacto con
sus familias, trabajar, mantener entretenidos a los hijos, ayudar a hacer las
compras, pedir alimentos a domicilio, ayudar a tener acceso a médicos e
información en el cuidado de la salud, ayudar a las personas a ejercitarse y a
mantener o mejorar los ingresos. Durante el confinamiento, como puede
deducirse, la utilización de todo tipo de dispositivos con conexión a Internet se
incrementó significativamente.

Debido a que la situación de “encierro” ha suprimido en buena medida uno de los


elementos esenciales de la interacción social y de la vida cotidiana, que es la
condición de copresencia física, los dispositivos tecnológicos han intentado llenar
ese vacío sin mucho éxito. Pero si sumamos a esto la condición de distancia
necesaria e institucionalizada por las políticas sanitarias para salvaguardar el
bienestar individual y de la comunidad, la cosa empeora un poco más. Vernos sin
tocarnos. Vernos sin abrazarnos. Vernos y hablarnos sin acercarnos demasiado.
Vedere ma non toccare devino política y llamado a la responsabilidad sociales.
Esta situación de confinamiento ha dejado ver lo que los interaccionistas sabían
de sobra: que la condición de copresencia física es parte fundamental de la vida
social. Que, sin ella, muchas de las cosas que hacemos en lo cotidiano pierden
sentido. Que se hace un vacío que no puede llenarse con nada. En su tiempo, las
risas grabadas en los programas pretendían favorecer la risa del espectador en
situación de claustrofilia doméstica. Hoy día, las televisoras hacen malabares para
dar la ilusión de tribunas ocupadas en los eventos deportivos con pequeñas
pantallas digitales de los aficionados que están en sus casas. En algunos estadios
de futbol se han colocado “hinchas de cartón” para tratar de enfrentar el vacío que
genera la ausencia de la gente. La falta de copresencia física, en algún sentido,
nos ha enterrado, dejándonos con los teléfonos celulares en las manos (como en
Buried, la película que se mencionó al inicio).

Mientras las célebres nulidades de la televisión transmiten desde la comodidad de


sus casas y apartamentos de lujo, mientras se muestran de manera grosera e
infame desde sus piscinas, sus jardines o sus casas en la playa, mientras siguen
atentando contra la cultura generando contenidos de ínfima calidad, afuera, en las
calles, se vive el espectáculo indigno de ser televisado: el que no es susceptible de
ser nombrado, ni tocado por la magia de la industria de medios; el que no está
enterrado, sino en la superficie. Es decir, el que es real. Gente sin empleo, sin
casa, sin trabajo, sin comida, sin familia, sin “megas” para comunicarse siquiera.

Prescindir de la copresencia física en una situación como la que estamos viviendo


es un lujo, no una cuestión de voluntad. ¿Cómo se le dice a la gente que tiene que
ganarse el pan a diario que se quede en casa? ¿Cómo se le dice que si sale es
irresponsable? Mientras la gente siga enterrada con el celular en la mano podrá
seguir aplaudiendo y divirtiéndose con los espectáculos despolitizados e indignos
que les ofrecen los reality shows, que han demostrado que no sólo funcionan bien
durante el verano cuando la gente suele irse de vacaciones, sino también en
situación de confinamiento. Mientras la gente siga enterrada con el celular en la
mano podrá mantener entretenidos a sus seguidores en TikTok y garantizar así su
membresía al club de los idiotas de esa o cualquier otra plataforma afín. Mientras
la estupidez siga triunfando sobre la razón habrá millones de personas dispuestas
a preocuparse más por lo que acontece en los reality shows o en los programas
conducidos por chismosos profesionales, que por lo que pasa en la superficie.
Solo los enterrados seguirán atreviéndose a firmar sus publicaciones con frases
huecas y sin sentido como “síganme para más consejos”. Sin copresencia física,
entregados de manera dócil al entierro, la fuente del pensamiento, que es la
conversación, ha perdido también. Enterrados y con el celular en la mano, los
medios seguirán llevando la batuta en la organización del pensamiento y los
afectos.

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