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CONVERGENCIAS MODUS VIVENDI

PENSAR CON LA TELEVISIÓN


Autor Juan Soto / 2021-09

En un mundo donde la televisión aún sigue demostrando su poder de


manipulación, hasta los más rabiosos críticos del sistema devienen dóciles
corderos sin caer en la cuenta de la forma en cómo sus reacciones frente a
determinados acontecimientos mundiales son producto del espectáculo
mediático.

E
n 1901, con el título de L’opinion et la foule, salió a la luz un libro
que contenía tres artículos publicados previamente entre 1893 y
1899 en la Revue des Deux-Mondes y la Revue de Paris. Uno de
ellos fue “Le public et la foule”. En este texto, Gabriel Tarde
intentó establecer la distinción entre multitud y público. Entendía
que una congregación de individuos en un teatro o una asamblea podía ser
considerada una multitud o público. Pero agregaba que desde la invención de la
imprenta un público muy distinto había nacido y que no cesaba de aumentar.
Incluso sostuvo que su extensión era indefinida. Que el crecimiento de ese
público indefinido era un rasgo distintivo de aquella época (el naciente siglo XX).
Escribió, quizá con mucha emoción, que se había hecho psicología de las
multitudes, pero que era necesario hacer una psicología del público (el libro del
médico francés Gustave Le Bon, La psychologie des foules, se había publicado en
1895). A ese público que había nacido con la imprenta, Tarde lo definía como una
colectividad puramente espiritual conformada por individuos que, físicamente,
estaban separados y entre los cuales sólo existía una cohesión mental.
Colectividad susceptible de ser sugestionada a distancia por los diarios.

A diferencia de Le Bon, quien había declarado que se vivía en la era de las


multitudes, Tarde señalaba que se trataba de una era muy distinta: la de los
públicos. Se había percatado de que los publicistas tenían una influencia poderosa
sobre su público y de que, a pesar de su heterogeneidad, se podía conformar algo
en común: la opinión. Afirmaba conocer regiones francesas donde no se había
visto ningún judío, pero florecía el antisemitismo. ¿La razón? La lectura de los
periódicos antisemitas. Más de cien años después podemos decir, sin temor a
equivocaciones, que la causa del antisemitismo no podría haber sido solo la
lectura de aquellos diarios porque eso eliminaría, de forma imprudente, otras
fuentes de su origen como el pasado y la cultura. Pero lo cierto es que este terco y
singular sociólogo que se había enconado más con Émile Durkheim que con Le
Bon, había reconocido en la prensa el poder de la conformación de opinión.

Hoy sabemos que los medios, no sólo la prensa, tienen un poder importante en la
conformación de la opinión, la manipulación y la persuasión. Que tienen, todavía,
el poder de imponer temas de conversación entre la población. La televisión, por
ejemplo, más preocupada por alcanzar altos niveles de audiencia que por la
reflexión de su público, deliberadamente desinforma. Suele desviar la atención de
los temas de verdadera importancia según convenga a sus patrocinadores y a sus
aliados. Suele abordar problemáticas relevantes de una manera banal e inocua y, a
pesar de su pérdida de credibilidad, sigue siendo parcial, tendenciosa y recurre
constantemente a las imposturas (engaños con apariencia de verdad e
imputaciones calumniosas) para manipular la opinión. Y no, los medios no
informan solamente. Informan y opinan al mismo tiempo. De hecho, una de las
paradojas de nuestros tiempos es que, viviendo en una época donde la
información abunda, se pueda estar tan desinformado.

¿Cómo es que frente a la abundancia de información se pueda manipular tan fácil


a las masas? ¿Cómo puede circular tan libremente en los medios de comunicación
y se puede recibir con algarabía tanta desinformación? El periodista Pascual
Serrano ha llamado la atención sobre la importancia que tiene, no tanto que los
medios definan nuestra ideología, sino que seleccionen los temas que nos deben
interesar (pero no sólo definen qué debe interesarnos, sino cómo debemos
interesarnos por eso que nos imponen). Tomando como ejemplo un informe
elaborado por Leonard Doob, McLuhan ilustró hace casi 60 años el caso de un
africano que, a pesar de no entender nada, cada tarde escuchaba los informativos
de la BBC. Y también llamó la atención sobre la forma en que los medios como la
radio (refiriendo el libro de un psiquiatra de nombre J. C. Carothers) podían
modificar sustantivamente la vida tribal (imagine un beduino montado en su
camello escuchando la radio, sumergido en diluvios de conceptos para los que no
ha sido preparado).

No obstante, nosotros podemos construir nuestros propios ejemplos. Gente


cantando canciones de los Rolling Stones o de The Beatles sin entender una jota
de inglés. Gente maravillada con series de televisión como Game of Thrones sin
haberse enterado, entre otras cosas, de cómo se vivía en Europa en la Edad Media.
Gente preocupada por la desocupación del ejército estadounidense en Afganistán,
incapaz de ubicar este país en un mapa. Gente lamentándose por la quema de la
Catedral de Notre Dame sin saber que a inicios del siglo XIX se utilizaba como
almacén (que es para lo que sirven las iglesias). Etc. En un mundo donde la
televisión aún sigue demostrando su poder de manipulación, hasta los más
rabiosos críticos del sistema devienen dóciles corderos sin caer en la cuenta de la
forma en cómo sus reacciones frente a determinados acontecimientos mundiales
son producto del espectáculo mediático. La televisión, dijo Neil Postman, hizo del
entretenimiento el formato natural de la representación de toda experiencia. Y
agregó: lo mejor de la televisión es su basura.

La incoherencia televisiva favorece la aparición de sentimientos y reacciones en


el público, las más de las veces, de forma premeditada. Los mensajes televisivos
están dirigidos a la esfera emocional y no tanto a la esfera racional de los
telespectadores, lo cual inhibe la reflexión y la crítica. Por ello es tan fácil que los
telespectadores (su nivel educativo no importa demasiado) puedan ir de una
indignación a otra esperando la que sigue. Los telespectadores ni siquiera tienen
que perseguir la realidad con la que tendrán que indignarse, pues la televisión se
las ofrece de manera expedita. Se las da prefabricada y piden más. Pensar con la
televisión, que no es en un sentido estricto pensar, reflexionar, dilucidar ni cavilar,
se refiere más al hecho de repetir los discursos descontextualizados que de ella
emanan durante las conversaciones cotidianas. Pensar con la televisión se refiere a
la manera en cómo el público conforma su opinión gracias a la información que
recibe del medio de manera editada, digerida, masticada (sin darse cuenta). Pensar
con la televisión es, esencialmente, dejar de mirar cómo a diario e
incansablemente ese medio que se resiste a perder el trono que ostentó de forma
cínica y descarada sigue regurgitando cantidades de basura informativa mientras
el público (incluido aquel con mayor capacidad crítica) las sigue recibiendo con
júbilo a condición de que la diversión no termine jamás.

Y no, no crea usted que su odio y preocupación por los talibanes es producto de su
libre albedrío (los medios le han ayudado a confirmar lo que quizá ya pensaba y
han promovido de manera sutil, pero efectiva, que sus sentimientos de
animadversión se hayan potenciado). En buena medida, las reacciones del público
son el producto que las representaciones mediatizadas le ha provocado (y,
preocúpese, de manera deliberada). Y si estas líneas aún no le han convencido
(porque es difícil y doloroso para los autoconsiderados espíritus libres y críticos
aceptar que los medios tienen el poder de manipularlos), sólo trate de recordar que
en 2015 quizás usted haya derramado algunas lágrimas por Aylan Kurdi. ¿No se
acuerda quién era? ¿Ya se le olvidó? Aylan Kurdi era el niño Sirio que murió en
una playa de Turquía. Es lamentable que los medios sigan valiéndose de la
muerte, la desgracia y la fatalidad del Otro para manipular la opinión, pero igual
de lamentable es que el público no pueda ni quiera darse cuenta de cómo su
opinión, actitudes, pensamientos, sentimientos, etc., están siendo manipulados,
explotados y potenciados por los mismos medios. Recomendación: no reaccione
de manera iracunda contra este texto. Hágalo contra los medios.
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