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13 2021-04-02 in Memoriam Parte I Compressed
13 2021-04-02 in Memoriam Parte I Compressed
IN MEMORIAM / I
Autor Juan Soto / 2021-04
A
inicios de 2019, analizando los sucesos noticiosos en algún
curso, cuando ya nos llegaban escenas hollywoodescas con tintes
apocalípticos desde Wuhan a través de los medios, alguien
levantó la mano durante una clase afirmando —como muchas
personas alrededor del mundo— que no creía en la existencia del
virus. “¿Dónde están los muertos?”, preguntó. El estado de perplejidad nos asaltó
a la mayoría, pero algunos asumieron como legítima su incredulidad.
Que los estudiantes descrean de lo que se dice en clase, que descrean de algunos
discursos de la ciencia e, incluso, que descrean de los acontecimientos
observables, no es nuevo. Pero tampoco lo es para buena parte del profesorado de
las mismas universidades donde se forman dichos estudiantes. Frente a la
incredulidad había que atajar con una pregunta: “¿Usted ha visto un átomo?”. La
respuesta fue: “No”. El complemento que había que añadir a esta respuesta es:
“Los físicos tampoco”.
Ese brillante doctor en matemáticas y literatura Charles van Doren sugirió que en
el momento en que ya no podemos ver, ya no podemos comprender lo que
estamos tratando de ver. En el caso de lo muy pequeño, de lo que no podemos
reconocer a simple vista, no se trata de una cuestión de ver, sino de entender y
comprender. Nuestra cultura pertenece a una tradición ocularcentrista cuyo rasgo
distintivo es otorgar superioridad a la visión como forma privilegiada de conocer.
Y se contrapone a las tradiciones logocéntricas (como la islámica y la hebrea),
donde se priorizan —en términos generales— el discurso y el texto como formas
de conocer. Neil Postman, uno de los brillantes alumnos de McLuhan, sostiene
que la idea de “ver para creer” tiene sentido en nuestra cultura ocularcentrista. No
nos guían otros axiomas epistemológicos como “decir para creer”; “leer para
creer”; “contar para creer”, etc. El acto de ver, no la visión, es lo que ocupa un
lugar importante en toda esta discusión que comenzaba muy temprano.
Y sí: también hemos visto que quedarse en casa no ha sido para todos. En tiempos
de pandemia las desigualdades, sobre todo económicas y sociales, son más
evidentes. No es lo mismo enfrentar la enfermedad con acceso a servicios de
salud pública que con acceso a servicios de salud privada. Aunque esto no
garantiza la sobrevivencia, con recursos las posibilidades se amplían. ¿Por qué la
gente que puede quedarse en casa, en tanto que su situación se lo permite, no lo ha
hecho y seguirá sin hacerlo? ¿Qué hay de los que pudiéndose quedar en casa
aprovecharon para irse de vacaciones? ¿Qué hay de los que no han dejado de salir
a bailar, a beber o a la reunión en petit comité? ¿Qué hay de los que no han dejado
de festejar sus cumpleaños convocando amigos cercanos y familiares? ¿Qué hay
de los que no quisieron aplazar sus bodas? ¿Qué hay de los que prefirieron poner
en riesgo su salud antes que perder su tiempo compartido o su paquete
vacacional? El razonamiento va así: la salud puede esperar, todo lo demás no.