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HÉCTOR IÑIGO CARRERA

LA EXPERIENCIA RADICAL
1916-1922
TOMO II

EDICIONES LA BASTILLA
COLECCIÓN MEMORIAL DE LA PATRIA
© EDITORIAL ASTREA 1980
Capítulo VI
LA REPÚBLICA MODERNA

Los rodeos y los silos


En lo que a actividad rural se refiere, pueden señalarse entre 1916 y 1922 dos momentos distintos. El prime-
ro (1916 - 20) representa el tramo final del predominio de la producción ganadería-frigorífico –desde 1900
en alza-, que se había iniciado hacia 1914. El segundo (1920 - 22) abre el predominio de la producción agrí -
cola, que se extendería hasta 1940, año en el que es posible señalar el comienzo del predominio de la pro -
ducción industrial liviana.
A partir de 1908, agricultura y ganadería venían compitiendo en forma cada vez más intensa. Al comenzar la
Primera Guerra Mundial, se elevaron los precios de los productos agropecuarios, habilitándose zonas hasta
entonces marginales, para la explotación del tipo común. Hubo un fuerte aumento pecuario y un leve retro -
ceso agrícola, cuyas últimas manifestaciones fueron desapareciendo entre 1920 y 1922, bienio en el que co -
menzó a recuperar liderazgo la producción agrícola. La superficie ocupada por el trabajo rural llegó entonces
a un tope que con mínimas variaciones se conserva hasta los tiempos actuales. Es entonces -a partir de esos
años que van desde la contienda mundial hasta el primer bienio de los años 20- cuando el progreso de una de
las ramas apareja fatalmente retroceso en la otra.
Hasta el Grito de Alcorta de 1912, el panorama agrario se caracterizaba por el mantenimiento de la estructu-
ra tradicional de la propiedad de la tierra, la expansión cerealera (1900 - 14), y los conflictos socioeconómi -
cos suscitados entre los propietarios y el numeroso sector de arrendamientos, aparceros y medieros que inte -
graban esa incipiente y pujante clase media rural.
Las cuestiones del acceso a la propiedad de la tierra, los altos arrendamientos, la inestabilidad del arrendata-
rio, los sistemas de comercialización, los costos de vida y abastecimiento, habían sido en cierta medida aten -
didos, y se habían mejorado sus desperfectos por el acuerdo entre agricultores y el gobierno radical de Santa
Fe.
La actitud del radicalismo en defensa de los derechos de los chacareros había alimentado entre los producto -
res agrarios, en el área santafesino-cordobesa y en otras partes del país, una gran popularidad, que se volcó
en los votos de la elección nacional de 1916.
Durante la guerra había disminuido la superficie cultivada, afectando fundamentalmente al maíz, mientras
que solamente los alfalfares experimentaban marcado crecimiento. Sequías prolongadas y plagas diversas
habían perjudicado todavía más la producción agrícola y su exportación.
Esta crisis agraria ocasionó un excedente de mano de obra, que se volcó a los centros urbanos entre 1914 y
1918. El gobierno de Yrigoyen envió en 1916 al Congreso un proyecto de colonizacíón agrícola - ganadera
mediante créditos que facilitaran la adquisición de parcelas mayores de 200 hectáreas. El Congreso no san-
cionó el proyecto.
En 1917, el Gobierno propició la modificación al régimen del Banco Hipotecario Nacional, facultando a di -
cha entidad para otorgar créditos que posibilitaran a los colonos adquirir las tierras que los propietarios acep -
taran venderles. Al mismo tiempo, inició una revisión enérgica de las concesiones de tierras fiscales que ha-
bían sido obtenidas ilegalmente. Esta recuperación tuvo especial resultado en la zona patagónica, donde el
Estado volvió a su poder vastas extensiones de tierra.
Después de la huelga agraria de 1919, el radicalismo, que no había sido de ninguna manera complaciente
ante el movimiento de fuerza, propugnó cierta solución de los desperfectos y satisfacción de las reivindica-
ciones sostenidas por los chacareros y arrendatarios en general. En julio de ese año envió en tal sentido un
conjunto de proyectos que el Congreso no aprobó. 1 Asimismo, propició la comercialización de la cosecha
bajo control estatal.
Lo que sí sancionó la Legislatura, fue el proyecto de 1917 de modificación de la carta orgánica del Banco
Hipotecario, así como el proyecto de ley contractual agraria; y ello no ocurrió sino cuando en 1921 la crisis
de ese año provocó un nuevo movimiento de chacareros, que concretaron por entonces la famosa marcha so-
bre Buenos Aires.
En 1914, de acuerdo con el Censo Nacional, aproximadamente un setenta por ciento de los agricultores eran
inmigrantes no naturalizados, que se hallaban bastante al margen de las instituciones de la vida nacional, por
1
Los proyectos enviados por Yrigoyen y su ministro de Agricultura, ingeniero Demarchi, en junio de 1919, fueron cua -
tro. Se referían a Fomento y colonización agrícola-ganadera, Locación agrícola, Juntas arbitrales de trabajo agrícola y
Cooperativas agrícolas, y sintetizaban las aspiraciones que se hallaban vigentes en la cátedra, en el Parlamento y en los
congresos agrarios.
su origen y porque no se les daban oportunidades de participación adecuadas. De acuerdo con ello, estas
gentes no votaban, carecían de peso cívico - electoral, y no merecían mucho interés por parte del radicalismo
y de los conservadores. Socialistas y demócratas progresistas, como también ciertas corrientes provinciales,
mantenían una mayor atención sobre dichos agricultores.
La Primera Guerra Mundial había provocado una gran escasez de embarques, el cese de la inmigración, la
carestía de maquinaria y bolsas, y un alza de precios mundiales durante 1914 - 15. En 1916 las excepciona -
les cosechas habidas en los Estados Unidos y Canadá, causaron una caída de los precios. En 1917 casi no
existía mercado externo para nuestra producción de maíz, rubro entonces principal. La crisis, agravada por la
falta de apoyo al sector agrícola por parte de Yrigoyen, desencadenó grandes movimientos huelguísticos y
de protesta desde 1917 hasta 1919, año éste en el que los conflictos alcanzaron su nivel máximo. Los inade-
cuados procedimientos administrativos en el Ministerio de Agricultura, la corrupción política vinculada a la
promoción electoral, así como el poco alcance de las medidas reparadoras dispuestas por el Presidente, im-
pidieron un tratamiento ajustado del problema. El mismo derivó a la cuestión de la distribución de la tierra
en propiedad. El miedo defensivo ante el potencial peligro de los agitadores y sectores izquierdistas disol -
ventes, que reinaba en esos años conflictivos, favoreció el desacuerdo y llevó a la aplicación de enérgicas
medidas legales para mantener el orden amenazado.
En el primer decenio del siglo actual, la instalación de los frigoríficos norteamericanos quebró el monopolio
de los primitivos establecimientos angloargentinos, imponiendo, mediante el proceso competitivo, una valo-
rización de los productos ganaderos, que sin duda favoreció a los productores vacunos.
Los yanquis habían trasladado su trust al río de la Plata, levantando frigoríficos que se especializaban en la
preparación del chilled - beef o carne enfriada que se elaboraba con animales de cuidadosa invernada. De esa
manera se había establecido una conexión entre los poderosos y minoritarios invernadores, y los frigoríficos
norteamericanos, a la vez que se mantenía la otra ya tendida entre los criadores (mayoría de los ganaderos )
y los establecimientos angloargentinos productores de congelado.
El gran mercado internacional seguía siendo Inglaterra, la que oficialmente intervenía según las circunstan-
cias para favorecer a los frigoríficos británicos. Ingleses eran, también, la casi totalidad de los buques de car -
ga que transportaban la carne desde nuestro país.
La coyuntura bélica había atenuado los efectos de la expansión frigorífica norteamericana, ya que el Go -
bierno inglés controló en esos años las importaciones de carne, con aliento para los intereses de sus súbditos
en el Plata. Por otra parte, el fuerte incremento de las exportaciones ganaderas durante los años de guerra
produjo una prosperidad general para todos los frigoríficos de la Argentina, que hizo a un lado temporaria-
mente la competencia entre los dos sectores enfrentados.
Con la posguerra el conflicto se reactualizó, y la crisis ganadera de 1921 - 22, generada por la caída de la de -
manda y de los precios internacionales, combinó efectos y agudizó problemas. Las exportaciones de conge-
lado tuvieron un descenso brusco entre 1919 y 1922 (de 5.194.104 cuartos, a 1.705.403), mientras que la ex-
portación de chilled - beef creció vertiginosamente en el mismo lapso (de 77.616 cuartos, a 3.066.441).
El peso de la crisis recayó sobre los sectores ganaderos vinculados a la producción del congelado, a la vez
que los invernadores se vieron beneficiados por la expansión de la carne enfriada. Por intermedio de los in-
vernadores, los frigoríficos del enfriado (norteamericanos) lograron imponer una baja forzada de los precios
ganaderos, agravando más con ello los perjuicios de la crisis. (Ha de recordarse que en general el invernador
compraba los animales al criador, para el engorde correspondiente en sus campos privilegiados en pastura de
calidad.)
Los ganaderos criadores, coincidiendo con los intereses de los establecimientos angloargentinos, llevaron
adelante una campaña durante 1922 y 1923 contra los frigoríficos yanquis, solicitando la intervención del
Estado en las actividades de los mismos. Sostenían el carácter de utilidad pública de esa industria, a la vez
que rechazaban todo intento estatal de participar en la industria frigorífica mediante empresas oficiales, ar-
gumentando el rasgo de mal administrador del Estado.
Yrigoyen mantuvo a lo largo de este proceso una conducta prudente y de flexible reacomodamiento de las
fuerzas o factores que podía controlar. La gran parte de los equipos conductores de la administración radical
provenían de sectores de las clases altas, en los que la tarea agropecuaria –especialmente, la ganadería- era
una de sus principales actividades.
Entre ellos los había tanto criadores como invernadores.
La línea oficial de Yrigoyen coincidió en lo principal con la posición del presidente de la Sociedad Rural Ar -
gentina, Joaquín S. de Anchorena, quien negaba la responsabilidad de los invernadores y frigoríficos nortea -

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mericanos en el agudizamiento de la crisis. Hasta ya avanzado el año 1922 continuó esta tesitura, que, por
otra parte, reflejaba el predominio de los invernadores en la Sociedad Rural.
En los Estados Unidos mismos se manifestaba una corriente de crítica a la política de los frigoríficos yanquis
en la Argentina. Con la misma estaba vinculado el embajador argentino en Washington, Tomás Le Bretón, de
quien conviene tener presente su postura en favor del ingreso de nuestro país en la Primera Guerra Mundial,
en formación colateral con los Estados Unidos. Y esto casi seguramente no es ajeno al tema de las carnes.
Resulta probable una alineación belicista, y a la vez antitrust, de los productos congelados.
Allí habrían estado radicales antipersonalistas, criadores, determinados factores de poder norteamericanos –
algunos, de gran peso oficialista en su país-, y los frigoríficos angloargentinos, que en esos años de la guerra
gozaban del alza del volumen de sus exportaciones de congelado. Y aquí la cuestión clave: si la neutralidad
argentina permitía esa recuperación, ¿por qué, entonces, la postura antineutralista del radicalismo opositor a
Yrigoyen?
Cabe en esto arriesgar tres factores posibles. Primero, la neutralidad argentina era beneficiosa para el grupo
del congelado, en cuanto permitía el incremento exportador y el control británico de ese comercio exterior;
pero podía dejar de serlo y dar paso a la otra alternativa, la de intervención en la contienda, en cuanto Ale -
mania (guerra submarina) podía poner en peligro aquellas seguridades, puesto que entonces no habría habido
de hecho diferencias en las condiciones de la mercadería.
Segundo, en las posturas favorables a que nuestro país rompiera con Alemania y hasta le declarara la guerra,
prevalecían a menudo las ideas y convicciones doctrinarias por encima de todo factor económico o estratégi-
co - político; y así el fenómeno aliadófilo, expuesto en páginas anteriores, es en este punto altamente clave.
Tercero, si la conexión con los criadores, y por ende con los frigoríficos angloargentinos, es clara en el anti -
personalismo radical, también lo es –por lo menos, en el caso de Le Bretón- la identificación con la presen -
cia gravitante de los Estados Unidos, que propiciaba el ingreso de la Argentina a su proyectada alianza conti -
nental o panamericana en esa coyuntura, a través de la participación en la guerra. Aquí, se manifestaba un
proyecto de envergadura ligado a las crecientes relaciones comerciales argentino norteamericanas.
La actitud del gobierno de Yrigoyen, cercana a la de los invernadores, le valió la crítica del diputado conser -
vador Matías Sánchez Sorondo, vocero principal de la opinión de los sectores de ganaderos criadores, quie-
nes eran parte de los sectores altos de nuestra sociedad, y se hallaban también ligados a ciertas tendencias
del conservadorismo; por supuesto, discrepantes de otras que expresaban más a los invernadores.
Dicho diputado denunció, ya a fines de 1922, "el silencio cómplice del anterior Poder Ejecutivo, compuesto
en su mayoría por estancieros". En ese mismo año, la Sociedad Rural pasaba a ser orientada por los criado -
res, reclamando la intervención del Gobierno en las actividades del trust.
Para entonces, el gobierno yrigoyenista, por intermedio de su ministro de Agricultura, Eudoro Vargas Gó -
mez, había elaborado un proyecto sobre faenamiento y comercialización de las carnes. El mismo autorizaba
al Poder Ejecutivo a arrendar, comprar, construir o expropiar establecimientos frigoríficos y faenadores de
ganado. Era una apertura diferenciada de las otras dos, y venía a legalizar la intervención del Estado como
empresa productora y reguladora.
En realidad, no buscaba perjudicar directamente a los invernadores, ni a los frigoríficos yanquis del trust,
sino romper el privilegio del monopolio, y reajustar y regular el reparto de beneficios entre todos los secto -
res, incluidos los criadores y los consumidores. La llave del proyecto estaba en que la presencia competitiva
de los establecimientos estatales permitiría precios más retributivos al productor (criador), carne más barata
al consumidor, y el mantenimiento de un margen aceptable para los invernadores y los dos grupos de frigorí-
ficos.
Este proyecto llegó con tardanza, cuando ya expiraba el mandato de Yrigoyen; y luego de asumir la presi-
dencia Alvear, la presión de los criadores se fortalecería desde la Sociedad Rural y los diferentes bloques
parlamentarios.
El contenido policlasista del yrigoyenismo y el papel fundamental de los grandes sectores medios dentro del
mismo, son aspectos ya suficientemente fundados y aceptados por la historiografía.
Quedan por desarrollar otras facetas, entre las que sobresalen el carácter de la relación entre radicales y clase
alta ganadera, la entraña misma de ese desempeño de los sectores medios y el tipo de vinculación del radica -
lismo con los sectores sociales bajos.
En lo que al primer tema respecta, el de la relación con los ganaderos potentes, el análisis ha sido significati-
vo en estudios y tesis. John J. Johnson arribó a conclusiones que caracterizan al radicalismo como preferen -
temente de clase media urbana, ligada a la industrialización progresiva, buscando a veces apoyo de las clases
bajas y oponiéndose a la actividad exportadora - importadora de los grandes ganaderos terratenientes. Eze-
quiel Gallo (h.) y Silvia Sigal consideran que la composición radical incluye a nuevos terratenientes ricos del
Interior, a viejas familias aristocráticas marginadas del crecimiento imperante, y a clases medias urbanas que
participan de ese crecimiento, pero no de los resortes del poder: de esa manera el partido radical habría coin-
cidido con la política del sector exportador - importador, aunque teniendo como base electoral a los grandes
sectores medios y sus relativas conexiones con los sectores bajos.
Peter H. Smith, por su lado, ha evaluado las tesis precitadas y ha tenido en cuenta otros elementos, llegando
así a ciertas variantes de conclusión, que giran alrededor del entendimiento de que el gobierno radical se
fundó en la alianza entre clases medias urbanas y aristocracia ganadera.
David Rock, a su vez, ha establecido las líneas de aproximación entre el gobierno radical y las instituciones
de la industria ganadera nacional (Sociedad Rural y frigoríficos), señalando asimismo los puntos de discre-
pancia y la importancia del consenso electoral en gremios y opinión pública, para la óptica de Yrigoyen.
Por nuestra parte, creemos útil intentar cierta síntesis puntualizante: 1) los sectores medios fueron importan-
tes en el conjunto policlasista radical, al que le dieron base, vertebración, potencia electoral y espíritu a la
vez estabilizador y renovante; 2) existían también dentro del radicalismo sectores ganaderos minoritarios,
pero influyentes en la vida nacional; 3) la política del gobierno de Yrigoyen coincidía fundamentalmente en
cuanto a ganadería, exportación e importación, con la de la clase alta ganadera; 4) el yrigoyenismo lideró
una conjunción de sectores sociales, clases medias y clases altas terratenientes entre ellos, que tenía como
uno de los soportes de su proyecto compartido, la preservación de la rueda mayor de la economía nacional,
pieza clave compuesta por la producción agropecuaria y el comercio exportador - importador; 5) la alianza
social encabezada por Yrigoyen cubría al radicalismo y se extendía a otras áreas extrarradicales y por cierto
preferentemente conservadoras, siendo muy importante la correspondiente a los grandes ganaderos (espe-
cialmente, invernadores) que hasta 1922 condujeron la Sociedad Rural Argentina.
Al promediar el período (1916 - 22) decía el diario La Razón en su Anuario de 1921, refiriéndose a la situa-
ción de la ganadería argentina en 1920:

Podría medirse la importancia de nuestra ganadería durante el año que acaba de trascurrir, por el juicio sintético
que a los jurados británicos les ha sugerido el torneo anual internacional, cuando afirmaron que esta exposición
era la primera en su género, mundialmente considerada, y que el progreso que denotaban los ejemplares de di-
versas razas en ella exhibidos, daba la sensación de que Inglaterra había cedido a la República Argentina el cetro
de la industria.2

La Exposición Rural de Buenos Aires seguía siendo por entonces el escenario mayor del empuje
productor agrario. Pero existían, asimismo, torneos anuales de agricultura, ganadería e industrias en diferen-
tes áreas regionales del país, como las de Rosario, Santa Fe, Bahía Blanca, Concordia, Nueve de Julio, Coro-
nel Suárez, General Villegas, Santo Tomé, Rafaela, Corrientes, Tres Arroyos, etcétera.
Otros aspectos conexos con la industria ganadera eran considerados en los círculos empresarios y técnicos.
Tal, por ejemplo, el Primer Congreso Internacional de la Fiebre Aftosa, que con la asistencia de delegaciones
de numerosos países se reunió en Buenos Aires del 6 al 12 de setiembre de 1920.
La producción agrícola del país se desarrollaba alrededor de los cereales: trigo, maíz, lino, avena y centeno,
como rubros principales. Los volúmenes de embarques de esos cinco productos, calculados en toneladas, ha-
bían alcanzado en los años centrales del período las siguientes cifras: en 1918, a 4.218.101; en 1919, a
6.039.669, y en 1920, a 10.165.901.
El proceso de ascenso de la producción cerealera, aunque permanente, fue obstaculizado entre 1916 y 1920
por las distintas sequías.
Las modificaciones provocadas por las grandes compras directas realizadas por los gobiernos europeos –es -
pecialmente, el Ministerio de Comercio de Inglaterra-, habían determinado una acelerada. y creciente de-
manda de esa producción, y una elevación de sus precios.
El de 1920, en especial, fue un año de cosecha muy abundante y de superior calidad, a lo que se
sumaron una demanda muy activa y excelentes precios.
Los de 1917 y 1918 no habían sido años malos, sino, por el contrario, de positivos resultados en cosechas y
en las ventas al exterior.

2
Anuario de La Razón, año 1921, pág. 193. De esta fuente y de las publicaciones oficiales de la época, han sido obteni-
dos los datos estadísticos utilizados en este capítulo.

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Hacia 1919, la situación se había visto afectada por la reorganización de posguerra, con menor demanda; las
huelgas portuarias de nuestro país y otros factores colindantes, y el mercado de granos tuvo niveles bajos en
la primera mitad del año. Luego, tendió a mejorar.
El de 1921 fue un año de regular hacia abajo, por declinación de la demanda y exceso de la oferta.
La situación de niveles magros se mantuvo durante el primer semestre de 1922; especialmente, para el trigo
y el maíz.
La crisis ganadera de 1921 - 22 se había originado al cesar la gran demanda de la guerra, y recomponer los
países europeos su comercio exterior con criterio proteccionista. Los frigoríficos e invernadores redujeron
también sus compras, y los productores ganaderos vieron disminuir drásticamente sus ventas y sus ingresos.
El uso intenso de la prenda agraria por parte de esos productores durante los años de prosperidad para au -
mentar sus tierras, agregaba vulnerabilidad a su situación de iliquidez. Muchos debieron eliminar grandes
stocks de ganados.
En el primer trimestre de 1922, los precios llegaron a niveles tremendamente bajos, Sólo la política
generosamente crediticia del gobierno de Yrigoyen salvó al sector ganadero –especialmente, a los criadores-
del desastre total.
Además de trigo, maíz, lino, avena y centeno, el país producía también cebada, arroz, vid, caña de azúcar,
yerba mate, tabaco, algodón, maní, arroz, papa, batata, mandioca, leguminosas, verduras, frutales, forrajes y
árboles forestales.
Faltaba una general planificación de aprovechamiento y coordinación en la actividad dedicada a los produc-
tos no cerealeros, los que, con relativas excepciones, carecían de la orientación necesaria para su mejor desa-
rrollo. No era integral ni progresista la situación de esos rubros, que quedaban al margen de la línea mayor
de producción. Asimismo, faltaba una planificación armónica, con las posibilidades de industrialización de
varios de ellos.
La superficie cultivada de aquel tiempo alcanzaba a 25.000.000 de hectáreas, y venía a representar sólo una
pequeña parte del territorio propicio para el cultivo, el cual, a su vez, era más de una tercera parte de la su-
perficie total del país.
El valor total medio de las cosechas obtenidas en aquellos años se calculaba en 500.000.000 de pesos oro.
En general, se presentaban tres grandes zonas agrícolas:
1. La septentrional, en el norte de la República, hasta el paralelo 30 °, aproximadamente, con clima cálido;
tierra arenosa; numerosas aguadas, a veces salobres, y lluvias más frecuentes en el este que en el oeste.
Con preferencia, arroz, algodón, maní, mandioca, naranjas, bananas, yerba mate, hortalizas tempranas,
etcétera;
2. La central, desde el paralelo 30 ° hasta los ríos Neuquén y Negro, con clima templado; l2uvias regulares
y bien distribuidas. Con preferencia, cereales, lino, alfalfa, frutales y hortalizas. Abundan en la zona las
colonias agrícolas, cuyo desenvolvimiento había determinado el crecimiento agrícola nacional;
3. La sur, de los ríos Neuquén y Negro hacia la Patagonia, con tierra difícil, vientos persistentes, valles an -
dinos y cañadas de los ríos como tierras más propicias para el trigo, la remolacha, los frutales, etcétera.
El laboreo de la tierra era por entonces de preferencia extensivo o superficial. Se utilizaba la maquinaria mo-
derna, no se usaba abono para las tierras, ni se seleccionaban las plantas, dejando el resultado de la cosecha
librado al azar del tiempo y las lluvias.
Este tipo de laboreo, que descartaba la aplicación intensiva, resultaba más barato financieramente, pero más
caro empresariamente, en cuanto tendía al agotamiento de las tierras, y encarecía las cosechas.
El cultivo intensivo, solamente era practicado excepcionalmente en colonias experimentales o chacras veci -
nas a las grandes ciudades. Este estilo –que hubiese sido de mucho mayor provecho para el desarrollo argen-
tino- tenía como enemigos el exceso de territorio cultivable, pero virgen todavía, y la constitución de la pro -
piedad rural.
El país se hallaba todavía en una situación primitiva, en la que no obstante la subdivisión del territorio ope-
rada en los años anteriores, existía una enorme cantidad de tierras acaparadas en manos de un pequeño nú -
mero de terratenientes, enormes estancias arrendadas generalmente para ganadería, y que permanecían casi
improductivas por la desidia o desinterés de sus propietarios, que simplemente especulaban con el ascenso
de la renta inmueble.
Estas estancias ocupaban superficies oscilantes entre 5.000 y 75.000 hectáreas, muchas de ellas cercanas a
los grandes centros urbanos, y se hallaban dedicadas en general al pastoreo común o de invernada, directa -
mente por el dueño o en arrendamiento. Tal sistema de latifundios -en buena medida, improductivos o de
bajo rendimiento- había sido en cierta forma frenado por el régimen de sucesiones del Código Civil, y la
constitución de empresas, destinadas a comprar grandes extensiones para lotearlas y poblarlas: La Curruma-
lán S.A.; Compañía de Colonización del Río de la Plata; Estancias y Colonización Trenel, fundada por An -
tonio Devoto, etcétera.
La acción institucional y orgánica contra los excesos del latifundio y en favor del progreso de la agricultura
fue encarada por el Poder Ejecutivo Nacional mediante los proyectos a los que ya se ha hecho referencia, y
que orientaran el presidente Yrigoyen y el ministro Demarchi. Su no aprobación por el Congreso reflejó el
desencuentro y la desorientación de la rama legislativa, que, como hemos observado, aquejaban la situación
política argentina.
Los sistemas de explotación agraria que se aplicaban, eran cuatro: el arrendamiento, la medianería ,
la explotación directa del propietario, y las cooperativas.
Predominaba con amplitud el arrendamiento, como consecuencia de la relativa repartición de tierras en pro-
piedad y la gravitación del latifundio. El contrato podía durar hasta diez años, y la anualidad o alquiler de la
tierra era fijada en el mismo para toda su duración.
La explotación por el propietario, que constituía el mejor sistema, al conciliar el interés permanente de la
propiedad con el interés temporario del cultivo, se practicaba en gran escala especialmente en la provincia de
Entre Ríos. Predominaba en los Estados Unidos, y había sido una de las claves de su modernización o desa -
rrollo integral. Lo mismo ocurría en Francia, país en el que los medianos y pequeños propietarios agrícolas
eran la columna principal do su potencial y de su evolución histórica.
La crisis de 1921 - 22 había llegado a las actividades ovejeras, las que se vieron gravemente perjudicadas
por la contracción del mercado internacional, y la consiguiente caída de los precios. La progresiva disminu-
ción de los planteles en general en el país, se iba dando con el aumento de los asentados en los territorios pa -
tagónicos, donde, con profusión de la raza merino, este rubro había alcanzado allá importancia decisiva.

Herramientas, máquinas, chimeneas


"A pesar del inmenso desarrollo adquirido en los últimos años, debido en gran parte a la guerra, nuestra pro-
ducción industrial está lejos de haber alcanzado el desenvolvimiento a que está llamada en el porvenir." Así
iniciaba en 1921 sus Lecciones de geografía argentina el doctor Gastón Federico Tobal. Y agregaba luego:
"La falta de producción y la comodidad de obtener de los países extranjeros los productos necesarios, de me-
jor calidad y a menor precio, ha hecho que descuidáramos la industria, hasta que la guerra europea, con el
ejemplo de los Estados Unidos, nos ha demostrado la necesidad que tenemos de independizarnos del produc -
tor extranjero al menos en aquellos artículos para cuya fabricación poseemos las materias primas que hasta
ahora enviábamos para alimentar la manipulación europea .
Con referencia a la prospectiva industrial, entendía Tobal que la industria argentina, por la abundancia de
materia prima vegetal y animal, estaba destinada, en cuanto a la fabricación de productos alimenticios, a
competir con el desarrollo prodigioso de la similar actividad de los Estados Unidos.
La elaboración de materias agrícola – ganaderas, y las posibles especializaciones industriales en base a éstas,
eran consideradas por Tobal "una base firme de progreso industrial y de fecundos beneficios económicos”.
Los "grandes capitales, fruto de nuestro ahorro, acumulados en los Bancos y que no producen beneficios di -
rectos ni económica, ni socialmente", podían ser aprovechados junto con la recuperación del "espíritu de em -
presa, poco acentuado en nuestras costumbres", para concretar un "amplio campo de desarrollo y experimen-
tación" que, además de sus apreciables resultados directos, permitiría "una real emancipación industrial res-
pecto de nuestros abastecedores de artículos manufacturados".
A esa circunstancia agregaba Tobal la presencia de los yacimientos petrolíferos de Comodoro Rivadavia y de
Plaza Huincul, de nuestra red ferroviaria, y finalmente, de la circunstancia pasada y gravitante de la guerra
mundial de 1914, favorecedora del desarrollo de nuestra producción industrial, al haber deteriorado las in-
dustrias europeas y encarecido sus precios.
Como ocurriera con Juan Álvarez respecto a la ciudad de Buenos Aires, Tobal hace consideraciones certeras,
en este caso, con referencia a la industria, y también en relación a diversos aspectos de la geografía argentina
de ese momento.
Conforme al Censo Nacional de 1914, existían en el país 48.779 establecimientos industriales, que giraban
con un capital de $ 1.787.662.295 m/n., empleando 410.201 obreros, y la producción anual se calculaba en $
1.861.789.710 m/n.
Estos datos solamente dan una idea aproximada del estado de la industria argentina entre 1916 y 1922, ya
que la guerra había estimulado la necesidad de suplir infinidad de productos que habían dejado de enviarnos

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nuestros habituales proveedores europeos. Se había logrado para entonces un progreso muy superior, sin
duda, al nivel que tenía en 1914.
Las actividades industriales se hallaban asentadas en mayor número y potencial en las siguientes áreas, por
orden cuantitativo: Capital Federal, provincia de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Mendoza, Entre Ríos,
Salta, Catamarca y San Juan. En esta clasificación, y en general, se considera a todas las actividades de la in-
dustria: extractoras y manufactureras.
La localización industrial, preferentemente concentrada en las áreas central, litoral y bonaerense, coincidía
con la concentración en cuanto a poblamiento, actividades agropecuarias y generales.
Aquí también se presentaba ese característico bolsón de progreso o modernización que englobaba a la mayor
parte de las provincias de Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires, y a toda la Capital, enlazando algu -
nos núcleos más alejados, como Mendoza.
Ligado con lo anterior, resulta también evidente la presencia de los inmigrantes como uno de los factores
que más contribuyeron, dentro del mencionado bolsón, a la industrialización argentina. De los 48.779 esta-
blecimientos industriales registrados en 1914, a extranjeros arraigados pertenecían 31.483.
Entre las industrias extractoras se destacaban las alimenticias, conforme al siguiente esquema: Azucarera,
bastante variable, y no siempre suficiente para abastecer el mercado interno: 149.296 toneladas en 1915;
Harinera, autosuficiente y con buenos excedentes para exportación al Brasil y a Europa, especialmente:
1.100.000 toneladas producidas en 1920;
Lechera, de tremendo impulso: 4.349 establecimientos en 1919; autosuficiente en manteca, queso, etcétera;
volumen de exportación casi triplicado entre 1916 y 1920 en manteca, y más que triplicado en queso;
Vitivinícola, con 453.983.058 hectolitros en 1919 como producción total; importación en progresivo descen-
so; exportación siete veces mayor en 1916, y con cierta disminución en 1917 y en 1919, a causa de la guerra;
crisis casi crónica, por excedente de producción, detenida en parte ante la apertura de nuevos mercados en
Latinoamérica, y los puertos libres de la Patagonia;
Pesquera, en ascenso hasta la guerra, y luego, perjudicada, al ser comprados con altos precios numerosos
vapores que eran de compañías pesqueras argentinas, por parte de gobiernos europeos, para reforzar sus flo-
tas ante el evento bélico; limitación nociva en la prohibición de pesca existente en las costas patagónicas; in -
cremento notable de la importación de pescado fresco y conservado;
Cervecera, aceitera y panadera; de conservas, dulces y confituras; hielera, etcétera: Todas ellas en ascenso
más o menos acentuado.
Entre las industrias denominadas manufactureras, se destacaban las siguientes:
Del vestido (trajes, ropa blanca, sombreros, alfombras, tapices y tejidos criollos, hilados de diferentes tipos,
etcétera). Esta industria había experimentado con la guerra europea un vuelco extraordinario, que nos había
convertido de importadores en exportadores; fenómeno fácilmente comprobable no sólo en las estadísticas
oficiales, sino también en la documentación periodística de las secciones comerciales y publicitarias;
La mueblera y carpintera (muebles, toneles, bordelesas, envases, carpintería blanca para construcción, etcé-
tera). Se había desarrollado mucho en esos tiempos;
Las gráficas (imprentas, litografías, artes gráficas en general);
La fosforera ( excelente calidad, que había desalojado en ese tiempo a la producción importada);
La química, desenvuelta en sustitución de las importaciones cortadas por la guerra;
La cigarrera (casi autoabastecimiento, y exportación de cigarrillos, con 700 establecimientos);
La vidriera, en camino a la autosuficiencia de cristales y artefactos de vidria, por reemplazo de las mercade -
rías antes introducidas de Bélgica y de Alemania;
La de talleres navales, en gran incremento, con la fabricación de embarcaciones de distintos tipos ;
reparaciones y modificaciones de buques de gran calado, etcétera;
La de aeroplanos, impulsada por el ascenso de la aeronáutica civil y la militar;
Las de carruajes y carros, alpargatas y calzado, automóviles, vagones y tranvías, escobas, ladrillos y cerá-
micos, papelera, etcétera;
La industria metalúrgica (fundiciones de metales, herrerías y talleres) venía siguiendo un ascenso lento, pero
incesante, que había perturbado la guerra, por la carencia de materia prima, que provenía de la importación
en su mayor parte. Se había resuelto en lo posible ese problema mediante el aprovisionamiento par chatarra
local; pero la posguerra había luego alentado una rápida recuperación, al reanudarse las importaciones de in-
sumos y maquinarias, siendo justamente entonces cuando la empresa líder Pedro Vasena e Hijos debió en-
frentar el grave conflicto de enero de 1919, suscitado por las condiciones laborales que existían en sus talle-
res.
En general, la industria del país logró entre 1918 y 1922 una respetable tasa de desarrollo, que contrasta con
el crecimiento y el estancamiento relativos sufrido durante la guerra.
Aquí es importante tener en cuenta el doble y opuesto papel desempeñado por la contienda bélica, en tanto
fue acicate de nuevas industrias, en reemplazo de algunas importaciones, y por otro lado, obstáculo de indus-
trias ya existentes, al impedir la entrada de materia prima y máquinas.
El ascenso industrial fue, asimismo, ayudado por un mayor grado de utilización del capital existente. El cre -
cimiento continuo y expansivo fue tan definido, que resulta difícil detectar en 1921-22 la incidencia de la
crisis de esos años en la industria.
La industria frigorífica reanudó al terminar la guerra su conversión al enfriado, procesa que prácticamente se
había completado hacia 1922. Este rubro industrial, altamente beneficiado durante la conflagración mundial,
siguió recaudando buenas utilidades en los años de posguerra, de ascenso económico general, y logró salir
poco perjudicado de la crisis de 1920-22, al fortalecerse el enfriado, y lograr con la colaboración de los in -
vernadores precios bajos en el ganado.
La industria textil no logró el nivel de expansión alto de la guerra en los años siguientes a ella, pues la reanu -
dación del comercia exterior produjo una competencia que atrasó el ritmo de esa expansión.
La industria metalúrgica -limitada en buena parte durante la guerra, por la falta de materias primas y maqui-
narias- dobló casi su producción entre 1918 y 1920, pasó un mal año en 1921, y recuperó su ritmo expansivo
en 1922.
Un informe de la C.E.P.A.L. reproducido por Guido Di Tella y Manuel Zymelman en su obra Las etapas del
desarrollo económico argentino, brinda este panorama acerca de la industria entre 1917 y 1922, conforme a
su volumen físico:

RUBROS* 1917 1918 1919 1920 1921 1922


Alimentos y bebidas 33 39 39 37 42 45
Textiles 11 14 13 10 12 12
Químicas 24 30 30 29 29 32
Vidrio, piedra y cerámica 25 26 26 37 47 41
Vehículos y maquinarias 4 2 6 10 10 14
Metalurgia, excepto maq. 8 6 9 12 10 12
Totales 18,5 22,5 23,0 23,8 25,1 27,9
* Índices base 1950: 100

Desde comienzos del siglo XX, y a pesar de las limitaciones originadas en los excesos librecambistas, la in -
dustria argentina había mantenido un crecimiento respetable. Como ya se ha dicho, la guerra desde 1914 ve -
nía desencadenando nuevos alientos, surgidos de la necesaria sustitución de los productas que antes se im-
portaban, y que la conflagración impedía seguir haciéndolo al mismo ritmo.
El gobierno de Victorino de la Plaza había apoyado esa necesaria apertura. Ejemplo de ello era la creación
de la Dirección General de Industrias, y su correspondiente política de auspicio a la producción local. Con la
presidencia de Yrigoyen, esa política fue ratificada y continuada con mayores alcances.
En sus primeros mensajes de apertura de las sesiones del Congreso, el Presidente radical mencionó las nece-
sidades industriales; las posibilidades del mercado, tanto exteriores como interiores; la concentración de ac-
tividades en forma excesiva en determinados centros; el beneficio de reorientar la producción de las provin -
cias que exhibían una estructura de monocultivo hacia la diversificación, y las dificultades de distintas in-
dustrias, como la del papel, la textil y los ingenios.
Anunció también Yrigoyen un proyecta de ley de fomento industrial. Acuciados por la necesidad, los indus-
triales encaraban nuevas labores empresarias, y evolucionaban las industrias químicas.
En 1917 se constituyó la sociedad Palma Hnos. y Cía. en Zárate, para la explotación de la fábrica La Diana,
que elaboraba ácidos y cinc en lingotes; y la Compañía Argentina de Lámparas Eléctricas comenzó a fabri -
car bombitas con filamento metálico, etc.
Se instaló en Olavarría una fábrica de hilados de paja de lino, y se proyectaron otras fábricas en Rosario y en
Brugo (Entre Ríos).
En 1918 quedó incorporada al registro de comercio la firma Pirelli.
Ese mismo año, en la Fábrica Militar de Aviación se ensayaron exitosamente hélices de fabricación nacional
con madera de peteribí de Misiones.

10 Iñigo – Experiencia radical II


La producción de tabaco elaborado reunía a 544 establecimientos en 1919.
Hubo algunas iniciativas en provincias, como la de una fábrica de extracto de tomate en Tucumán -sistema
al vacío, con maquinaria automática-, y la fábrica de cemento de Sierras Bayas, en la provincia bonaerense.
Comenzaron exportaciones de productos que hasta muy poco antes eran importados.
Hubo durante esos años un conjunto de disposiciones y leyes que testimoniaron la decisión del Gobierno de
proteger la industria nacional. Se prohibió la exportación de rubros necesarios a la producción local.
Se organizó la provisión de materiales de insumo en barcos argentinos desde diferentes países a través del
Ministerio de Relaciones Exteriores, y con la colaboración de la Unión Industrial. Esta entidad representati -
va del sector se constituyó, por otra parte, en un gestor y promotor lúcido de las perspectivas de proteccio -
nismo y de industrialización; pero esa tarea careció quizá de la suficiente fuerza o presión.
La Asociación del Trabajo y la Confederación del Comercio, la Industria y la Producción eran otras institu-
ciones que competían con aquélla en la representación de la industria.
Otras disposiciones oficiales de esos tiempos dieron tratamiento preferencial en las licitaciones para el abas-
tecimiento de las reparticiones públicas a los productos nacionales, favorecieron la exportación de bebidas
alcohólicas a los Estados Unidos, y atendieron especialmente el plano de concientización pública mediante
una serie de carteles publicitarios. Decía uno de éstos:

La naturaleza ha sido pródiga con el suela patrio, sólida base del futuro desarrollo de la industria nacional. Estu-
diar los factores de la producción argentina, preferirla, estimularla, es enriquecer al pueblo, asegurando, con su
autonomía económica, su independencia política.3

Lamentablemente, tampoco en este problema de la industria el Congreso respondió a las iniciativas del Po-
der Ejecutivo y de los sectores comunitarios involucrados. Más, aún: hubo ocasiones en que se presentaron
proyectos por parte de legisladores, con un criterio opuesto al de protección de la producción nacional, moti-
vando esto críticas y protestas por parte de las industriales.
Párrafo especial corresponde al rubro metalúrgico, que prefiguraba con excelentes promesas el futuro de ese
sector clave del desarrollo básico de la industria.
En 1920, Pedro Vasena e Hijos, Compañía de Hierros y Aceros –originariamente, de capitales argentinos, y
por entonces ya adquirida por capitalistas británicos-, inauguró la fundición y laminación de acero. Esta sec-
ción de la empresa funcionaba en Barracas, con una extensión ocupada de 100.000 m²; diez grúas eléctricas;
guillotinas y remachadoras mecánicas; una fábrica de puntas, que era la más grande de la América del Sur;
trefilado de alambre con maquinaria de fabricación propia, siete embarcaderos en el Riachuelo, hornos im -
portados de hasta 150 toneladas de capacidad, talleres de laminado, etcétera.
La Sociedad Anónima Talleres Metalúrgicos -antes, Rezzónico, Ottonello y Cía.-, ubicada en Avellaneda y
fundada en 1882, era otra empresa de gran importancia hacia 1922, con una superficie ocupada de 45.000
m2, y un muelle en el Riachuelo de una cuadra de largo. Se especializaba en maquinaria para ingenios, es -
tructuras y piezas sueltas.
Como hemos ya visto, la situación de la industria en el período es matizada y peculiar. Desde 1914 hasta
1917 se mantuvo con relativos crecimiento y estancamiento.
Las empresas más grandes y modernas se expandieron en forma notable, y la pequeña industria se vio perju -
dicada, especialmente en los primeros años de la guerra, hasta fines de 1916.
Hubo empresas que se contrajeron, y otras que crecieron o nacieron por entonces. Existió expansión en el ru-
bro frigorífico, desarrollo sustancial en el textil, contracción en el metalúrgico, y leve mejora en otros.
Simultáneamente, en las industrias que trabajaban para el mercado interno, como las vitivinícolas, azucare-
ras y molineras, se concretaron acuerdos privados para uniformar precios y repartir posibilidades. (Existía
cierta tendencia general hacia el pool.)

3
Según señala R. O. Fraboschi, la campaña de fomento fue proyectada por la Dirección de Industria y Comercio, y rea -
lizada con la colaboración de los ministerios de Guerra y de Marina, el Consejo Nacional de Educación y la Unión In -
dustrial. (Cf. R. O. Fraboschi, "Industria...”, pág. 207.)
El influjo de la guerra, más allá de sus perjuicios, resultó en general favorable a la producción industrial. 4
Luego, a partir de 1918 y hasta 1922, la industria argentina tuvo una alta tasa de desarrollo.
El rubro frigorífico alcanzó un buen ascenso; hubo expansión menor que en los años anteriores en el textil;
recuperación y un gran salto adelante signaron al metalúrgico, y los restantes rubros lograron una mejora
sostenida.
La depresión de 1921-22, generada en el sector pecuario, fue sobrellevada con relativo costo por la
industria, pues en 1920 se había visto muy favorecida por la desvalorización monetaria que encareciendo las
importaciones alentó la situación con productos locales.

Los bolsillos del país


Cuando estalló la guerra, la Argentina se encontraba en una situación financiera tensa, ocasionada por la cri -
sis local que ya en 1913 generara el estado de preguerra y presión creciente en la zona balcánica de Europa.
Al declararse el conflicto en 1914, hubo pánico y corrida de Bancos; y, como ya hemos visto, el gobierno de
Victorino de la Plaza encaró la emergencia con sucesivas medidas de eficacia que detuvieron la conmoción
financiera.
A partir de 1918 se incrementaron los depósitos bancarios, los descuentos y adelantos, y las reservas efecti -
vas.
El Banco de la Nación llevó las tasas de interés sobre depósitos al mismo nivel que existía en 1915. Desde
noviembre de 1918 a junio de 1919 hubo
un crecimiento constante de préstamos y descuentos; los depósitos descendieron levemente, y las reservas
efectivas se mantuvieron estacionarias.
El dinero era todavía abundante, aunque menos que antes.
La mejor situación comercial y las necesidades agropecuarias enmarcaron la situación.
Las cotizaciones de las acciones industriales declinaron, por la incertidumbre ante la terminación de la gue -
rra y su esperada influencia negativa sobre la industria.
A mediados de 1919, las cotizaciones industriales invirtieron su tendencia y se recobraron totalmente, a me -
dida que se veía que la recuperación de Europa llevaría más tiempo, y que la demanda de productos argenti-
nos se mantendría.
La situación adquirió desde entonces un tono de auge. La demanda de dinero fue excepcional; éste empezó a
escasear, y el peso se valorizó.
Los títulos argentinos de toda clase comenzaron a inundar el mercado internacional, por sus altos precios en
moneda europea.
En 1920 comenzó la declinación general en los depósitos, cifras de descuentos y adelantos, y las cotizacio-
nes de valores argentinos se estabilizaron al cesar su venta.
La depresión se extendió desde el sector ganadero hacia el resto de la economía. Se comenzó a advertir que
la crisis era de larga duración. Las quiebras empresarias, que habían disminuido desde el gran desastre de
1914, aumentaron extremadamente en 1921, llegando a la cifra más alta registrada desde 1915.
A comienzos de 1922 aparecieron indicios de recuperación, que a mediados de ese año se trasformaron en
una clara manifestación de la misma en todos los sectores financieros del país.
El capital extranjero había contribuido en el período 1900 - 14 al enorme desarrollo de la economía argenti -
na. Durante la guerra, la situación cambió sustancialmente, y nuestro país se convirtió en exportador de capi-
tal extranjero, que se iba y no venía.
Despues de 1918, la relativa extincion de nuevas tierras para la producción agropecuaria, y el traslado del
centra de capitales mundiales a los Estados Unidos –país altamente beneficiado por las consecuencias eco -
nómicas de la conflagración-, modificaron totalmente el panorama. De esa manera, la inversión directa pasó

4
Este proceso ha suscitado tres interpretaciones diferentes: la de quienes subrayan a la Primera Guerra Mundial como
factor desencadenante de una gran expansión de la industria argentina; la de quienes, a su vez, la consideran responsa-
ble de un cúmulo de perjuicios que estancaron dicha industria, y la de quienes entienden que el conflicto bélico produjo
influencias de opuesto sentido sobre nuestras industrias, cuya resultante sería la de un desarrollo relativo y un influjo
global positivo. De nuestra parte, coincidimos con esta última interpretación, que tiene en cuenta como hechos compu-
tables: 1º) La demanda de productos antes provistos por Europa fue suficiente; 2º) La disminución de esos artículos im-
portados no fue tan grande ni prolongada como para provocar un incremento exuberante de manufacturas nacionales
que las suplieran; 3º) Durante largo tiempo, la guerra hizo faltar maquinarias, herramientas y materias primas importan-
tes para la industria, al provocar su escasez y mayor costo; 4º) En la mayoría de los casos, los precios altos alcanzados
por la producción nacional compensaban ampliamente los inconvenientes mencionados en el punto 3º.

12 Iñigo – Experiencia radical II


a manifestarse con los capitales yanquis, en respetable medida en el área industrial de rubros livianos, me-
dianos y de nuevo consumo, en un mercado en expansión.
Tengamos en cuenta que esto era simultáneo con un desgaste acentuado del capital social básico del país en
general. Este desgaste entorpeció las posibilidades de inversiones extranjeras en esas actividades básicas. Si-
multáneamente, el capital nacional pudo aprovechar oportunidades importantes en el mercado nuevo en ex-
pansión, pues no tenía inversiones notables en aquellos rubros básicos.
La inversión agrícola fluctuó algo menos que la industrial, y siguió disminuyendo en relación a la inversión
total. Esto, sin tomar en cuenta actividades como las frigoríficas, azucareras, etcétera, incluidas en el sector
industrial.
Con respecto a las propuestas que entre 1920 y 1922 surgieron propiciando la reimplantación del
régimen de conversión del papel moneda por oro mediante la caja oficial, las mismas no fueron escuchadas
por el gobierno radical, que, coincidiendo con opiniones como la de Estanislao S. Zeballos, entendió que la
conversión sería como apagar el fuego con odres de alquitrán.
La crisis de 1920 - 22, según el mismo Zeballos, se manifestaba en general y en el plano financiero, porque
el país entre 1915 y 1918 no había sabido sacar provecho suficiente de sus balances favorables de entonces,
y porque principalmente había carecido de un plan económico y una política financiera definidas que lo for-
talecieran, y así el impacto exterior lo había perjudicado en demasía.

La energía nacional
Desde el descubrimiento de petróleo en Comodoro Rivadavia (13 de diciembre de 1907), en general los su -
cesivos gobiernos anteriores a Yrigoyen prestaron suficiente atención al desarrollo de esa fuente energética.
Su importancia estratégica y geopolítica para el progreso soberano del país, tuvo defensores como el enton -
ces capitán de fragata Segundo Storni. Lúcido estudioso de toda nuestra problemática de modernización,
Storni pronunció en junio de 1916 importantes disertaciones sobre el tema en el Instituto Popular de Confe-
rencias del diario La Prensa, que presidía el doctor Estanislao S. Zeballos -otro luchador del desarrollo na-
cional-, y que era una de las grandes tribunas del momento. Storni tuvo, además, el acierto de desplegar una
óptica integral del problema en sus planos naval y territorial; óptica que marcó rumbo para la acción futura
de nuestra Armada en ese sentido.
El presidente Victorino de la Plaza había adoptado medidas y presentado proyectos de aliento a la empresa
petrolera.
El ingeniero Luis A. Huergo, con patriótico entusiasmo, por su parte, había orientado la actividad de la Di -
rección General de Explotación de Petróleo de Comodoro Rivadavia, bajo dependencia del Ministerio de
Agricultura, y a través de una Comisión Directiva Honoraria que presidía el mismo Huergo. Esta Comisión
ejerció sus funciones hasta noviembre de 1917, en que por divergencias con el ministro Pueyrredón renun -
ciaron sus integrantes.
A partir de 1917 no hubo contribución financiera del Estado para la explotación petrolera; es decir que la Di-
rección General, con carácter de concesionaria de minas, debió autofinanciarse.
Luego de la renuncia de la Comisión Honoraria y del administrador del yacimiento de Comodoro Rivadavia,
ingeniero Sol, la explotación quedó bajo dependencia directa del ministro Pueyrredón a través de sucesivos
gerentes. Fueron éstos Enrique V. Plate, durante noviembre y diciembre de 1917; Sebastián Flores, hasta el
18 de enero de 1921, e interinamente Joaquín Spinelli, hasta el 19 de octubre de 1922. En Comodoro Riva -
davia, el ingeniero Sol fue reemplazada por el capitán de fragata Enrique Fliess.
La producción del yacimiento, conforme a las cifras que proporciona José A. Craviotto en su estudio sobre la
minería y el petróleo argentinos, mostró la evolución siguiente: en 1917, de 181.104; en 1918, de 797.586;
en 1919, de 188.113; en 1920, de 227.115; en 1921, de 278.786, y en 1922, de 348.888 ( todas las cifras, en
metros cúbicos).
Durante aquellos años fue ampliada la destilería de Comodoro Rivadavia, y se hicieron proyectos para esta-
blecer otra en las proximidades del puerto de Buenos Aires.
En mayo de 1920 finalizó la perforación del pozo N° 128, que en una semana llegó a dar 4.000 metros cúbi-
cos de petróleo.
E1 15 de setiembre de 1921, el capitán de fragata Francisco Borges reemplazó a Flores en el cargo de admi -
nistrador.
Plaza Huincul era desde el 26 de setiembre de 1918 la segunda fuente petrolera del país, habiendo multipli-
cado por diez su producción entre 1918 y 1922. (Se la había trasferido a la Dirección General, desde la Di-
rección de Minas, Geología e Hidrología.) Hacia 1921, tres de sus pozos dieron excelente rendimiento.
Existían, además, empresas particulares operando en la zona de Comodoro Rivadavia. Así ocurría con la
Compañía Ferrocarrilera, la Astra y Cía., la Compañía El Sindicato, y la Compañía Industrial y Comercial de
Petróleo. Las dos primeras extrajeron entre 1916 y 1922 un total de 248.986 metros cúbicos.
En lo que a la Dirección General respecta, ésta ofrecía una notable incoordinación entre las oficinas y depen -
dencias administrativas de la Capital Federal, y la planta de Comodoro Rivadavia; hecho en cierta medida li -
gado a la proliferación de las primeras. Este problema ha sido señalada por el general Enrique Mosconi en
sus trabajos sobre el petróleo argentino.
El 3 de junio de 1922, un decreto de Yrigoyen creó la Dirección General de Yacimientos Petrolíferos Fisca -
les, repartición equiparada a la Dirección anterior que reemplazaba, y dependiente también del Ministerio de
Agricultura. Se intentaba con ello una reorganización apropiada, la que fue muy relativamente lograda, al
tiempo que se concretaba un paso hacia el futuro de lo que desde ese momento comenzó a ser conocido
como Yacimientos Petrolíferos Fiscales. (La dependencia con respecta al Ministerio trabaría, lamentable-
mente, a Y.P.F.)
Preocupó, asimismo, al Gobierno radical, la constitución de una flota petrolera nacional, que sería integrada
con los barcos Ministro Ezcurra, Aristóbulo del Valle, Ingeniero Luis A. Huergo y Leandro N. Alem. Tam-
bién fueron levantados grandes tanques depósitos en la Dársena Sur del puerto porteño.
Como aspecto diferenciado, la energía eléctrica estaba bastante desarrollada; y según algunos estudiosos de
entonces –por ejemplo, el geógrafo Tobal-, nada tenía que envidiar a las similares de otros países más ade -
lantados; al menos, en las grandes ciudades del país.
La Compañía Alemana de Electricidad había monopolizado durante bastante tiempo los servicios municipa-
les y particulares en Buenos Aires. Luego, la Compañía Ítalo Argentina, que utilizaba como combustible el
petróleo argentino de Comodoro Rivadavia, activando una usina de 50.000 H.P., arrimó una competencia ex-
pansiva de la actividad en general.
La red tranviaria de los distintos centros urbanos constituía el sector más representativo del potencial eléctri -
co aplicado.
Después de un viaje del ministro Pueyrredón al Iguazú, Yrigoyen daba a conocer un decreto (24.7.1919) por
el cual autorizaba a la Dirección General de Navegación y Puertos para realizar los estudios necesarios que
permitieran determinar la potencia hidroeléctrica efectiva en aquella zona misionera y en el río Uruguay, y la
posibilidad de trasportar la energía hasta los centros de consumo. Esos trabajos preparatorios fueron realiza -
dos por los ingenieros Gamberale y Mermoz, sirviendo como base para todos los estudios posteriores efec -
tuados sobre Salto Grande, Apipé y las cataratas.
La reducción de las importaciones de carbón durante la guerra había provocado el surgimiento, en Santiago
del Estero y en el Chaco, de numerosos establecimientos dedicados a industrializar la madera como combus-
tible, además de constituir un acicate para la explotación petrolera y de electricidad en general.
Para redondear el planteo petrolero del radicalismo, ha de tenerse en cuenta que por mensaje del 23 de se-
tiembre de 1919, Yrigoyen elevó al Congreso un proyecto de ley orgánica del petróleo, y lo reiteró el 20 de
julio de 1921. Este proyecto buscaba reorganizar la empresa petrolera estatal, y reactivar la producción, in-
cluidas las empresas privadas.
Los principios fundamentales establecidos entonces por el Jefe del radicalismo eran: propiedad nacional de
todos los yacimientos del país; apoyo decidido a la empresa petrolífera fiscal; coexistencia de las explotacio-
nes fiscal y privada argentina y extranjera, y rechazo a las explotaciones mixtas.
A diferencia de Yrigoyen, su segundo ministro de Agricultura, el ingeniero Alfredo Demarchi -precursor, por
otra parte, del proteccionismo industrial-, apoyaba las formas mixtas. 5

5
Posteriormente, durante el gobierno de Alvear y en ocasión de los grandes debates del Congreso de 1927 y 1928, el
yrigoyenismo llevaría su posición hacía el monopolio estatal integral, y la expropiación de las concesiones ya estableci-
das con empresas privadas, tanto extranjeras como argentinas. En cuanto al monopolio, coincidirían con Yrigoyen los
socialistas independientes, mientras que los antipersonalistas sostendrían las explotaciones mixtas (sin monopolio pre-
vio del Estado argentino), y los conservadores y los socialistas tradicionales se opondrían a ese monopolio. La empresa
mixta sería la postura oficial de Alvear y el antipersonalismo durante su administración. Ellos coincidían en la propie-
dad nacional básica y en el aliento a Y.P.F.; pero rechazaban el manejo único por parte del Estado y las expropiaciones.
Con esta posición coincidiría durante esa etapa el mismo general Enrique Mosconi; pero en la etapa segunda (1928-30
en adelante) modificaría su planteo, sosteniendo un monopolio estatal básico combinado con aperturas hacia las explo-
taciones mixtas y la no expropiación de las concesiones en general. En contra de estas expropiaciones de lo ya concedi-
do a manos privadas nacionales y extranjeras se manifestarían también socialistas tradicionales, conservadores y socia-
listas independientes.

14 Iñigo – Experiencia radical II


La política petrolera de Yrigoyen durante su primera presidencia fortaleció el fundamento soberano y la ex-
pansión de esa industria básica en términos adecuados a las circunstancias del período, y sirvió de instancia
preliminar a la concepción estatista sostenida por el Caudillo hacia su segundo gobierno en esa materia. El
grado de fortaleza relativa del Estado argentino, y el de presión internacional de las grandes compañías in-
glesas y norteamericanas de petróleo, generaban esa evolución hacia el monopolio oficial del estratégico ele-
mento. Era la tendencia lógica.
El mismo general Enrique Mosconi, más allá de sus coincidencias con la postura de Alvear y sus aperturas
hacia ciertas formas de explotación mixtas, haría una evolución similar, como lo señala en su libro El petró-
leo argentino. Es decir que en lo sustancial la coexistencia prudente entre 1916 y 1922, y la orientación esta-
tista entre 1928 y 1930, se manifestaban como caminos apropiados a las respectivas cartas de situación inter-
na e internacional de cada uno de esos períodos. Y la pieza clave de todo ese proceso de política petrolera
era Y. P. F.; empresa a la que, dïferencias aparte, Yrigoyen, Alvear y Mosconi habían alentado. La viga ma -
yor, que decía nuestro General del petróleo.

Los caminos de Mercurio


Dentro del período que nos interesa, se manifiestan tres ciclos en lo concerniente al comercio exterior. El
primero, que arranca ya en 1915, cubre hasta 1918, mostrando muy altos volúmenes y altos precios en las
exportaciones, así como bajos volúmenes y muy altos precios en las importaciones. Su balance de pagos es
positivo, y lo caracterizan, además de los saldos comerciales favorables, la cancelación de débitos en el exte-
rior, y el cese de radicación de bienes y de importación de capitales. (Este lapso es el que Alejandro E. Bun -
ge, aunque llevándolo hasta 1920, denomina de independencia económica en un trabajo publicado en 1923
en la Revista de Economía Argentina.)
El segundo ciclo cubre desde 1919 hasta 1921, reflejando bajos volúmenes y medianos precios en las expor-
taciones, así como muy altos volúmenes y medianos precios en las importaciones. Su balance de pagos es
positivo; la balanza comercial favorable hasta 1920, y negativa en 1921; se reabren a su vez los débitos en el
exterior, y el flujo de bienes radicables y de capitales que ahora tienden a ser preferentemente no europeos,
sino estadounidenses.6
El tercer ciclo cubre el año 1922, y se prolonga más allá de nuestro período, hasta 1926. Muestra muy altos
volúmenes en las exportaciones e importaciones, y respectivamente altos y bajos precios. Su balance de pa-
gas es negativo (balanza comercial relativamente favorable; débitos externos, radicación de bienes, e impor-
tación de capitales en ascenso).
Con respecto a los términos del intercambio, a excepción del año 1919, hay un permanente deterioro a lo lar -
go de los tres ciclos del período.
En las exportaciones entre 1915 y 1919, los productos ganaderos representaban el 55,1 por ciento; los agrí-
colas, el 39,1, y los demás rubros, el 5 8 por ciento. Después de la guerra y hasta terminar el período, los
productos de la agricultura recuperaron su posición relativa de la preguerra, con un 58,6 por ciento, frente al
38,6 por ciento de los derivados de la ganadería.
La disminución del comercio con los países europeos provocó en esos años un incremento del intercambio
con las naciones del continente americano, que en algunos casos se prolongó después de la guerra. Con Mé-
xico, las importaciones eran de 1.500.000 pesos oro en 1913; y luego de altibajos, llegaron a 33.000.000 en
1920.
A partir de 1916, los Estados Unidos ocupan el primer puesto en la importación: 73.000.000 de pesos oro en
1913, y 232.000.000 en 1919, mientras que la exportación a ese país alcanzaba a 189.000.000 en 1919.
Con el Brasil, las importaciones se elevaron de 10.000.000 de pesos oro en 1913, a 50.000.000 en 1920, y
las exportaciones aumentaron hasta 37.000.000 en 1919, y luego bajaron.
Con el Uruguay y el Paraguay, las exportaciones se elevaron aproximadamente hasta 1920, lo mismo que las
importaciones, especialmente con el segundo.
En el comercio con Chile se registraron aumentos en las importaciones hasta 1919, y variantes muy bruscas
en las exportaciones.

6
En 1919, por el puerto de Buenos Aires ingresó el 84 por ciento del total de las importaciones; por La Plata, el 3,7; por
Rosario, el 3,3; por Campana, el 3,8 (nafta), y por Bahía Blanca, sólo el 0,9 por ciento. En el mismo año, por el puerto
de Buenos Aires salió el 48 5 por ciento de las exportaciones; por La Plata, el 14; por Rosario, el 12,4; por Zárate (car-
nes de frigoríficos), el 7,2, y por Bahía Blanca, el 5,3 por ciento
El comercio con Bolivia tuvo cifras máximas de importación y exportación entre los años 1918 y 1920. Pero
hubo también otras aperturas. Con el Japón, por ejemplo, el incremento fue notable, con un pico de
25.000.000 en 1919.
En general, las cifras máximas en volúmenes de exportación se alcanzaron en 1919 y 1920, y las de importa-
ción, en 1920 y 1922.7 El año más crítico en cuanto a reducción de las importaciones fue 1918. 8 Cabe desta-
car el aumento del costo de tonelada importada con el que las naciones en guerra se defendían de sus ingen-
tes gastos.
El panorama global del comercio exterior bajo la primera presidencia de Yrigoyen exhibe un notable incre -
mento y buena respuesta a los cambiantes estímulos del período, tan alterado por la guerra y sus consecuen-
cias. Ello puede acreditarse a la orientación gobernante, en la medida en que refleja aciertos en el frente ex-
terno de la vida nacional.9
En cuanto al comercio interior argentino, conforme al Censo Nacional de 1914, sus actividades ocupaban a
111.600 argentinos y 182.046 extranjeros. Aproximadamente un tercio de todos ellos eran preferentemente
empleados, y en porciones menores, viajantes y dependientes.
No hay datos importantes acerca del número de pequeños y medianos comerciantes; pero es lógico estimar
que una buena parte de los dos tercios restantes estaba integrada por ellos. Así lo permiten estimar informa -
ciones parciales desprendidas de fuentes oficiales y empresarias, lo mismo que el movimiento publicitario –
tan en ascenso por entonces- en diarios y revistas. La publicidad comercial, en efecto, cobra por entonces un
notable incremento, a medida que se acerca al final del período, momento en el que ya prefigura claramente
el boom comercial de los años 20.
Esto se vincula a la expansión de los sectores medios y a la recuperación económica de la posguerra, cuya
combinación incrementó el consumo, haciéndolo más diversificado, masivo y de precio sostenido.
El incremento de la urbanización es otro elemento ligado a este proceso. En las ciudades y centros más o
menos urbanizados, se van definiendo progresivamente importantes áreas y actividades de comercio me-
diano y pequeño. Fenómenos como la calle comercial, las grandes tiendas, las vidrieras, las liquidaciones a
precios rebajados, los concursos y otras variantes publicitarias, son algunos de los que cobran relevancia.
Veamos ahora qué ocurría con otro camino de Mercurio: el de las comunicaciones.
Las ventajas del litoral argentino se concentraban en los puertos de Buenos Aires, La Plata, Rosario y Bahía
Blanca. A éstos se sumaban los pequeños y medianos, asentados a lo largo de las costas del país. Ya para
1921 se hallaban próximos a agregarse, con estructuras modernas, los de Mar del Plata y de Quequén.
Las líneas de vapores marítimas y fluviales habían disminuido notablemente su actividad durante la guerra,
para recuperarla luego del armisticio, aunque con importantes deficiencias. La Compañía Hamburgo Suda-
mericana fletaba magníficos vapores, y hacía el itinerario de Buenos Aires a Hamburgo, con escalas en Río
de Janeiro, Bahía, Lisboa, Southampton y Boulogne-sur-Mer. Sólo en enero de 1921 había llegado a nuestra
Capital el primer vapor de esta línea, después de la interrupción de los servicios en 1914.

7
Entre 1920 y 1922 –es decir, cubriendo parte del segundo y el tercer ciclos del comercio exterior- se desarrolla la cri-
sis económica, que tiene justamente su eje en ciertas importantes modificaciones del intercambio internacional. Se
reimplanta progresivamente el librecambio. Los precios se elevan. Los Estados Unidos entran en una acelerada prospe-
ridad, como país más beneficiado por los cambios generados por la guerra. Hay saturación del mercado. La libra, el
franco y el marco se deprecian. En lo que a la Argentina respecta, el problema tiene su núcleo en la crisis ganadera, mo -
tivada por factores de antigua data y por otros recientes. Entre los primeros influyen no haberse sacado todo el prove -
cho posible de la buena situación de las balanzas comerciales de 1914 a 1918, y no haberse establecido una política de
créditos para el productor rural. Entre los segundos opera, principalmente, la acentuada disminución de las exportacio -
nes al mercado europeo, el que deja de comprar con el ritmo anterior en los países agropecuarios, dentro de los que el
nuestro se destaca por su importancia.
8
En 1919, al promediar el período, las exportaciones en pesos oro más importantes, fueron: al Reino Unido, por 294
millones; a los Estados Unidos, por 189 millones; a Francia, por 114 millones; a Bélgica, por 59 millones; a los Países
Bajos, por 56 millones, y a Italia, por 41 millones. Obsérvese como, conforme a estas cifras, los Estados Unidos habían
pasado a un notable segundo lugar en lo que respecta a nuestros compradores, lo que, sumado a su primer lugar desde
1916 como proveedor, indica con claridad su renovada presencia económica internacional influyente en la Argentina.
9
R. O. Fraboschi ha publicado en su trabajo sobre "Industria y comercio" el siguiente cuadro de Importaciones clasifi-
cadas, en base a valores de la tarifa de avalúos de 1906, en millones de pesos oro:

AñosAlimentaciónFuerza MotrizSuntuariosTransportesCapitalización1916106241643271917102161336171918
8613123816191910424155830192012833256549192111836195354192212943175864

16 Iñigo – Experiencia radical II


La Mala Real Inglesa poseía también grandes y lujosos trasatlánticos, y fletaba dos líneas simultáneas : Bue -
nos Aires - Southampton y Buenos Aires Liverpool.
La Compañía Trasatlántica Española unía el puerto capitalino con Barcelona, haciendo escala en Montevi -
deo, en Canarias y en Cádiz, también en confortables vapores.
La Navegazione Generale Italiana tenía como punto terminal a Génova, y con la Lloyd Sabaudo eran las em -
presas italianas que actuaban en el medio.
Las compañías francesas de Navigation Sud Atlantique y Chargeurs Réunis llegaban hasta los puertos de
Burdeos y de Marsella, respectivamente.
Otras compañías que operaban desde el puerto porteño, eran la Compañía Triestina, la Lloyd Real Holandés,
la Línea Pinillos Izquierdo, la Línea Lamport y Holt, la Munson Line, el Lloyd Real Belga, la Nelson y el
Lloyd Brazileiro, que conectaban a Buenos Aires con Trieste, Amsterdam, Barcelona, Nueva York, Amberes,
Londres y el Brasil. En cuanto al Lloyd Brazileiro, en 1921 inauguraba con algunos de sus vapores requisa-
dos a Alemania durante la guerra, una línea entre Buenos Aires y Nueva York.
Tres compañías argentinas: Argentina de Navegación (Mihanovich Ltd.), Importadora y Exportadora de la
Patagonia, y la Sección Argentina de la Hamburgo Sud Americana, hacían el recorrido de la costa sur del
país entre la Capital Federal y Punta Arenas, con escalas en los puertos de San Antonio, Madryn, Cabo Raso,
Camarones, Comodoro Rivadavia, Mazaredo, Puerto Deseado, San Julián, Santa Cruz, Río Gallegos y Us-
huaia.
La empresa de Mihanovich movilizaba una flota de 350 buques, con la que cubría diversas líneas de cabota-
je por vía fluvial hacia las zonas mesopotámica y chaqueña, el Paraguay, el Uruguay y el Brasil.
También hacían ese servicio (de pasajeros, carga y auxiliares) las empresas de Domingo Barthe, Dodero
Hnos., etcétera.
Desde 1912 - 14, la flota mercante argentina no solamente no había progresado, sino que había ido debilitán-
dose. Los altos costos de mantenimiento y servicio, la carencia de una renovación adecuada de unidades,
todo el cúmulo de inconvenientes que se cruzaban durante aquellos años en el mundo económica, habían ido
minando y reduciendo su potencial. Muchos eran los pequeños navieros que habían quebrado.
Superponiéndose a este proceso, se había presentado desde 1914 - 15 otro, que generado por el estallido de
la guerra y la demanda multiplicada de bodegas, iba renovando las perspectivas y los negocios navieros en
general. Fueron muchos los buques, tanto oceánicos como fluviales, que, sacados de la inactividad y acondi-
cionados, se incorporaron al comercio exterior hacia Europa. Los armadores y navieros resurgieron, salván -
dose unos y mejorando sus condiciones otros en poco tiempo. O fletaban ellos mismos, o aceptaban las ex-
celentes ofertas de compra que les hacían las grandes compañías extranjeras.
Atento a la situación señalada, tanto por las deficiencias como por las grandes y valiosas perspectivas del co -
mercio naviero para el país, la necesidad de una flota mercante nacional se hacía clara y perentoria. El presi -
dente Yrigoyen había presentado su mensaje y proyecto de creación de la marina mercante nacional, ya a so -
lamente dos meses de haber asumido la conducción del país. Este proyecto, fundado con argumentaciones
por cierto de buen peso. no mereció tampoco la comprensión de la mayoría de los legisladores, que, como
sabemos, todavía en conjunto pertenecían a la oposición.
EI Presidente, a lo largo de su período fue reforzando o compensando el proyecto con otros conexos, como
el de concesión de astilleros navales (31.8.1918) y el de expropiación de los buques de ultramar de matrícula
nacional (16.9.1918). Ninguno de ellos fue sancionado; v coma consecuencia de esta miopía política –tras la
que operaban, sin duda, los consiguientes intereses externos sectoriales-, el país vio perdida una excelente
oportunidad para moverse en buenas condiciones en la difícil coyuntura económica de la guerra, y al mismo
tiempo sentar las bases estables de un instrumento tan importante para su vida, como era la flota mercante
disponible. De todas maneras, se pudo afrontar con grandes beneficios el ciclo bélico; sobre todo, coma con -
secuencia de la firme orientación neutralista y soberana de Yrigoyen. Pero para el futuro, para lo que iba más
allá de esa coyuntura, la oportunidad se había disipado.
Los ferrocarriles en aquella Argentina de 1916 - 22 llegaban a casi 36.400 kilómetros en sus vías activas. En
1916 habían transportado aproximadamente 65.000.000 de pasajeros y 37.000.000 de toneladas de carga; en
1919 lo habían hecho con 71.000.000 de pasajeros y 40.000.000 de toneladas de carga, y en 1922, con
82.000.000 de pasajeros y 44.000.000 de toneladas de carga.
Existían tres tipos de trocha: angosta (1.000 mm.), mediana (1.435 mm.) y ancha (1.676 mm.). Hacia 1920,
del primer tipo existían 746 kilómetros de vías, 2.841 del segundo tipo, y 21.704 del tercero.
Por su extensión total de vías férreas, la Argentina ocupaba por entonces el décimo lugar en el mundo, con
pocas kilómetros de diferencia con Australia y la Gran Bretaña, y a la cabeza del mundo hispano y latinoa -
mericano.
Del conjunto de prácticamente 37.000 kilómetros que componían nuestra red ferroviaria, aproximadamente
7.000 pertenecían al Estado, que había tenido que tomar a su cargo la construcción de las líneas que ofrecían
menos seguridad de éxito, o que se insertaban en proyectos de futuro desarrollo regional, sin rédito inmedia -
to notable.
Eran líneas estatales el Ferrocarril Central Norte , de Santa Fe a La Quiaca (cerca de 3.600 km.); el Argen -
tino del Norte (1.544 km.), de Laguna Paiva (provincia de Santa Fe) a Chilecito; el Ferrocarril de Formosa a
Embarcación (provincia de Salta), con 300 km. construidos por entonces, y los Ferrocarriles Patagónicos,
con una vasta red organizada por la ley de fomento de territorios, que tenía libradas al servicio público tres
secciones, con un total de 935 km.
En cuanto a las líneas privadas, funcionaban la del Sur (6.105 km.), la del Central Argentino (5.346 km.), la
del Oeste de Buenos Aires (3.027 km.), la de Buenos Aires al Pacífico (2.531 km.), la del Ferrocarril de San-
ta Fe (1.694 km.), la de la Compañía General de la Provincia de Buenos Aires (1.259 km.), la de Rosario a
Puerto Belgrano (800 km.), la Central Buenos Aires (378 km.), la del Central Entrerriano y Nordeste Argen-
tino (1.209 km.) y la Central del Chubut (105 km.).
Con respecto a las líneas internacionales, funcionaban la del Trasandino, que unía a Buenos Aires con San-
tiago de Chile y Valparaíso; la del Paraguay, que conectaba a Buenos Aires con Asunción, y la Internacional
a Bolivia. Por ese tiempo se hallaban, asimismo, en construcción las líneas Neuquén - Chile y Buenos Aires
- Lima o Callao.
El presidente Yrigoyen había enviado al Congreso en marzo de 1920 un mensaje con un proyecto de ley,
destinado a lograr la construcción de un ramal que partiendo de Lerma (Salta pasara por San Antonio de los
Cobres, y atravesando los Andes, llegara a Chile por Huaytiquina. Ese nuevo trasandino estaba destinado a
trasformar económicamente las provincias del norte y del centro.
Había sido ordenado por ley durante la administración del presidente Figueroa Alcorta; pero la empresa con -
cesionaria de la construcción en sociedad con el Estada, no había podido cumplir con los plazos estableci-
dos, y la concesión fue declarada caduca. De allí en más, la decisión de Yrigoyen rescataría y efectivizaría la
idea. Fue así como, a pesar de que en este punto tampoco las Cámaras legislativas darían tratamiento concre-
to y aprobación a ese proyecto, Yrigoyen resolvió por decreto que las obras se realizaran. Ya en su materiali -
zación, la línea debió modificar su recorrido, reemplazando a Huaytiquina por Socompa, pero el uso mantu-
vo a aquella localidad como denominación de la obra, nombre que pasó a la historia con más fuerza que el
oficial de Ferrocarril Trasandino del Norte. En 1922, tanto Yrigoyen como el flamante gobernador de Salta,
doctor Adolfo Güemes, manifestaron su identificación con la trascendencia de la obra trasandina en marcha.
En el mensaje correspondiente al Ferrocarril Trasandina del Norte, Yrigoyen desarrollaba una visión integral
de la situación ferroviaria del país, con sus implicancias socioeconómicas, sus desequilibrios e inarmonías,
sus necesidades y perspectivas. Se reflejaba allí un cabal conocimiento del exclusivismo del sistema rielero
hacia el comercio exterior; comercio que era sin duda fundamental para el país, pero que exigía, hasta para
su mejor desarrollo coherente, una distribución de la red intercomunicando las regiones del país en pro de la
integración productiva de éste.
Conforme a lo señalado por Gabriel del Mazo, existiría por entonces en Yrigoyen la intención de alcanzar
gradualmente el dominio total de los ferrocarriles por el Estado. Con ello entendía el Presidente que se da-
rían puertas abiertas y garantías seguras a la reparación que en justicia merecían grandes zonas de la Repú -
blica, tan perjudicadas por devastaciones y marginamientos. Pero son, sin duda, las mismas palabras de Yri -
goyen las más indicadoras al respecto, las cuales tomamos de una transcripción hecha por Gabriel del Mazo:

Entre los hondos males causados a la Nación por el predominio que acaba de terminar, figuran los inferidos a las
provincias y a los territorios nacionales, que sin duda alguna habrán malogrado para siempre en mucha parte el
natural y expansivo desenvolvimiento de la nacionalidad, en las proporciones verdaderas de su poderosa natura -
leza y de la justa amplitud de espíritu Desde gran parte de sus tierras, las más feraces, y de sus riquezas, las más
productivas, hasta las instituciones y libertades indispensables a la normalidad de la vida, sufrieron y soportaron
todas las devastaciones posibles y todas las perturbaciones imaginables... Así soportaron las más angustiosas y
desesperantes vejaciones y servidumbres, como la falta de estabilidad y seguridad en todo, porque el Régimen
tuvo absolutamente subvertido el orden público, haciendo que los pueblos fueran para los gobiernos, y no los
gobiernos para los pueblos. No vieron en los pueblos sino entidades autónomas que explotar en todo sentido y
forma, llegando a empeñarlas en los centros comerciales del mundo, sin atender jamás a los compromisos con -

18 Iñigo – Experiencia radical II


traídos, y obligando a la Nación, en definitiva, a hacerse cargo de ellos en resguardo de su honor y de su crédi -
to.10

El 30 de setiembre de 1920, la mayoría opositora del Congreso aprobó una ley entregando los ferrocarriles
del Estado a una nueva compañía de explotación mixta, en la que capitales extranjeros iban a tener su con -
tralor. El presidente Yrigoyen la vetó, basándose en que se debía mantener en poder del Estado la explota -
ción de fuentes de riqueza vitales para el desarrollo del país. La ocasión le permitió también al titular del Po -
der Ejecutivo sentar su disconformidad con las formas de explotación mixtas.
Dentro del mismo orden de cosas de la política ferroviaria, Yrigoyen había planteado por mensaje a las Cá -
maras del 20 de junio de 1917 –fecha, por cierto, oportuna en su dimensión belgraniana y nacional- su opo-
sición a nuevas concesiones ferroviarias. Y en mensaje y proyecto del 12 de setiembre de 1922, propondría
la adquisición del Ferrocarril del Chubut.
Toda ello quedó en agua de borrajas, por la reticencia del Congreso. Pero, al mismo tiempo, por vía del de-
creto el Presidente estableció la caducidad de 10.000 km. de vías imaginarias, que se hallaban concedidas a
las empresas extranjeras, y cuyos plazos para concretarlas se hallaban ya vencidos, aunque el país cumplía
fielmente con el pago a los concesionarios, de las ganancias mínimas que los contratos establecían como ga-
rantía.
Existían por entonces muchos de esos resabios de ferrocarriles a cualquier lado –como los denomina Félix
Luna-, que sin ninguna garantía de llevarse a la realidad, obstruían las posibilidades de expandir la red esta-
tal mediante el mecanismo legal de sus derechos anteriores.
Las concesionarios pidieron prórroga en los plazos ante el Congreso. Yrigoyen se opuso a la misma, y acor -
dó con las Cámaras la sanción de una ley que garantizara el reintegro de las sumas depositadas por los solici-
tantes, las que, conforme a ley, no tenían por qué ser devueltas. Fue una manera de mostrar su buena volun-
tad, sin retroceder en lo sustancial.
El otro aspecto en el que Yrigoyen marcó hechos claros, fue el de las tarifas ferroviarias. Por decretos de ju-
lio de 1919 se fijó oficialmente la cuenta capital de los Ferrocarriles Central Argentino, Buenos Aires al Pa-
cífico, Trasandino, Gran Oeste, del Sur, Central Córdoba y menores. Con ello logró que cesara la inflación
que las empresas hacían con su capital declarado, y fuese entonces posible la intervención de las autoridades
sobre las tarifas, legalmente viable sólo cuando las ganancias representaran un cierto porcentaje del capital
reconocido. Y finalmente, en agosto de 1921 se anularon los aumentos establecidos por ciertas empresas sin
autorización oficial.
En el fondo de la política ferroviaria y de transportes en general sostenida por el presidente Yrigoyen, bullía
la intención de establecer, frente al simple concepto utilitaria seguido preferentemente por las empresas hasta
entonces, el nuevo criterio de unión y bienestar nacional y americano. Cabe en este último aspecto recordar
tanto el plan de Huaytiquina, como otros proyectos.
Los caminos de aquellos años dejaban mucho que desear. Así ocurría a pesar de los esfuerzos constantes del
Gobierno nacional y de las autoridades provinciales. En ese sentido, es justo señalar la labor de la Dirección
de Caminos de la Nación en la construcción de puentes y el arreglo o conservación de caminos.
Entre los levantados con calzada pavimentada, se hallaba el que comunicaba la ciudad de Buenos Aires con
Campo de Mayo, vía de evidente valor estratégico para la defensa nacional.
El incontenible automovilismo, que iniciaba por entonces su primera etapa importante de expansión, había
traído aparejada la surgencia de un nueva protagonista de los transportes y el deporte, de indudable y progre -
siva gravitación. Empezaba la gran etapa del automotor, representado entonces por los automóviles particu-
lares, de alquiler y de transporte colectivo, los ómnibus y los camiones. En dicho proceso, los años del perío -
do marcaron la transición hacia el transporte de ese tipo de uso general.
Existía por entonces una vastísima red telegráfica, que se articulaba con la de todos los países del mundo a
través de varias líneas internacionales. Internamente había líneas nacionales, provinciales, ferroviarias y de
compañías particulares, así como 26 estaciones de radiotelegrafía nacionales. (En 1919, por ejemplo, se des-
pacharon por las líneas nacionales más de 20.000.000 de telegramas.)
En cuanto a los teléfonos, funcionaban líneas en los centros de población y redes de intercomunicación entre
los más importantes. La Capital del país estaba unida con las ciudades de Rosario, Mar del Plata, Tandil,
Balcarce, Bahía Blanca y Montevideo.

10
G. del Mazo, El radicalismo..., tomo I, pág. 195.
En líneas globales, las comunicaciones de aquella Argentina respondían al grado de desarrollo de la época, si
bien la misma se hallaba preferentemente concentrada en las áreas pampeana y litoral, siguiendo los linea-
mientos inarmónicos y desequilibrados del proyecto del 80.
Como particularidades complementarias, deben señalarse la inexistencia de la radiotelefonía -apenas incor-
porada a los medios del país en la segunda mitad de los años 20-, y la importancia que por entonces tenían
los diarios, los periódicos y hasta las revistas semanales o mensuales.
Agreguemos, asimismo, una referencia para los primeros usos dados al avión como medio de trasporte. Al
finalizar la guerra, la idea –sin duda, surgida y alimentada en las propias peripecias bélicas- se encuentra en
los pensamientos de muchos.
El 1° de setiembre de 1918, Pierre Georges Latecoère funda en Francia la primera empresa aerocomercial
del mundo. Después lo harán los holandeses. Pero hete aquí que anticipándose a las gentes del país de los tu -
lipanes y la ginebra, una empresa rioplatense seguiría a los franceses. Shirley H. Kingsley, mayor de la aero-
náutica británica, es enviado por la empresa Airco o De Havilland para establecer servicios regulares de pa -
sajeros en la Argentina. El 10 de junio de 1919 inicia ese tipo de vuelos -cuatro meses antes que los holande -
ses-, utilizando un aparato Havilland. Señala sobre ello Julio A. Luqui Lagleyze: "Es, sin duda, el primer
vuelo aerocomercial de América, y uno de los primeros del mundo".
Y una publicación de aquella época, la Revista del Mundo, que editaba La Nación, dice en su número de ju-
nio de 1919: "…conduciendo pasajeros de una a otra orilla ha abierto un nuevo horizonte a las comunicacio-
nes entre Buenos Aires y Montevideo ... El mayor Kingsley ha demostrado con sus vuelos la posibilidad del
establecimiento de una línea permanente de intercambio por la vía aérea..."
Pero Kingsley no se limitó en sus vuelos a Montevideo solamente. En cinco semanas unió a Buenos Aires
con Rosario, Bahía Blanca, Bell - Ville, Gualeguay, Colonia y Córdoba, y recorrió el espacio aéreo de buena
parte del Uruguay. Había demostrado así la posibilidad de los viajes comerciales en toda el área litoral y cen-
tral rioplatense. El 1° de agosto creaba la River Plate Aviation Company.
Por entonces, Latecoère llega a Buenos Aires. A los franceses los representa en estas tierras nada menos que
el bravo capitán riojano Vicente Almandos Almonacid, el héroe de la aviación gala en la primera guerra, ad -
mirado y respetado por el mundo entero. Y este sueño del hombre de la tierra de Facundo y El Chacho, se
haría realidad años después de nuestro período 1916 - 22, a través de la empresa Aeroposta Argentina.
En 1920, Kingsley llegó a unir en vuelos comerciales nuestra Capital con Tucumán, Río Grande del Sur,
Puerto Alegre y otros puntos del Brasil.
Por su parte, los franceses de la misión aeronáutica inauguraban un servicio regular de transportes entre Bue-
nos Aires y Mendoza en aparatos Farman y Breguet, con cabinas especiales para pasajeros.
El 16 de junio de ese mismo año, un joven teniente establecía la marca sudamericana de altura con un pasa-
jero, al volar a 6.100 metros de altura en un biplano S.V.A., acompañado por el mecánico Beltrame. Su nom-
bre era Florencio Parravicini Diomira.
Dos meses antes se había realizado el primer viaje de bodas en avión: los novios Víctor Kelly e Isabel Mills
se trasladaron de El Palomar a Montevideo en un avión A. R., como pasajeros del aviador inglés Clowes.
En setiembre, el aviador alemán Federico Morhauer ensaya en el aeródromo de El Palomar el primer aparato
teutón llegado al país después de la guerra. Vuela a 3.000 metros de altura en un ensayo, hasta alcanzar lue-
go los 6.100 metros.
Por ese tiempo funcionan aeródromos civiles en Villa Lugano, San Isidro, San Fernando, Castelar, Hurlin-
gham, Bartolomé Mitre, Rosario, Tucumán, Bahía Blanca, Tres Arroyos, Balcarce y otros lugares del país.
Se efectúan, asimismo, colectas populares para la adquisición de aparatos mihtares y civiles.
Otra importante manifestación aeronáutica de entonces fue la llegada del dirigible italiano que durante 1920
realizó numerosas demostraciones sobre el cielo de Buenos Aires, ciudad que vino a ser la primera del Con-
tinente que conocía ese tipo de aparato.

La educación
En el año 1920, en sus Estudios sobre la población escolar en la República, Jorge Meneclier señalaba lo si-
guiente:

Nadie puede negar, sin ser injusto, el reconocimiento del progreso conseguido en el desenvolvimiento de nuestra
educación primaria, por lo que corresponde al esfuerzo nacional durante la época comprendida entre el fin de
1916 y hasta el presente: 1.341 escuelas –de las que doce son anexas a normales- y 134.616 niños más que en
las épocas anteriores. Resultados nunca logrados en un ciclo de tres años.

20 Iñigo – Experiencia radical II


Para el final del período del primer gobierno de Yrigoyen –según Gabriel del Mazo-, las escuelas primarias
creadas por esa presidencia pasaban de 3.000. En dicha obra educativa había tenido panel destacado el mi -
nistro de Justicia e Instrucción Pública, doctor José S. Salinas, a quien, como va hemos visto, poca justicia
hacían ciertas actitudes de la oposición. Esa acción logró disminuir del 20 al 4 por ciento el analfabetismo en
edad escolar, en los seis años de gobierno. Hubo también, por entonces, importantes realizaciones en materia
de escuelas, tanto fijas como móviles, para la población indígena.
En la enseñanza secundaria fueron creadas, entre escuelas normales, colegios nacionales y escuelas indus-
triales de artes y oficios, más de cincuenta instituciones. Un valioso proyecto –que la situación política frus-
tró, a pesar de haber sido reiterado en 1920, 1922 y 1927- fue el de la ley orgánica de instrucción pública,
presentado por el Poder Ejecutivo al Congreso de la Nación el 31 de julio de 1918. En su mensaje corres -
pondiente al mismo señalaba el presidente Yrigoyen:

Si bien la educación pública tiene su ley desde 1884, ella contiene disposiciones que en la actualidad han, perdi -
do su razón de ser, porque la civilización argentina reclama, también en la instrucción general, reformas urgentes
que completen su caracterización y la orienten definitivamente, dándole mayor consistencia y haciéndola más
nacional, más práctica, más adaptada a las varias necesidades regionales de la República.

Objetivos de este proyecto eran delimitar en profundo cada uno de los grados de la enseñanza; eliminar el
analfabetismo; dar instrucción secundaria con espíritu de capacitación, para que el educando se bastara a sí
mismo; establecer bases prácticas para el magisterio, disponiendo importantes beneficios, como aumentos
progresivos cada tres años, inamovilidad, bonificaciones, etcétera.
Coincidiendo con el espíritu nacional del proyecto en cuestión, Juan Álvarez había afirmado en 1916:

La escuela oficial ha hecho entre nosotros buena obra, y merece la gratitud de los argentinos; pero en esta cues-
tión del nacionalismo urge completar su actual programa.

Y subrayaba dos cuestiones que a su entender eran primordiales:

1°) ¿Cuáles son las posibilidades de mejora de la especie humana que han existido y existen dentro de nuestras
fronteras, y que es probable desaparecieran total o parcialmente, si perdiéramos la independencia y el gobierno
propio?
2° ) ¿Cuáles fueron antes y parecen ser hoy los medios más apropiados para la realización de las posibilidades
que, en definitiva, constituyen el ideal netamente argentino de nuestra nacionalidad?

En 1917 fue dejado sin efecto el anterior plan de reforma educativa del ex ministro Carlos Saavedra Lamas,
tentativa que en 1916 precediera a la administración radical, y que nunca llegara a concretarse. La tentativa
de Saavedra Lamas había buscado inyectar una enseñanza técnica que, inspirada en la educación estadouni-
dense, sumara a la formación intelectual una preparación tecnológica y práctica. El decreto correspondiente
incorporaba un nueva nivel: la escuela intermedia, previa al secundario, organizando a éste en colegios na-
cionales. Tanto en las escuelas intermedias como en dichos colegios, los estudios estaban organizados por
núcleos de materias que incluían artes, oficios, técnicas, etcétera.
Hasta 1914, la orientación educativa giraba en su mayor parte alrededor del positivismo normalista y univer-
sitario laico, el enciclopedismo científico y el individualismo jurídico. Después de la guerra comenzó una
reacción de sentido espiritualista y antipositivista. Era una tendencia mundial enraizada en la búsqueda y
rescate de los valores del espíritu, tan golpeados durante la conflagración, y marginados por el mundo com -
petitivo y materialista de las décadas anteriores a la guerra.
Algo de todo esto rodea al radicalismo, pero no lo encuadra. Ocurría que el espiritualismo era compartido
por el movimiento de Yrigoyen. Más también sucedía que la corriente antipositivista educativa se quedaba
en la inspiración de las ideas europeas de ese signo, mientras que el radicalismo tenía más arraigo en la reali -
dad nacional.
El espiritualismo de la escuela nueva fue renovación de ideas. El radicalismo sería una renovación de ideas
encarnadas en realidades, y hechas conciencia viva.
El Gobierno radical restableció el antiguo plan de 1912 con ciertas modificaciones, al mismo tiempo que se
intentaba la nueva reforma de la que veníamos hablando.
En el plano universitario, durante el período fue concretada la nacionalización de la Universidad de Tucu -
mán –hasta entonces, provincial- entre 1921 y 1922. Lo mismo ocurrió, por disposición del 17 de octubre de
1919, con la Universidad Provincial de Santa Fe, cuyo traspaso definitivo al orden nacional se efectuó el 18
de abril de 1922, ya con la nueva denominación de Universidad Nacional del Litoral y, reuniendo casas de
estudio superior de la precitada Santa Fe, así como de Paraná, Corrientes y Rosario. Hacia 1919 se realiza -
ron transformaciones en la estructura académica y docente de la Universidad Nacional de La Plata. Así se
preparó la Escuela de Química y Farmacia para su conversión en Facultad se constituyó la Escuela Prepara -
toria de Ciencias Médicas, y se separaron en facultades correspondientes las carreras de Agronomía y de Ve -
terinaria, que hasta entonces habían funcionado unidas.
Pera fue sin duda en la Universidad Nacional de Córdoba donde acaecieron hechos de profunda trascenden -
cia para el ámbito educativo y cultural del país. Allí los antiguos y merecidos prestigios intelectuales de la
Docta se habían rezagado en relación con el desarrollo científico alcanzado en el mundo, tanto en cuanto al
conocimiento, como con respecto a la organización académica y educativa. Muy importantes instituciones
de las casas de altos estudios cordobesas adolecían de anacronismos y anquilosamientos.
Al finalizar el año 1917 se sentían los primeros síntomas de un malestar estudiantil, originado en la Facultad
de Medicina, al suprimirse el internado del Hospital de Clínicas, y por la falta de acuerdo sobre los arance -
les. Éste es el origen minúsculo del conflicto: la simple chispa que hace estallar una sobrecargada atmósfera
de tensión y descontento, provocada por la situación de fondo mencionada.
Las respetuosas peticiones del flamante Centro de Estudiantes de Medicina fueron rechazadas con dureza.
Las peticiones se reiteraron, y los ánimos fueron ganando temperatura.
En ocasión de la inauguración de los cursos de 1918, el estudiantado produjo un tremendo escándalo de pro-
testa. La presencia policial se concretó a solicitud de las autoridades universitarias.
La intervención de la Universidad fue decretada por Yrigoyen. El interventor, José N. Matienzo, llegó a
comprobar numerosas deficiencias en las estructuras docentes, y en los mecanismos administrativos y peda-
gógicos.
Por primera vez hubo una renovación profesoral. Ordenada por Matienzo, permitió que los cuerpos docentes
ya renovados eligieran a los decanos y a los consejos que luego debían designar al nuevo rector. La elección
favoreció ampliamente a la corriente reformista que existía entre los profesores.
La expectativa se centró luego alrededor de la elección de rector en la asamblea universitaria electoral. Inte -
grada la misma por una fuerte representación de decanos y consejos favorables a las reformas, tanto los estu -
diantes como Matienzo tenían grandes esperanzas de que se impusiera la corriente reformista.
Candidato de esta corriente era el doctor Enrique Martínez Paz, mientras que Antonio Nores lo era por la
otra tendencia, que representaba al anterior estado de cosas, y que desconfiaba de los excesos del reformis-
mo. Recibía apoyo de la Corda Frates, círculo cerrado e influyente de no más de una docena de personalida-
des católicas, universitarios en su mayoría, políticos casi todos, funcionarios o ex funcionarios, y distribui -
dos en todos los partidos. "Así caiga el que caiga, triunfe el que triunfe, la Corda sale siempre parada", co -
mentaba La Nación del 18 de julio de 1917.
El 15 de junio de 1918 se realiza la asamblea. Después de dos votaciones malogradas, un imprevisto vuelco
de sufragios dio el triunfo a Nores con veinticuatro votos, frente a solamente trece votos de Martínez Paz.
La indignación de los muchachos fue incontrolable. Pasaron sobre la policía, algunos guardaespaldas priva -
dos de profesores de la Corda, y estos mismos, quienes resultaron todos desalojados del salón.
En el mismo pupitre del rector, Emilio Biagosch escribió de su puño y letra el acta por la que se declaraba la
huelga general. La rubricaban más de un millar de firmas.
Se sucedieron las encendidas arengas: Barros, Taborda, Valdés, Bordabehère, los Roca, los Orgaz... Casi a
las tres horas de enfervorizados discursos v manifestaciones, los estudiantes ganaron las calles. Allí su agita -
ción recibió el refuerzo de elementos heterogéneos y no universitarios, entre los que, por supuesto, no falta-
ron los de contenido político y de posiciones extremas. No faltaron, tampoco, las exteriorizaciones en las
que la natural picardía juvenil propia de los ambientes estudiantiles se mezcló con ciertas actitudes rayanas
en lo grosero.
Determinadas tensiones sociales que no faltaban en la comunidad cordobesa, originadas en los desperfectos
mismos del sistema que la había orientado en los tiempos precedentes, lograban válvula de escape en los
episodios universitarios, Por ello mismo, los hechos de la Reforma, si bien especialmente circunscritos al
plano educativo, sirvieron, por relativa extensión, para poner en evidencia distintas reaccione: de sectores –
conservadores unos, y renovadores otros- acerca de aspectos de la cuestión social, que por entonces apasio-
naba y preocupaba al país y al mundo entero.

22 Iñigo – Experiencia radical II


Ante el curso de los hechos, Yrigoyen designó un nuevo interventor: Telémaco Susini, quien no llegó a ha-
cerse cargo.
El problema se estancó nuevamente. Los estudiantes reactivaron entonces la agitación, como medio para que
las cosas se definieran. Fue en ese lapso cuando resultó derribada la estatua del profesor Rafael García, en
acto que se ha querido justificar como símbolo de ruptura hacia el pasado académico de la Universidad cor -
dobesa.
El 9 de setiembre, un grupo de 83 universitarios ocupó la casa fundada por el obispo Trejo. Allí estaban
nombres que ya hemos visto arengando cuando la asamblea del 15 de junio, y que de entonces en más van a
incorporarse a la historia cultural del país: Guillermo Ahumada, Jorge Orgaz, Ismael Bordabehére, Enrique
Bamos, Héctor Raca, Horacío Valdés, Alberto T. Casella, Ceferino Garzón Maceda, Alfredo Brandán Cara -
ffa...
Designaron a continuación autoridades y profesores, ¡y hasta empezaron a tomar exámenes!
El ejército, por órdenes superiores, procedió a rescatar la Universidad, y al arresto de quienes se hallaban en
sus instalaciones. El objetivo estudiantil estaba logrado, desde el momento en que se producía esta interven-
ción decisiva del poder nacional.
Yrigoyen designó interventor al propio ministro de Instrucción Pública, Salinas, quien de inmediato se tras -
ladó a Córdoba, y puso en ejecución todo un programa de cambios, que coincidió en líneas generales con las
aspiraciones renovadoras, y que mereció la entusiasta adhesión de los estudiantes.
Entre otras cosas, y ante la renuncia presentada por algunos profesores de la anterior orientación, se incorpo-
raban varios docentes reformistas, como Martín Gil, Arturo. Capdevila, Gumersindo Sayago, Deodoro Roca,
Arturo Orgaz, José B. Barros y otros.
Hasta allí la crónica del conflicto. Pero más allá de la misma cabe rastrear otros hechos que en realidad son
parte también de esa crónica, aunque en calidad de cosa más profunda y a la vez trascendente. El entorna
histórico de la reforma universitaria de 1918, tanto en lo nacional como en lo internacional, tuvo, por cierto,
un intercambio notorio con ese movimiento universitario. Y ubicándonos en aquella época misma, esa in -
fluencia se manifestaba claramente a través de los grandes acontecimientos mundiales que signaban los años
del período que venimos desarrollando. Así la crisis del mundo europeo, la Primera Guerra Mundial, los mo -
vimientos de reivindicación social, el proceso inicial de la Revolución Rusa, el deterioro de algunas institu-
ciones generadas durante la belle époque, el ascenso económico y geopolítico de los Estados Unidos, son
factores que de una manera u otra influyeron en la sensibilidad del movimiento reformista. Pero también tan-
to o más lo hicieron fenómenos argentinos, como el fortalecimiento, ampliación y emergencia de las clases
medias; el acceso del radicalismo al gobierno, la expansión de la problemática sociopolítica y de los movi-
mientos de opinión vinculados a la misma en el país, la neutralidad soberana durante la guerra…
Toda esta riqueza que desbordando los alcances educativos de la reforma, penetró en los planos mayores de
la sociedad y sus formas de conducción, fue motivo, con el tiempo, de variadas corrientes internas del refor-
mismo, y diferentes matices de explicación entre los historiadores que la estudiaron.
¿Cuáles fueron los ideales de la Reforma? Gabriel del Mazo, quien protagonizara las jornadas inïciales de la
Federación Universitaria Argentina a comienzos de ese mismo año de 1918, da a nuestro entender en la cla-
ve principal de la cuestión, al subrayar los contenidos nacionales que componen el substrato histórico de este
movimiento, por encima de toda la arborescencia ideologista que luego se le haya infiltrado e impostado con
derivaciones perjudiciales. Al respecto señala del Mazo:

El acceso del ciudadano a la vida nacional, traído por el radicalismo, como el acceso del estudiante a la vida de
las universidades, traído por la reforma universitaria, son dos índices de un mismo fenómeno, dos formas de un
mismo proceso de alumbramiento civil de la conciencia nacional, de una misma lucha por la integración orgáni -
ca de la nacionalidad. El vasallaje social impuesto por las oligarquías políticas dueñas del poder y de la riqueza
habían consumido nuestro aliento vital, del mismo modo que en el orden educativo, el régimen de tutela mental
que ejercieron, sofocaba el porvenir argentino, en los retoños del espíritu naciente. 11

Y sobre el mismo punto dice el autor citado, en otra de sus obras:

Ahí está el gran programa emancipador: hacer de los ciudadanos, hombres; hacer de los estudiantes, hombres,
no objetos pasivos... La Reforma creyó y sostuvo que era en gran medida mental; es decir, intelectual, educativa,

11
G. del Mazo, El radicalismo..., tomo I, pág. 235.
universitaria, la causa de que padeciéramos de una política y de una economía deformadas, de que hubiera sido
desequilibrado el cuerpo de la Nación y expoliado el patrimonio nacional. 12

Conforme al análisis de Gabriel del Mazo; sus valores profundos e hispanoamericanos; su íntima ligazón
con la neutralidad soberana del país en la guerra; su concepto de pueblo - nación superador de las ideas de
clase, raza, corporación y masa; su capacidad para poner acento propio a una causa universal de humanismo
en libertad, e incorporar a las bases propias los aportes mundiales útiles; su cabal llamado a la enseñanza
como sugerencia y amor, y a que las almas de los jóvenes sean movidas por fuerzas espirituales; la redención
de las autonomías éticas y religiosas con un liberalismo no plutocrático y sí esencial; todo ello hizo que el
movimiento reformista del 18 fuese un vasto empeño de espíritu y futuro, de pueblo y América. Fuera de
esto –repetimos- quedan las intromisiones y los desprendimientos marxistas y extremistas en general.
Durante estos meses entusiastas de 1918, los estudiantes reformistas, organizados en la mencionada Federa-
ción, y el presidente Yrigoyen, sostuvieron varias entrevistas. En ellas el Caudillo expuso a los jóvenes su
convicción de que el espíritu nuevo que animaba al radicalismo y su gobierno se identificaba con las justas
aspiraciones de los estudiantes, y con las necesidades culturales de las universidades argentinas, viendo en la
reforma universitaria una posible contribución decisiva al renacimiento idealista de la República. En los
años siguientes, los centros estudiantiles participaron en la nacionalización de las casas universitarias del Li -
toral y de Tucumán, y en la modernización de las platenses.
De su epicentro cordobés, el reformismo se extendió con alcances importantes en el país y en el Continente.
Sobre ello dice Horacio Sanguinetti:

Su repercusión en América fue inmediata. Engendró movimientos tan trascendentes como el A.P.R.A. peruano, y
la mayor parte de los políticos civiles argentinos estuvieron vinculados a la misma, para profesarla o impugnar -
la.13

Y ya que a este autor citamos, hagamos un lugar especial para referirnos a la figura del doctor Deodoro Roca
como exponente del fenómeno reformista y al que Sanguinetti rescata en su trabajo. La presencia talentosa
de Deodoro –más allá de que no compartimos sus ideas- es, sin duda, un buen testimonio de fuerza intelec-
tual en la Reforma.
Con respecto a la situación de los maestros, la preocupación de Yrigoyen fue clara y permanente. Esta acti-
tud tiene, entre otros, el testimonio de lo manifestado por el doctor Ángel Gallardo en ocasión de inaugurar-
se el Instituto Bernasconi, el 26 de setiembre de 1921. Como titular del Consejo Nacional de Educación,
tuvo entonces claras expresiones de reconocimiento hacia los propósitos de dignificación de los docentes en
los aspectos materiales y espirituales de su profesión. Justamente ese año precitado se concretó un aumento
del 40 por ciento en los sueldos del magisterio.
De aquellos años de administración radical es también la organización del Patronato de Menores, organismo
vinculada directamente al plano educativo. La ley correspondiente (N° 10.903, del 21 de octubre de 1919)
establecía el funcionamiento regional en provincias y territorios de escuelas especiales, tanto talleres como
agrícolas, con la participación de los recluidos en el beneficio pecuniario resultante de los trabajos. Se bus-
caba con ello establecer un sistema de colonias adecuado para la preparación integral de los menores, en ar-
monía con las necesidades del país.
Agreguemos otros aspectos asimismo rescatables de la obra pública educativa de Yrigoyen y su ministro
Salinas: la instauración del bachillerato nocturno, las asociaciones cooperadoras, el guardapolvo blanco, las
clases de exaltación histórica y patria, en las escuelas primarias.

La Iglesia
El papa Benedicto XV (en el siglo, Giácomo Della Chiesa) ocupó esa dignidad superior de la Iglesia Católi-
ca entre 1914 y 1922, coincidiendo así su papado prácticamente con los términos cronológicos de nuestro
período.
Nacido en Génova en 1854, Benedicto XV desplegó importantes servicios en España y diversos cargos en
Roma. Arzobispo de Bolonia luego, en 1914 fue nombrado cardenal, y a poco se produjo su acceso al sitial
romano.

12
G. del Mazo, El radicalismo..., tomo I, pág. 237.
13
H. Sanguinetti, Córdoba..., pág. 38.

24 Iñigo – Experiencia radical II


Coincidente su gestión con la Primera Guerra Mundial, fue el Papa de la neutralidad y de la gestión incesan -
te por la paz. Asimismo, desarrolló una permanente obra en ayuda de las víctimas de la tragedia bélica de
ambos bandos.
Al reunirse la Conferencia de Paz, envió un observador a la misma, y brindó su apoyo a las decisiones del
Teatro de Versailles.
Restableció, por otra parte, las relaciones diplomáticas con Francia, Portugal e Inglaterra.
En líneas generales, la postura internacional de la Iglesia fue bastante similar a la sustentada por el gobierno
argentino de Yrigoyen; y este consenso de posiciones tuvo su correspondencia en lo que respecta a las rela -
ciones entre Iglesia y Estado dentro de nuestro país. En efecto, las relaciones entre la institución católica y el
Presidente radical fueron más que buenas.
Hemos visto ya, en pasajes anteriores de esta obra, como algunas aperturas filosóficas y de creencias del Jefe
del radicalismo hacia el krausismo, la masonería y el espiritismo, de ninguna manera obstaculizaron su res -
peto oficial hacia los valores e instituciones de la religión sostenida por el Estado, y que reflejaba las convic -
ciones de la gran mayoría de la población del país.
Tampoco en lo personal puede hablarse de un divorcio entre Yrigoyen y el catolicismo, ya que aquellas aper -
turas mencionadas parecieran ser más de un espíritu sensible a otras proyecciones místicas que a un rechazo
a la Iglesia. Como en todos sus otros planos, sin duda complejo y sutil también éste de Yrigoyen, que ad-
quiere definida claridad sólo a fines de los años 20, cuando la identificación con el catolicismo se vuelve cla-
ra y expresa, hasta su muerte, a comienzos de la década siguiente.
Situándonos al promediar el período, hacia 1920 - 21, hallamos ocupando los obispados a los siguientes dig -
natarios:
Monseñor Orzali, obispo de Cuyo; monseñor Piedrabuena, obispo de Catamarca; monseñor Padilla, obispo
de Tucumán; monseñor Niella, obispo de Corrientes; monseñor Yáñez, obispo de Santiago del Estero; mon-
señor Boneo, obispo de Santa Fe; monseñor Bustos, obispo de Córdoba; monseñor Bazán, obispo de Paraná,
y monseñor Terrero, obispo de La Plata.
Entre los obispos auxiliares que se destacaban por entonces, cabe mencionar a monseñor Copello, consagra-
do en 1918 y a cargo de la auxiliatura de La Plata, y a monseñor de Andrea en la del arzobispado. Ambos co -
menzaban a adquirir prestigio ya en esos días, por su especial labor en la atención de los diferentes proble -
mas sociales y de creencias, que agitaban a una importante parte de la comunidad.
Acerca de monseñor de Andrea y su obra afirma el jesuita Guillermo Furlong, en su trabajo sobre El catoli-
cismo argentino entre 1860 y 1930:

Si en 1910 salvó monseñor de Andrea a la Patria de caer en poder del anarquismo, entro ese año y el de 1920 co -
laboró eficazmente para que no fuera dominada por el socialismo y el comunismo…

Al decir de Manuel Gálvez, Yrigoyen tiene un fondo católico, pero jamás practica. el culto pasada su niñez;
"creía en Dios y en la Divina Providencia, en la inmortalidad del alma y por sobre todas las cosas en el Es-
píritu... Salvo en lo relativo a las mujeres, practica una moral severa y cristiana. Y en la situación pública del
culto se manifiesta con hechos definidos: impide la reforma de la Constitución de Santa Fe, porque iba a es -
tablecer la separación de la Iglesia y el Estado en dicha provincia; frustra mediante un mensaje al Congreso
un proyecto de implantación del divorcio que tenía muchas probabilidades de prosperar, basándose en que
amenazaba conmover los cimientos de la familia en su faz más augusta; con motivo del centenario de la in-
dependencia del Perú, designó a un ilustre prelado, monseñor Luis Duprat, para la presidencia de la impor -
tante representación que el país enviara a los festejos de la nación hermana; y a ese mismo dignatario ecle-
siástico le ofrecerá en su segunda presidencia el ministerio de Relaciones Exteriores y Culto.
Con respecto a las actividades laicas del catolicismo, las mismas giraban fundamentalmente alrededor de la
obra social y la cultural - educativa. Acerca de la primera se han visto ya, en un capítulo anterior, sus mani -
festaciones conexas al movimiento de la democracia cristiana.
Haciendo balance, la presencia católica militante en el período muestra un incremento y una actitud más
abierta, y plantada en el terreno de la vida social y política con enriquecidos elementos filosóficos y doctri -
narias, a la vez que renovando los tradicionales valores cristianos de paz, justicia y libertad. Ello, unido a su
cordial relación con el radicalismo, vino a fortalecer su histórico arraigo popular.

La defensa nacional
Observa el entonces general Alberto Marini en su reseña histórica del Ejército Argentino publicada en 1960:
La Primera Guerra Mundial (1914-18), estudiada a fondo por la oficialidad argentina, despierta un nuevo afán
de superación en dos direcciones: en el nivel cultural de los cuadros, y en la modernización de su organización,
instrucción, etcétera.14

Nacía entonces una nueva etapa en el proceso de transformaciones hondas, que se había iniciado en 1901
con el servicio militar obligatorio. Fueron creados a partir de ese momento los grandes institutos superiores
y especializados del arma, y los cursos jerárquicos, como el Curso Superior del Colegio Militar (14.12.1915)
y el Curso Especial para la formación de oficiales técnicos (31.3.1919).
Con la misma tónica surgieron también la reorganización del Ministerio de Guerra por decreto del Poder
Ejecutivo Nacional (16.2.1916); disposición clave que estructuraba ese organismo básico de nuestra defensa
nacional en sus Secciones, Comandos de Región, Auditoría General de Guerra y Marina, Inspección General
del Ejército (creada definitivamente en 1923), Dirección General de Personal y Dirección General del Mate -
rial.
En 1917 fueron rebautizados los arsenales con los nombres de Esteban de Luca, José María Rojas y San Lo-
renzo, y asimismo se tomaron medidas con respecto a la Dirección General de Ingenieros, Dirección General
de Administración y Dirección General de Sanidad.
En 1919 fue reconstituido como Dirección General el Instituto Geográfico Militar.
Durante el período, el Ejército Argentino vivió un proceso de modernización que era continuidad de la ten-
dencia proveniente de los tiempos del régimen anterior al gobierno radical. Como lo expone con claridad el
coronel Augusto G. Rodríguez en su trabajo sobre el tema inserto en la Historia argentina contemporánea,
la obra del proyecto nacional del 80 en este campo, orientado por las figuras conductoras de los generales
Roca, Ricchieri y otros, resultó de efecto decisivo en la composición moderna de esta institución armada del
pueblo argentino.
Hacia 1920 - 21, el ejército permanente de la República, formado por los conscriptos de veinte años llama -
dos a las filas por sorteo, se hallaba distribuido en todo el país, ocupando cuarteles y acantonamientos esta-
bles o en misiones especiales. A los efectos de la administración militar de esos efectivos, el Estado Mayor
del arma tenía constituidos en cinco grupos las provincias y territorios, que integraban otras tantas divisiones
de ejército.
La Primera División comprendía el territorio de la Capital Federal, y los regimientos l, 2, 3 y 4 de infantería;
1 y 2 de caballería, 1 de artillería de campaña, y 1 de ingenieros.
La Segunda División, la provincia de Buenos Aires; los territorios nacionales de La Pampa, el Neuquén, Río
Negro, el Chubut, Santa Cruz y la Tierra del Fuego, y los regimientos 5, 6, 7 y 8 de infantería; 8 y 10 de ca -
ballería; 2 de artillería; batallones de obuses, ametralladoras, zapadores pontoneros y ferrocarrileros.
La Tercera División, las provincias de Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes; los territorios de Misiones, el Cha-
co y Formosa, y los regimientos 9, 10, 11 y 12 de infantería; 3, 6, 9 y 11 de caballería; 3 de artillería; batallo -
nes de ametralladoras, zapadores y pontoneros.
La Cuarta División, las provincias de Córdoba , San Luis, Mendoza, San Juan y La Rioja, y los regimientos
13, 14, 15 y I6 de infantería; 4 7 de caballería; 4 de artillería de campaña; 1 de montaña; batallones de inge-
nieros, pontoneros y zapadores.
La Quinta División, las provincias de Tucumán , Santiago del Estero, Catamarca, Salta y Jujuy; la goberna -
ción de los Andes, y los regimientos 17, 18, 19 y 20 de infantería; 5 y 12 de caballería; 5 de artillería de
campaña; 2 de montaña; batallón de ingenieros, zapadores y pontoneros.
Conforme al orden de denominación numérica , comandaban respectivamente esas cinco divisiones en ese
bienio los generales José Félix Uriburu, Luis J. Dellepiane, Isaac de Oliveira César, Carlos M. Fernández y
Ricardo Cornell. Los dos primeros y el quinto, con el grado de generales de división, y el tercero y el cuarto,
con el de generales de brigada.
Durante su etapa de abstención revolucionaria, el radicalismo había ganado militantes y adhesiones impor -
tantes en las filas de oficiales del ejército. Muchos y prestigiosos eran los jefes de diferente graduación –los
más de ellos, jóvenes- que habían identificado su vocación de servicio patrio con los ideales de reivindica -
ción cívica y nacional del radicalismo. Yrigoyen era ducho en el arte de ganar esos apoyos –como todos los
que lograba con sus dotes especiales de conducción-, y existía, durante los primeros años de su gobierno, un
ambiente de respeto por el viejo luchador radical.

14
A. Marini, "El Ejército...", pág. 357.

26 Iñigo – Experiencia radical II


No fueron pocas las justas reparaciones y también los favores especiales gestados desde la Casa de Gobierno
en beneficio de esos oficiales simpatizantes del radicalismo. Esto fue creando ciertas fisuras y conflictos en
los cuadros, lo que, sumado a los desaciertos del gobierno radical y a la acción antinómica de los partidos y
sectores de la oposición, generaron una parcial corriente de desconfianza y de hostilidad encubierta en deter-
minados sectores del ejército. El estilo de mando tan personal e intrincado de Yrigoyen perjudicó su imagen
entre la oficialidad, y ayudó a ciertas intenciones sectoriales de muchos políticos civiles y algunos militares
políticos.
En su proyección histórica, este desencuentro entre Yrigoyen y el Ejército marcó el inicio parcial de una la -
mentable desconvergencia cívico - militar, la que andando los años y las sucesivas diferentes circunstancias,
sería una de las causas profundas de nuestra demora en lograr un despegue nacional suficiente. De todas ma-
neras, entre 1916 y 1922 las relaciones entre el Presidente y el Arma fueron lo suficientemente armónicas
como para mantener el poder y la estabilidad institucional.
Este hecho, por cierto, no fue ajeno a la lealtad con Yrigoyen y su gobierno constitucional de oficiales como
el general Dellepiane y el teniente coronel Héctor Varela en ocasiones harto difíciles; por ejemplo, la semana
de enero de 1919, y los sucesos de la Patagonia de 1920 - 22.
En lo que a Dellepiane respecta, su actividad profesional meritoria tuvo, entre muchas virtudes, la de fortale -
cer y resguardar al Arma con su influencia y mando, y a través de diversas medidas y orientaciones, garanti -
zar su unidad básica y eliminar en buena parte ciertas tendencias a los agrupamientos sectoriales de uno u
otro contenido que la perturbaban.
El 1° de agosto de 1918, el Poder Ejecutivo presentó su proyecto de ley orgánica del Ejército, que no sería
sancionado por el Congreso Nacional.
La crítica a Yrigoyen en los medios castrenses dio margen a la constitución de la Logia General San Martín
en 1921, por los coroneles Luis J. García, Francisco Fasola Castaño, Nicolás Accame, José L. Magliore, En -
rique Pilotto y otros. En lo que a estos oficiales se refiere, su posición discrepante tenía la intención de prote-
ger las instituciones militares y la Nación misma, de los yerros y avatares de la administración política. Su
actitud era de preocupación.
La Logia nucleó su actividad alrededor del Círculo Militar, donde logró su presidencia a través de la figura
del general Eduardo Broquen, y creó la costumbre de una comida anual de camaradería en las vísperas pa -
trias.
Al finalizar la gestión de Yrigoyen, solicitarían con éxito la designación del general Agustín P. Justo para el
Ministerio de Guerra, así como otros compromisos de parte de Alvear. De allí en más, el proceso de esta co-
rriente va evolucionando hacia los sucesos del 30 y la actuación política del general Justo, provocando todo
ello no pocas divergencias futuras en su seno.
A partir de los años de la guerra misma, se habían venido manifestando en el Ejército crecientes síntomas de
su interés por la situación del país, y por sus problemas políticos, sociales y económicos. Ello iba unido a
una aspiración a participar en esa situación y sus problemas. Progresivamente van definiendo la estrategia
nacional como algo integral, que rechaza compartimientos estancos entre lo civil y lo castrense. Simultánea-
mente las experiencias de la Primera Guerra y sus secuelas, hacen tomar conciencia en los cuadros de la fun -
damental necesidad de una modernización técnica y profesional del Arma. Hecho que por otra parte es si -
multáneo entre la oficialidad de la Armada y en todos los sectores ligados a la defensa nacional.
No hubo por parte de Yrigoyen una respuesta adecuada a esas fundadas expectativas castrenses, tanto políti-
cas como técnico-profesionales. Fue éste uno de sus mayores yerros de concepción y de acción.
En el caso de la Gendarmería Nacional, ésta se presentaba como una aspiración, y sólo llegaría a esbozarse.
Las demandas de la modernización del país se ponían en evidencia en sus fronteras. Y la cosa era sin vuelta
dramática. Mucho era lo que resultaba imprescindible, y no se tenía. Poco lo que se ofrecía.
Las fronteras de la Patria definían cada vez más sus dimensiones de valor interior, de entraña nacional, y no
de simple convención de límites. La Argentina agregaba a su rasgo propía de un gran espacio por desarrollar,
los inconvenientes de los desequilibrios internos en el progreso alcanzado por el proyecta nacional del régi-
men, entre los que venía a destacarse la excesiva concentración de población y actividades en las áreas pam -
peano - litoraleña.
Se exhibía en esos años con suficiente precisión el hecho quizá no siempre recordado- de que sus
fronteras estratégicas de Nación con destino, no se manifiestan, como en las grandes potencias de tipo impe -
rial, hacia fuera y adentrándose en las jurisdicciones de otros países, sino que, por el contrario, dicha estrate-
gia expresa su dinamismo hacia dentro, donde es necesario consolidar, construir y desarrollar.
Este rasgo que nos caracteriza históricamente –desde el pasado y hacia el futuro-, había sido comprendido
por diferentes protagonistas y en distintos momentos de la vida nacional. Uno de ellos fue el presidente Yri-
goyen, quien presentara al Congreso un valioso proyecto por el que se planteaba la creación de un cuerpo de
Gendarmería Nacional en enero de 1921 (reiterado en setiembre del mismo año). En el mensaje que lo
acompañaba, decía Yrigoyen:

Se ha visto en muchos casos el Poder Ejecutivo... en la necesidad apremiante de tener que mandar fuerzas de
marinería y del ejército: según las circunstancias y los parajes..., siempre eficazmente represivos, no pudieron
ser preventivos, sufriendo los pueblos los daños consiguientes.

Estas consideraciones del Presidente, además de afirmar el concepto de la prevención –en cuanto a la necesi-
dad de la Gendarmería-, hacían referencia, entre otras, a las experiencias de los sucesos patagónicos, que con
su encadenamiento de huelga violenta y subversiva, y la necesaria restauración del orden nacional, habían
obligado a pagar un precio alto.
Como, al igual que en otros casos, el Congreso no daba trámite legislativo a su proyecto, Yrigoyen, por
acuerdo general de ministros del 10 de noviembre de 1921, creó diez cuerpos de Gendarmería, los que tuvie -
ron una vida efímera, al faltarles el respaldo legal, que sólo las Cámaras podían brindarle, lo cual entorpeció
su organización y eficacia.
En materia naval, como ocurriera con el Ejército y la Gendarmería, también intentó el presidente Yrigoyen
una legislación integral, y ajustada a las necesidades del crecimiento y la defensa del país. El mensaje pro-
yecto de la ley orgánica de la Armada presentado ante las Cámaras legislativas el 12 de julio de 1918 y re-
planteado el 17 de agosto de 1922, tampoco mereció la sanción por parte del Congreso.
Pese a ello, tanto de parte del Arma como del Gobierno, la coincidencia en la justificada preocupación por
lograr medidas modernizantes de nuestra fuerza naval, hizo lo posible en ese sentido, y mantuvo alerta la
conciencia pública al respecto. En ese sentido resulta indicativo, por ejemplo, que casi dos años después –
concretamente, el 2 de julio de 1920-, bajo los auspicios del Centro Naval, el capitán de fragata Gabriel Al-
barracín daba una conferencia sobre El proyecto de armamentos navales presentado al Congreso en 1918 -
Antecedentes - La Liga de las Naciones y los armamentos navales del presente - Equilibrio naval sudameri -
cano - Conceptos generales sobre la necesidad de la flota de guerra y su crecimiento normal - Examen del
proyecto.
Hacia los finales de la gestión de Victorino de la Plaza (14 de marzo de 1916), se había dispuesto la reorga-
nización de la escuadra de mar en dos divisiones : una de instrucción, compuesta por el acorazado Moreno,
el crucero San Martín, el crucero Buenos Aires y el guardacostas Independencia, y otra de entrenamiento, in-
tegrada por el acorazado Rivadavia, el crucero - acorazado Belgrano, el crucero Nueve de Julio y el guarda-
costas Libertad. Este dispositivo básico siguió funcionando durante el mandato de Yrigoyen.
Entre 1916 y 1922 cabe rescatar, por su importancia, los siguientes hechos de nuestra Armada:
Año 1917: Se dispone el sondaje de la meseta submarina, en los viajes periódicos a la Patagonia.
- Por resolución ministerial se reglamenta la nomenclatura a darse a los accidentes geográficos en las car -
tas y planos que se confeccionaren.
- Se aprueba el Reglamento general para el servicio radiotelegráfico de la República Argentina, basado
en un proyecto del Ministerio de Marina.
Año 1918: El acorazado Pueyrredón reemplaza hasta 1919 a la fragata - escuela Presidente Sarmiento en sus
viajes regulares, a causa de realizarse reparaciones en esta última.
Año 1919: Se instala en la Dársena Norte de Buenos Aires el Taller de Radiotelegrafía.
Se constituye una comisión encargada de reorganizar y reformar los reglamentos en forma total; labor que de
allí en más fructifica en los años siguientes.
Se pone en vigor el Reglamento orgánico del personal subalterno de la Armada, que había sido aprobado por
decreto del 11 de febrero de 1916.
Año 1920: Por decreto se pone en vigor la edición del Reglamento de administración naval.
- Por resolución ministerial se establecen instrucciones acerca de cartas náuticas y libros de navegación para
el empleo exclusivo de buques de la Armada.
Año 1922: Por decreto es dividido el litoral marítimo y fluvial de la República en tres regiones navales: la
primera, entre el faro Médanos y la punta Ninfas, y con base en Puerto Belgrano; la segunda, entre la punta
Ninfas y el cabo Espíritu Santa (estrecho de Magallanes), y con base en Puerto Deseado; la tercera, desde el

28 Iñigo – Experiencia radical II


faro Médanos hasta el límite norte de la República, y con base en Río Santiago y apostaderos fluviales. A
esas regiones se agrega la Comandancia Naval de la Tierra del Fuego, con base en Ushuaia.
- Es creada la Dirección General de Navegación y Comunicaciones, dependiente de Comunicaciones Nava-
les.15
Durante los años del período fueron establecidos dieciocho faros terrestres y balizas luminosas a lo largo del
litoral de la provincia de Buenos Aires y los territorios nacionales del Chubut, Santa Cruz y la Tierra del
Fuego. Por otra parte, la División de Hidrografía, Faros y Balizas publicó en el mismo lapso las Listas de fa-
ros y balizas, los Anales hidrográficos, las Tablas de mareas -antes se debían utilizar las publicadas por el
Almirantazgo Británico y sus traducciones- y las Cartas náuticas.
La gran guerra europea catapultaría a la aviación como una nueva arma de grandes posibilidades. Pero años
antes, entre 1910 y 1913, el entusiasmo precursor de un oficial naval y un suboficial: el teniente de fragata
Melchor Z. Escola y el condestable artillero de primera Joaquín Oytabén, los había llevado ya a practicar en
forma privada el vuelo mecánico, con el consentimiento de las autoridades navales. Era en realidad una
práctica paralela y tentativa en lo que al Arma se refería.
Estaba Escola recibido de piloto en la Escuela Aérea Argentina y en la Militar de Aviación. Oytabén lo había
concretado en un curso particular en La Plata.
Después de inaugurar el primer curso aéreo naval en la escuela ubicada en Berisso, en su segundo accidente
(había salido milagrosamente ilesa del primero) falleció Oytabén y se destruyó su aparato. Por su parte, Es -
cola, luego de seguir en Europa otro curso, interrumpido por la guerra, había regresado al país con los planos
del aparato francés Farman; modela cuya construcción se inició en el Arsenal Naval del Río de la Plata, que
dirigía el entonces contralmirante Vicente E. Montes, oficial de brillante carrera y profunda sensibilidad na-
cional. Católico, radical y admirador de Yrigoyen, sintetizó en su vida valiosos aportes creativos, tanto en lo
naval como en la civil. Era un notable matemático, y después de haber sido comandante de acorazado, de
crucero y de la fragata Sarmiento; agregado naval en Londres, y jefe de la escuadra del Plata, y de haber de -
sempeñado importantes cargos, comisiones científicas y limítrofes, llegó en 1921 a comandante en jefe de la
escuadra nacional, y a jefe de la primera región naval en 1922.
Desde la experiencia primera de la escuela aérea de Berisso, Montes apoyó eficazmente la aviación naval,
siendo el virtual fundador del Parque y Escuela de Aerostación y Aviación de la Armada, cuyo nombre ofi-
cial era Parque Escuela Fuerte Barragán. 16 Esta institución fue creada a comienzos de 1916, junto al viejo
Fuerte de nuestra época española.
Escola fue nombrado jefe de la Escuela, instalada en tierras que fueron cedidas a la Armada por gestión del
mismo Montes y de José Moneta.
Pese a los esfuerzos desplegados por todos estos pioneros, problemas de carencia de instructores suficientes
y de material, originados en la guerra, impidieron que la Escuela funcionara satisfactoriamente, debiendo re -
solverse su clausura en junio de 1918.
A comienzos de 1917 se habían enviado diez oficiales subalternos a los Estados Unidos para seguir cursos
de aviación, tres de los cuales: el teniente de fragata Ricardo Fitz Simon y los alféreces de navío Ceferino M.
Pouchon y Marcos A. Zar, resultaron en aquel país destinados a la célebre Escuela de Pensacola, donde obtu-
vieron sus diplomas de pilotos aviadores navales y pilotos de hidroaviones.
Al entrar en la guerra el país del norte, el Ministra de Marina de Yrigoyen autorizó su incorporación a las
fuerzas navales aeronáuticas norteamericanas destacadas en Francia y en Inglaterra, completando así su pre -
paración con operaciones de patrullaje, acción antisubmarina y escolta de convoyes. Los tres oficiales argen-
tinos prestaron de ese modo servicio hasta la concertación del armisticio, en noviembre de 1918.
Fitz Simon continuó sus servicios y entrenamiento en la Gran Bretaña hasta 1920. Pouchon y Zar siguieron
un curso de perfeccionamiento en Italia, regresando a la Argentina a fines de 1919.
El 17 de octubre de 1919 fue creada la División de Aviación Naval, dependiente de la Secretaría General del
Ministerio de Marina.
Importante aporte de material fue la donación hecha por la misión aeronáutica italiana que nos visitara ese
año de la posguerra. La misma consistió en todo su material de vuelo asentado en la base que habían ocupa -
do en San Fernando (provincia de Buenos Aires): un hangar y cuatro hidroaviones. Con ello surgió el Desta -
camento Aeronaval de San Fernando.

15
Esta serie de hechos significativos de la Armada ha sido extraída de H. E. Burzio, "Armada nacional".
16
Los datos biográficos del contralmirante Vicente E. Montes utilizados en estas referencias, fueron extraídos del mate-
rial gentilmente facilitado por su nieto, el doctor Jorge Crespo Montes.
A fines de 1919 la aviación intervino por primera vez en las maniobras de la escuadra de mar en la zona de
El Rincón, cerca de Bahía Blanca, practicando spotting con el tiro del acorazado Moreno, baterías de artille-
ría de costas, fotografía aérea y ejercicios de radiocomunicación.
El 19 de diciembre del año precitado se realizó el raid Puerto Belgrano - San Fernando, a cargo del teniente
de fragata Zar y con apoyo de la flota. Se logró en la ocasión el récord sudamericano en vuelo sobre el mar.
En marzo de 1920, Zar logró, en un segundo raid Buenos Aires - Asunción del Paraguay - Buenos Aires, ba-
tir la marca mundial de velocidad y distancia sobre grandes ríos.
El mismo año, el teniente de fragata Ceferino M. Pouchon unió en dos vuelos a Buenos Aires y Concepción
del Uruguay; y a San Fernando con La Paz (provincia de Corrientes).
Entre 1920 y 1921, un conjunto de oficiales, suboficiales y cabos fueron destinados en comisión a escuelas
de aviación de los Estados Unidos y de Europa, para seguir cursos especializados. Simultáneamente fueron
adquiridos en el exterior diversos tipos de aviones e hidroaviones.
El 29 de octubre de 1921 fue creada la Escuela de Aviación en Puerto Militar, con veinte alumnos,
que se hallaban alojados en el guardacostas Almirante Brown y en el crucero Nueve de Julio. Los cursos se
iniciaron a comienzos de 1922.
Aquel dirigible que había surcado el cielo porteño por primera vez, traído –junto con su hangar y demás ele -
mentos- por una misión comercial con personal italiano veterano de guerra, en 1921 era adquirido por la Ar-
mada, bautizándolo El Plata.
En enero de 1922 se creaba la Escuela de Aerostación en Barragán.
También en cuanta a transportes la acción de la Armada fue significativa durante el período. Continuando la
tradición pionera y heroica del buque Villarino, el 11 de abril de 1918 era constituida la División de Trans-
portes Navales, que en 1923 establecía por primera vez un servicio regular a los puertos australes de la Patria
con distintos navíos del Arma. Denominada durante aquellos años Dirección General Prefectura General de
Puertos, este organismo integró la reorganizada estructura del Ministerio de Marina, bajo la sucesiva con-
ducción del capitán de navío Carlos Miranda (1916-1919), del capitán de fragata Ricardo Camino (1919-
1921) y del contralmirante Juan I. Peffabet (1921-1922).
El 18 de enero de 1916, un superior decreto había autorizado a la Dirección de la Escuela Militar de Avia-
ción de El Palomar "para permitir a los propietarios de aeródromos establecidos o por establecer en la Repú -
blica y a los señores fabricantes de cualquier clase de material aeronáutico, establecer hangares, talleres,
efectuar vuelos, ejercitar y preparar alumnos y personal, o hacer experiencias en aparatos y dispositivos
aeronáuticos en ese campo de aviación..." Había sido la primera tentativa para constituir un centro aerotécni-
co y de estímulo de las iniciativas aisladas.
En marzo de ese mismo año, el teniente coronel Alejandro Obligado, el ingeniero Alberto R. Mascías,
Eduardo Bradley y los tenientes primeros Pedro Zanni y Ángel María Zuloaga, viajaron a Chile representan-
do a nuestro país en el Primer Congreso Panamericano de Aviación. Durante aquel mismo mes de marzo de
1916, el piloto Francisco Sánchez realizó un conjunto de vuelos nocturnos sobre la ciudad de Buenos Aires.
El 24 de junio de ese año, el piloto civil Eduardo Bradley y el aeronauta militar Ángel María Zuloaga unie-
ron, en el globo Eduardo Newbery, a Santiago de Chile con Uspallata, volando a 8.100 metros de altura.
En agosto, el aviador civil Virgilio Mira –hombre de gran prestigio popular- cumplió una gira aérea que se
inició en El Palomar y terminó en Tucumán. Durante la misma realizó maravillas con su aparato en los cie -
los de Rosario, Córdoba y Santiago del Estero.
El 6 de setiembre, la Aviación Militar hizo un nuevo llamado a concurso para la formación de personal aé -
reo, y allí estuvieron, entre otros, los tenientes Luis Candelaria, Benjamín Matienzo y Victoriano Martínez
de Alegría.
El 26 de octubre de 1916, para estimular la actividad aérea, el Poder Ejecutivo decretó que el tiempo de ser -
vicio en la aviación sería considerado como mando de tropa en campaña, asimilando el accidente de vuelo a
una acción de guerra.
A fines de octubre llegaba en visita a nuestro país el renombrado Alberto Santos Dumont.
En febrero de 1917, el teniente Pedro Zanni viajó a Mendoza para intentar atravesar la Cordillera hasta Chile
con un avión Morane Saulnier de 80 caballos de vapor. Realizó varias tentativas; pero los fuertes vientos
frustraron su intento.
E1 13 de abril de 1918, el teniente Luis C. Candelaria cumplió la proeza de unir en vuelo a Zapala con la lo-
calidad chilena de Cunco.
El 12 de diciembre de ese mismo año, el aviador militar chileno Dagoberto Godoy Fuentealba convertía en
realidad su sueño de unir a Santiago de Chile con Mendoza.

30 Iñigo – Experiencia radical II


En abril de 1919, la Escuela de El Palomar incorporaba tres máquinas francesas de vuelo. Con ellas, Zanni,
Parodi y Matienzo trataron de cruzar la Cordillera. Los tremendos vientos de la zona siguieron mostrándose
un obstáculo insalvable.
En el último asalto al espacio andino, intentado el 28 de mayo, Zanni y Parodi desistieron, mientras que Ma-
tienzo persistió en su objetivo. Sobrepasó en vuelo los picos más altos, y cuando, obligado a aterrizar en la
nieve, trataba de descansar de la tremenda fatiga, la muerte lo sorprendió, siendo hallado su cuerpo seis me-
ses después por el comisario de policía Joaquín Pujadas, quien se había consagrado a su búsqueda.
Son también de 1919 los viajes del capitán chileno Armando Cortínez Mujica (Santiago de Chile Mendoza,
ida y vuelta), y de los suboficiales argentinos Luis Barrufaldi y Pedro Méndez (El Palomar - Concepción de
Misiones), así como la donación de un globo denominado Quo Vadis de parte de Carlos Dose Obligado para
la Escuela de Aviación Militar.
El 10 de noviembre de 1919, el servicio aeronáutica militar es incorporado al Ejército, dependiendo desde
1920 de la Dirección General de Ingenieros, como arma auxiliar de las tropas de tierra.
El año 1919 estuvo, por otra parte, signado por la presencia de las delegaciones aeronáuticas italiana y fran -
cesa.
La primera de ellas, constituida por hombres de gran capacidad técnica y eficaz manejo aéreo de guerra, era
portadora de un material de primera calidad. La embajada era presidida por el barón Antonio de Marchi, au-
téntico adalid de nuestra aeronáutica y deporte, y héroe de guerra.
Los italianos realizaron valiosas demostraciones sobre el centro de la Capital Federal, con alrededor de vein-
te máquinas.
El 10 de junio hubo que lamentar la muerte del capitán italiano Giovanardi; del mecánico Sartorelli,
también peninsular, y del capitán de fragata argentino Mario Sarmiento, al chocar en el aire dos máquinas.
El aviador Locatelli, integrante de la embajada italiana, unía a Buenos Aires, Mendoza y Santiago de Chile
-es decir, el río de la Plata con el Pacífico-, en viaje de ida y vuelta.
Cuando todavía no habían partido los italianos, arribó la delegación francesa, al mando del comandante
Mauricio Precardin. Los acompañaba el capitán argentino Vicente Almandos Almonacid, aquel que había pe-
leado junto a los Aliados en Europa.17
La representación francesa efectuó también varias demostraciones en El Palomar. Uno de sus miembros, el
teniente Prieur, se destacó atravesando de día las más altas cumbres de los Andes, el 20 de febrero de 1920.
Cuando no se habían ido todavía los franceses , ya estaban en el país los británicos.
Anotemos para ese año 1919 la fundación del Aeroclub de Córdoba, en agosto, y del Centro pro Aviación
Civil, en diciembre.
En marzo, los capitanes del ejército argentino Antonio Parodi y Pedro E. Zanni cruzaron por primera vez los
Andes, ida y vuelta sin detenerse, los días 9 y 16, respectivamente; y el capitán Vicente Almandos Almona -
cid realizó el primer cruce nocturno de esas cumbres con un Spad, motor Hispano-Suiza de 220 C.V., el día
29.
En diciembre, Miguel Eduardo Hearne logró cubrir sólo la mitad del trayecto de ida y vuelta entre Buenos
Aires y Río de Janeiro; objetivo alcanzado ese mismo mes por el brasileño Eduardo Chaves, inaugurando así
la comunicación por aire entre ambas capitales.
En 1921 se adquirieron en el Viejo Mundo treinta aviones Cuadron G-3 para el Ministerio de Guerra, los que
fueron distribuidos entre aeroclubes y particulares.
También ese año, Hearne logró completar su viaje con una nueva máquina; la francesa Adriana Bolland unió
a Mendoza con Santiago de Chile; Patricio Hasset voló por primera vez de noche entre Buenos Aires y Ro-
sario, y Eduardo Olivero logró elevarse a una altura de 8.000 metros en un Balilla A-l, motor S.P.A. de 220
C.V.
El 1° de febrero de 1922 se creó el Grupo N° 1 de Aviación, disolviéndose, en consecuencia, la Escuela de
Aviación Militar, que desde 1912 venía formando al personal navegante.

17
La vida de Almandos Almonacid es una auténtica novela épica y ejemplar. Había sido héroe de la aviación francesa
en la guerra, y en 1919 regresó al país acompañando a la misión de dicha fuerza aérea.
Permítasenos un breve racconto, trascribiendo a Julio A. Luqui Lagleyze en un párrafo de su trabajo "La aviación he-
roica": "Su avión llevaba pintado sobre el capot el sol de su querida bandera, y los alemanes ofrecieron una suma im-
portante para el piloto que derribara al avión que llevaba el sol en la trompa. Y al premio especial por su derribamiento
iba unida la admiración respetuosa de los propios enemigos".
Era por entonces director de la aeronáutica militar el coronel Enrique Mosconi, ingeniero civil y militar, dis-
cípulo del general Luis Dellepiane, técnico perfeccionado en Europa, y futuro director de Y. P. F. Mosconi
fue, en verdad, el fundador del mencionado Grupo N° 1, instalado en El Palomar.
Acerca de las actividades aeronáuticas civiles y militares de esos años señala el brigadier general Zuloaga en
uno de sus valiosos trabajos:

El inmenso progreso técnico e industrial aéreo alcanzado en Europa al fin de la guerra 1914-18 se desbordó
como natural consecuencia hacia los cauces de comercio constituidos por los demás países del mundo... El sedi-
mento de la enseñanza de estas tres misiones aéreas, unido al material que dejaron en el país y al adquirido casi
simultáneamente para la aviación militar, naval y civil, facilitó la marcha por los rumbos paralelos que en el as-
pecto orgánico y de aplicación había señalado la experiencia de la gran contienda, lo que así se hizo, con gran
aprovechamiento…18

Superando los inconvenientes de la falta de una legislación adecuada, la policía vivió en aquellos años cierta
progresiva modernización. Fue creado el cuerpo de agentes intérpretes; se fundó la Alcaidía de Menores, y
se constituyeron los Hogares Policiales en cada una de las seccionales de la Capital. Estos últimos surgieron
por decreto de Yrigoyen de fecha 30 de diciembre de 1919, con el que se propiciaba la asistencia social del
personal y distintos servicios para el vecindario, entre los que se destacaban la ayuda comunitaria y la acción
cultural.
Tuvieron en aquel tiempo importante actuación los Hogares de las comisarías lª, 3ª, 7ª y 17ª. La 7ª llegó a le-
vantar un barrio-parque en la localidad de San Antonio de Padua.
Fue también constituido el destacamento de Villa del Parque, dependiente de la comisaría 35ª, para la seguri-
dad de esa zona porteña en acelerado crecimiento.
Fueron dictadas medidas para el ordenamiento del tránsito vehicular, apareciendo así los famosos bastones
blancos y el Cuerpo de Tránsito de Caballería, los que dieron a las calles de la ciudad una nueva nota distin -
tiva.
En los uniformes se adoptaron las polainas de cuero y el pantalón breach, que por esa época la guerra había
puesto de moda a través de los soldados norteamericanos y de los oficiales y aviadores.
Se adquirieron terrenos en Palermo Norte, Barracas y parque de los Patricios, para edificar destacamentos de
bomberos y descentralizar el servicio.
En diciembre de 1920 fue creada la subcomisaría de Puerto Nuevo, la que cubría con su servicio la zona ale -
daña a los diques, hasta el límite de jurisdicción con la Prefectura Naval.
En ocasión de la crisis de vivienda de 1919, la repartición policial encaró y organizó la habilitación del Hotel
de Inmigrantes y del Asilo Policial, para el refugio y alojamiento inmediato de las personas carentes de te-
cho.
Los sucesos huelguísticos de ese mismo año colocaron a las fuerzas policiales en una difícil y riesgosa mi-
sión de salvaguardar el orden y las instituciones frente a hechos de violencia generados por una situación so-
cial injusta, pero también por la actividad agitativa de minorías extremistas.
Del 20 al 29 de febrero de 1920 se realizó en Buenos Aires la Conferencia Internacional de Policía ,
en la que, además de nuestro país, participaron Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay, para coor -
dinar la lucha represiva contra las actividades subversivas y la comisión de delitos comunes.
Al ponerse en vigencia el nuevo Código Penal, se adoptó como texto de instrucción la obra El Código Penal
para la República Argentina - Comentario de sus disposiciones, del que era autor el comisario doctor Emilio
C. Díaz. Este trabajo resultó un valioso aporte para el manejo de las nuevas normas penales, dentro de las
transformaciones modernas que en ese campo se operaban.
Durante la presidencia de Yrigoyen estuvieron a cargo de la institución policial, en calidad de jefes titulares,
el doctor Julio Moreno, el doctor José O. Casás y don Elpidio González. Este último reflejó la intención del
Caudillo radical de dar a la conducción policial una nueva tónica más convergente hacia la comunidad civil,
y en la que se subrayan las esencias de servicio público, protección cívica y orígenes históricos populares
que la entidad policial tenía.
La personalidad de González, benévola, sencilla y activa, unida a su probada lealtad a don Hipólito, reunía,
por cierto, todas las condiciones para lo que éste intentaba. La gestión de González cubrió en total aproxima-
damente 35 meses y medio. Fueron tiempos difíciles -de enero de 1919 a setiembre de 1921, y de noviembre
de 1921 a marzo de 1922dentro del proceso de nuestra crisis de posguerra.
18
Á. M. Zuloaga, "La, aeronáutica...”, págs. 186-88.

32 Iñigo – Experiencia radical II


Deporte para todos
La belle époque en Europa y el mundo, y su versión local de la Argentina dorada, habían tenido en lo depor-
tivo ciertas notables aperturas, que de alguna manera fueron prefiguración de lo que ocurriría a partir del es-
tallido de la Primera Guerra Mundial y hasta finalizar la década de los años 20.
El ascenso de los estamentos medios de diverso matiz y suficiente peso numérico; el desarrollo de la técnica;
la expansión económica a partir de 1895; el renovado gozo de vivir, que prevalecía tanto en esos grupos me -
dios como en los sectores encumbrados de la sociedad, eran todos factores que se combinaban para producir
tales renovaciones y solturas. Éstas tendían a ser más difundidas, tanto vertical como horizontalmente. Era
solamente un esbozo suficientemente claro, por ejemplo, en el boxeo, el remo, la natación, la esgrima y el
automovilismo.
El fenómeno encarnó en sectores todavía reducidos dentro de cada estamento, pero que se inclinaban a ex-
pandirse. Y hay imágenes de arquetipos socioculturales: el caballero deportista inglés a francés, el yanqui di-
námico y competidor, etcétera. Ellos ayudaron por intermedio de las publicaciones ilustradas, la literatura, la
experiencia personal y la referencia oral, a difundir el deporte.
Sobre esta situación inicial, la guerra de 1914 obró como precipitador poderoso. El esbozo subrayó sus tra-
zos, cobrando claridad. La difusión se volvió rápidamente masiva y en cadena, y se orientó hacia los esta-
mentos más humildes inclusive. De esa manera, el deporte, antes exclusivo para ciertos sectores altos, fue
ampliando su base social.
La guerra llevó a cientos de miles de hombres a realizar una preparación y un esfuerzo físico, en el
que la gimnasia y algunos deportes conexos no estuvieron ausentes. Aunque con su lamentable signo trágico,
también en esto, como en el plano técnico y científico, el enfrentamiento bélico había acelerado la moderni -
zación, dando soltura y aplicación general a los usos y costumbres. Se sumaba a ello la actitud alentadora de
los gobiernos, y de las instituciones públicas y privadas, tal como ocurría en la Argentina.
E1 Anuario publicado por el diario capitalino La Razón el año 1921, señalaba:

Correspondiendo a un proceso universal de generalización deportiva, se ha manifestado en nuestro ambiente en


el año trascurrido una considerable tendencia a la práctica de diversos sports que no merecieran hasta ahora pre-
dilección por parte de los aficionados.

Y agregaba más adelante:

…es dable dejar constancia del impulso que el deporte logra progresivamente, y del apoyo que, también como
reflejo de idéntica atención universal, viene prestando el Estado a las instituciones que lo preconizan...

Fue buen ejemplo de ese apoyo oficial al deporte, la creación de la Dirección de Plazas de Ejercicios Físicos,
oficina dependiente de la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires. En cuanto a las entidades privadas,
eran por entonces numerosas las que surgían o ampliaban sus actividades en distintos deportes.
Afirmaba Augusto de Muro en junio de 1919:

El resultado de la guerra europea ha de significar una profunda transformación en numerosas manifestaciones de


la actividad de los hombres; cuestiones de carácter social, económico, político, científico e industrial surgen ya
con caracteres nuevos, como un acertado aprovechamiento de todas las enseñanzas... La formación de los ejérci-
tos ingleses y norteamericanos, por ejemplo, surgidos como por ensalmo, ha hecho arraigar en los gobiernos y
los pueblos la convicción de que el fenómeno tuvo su origen en la cultura física de los anglosajones, que mode-
laron sus músculos en los amplios campos de deportes y gimnasios, mientras otros gobiernos gastaban sendos
millones en la militarización de los hombres y las instituciones.19

El desarrollo de los clubes deportivas tenía como inspiración y modelo principal al decano de esas institucio -
nes: el Club de Gimnasia y Esgrima. En éste practicaban hombres, mujeres y niños muy diversas activida-
des, basadas en una organización sistemática. Era, sin duda, escuela de deportes. El espíritu de la belle épo-
que fluía a través suyo, alimentando al de la guerra y la posguerra.
En los ambientes barriales y vecinales iban apareciendo pequeñas instituciones de mucha empeño y entu -
siasmo, y pocos medios. También ciertas instituciones públicas –por ejemplo, la Dirección de Alumbrado-

19
A. de Muro, "Preparando la raza...", pág. 24.
generaban entidades deportivas. Allí, alrededor de cuarenta empleados de las secciones Canalizaciones y
Máquinas asentaron las bases primarias de un club en julio de 1920. Con un viejo tranvía Lacroze y otro
congénere de la Anglo - Argentina armaron sus primeras instalaciones, y compraron una pelota de fútbol. En
1922 tenían ya en funcionamiento canchas de bochas y una de tenis, habiendo realizado en 1921 su primera
prueba de atletismo, con profusión de camisetas, pantalones hasta la rodilla, medias con ligas, jueces con
ranchos, y hasta una carrera de 100 metros para socios con más de 80 kilogramos de peso...
En 1930 se fundaría el Club Municipalidad, vecino al de Alumbrado. En 1940, ambos se fusionarían, consti -
tuyendo el actual Club Ciudad de Buenos Aires, una de las primeras instituciones, por su importancia, en el
país y en el Continente.
En los orígenes de esta historia se hallaba el ejemplo y la conseja del ingeniero Jorge Newbery, quien ya an -
tes de la guerra, mientras se desempeñaba como director de Alumbrado, había alentado entre el personal del
organismo la práctica de los deportes.
Por aquellos tiempos también había actividades en el campo del Club Obras Sanitarias de la Nación.
En cuanto a los clubes de fútbol, éstos tenían la doble dimensión de la práctica del popular deporte, por un
lado, y por otro, de la lenta, pero incesante incorporación de otras actividades: atletismo, tenis, bochas, etcé-
tera.
Y ya que de lo futbolístico hablamos, veamos el panorama correspondiente a esos años. Entre 1916 y 1919
existió en el país una sola autoridad suprema de fútbol: la Asociación Argentina. En ese último año, un grupo
de clubes integrado por Atlanta, Defensores de Belgrano, Estudiantes, Estudiantil Porteño, Gimnasia y Es-
grima de La Plata, Independiente, Platense, Racing, River Plate, San Isidro, San Lorenzo de Almagro y Ti -
gre, desencadenó un movimiento de dísidencia análogo al que en 1912 generara a la Federación Argentina
de Football, que funcionó hasta 1915.
El movimiento de 1919 fundó la Asociación Amateur de Football. De tal suerte, durante el período existie -
ron dos entidades paralelas, que nucleaban la práctica organizada de ese deporte.
En 1916, 1917 y 1918 fue campeón –todavía con una central única- el Club Racing.
En 1919, por la Asociación Argentina resultó triunfador Boca Juniors, y por la Asociación Amateur, otra vez
Racing.
En 1920, River Plate ganó el certamen de la Amateur, y Boca Juniors hizo lo propio con el de la Asociación
Argentina.
En 1921, Racing y Huracán fueron respectivamente los ganadores, y otro tanto hicieron en 1922 Indepen-
diente, y nuevamente Huracán.
En 1920, la Asociación Amateur organizó el Campeonato Argentino, en el que intervinieron equipos repre -
sentativos de Córdoba, Tucumán, Santa Fe, Santiago del Estero, Corrientes y la Capital Federal. En la final,
los porteños vencieron por 2 a 0 a los santafesinos, con lo que resultaron campeones nacionales.
En los dos años siguientes, la representación de la Capital Federal obtuvo consecutivamente este campeona -
to.
En 1916, River Plate regresó a la Dársena Sur, después de haber utilizado por dos años la cancha de Ferroca-
rril Oeste. Lo hizo ocupando en el lado occidental de dicha zona portuaria un campo arrendado a Nicolás
Mihanovich. Allí se mantuvo hasta 1923, cuando, por haber inaugurado la nueva cancha de la avenida Al -
vear y Tagle, pasara a ese lugar de la zona Palermo Chico - Recoleta, hasta la erección del Monumental de
Núñez, en 1938.
El equipo de Boca Juniors fue el primero con imagen estelar, y estaba integrado básicamente por Américo
Tesorieri; Cortella y Ortega; López, Busso y Elli; Pedro Calomino, Bozzo, Brinchetto, Alfredo Martín, Mi -
randa, Canaveri, Valenzano, Sánchez y Capelletti. Les daban a sus campañas brillo especial cuando, por
ejemplo, se enfrentaba triunfador al entonces poderoso equipo de Rosario Central.
También la Asociación Argentina organizaba encuentros y certámenes interprovinciales, como la Copa Rey-
na y la Copa Culacciati, jugadas en 1920 entre equipos porteños y rosarinos, en las que hubo empate en la
primera, y triunfo rosarino en la segunda.
Asimismo, desarrolló actividades en encuentros sudamericanos en Chile y el Uruguay.
El equipo mendocino Independiente Rivadavia era otro de los más poderosos.
En 1916, en el partido entre argentinos y orientales por el Campeonato Sudamericano de ese año, a jugarse
en Gimnasia y Esgrima, fueron tantos los asistentes y tan excesivo su entusiasmo, que el partido no pudo de -
sarrollarse. El fervor se trasformó en desastre. Las tribunas fueron incendiadas por los más exaltados.
El encuentro se realizó al día siguiente en Racing, y resultó empatado sin goles, adjudicándose el título el
cuadro uruguayo.

34 Iñigo – Experiencia radical II


En 1917, el equipo argentino formado por Ísola; Ferro y Reyes; Matozzi, Olazar y Pepe; Calomino, Blanco,
Ohaco, Martín y Perinetti, logró una muy valiosa actuación. Derrotó al Brasil por 4 a 2, y luego a Chile por 1
a 0.
Cuando se enfrentó al Uruguay en Montevideo –después de un viaje agotador y sin descanso previo-, pese a
batirse esforzadamente, perdió por 1 a 0. La noche de ese 14 de octubre de 1917, una densa congoja cubrió
al país.
En 1919, el Sudamericano se jugó en Río de Janeiro, y allí logramos un tercer puesto.
En 1921, la Argentina arrolló al Paraguay, el Brasil y el Uruguay, y resultó ganador del campeonato, con su
valla invicta, que había defendido Tesorieri. Hubo masivas celebraciones.
En 1922, el Sudamericano fue ganado por el Brasil, y nuestro país se ubicó en cuarto lugar.
El fútbol de esos años es amateur. Tiene mucho de entusiasmo y empuje voluntario, así como poco y nada
de medios materiales y financieros. Los jugadores actúan por espíritu deportivo y por la camiseta. El juego y
su marco popular tienen una espontánea vitalidad, aun en la tristeza del revés.
El tenis era uno de los deportes que probablemente acusaban mayor expansión entre los que se practicaban,
especialmente en la Capital y en los grandes centros urbanos. Tenía una tradición de elegancia y distinguido
prestigio, y se extendía a buena velocidad entre los estamentos medios de mayor nivel.
Su práctica era importante en el Buenos Aires Lawn Tennis Club, en el Tennis Club Argentino, en el Bel-
grano Athletic Club, en Gimnasia y Esgrima, en el Club Belgrano, en el Olivos Lawn Tennis Club o en cual -
quiera de los lawn aristocráticos de las provincias. Pero también su presencia era notable en el Club Atlético
Ferrocarril Oeste, en el Club de Alumbrado, o en los clubes Urquiza, Quilmes, Mármol, Gascón, Avellaneda,
Nacional y otros.
La Liga Argentina de Lawn Tennis regía el campeonato oficial por temporadas, a través de dos divisiones,
con tres secciones (norte, sur y oeste) para la segunda.
Eran figuras importantes Ana Lía Obarrio, Julieta Ezcurra, Carlos Morea, Lionel H. Knight, Arturo
Hortal, Inés Anderson, A. Zumelzú, R. O. Sheward, J. de Meyier, A. J. Villegas, J. R. Garrod y O. Rendtdor -
ff, entre otros.
En natación sobresalían los campeonatos nacionales montados por la Federación Atlética Argentina. Se reali-
zaban a menudo en la pileta de la Asociación Cristiana de Jóvenes o en el río Luján, frente al Tigre.
Entre quienes se destacaban en este deporte, puede mencionarse a Juan Stipanicic, Enrique Tiraboschi –
aquel que, entre otras cosas, batiera récords mundiales de permanencia en el agua-, Federico Thompson,
Franz Moller, Jorge Stanham (uruguayo), Nemesio de Olariaga, Juan Souriz y Cone Sjober.
Las especialidades cubrían carrera de postas, water polo y carreras de 1.500, 800, 400, 200 y 100 metros.
En 1920 comenzaron a disputarse los campeonatos universitarios de natación.
En su tránsito entre la belle époque y nuestro período, el boxeo había ido ganando en popularidad, práctica y
reconocimiento legal, ya que por lo menos hasta la preguerra tardía, se había desarrollado con bastantes res-
tricciones.
Los precursores escenarios privados que lo venían acunando, como la casaquinta de Carlos Delcasse, en el
porteño barrio de Belgrano, o la de Félix Bunge, en la entonces avenida Alvear capitalina –hoy, Museo de
Motivos Argentinos José Hernández; se vieron reforzados durante la guerra por las escuelas de boxeo de clu-
bes como Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires. Así también ayudaron las combinaciones de empresarios y
profesionales que con sus rings aparecieron en la calle Florida al 500, a en las cercanías de su cruce con la
avenida de Mayo, y también en aquel sótano de esta última con la calle San José.
Justamente en este lugar, sede del Internacional Boxing Club, y a las órdenes del profesor Martínez, comen-
zó en 1916 sus prácticas boxísticas Luis Ángel Firpo. El fuerte muchacho nacido en Junín, después de ser
estibador, albañil, guardahilos del Telégrafo de la Nación y empleado de farmacia, buscó en esos años riva -
les con quienes componer peleas. Pero la muy relativa difusión del deporte guantero le obligó a poner sus
miras fuera del país. Así, en 1917 realizó su primer encuentro con el boxeador Rodríguez en Montevideo, en
el que fue vencido por knock out. Pasó entonces Firpo a Chile, país en que este deporte estaba mucho más
desarrollado. Allá realizó varias peleas, y cuando se llegó a organizar un campeonato de alcances sudameri -
canos, logró vencer al norteamericano de nacimiento y naturalizado chileno Mills, al minuto y quince segun-
dos de comenzar la pelea, con un fulminante knock out.
Vuelto a la Argentina, inició una serie de victorias en la que superó a Jirsa, Priano, Gumboat Smith y Dave
Mills. Pasó luego a los Estados Unidos, donde siguió su meteórica serie triunfal derrotando a Tom Sailor, Joe
MacCann, Jack Herman, Bill Brennan, Jack McAuliffe, Jess Willard, Joe Burke y Homer Smith. Allí cam-
peaba especialmente su famosa derecha.
En 1922 derrotó a Jim Tracey, y con ello subió un peldaño más en su camino hacia el buscado título mun-
dial, en el que le aguardaba la discutible derrota de Polo Grounds ante Dempsey, en 1923.
En general, el boxeo argentino hasta 1922 se halló signado por la trayectoria del Toro de las Pampas, puesto
que la misma fue el factor dinámico principal de la difusión que lentamente se operaba en sus ambientes.
Sólo al final del período, el boxeo comienza a tener entre nosotros una personalidad reconocida suficiente -
mente entre la gente y la prensa.
Desde el plano turfístico, aquellos años fueron los de Botafogo y Grey Fox; éste, vencedor del primero en el
Premio Carlos Pellegrini, y luego derrotado por su contrincante en 1918 en Palermo, donde la revancha con -
vocó a miles de espectadores. La reivindicación de Botafogo sobre el único que le había ganada, cubrió du-
rante mucho tiempo la mayor parte de los comentarios en los ambientes y en los cafés.
Y también fueron los tiempos de Gaulois, Palospavos, Maloch, Democracia, General Brusiloff, Fair Play,
Lepanto, Calderón, Yesquero, Hermann Goos, Thalassa, Bruce Lowe, Ñacurutú, Centauro, Tours, Buen Ojo,
Zig Zag, Pretal, Papusa, Gritería, etcétera.
Y entre los yoquis se distinguían Domingo Torterolo, Máximo Acosta, Manuel Lema, Francisco Arcuri, Ar-
naldo Grassi, Ramón Pelletier, Elías Amuchástegui, Raimundo Rivero y R. V. Lanatti.
El polo no había contado hasta comenzar los años 20 muchos adeptos entre nosotros. A pesar de que sus
prácticas precursoras se habían iniciado ya en 1886 –año en que se lo jugó en un campa del barrio porte ño
de Caballito-, solamente era practicado en Hurlingham entre equipos de ingleses y argentinos, y entre los de
distintos cuerpos de caballería del ejército argentino.
La Copa Anchorena era uno de los trofeos más importantes.
En 1922, el conjunto argentino de polo integrado por David y Juan Miles, Jack Nelson y Luis Lacey, con -
quistó en Inglaterra la Copa Whitney y el Campeonato de las Islas, logro por primera vez alcanzado por un
equipo no británica.
Ese mismo año, dicho conjunto se adjudicó el Campeonato Abierto de los Estados Unidos, y en la práctica el
campeonato del mundo; certamen que venía siendo ganado por los yanquis desde 1910.
El automovilismo de la época estaba representado por Pedro Malgor, Martín Álzaga Unzué, José Masoero,
Mariano de la Fuente, Samuel Dorrego, Federico Serra Lima, Esteban Balestreti, Alejandro Schoenaga, por
mencionar a algunos de quienes más se destacaron.
Se corrían coches de 3, 4 y 5 litros de cilindrada y otros de fuerza libre, en pistas de una milla, circuitos de
200 kilómetros y otras distancias.
Existían distintos circuitos o competencias organizados entre Buenos Aires y otras ciudades, o en ciertos lu-
gares del interior del país, preferentemente localizados en las áreas litoraleña, central y sur bonaerenses.
En el circuito de Morón, en un coche equipado con un motor de aviación Spaad, César Castaño alcanzó los
200 kilómetros por hora en 1922. Castaño había preparado su coche sin ayuda de ninguna fábrica; y un año
después alcanzaría una velocidad de 240 kilómetros en la misma pista moronense.
Más allá de su presencia inmediata –técnica, comunicativa, deportiva-, el automóvil se va trasformando du-
rante este período en un protagonista en ascenso de las modificaciones modernizantes que renuevan por en-
tonces al país y al mundo sin prisa y sin pausa. Su contenido, su significatividad de transporte preciso y ve -
loz instrumentable por la mano humana, resultan ser uno de los símbolos vitales de aquellos años.
A la propuesta desafiante del manifiesto futurista de Marinetti en 1909, que había dicho: "Declaramos que el
esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la de la velocidad. Un automóvil de carrera...
es más hermoso que la Victoria de Samotracia"; iban a sumarse en coincidencia manifestaciones en nuestro
país, como las de Oliverio Girondo en el manifiesto del grupo Martín Fierro de 1924, acerca de que "un buen
Hispano - Suizo es una obra de arte muchísimo más perfecta que una silla de manos de la época de Luis
XIV".
Podría decirse que los años de 1916 a 1922 quedan, con referencia a ello, ubicados entre futuristas y martin -
fierristas, como un puente que los conecta.
Hermana menor, pero de contemporánea data, la motocicleta sumaba su impulso notable durante la guerra.
El Moto Club Argentino y el Club Motociclista Nacional eran dos de las instituciones de mayor fuerza en el
país. Campeonatos del Kilómetro, premios de Moturismo, los Critérium de Buenos Aires a Rosario, campeo -
natos de la hora, carreras de motosidecares, los Trofeos de Turismo, se alternaban con los premios Primave-
ral o Florencio Parravicini.
Ernesto Blanco era por ese tiempo la figura máxima de nuestro motociclismo. Otros nombres destacados:
Domingo Campanella, Guido Taddía, Alberto Pescarmona, José López Monteserín, Antonio Gerli, Antonio
Gaudino, Carmelo Savarese, Emilio Nágera y Alberto Gatti.

36 Iñigo – Experiencia radical II


Con respecto al mundo de los automotores en general, ha de tenerse en cuenta que el 1° de marzo de 1918 se
instaló el Primer Salón del Automóvil, organizado par el Automóvil Club Argentino en el Pabellón de Las
Rosas. Se exhibían allí, en cerca de 40 locales, distintas marcas de automóviles, apareciendo también los
nombres de los corredores vinculados a ellas: Enrique Abal, Renault; José Peretti, Isotta Fraschini Serra
Lima, Ford; Lehman, Packard; Julio Fevre, Dodge, y así en una extensa lista que logró un éxito notable.
En la muestra se daba testimonio de la potencia de la producción internacional, así como del adelanto de la
industria armadora y carrocera local. Son elogiados merecidamente los primeros carroceros argentinos,
como Francone, Vidal, Salvador y Molinari.
Otros deportes que ofrecían una actividad en alza, eran el ciclismo, el remo, la esgrima, la náutica, el golf, el
básquet y el rugby.
José Guzzo, Antonio Malvassi y Eugenio S. Gret se destacaban en el pedal.
Los hermanos Carlos y Eduardo Bécker, y los clubes Regatas de Avellaneda, La Marina, Teutonia y Cano-
ttieri Italiani, lo hacían en los remos.
Pedro Nazar Anchorena, Cipriano Pons Lezica, el capitán Emilio Faccione, el capitán Luis Perlinger, Anto-
nio M. Argerich, Roberto Larraz, Luis Laborie, el maestro Eugenio Pini, R. Amancio Alcorta, el maestro
Francisco Nigro y las entidades Gimnasia y Esgrima, Jockey Club, Club del Progreso, Círculo Militar, Spor-
tivo Barracas y Círculo de Armas, en el arte de las armas blancas.
El Club Náutico Belgrano, el Náutico San Isidro, el Yacht Club Río de la Plata, el Náutico Buchardo y el Ti -
gre Sailing Club, eran de las instituciones que sobresalían en las lides náuticas.
José Jurado, H. G. E. Hickey, C. M. Young y A. E. G. Kirby lo hacían en los links.
La Asociación Cristiana de Jóvenes, el Club Alumni, el Club Universitario de Buenos Aires, el Huemac R.
Club, la Escuela Militar de San Martín y el Club Empleados de Compañías de Seguros, se hallaban entre
quienes hacían punta en el deporte basquetbolístico, desconocido hasta hacía poco en el medio argentino.
Los clubes San Isidro, Lomas, Buenos Aires, Belgrano, Sportivo Francés y Gimnasia y Esgrima lideraban
las temporadas de rugby.
Con respecto al atletismo, lograba un gran impulso desde las jurisdicciones locales hasta las pruebas nacio-
nales y sudamericanas, que se cumplían en las diferentes especialidades de esta actividad. Aportaban a este
fenómeno las entidades atléticas privadas y las organizaciones oficiales de fomento. De esa manera, desde
aquellos años el atletismo se fue incorporando a la mayor parte de los clubes deportivos del país. La Munici-
palidad de Buenos Aires dio, con sus pistas y competencias, un significativo aliento a las prácticas atléticas.
La aeronáutica tenía, además de sus facetas militares y de transporte –que ya hemos descrito-, la de tono de -
portivo.
Los aeroclubes, como el de Rosario, y los aeródromos civiles, como los de Villa Lugano, San Isidro, San
Fernando, Castelar, Hurlingham y otras localidades, eran las células vivas del deporte aeronáutico.
Así, aquéllos resultaron también, en este tema, tiempos de democratización en los que el aporte de muchos y
el esfuerzo decisivo de pocos precursores fueron haciendo nuestro deporte para todos.
Como en otros órdenes, la iniciativa preferentemente emanada de círculos de nivel social alto, abría brecha y
ofrecía un modelo inspirador.

Suplemento literario
Hacia 1920, el modernismo y sus desprendimientos póstumos se iban decantando. Tanto la tendencia genera-
da por Rubén Darío, como el posmodernismo en desintegración y la reacción ultramodernista, habían dado
ya todo lo que podían. Sus aportes se consolidaban, y sus facetas descartables reposaban al margen.
En el centra mismo del período, se fue consumando una significativa modificación en nuestra literatura. Esta
transformación tenía alimento importante en las fuentes del mismo autor de Prosas profanas, así como en las
indiscutibles influencias de Leopoldo Lugones a través de creaciones como Lunario sentimental. En buena
medida, todo comenzó a partir de esas dos obras mencionadas, verdaderos hitos claves de los aires que por
entonces revolucionaban el quehacer de las letras.
Darío había brindado a nuestra literatura un repertorio de particulares oropeles, una mediana profundización,
y muy especialmente orientación a la poesía argentina hacia su verdadera personalidad, con fundamentos
luego útiles a nuestras más válidas manifestaciones.
Lugones, por su parte, abrió caminos con sus acrobacias verbales y juegos rítmicos, su liberación de la mé -
trica tradicional, su rechazo a la rima,y sobre todo, con su alucinante riqueza metafórica. “Es el prefigurador
absoluto de todas las innovacianes posteriores a 1920", ha observado Nélida Salvador.
Los años que van de 1910 a 1920 son de transición entre el modernismo y las escuelas de vanguardia. La tó-
nica es una sedimentación, un refrenamiento más que una supresión total de las formas modernistas, a la vez
que una apertura hacia nuevos horizontes a través de tentativas y ciertos logros.
En todo ello se encuentra la obra de la generación del centenario o de la revista Nosotros (1907-43), y muy
especialmente diversas manifestaciones individuales: Arturo Capdevila, Rafael A. Arrieta, Mario Bravo, En-
rique Banchs, Juan Carlos Dávalos, Alfonsina Storni, Baldomero Fernández Moreno, Arturo Marasso y Ri-
cardo Rojas. De esa manera, el sencillismo de Fernández Moreno, sentimental, irónico, pintura comprometi-
da de la ciudad y los barrios, es un canto en eI que se unen lo subjetivo, la visión de las clases medías, viven -
cias de los argentinos en general, y simultáneas proyecciones universales.
Este mundo del sencillismo, con sus ascendencias machadistas, y sus ribetes impresionistas y surrealistas,
tiene simultáneamente otros exponentes de distinto matiz: Pedro Miguel Obligado, Alfredo L. Bufano, Ro -
berto Mariani o Arturo Marasso. Por allí cerca andaba también Alfonsina, si bien diferenciada en dos épocas
disímiles: una más aguda, burlona e intelectualizada, y la otra más emotiva y personal.
A partir de 1915 crecen los afanes de superación de los círculos literarios, y cunden entre los lectores ciertas
preferencias estéticas, después de 1918 inclinadas hacia las publicaciones francesas de posguerra. Al mismo
tiempo, desde el primer año mencionado aumenta notablemente el índice de lectura en general.
El año 1920 es el hito a partir del cual el vanguardismo inicia su campeo. Pero conviene no olvidar que las
fechas antes indicadas son solamente límites relativos, y de ninguna manera compartimentos estancos, ya
que modernismo, posmodernismo y vanguardismo comparten en cierta medida un desarrollo simultáneo y
hasta combinada a veces, en cuanto a autores y obras.
A este proceso de renovación aportan elementos escuelas europeas de posguerra: futurismo, en Italia; dadaís-
mo, en Suiza; superrealismo, cubismo, creacionismo, paroxismo, neodadaísmo, futurismo ruso, etcétera. Son
todas corrientes de insurrección contra las formas envejecidas y vacías, expresadas a menudo con manifesta-
ciones grandilocuentes, conferencias extravagantes y reuniones tumultuosas.
El ultraísmo ha arraigado por entonces en España, más por repercusión que por creación local. Plantea una
posición literaria más allá de los lugares comunes y la estética tradicional. Hay en él eclecticismo, audacia.
Las revistas Grecia, Cervantes, Reflectores, son sus exponentes principales; y en esa orientación abreva Jor-
ge Luis Borges antes de su regreso al país, en 1921.
Así, el panorama posmodernista se enriquece con nuevos aportes. Reuniones en el barrio de Palermo, en
casa de los Lange, en Villa Ortúzar (calle Tronador) o en la Confitería La Perla, del barrio de Once, sirven de
recinto a reducidas peñas y conspiraciones fervientes. En ellas, además de Borges y de Norah Lange, puede
mencionarse a Roberto A. Ortelli, Francisco Piñero, Guillermo Juan y Eduardo González Lanuza, y por su -
puesto no son todos.
Nosotros incorporó esta presencia nueva a sus páginas, en las que se expresaban todas las orientaciones y los
matices. Entre ese pluralismo se insinuaban tonalidades peculiares, por cierto ajenas a las tendencias de
moda o surgentes.
Señaló Leopoldo Marechal:

A poco de terminar el período de años que nos interesa, repetidas veces he oído las siguientes preguntas: "¿Es
usted discípulo de Fernández Moreno? ¿Es ultraísta, o prefiere a Bufano?" Con la ingenuidad propia de mis es -
casos abriles, supongo que se trata de escuelas distintas, y, en tren de confidencias, consigno mis impresiones:
1) Me gusta el Fernández Moreno de ayer; pero sus últimos libros me resultan catálogos rimados de ferretería;
2) Voy a valerme de una figura para definir el ultraísmo: un pavo real disecado que deja ver hasta el alambre
que le sostiene la cola;
3) Alguien decía de Bufano, cuando publicaba otro libro: "El poeta ha vuelto a sacar su colchón a la ventana..."

Estas declaraciones de Marechal aparecen en Nosotros en respuesta a un cuestionario destinado a los escrito-
res que no habían pasado todavía los treinta años.
Había culminado el primer gobierno de Yrigoyen, y entre quienes por entonces responden, se hallan Enrique
Méndez Calzada, E. M. S. Danero, Julio V. González, Julio Irazusta, E. González Lanuza, Elías Cárpena,
Aníbal Ponce, Ernesto Laclau, Roberto A. Ortelli, Jorge Luis Borges, Nicolás Olivari, Ángel J. Battistessa,
Enrique Amorim y Brandán Caraffa.
Varios de ellos no llegan a los veinticinco años. Así ocurre, por ejemplo, con Marechal, Borges, Amorim,
Ortelli, González Lanuza, Cárpena, Irazusta y Olivari.

38 Iñigo – Experiencia radical II


Todos los participantes en esa encuesta son la mayor parte de la nueva promoción, conformada durante esos
tiempos de tránsito renovador. No hay unanimidad en sus tendencias; pero, por encima de discrepancias, los
une el empuje creativo y el contenido transformador.
En 1917, Manuel Gálvez publicó El mal metafísico, buscando reflejar el ansia de soñar, de crear belleza con
intensidad enfermiza, y en contraste con el material palpable en el Buenos Aires de entonces. Dos facetas del
mismo proceso renovador que agitaba al país, quedaban en esa novela rescatadas en sus contrastes y alcan -
ces respectivos.
En una comida organizada por Nosotros en honor del autor, al ofrecer ese homenaje dijo Alberto Gerchuno-
ff:

Gálvez pertenece a aquel grupo que, después del gran movimiento iniciado en el país por Darío, Lugones y Jai-
mes Freyre, se consagró a la prédica valerosa del ideal. Entonces como ahora nos reuníamos en oscuros cafés en
banquetes entusiastas, con la diferencia de que carecían de comida, porque la literatura no nos daba para poner
algo encima de las mesas. Éramos terribles demoledores..., todos representábamos un papel en aquella tarea his-
tórica y juvenil. Y éramos increíblemente injustos con Buenos Aires, como todos los literatos que, en el apresu -
ramiento del comienzo, no saben descubrir la belleza profunda de las ciudades poderosas y creadoras. Soñába -
mos mucho, y amábamos todavía más. Éramos grandes e ignorados. Repaso estos recuerdos con melancolía.
Miro el desfile de las figuras desvanecidas en una breve década. Unos, a fuerza de destruir, se han olvidado de
crear, y se han alejado tanto, que ya nos parecen irreales. Otros se han hundido en la sombra, y su recuerdo nos
apena cuando volvemos a encontrarlos en los capítulos más intensos de Gálvez. 20

"En 1915 no existía en Buenos Aires ni un solo editor", señala Gálvez, y agrega: "Los que así se llamaban,
eran simples libreros…"
En 1917, el autor de El solar de la raza, La maestra normal, El mal metafísico, fundó una cooperativa o so-
ciedad con un conjunto de escritores, con el objetivo de ampliar las posibilidades de editar sus correspon-
dientes obras. La forma cooperativa le fue dada por sugerencia del socialista Mario Bravo. Se llamó Coope -
rativa Editorial Buenos Aires.
El propio Gálvez fue durante tres años su secretario - administrador. Colaboraron con la compra de dos o
tres acciones (el capital era de cien acciones de cien pesos cada una) varios amigos personales de Gálvez;
entre ellos, Juan B. Terán, Jorge Lavalle Cobo, Ángel de Estrada, Deodoro Roca, Martín Noel, Matías Sán-
chez Sorondo, Alejandro E. Shaw, Teadoro Becú, Santiago Baqué y José María Paz Anchorena.
Acciones también tenían algunos escritores ya editables, como Arturo Capdevila y Baldomero Fernández
Moreno. A ellos se agregaron como autores sin acciones otros editables más o menos conocidos ya, como
Alfonsina Storni, Horacio Quiroga, etcétera; y luego fueron los por entonces prácticamente desconocidos,
como Atilio Chiáppori, Álvaro Melián Lafinur, Roberto Gache, Delfina Bunge de Gálvez, Juan Álvarez,
Carlos Muzzio Sáenz Peña, Martín Gil, Mariano de Vedia y Mitre, y otros, quienes completaron el conjunto,
y dieron al mismo tiempo testimonio de la visión de Gálvez al promocionarlos en esos primeros tramos de
sus carreras.
La editorial inició sus publicaciones con el libro de versos Ciudad, de Fernández Moreno, y Cuentos de
amor, de locura y de muerte, de Horacio Quiroga: Y así comenzó una pionera e importante tarea editorial, en
la que nueden recordarse, entre muchos títulos, Buenos Aires, de Juan Álvarez; Los sueños son vida, de Jai-
mes Freyre; El dulce daño, de Alfonsina; El viento blanco, de Juan Carlos Dávalos; La locura en la Argenti-
na, de José Ingenieros; Simplemente, de Delfina Bunge de Gálvez; Canciones y poemas, de Mario Bravo;
Cuentos de la selva, de Horacio Quiroga; Gris, de Pedro Miguel Obligado, y De nuestra tierra, de Carlos
Ibarguren.
A esta experiencia de Gálvez se sumaron la de la Editorial Pax, por él fundada en 1919 junto con su cuñado
Augusto Bunge, con lo que empezaron por editar un libro sobre la guerra, del alemán Leonhard Frank, titu-
lado El hombre es bueno. Pax –con un objetivo pacifista- estuvo dedicada a los autores extranjeros traduci-
dos al castellana.
Casi simultáneamente, Gálvez organizó otra serie editorial: la Biblioteca de Novelistas Americanos.
En ella salieron a luz obras como Los caranchos de la Florida (segunda edición), de Benito Lynch, y Éste
era un país..., del hispanouruguayo Vicente A. Salaverri.
A mediados de julio de 1917, Gálvez publicó su novela La sombra del convento, en la que rescataba el es-
píritu tradicional hispanoargentino en su pasado y trascendencia, bien analizado en un escenario cordobés.

20
M. Gálvez, En el mundo..., pág. 86.
El 9 de diciembre de 1919 estaba en las librerías la siguiente producción novelística de Gálvez, Nacha Regu-
les. El marco social y las inserciones íntimas de sus personajes se desarrollaban en el Buenos Aires desde el
Centenario hasta 1914. Pero su problemática profunda y vital se ligaba directamente con las cuestiones esen -
ciales, que en esos tiempos de Yrigoyen seguían conmoviendo a la sociedad nacional. De allí que, haciendo
a un lado las correspondientes diferencias de situación histórica, un proceso común volvía frescos los temas
narrados en la novela, para quienes la recibieron recién editada en ese conflictivo año 1919.
En diciembre de 1922 apareció la hermana de Nacha Regules que la siguió en el tiempo: Historia de arra-
bal, basada en una pieza teatral de dos actos que el mismo Gálvez había escrito años atrás, titulada La hija
de Antenor. La historia se desarrollaba en el ambiente porteño de la Boca del novecientos. En la novela, Gál-
vez volcó un conocimiento minucioso y profundo de ese barrio, lo que hace de ella, más allá de sus méritos
literarios, un buen testimonio de época. La edición llevó ilustraciones de Adolfo Bellocq.
En 1920 aparecieron editados en la Biblioteca de Novelistas Americanos, en una edición de 5.000 ejempla -
res y con el título de Luna de miel y otras narraciones, cuatro novelines y tres cuentos de Gálvez. En uno de
ellos: Historia de un momento espiritual, se iniciaba el desarrollo de la problemática de la soledad, preferen-
temente entre los porteños, con conceptos que originariamente habían sido escritos en 1918.
En 1919 se publicaron Los mejores cuentos, antología argentina, con selección, prólogo y semblanzas del
mismo Gálvez. La serie estaba encabezada por tres cuentos de Payró y tres de Horacio Quiroga, respectiva-
mente, y la integraban Ángel de Estrada, Gerchunoff, Güiraldes y Martiniano Leguizamón.
Alguna vez dija Enrique Amorim por aquellos años: "Gálvez es el más viejo de la nueva generación". Esta
peculiar vigencia tuvo por entonces simultáneamente el significado de una presencia productiva en el queha -
cer literario y en el mundo de los libros en general. Su realismo - naturalismo coexistió sin mayores conflic -
tos con todas las otras tendencias que le fueron contemporáneas, con todos los ismos, más o menos reelabo-
rados, que por entonces abundaban en la palestra. Por ello, en su Literatura argentina Arturo Berenguer Ca-
risomo afirma que "no se puede hablar estrictamente de una nueva época".
La importancia de Gálvez, en cuya obra la influencia de los narradores españoles del 98 es, por
Ejemplo, clara, así como la de los grandes escritores rusos y peculiarmente Pérez Galdós, disipa toda tentati -
va de plantear esquemas estancos.
Pero, por cierto, hay otros ejemplos con los que Berenguer Carisomo avaló su apreciación. Horacio Quiroga,
con sus Cuentos de amor, de locura y de muerte (1916), sus Cuentos de la selva (1918), El salvaje (1919) y
Anaconda (1920), expresiones de ese especial mundo biselado de la indagación sicológica y del entorno sel -
vático, de la real y lo fantástico, es uno de ellos.
Arturo Cancela, con su humorismo porteño: Una semana de jolgorio, El cocodrilo de Herling, El culto de
los héroes (1922), es otro.
Ricardo Güiraldes, con su modernismo personal e independiente de Raucho (1917) y de Rosaura (1922),
completa la ejemplificación.
En marzo de 1919 aparecía el periódico Martín Fierro –primero de ese nombre, ya que otro homónimo sería
el surgido en 1924-, y con él la eclosión brusca del movimiento renovador de nuestra literatura. Acerca de
este fenómeno señalan Fernando Alonso, Héctor René Lafleur y Sergio D. Provenzano:

El movimiento de renovación literaria que se inició en 1919, estimulado por las nuevas corrientes europeas y fa-
vorecido por la inanidad de nuestro propio ambiente, no fue resultado de la lenta germinación que absorbe los
jugos de la tierra y eclosiona en un tallo que resume, imprescindiblemente, todo el vigor y también toda la impu-
reza de esa misma tierra. El tallo vino en maceta. Expresionismo, cubismo, futurismo, superrealismo, ultraísmo,
creacionismo, fueron, entre nosotros, plantas de invernadero. En consecuencia, las tuvimos un tiempo en la hor-
nacina; nos dedicamos a reproducirlas en todos los colores y desde todos los ángulos. Inclusive, intentamos al-
gún injerto con especies autóctonas: quizá en una, en dos ocasiones, el injerto dio un resultado memorable. Des -
pués nos aburrimos de los modelos, y la hornacina se quedó vacía, felizmente por poco tiempo. Superado el her-
vor, cada cual la llenó con su talento.21

El 15 de marzo de 1919 salía a luz el primer número de Martín Fierro, con un solo artículo literario y una
gran paliza para el gobierno de Yrigoyen a cargo de las colaboraciones y notas restantes.
En esta primera etapa de Martín Fierro colaboraron Leopoldo Lugones, José Santos Gollán, Hipólito Ca-
rambat, Leon.idas Campbell, Arturo Cancela, Samuel Eichelbaum, Arturo Gerchunoff, Héctor P. Blómberg,
Evar Méndez y Roberto Martínez Cuitiño, entre otros.

21
F. Alonso, H. R. Lafleur y S. D. Provenzano, Las revistas... pág. 75.

40 Iñigo – Experiencia radical II


La experiencia se cierra tempranamente, en setiembre de ese misma año. Hay luego otras manifestaciones de
esta tendencia –en la que militan gentes de lo que ya es lo más representativo del Grupo Florida- que tienden
a aumentar ciertas aperturas hacia la temática político - social. Tal es el caso de Clarín, publicación que, en-
rolada en la izquierda, recibe las colaboraciones de José María Monner Sanz, Mario Bravo, José Ingenieros,
Manuel Gálvez, Ricardo Rojas, Alfredo L. Palacios, Carlos Astrada, Alberto Palcos, Del Giúdice, Fernández
Moreno, Rafael Alberto Arrieta y otros.
Evar Méndez e Isaac Morales, con La Gran Flauta, periódico de arte y teatro para gente inteligente, aportan
un brevísimo pero importante hito en el proceso de Florida.
La nueva poesía de posguerra, con todos sus ismos, siguió penetrando en el Plata. Del caldero ultraísta aquél,
que convocaba, además del introductor Borges, a Norah Lange, Ortelli y los González Lanuza, surgió Pris-
ma, considerada la primera revista mural del país.
El ultraísmo se consolidaba con la adhesión de Nosotros, que le brindó sus páginas, y con la aparición de
Proa, revista que desde agosto de 1922 canalizará esos enfoques renovados. Y a los pioneros se sumaron
nuevos nombres: Jacobo Sureda, Salvador Reyes, Adriano del Valle, José Rivas Panedas, Guillermo de To -
rre, Macedonio Fernández y Alberto Rojas Jiménez, entre otros.
Importancia notable tenían por esos años las colaboraciones literarias en los grandes diarios, y en las revistas
como Caras y Caretas, Plus Ultra, Atlántida y otras.
En un suplemento de La Nación del mes de diciembre de 1921, podían leerse, por ejemplo, La guardia del
Rhin, artículo de posguerra de Leopoldo Lugones; Alemania vista por un francés, por Raymond Recouly; El
protectorado de Marruecos, por Miguel de Unamuno; De la tragedia moscovita, por André Alessandri; A un
español de ultramar, por Luis Araquistáin; José Podestá y Juan Moreira, por Enrique García Velloso, y El
presentimiento de la muerte, por Juan Carlos Dávalos.
La labor de Hugo Wast abarcó una significativa serie novelística: La casa de los cuervos (916); Valle negro
(1918) ; Ciudad turbulenta, ciudad alegre (1919); La corbata celeste (1920) ; Los ojos vendados (1921) y El
vengador (1922).
Los cuentos de Alberto Gerchunoff comprendieron títulos como El nuevo régimen (1918), Cuentos de ayer
(1919), El cristianismo precristiano (1920) y La jofaina maravillosa (1922) .
Los de Juan Carlos Dávalos incluyeron Salta (1921) y El viento blanco (1922).
Las obras poéticas de Baldomero Otto Eugenio Fernández Moreno publicadas durante el período, fueron;
Intermedio provinciano (1916), Ciudad (1917), Versos de negrita (1920), Nuevos poemas (1921) y Mil no-
vecientos veintidós, de ese año. En general, durante ese tiempo toda su obra tiene buena difusión; y de ella
no debe olvidarse Por el amor y por ella y Campo argentino.
La presencia de Fernández Moreno fue uno de los hitos decisivos en el proceso de renovación de la poesía
argentina. El otro lo fueron Jorge Luis Borges y el núcleo ultraísta.
Decía Alfonsina Storni:

La poesía argentina se hallaba afectada de cierto acartonamiento e inanición, de los que no podían rescatarla el
postrer modernismo y las manifestaciones –muchas de ellas, válidas- del romanticismo y el realismo (ecos de
Darío, Almafuerte y Evaristo Carriego), que subsistían. Cuando empecé a escribir, se advertían los últimos res -
plandores de Rubén Darío. Fernández Moreno les pasaba el borrador... 22

Baldomero arremetió con su sencillismo realista, impresionista y hasta romántico, y fue una ventisca renova -
dora que se paseó sola y original abriendo nuevos horizontes a lo que vendría, y dándole a la poesía porteño
- argentina una impronta profunda y de cabal identidad.
Buenos Aires comienza a ser observado y pensado, a ser sencilla y arraigadamente sentido por sus propias
gentes. Esto es una parte de la reflexión general que se produce por entonces en todos los ámbitos del espíri-
tu argentino.
Con respecto a Alfonsina, recordemos que sus primeras obras editadas durante esos años fueron La inquie-
tud del rosal (1916), El dulce daño (1918), Irremediablemente (1919) y Languidez (1920). Sus versos se van
desprendiendo de elementos posmodernistas y románticos, para ir definiéndose en un cierto sincretismo pro-
pio y progresivamente talentoso.
Fueron también aquéllos, tiempos de difusión amplia de las publicaciones tanto periodísticas como literarias
y de todo tema. Aparecieron revistas como Plus Ultra (1916), Atlántida (1918), Billiken (1919) y El Gráfico,
del mismo año; periódicos como Tribuna del Magisterio, El Social, El Filatélico Argentino (los tres de
22
El primer libro de Alfonsina es del año 1916.
1917); La Gaceta Estudiantil, El Plata, España Republicana (los tres de 1918); Nuestra Vooz, El Indepen-
diente, País Libre (los tres de 1920); Seminario Hebreo (1922); El Colono Cooperador, de información y
formación agrícolas...
En cuanto a los diarios, surgieron L'Italia del Popolo, Última Hora (ambos de 1917), Información Marítima
Sudamericana (1919) y La Época (1915).
Párrafo aparte merece La Novela Semanal, precursora exitosa de las series literarias en formato de bolsillo,
gran tirada y precios accesibles. Fundada en 1916 por Miguel Sans y Armando del Castillo, tenía su redac-
ción en la calle Florida, y se hallaba bajo la asesoría literaria de Miguel R. Roquendo. Contaba, por otra par -
te, con agencias en Montevideo, Rosario, La Plata, Mar del Plata, Córdoba y Río Cuarto.
Colaboraron en esta colección casi fascicular de mininovelas, entre otros, Enrique García Velloso ,
Hugo Wast, Enrique Larreta, Belisario Roldán, Manuel Gálvez, Ricardo Rojas, José Ingenieros, Horacio
Quiroga, Carlos Muzzio Sáenz Peña, Benito Lynch, Oscar Tarloy, Pedro Sonderéguer, Atilio Chiáppori, el
Marqués de Atela, Mario Bravo, José León Pagano Julián de Charras y J. L. Fernández de la Puente.
La colección comenzó a publicarse en 1917. Los ejemplares valían diez centavos, y se vendían en los quios -
cos, estaciones del subterráneo y puestos de diarios. Solía imprimirse en L. J. Rosso y Cía., impresores de la
calle Belgrano 475.
Sus números eran novelitas breves -no más de 20 a 30 páginas-, pero que fueron extendiendo y elevando el
mercado de lectores en buena parte del país. Este fenómeno era parte del proceso expansivo de las clases
medias que caracterizó a esos años.
En el campo del ensayo cabe subrayar a la Historia de la literatura argentina, de Ricardo Rojas, cuyos tomos
se fueron publicando entre 1916 y 1922, y constituyeron la primera expresión orgánica y técnica en el tema.
Otros trabajos importantes de ese género fueron La vida múltiple, de Manuel Gálvez (1916) ; Sobre el teatro
nacional, de Juan Agustín García (1921), y del mismo autor, Sobre nuestra incultura (1922).
Leopoldo Lugones aportó en este campo obras como El tamaño del espacio (1921), de filosofía matemática;
Mi beligerancia (1917), acerca de su postura aliadófila en la guerra; La torre de Casandra (1919) y Las in-
dustrias de Atenas (1919).
Tuvieron también importancia como elaboraciones de ensayo: Literatura contemporánea (1918), de Álvaro
Melián Lafinur; Historia estética de la música, de Mario Barrenechea; Proposiciones relativas al porvenir
de la filosofía, La psicología de los celos, La locura de don Quijote, y Ciencia y f ilosofía, todas publicadas
por José Ingenieros entre 1918 y 1921, e Introducción a la axiogenia (1919), de Coriolano Alberini.
En cuanto a la historiografía: del padre Guillermo Furlong se publicaron Los orígenes de la imprenta en el
Río de la Plata (1918); de Ismael Bucich Escobar, Buenos Aires, ciudad (1922); de Ricardo Levene; La Re-
volución de Mayo y Mariano Moreno (1920); Documentos para la historia argentina, del Instituto de Inves-
tigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (1920); de An -
tonia Zinny, Historia de los gobernadores de las provincias argentinas (1920-21); del capitán Andrews, Via-
je de Buenos Aires a Potosí y Arica (1920); de Edmundo Temple, Córdoba, Tucumán, Salta y Jujuy en 1826
(1920), siendo todas estas obras meros ejemplos de una producción significativa, y en clara expansión a par -
tir de entonces.
Sobre una temática militar y preferentemente histórica, se inició en 1916 la publicación de la Biblioteca del
Oficial a través del Círculo Militar.
Como rasgos esenciales, la literatura de aquellos años muestra formas de expresión radicalmente trasforma-
das; una explosión de lectura y divulgación entre los sectores medios, incluidas sus anchas capas más humil -
des, y un encuentro reflexivo con la realidad e identidad argentinas.

El teatro
Entre 1916 y 1918, el teatro argentino mantenía todavía los rasgos que caracterizaran su época gloriosa
(1900 - 10) , en la que se combinan la influencia dramática europea, el tono local interpretando nuestra pro -
pia circunstancia, y en general "una matizada indecisión de todos los límites estéticos", como señalara Artu-
ro Berenguer Carisomo presentando la selección de Teatro Argentino Contemporáneo publicada en 1960.
Desde 1918 hasta 1920 se cumplió una transformación profunda en nuestra escena. El teatro reflejó clara -
mente los lineamientos del proceso nacional. Los cambios desencadenados por la posguerra en lo ético y lo
estético, las modificaciones agudas de las ideas, la desaparición de una generación actoral y el surgimiento
de otra con caracteres renovados, fueron factores que se combinaron para llevar nuestro teatro hasta una eta-
pa inquietante y diferenciada.

42 Iñigo – Experiencia radical II


Camila Quiroga y Roberto Casaux expresaron correctamente los nuevos modos y temperamentos. César
Iglesias Paz, Enrique García Velloso y Roberto J. Payró -tres autores de la época gloriosa- pervivieron en
esta etapa con suficiente vigencia. La propia obra y Una deuda de dolor, del primero, y Una bala perdida,
del segundo, lo ejemplifican.
A partir de 1917, el teatro de contenido histórico fue abundante. Liniers, de David Peña, inició la serie, que
se prolongó hasta los años 30.
Otro autor de los viejos tiempos, entonces todavía activo, fue José León Pagano, del que corresponde recor-
dar Cartas de amor (1921) y El zarpazo (1922).
De Samuel Eichelbaum se conocieron, en 1920, La mala sed, y en 1922, Un hogar, éxitos ambos en la inter-
pretación de Angelina Pagano.
Hacia 1920, el teatro de polémica y de tribuna mostró un brote rápido y encendido. El mismo se ligó con el
ascenso popular del radicalismo; la cuestión social; los problemas religiosos, económicos, artísticos y filosó-
ficos; los grandes acontecimientos mundiales de fines de la guerra y la posguerra.
Los dientes del perro, de José González Castillo (1918); El hombre que sonríe, de Julio F. Escobar (1919);
La santa madre, del mismo González Castillo y Martínez Cuitiño (1920); El pobre hombre, también de Gon-
zález Castillo, pero ahora en colaboración con Mazzanti (1920); Madre tierra, de Alejandro Beruti (1920),
fueron de las obras más significativas en este aspecto.
Por otra parte, Alberto Novión con Bendita seas (1920) logró un nivel de alta calidad dramática;
Belisario Roldán alcanzó su último gran triunfo con El puñal de los troveros (1921), y Pedro E. Pico acusó
gran envergadura en Juvenilia (1921), basada en la obra de Cané.
El sainete, asentado temáticamente en la vida porteña, donde se tocan, rechazan y confunden diferentes estí -
mulos y variados aportes, hizo lo suyo en esa renovación teatral que cubrió la mayor parte del período, y lo
sobrepasó en el tiempo hacia delante.
AIberto Vacarezza, en Tu cuna fue un conventillo (1920); González Castillo y Wéissbach, con Los dientes
del perro (1918) , y Carlos de Paoli, con La milonga (1916), ejemplifican esos aportes.
Con respecto a los actores, entre las figuras más calificadas y populares, que protagonizaron en sus diferen-
tes géneros toda esa renovación expansiva de las tablas, cabe mencionar a Enrique de Rosas, Camila Quiro-
ga, Roberto Casaux, Angelina Pagano, Enrique Muiño, César Ratti, Elías Alippi, Lola Membrives, Florencio
Parravicini, María Guerrero, Fernando Díaz de Mendoza, Francisco Ducasse, Olga Casares Pearson, Julio
Escarcela, Gloria Ferrandiz, Felisa Mary, Esperanza Palomero, Enrique Serrano, Guillermo Battaglia, Orfilia
Rico, Enrique Orellano, Blanca Podestá, Salvador Rosich, Ernesto Vilches, Irene López Heredia, Manolita
Poli, María Luisa Notar, Luis Arata, Leopoldo Simari, Juan Franco, Paquita Campos, Blanca Rolón, Leticia
Scuri, Matilde Rivera, Felipe Panigazzi, Luis Vittone, Segundo Pomar, Antonio Podestá y Lea Conti. No son
todos, por supuesto, pero dan ejemplo del calibre actoral de aquel teatro.
Acotemos como hecho peculiar la presencia ya significativa hacia 1919 - 20 de Narcisín, 23 anunciado como
éxito extraordinario de la Compañía Cómica Española.
También hicieron, y mucho, por aquel teatro, empresarios como Carcavallo, Lombart, la misma Guerrero y
Díaz de Mendoza, los hermanos Gerino, Miguel Gea, etcétera.
El 18 de marzo de 1919 se realizó a la 1:30 de 1a madrugada, en el Teatro Argentino, la reunión constitutiva
de la Sociedad Argentina de Actores. La convocatoria había sido firmada por Alfredo Camiña, Luis Arata,
José Otal, Gregorio Cicarelli, Carlos Villar Boito, Ángel Daduccia, Manuel Rico y Valerio Castellini, entre
otros.
El 10 de febrero de 1920 se reunió otra asamblea para renovar la comisión. No faltó allí el espíritu de lucha
de quienes procuraban mejorar la profesión, que bien parecía tener algo que ver con el adusto retrato de Pe -
dro Kropotkin que colgaba de una de las modestas paredes de la sede.
En 1921 surgió en la familia actoral una disidencia grave, originada por quienes sostenían el voto calificado
proporcionalmente a los ingresos de cada actor, frente a quienes la hacían por el voto individual e igualitario.
Los disidentes se aglutinaron en la Unión de Actores Argentinos, bajo la presidencia de Enrique de Rosas.
Las ideas de avanzada que rondaban a la mayor parte de los actores, incluidos los elencos generales, provo-
caban la desconfianza y el apartamiento de los otros.
Hubo listas negras entre algunas empresas, para marginar a los integrantes de la Asociación, y también huel-
gas.

23
En Caras y Caretas, Crítica, La Razón y otras publicaciones se hallan notas acerca de ese período inicial de la carrera
artística de Narciso Ibáñez Menta.
Las cosas alcanzaron su clímax en ocasión del estreno de una obra interpretada por Arata - Simari - Franco
en el Teatro San Martín de la calle Esmeralda. Allí fueron a manifestar en masa los adherentes a la sociedad.
Los piquetes de huelguistas y manifestantes, ayudados por los choferes de taxímetro, que eran sus amigos de
ideas y de vida noctámbula, provocaron un escándalo mayúsculo en la zona céntrica, con un gran embotella-
miento del tránsito como número principal. Por allí andaban hasta las coristas de las compañías españolas de
la avenida de Mayo, lidiando con sus peligrosos alfileres de sombrero contra los policías, quienes, conforme
a las órdenes imperantes dadas por Yrigoyen, debían actuar de a pie y con muchas contemplaciones. De más
está, decir que los agentes llevaron la peor parte...
Se constituyeron, en razón del conflicto, distintas cooperativas de trabajo. Hubo varios autores que dieron ex
profeso sus obras a los actores en conflicto nucleados en la Asociación; entre ellos, Pedro E. Pico, Francisco
Defilippis Novoa, Armando Discépolo, Edmundo Guibourg, Samuel Eichelbaum, Rodolfo González Pache-
co y el empresario Pascual Carcavallo; pero no faltaron presiones de todo tipo venidas del otro bando.
Así, escindida, se mantuvo la farándula hasta 1924, año del reencuentro y fusión de las dos organizaciones
en una definitiva Asociación Argentina de Actores.
Como manifestación peculiar, Armando Discépolo había obtenido un gran triunfo con su comedia El movi-
miento continuo, en la que lo divertido se combinaba talentosamente con el doliente grotesco, precursor de
lo que después alcanzarían especialmente autores italianos como Chiarelli y Pirandello. El chofer catalán
atormentado entre las limitaciones del medio y la necesidad de trascender en esa apertura de modernidad que
signaba a la época, fue logrado por Discépolo en colaboración con Rafael De Rosa.
El teatro argentino de esos años fue, sin duda, una de las expresiones que más se intercambiaron con los
otros elementos del proceso, caracterizado por el radicalismo y la renovación general. Reflejó las condicio-
nes imperantes y los sentimientos de la gente. Su público y su marco temático social pertenecían preferente -
mente a los ambientes medios y urbanos. Claro está que los ecos de sus mensajes repercutieron en una buena
parte de la sociedad nacional, difundiendo pautas, trasformando, y a menudo cohesionando nuestras propias
formas de ser.

La vuelta de Frank Brown


Desde el incendio de su circo en construcción (1910), que se levantaba en Florida y Córdoba, donde antes
estuviera el histórico Jardín Florida; Frank Brown se había apartado de ese escenario de sus grandes triunfos
que era Buenos Aires. Había viajado recorriendo gran parte de América y de Europa, haciendo luego espo -
rádicas apariciones en la ciudad porteña.
Corría el año 1917, cuando se decidió a echar raíces nuevamente en la Capital. Comenzó ese mismo año la
construcción de un nuevo circo, que sería una segunda versión de aquel sueño del local circense permanente,
que la irresponsabilidad y la miseria patotera de ciertos estudiantes habían destruido siete años antes. Y así
nació el 5 de mayo el Hippodrome Circus, en Carlos Pellegrini y Corrientes, en el sector donde hoy se levan-
ta el obelisco. Fue el principal recinto de nuestro espectáculo cirquero, y allí actuaron figuras como el tony
Felipito, Roberto y Rosa Valenzuela, el clown Passet, Fornaresio, el clown Tonino el 76, Vicente Vitta, Fruc-
tuoso Pereyra, Cudena, Manera, Lelleschea y tantos otros.
Allí volvió Frank Brown a tomar contacto con su público predilecto, el porteño, y sobre todo con sus gran -
des amigos, los niños. Allí repartió diariamente entre ellos sus famosos canastos de golosinas con gesto ge-
neroso y dignamente fraterno. Tenía ya sesenta años, no actuaba, y solamente se presentaba con su traje de
payaso en el escenario.
Durante esos años y hasta 1924, el Hippodrome desarrolló espectáculos en temporadas de memorable éxito.
Su nombre se incorporó para siempre a la memoria colectiva de las artes circenses en general y al recuerdo
cariñoso de las gentes perviviendo de generación en generación, a pesar de haber tenido vida solamente siete
años. Cuando en 1924 los planes de la progresiva Diagonal Norte, obligaron a demoler el Hippodrome,
Frank Brown se retiró a su casita del barrio de Colegiales, en la que vivió durante casi veinte años, hasta su
muerte en 1943.
Otras actividades circenses estaban a cargo, por ejemplo, de la Compañía Francisco del Mauro, que actuara
en el Casino de Pepe Podestá y José Arraigada –entonces, veteranos cirqueros-, en el Teatro de Verano, don-
de en 1919 debutara un jovencito: Ignacio Corsini; de Maximiliano Rukstuld, que actuara en el Politeama
Nacional del Tigre.
Debe recordarse, asimismo, que la mayor parte de esos artistas y compañías recorrían las distintas provincias
del país, en la que abundaba una actividad circense plural y notable, tradicionalmente ligada a raíces profun -
das de la cultura popular, en la que, por otra parte, el circo se hermanaba con el teatro.

44 Iñigo – Experiencia radical II


Radio a galena y los locos de la azotea
Hacia 1920 la gente comenzó a familiarizarse con un mineral que les parecía por demás novedoso, pero que
en realidad no era ningún descubrimiento. Simplemente, se trataba de la forma natural del sulfuro de plomo,
que para la gente era galena, una piedrita de lustroso gris azulado. Iba sujeta al extremo de una reducida
base de madera de forma rectangular, y desde el otro extremo, por medio de una espiral de cobre unida a una
varilla articulada, se manipulaba haciendo cosquillas a la piedrita. De esa manera se buscaba sintonizar pala -
bras y música que venían de un transmisor y le llegaban al oyente con su piedrita a través de una antena im -
provisada con un alambre en el techo de la casa.
Hacia la segunda mitad de ese año de 1920, radioaficionados porteños lograron trasmitir la ópera Parsifal
desde el Teatro Coliseo. Pioneros de esa brega fueron Enrique T. Susini, Miguel Mujica, César Guerrico y
Luis Romero. La gente los llamaba los locos de la azotea, y también los muchachos del Coliseo.
En 1922, la Municipalidad de Buenos Aires concedió a Federico del Ponte el primer permiso para instalar un
equipo de transmisión sin hilos, para divulgar gratuitamente audiciones artísticas, musicales, científicas,
etcétera. Esta primera empresa nacional se llamó Radio Cultura, y se había instalado en el Plaza Hotel. El
material propalado se basaba preferentemente en grabaciones de cantantes, orquestas e intérpretes diversos.
También se animó a poco Radio Cultura a emitir los primeros avisos comerciales.

El cine nacional
Después del hito esencial de Nobleza gaucha (1915), nuestro cine concretó en 1916 una producción de temá-
tica también nacional, de rasgos curiosos e interesantes: El último malón. Realizada en Santa Fe por Alcides
Greca, narraba la sublevación indígena producida a fines del siglo pasado en los lugares auténticos donde
habían ocurrido los hechos, y tenía especiales valores de reconstrucción histórica y de fotografía.
En los años siguientes, los temas fueron preferentemente de adaptaciones teatrales, interviniendo actores im-
portantes de la escena, como los Podestá, Camila Quiroga, Parravicini, Casaux, etcétera.
Durante 1916 surgió la figura decisiva del director José Agustín Ferreyra; se construyó la galería de filma -
ción de Martínez y Gunche, y se estrenó un gran éxito de público: Resaca, dirigida por Lipizzi.
En abril de 1917 se estrenó El tango de la muerte, dirigida por Ferreyra, y con Nelo Cosimi como protago-
nista.
Ese mismo año, Federico Valle produjo el primer dibujo animado de largo metraje, titulado El apóstol, y que
era una sátira política sobre Yrigoyen, con dibujos de Taboada y Quirino Cristiani.
El mismo equipo realizó al año siguiente Una noche de gala en el Colón, en el que se combinaban dibujos y
títeres.
Por entonces, Roberto Guidi, un egresado en ciencias económicas e intelectual, desarrolló nuevos lenguajes
cinematográficos. Su primera película fue El mentir de los demás, en 1919, y de allí realizó varios filmes
que, por su lenguaje sobrio y renovado, alcanzaron bastante éxito.
Patagonia fue una película también de éxito, producida por Federico Valle, y que se publicitaba con el subtí-
tulo de Drama de hoy en la tierra del futuro. Su estreno se produjo en 1922.
A partir de 1920, la empresa de Valle realizó sus noticiosos informativos conocidos como Film Revista Valle,
los que eran proyectados en todas las salas del país. (Lamentablemente, el material de dicha firma se perdió
en un incendio, desapareciendo así una documentación de gran valor histórico.)
Leopoldo Torres Ríos hizo en 1920 sus primeras armas cinematográficas como fotógrafo de Palomas rubias,
dirigida por José Agustín Ferreyra. A ello siguió el argumento de La gaucha (1921) y la letra del tango La
muchacha del arrabal, que compartiera con Ferreyra, siendo la música de Roberto Firpo. Ese tango acompa-
ñó en un ensayo de sonorización a la película homónima dirigida por el mismo Ferreyra, en el Cine Esmeral-
da, ejecutado por la orquesta de Firpo, ubicada en el foso del escenario.
Ferreyra había filmado Campo ajuera y De vuelta al pago, en 1919. En esta última surge la actriz Lidia Liss,
que acompañará a Ferreyra durante bastante tiempo en la vida real y en varias de sus películas. De ella dijo
Horacio Quiroga cuando hiciera crítica cinematográfica en Caras y Caretas, firmando como León de Alde-
coa, que poseía la excelente cualidad de una cara cinematográfica.
Flor de durazno fue la película en la que debutó en el cine un joven llamado Carlos Gardel (1917). Entre
1916 y 1922, el cine criollo vivió en transición desde los tiempos iniciales hasta el nuevo empuje de los años
20, desarrollándose modestamente, pero logrando prefigurar alcances posteriores.
Panorama de país adentro
Buenos Aires, con más de dos millones de habitantes, era la más rica de las provincias. De acuerdo con el
Censo Ganadero de 1916, dentro del ascenso rural general, la agricultura tendía a sobrepujar a la ganadería.
Su industria era la más potente del país. Junto con la Capital Federal, oficiaba de núcleo decisivo de la políti-
ca. Allí el espíritu nacional había desplegado jornadas históricas fundamentales. Allí había tenido su escena-
rio clave el conservadurismo cronductor de la experiencia anterior a la etapa radical. Allí tenía su ámbito de -
cisivo el radicalismo. Yrigoyen y Alvear se hallaban profundamente ligados a la tierra bonaerense, por tradi-
ción familiar, actividades ganaderas y militancia partidaria.
Los conservadores significaban en la provincia de Buenos Aires una alianza de estancias, chacras y pueble -
ros, con mayor incidencia en las primeras. Los radicales, por su parte, eran en ese mismo ambiente una
alianza similar por su contenido y por el liderazgo de los estancieros. Pero por el número y por su participa -
ción, los chacareros y la gente de los pueblos del radicalismo tenían más importancia. Dejando aparte sus co-
incidencias y discrepancias, conservadores y radicales compartían en este sexenio que nos interesa, ideario e
inquietudes por modernizar, dificultades de peso originadas en la guerra y en los altibajos del clima, y junto
con ello la entusiasta responsabilidad de competir por el dominio político de la provincia clave del país.
Albergar a una cuarta parte de la población de la República, las inundaciones, el mercado de carnes, los con -
flictos agrarios, las reuniones regionales de municipios, la demanda escolar, las aspiraciones culturales, los
problemas con el poder central y las intervenciones, eran algunos de los rasgos bonaerenses.
La provincia de Santa Fe, con un millón de habitantes, ocupaba el segundo lugar por su importancia integral.
Un espíritu laborioso y soberana, riqueza agropecuaria, forestal e industrial, y una tradición cultural defini -
da, alimentaban esa jerarquía. Allí los radicales eran fuertes en los pagos estancieros y en las ciudades más
tradicionales, y crecían en el norte obrajero, mientras que los conservadores se batían en retirada, y los se -
guidores de Lisandro de la Torre se concentraban en las chacras del sur y en las zonas urbanas más recientes.
Los cerca de medio millón de habitantes de la provincia de Entre Ríos, y los casi cuatrocientos mil de la de
Corrientes, se unían a los escasos '70.000 del territorio de Misiones para completar el área mesopotámica. En
ella, se destacaban la ganadería, una relativa agricultura, potenciales riquezas industriales, un pasado de es-
fuerzo, la pasión cívica autonomista, el condicionamiento básico de la hidrografía generosa y la cercana
frontera problemática. Agreguemos dos más: las discrepancias radicales y tendencias de fuerte arraigo loca-
lista cubrían en general el espacio político entrerriano y correntino, y una histórica consideración por las ins -
tituciones educativas y municipales caracterizaban –especialmente, en Entre Ríos- su mundo cultural.
En el centro estratégico del país, contando con una población de alrededor de 800.000 personas, la provincia
de Córdoba ocupaba el tercer lugar en importancia. Agricultura en franca expansión, ganadería sólida, espe -
cialmente en el sur, y un parque industrial que la señalaba como el cuarto centro en el orden nacional, subra-
yaban su importancia económica. Un gran predicamento conservador se mantenía en la provincia mediterrá -
nea, paralelamente a1 ascenso desbordante de los radicales. Se producía entonces una situación de empate en
la que los primeros se afirmaban en las situaciones locales y las elecciones provinciales, mientras que los se -
gundos triunfaban en los comicios nacionales. Tanto unos como otros, vivían cierta diferenciación interna.
En los conservadores era una relativa modernización liderada por el doctor Julio A. Roca. En los radicales
alcanzaba a una profunda división (azules y rojos). Entre 1916 y 1919 la oleada radical mantuvo la adminis-
tración de Córdoba. Pero a partir de 1919 mismo, el conservadorismo la recuperó hasta 1928.
Las tres provincias de Cuyo reunían más de medio millón de habitantes. Mendoza encabezaba el conjunto, la
seguía San Juan y luego San Luis. En las dos primeras la actividad vitivinícola vertebraba su vida socioeco-
nómica. En la tierra puntana, una geografía distinta planteaba serias dificultades para su campo y posible in-
dustria. Dos grandes movimientos locales competían con el radicalismo en lo político.
En Mendoza y en San Juan dos grandes movimientos políticos locales tenían prevalencia: el lencinismo y el
cantonismo, respectivamente. Ambos provenientes del radicalismo de los viejos tiempos. Y ambos enfrenta -
dos con el yrigoyenismo. En San Luis, las graves discrepancias políticas en ideas y hombres, como también
las enormes dificultades financieras, llevaban a una situación de tres años y medio de intervención federal, la
más extensa en nuestra historia, con cinco interventores. No era Cuyo, por cierto, una tierra fácil para la ad -
ministración de Yrigoyen.
Santiago del Estero, con casi trescientos mil pobladores y un nivel de vida en general de exiguos recursos, a
excepción de algunas sierras y lomadas, era una inmensa llanura cubierta de bosques en sus dos terceras par-
tes, de salinas en el sudoeste y de esteros o bañados en la parte central. Sus dos ríos principales, el Salado y
el Dulce, encerraban la zona más productiva, especialmente en agricultura. Tierra muy árida, exigía una polí-
tica de irrigación para poder enfrentar el problema que el talamiento incesante de sus bosques iría agravan-

46 Iñigo – Experiencia radical II


do. El radicalismo santiagueño había incorporado pocos años antes a importantes sectores de extracción con-
servadora.
En el noroeste las provincias de Salta, Jujuy, Tucumán, Catamarca y La Rioja, y el territorio de Los Andes,
conformaban un bloque regional poblado por cerca de ochocientas mil personas. En general su orografía
abundante, su proximidad con la frontera oeste, su población reducida, poco densa y de humilde condición,
y la pobreza de elementos en general, eran caracteres más o menos comunes al conjunto. Por cierto cabían
en el mismo excepciones y matices que incluían a algunas ciudades como Salta y Tucumán, y otra zonas de
especiales rasgos. Juntamente con Santiago del Estero y los territorios del Chaco, Formosa y Misiones, ve -
nían a representar las unidades internas más pobres de la República.
El gobierno de Yrigoyen apuntaba concretamente al inicio de cierta obra pública de despegue para esta re -
gión. En ese sentido la necesidad de abrir contactos con los circuitos del Pacífico, era un objetivo decisiva.
El proyecto de un ferrocarril que ligara a la provincia de Salta con Chile en un recorrido de viaductos y
puentes, atravesando alturas que llegaban a más de 4.000 metros, era un proyecto que planteado por el go-
bierno de Figueroa Alcorta, no había sido llevado a cabo por incumplimiento de compromisos por parte de la
empresa concesionaria.
La idea fue asumida y redefinida por el gobierno radical. Yrigoyen hizo que se vehiculizara a través del pro-
pio Estado en forma directa como un ramal del F. C. Norte. Este proyecto, inicialmente pensado para pasar
por Huaytiquina y luego desplegado por Socompa, resultó una de las obras de mayor calibre de nuestro país
y en su tipo precursora en el mundo. En líneas generales las apremiantes necesidades de la región fueron
comprendidas tanto por radicales como por varios sectores del conservadurismo. Hubo en ese sentido accio -
nes de gobierno positivas y modernizantes como la de los radicales Horacio Carrillo de Jujuy y Joaquín Cas-
tellanas de Salta, o como la de los conservadores Abraham Cornejo en esta última provincia y Guillermo Co -
rrea en la de Catamarca. Por cierto este sector del país se hallaba cruzado por los conflictos políticos y sus
secuelas de intervenciones y comicios.
Los territorios del Chaco y Formosa reunían alrededor de cien mil habitantes en medio de sus espacios am-
plios, en su mayor parte impenetrable y recostado en la frontera nordeste. El problema con los indígenas se
hallaban en esa región todavía en sus últimas manifestaciones. La presencia de la Nación era allí muy relati-
va, y enfrentaba todas las dificultades que lógicamente se desprendían de sus condiciones de hábitat. Venía a
ser en cierta manera similar a la cuestión del territorio de La Pampa y de los territorios patagónicos.
En La Pampa, alrededor de 130.000 habitantes se hallaban asentados en un amplio espacio, pero de profun -
dos contrastes en cuanto a la calidad de suelo y clima. Esto se complicaba con los problemas inherentes a la
apropiada distribución de las tierras productivas en propiedad privada y con sentido empresario eficiente.
Con respecto a los territorios de la Patagonia, dos intelectuales de aquel momento, dos intérpretes de distinta
formación y de opiniones discrepantes, ofrecen sendos diagnósticos de esas tierras. Ellos son el doctor Ma -
nuel Carlés y Alberto Gerchunoff. Dice aquél en su artículo "El culto de la Patagonia” (publicado en el dia-
rio La Nación el 6 de febrero de 1922 y recogido ese mismo año, dentro de un folleto de la Liga Patriótica
Argentina, con igual título y dedicado a los sucesos de Santa Cruz):

...Tan interesante como ignorada, la tierra patagónica es otra Argentina, con un destino igualmente próspero al
que presentan las provincias del litoral... La dificultad de 1as comunicaciones y 1a falta de difusión de los me -
dios de transporte alejan los territorios patagónicos, más de lo que realmente están, del centro de la actividad na-
cional... Cualquiera que visite la Patagonia comprueba que lejos de haber alcanzado la ayuda de alguien, allí se
sufren los males de la civilización y no se recibe ninguno de los beneficios del Estado. Los males de la civiliza-
ción que la Patagonia sufre, los define el afán económico que engendra la angustia social. Es un mal universal
agravado allí por la virulencia de las enfermedades que atacan a los organismos débiles...
Si a esto se agrega que rara es la autoridad policial y judicial que no se la señale como objeto que se compra y se
vende, se tendrá el cuadro completo de la situación oficial en los territorios de Chubut y Santa Cruz.

Atendamos ahora a lo que manifiesta Gerchunoff en un artículo, escrito en el mismo año 1922 en el que Car -
lés hiciera el suyo, que lleva el título de "Nuestro Far West":

Los recientes sucesos patagónicos han persuadido a la gente que los territorios del sur existen, en efecto, con
existencia real, fuera de las partidas del presupuesto y fuera de las líneas escuetas que les asignan las geografías
escolares para definir con su inclusión el sistema político de la República. Esas inmensas extensiones no forma -
ban parte de la concepción habitual del país. Constituían una división aparte que servía para confinar a los pena-
dos y desahogar la afluencia de los que aspiran a los empleos públicos y que, por sus antecedentes, no se les
puede confiar funciones destacadas en los centros urbanos. El ferrocarril y la especulación no habían promovido
todavía en torno suyo la ternura patriótica que nos inspiran las zonas de acceso fácil y de rendimiento cómodo.
Además, otra causa, engendrada por la carta orgánica misma, condena esas tierras al desamparo: el habitante de
los territorios nacionales no vota, no elige presidente ni legisladores y, por lo tanto, los presidentes y los legisla-
dores se vengan de esa esterilidad con su indiferencia obstinada. El presidente y los legisladores son políticos, y
para el político la Patria termina allí donde se instala la última mesa del comicio.
En las tierras patagónicas no hay justicia ni hay autoridad... El patriotismo del discursón no alcanza a ese enor-
me pedazo de Patria donde no hay una escuela que eduque a los niños en los sentimientos elementales de la so-
ciedad, en los deberes primordiales de la convivencia... Los países menos adelantados y que disponen de menos
recursos, saben que en las regiones limítrofes es necesario sostener un régimen especial que asegure la prosperi-
dad de las ideas que constituyen el sentir general de los ciudadanos. Chile lo hace del otro lado de los Andes.
Nosotros hemos abandonado la Patagonia a la confusión y al desastre, y cuando la población, fatigada de sopor -
tar el vejamen y el ataque, estalla en excesos equivalentes al medio en que actúa, descubrimos que nos amenaza
el maximalismo –el maximalismo brotado de las selvas del lago Argentino-, y nos inunda una sorda indignación
patriótica. Lo que más debe indignar no es eso, sino nuestra simplicidad en la fosca aventura de los Gobiernos
inertes... Somos los patriotas del discurso, y no hemos aprendido aún que el patriotismo reside en la capacidad
de trabajar por la civilización, cuyo fondo es el bienestar de todos, en la nobleza y en el decoro.

Considerados en conjunto, los territorios de Río Negro, el Chubut, el Neuquén, Santa Cruz y la Tierra del
Fuego reunían una población de 245.000 habitantes. Aproximadamente 80.000 de ellos eran extranjeros, co-
rrespondiendo a los chilenos la porción mayor.

La gran ciudad en transición


Buenos Aires en 1916 se había consumado casi totalmente como gran ciudad y ya tenía muy adelantados sus
rasgos de metrópoli. Sin entrar a considerar sus límites jurisdiccionales, la ciudad capital se había expandido
urbanamente dentro y más allá de los mencionados límites. Este "rellenamiento" del espacio con casas, ca -
lles, instalaciones, personas, etcétera, a causa de su ritmo irregular y su carencia de planes, había provocado
la presencia de zonas vacías o claros, que se desplegaban mezclados con las áreas cubiertas y siguiendo la
forma polípoda de la expansión urbana porteña. A pesar de su enorme perímetro y de su densa población, no
toda el área nominal de la urbe estaba edificada, aunque, sí, tenía delineadas la mayor parte de sus calles. El
ensanche de la superficie edificada era rápido hacia 1921-22. Singularmente, pese a tanto espacio disponible
virgen, la edificación era incesante y permanentemente renovada en el centro histórico y comercial, y en las
barriadas ya definidas y estables. Era una ciudad que parecía no evolucionar, sino progresar por explosiones.
Entre 1916 y 1922 las áreas vacías que se fueron cubriendo se encontraban sobre todo en los barrios de Li-
niers, Versailles, Villa Real, Villa Devoto, Villa Pueyrredón, Saavedra, Coghlan, La Paternal, Parque Chaca-
buco, Caballito, Villa Riachuela, Villa Soldati, Parque Avellaneda, Flores Sur, Villa Lugano; Mataderos, Nú -
ñez, Belgrano y Palermo. A ello deben sumarse los claros que simultáneamente se cubrían en los alrededores
de la ciudad o Gran Buenos Aires.
En 1916 la población porteña dentro de sus límites jurisdiccionales era de aproximadamente 1.576.000 per-
sonas. En 1922 llegaba a cerca de 1.775.000 habitantes. De ellos tenían ocupación 637.000 habitantes mayo-
res de 14 años, en su mayor parte hombres y sin considerar las amas de casa. Los inmigrantes (o argentinos
nuevos) cubrían el 60 % de los trabajadores de industrias y artes manuales, el 80 % de los peones y jornale -
ros, el 75 % de los empleados administrativos, y de industrias y comercio, el 55 % de los trabajadores del
transporte, y el 80 % de los empresarios industriales y comerciantes.
Aproximadamente un 55 % de la población masculina activa porteña pertenecía al sector social medio. Esta-
ba integrado por rentistas, profesionales, empresarios, comerciantes, empleados, obreros calificados, arte -
sanos, etcétera. Un 45 % correspondía al sector social bajo, y el 5 % restante, al sector social alto.
Las secciones de la ciudad más pobladas (con más de 100.000 habitantes) eran la Primera (Flores Sur, Par-
que Avellaneda, Mataderos, Villa Riachuelo, Villa Lugano y Villa Soldati), la Tercera (Barracas), la Decimo-
quinta (Villa Devoto, La Paternal y Colegiales) y la Decimoctava (Palermo).
Pero lo más significativo de ese Buenos Aires de los primeros años radicales, era su espíritu, el cual, en últi-
ma instancia gobernaba la historia de la ciudad. Su sustancia era la modernización: quería identificarse en su
propia biografía y progresar. E intentaba hacerlo bregando contra el individualismo egoísta y la masividad
cosificante. Hay en todo este misterio del alma porteña una apasionada búsqueda de la persona y la comuni-
dad; de una armónica libertad, que resulta muy difícil, pero que es la única manera de vivir que vale real-
mente la pena. En ese sexenio, esta tendencia histórica de la urbe que anhela y camina en pos de su porteñi-

48 Iñigo – Experiencia radical II


dad, sigue vigente y se acentúa. No olvidemos que simultáneamente el país en su conjunto, acelera a partir
de esos años su definición como espíritu y ser nacionales. Y ambos procesos por cierto no son ajenos entre
sí.
La ciudad tuvo entonces un ciclo de descenso y enfriamiento de su latencia entre 1916 y 1918. Y luego otro
de ascenso y reactivación entre 1919 y 1922. Los conflictos entre los diferentes proyectos e idearios políti-
cos del mundo, habían generado a través de la conflagración, dificultades que obstaculizaron su desenvolvi -
miento. El problema porteño quedaba enmarcado en dos puntos principales: crisis financiera, y de abasteci-
miento. Ambos giraban alrededor de un núcleo común: la carestía generada por la guerra que había catapul-
tado los precios de importación y desencadenaba el boom de los precios de exportación. La carestía reinaba
durante todo el período hasta 1921. Los artículos de primera necesidad eran los más escasos y caros de la
ciudad. El acaparamiento, las medidas de los intendentes de Yrigoyen, el agio, la especulación, los decomi-
sos, las comisiones vecinales pro abaratamiento de la vida, etcétera, cubrieron buena parte de las noticias
diarias. Pero haciendo a un lado inconvenientes, superando dramáticas circunstancias y conflictos, Buenos
Aires generó un tejido de vida compartido y continuado. La ciudad triplicó su superficie cubierta, rescató su
río inaugurando el Balneario Municipal que rubricaron Yrigoyen, el intendente Llambías y la fuente de Lola
Mora; levantó monumentos a Colón, Pueyrredón y O'Higgins; construyó el edificio Barolo (su torre más alta
entonces) y los del Banco de Boston, el Teatro Cervantes, el palacio Noel, la casa de Rogelio Yrurtia y el ci-
ne-teatro Grand Splendid. También comenzó a levantar sus primeros conjuntos habitacionales: el Cafferata y
el de Barracas, para trabajadores, inaugurado por monseñor de Andrea; el Rawson en Agronomía. Los gran-
des sectores medios iban haciendo la ciudad con su vivienda, una vivienda que por ese tiempo era cara por el
desabastecimiento, la especulacíón y la indiferencia. El milagro del barrio se multiplicaba, como escenario
sustancial de lo porteño: las casitas chorizo o las llamadas adventicias (una especie de casa chorizo en ver-
sión humilde), las de zaguán en escalera y piezas en alto, los petits-hôtels de tipo modesto. Buenos Aires cre-
cía en una poesía que supieron descubrir en esos años Fernández Moreno, Alfonsina Storni y Jorge Luis Bor-
ges, entre otros.
Y Buenos Aires tenía novecientos kilómetros de vías tranviarias por las que viajaban un millón de pasajeros
por día; como también treinta y cinco mil vehículos de toda clase y treinta mil pasajeros que pasaban por sus
estaciones ferroviarias terminales. Y en el tango la guardia vieja culminaba, mientras simultáneamente una
transición llevaba hacia las dos líneas paralelas futuras: la guardia nueva y el estilo tradicional, a lo Canaro.
Era un tango de composición renovada y cantado con mayor coherencia entre ritma, melodía y armonía. Y
por allí andaban Arolas, el mismo Pirincho, Firpo, Lomuto, Bardi, Delfino, Aieta, Cobián, Fresedo, Filiberto
y Matos Rodríguez. En 1918 se fundaba la Sociedad Nacional de Autores y Compositores de Música, Max
Glücksmann abría brecha en la industria del disco, y se componían Qué noche, Quejas de bandoneón, La
copa del olvido, A pan y agua, La cachila, Milonguita, Rosa de fuego, Patotero sentimental y Buen amigo.
Pero la urbe, combinación tremenda de grandezas y miserias, en la que en su zona céntrica sobraban ya vehí -
culos y faltaba espacio en los transportes y en las calles; ciudad de bellezas arquitectónicas y miserables con-
ventillos, de tiempo libre y de ajetreo nervioso, tenía ya su angustia y su filosofía. Raúl Scalabrini Ortiz la
iba observando y pensando en conceptos que en 1931 publicaría en su libro El hombre que está solo y espe-
ra, donde habla de esa transición entre el porteño "entumecido" y el que se "desentumecía" llevado por los
impulsos de la posguerra. Por su parte, Juan Álvarez se internaba con lucidez en algunos porqués de su desa-
rrollo histórico ya macrocefálico y absorbente que explicaba en su ensayo Buenos Aires: el puerto, la indus-
tria fabril, la capitalidad...
Buenos Aires de cuando Yrigoyen hacía su primer gobierno: sin obelisco; Corrientes angosta; con un solo
subte; sin diagonales, ni avenida de norte a sur, ni calles ensanchadas; con galeras, bastones, bigotes, capeli -
nas y largas faldas; sin colectivos y llena de tranvías, autos cuadriculados y coches de caballo; con vigilantes
de casco prusiano y punta metálica; salpicado de sainetes y comedias con Muiño-Alippi y Parravicini; con
zarzuelas en la avenida de Mayo; con Camila Quiroga y la Guerrero; con Caruso, Gabriela Besanzoni y las
"funciones populares" en el Colón; con el "diputado bromosódico", aquel increíble Enrique Badesich que
conquistó al Hippodrome; con los biógrafos de Perla White, Mary Pickford, Wallace Reid y Lew Cody
acompañados de piano u orquesta que desde algún momento, empezó a ser de tango para número vivo en los
intervalos, con Palais de Glace, Gariboto, Armenonville, Richmond de Florida, El Nacional y El Tortoni; y
también con los boliches y casas malas que entremezclaban la farra y la vergüenza dolorosa del submundo.
Capítulo VII
LA CUESTIÓN SOCIAL

La geopolítica enmarcó y condicionó en una doble dimensión internacional y nacional a esta cuestión. El úl-
timo tramo de la guerra; el armisticio del 11 de noviembre de 1918; las controversias sobre el tratado de paz;
las crisis económicas de las democracias liberales; los grandes cambios sociales; el gran deterioro y ruina de
Rusia, y en cierta medida de Alemania; la agitación obrera; la Revolución Rusa del 6 - 7 de noviembre en
Petrogrado, con la huida de Kerensky; la instalación del marxismo-leninismo en Rusia, con su efecto multi-
plicador hacia las izquierdas de todo el mundo para que adopten el accionar bolchevique; la reanudación del
comercio exterior en paz y de las corrientes inmigratorias; los nuevas caminos políticos surgidos en las de-
mocracias liberales y países de Occidente en general, para enfrentar la crisis; los nuevos horizontes y orien -
taciones socioculturales; la llegada del radicalismo al gobierno, con sus cambios y alteraciones inherentes;
los desequilibrios y conflictos entre las diferentes regiones argentinas, que el propio radicalismo va a redi -
mensionar, sin alcanzar a eliminarlos; el clima político del país, particularizado por la fractura competitiva
de fracciones y comicios; los remanentes de espacios territoriales carentes de dominio nacional efectivo (el
Chaco, la Patagonia): éstos y algunos otros son los hechos principales a través de los cuales esa influencia
actuó.
Enorme territorio, poca población, gran mayoría de los argentinos medios con baja participación en las posi -
bilidades de vida, eran las bases de los grandes problemas de aquella Argentina; entre ellos, los sociales.

Yrigoyen y los trabajadores


Por su formación cristiana e hispánica, Yrigoyen se sentía inclinado hacia los humildes. Pensaba que la me-
jora de su situación debía ser, además de política, socioeconómica, y que aquélla eran en gran parte condi -
ción y sinónimo del ascenso de la República.
Percibía el Caudillo radical el bajo nivel de los salarios, las injustas y hasta inhumanas condiciones de traba -
jo, y muy especialmente las tremendas desproporciones entre quienes poseían los generadores y canales de
la riqueza, y quienes dependían de su trabajo y del discrecional paga y trato de los otros para vivir.
Esa profunda anomalía del cuerpo social argentino perturbaba, subvertía y perjudicaba el desarrollo de los
diferentes grupos o estamentos. Eran comunes por entonces situaciones masivas afligentes y afrentosas, tan-
to en los medios rurales como en los urbanos. La modernización del país evidenciaba así en la sociedad na-
cional una herida peligrosa.
Un déficit mantenía en la penumbra a un importante y numeroso sector de la población. Porque la soberanía,
el buen orden, el progreso y el bien común, no estaban repartidos como correspondía. Y en el espacio y el
tiempo argentinos se cruzaban las fuerzas de poderosos intereses internos y externos.
Una creciente industrialización, alimentada por el reemplazo de las importaciones europeas, producía el cre-
cimiento de los núcleos ciudadanos y suburbanos. Esto se combinaba con los graves desperfectos antes men -
cionados, conformando poblaciones masivas, que sufrían carencias vitales de vivienda, alimentación, salu-
bridad, vestimenta, cultura, etcétera.
Simultáneamente, algo similar ocurría en los núcleos urbanos menores de las zonas rurales, y en las concen-
traciones móviles o temporarias de quienes trabajaban en las tareas del campo. En esto también los poblados
menores seguían las tendencias de las grandes ciudades.
La guerra misma, y especialmente la posguerra; trajeron como consecuencia una gran crisis económica, con
sus conexos graves problemas sociales. Hasta la asunción presidencial de Yrigoyen en el tratamiento de la
cuestión social, la represión había sido proporcionalmente más importante que las soluciones de fondo. El
Jefe radical estableció un nuevo criterio al respecto. El Presidente comenzó a encarar la cuestión en términos
de conciliación y armonía entre capital y trabajo, buscando la solución pacífica, el acuerdo ecuánime, y el
respeto por los derechos y necesidades.
Un espíritu de justicia social, unido a su peculiar paternalismo, caracterizaron la posición del Gobierno. Por
otra parte, los movimientos sociales, gremiales y políticos conexos de otras partes del mundo, trajeron alien-
to a las reacciones y los planteos laborales.
Como consecuencia, las huelgas pasaron de 80 en 19l6, a 138 en 1917, a 196 en 1918, y a 367 en 1919, ba -
jando a 206 en 1920, y a 86 en 1921, y repuntando hasta 116 en 1922. Y de alrededor de 24.000 obreros pa-

50 Iñigo – Experiencia radical II


rados en 1916, se llegó a 136.000 en 1917, y aproximadamente a 309.000 en 1919, disminuyendo a 134.000
en 1920, repechando a 140.000 en 1921, y bajando a menos de 5.000 en 1922. 24
El matutino La Época reflejaba en sus números las diferentes facetas y matices de la línea social de Yrigo-
yen, que tenía en el acuerdo paritario y la reforma sus ideas fundamentales. No faltan en esas páginas perio-
dísticas testimonios de las bases filosóficas o doctrinarias que integraban dicha postura radical, las que gira-
ban alrededor de los conceptos de orden, armonía y justicia.
La evolución económica general del período, que fuera el marco de vida de los trabajadores, tuvo sucesivos
momentos. Entre 1916 y 1919 hubo más exportación, menos importación, alta inflación, descenso del salario
real y relativa desocupación. En 1920, mejoraron la exportación (boom de tonelaje y precios) y la importa-
ción (renovación total de posguerra); la inflación aumentó, el salario real mejoró y la desocupación disminu-
yó notablemente. En 1921, la exportación descendió (en tonelaje y precios), la importación se mantuvo en
general; la inflación disminuyó, el salario real mejoró y la desocupación tendió a aumentar. En 1922, la ex -
portación tendió a mejorar, la importación se mantuvo relativamente estable; la inflación siguió bajando, el
salario real siguió ascendiendo, y la desocupación volvió a disminuir claramente.
Es preciso recordar que a partir de 1911 se venían percibiendo los síntomas de la recesión económica mani-
festada luego del Centenario. La anterior prosperidad que había caracterizado a la economía entre el 80 y
1910 –concentrada en las zonas de la pampa húmeda y el Litoral-, comenzaba a ser reemplazada por serias y
crecientes dificultades.
Primero fue la disminución del ritmo de las actividades; luego agravaron la situación factores de coyuntura,
como las sequías y malas cosechas, o los movimientos especulativos que utilizaban los medios de capital
abundantemente ingresados al país en los años prósperos. Así hasta 1914, fecha en la que la guerra acentua -
ría la crisis con nuevos factores de perjuicio de mucho mayor alcance.
Tanto en los lapsos de prosperidad como en los de dificultades económicas, los sectores trabajadores y hu-
mildes resultaban afectados. Allí tenía su . origen la cuestión social, que fracturaba nuestra sociedad y frus-
traba el bienestar de una buena parte de la población. Era uno de los desperfectos principales que acusaba la
Argentina liberal. El mismo exigía medidas reparadoras de buen orden y justicia social, de instituciones y de
más ecuánime participación. Exigía la integración –en todo el profundo sentido de la palabra- de esos nume-
rosos grupos de población trabajadora, con sus matizados componentes inmigratorios; grupos que, distribui-
dos tanto en el nivel social bajo como en el medio, constituían la mayoría de los habitantes del país.
Además del aflojamiento de la represión, 1917 y 1918 fueron años de análisis de los alcances de aquel des -
perfecto y de preparación de las soluciones por parte del Gobierno. Fue un período al que Gabriel del Mazo
denomina formativo de conciencia.
En 1919 se agudizaron los problemas, como consecuencia de la conmoción social y política que el cese de la
guerra y sus secuelas de crisis y reajustes generaban, con alcances en nuestro medio. Hubo un recrudeci-
miento de los movimientos gremiales y de ciertas posturas extremistas que lo mechaban.
Simultáneamente aumentaron el miedo y la confusión en los grupos sociales medios y altos. Quienes no te-
nían sino poco o nada, estallaban con razones, aunque mezcladas a veces con medios injustificables. Los que
tenían algo, bastante o mucho, temían perderlo. Y ello ocurría en un país que, pese a sus dificultades, conta -
ba con medios suficientes como para alcanzar el bienestar general.
La libertad de asociación gremial, protegida por Yrigoyen, aumentó el número de sindicatos –según del
Mazo- de 70 en 1916, a 750 en 1920, y sus cotizantes pasaron de 40.000 a 700.000 en el mismo lapso.
Decretos y proyectos de ley, dictados, prohijados o alentados por el Presidente, apuntaron hacia todos los as -
pectos de la vida de los trabajadores. Hemos ya detallado los proyectos legislativos que jalonan este aspecto
de la obra de gobierno radical entre 1919 y 1922, en páginas anteriores de este libro; proyectos que no fue -
ron aprobados, y muy a menudo ni considerados por el Congreso.
En algunos casos hubo mejor disposición y feliz coincidencia, a veces inclusive en los proyectos mismos.
Así ocurrió con las leyes N° 10.505, de trabajo a domicilio; N° 10.650, de jubilación de empleados y obreros
ferroviarios; N° 11.110, de jubilación de empleados y obreros de empresas particulares de servicio públicos;
N° 11.125, de convenio de pago de indemnizaciones por accidentes de trabajo con el Reino de España; N°
11.126, de igual contenido que la anterior, y con el Reino de Italia, y N° 11.163, sobre préstamos de edifica-
ción para ferrroviarios.
En cuanto a los decretos –recurso último de Yrigoyen, ante la falta de respuesta por parte del Poder Legisla -
tivo-, se logró con ellos, por ejemplo, el primer reglamento del trabajo de los empleados ferroviarios, con in-

24
Datos aportados por A. Dorfman, en su Historia..., pág. 202.
clusión de la jornada máxima de 8 horas o 48 semanales –jornadas adecuadas al descanso y las licencias-, y
también una serie de disposiciones que ordenaban con justicia la tarea de las diferentes actividades vincula-
das al riel: guardas, telegrafistas, guardabarreras, maquinistas, personal de estaciones, personal de talleres,
etcétera.
Más allá de lo establecido por leyes fruto de la coincidencia con la oposición, y por los decretos de su com -
petencia ejecutiva, el plan de medidas sociales de Yrigoyen quedó en aspiración y tentativa, durmiendo en
los cajones del Congreso, como tantos otros intentos.

Riñas, huelgas y algunas armonías


El mundo sindical de aquellos años exhibía la presencia de cuatro lineamientos doctrinarios y de organiza-
ción: sindicalistas, anarquistas, socialistas y, a partir de 1918, internacionales (luego, comunistas). Pero este
esquema básico, solamente puede adquirir validez en tanto se tengan en cuenta los intercambios de influen -
cias y actuaciones que presentaban los dos primeros, así como los enfrentamientos entre ellos.
Los sindicalistas aspiraban a organizar entidades eminentemente obreras o gremiales, por grupos afines de
oficio, cuyos componentes podían pertenecer a las más variadas tendencias ideológicas y doctrinarias, man -
tenidos en conexión alrededor de la adhesión a la orientación revolucionaria de la lucha de clases, y con la
absoluta prescindencia de los grupos y partidos que militaban fuera de la organización. Propiciaban, de esa
manera, mantener la unidad orgánica de los trabajadores federados al margen de ideologías y entidades parti-
distas.
En 1915, los sindicalistas y los socialistas habían fusionado todos sus gremios que se hallaban en la C.O. -
R.A., con la F.O.R.A.; central, ésta, en la que se nucleaban los gremios anarquistas y algunos independien -
tes. La F.O.R.A. perdió con ello su tendencia anarquista, y pasó a tener una orientación dirigida por los sin-
dicalistas.
El hecho ocurrió en ocasión del Noveno Congreso de la F.O.R.A. Los gremios provenientes de la C.O.R.A.
–desde entonces, disuelta-, reforzados por otros de la F.O.R.A. (anarquistas e independientes), que comenza-
ron a evolucionar rápidamente hacia el sindicalismo, componían esa nueva mayoría sindicalista.
Los socialistas intentaban competir en esta convergencia, acompañando el proceso, pero con casi
ningún éxito en cuanto a la conquista de nuevas filas gremiales.
A partir de 1918, el lineamiento internacional desprendido del Partido Socialista, y a poco organizado como
Partido Comunista adherido a la revolución rusa bolchevique, comenzó a pujar también en ese intento de
captación de fuerzas anarquistas o independientes de la F.O.R.A. del Noveno Congreso. (Diego Abad de
Santillán tiene recuerdos precisos al respecto, que ha narrado en sus trabajos históricos sobre el gremialismo
anarquista en el que militara.)
Esta penetración no puede sino traer a colación , entre otras situaciones, la presencia de maximalistas pro -
bolcheviques enquistados en la dirección de las huelgas patagónicas.
Todo esto provocó una gran fisura en las filas anarquistas, y correspondientemente, en el movimiento obrero
en general. Un grupo de sindicatos ácratas apoyados por La Protesta –entre ellos, los Conductores de Carros,
Carpinteros, Electricistas, Panaderos, Tabaqueros, Fundidores y Anexos, Obreros del Puerto, etcétera-, no ra-
tificaron el acuerdo de unión en la nueva F.O.R.A., y se escindieron. Esta escisión tomó el nombre de F.O.-
R.A. Quinto Congreso; y con esa referencia a un pasado congreso de tradicional imagen anarquista con su
ideología comunista-anárquica –nada que ver con el comunismo bolchevique y marxista-, pasaban a diferen -
ciarse de la otra F.O.R.A.
Luego de la recomposición liderada por el sindicalismo en 1915, la F.O.R.A. entró en un proceso de expan -
sión paralelo al ascenso del radicalismo al gobierno, y a la gestión de Yrigoyen desde el mando presidencial.
La apertura a los planteos, el diálogo con los sindicatos y la mayor –aunque siempre relativa- tolerancia ha -
cia los movimientos huelguísticos, eran los puentes. Y así, con la situación socioeconómica justificante, el
clima auspicioso y la efervescencia de los trabajadores, la F.O.R.A. Noveno Congreso creció notablemente.
Durante 1917 se registraron cerca de 158.000 pagos de cuotas de afiliados a organizaciones de esa central;
durante 1918, fueron aproximadamente 428.000; durante 1919, cerca de 477.000, y a lo largo de 1920, apro-
ximadamente 750.000.
Quede claro que estas cifras –desprendidas del Departamento Nacional del Trabajo y otras fuentes- no ex -
presan totales netos de afiliados, sino cantidades de pagos efectuados. De todas maneras; ellas reflejan las
proporciones y la línea ascendente.
El movimiento de tendencia sindicalista poseía pautas vinculadas, por cierto, a las del período que venimos
analizando. Prevalecían en él los trabajadores nativos –en su mayor parte, hijos de inmigrantes-, y esta con -

52 Iñigo – Experiencia radical II


dición no les era nada indiferente en la autovaloración de sus militantes y asociados. Rechazaba las posicio-
nes nihilistas y marginales de los anarquistas, y el partidismo e ideologismo de socialistas y comunistas. No
rehuía el diálogo y el acuerdo con los empresarios y el Gobierno. (En lo que a esto último respecta, los sindi -
calistas lograron bastante buenas relaciones con el Gobierno yrigoyenista en sus dos gestiones. Ejemplo de
ello, las tratativas con ferroviarios y obreros marítimos.)
Asumían su condición de trabajadores, y sobre ella misma bregaban por un futuro mejor, buscando los bene -
ficios sociales y económicos. Consideraban al sindicato no solamente como a un instrumento de lucha, sino
al mismo tiempo como a la organización de la comunidad laboral.
No en vano, con el paso de los años, esta corriente confluyó en buena parte a las más modernas manifesta -
ciones del gremialismo argentino posterior a la Segunda Guerra Mundial. Y esta evolución se hallaba ya en
los tiempos de Yrigoyen prefigurada, incluso en su ambigua actitud con respecto al plano político del poder.
La transformación evolutiva del sindicalismo, que lo llevaría más tarde a desprenderse de una actitud clasis -
ta, asumiendo una postura laboral en lo popular, nace justamente en esa experiencia de los años radicales; en
su conciencia de argentinidad incipiente, pero en ascenso; en su apertura hacia el resto de la sociedad nacio-
nal.
Dirigentes como Francisco García, de la Federación Obrera Marítima; Sebastián Marotta, de los gráficos, y
otros de la luego denominada Unión Ferroviaria, reflejaron esta corriente gremial en esos años del yrigoye -
nismo.
Entre 1915 y 1920-21, los sindicalistas dirigieron la casi totalidad de los movimientos de txabajadores que
lograron distintas conquistas. Al entrar en la década de los años 20, diversos factores: la mejoría económica,
la salida de Yrigoyen del gobierna, etcétera, los harían entrar en otra etapa, en la que disminuyó su influen-
cia.
A poco de asumir el mando Yrigoyen, en noviembre de 1916 estalló la huelga de la Federación Obrera Marí -
tima en pro de un pliego de reivindicaciones que las empresas navieras habían rechazado. Intervienen en esa
oportunidad más de 5.000 trabajadores: foguistas, marineros, patrones, conductores, contramaestres, perso-
nal de cámara, etcétera.
La F.O.R.A. secundó la huelga, y apoyó una resolución de la entidad huelguística de realizar una entrevista
con el Presidente. Una delegación encabezada por el dirigente Francisco J. García se reunió con Yrigoyen, y
en el transcurso de la conversación García explicó con eficacia los motivos del conflicto, y solicitó la no in-
tervención del Estado y la garantía del derecho de huelga, para que las partes pudiesen llegar a una solución.
Yrigoyen pidió veinticuatro horas para convencer a las empresas. Hubo acuerdo sobre ello en la reunión.
La gestión presidencial ante los empresarios fracasó; y conforme a lo prometido, Yrigoyen hizo entonces re -
tirar las tropas de los lugares de trabajo.
La F.O.R.A., por su parte, dejó sin efecto la huelga general que tenía proyectada.
La patronal quedó librada a sus propias fuerzas, y veintiséis días después Yrigoyen consiguió que ambas par-
tes se avinieran a su arbitraje.
Los trabajadores levantaron la huelga, y pocos días más tarde un fallo dictado por el Jefe de policía acordó a
los obreros el 75 por ciento de lo que reclamaban. Ante el triunfo sindical, las empresas acatan, pero no cum -
plen, y forman una entidad laboral paralela. (Para la Federación Obrera Marítima, dicha entidad era simple-
mente una agencia de crumiros o rompehuelgas.)
Simultáneamente buscan ganarse a la oficialidad: maquinistas, comisarios, etcétera; pero por primera vez en
el país hay una férrea solidaridad entre todo el personal marítimo, empezando por los propios capitanes de
los buques, hasta el último marinero. Todas las organizaciones del oficio se unen en un comité de huelga, y
el conflicto se reanuda, con nuevas amenazas de huelga general.
Yrigoyen retira por segunda vez las tropas. Hay choques –algunos, sangrientos- entre huelguistas y crumi-
ros. Muere en uno de ellos el jefe del sindicato paralelo, que con él desaparece.
Un mes más tarde (abril de 1917), los trabajadores obtienen que la patronal concrete las condiciones estable -
cidas en el laudo del Gobierno, y cesa la huelga. Los obreros lo consideran un triunfo; especialmente, sobre
la empresa de Nicolás Mihanovich, que era líder del sector patronal.
Esa huelga marítima es buen indicativo de cuáles fueron las intencionalidades y actitudes que caracterizaron
la política del presidente Yrigoyen en lo social durante el período. Más allá de matices, diferencias y excep-
ciones, las tendencias generales y preferentes están allí suficientemente claras.
A mediados de 1917 se inició la agitación entre los ferroviarios, con la huelga de los aserraderos de los talle -
res del F.C.C.A. (Rosario), en oposición a una directiva del jefe de ese sector, que los trabajadores considera-
ban arbitraria.
Adhesiones de todo el personal de los talleres rosarinos y su propio petitorio general prolongaron la huelga
hasta el 12 de julio, cuando la empresa aceptó las bases presentadas por las organizaciones sindicales.
Mientras se llevaba a cabo esta huelga, los obreros de los talleres ferroviarios de Tafí Viejo abandonaron el
trabajo reclamando la reposición de un compañero –según ellos, injustamente despedido-, y el retiro de un
capataz, al que consideraban de conducta arbitraria. El conflicto fue resuelto entre los delegados obreros y
los representantes de la empresa.
El 24 de julio estalló una nueva huelga en Rosario y en Pérez, motivada en el despido de dos obreros, y el 11
de agosto entraron en paro todas las líneas del F.C.C.A. El ejército cubrió con tropas las funciones de los ser -
vicios imprescindibles, y la F.O.R.A. protestó por ello. Días más tarde, el conflicto acabó con la reincorpora-
ción de los despedidos y la libertad de algunos detenidos.
El 31 de agosto la huelga estallaba en el Ferrocarril de Santa Fe; el 14 de setiembre, en la Compañía General
de Ferrocarriles; el 16, en el Central Córdoba; el 19, en el F. C. Midland, y luego nuevamente en el F. C. de
Santa Fe.
La F.O.R.A. comienza a planear la huelga general, buscando centralizar los diferentes petitorios en uno de
alcances globales. El movimiento es declarado el 24 de setiembre, y por primera vez los ferroviarios realizan
una huelga de este tipo con la participación simultánea de todas las actividades y especialidades del ramo. El
país vio paralizados totalmente sus ferrocarriles.
La Unión de Choferes también se declaró en huelga general solidaria con los ferroviarios, y así se mantuvo
hasta su terminación.
Por su parte, Yrigoyen movilizó las fuerzas armadas y de seguridad, para suplir en lo posible la carencia de
servicios que afectaba al país, y simultáneamente hacía infructuosas gestiones ante las empresas.
Al entrar en la primera semana de octubre, la situación parecía no tener salida, y los delegados obreros de
todo el país, reunidos en la calle México 2070 de la Capital, deciden entonces elevar una propuesta de signi-
ficación, donde, entre otras cosas, expresan lo siguiente:

Los delegados obreros reunidos para considerar el resultado de las gestiones realizadas por el Gobierno para so-
lucionar la huelga, ante la irreductible intransigencia de los capitalistas directores de las empresas ferroviarias,
que afirman es imposible conceder mejoras de salarios, porque los aumentos que se exigen representarían una
suma de millones que no condicen con los beneficios que les proporciona la explotación de la industria;
En vista del empeño del Poder Ejecutivo nacional por restablecer los servicios del tráfico, totalmente paralizados
por la huelga, y ante la imposibilidad de llegar a una solución decorosa para los trabajadores, que no están dis -
puestos a someterse a los capitalistas extranjeros..., estarían dispuestos a asumir la dirección y explotación de los
ferrocarriles, en la seguridad de que con esta medida los obreros y empleados se colocarán en condiciones de re-
cibir una justa compensación de sus esfuerzos productivos, que traerá como consecuencia inmediata la normali-
zación permanente del tráfico general, y constituirá, asimismo, la mejor garantía para el progreso del país.

La intervención de Yrigoyen en este importante movimiento de los ferroviarios había desencadenado críticas
entre los círculos políticos y en los corrillos empresarios, del comercio y periodísticos. Se la consideraba una
muestra de debilidad y complicidad del Gobierno; un indicio de oportunismo, demagogia e incapacidad.
Una delegación integrada por representantes de la Bolsa de Comercio (comerciantes e industriales) se entre-
vistó con el Presidente. Yrigoyen los invitó a que formularan las indicaciones que consideraran oportunas
para solucionar el conflicto.
Los empresarios tardaron un rato en responder; pero finalmente alguien de ellos señaló que el Gobierno de-
bía desembarcar los marineros, los maquinistas y fogoneros de la escuadra, y colocarlos en el manejo de los
trenes, y terminar así con la huelga.
Conforme a lo señalado por Ricardo Caballero en una sesión del Senado en 1925, Yrigoyen habría contesta -
do:
-¿Es ésa la solución que traen ustedes al Gobierno de su país? ¿Es ésa la medida que vienen ustedes a propo -
ner al Gobierno que ha surgido de la entraña misma de la democracia, después de treinta años de predomi-
nios y privilegios? Entiendan, señores, que los privilegios han concluido en el país, y que de hoy en más, las
fuerzas armadas de la Nación no se moverán sino en defensa del honor o de su integridad. No irá el Gobier -
na a destruir por la fuerza esta huelga, que significa la reclamación de dolores inescuchados. Cuando ustedes
me hablaban de que enflaquecían los toros en la exposición rural, yo pensaba en la vida de los señaleros,
obligados a permanecer veinticuatro y treinta y seis horas manejando los semáforos, para que los que viajan,
para que las familias puedan llegar tranquilas y sin peligros a los hogares felices; pensaba en la vida, en el
régimen de trabajo de los camareros, de los conductores de trenes, a quienes ustedes me aconsejan sustituir

54 Iñigo – Experiencia radical II


por las fuerzas del ejército, obligados a peregrinar a través de las dilatadas llanuras, en viajes de cincuenta
horas sin descanso, sin hogar...25
El 12 de octubre, la Federación Obrera Marítima declara la huelga general del gremio, en adhesión a los fe-
rroviarios.
El 13 de octubre, Yrigoyen dicta un decreto dando cuarenta y ocho horas de plazo a los trabajadores para
normalizar las tareas, sobre la base de una reglamentación de trabaja dictada por el Gobierno el 11 de ese
mes.
El 14 de octubre, los representantes de las federaciones gremiales: F.O.R.A., F.O.M., etcétera, rechazan el
plazo y la reglamentación, a la vez que advierten sobre la posibilidad de declarar la huelga general de todos
los gremios.
El 15 de octubre vence el plazo del Gobierno, sin que éste aplique ninguna medida represiva; por el contra-
rio, a partir de esa fecha, y teniendo en cuenta que la parte gremial deja en suspensa la amenaza de huelga
general, Yrigoyen activa las gestiones tendientes a establecer en forma conjunta una reglamentación que sa-
tisfaga a los trabajadores en relación a sus petitorios.
Luego de laboriosas tratativas, se llega a una serie de normas reglamentarias, sobre cuya base el 18 de octu -
bre se levanta la huelga.
De los gremios ferroviarios, la Fraternidad y los Telegrafistas habían aceptado la reglamentación y el plazo
de Yrigoyen del 13 de octubre, mientras que la Federación Obrera Ferrocarrilera, que aglutinaba al resto,
quedó como protagonista único del convenio final.
Dificultades innumerables durante 1918 agitarían la vida del riel, cuando las empresas comenzaron a inter-
pretar y aplicar a su manera la reglamentación acordada, provocando una larga serie de conflictos locales a
lo largo de todo el país.
Recordemos, por otra parte, que en los veinticuatro días de huelga ferroviaria de 1917, no faltaron víctimas
que cayeron en desórdenes lamentables ocurridos en Junín, Talleres, Santos Lugares, Córdoba, Río Cuarto y
otros sitios. En su mayor parte, los caídos fueron trabajadores.
Hasta diciembre de 1918, además de los movimientos ferroviarios, estallaron otros en los frigoríficos de Be-
risso, y entre los obreros del calzado, los ebanistas, los molineros, los estibadores de Rosario, los telegrafis -
tas y los empleados postales.
Hacia 1918-19, la situación económica de los trabajadores en general llegó a ser angustiosamente apremian -
te. A fines de diciembre de 1918 se realizó el X Congreso de la F.O.R.A. (tendencia sindicalista) en el Salón
Verdi, del barrio porteño de la Boca.
El Congreso adhirió a la paz en Sudamérica y a la lucha de los trabajadores alemanes y rusos, en lo que de-
nomina "heroicos esfuerzos que realizan para dar cima a los anhelos que constituyen el nervio de la activi -
dad creadora del proletariado universal: libertar el trabajo y suprimir la explotación del hombre por el hom-
bre”.
Eran, sin duda, los tiempos que ahora podemos denominar algo románticos, en los que lejos se estaba de sa -
ber cómo los movimientos marxistas terminarían contradiciendo aquellos anhelos de los que hablaban los
trabajadores de la F.O.R.A.
Los sindicalistas siguieron llevando las riendas de la federación en ese X Congreso, imponiéndose sobre los
socialistas y los internacionalistas –disidentes, éstos, del Partido Socialista que constituirían luego el Partido
Comunista-, con discrepancias fundamentales alrededor de la actividad partidaria e ideológica en los gre-
mios. El conflicto se planteaba preferentemente con los socialistas, a quienes los sindicalistas criticaban su
actividad partidaria y electoral, y la intención de dirigir y tutelar el movimiento obrero a través del partido.
La forma en que se desarrollaban las relaciones con el gobierno de Yrigoyen, era el otro punto de fricción.
Los socialistas denunciaban lo que ellos consideraban política negociadora del sindicalismo con Yrigoyen,
que los llevaba a frecuentar los despachos oficiales.

25
Detrás de esta huelga ferroviaria general de 1917 se movieron líneas discrepantes en la orientación política de los dis-
tintos gremios del riel. La Fraternidad y los telegrafistas respondían a la línea del Partido Socialista, que a través de su
comité ejecutivo, con el doctor Justo a la cabeza, había hecho públicas declaraciones contrarias al mantenimiento de la
huelga, así como de crítica a la actuación del Gobierno, al que acusaba de especular con sus contactos entre los cuadros
de la F.O.R.A. sindicalista. La Federación Obrera Ferrocarrilera, por su parte, se hallaba dirigida por sindicalistas, ade-
más de algunos afiliados socialistas, como Alejandro Comolli (h.), que mantenían en el Partido una línea discrepante de
la de Justo y los dirigentes que orientaban a la Fraternidad, coma Américo J. Baliño. Los socialistas, como Baliño y
Justo, denunciaban una presunta confabulación síndico-radical, por la que Yrigoyen y la F.O.R.A. aparecían en acuer-
do; lo que para ellos era una proyección de la connivencia anárquico-radical, de la que ya se ha hablado.
El X Congreso aprobó una nueva carta orgánica, que incluía la incompatibilidad de la secretaría general con
una función política.
Atento a datos oficiales, el lapso 1917-18 fue el de más agudas necesidades sociales para los sectores asala -
riados en general, percibiéndose en 1920 y en 1921-22 ciertos repuntes de las mismas que superan los índi-
ces de los años anteriores a 1916.26
Desde el 2 de diciembre de 1918 se hallaban en huelga los obreros del establecimiento metalúrgico de Pedro
Vasena e Hijos. Dìcha empresa empleaba unos 2.500 trabajadores, en sus talleres en Cochabamba y Rioja
(hoy, plaza Martin Fierro), y sus depósitos en avenida Alcorta y Pepirí, de Nueva Pompeya. 27
El movimiento tenía origen en la negativa patronal a satisfacer un petitorio de mejoras, entre las que se con -
taban la jornada de ocho horas, mayores remuneraciones y otros reajustes en las condiciones de trabajo.
Las únicas actividades que se realizaban, era el movimiento de las chatas cargadas de materiales desde los
talleres hasta los depósitos, y sobre ellas apuntaban las iras de los huelguistas. Las chatas eran especialmente
vigiladas por guardias particulares contratados por la empresa, los que también custodiaban los edificios de
la firma.
Los ánimos se hallaban exaltados por la ya prolongada huelga, y el fuerte calor de la temporada arrimaba lo
suyo a la irritabilidad general. Una sucesión de sombríos y muy lamentables hechas de violencia generarían
durante varios días, en enero de 1919, una secuela de represalias.
Por debajo de todos estos hechos subyacía, por supuesto, una situación social injusta, y la actitud de com -
prensión por parte de Yrigoyen hacia los planteos obreros.
El alto costo de la vida era la principal causa directa del conflicto, como lo sería de la huelga general si -
guiente.
El viernes 3 de enero hubo un tiroteo, con cerca de trescientos disparos, en Pepirí y avenida Alcorta, del que
resultaron heridos tres vecinos, dentro de sus casas.
El domingo 5, durante la siesta, otro tiroteo –como el anterior, presumiblemente originado entre huelguistas
y custodios privados de la empresa- obligó a la intervención policial. Como consecuencia del enfrentamiento
entre la patrulla y los obreros, un disparo de estos últimos mató a un joven oficial.
Las crónicas del día 6 de enero referentes al funeral, trasuntaban claramente el temor existente en las fuerzas
policiales ante el peligro del extremismo revolucionario.
Este hecho de la muerte del funcionario de las fuerzas de vigilancia pública, no siempre ha sido tenido en
cuenta como importante factor que fue de enardecimiento y prevención tensa para los acontecimientos que
siguieron. La actitud policial fue lógicamente endureciéndose. Y en cuanto al Gobierno, cabe señalar un an-
tecedente inmediato: su postura básica de prudencia y alienta negociador habíase visto perturbada en parte,
en los comienzos de la huelga (diciembre de 1918), por el hecho de que el doctor Leopoldo Melo estaba co -
nectado por su profesión de abogado a la empresa de Vasena.
Pareciera que la cautela de Yrigoyen en la delicada situación interna de su partido se sumara por entonces a
la cautela exigida por el conflicto gremial en cuestión. Y así seguirían las cosas hasta que, al ratificar Melo
su posición contraria a Yrigoyen, el Gobierno –por conexión o especial coincidencia- retiró los efectivos
policiales que custodiaban el orden en la fábrica y sus alrededores.
La presencia de los efectivos de seguridad resultó así nuevamente necesaria durante enero de 1919, ya en
pleno ascenso de la cresta de violencia, paralelamente a las gestiones de avenimiento dirigidas a ambas par-
tes en conflicto desde la Casa Rosada.
Como expresión de la postura yrigoyenista ante los sucesos de Vasena y la cuestión social en general había
afirmado el diario La Época, el 19 de diciembre de 1918:

26
El costo de la vida en 1916 fue de 106,1; en 1917, de 124,7; en 1918, de 156,5; en 1919, de 147,5; en 1920, de 172,3;
en 1921, de 153,5, y en 1922, de 128,9. ( Número índice 1933 = 100: Departamento Nacional del Trabajo, 1938.) El sa-
lario real fue en 1916 de 57; en 1917, de 49; en 1918, de 42; en 1919, de 57; en 1920, de 59; en 1921, de 73, y en 1922,
de 84. (En la Capital Federal, N. Í. 1929 = 100: Departamento Nacional del Trabajo, 1938.)
27
La empresa era para entonces propiedad de un trust inglés que había comprado la parte correspondiente a los Vasena,
si bien éstos continuaron desempeñándose como gerentes locales. La industria metalúrgica del país, dependiente de la
materia prima y el carbón provenientes del exterior, había sido muy perjudicada por la guerra. Para reducir sus costos,
la empresa había empleado numerosos trabajadores inmigrantes: españoles, japoneses, turcos, etcétera, que eran los
más humildes de condición y de exigencia de salarios. También había contratado con igual criterio numerosas mujeres
y niños. Las huelgas, los salarios de hambre y las duras sanciones disciplinarias de quitas y multas, habían caracteriza -
do a la empresa Vasena durante los años de la guerra.

56 Iñigo – Experiencia radical II


La hora no es de agitaciones airadas... Es de trabajo silencioso y tenaz. Ha llegado el momento de combinar es-
fuerzos y aunar voluntades para aplicarlas a la tarea común de reconstituir la prosperidad de la Nación... Del pre-
sidente Yrigoyen, de su patriotismo y de su simpatía por la causa de las clases desposeídas, no pueden recelar
los trabajadores. Le han visto rectificar la dirección de la política social argentina, haciéndola más humana y jus -
ta, separando los intereses del Estado de las conveniencias capitalistas, y mediando imparcialmente en todo con-
flicto suscitado entre obreros y patrones. Sería juicioso, entonces, que depositaran su confianza en él, abstenién-
dose de perturbar la acción del Estado, tan difícil de suyo en los momentos actuales. De otro modo caerían en
una tentativa descabellada, cuyas consecuencias serían los primeros en lamentar.

A partir de 1918, el frente opositor a Yrigoyen tiende a aumentar. En las primeras elecciones municipales re-
gidas por el nuevo reglamento electoral propiciado por el Gobierno para la Capital Federal, los radicales fue-
ron claramente derrotados por los socialistas.
La oposición de algunos grupos militares vinculados al conservadurismo también por entonces crece, lo que
es simultáneo con la reorganización expansiva de esa tendencia y del grupo azul del radicalismo.
El fantasma de la revolución marxista y bolchevique –con sus alcances verídicos y también con los exagera -
dos- era la presencia de fondo que de una manera u otra empujaba a los espíritus. De allí en más, el radicalis-
mo habrá de computar como un factor decisivo el necesario respaldo del ejército en la configuración del po-
der, para sostener su gobierno.
En la medida en que la cuestión social penetraba en los intersticios mismos del ordenamiento de la Repúbli-
ca, aquélla se trasformaba en una simultánea cuestión geopolítica de gran alcance. No en vano los problemas
se concentraban en la cabeza porteña Conductora del país, en su núcleo vital.
Todo este cuadro refuerza el notable papel cumplido por el general Dellepiane durante la crisis, y que estaba
señalando quizá la única salida posible para que el radicalismo armonizara sus banderas democráticas y de
justicia social con el ordenamiento necesario a la subsistencia misma de la Nación.
Este papel habría de tener una similar intención en el que le tocaría luego al teniente coronel Héctor Benigno
Varela. Veremos cómo circunstancias geopolíticas diferentes darían matices especiales a la actuación de Va-
rela.
La constitución de la Asociación Nacional del Trabajo como entidad empresaria federada, en mayo de 1918,
agrega otro elemento de resistencia a la orientación gremial del momento; pero también define a un protago-
nista social que el radicalismo no podía ignorar, en su política de armonía.
Pero regresemos ya a los hechos de Vasena. Junto con los incidentes del 3 de enero de 1919, los huelguistas
habían comenzado a levantar y cortar las cables de electricidad y de teléfonos, y las cañerías .le agua que pa -
saban por la fábrica y sus aledaños.
Las cuadrillas de reparación enviadas fueron agredidas por los obreros, siendo por ello destacado al lugar un
piquete de bomberos, que terminó instalado como única fuerza pública estable en los techos de un instituto
educativo ubicado frente a la fábrica.
El 7 de enero a las 16:30 fueron atacadas a pedradas seis chatas que habían salido de los talleres de Rioja y
Cochabamba custodiadas por agentes del escuadrón de seguridad, conocidos entonces como cosacos. Sonó
un disparo, y de allí en más hubo un combate que duró media hora.
El piquete de bomberos que desde el día 3 se hallaba acantonado en el colegio vecino, fue rodeado por los
huelguistas, y debió defenderse con sus fusiles.
Refuerzos policiales que llegaron en ambas direcciones de la avenida Alcorta, fueron tiroteados por huel -
guistas desde un terraplén. Como resultado, cayeron cuatro muertos –tres de ellos, alcanzados por las balas
en sus casas- y cerca de treinta heridos. Ningún policía ni bombero resultó herido o muerto.
El jueves 9, el sindicato metalúrgico declaró paro, con motivo de la inhumación de los caídos. En forma es-
pontánea, ese mismo día se inició la huelga general en toda la ciudad.
La exaltación de los huelguistas y de las gentes que los apoyaban, provocó desórdenes, destrucción de tran-
vías y otros vehículos, interrupción de calles, rotura de faroles de alumbrado público... Una multitud rodeó
los talleres de Vasena, y comenzó a atacar el edificio con intenciones de irrumpir en su interior, donde se ha -
llaban reunidos los directivos y otros empresarios.
Estalló una verdadera batalla campal con armas de fuego, cuando los atacantes dispararon sobre los bombe-
ros y los custodios particulares de la empresa. Debieron intervenir cerca de 150 hombres, entre policías,
bomberos y una sección de ametralladoras del ejército.
El desgraciado episodio duró hasta el atardecer, con un saldo de casi 30 muertos, 36 heridos graves y 30 le -
ves.28
Ese mismo día hubo otros incidentes sangrientos en el recorrido del cortejo de los muertos del día 7. Se co -
metieron desmanes de toda índole, entre los que no faltaron el asalto a una iglesia y a una comisaría, y el sa -
queo de armerías. En el cementerio mismo, durante el acto del sepelio, se generó un incidente, y las tropas
policiales y de infantería que guardaban el orden debieron intervenir, produciéndose choques dentro y fuera
de la necrópolis. Señala Nícolás Babini:

Es difícil determinar el total de víctimas de ese día luctuoso. La policía tuvo cinco muertos y muchos lesionados.
El centro socialista de la 8~ recibió cinco cadáveres, y, según los diarios, hubo 18 muertos y 82 heridos identifi -
cados. A la morgue llegaron, en la madrugada del sábado, 41 cadáveres de diversos puntos de la ciudad.29

En la tarde de ese jueves, el general Luis Dellepiane, comandante de la II División, con asiento en Campo de
Mayo, se llegó a la Capital seguido por efectivos a su mando. Ya en la ciudad informó al
Ministro de Guerra que ante el cariz de los acontecimientos había decidido traer las tropas y ocupar con ellas
la zona estratégica de la plaza del Congreso. El Ministro lo designó comandante militar de la ciudad.
La intención del general Dellepiane era sofocar los desórdenes subversivos, llegar a un acuerdo con los gre-
mios de la F.O.R.A. que respaldaban a los trabajadores en conflicto, y sostener el orden constitucional.
El viernes 10 de enero, los dirigentes de la F.O. R.A. Noveno Congreso declararon la huelga general –que ya
era un hecho desde el día 9-, y ante gestiones del jefe de policía, don Elpidio González, y del presidente Yri-
goyen, presentaron el sábado 11 un petitorio con los diferentes puntos solicitados por los obreros de Vasena
y por la Federación; ésta, en cuánto a la libertad de los presos tomados durante los días de conmoción.
Ese mismo día, a las catorce, Alfredo Vasena aceptó las condiciones de los obreros en la Casa Rasada, y con
la presencia de los representantes de la F.O.R.A.
A las dieciocho, la F.O.R.A. declaraba levantada la huelga; pero ésta siguió sostenida por los trabajadores
hasta tanto se pusiera en libertad a los detenidos, y a esa actitud se sumó coincidente la de la F.O.R.A. anar -
quista (Quinto Congreso).
Los obreros metalúrgicos y Vasena firmaron el convenio el día 11, en el despacho del ministro del
Interior. Era el acuerdo sobre las relaciones laborales en la empresa: la cuestión originaria. 30
El 14, Dellepiane se entrevistaba con sendas delegaciones de ambas F.O.R.A., y aceptaba las condiciones,
idénticas en ambos pliegos, y que fueron las últimas y definitivas.
Esa misma tarde, una comisión policial allanó el local de La Protesta, diario anarquista de la línea F.O.R.A.
Quinto Congreso. Entonces fue cuando Dellepiane ofreció indignado su renuncia.
El miércoles 15, una delegación obrera pidió en una entrevista con Yrigoyen que éste rechazara la dimisión
de Dellepiane; y desde ese momento comenzaron a ser puestos en libertad los presos.
Las pavorosas jornadas vividas durante esos días de enero de 1919 agregaron a los aspectos ya señalados
dentro de la cuestión social, la participación negativa de las minorías extremistas –tanto las del campo gre-
mial izquierdista, como las de sectores civiles de intereses retardatarios-, y así también la de quienes desde la
F.O.R.A Noveno Congreso, el Gobierno y las Fuerzas Armadas supieron conciliar la defensa del orden cons-
titucional con la consideración práctica de las fundadas reivindicaciones sociales. 31 En este sentido, el secre-
28
A las 14:30 de ese jueves 9 de enero, ante el cariz que tomaban los hechos, se hizo presente el recién nombrado jefe
de policía, Elpidio González –más tarde, vicepresidente de Alvear-, y solicitó a los huelguistas que depusieran su acti -
tud violenta. El oficial de la repartición que lo acompañaba, recibió una puñalada; el auto del jefe policial fue volcado e
incendiado, y González debió regresar a su despacho con las dificultades imaginables.
29
N. Babini, "La Semana Trágica", pág. 15.
30
Conforme a lo señalado por S. Marotta en El movimiento.. (tomo II, pág. 245) , las condiciones acordadas por Alber -
to Vasena y los delegados metalúrgicos, fueron las siguientes: Jornada de ocho horas; veinte por ciento de aumento so -
bre los jornales mayores de $ 4,99; treinta por ciento para los de $ 3 a $ 4,99; cuarenta por ciento para los inferiores a $
3; cincuenta por ciento sobre las horas extras (realizables sin obligación); ciento por ciento en los jornales de los do -
mingos; supresión del trabajo a destajo, y ninguna represalia por la huelga. La reanudación del trabajo se fijó para el lu-
nes 20, a fin de darle tiempo a la empresa para reparar los daños ocasionados durante la huelga, corriendo por cuenta de
ella los jornales de los obreros a partir de la firma del convenio.
31
La injusticia social reinante en los sectores obreros llevó al estallido espontáneo y desarticulado de la masa, que en
las más importantes ocasiones desbordó a los sindicatos y a las dos F.O.R.A. La situación especialmente aguda de esa
carencia de justicia en la empresa Vasena, trasformó al núcleo sindical de tendencia anarquista que lideraba a los obre-
ros de dicha empresa, en una de las avanzadas incontrolables de los sucesos más graves de los días 7 y 9 de enero, los

58 Iñigo – Experiencia radical II


tariado de la citada central obrera, Yrigoyen, Elpidio González y muy especialmente el general Dellepiane,
se distinguieron en aquellos difíciles momentos.
Por otra parte, esos hechos de la denominada Semana Trágica evidencian la presencia de ciertos
factores coadyuvantes, que merecen tenerse en cuenta. Entre ellos, la mentalidad cerradamente clasista de
muchos empresarios de aquel tiempo; el temor y la confusión reinante ante las expresivas amenazas de sec-
tores extremistas del anarquismo, y ante hechos criminales consumados en el pasado, como el asesinato del
coronel Falcón y otros ejemplos; la desviación y distorsión producida en ciertos grupos nacionalistas, origi -
nariamente orientados en la tendencia acertadamente inspirada, entre otros, por Ricardo Rojas, pero que la
presión de los hechos llevaron a una actitud violenta y casi enajenada, como lo realizado en las barriadas con
notoria colectividad judía y en barrios y locales obreros; 32 la influencia del fantasma de la revolución social
que llegaba al país desde los países europeos, muchos de los cuales ya vivían distintas convulsiones y difíci-
les momentos, cuando no la miseria y la guerra, como en el caso de Rusia; la poco soportable presión en la
que se desempeñaba el personal de la policía, maniatado por la famosa orden del presidente Yrigoyen de no
emplear las armas contra reuniones o manifestaciones, partícipe de la pobreza y carencia social generales,
con sus sueldos insuficientes, y en medio de un índice de armamentismo civil y gremial que era mucho más
alto de lo que hoy puede ser imaginado.
Ese oscuro verano del 19 sirvió por entonces para aumentar en gobernantes y ciudadanía la conciencia de los
graves desperfectos que carcomían a la sociedad nacional. La justicia social cobró, como necesidad e ideal,
nuevos ímpetus. Yrigoyen recurrió a la colaboración de personalidades y conocedores del problema –como
el mismo José Ingenieros-, obteniendo asesoramiento e inspiración para elevar esa serie de proyectos legisla-
tivos, que en su mayor parte las mayorías opositoras de las Cámaras desecharon, trabadas por la temible tara
de la pequeñez partidista.
La Unión Popular Católica Argentina organizó una inmensa colecta nacional, destinada a reunir fondos para
obras, viviendas, ateneos, servicios sociales e instituciones de enseñanza para los trabajadores. Actuó en esta
campaña como gestor principal el padre Miguel de Andrea, inspirado en la doctrina social de la Iglesia; es-
pecialmente, en la encíclica Rerum novarum, de León XIII. Entre el 22 de setiembre y el 1° de octubre de
1919, logró reunir más de 13.000.000 de pesos, en una época en que el jornal promedio del trabajador era de
tres pesos diarios. De allí salieron, entre otras cosas, el Ateneo de la Juventud y la Casa de la Empleada. (El
empresario marítimo Nicolás Mihanovich fue uno de los principales donantes.)
Desde el punto de vista sindical, la experiencia había mostrado una casi absoluta solidaridad de todos los
gremios y buena parte de la opinión pública con los derechos del personal de Vasena; que las partes se ha -
bían avenido a un convenio alentadas por el Gobierno; que la central sindical más representativa –la F.O. -
R.A. Décimo Congreso- había, mal que bien, logrado el contralor de la huelga, llevándola a una solución co-
herente. Y, como corolario especial, la actitud del general Dellepiane no solamente había preservado el orden
básico y una salida justa a la cuestión gremial, sino que había sido impermeable a ciertas insinuaciones que
le llegaran desde sectores conspirativos de la oposición civil, para que desalojara a Yrigoyen del gobierno.
Los años 1919 y 1920 fueron de abundantes problemas obreros y suficiente exaltación social. Pero, simultá-
neamente, la actitud del Gobierno garantizó pasos positivos en cuanto a mejoras sociales. Afirma Sebastián
Marotta:

Los trabajadores en general conquistan aumentos que oscilan entre un veinte y ciento por ciento, beneficiándose
especialmente los de la industria, de los grandes centros de población del país y de las zonas cerealistas. En estos

que superaron incluso la supervisión de la misma F.O.R.A. Quinto Congreso, anarquista y conductora de la línea más
dura y extrema. Los desperfectos socioeconómicos que agredían la vida de ciertos importantes sectores medios de la
Capital: obreros y también empleados, pequeños comerciantes, etcétera, sumó al estallido una cierta opinión pública fa-
vorable: tal el aporte del socialismo en general a la huelga, lo que, por otra parte, indica cómo las clases medias se divi-
dieron frente al movimiento de enero. Fenómenos como la presencia de importantes grupos de adolescentes, jóvenes y
hasta niños, pertenecientes a los estratos populares –pero, sobre todo, viviendo una situación marginal entre el aisla -
miento, la travesura y el delito, propia de una gran urbe como Buenos Aires-, arrimó al movimiento una buena carga de
agresividad y hasta salvaje violencia, pariente muy cercano de lo que a poco tiempo empezaría a verse, por ejemplo, en
los estadios de fútbol. El miedo y la autodefensa social de ciertos sectores altos y medios. hizo que especialmente gru -
pos armados de estos últimos (guardias cívicas) complementaran la violencia obrera con una persecución a menudo
también salvaje contra todo lo que fuera o pareciera favorable a la huelga.
32
Los excesos producidos en el desempeño de ciertas comisiones policiales, que con la ayuda de elementos. civiles
(guardia cívica, de corte nacionalista) intentaban restablecer el orden, decidió a Dellepiane a imponer disciplina y cor -
dura.
lugares, además de discretos salarios –que pasan de 6 y 7 pesos a 8, 9 y 10 por día, con bonificaciones del ciento
por ciento en el trabajo fuera de la jornada normal-, obtienen los estibadores la reducción del peso de las bolsas
y altura de las estibas, turnos en períodos de desocupación y la generalización de la jornada de ocho horas de tra-
bajo.33

Otro beneficio por entonces obtenido fue el de la reducción del ciclo semanal a 44 horas, lo que, entre otras
cosas, permitió ampliar el mercado de trabajo.
Quedaban fuera de este concierto social los patrones que deseaban mantener privilegios a espaldas de las
propias leyes del país. Y esta actitud era una de las causas de algunos de los conflictos laborales que se sus -
citaban. El lock-out de los empresarios marítimos en 1919 es un ejemplo de ello. 34
Otro rasgo importante de ese lapso es la extensión de la solidaridad gremial a importantes sectores de las
clases medias. Así ocurre que los empleados de comercio reorganizan sus asociaciones y libran una brega
sostenida por sus derechos, pasando lo mismo con los bancarios, maestros y periodistas.
La F.O.R.A. Noveno Congreso lleva la brega sindical a las zonas de las selvas chaqueñas y misioneras, luga -
res donde las condiciones sociales y laborales eran a menudo indignantes. Allí la central obrera realiza una
obra reparadora en situaciones donde el Poder Ejecutivo y el Congreso no pudieron o no quisieron hacerlo.
El año 1920 fue, entre otras cosas, el de la lucha sindical contra la más poderosa de las empresas navieras, de
la que era dueño Nicolás Mihanovich. Llegó en la ocasión la empresa a cambiar la bandera de una buena
parte de sus buques, nacionalizándolos uruguayos, para poder así reemplazar a los trabajadores argentinos
que se hallaban en conflicto desde hacía cuatro meses, según lo recuerda Sebastián Marotta en sus Memorias
sindicales.
Estos lamentables conflictos fracturaban el esfuerzo productivo nacional, impidiendo que el empuje naviero
del país se armonizara con su progreso en materia social. Partes de un toda común que debieran compatibili -
zar sus aportes en acuerdos partidarios, se desgastaban enfrentándose y perjudicando al resto del conjunto ar-
gentino. Esto lo entendemos válido para los diversos problemas sociales que se suscitaban.
El proyecto de reglamentación de las asociaciones profesionales que presentara Yrigoyen a fines de mayo de
1919, tuvo cierta tramitación en la comisión de legislación de Diputados, que dio despacho en base al mismo
y con algunas modificaciones.
Resistiendo dicho proyecto, la F.O.R.A. organizó un congreso extraordinario, al que adhirieron gremios au-
tónomos, el Partido Socialista y el Partido Socialista Internacional (luego, denominado Comunista). Actos
parciales, manifiestos, murales y publicaciones son empleados para difundir los fundamentos del rechazo al
proyecto.
El 10 de agosto se realizó una manifestación multitudinaria en la Capital. (Cuando los primeros manifestan-
tes habían llegado y cubierto parte de la plaza San Martín, los últimos se hallaban todavía en la del Congre -
so, tal era lo nutrido de las columnas.)
También había adherido al acto el diputado radical José P. Tamborini; pero, cuestionada su inclusión en el
acto por los socialistas, el diputado radical no ocupó la tribuna de la plaza San Martín, en la que hablaron va -
rios representantes de los diferentes sectores adheridos al movimiento contrario al proyecto.
Los puntos de disidencia principales con referencia al mismo, giraban alrededor de las normas que establecía
para el funcionamiento de los sindicatos y el desarrollo de las tareas. En general, el proyecto era una síntesis
de lo que el yrigoyenismo podía quizás haber pretendido, de haber concretado una reforma social y una or -
ganización sindicalista de contenido nacional sin ideologías exóticas y subversivas, y de lo que podían acep-
tar conservadores y antipersonalistas. Pero ocurría que ni esa reforma ni esa organización sindical existían, y
entonces se planteaba una fractura o un vacío, en el que las nuevas instituciones, más justas y más orgánicas,
brillaban por su ausencia entre dos extremos de un abismo: el gremialismo agitativo, y las normas reglamen -
tarias, vueltas simple cortapisa y represión.
33
S. Marotta, El movimiento..., tomo II, pág. 250.
34
La Asociación Nacional del Trabajo (liga empresaria) y el Centro de Cabotaje (patronal naviera) lanzaron el lock-out
como respuesta a los progresos sindicales y mejoras sociales conseguidas por la Federación Obrera Marítima. Pese al
cierre del puerto capitalino, el comercio exterior sufrió escasos perjuicios, pues el movimiento fue derivado a otros
puertos litoraleños. Yrigoyen daba apoyo manifiesto y lateral al gremio, en tanto atendía sus demandas y presionaba
con distintas medidas a los empresarios responsables del cese del comercio portuario. Dichas empresas eran en su ma-
yor parte británicas, o se hallaban conectadas con capitales de ese país. El Foreign Office, por su parte, en atención a las
necesidades de alimentos que tenía Inglaterra, se oponía al lock-out. Los Estados Unidos vivían una creciente rivalidad
con los ingleses en la Argentina, y sus compañías navieras no entraron en el boicot. Los trabajadores marítimos, organi -
zados sólidamente alrededor de su sindicato, dieron una lección de solidaridad laboral y buen orden.

60 Iñigo – Experiencia radical II


Finalmente, la no viabilidad histórica del proyecto, detenido por las limitaciones del radicalismo, la resisten -
cia sindical y la apatía opositora, termina durmiendo en los cajones legislativos.
En el mismo enero de 1919 surgió la Liga Patriótica Argentina, integrada por importantes entidades, como el
Club Naval, el Círculo Militar, el Yacht Club, la Asociación de Damas Patricias, el Círculo de Armas y re-
presentantes de la jerarquía eclesiástica. Su composición social y su tendenciá eran preferentemente alta,
conservadora y nacional. En sus objetivos se destacaban la guerra contra las ideologías y los agitadores forá -
neos; el estímulo del sentimiento de la argentinidad y el espíritu conciudadano, y el recuerdo de los antepa-
sados que nos dieron Patria, e inspirar al pueblo amor por el ejército y la marina. Eran los puntos básicos de
su programa, los que, por otra parte, reflejaban una actitud defensiva frente a la confusa situación del país,
en transición formativa y en crisis estamentaria. Era el argentinismo surgido de quienes por su historia y su
función social estaban en condiciones de hacerlo, pues habían mantenido unido y conducido el país hasta en-
tonces. De quienes preservaban ciertos valores que eran de todos los argentinos.
La Liga tuvo una organización paramilitar, y una coalición amplia y heterogénea en su composición social y
política. El diario socialista La Vanguardia veía así desde su óptica a los sectores integrantes de la Liga:

Politicastros en desgracia, caudillos parroquiales..., fuertes industriales, ricos hacendados, algún fraile batallador
al lado de caracterizados clericales, buen número de jefes militares que han de soñar con ganar alguna batalla al
frente de aguerridas guardias blancas, excelentes ciudadanos temerosos de que se dude de sus sentimientos pa-
trióticos, y ex hombres de gobierno en estado de merecer; todos estos elementos hay, confundidos en estrecha
alianza radicales y conservadores.35

Pero la Liga poseía también su apertura social anticapitalista y antigremialista, que provenía de cierta co -
rriente interna de clase media que contenía, y que en realidad motorizaba su difusión y éxito entre importan-
tes sectores de la población:

Capital organizado y trabajo organizado significan la misma cosa; cada cual obedece a su propio interés, sin
consideración al resto de la humanidad. En su egoísmo y codicia de poder, están librando una violenta batalla de
destrucción social. La clase media, que representa realmente las tres cuartas partes del pueblo, se encuentra entre
esas dos fuerzas sin protección alguna, recibiendo y soportando el choque de ambas. Sea cualquiera la forma
como se resuelva el conflicto, las organizaciones ambiciosas siempre ganan, no pierden nunca: sólo la clase me-
dia se tambalea bajo la carga... y sufre las pérdidas.36

Presidía la Liga, Manuel Carlés, ideólogo, militante y diputado conservador; profesor en la Escuela Nacional
de Guerra y del Colegio Militar de la Nación; hombre de excelentes conexiones con los medios políticos,
empresarios y militares, incluso con los mismos radicales. Su gestión como interventor 'federal de Yrigoyen
en Salta y en San Juan, y el buen trato dado siempre por el radicalismo a la Liga, reflejan esa relación no
conflictiva, que en ocasiones se trasformaba en discrepancia más o menos aguda y progresiva.
Entre otros hechos sobresalientes vividos en el mundo sindical durante los años 1920 y 1921, pueden men-
cionarse el planteo de problemas salariales y de la semana de 44 horas de labor –media jornada los sábados,
además del descanso dominical-; la lucha de los empleados de comercio; el aporte de la F.O. R.A. Noveno
Congreso a la ley de accidentes de trabajo; los triunfos de los marítimos contra la empresa Mihanovich; el
fortalecimiento del sindicalismo pacífico y organizado; el pacto entre la F.O.R.A. Noveno Congreso y la Fe-
deración Agraria Argentina; la pugna entre socialistas, comunistas y sindicalistas dentro de la central federa-
da; el XI Congreso de la F.O.R.A., y su fracaso en general ante las luchas internas partidistas que deterioran
a la central obrera; el problema del alza del costo de la vida, y las medidas oficiales dispuestas por las autori -
dades nacionales y por el intendente porteño, José Luis Cantilo.
El costo de la vida fue tema de gran repercusión por aquellos años. Las medidas del Gobierno para paliarlo
estaban acompañadas de suficiente espectacularidad publicitaria: Cantilo recorriendo personalmente la ciu-
dad; Cantilo proponiendo planes cooperativos con subsidio municipal para controlar los mercados abastece-
dores; Cantilo descubriendo depósitos clandestinos de acaparadores, y decomisando mercaderías en mal es -
tado...
Había en todo ello un cierto sincronismo electoral, ya que las iniciativas más espectaculares y llamativas co-
incidían casi siempre con las vísperas de elecciones.
35
La Vanguardia, del 1.4.1919. Citado por D. Rock, en El radicalismo..., pág. 188.
36
Primer Congreso de Trabajadores de la Liga Patriótica Argentina, 1920, pág. 95. Citado par D. Rock, en El radica-
lismo..., pág. 189.
En este punto ha de tenerse en cuenta que luego de la derrota sufrida por el radicalismo en las elecciones
municipales de 1918 en la Capital frente a los socialistas, el entorno electoral no le era muy favorable. En
1919 habían conseguido triunfar, pero por un corto margen, mientras que una porción notable de la clase me-
dia se alejaba de sus boletas para apoyar a los demócratas progresistas o a los socialistas.
En 1920 consiguieron un repunte; captando un número importante de votos de los socialistas. Esto no estuvo
desligado de la promoción de las referidas campañas.
Las angustias populares de la carestía se centraban lógicamente en el trigo para el pan y en la carne vacuna,
que eran los dos productos de mayor consumo masivo. El Gobierno hizo una tentativa legislativa para reba-
jar el trigo, que, aunque aprobada por el Congreso, resultó fallida. .
Luego encaró drásticas medidas con la industria azucarera, cuyo producto, si bien de primera necesidad, no
era el de mayor peso en la canasta familiar. Esta desencadenó protestas en los círculos provincianos del azú-
car, que renovaron las acusaciones contra el Gobierno de demagogia y oportunismo, motivando la resisten -
cia en el Senado para sancionar las medidas propuestas por Yrigoyen, que Diputados –por entonces, con ma-
yoría radical- había aprobado.
Hacia mediados de 1921, la declinación de los volúmenes y los precios de las exportaciones argentinas, a
causa de las medidas tomadas en Europa, determinan un período de crisis. Atento a ella, las empresas buscan
contratar a estibadores no agremiados, para pagar menos jornales y abaratar costos.
Los estibadores se hallan divididos por un enfrentamiento entre sindicalistas y anarquistas; pero éste termina
en mayo de 1921 con la victoria de los ácratas, que se quedan con el gremio.
Los choques entre las dos corrientes se renuevan, cuando el Gobierno se aleja un paso de su apoyo a los sin -
dicalistas, y permite que trabajen en el puerto obreros no agremiados, los que estaban protegidos por la Aso -
ciación del Trabajo. Entonces las riñas son de tres contendientes, y de todos contra todos. La Liga Patriótica
Argentina da su apoyo a la Asociación del Trabajo. Un grupo de taxistas emite un comunicado criticándolo.
Miembros de la Liga atacan la sede del gremio taximetrero pistola en mano, y los taxistas responden con su
huelga general. Entonces 16.000 automóviles particulares se ofrecen para funcionar como taxis en forma
temporaria, y una ola de apoyo a la Liga recorre los ámbitos de las clases alta y media.
El clima general se fue tornando similar al de 1919. Se hablaba de significativas visitas del general Uriburu
al Ministro de Guerra. Las dos F.O.R.A. van aparentemente hacia la huelga.
En la noche del 30 de mayo, mientras se hallaban reunidos en el local de la F.O.R.A. de la calle Belgrano
2545, una nutrida comisión policial, encabezada por Elpidio González y el comisario Francisco Laguarda,
penetra en el local, disuelve la reunión,
y detiene a 180 militantes de los gremios sindicalistas. En forma espontánea los trabajadores abandonan sus
tareas a medida que la noticia del procedimiento se difunde.
Algunos miembros del Consejo Federal de la F.O.R.A. que habían escapado al procedimiento se hacen cargo
en nombre de la central de un manifiesto, que en su párrafo final expresa:

" Por la libertad de nuestros camaradas aprisionados, por la garantía de los derechos del trabajo, por el restable -
cimiento de las libertades sindicales, ¡ningún obrero trabaje! ¡Viva la huelga general!

Ambas F.O.R.A. constituyen un comité mixto de huelga, con facultades orientadoras y directivas.
El 7 de junio, ya disuelto el día anterior el Comité Mixto, se reúnen los integrantes del Consejo Federal de la
F.O.R.A. sindicalista, y dan por levantada la huelga, teniendo en cuenta, entre otras cosas, que la huelga ge -
neral había cumplido su objetivo de protesta y de anhelo en favor de los derechos sindicales.
Ubicado entre un movimiento obrero que tenía conducción e ideología en buena parte extranacionales, y que
todavía no estaba integrado a las instituciones del país, y los sectores de la sociedad nacional media y alta
que no habían comprendido acabadamente la necesidad de dar concreción a los enunciados de bienestar y
justicia de aquellas mismas instituciones; el Gobierno radical había, lógicamente, combinado en su política
social la tolerancia constructiva y la imprescindible represión. Lo nacional y lo social se entrecruzaban en
esa realidad geopolítica argentina de exigencias modernas y soberanas.
Los territorios del sur o patagónicos adolecían de graves problemas estructurales. Al finalizar el año 1920,
iban sumándose a ellos otros de carácter coyuntural, nacidos en los desajustes económicos de la posguerra,
que al disminuir la demanda internacional de nuestras lanas, habían reducido sus volúmenes y precios de ex -
portación. En consecuencia, se empobrecieron la industria, el comercio y el trabajo en general, lo que, unido
a la carestía de la vida y a la corrupción de los funcionarios, creó un ambiente por demás tenso y deplorable.
Afirma Manuel Carlés:

62 Iñigo – Experiencia radical II


En tanto, las peonadas de las estancias sufrieron de rebote el mal de los patrones. Los sueldos y jornales bajaron.
Tres cuartas partes de los peones, despedidos por economía de las estancias, quedaron sin trabajo... Es la miseria
del hambre y de la intemperie. Mata la desesperación y conduce al delito. Nadie socorrió, nadie resolvió la situa-
ción de esos miles de desocupados, que fueron presa fácil de empresarios de tumultos. Los desocupados juntá-
ronse con los presidiarios, que, después de cumplida su condena en Ushuaia, son abandonados a su triste suerte
en los puertos de Santa Cruz, donde ellos tampoco encuentran trabajo... El Gobierno, después de una grita en to-
dos los tonos del enojo del vecindario, destituye por soborno al pésimo empleado; y, o lo nombra de nuevo en
otra parte, o lo sustituye con otro peor. Esta conducta torpe suscita en la gente honesta, aborrecimiento contra
toda clase de autoridad. Por eso se produjo en Santa Cruz la rebelión en una forma terrible.37

Señala Osvaldo Bayer:

Pero ¿qué había pasado en la Patagonia? O mejor dicho, ¿qué era la Patagonia en 1920? Simplificando, podemos
decir que era una tierra argentina poblada por peones chilenos, y aprovechada por un grupo de latifundistas y co-
merciantes. Es decir, gente que ha nacido para obedecer, y otros que se han hecho ricos porque son fuertes por
naturaleza... El Presidente ha leído detenidamente los antecedentes. Comprende bien que se han dado circuns-
tancias muy adversas que pueden ser aprovechadas en cualquier momento por el Gobierno chileno para poner
pie en la Patagonia.38

Advierte el teniente coronel José Luis Picciuolo:

En 1918 vivía de su lana y de la carne ovina. La falta de exportación trajo crisis económica; las condiciones de
vida de los trabajadores en varios aspectos, era deficiente. En su mayoría eran extranjeros; particularmente, chi-
lenos e inmigrantes venidos de Europa ... Hemos mencionado el aislamiento de Santa Cruz con respecto al resto
del país. Recordemos nuevamente que la Patagonia (y Santa Cruz, especialmente) no estaba integrada a la Ar-
gentina. Sus comunicaciones eran por mar, mediante buques de la Empresa de Menéndez y de la Marina de Gue-
rra. El único ferrocarril existente, de Puerto Deseado a Colonia Las Heras, no estaba ni está actualmente conec -
tado a la red principal, pese a que el proyecto inicial de su trazado aspiraba a ello. Y esto es muy importante en
una época como aquélla, en que el transporte automotor era incipiente, y la comunicación aérea recién comenza -
ba en el mundo.39

Los sucesos de la Patagonia se desenvolvieron en dos tiempos. En el primero; hacia enero de 1921, en Santa
Cruz los peones y trabajadores en huelga se habían levantado armas en mano, saqueando estancias, tomando
rehenes, destruyendo instalaciones privadas y públicas, y obligando a muchos a sumárseles. Varios inciden-
tes graves aportaban un número preocupante de muertos y heridos. No faltaban comisiones de huelguistas
que cometieran violencias contra funcionarios, familias y comercios. Un grupo armado de ellos, compuesto
por más de 200 hombres y dirigido por Juan Trini (alias El Toscano), reunía en su seno a muchos ex presi-
diarios, y se había distinguido en el delito y la destrucción en general, manteniendo estrecho contacto con el
comité de huelga que respondía a la F.O.R.A. de orientación anarquista, a través de la sociedad obrera regio-
nal.
La vida cara y los sueldos bajos; el pago en moneda chilena, en cheques a cobrar en Chile o en mercaderías;
las pésimas condiciones de trabajo, y la venalidad y abuso de jueces, comisarios y funcionarios en general,
eran las causas inmediatas de la huelga, a las que se debe integrar en el condicionamiento básico del territo-
rio, con su casi vacío de poder nacional, su marginalidad socioeconómica, su situación coyuntural crítica de
posguerra, y las actividades del sindicalismo, tanta anarquista como maximalista, unidos en la postura sub-
versiva y extranacional.
La mayor parte de los cuadros dirigentes de la huelga eran anarquistas –tanto individualistas como colecti-
vistas- que adherían a la F.O.R.A. Quinto Congreso. Pero también había un sector minoritario de dirigentes
maximalistas –apoyaban más o menos a la Revolución Rusa de 1917, en su etapa leninista-, los que en algu-
na medida reflejaban la presión que por entonces ejercían los comunistas bolcheviques, tratando de influir en
los gremios anarquistas en general, para llevarlos hacia su tendencia, como ya ocurriera cuando en el IX
Congreso de la F.O.R.A. coincidieran con los sindicalistas y los socialistas en esa presión. Tal combinación
de matices maximalistas con referencia al comunismo ruso, era confusa y nada definida, y no permite una
37
M. Carlés, El culto..., págs. 6-7.
38
O. Bayer, "Los vengadores...", págs. 28-27.
39
J. L. Picciuolo, Aspectos…
apreciación ajustada de la muy posible presencia bolchevique en el levantamiento. Antonio Soto resulta un
personaje llamativo en cuanto a esta situación, en su carácter de uno de los jefes del comité de huelga y ma -
ximalista de avanzada, más tarde refugiado en Chile.)
Luego de adelantar algunos pocos efectivos militares en forma provisional hacia Santa Cruz, el presidente
Yrigoyen envía en misión especial el 10 de caballería, a las órdenes del teniente coronel Héctor Benigno Va-
rela, excelente oficial de convicciones radicales probadas y gran espíritu de servicio. Varela, juntamente con
el flamante gobernador del territorio, capitán ingeniero Ángel Izza, logra la rendición incondicional de la
mayor parte de los huelguistas insurrectos en armas, y una solución pacífica al problema, por medio de un
laudo del Gobernador, basado en una minuciosa investigación de la situación social y los hechos. 40
El laudo concede los cinco puntos presentados por los trabajadores en noviembre de 1920: aumento de suel-
do; mejoras en las viviendas, para que en cada habitación de 4 por 4 no duerman más de tres hombres, y no
hasta ocho, como lo hacían; permiso para portar armas para defensa propia –las condiciones de seguridad del
territorio eran muy precarias, y las épocas, de suficiente armamentismo privado-; que los botiquines tuviesen
leyendas en castellano, y no en inglés; y el pago de los jornales mensualmente y en moneda argentina, y no
en chilena, vales o cheques, como se solía hacer entonces.
Este laudo deja resentidos a los patrones y eufóricos a los obreros.
La Federación Obrera Regional de Río Gallegos -núcleo sindical de la región de tendencia anarquista (F.O.-
R.A. Quinto Congreso)- habla ostentosamente de su fuerza, ante lo cual hasta el propio ejército tuvo que
pactar.
A Varela lo sorprenden y le duelen las críticas de unos y la petulancia de los otros, pues parecería que su mi -
sión representando al ejército y al Presidente mismo hubiese sido mero instrumento sectorial, y no de gestor
del buen orden.
El segundo tiempo de los sucesos se sitúa a fines de 1921 y comienzos de 1922. La intervención de Varela,
por desgracia, no ha sido solución, y muchos responsables han ayudado a este fracaso.
La Sociedad Rural (parte patronal), que con su egoísmo clasista no ha aplicado el laudo. El sector de peones
y delincuentes comunes liderado por El Toscano, que ha vuelto a las andadas. La Federación Obrera Regio-
nal de Río Gallegos (parte sindical, que, llevada por sus dirigentes anarquistas F.O. R.A. Quinto Congreso),
se aferra a planes de huelga general para preservar el laudo; y si bien desmonta la acción de El Toscano, y lo
entrega ella misma a las autoridades, lleva los hechos a un pico subversivo y tremendista que terminará dan-
do aires a la tesitura de la Sociedad Rural, y haciendo que Varela se sienta traicionado por los sindicatos.
El Gobierno radical, sin hacer nada concreto que efectivizara el laudo conseguido, y manteniendo los viejos
vicios administrativos en esa Argentina del sur: semipasividad, en un casi vacío de poder. Los grupos de
guardias blancos encarnando una autodefensa a menudo violenta contra el latiente peligro de agresión obre -
ra. La oposición conservadora llevando agua a su molino, y junto con los núcleos de opinión independientes,
atizando el fuego. Las embajadas y compañías de los países extranjeros poderosos con intereses en la Pata -
gonia, presionando y exigiendo. La oposición gremial y de izquierda a Yrigoyen, subrayando los yerros y
omitiendo los aciertos, restando siempre sin sumar nunca. Los dirigentes gremiales extranacionales, en som-
bríos tejemanejes subversivos (¿Chile?). La policía manteniendo los mismos elementos corruptos y conflicti-
vos, que generaban animosidad entre los trabajadores y la población en general. Los pequeños y medianos
estancieros y comerciantes, que vieron con la huelga la posibilidad de no saldar sus deudas a los grandes ca-
pitalistas. Los mismos grandes estancieros, que especulaban con deshacerse de los operarios sobrantes, y ter-
minar con las sociedades obreras...
40
El relevamiento de hechos fue en buena parte cumplido por Varela, lo que resulta indudable, dado el manejo cabal de
la situación que tiene. Por otra parte, ese informe fue luego elevado por Varela al Ministerio del Interior y a los mandos
superiores. Incluso antes de promulgarse el laudo del gobernador Izza, ya había el jefe militar prohibido terminante -
mente en todo el territorio la circulación de moneda chilena, eliminando así uno de los factores de subversión e injusti-
cia que utilizaban los patrones para abaratar los jornales y dominar el manejo adquisitivo de los trabajadores, creando,
junto con los vales y los cheques a cobrar en Punta Arenas, una distorsión de las leyes financieras y de la soberanía mis-
ma de la Nación.
En su número del 25 de agosto de 1974, la revista Siete Días publicó un informe de Varela sobre su segunda campaña
en Santa Cruz. En dicho trabajo, no solamente se da cuenta de las acciones militares, sino también del cuadro socioeco-
nómico y geopolítico de esos territorios del Sur. Se subrayan allí el altísimo porcentaje –aproximadamente, el 98 por
ciento- de extranjeros entre la escasa población; los elementos que predominaban en el trabajo, el comercio, la indus-
tria, las finanzas y las empresas agropecuarias; la explotación obrera como "origen de las huelgas con caracteres revolu-
cionarios, y la causa del odio a la sociedad"; los comerciantes minoristas con ideas extremistas, dueños de la venta libre
de bebidas y de armas, y la prepotencia y corrupción de los funcionarios civiles, judiciales y policiales.

64 Iñigo – Experiencia radical II


Ésa fue la situación que debió afrontar Varela en su segunda campaña. En el terreno operativo contaba sola-
mente con una orden oral, bastante ambigua, del presidente Yrigoyen, que le había sido trasmitida a través
de funcionarios de los ministerios de Guerra y del Interior, y muy especialmente con esos casi dos centena -
res de muchachos veinteañeros y de humilde condición social –la mayor parte, del 10° de caballería, y el res -
to, del 2° regimiento de la misma arma-, que bien habrían de responderle en los distintos momentos de la pe-
ligrosa y fatigosa campaña. Solamente entonces tenía Varela su propia fuerza y su propia capacidad.
Como el mismo Varela había previsto, al no ajustarse las medidas de precaución que afianzaran la armonía y
el orden alcanzados con el laudo luego de la primera campaña, los hechos terminaron en una cadena de pa -
ros, manifestaciones, violencias y conflictos, que fatalmente habían llevado a la huelga general revoluciona-
ria de peones y trabajadores en todo el territorio santacruceño.
Los huelguistas, armas en mano, saqueaban las estancias, incendiaban instalaciones, se apoderaban de bienes
de todo tipo, tomaban rehenes, y recorrían el territorio distribuyéndose en grandes bandas de varios centena-
res de hombres.
El miedo se había expandido entre la población. Las familias emigraban a los puertos. La región estaba dete -
nida en sus actividades. Reinaban el pánica y el desorden. El gobernador Izza había estado ausente del terri-
torio durante varios meses. Las dos terceras partes de los huélguistas levantados en armas eran chilenos. No
existían bases o destacamentos militares argentinos en la Patagonia al sur de Bahía Blanca; en cambio, Chile
poseía en Punta Arenas el regimiento Magallanes, además de su fuerte cuerpo de carabineros en la línea
fronteriza.
Simultáneamente con el estallido de la segunda huelga general en octubre de 1921, el director general de ca -
rabineros de Chile, coronel Ibáñez del Campo, asentó su base con fuertes efectivos en Puerto Natales, a es -
casos kilómetros de la frontera. Los chilenos hacían la vista gorda ante la presencia de compatriotas agitado-
res y huelguistas que cruzaban la línea. 41 Había una sospechosa abundancia de armas de fuego entre los huel-
guistas, que solamente podían haberlas recibido del lado chileno. La rapidez y organización estratégica del
levantamiento, así como su ordenamiento y método táctico en la lucha contra las tropas de Varela –desplaza -
miento, atrincheramiento, etcétera-, denunciaban la presencia de asesoramiento castrense profesional.
Había suficientes indicios como para tener por cierta una actitud preintervencionista por parte de Chile. Ya
en plena campaña, el capitán Viñas Ibarra, al mando de una de las columnas de Varela, capturó durante las
operaciones a diez hombres armados, que resultaron ser diez carabineros chilenos que luchaban con los
huelguistas. Entregados al país vecino por expreso pedido de Ibáñez del Campo, y a pesar de haberlos éste
declarado desertores que debían ser enjuiciados como tales, fueron nuevamente hallados por Viñas Ibarra en
territorio argentino y disparando contra nuestros soldados.
Geopolíticamente, entonces, la carta de situación era para Varela grave, y exigía en cuanta a la relación de
fuerzas imperante un curso de acción enérgico, y en términos militares operativos de pacificación y no de
pacto. Al igual que en la primera campaña, ese curso de acción comenzaba con un punto clave: rendición in-
condicional inmediata.
Conforme a esa carta de situación, Varela distribuye sus escasas tropas en operativo, dando a los huelguistas
un bando de ultimátum basado en los poderes amplios e instrucciones nada precisas recibidas de Yrigoyen.
Todo el poder, todo el imperium del Estado se ha concentrado en ese Teniente Coronel y su tropa. Y él, con -
forme a sus convicciones militares y cívicas, la que hace es usarlo como mejor puede. Y así dispone, diri-
giéndose a los huelguistas alzados:

Si ustedes aceptan someterse incondicionalmente en este momento, haciéndome entrega de los prisioneros, de
todas las caballadas que tengan en su poder, presentándeseme con sus armas, les daré todas clases de garantías
para ustedes y sus familias, comprometiéndome a hacerles justicia en las reclamaciones que tuvieren que hacer
contra las autoridades, como asimismo a
arreglar la situación de vida para en adelante de todos los trabajadores en general. Si dentro de 24 horas de reci-
bida por ustedes la presente comunicación no recibo contestación de que ustedes aceptan el sometimiento incon-
dicional de todos los huelguistas levantados en armas en el territorio de Santa Cruz, PROCEDERÉ:
1) A someterlos por la fuerza, ordenando a los oficiales del ejército que mandan las tropas a mis órdenes, que
los consideren como a enemigos del país en que viven;

41
Uno de los jefes de la huelga general armada que logró escapar pasando con cincuenta integrantes de su sector a Chi-
le, fue Antonio Soto -alias el gallego Soto, el actor de teatro-, hombre de ideas maximalistas y probolcheviques, y cuya
presencia en la dirección del levantamiento, ideología diferenciada y oportuna fuga, no dejan de llamar la atención.
2) Hacerlos responsables de las vidas de cada una de las personas que en este momento mantienen ustedes por
la fuerza en forma de prisioneros, así como también de las desgracias que pudieran ocurrir en la población
que ustedes ocupan y las que ocuparan en lo sucesivo;
3) Toda persona que se encuentre con armas en la mano y no cuente con una autorización escrita firmada por el
subscripto, será castigada con toda severidad;
4) El que dispare un tiro contra las tropas, será fusilado donde se le encuentre;
5) Si para someterlos se hace necesario el empleo de las armas por parte de las tropas, prevéngoles que una vez
iniciado el combate no habrá parlamento ni suspensión de hostilidades. 42

Este bando fue reforzado el 22 de noviembre de 1921 –en plena campaña de represión, y cuando los grupos
de huelguistas armados amenazaban con extender sus correrías al territorio del Chubut y hacia Comodoro
Rivadavia (ya importante centro petrolero del país)- por otro en esencia igual, aunque más conciso que el an -
terior. Impreso y distribuido en todo el territorio, decía:

Se pasará por las armas a quienes no se entregaren a la primera intimación de las fuerzas militares o fueren sor -
prendidos por éstas con armas en la mano en actitud que evidencie el propósito de resistir.

Los sucesos de Santa Cruz son un capítula duro y grave de la experiencia radical, cuyos muertos y heridos,
bienes destruidos y riqueza perdida, representan un lamentable costo. Su lección más válida y vigente es la
de cómo una política torpe en nuestras tierras australes puede desencadenar situaciones difíciles y onerosas,
y la advertencia convoca a perseverar en un culto activo de la Patagonia argentina.
Desde el punto de vista geopolítico, la actuación del teniente coronel Varela fue la misión fusible que logró
reparar en aquellas regiones la corriente trastabillante y al borde de un corto circuito de una soberanía poco
efectiva, pero que era la único que allí teníamos. Los males de fondo, los que por cierto escapaban a las in-
tervenciones de emergencia, subsistieron porque eran parte de las dolencias del país. Los territorios patagó -
nicos parecían en aquel tiempo algo ajeno y lejano, algo impostado; y ni los gobiernos del Régimen, ni el
mismo Yrigoyen, modificaron esa situación.
Si el radicalismo hubiese adoptado medidas más efectivas de prevención, arbitraje y armonía entre obreros y
patrones, así como otras que ayudaran a las organizaciones gremiales a desprenderse de los elementos sub-
versivos y los delincuentes, muchos espectáculos dolorosos hubiesen sido ahorrados a la República. Pero no
era eso todo lo que la Patagonia necesitaba. Fundamentalmente, le era menester un adecuado desarrollo inte -
gral, así como una presencia eficaz y dinámica del Estado y de las instituciones comunitarias, basados en
algo clave para toda empresa moderna: información. Eso que el Presidente de la Nación le tuvo que pedir a
Varela antes de su primera campaña, cuando le dijera: "Vea bien lo que pasa, y cumpla con su deber”. 43
Atento a la actuación de Yrigoyen, mucho es lo que se ha dicho y especulado desde polarizadas posiciones.
La revisión serena de los hechos muestra la certera elección del Presidente en cuanto al jefe militar capacita-
do para realizar tan espinosa misión, tanto en la primera campaña como en la segunda. La energía, experien -
cia en áreas desoladas del sur, entereza, sensibilidad nacional y espíritu democrático del teniente coronel Va -
rela le eran muy conocidos. Varela podía sacar al país de ese atolladero en el Sur, y no le falló a Yrigoyen.

42
Copia fiel del informe del teniente coronel Varela elevado al Gobierno y a la superioridad militar, págs. 25-26. Tras-
crita por el teniente coronel J. B. González Rubio, en su "Síntesis...", págs. 134-35. (Este primer bando de Varela fue
enviado como respuesta al comité de huelga con respecto al pliego de condiciones que le había sido despachado por los
huelguistas desde Paso Ibáñez. Su contenido se hizo público, y copias de él fueron acercadas por el jefe militar a las au-
toridades civiles y militares.)
43
El laudo conseguido por la paritaria de comienzos de 1921 en ocasión de la primera huelga y por la especial interven-
ción del teniente coronel Varela, siguió en vigencia en sus puntos principales después de los sucesos de la segunda
huelga. Por un bando del mismo Varela emitido durante su campaña, las sociedades gremiales anarquistas perdieron su
carácter legal, y su actividad fue prohibida. Asimismo, se reglamentaron las relaciones laborales, obligando a los patro -
nes a informar mensualmente, y a los trabajadores a matricularse y obtener un certificado de filiación, antecedentes y
conducta –en el que también se asentaban ocupación, sueldo, forma de pago, etcétera-, por intermedio de la policía; ins-
titución que, por otra parte, había sido por lo menos parcialmente depurada por medidas del mismo jefe militar.
La intervención de Varela en Santa Cruz trajo aparejado un resonante debate en el Congreso Nacional, desencadenado
por los socialistas, y en el que los representantes de la mayoría radical se dividieron en la aprobación y la crítica a lo
hecho por Varela. Pese a las insistentes peticiones del Comandante del 10 de caballería y los oficiales que lo acompaña -
ran, ante el Presidente de la República; Yrigoyen no dio ningún decreto avalando la misión de Varela, ni tampoco hizo
ninguna manifestación en ese sentido ni en contra.

66 Iñigo – Experiencia radical II


Quedan también, como hechos innegables, la ineficacia del Gobierno radical antes y durante el conflicto
para tomar las medidas oportunas, y el manejo peculiar aplicado por el Presidente a la cuestión, en cuanto a
la campaña de críticas y desprestigio desarrollada contra Varela y sus compañeros.
El jefe destacado por Yrigoyen dio cumplimiento a las terminantes disposiciones militares a él exigidas por
esa actuación, ya no preferentemente social, como la que enmarcara a la primera huelga, sino de emergencia
regional y de seguridad de la Nación. Disposiciones lamentables en su dureza; pero, desde la perspectiva de
Varela, generadas por realidades peligrosas y apremiantes, al estar en juego el orden y la soberanía de un te-
rritorio llave del país. Los huelguistas en armas no se habían rendido incondicionalmente de inmediato,
como en la primera huelga, y fue entonces menester la campaña.
El número de muertos entre los huelguistas, lo mismo que una buena parte de los hechos de la campaña, no
ha sido establecido fehacientemente. Las versiones de los partes de Varela y las de fuentes gremiales, anar -
quistas y socialistas, son disímiles al respecto.
Con referencia a una razón técnica no tenida en cuenta suficientemente, señala Miguel Ángel Scenna:

Los huelguistas usaron dos tipos de armas: el Winchester 44, de poca velocidad inicial de proyectil, fácilmente
desviable por el viento, en una zona eminentemente ventosa como Santa Cruz, y las carabinas Savage de caza
25/30, 30/30 y unas pocas 22/30, armas excelentes, pero con el grave inconveniente de que al recalentarse con el
tiro se atrancaban, inutilizándose. Éstas son las razones principales del fracaso del armamento huelguista frente a
los Máuser 98 del ejército argentino, de gran alcance, precisión y rapidez de tiro.44

Santa Cruz y toda la Patagonia era por entonces una especie de subcontinente débil e indefenso. La injeren -
cia chilena mostraba suficientemente sus hilos conductores. Las bandas huelguistas no ofrecían ningún atis-
bo de confianza, por su actitud subversiva, y la orientación extremista y antinacional de sus jefes. La Consti -
tución Nacional y el ser mismo del país estaban en juego.
No eran, por cierto, muchas las opciones que se le presentaban al teniente coronel Varela y su puñado de sol -
dados en ese gigante territorio, hostil y difícil, sin medios de transporte eficientes. Y por ello, sus bandos ter-
minantes fueron aplicados con energía, cumpliendo simplemente lo que se había advertido profusamente en
los mismos.
La rendición incondicional inmediata no había sido aceptada por los huelguistas, a diferencia de lo ocurrido
en la primera intervención de Varela a comienzos de 1921, y ello lo obligó a desplegar ese esforzado operati-
vo –verdadera pequeña blitzkrieg de emergencia y defensa nacional-, que recuperando el orden soberano,
limpió todas las amenazas intervencionistas extranjeras, y obligó a las tropas de Chile a dejar para otro mo-
mento la invasión de la Patagonia.
Afirma el teniente coronel Fued G. Nellar:

Por la formación militar, política y religiosa del teniente coronel Varela, no puede ser sospechado de vengativo
ni antiobrero, ni de inhumanidad. Consideramos, en cambio, que la beneficiosa obra del 10 de caballería quedó
trunca y parcializada, dando la impresión errónea de que premeditadamente se habría obviado favoreciendo a
uno de los bandos en pugna.

Y agrega luego, para concluir:

...en ningún momento puede dudarse de quienes únicamente los animaba el bien de la Patria. Y cuando ésta co-
rre peligro, cualquier proceder es aceptable, menos el dejarla perecer. 45

Las jornadas de enero de 1919 habían tenido sus ecos solidarios en varios lugares de la República; especial -
mente, en las zonas central y litoraleña. Así ocurrió, por ejemplo, en la localidad de San Cristóbal, en el Cha -
co santafesino. Allá los obreros del lugar se habían apoderado de la estación ferroviaria, y los comerciantes
habían cerrado sus comercios. El ejército desalojó luego a los obreros, creándose una situación de enfrenta-
miento entre las tropas y los trabajadores.
Para disminuir esa tensión, hubo un releva en el mando de los soldados, y fue enviado para hacerse cargo de
la situación el entonces teniente Juan Domingo Perón. Al día siguiente de su arribo, sin su arma reglamenta-

44
M. A Scenna, "Argentina - Chile...”.
45
G. Nellar, "Clarificación...”
ria ni custodia alguna, se presentó el Teniente en el local donde se reunían los trabajadores en huelga. La es-
cena es narrada por Oscar Aldrey de esta manera:

Estos hombres, cuyo encono rayaba en el odio, empezaron a moverse, arremolinándose, sintiéndose evidente-
mente molestos. Luego se oyeron murmullos que fueron adquiriendo mayor violencia, a medida que el Oficial
se iba acercando. Tan pronto como pisó el escalón de la puerta de entrada, los huelguistas se mostraron indigna-
dos, exigiendo que se retirase. El Teniente, en vez de obedecer, mostrándose muy afable, penetró en el local.
Cuando el momento era más crítico, cuando parecía que la tormenta iba a estallar, el Oficial les preguntó cor -
dialmente el porqué de tanto encono. Y entonces, como cuando el granizo se precipita sobre los techos de zinc,
el vocerío, los gritos destemplados y las amenazas cayeron sobre el militar, que, a todo esto, ganaba terreno
avanzando sobre el interior del salón. Tan pronto como pudo, les habló como a sus camaradas, solicitándoles que
le tuviesen confianza y que expusieran sus quejas con calma, a fin de satisfacerlos en sus demandas. Los huel-
guistas se sorprendieron. Probablemente, era ésa la primera vez que un militar los trataba como a amigos. Y en-
tonces expresaron a viva voz las causas de su enojo...46

Hacia 1919, la situación agraria evidenciaba los efectos de la recomposición de posguerra del comercio in -
ternacional, tan especialmente vinculada a la incierta situación económica del país: retracción del mercado, y
caída de precios; y la huelga portuaria de entonces complicó aun más las cosas.
La inquietud de los productores agrarios se manifestaba en relación a los problemas de siempre del sector:
los contratos de arrendamiento leoninos; la inestabilidad social, derivada de la no propiedad de la tierra; el
régimen injusto de los precios, y las dificultades de abastecimiento y de costo de vida.
Encabezada por la Federación Agraria Argentina, la huelga agraria se desarrolló durante ese año con gran re-
percusión en los medios comunitarios y en el Congreso. El movimiento cubrió las provincias de Buenos Ai-
res, Córdoba y Santa Fe, y el territorio de La Pampa, con asiento principal en la zona maicera. No faltaron
innumerables denuncias de las entidades gremiales del sector, acerca de falta de garantías para los agriculto-
res en huelga.
El diputado socialista Nicolás Repetto llevó adelante una interpelación al Poder Ejecutivo en su Ministro del
Interior. En ella hizo una exhaustiva y fundada exposición sobre la problemática de los productores que los
había llevado a la huelga, y los excesos represivos de los que a menudo se los hacía víctimas.
Al cierre de su interpelación, Repetto señalaba:

Son, pues, circunstancias de orden permanente y fenómenos circunstanciales relacionados con la política presi-
dencial en materia de huelga, los que tienen que llamar más la atención respecto de la actitud que se ha asumido
frente a los pacíficos, tranquilos y honestos agricultores en huelga.47

El 27 de agosto de 1921, la avenida de Mayo de la Capital vio transitar una numerosa manifestación de cha-
careros, la que desde su punto de reunión en el entonces flamante monumento a Cristóbal Colón -obra de Ar-
noldo Zocchi-, en la plaza homónima frente a la Casa Rosada, manifestaron hasta el Congreso Nacional,
donde dejaron un petitorio dirigido al presidente del Senado, doctor Benito Villanueva. En uno de sus párra-
fos señalaban:

Por otra parte, señor presidente, la cuestión agraria ya no nos afecta solamente a nosotros, los colonos: ella afec-
ta a todo el país. Porque nuestras tierras, que han sido esquilmadas por una agricultura de rapiña, ya no producen
con un trabajo ligero: requieren un trabajo intensivo, y este trabajo sólo puede efectuarse cuando el hombre está
rodeado de ciertas garantías. Porque el cultivo extensivo no permite la explotación mixta agropecuaria, explota -
ción que se debe implantar enseguida. Porque los colonos, vejados y expoliados, huyen de los campos, refugián-
dose en los pueblos y ciudades, donde van a sufrir hambre y juntar odio. Porque, en fin, la familia campesina ne -
cesita radicarse, afianzarse y nacionalizarse en el más noble sentido de la palabra. 48

En el movimiento agricultor, conducido por la Federación Agraria Argentina, habían confluido ideas socia-
listas, sindicalistas, católicas y radicales. Era una síntesis doctrinaria, reivindicativa, cívicamente arraigada,
democrática, pacífica y de profundo sentido argentino; una de las experiencias más logradas en medio de ese

46
O. Aldrey, Perón..., citado por E. Pavón Pereyra, en Vida.. , págs. 55-57.
47
N. Repetto, La huelga agraria..., pág. 64.
48
Crónica histórica argentina, tomo V, pág. 288.

68 Iñigo – Experiencia radical II


complejo proceso de recomposición y numerosas discrepancias. Este espíritu de los productores agrarios se
proyectó con fuerza hacia el futuro, y mantuvo sus esencias.
Del 6 al 13 de marzo de 1922, 102 agrupaciones sindicalistas, 60 autónomas y 14 anarquistas se reunían en
el Salón Verdi de la ciudad de Buenas Aires, con objeto de componer la unidad gremial. Después de nutridos
debates y no pocas incidencias provocadas por discrepancias, queda en dicho congreso constituida la Unión
Sindical Argentina.
Han logrado coincidir finalmente sindicalistas, socialistas, comunistas, anarquistas e independientes. Pero la
U.S.A. llevará de allí en más los embriones de su fractura posterior, que anidan en su ideologismo de iz-
quierda.
A lo largo del período 1916-22, la cuestión social se había desarrollado en tres etapas de mediana duración.
La primera, de 1916 a 1918, estuvo caracterizada por la inflación, una alta movilización gremial, la coinci-
dencia entre Yrigoyen y la línea gremial de los sindicalistas (F.O.R.A. Noveno Congreso), y la presión auto-
defensiva de instituciones adversarias de los sindicatos de izquierda.
La segunda, de 1919 a 1920, se distinguió por la depresión, y los primeros desencuentros entre Yrigoyen y
los sindicalistas, manteniéndose el tono gremial y la fuerza influyente de signo contrario.
La tercera subrayó la persistencia deflacionaria, pero con los primeros signos de recuperación, el descenso
del gremialismo, los primeros tramos de la política social en gran escala desde los comités radicales, la dis -
minución de la actividad de las organizaciones enfrentadas con las sindicatos izquierdistas, y la desaparición
de los contactos de Yrigoyen con los sindicalistas.
La depresión económica iniciada hacia 1919 se hizo sentir claramente en el aumento de la desocupación y en
la debilidad creciente de los gremios. Simultáneamente que esa debilidad prosperaba preferentemente entre
las organizaciones más representativas, que eran las controladas por los sindicalistas; aumentaba el ideolo-
gismo político dentro de la U.S.A., con sus riñas y polémicas entre socialistas y las otras tendencias.
Los sindicalistas fortalecen el gremio ferroviario alrededor de la flamante Unión Ferroviaria, y en discrepan-
cia con la Fraternidad –en su mayor parte, conductores de locomotoras-, que respondía al Partido Socialista.
En general, este sector político encaró una gran ofensiva tendiente a ampliar su influencia en los gremios en
1921, al mismo tiempo que los sindicalistas declinaban.
En 1922, la atonía gremial resultaba muy similar a la del período 1910-16.
Así como las conexiones del yrigoyenismo se dieron con los sindicalistas, en razón de la mayor identifica -
ción de éstos con el país real; con los anarquistas de la F.O.R.A. Quinto Congreso las relaciones fueron pre-
dominantemente conflictivas. Las líneas de contacto que pudo haber entre radicales y anarquistas en ciertos
lugares, como la provincia de Santa Fe, se habrían dado con matices ácratas ligados al sindicalismo, o en
transición hacia éste.
Capítulo VIII
LA MEDIA PALABRA

El Viejo y Marcelo
Por su longevidad y sus ideas, Yrigoyen era el eje que unía a los nuevos tiempos de la posguerra y comien-
zos de los años 20 con la Patria vieja, la de los orígenes y la organización. Dice Félix Luna en su obra bio-
gráfica sobre el Caudillo: "Es que Yrigoyen constituía –parece paradójico- una fuerza formidablemente con-
servadora".
Esa condición de Yrigoyen es la misma que poseyeron en mayor o menor medida todos los grandes conduc-
tores que trasformaron nuestra historia. Es el don de conservar lo que da fundamento, unión y continuidad,
permitiendo así cambiar y renovar, manteniendo el buen orden y la permanencia del cuerpo comunitario.
En todo renovador auténtico hay siempre mucho de conservador, y nada es más revolucionario, a veces, que
la conservación de determinadas cosas. Le había tocado a Yrigoyen un tiempo revuelto, y los días marcaban
ya el relevo en la Casa Rosada.
Más allá de dificultades, oposiciones y yerros, el viejo Jefe había logrado combinar suficientemente savias
rancias y nuevas en el tronco y los retoños patrios. Pero el calendario político y electoral seguía su propio
ritmo, y a Yrigoyen se le planteaba un antiquísimo problema que había angustiado a reyes, dinastías y empe-
radores, y a no pocos jefes de estado no monárquicos: el de la sucesión.
Yrigoyen no quería ni podía, en realidad, marginarse de la cuestión. Y ésta, por cierto, no fue de simple trá-
mite.
Varios eran los aspirantes: Leopoldo Melo, ya desde los inicios del período de Yrigoyen; Ramón Gómez,
para la vicepresidencia; Vicente Gallo, acompañado en la expectativa por Arturo Goyeneche, y Fernando
Saguier, con el apoyo de muchos dirigentes de la Capital Federal y de la provincia bonaerense.
Melo y Gallo representaban corrientes discrepantes del yrigoyenismo, asentadas o vinculadas a determinadas
situaciones provinciales, y con buenas conexiones en el mundo opositor extrapartidario.
Gómez había desarrollado desde el Ministerio del Interior cierta red de funcionarios y dirigentes afectos, al
parecer para jugar su candidatura a la vicepresidencia del país en la Convención Nacional del radicalismo.
En cuanto a Saguier, figura meritoria y muy cercana a Yrigoyen –era de los pocos a los que el Caudillo con -
sultaba en situaciones muy difíciles-, su nombre era alentado por un activo grupo partidario que encabeza-
ban Ernesto H. Celesia y Diego Luis Molinari –entonces, subsecretario de Relaciones Exteriores-, y llegó a
convocar no pocas voluntades.
También hubo los candidatos eventuales. Entre ellos, al parecer, estuvo Honorio Pueyrredón, si bien, según
Luis C. Alén Lascano, su candidatura habría sido mucho más concreta y tan definida como la de los anterior -
mente mencionados.
Pero todo ello quedaría en agua de borrajas. Yrigoyen, mientras tantos aspiraban y promovían, había ya
puesto su índice sucesorio sobre otra figura: Marcelo T. de Alvear.
Alvear tenía desde la perspectiva del radicalismo muchas virtudes: no despertaba resistencias en la masa, ni
en los sectores desafectos al comité nacional, aunque yrigoyenistas, ni en los grupos antipersonalistas.
Por otra parte, la personalidad de Alvear reunía varias condiciones: era simpático, querido, inteligente, culto,
de iniciativa, dinámico, independiente y corajudo. Era también radical de la primera hora, habiendo aportado
esfuerzo, riesgos y fortuna personal a la causa. En otros aspectos, Alvear era la antítesis de Yrigoyen: poco
constante, extravertido, desordenado, chacotón, de buen vivir y con una mentalidad legalista.
Señala Félix Luna:

Es difícil saber por qué Yrigoyen escogió a Alvear. Probablemente, debe de haber sido rica y compleja la moti -
vación de su preferencia.

Y más adelante agrega:

Tal vez tuvo presente, al pronunciarse, aquella ley histórica sudamericana que señala la agresiva pretensión de
autonomía que alientan los gobernantes mediocres sucesores de los gobiernos de los grandes caudillos. En el
caso particular de Yrigoyen, era seguro que así acurriría, fuera quien fuere su sucesor, pues toda un ala del Parti-
do, resentida o descontenta, o simplemente veleidosa, estaba aguardando la designación del futuro mandatario
para rodearlo y olvidar al antecesor, y aun para hostilizarlo si fuere necesario. Así como fueron alvearistas, esos
elementos pudieron ser y habrían sido saguieristas o gomecistas o pueyrredonistas. Pera Yrigoyen conocía las
calidades caballerescas de Alvear, y sabía que su inevitable alejamiento no traspasaría cierto margen de decencia
y fair play. No se equivocó –por lo menos, en el momento decisivo- con respecto a la lucha electoral entablada
entre sus amigos y los de Yrigoyen. No en vano era Alvear el discípulo bienamado, aquel en quien había puesto
todas sus complacencias.49

Si Yrigoyen elegía a un candidato galerita o azul, del ala moderada del Partido, quedarían planteadas dificul-
tades futuras de mucho peso. Si lo hacía en el sector que le era más allegado, sería a una versión pobre –y
quizá, resentida- de su orientación, o lo acusarían de ser un personero del Caudillo.
Con Marcelo optaba por un hombre ligado a los galeritas, pero potable a todos, y. además, en quien podía
confiar a partir por lo menos de ciertos límites. Alvear había demostrado ya su lealtad, y lo haría luego dan-
do la espalda a la intervención de la provincia de Buenos Aires en 1927-28, y dejando así libre el camino de
las urnas a los yrigoyenistas, y con un palmo de narices al contubernio de los galeritas.
Quizá también en ello estriba el significado de aquellas palabras que Alvear dijo a Yrigoyen, al regresar de
Europa ya electo, el 4 de setiembre de 1922:
-Hipólito, usted sabe que yo siempre seré su amigo fiel.
Pero nos preguntamos: ¿Era esa fidelidad una cuestión puramente personal, de amigo a amigo o de discípulo
a maestro? Pensamos que con la lealtad personal, amistosa y discipular, iba íntimamente ligada una lealtad
política al Partido Radical mismo, en sus más profundas dimensiones: las de movimiento histórico, y la de
poseedor de un gran Caudillo conductor.
Más allá de sus discrepancias y sus críticas, Alvear veía y sentía esa doble dimensión, y probablemente esta -
ba convencido en el fondo de que el radicalismo auténtico y permanente no podía separarse de esa tremenda,
pero imprescindible personalidad rectora. Por ello, cuando el antipersonalismo puso en peligro tal continui -
dad, lo dejó pagando sus propios excesos, y conservó para el radicalismo histórico y más auténtico la puerta
abierta de una segunda presidencia.

Hacia el tiempo ilusionado


Y así fue como todos se hallaron contentos con el candidato. La convención nacional de la Unión Cívica Ra-
dical confirmó la elección sugerida por Yrigoyen, en marzo de 1.922, por 139 votos contra 33 reunidos en
total por varios precandidatos.
Elpidio González, hombre del Viejo, garantizaba la conexión con el Jefe del radicalismo, y en cierta medida
la continuidad del liderazgo. "Aquí todos han recibido como una solución tu candidatura" le escribía Leopol-
do Melo a Alvear, quien seguía en Europa; y a continuación le contaba: "En estos días de mi enfermedad es-
tuvo a visitarme el doctor Yrigoyen, y sus impresiones eran muy optimistas, manifestándose muy contento...
"
El 2 de abril se realizaron las elecciones, sin mucho entusiasmo, y en medio del impulso continuador de una
administración radical a otra. La fórmula del radicalismo logró 450.000 votos, aproximadamente, triunfando
en las provincias desarrolladas del Litoral, en Córdoba y en las provincias más atrasadas.
Las derrotas más notables sufridas por los radicales fueron especialmente en las que existían fuertes partidos
populares que les eran contrarios, como Mendoza y San Juan.
En la Capital Federal derrotaron a los socialistas por cerca de 13.000 votos –con menor diferencia en la puja
por la senaduría capitalina, en la que el socialista Mario Bravo quedó bastante más cerca del radical antiper -
sonalista Tomás A. Le Bretón-, y en la provincia de Buenos Aires casi duplicaron los votos de los conserva-
dores.
La oposición en conjunto reunió 370.000 votos en todo el país. Es decir que la ciudadanía aparecía práctica-
mente dividida en dos alrededor de su posición frente al radicalismo: medio país radical, y medio que no lo
era.
El 12 de junio, 235 electores radicales sobre 88 opositores consagraron en el colegio electoral el nombre de
Alvear para la presidencia de la Nación.
Y allá en París, donde había estado residiendo por bastante tiempo juntamente con su amigo Le Bretón, que
había viajado a ese punto, el Presidente electo intercambió ideas y nombres para la conformación del Gabi-
nete.
Partía de una premisa fundamental que la diferenciaba de Yrigoyen: el Gabinete debía tener tanto poder
como en ciertas administraciones europeas, y la autoridad presidencial no debía ser tan amplia como tradi -
cionalmente ocurría en el país, y su antecesor había incluso ampliado todavía más.

49
F. Luna, Yrigoyen..., pág. 370.
El Gabinete de Yrigoyen había sido –excepto ciertos casos, como Pueyrredón y Becú- de hombres sin mayor
brillo. El de Alvear sería un equipo de grandes figuras, con claras facultades gobernantes y luz propia que
disminuyera el contraste con la imagen presidencial.
Como señalara Diego Luis Molinari en la Cámara alta años después, lo de Yrigoyen había sido un presidente
con ocho secretarios, mientras que lo de Alvear se trasformó en ocho presidentes con un secretario general...
Mientras pasaban rápido ese invierno y ese primer tramo primaveral, Yrigoyen tomaba las últimas providen-
cias de su gestión –entre las que no faltaron suficientes designaciones en el presupuesto de la administración
nacional, como para que La Nación y otros diarios opositores pusieran el grito en el cielo-, y Alvear, por su
parte, realizaba su ya famosa gira protocolar por Europa: Italia, Londres, España, Bruselas... Reyes, recep -
ciones, banquetes, bailes, y así hasta el último agasajo, brindado por el Municipio de París en el Hôtel de Vi-
lle. Luego, el embarco a bordo del Massilia, en Burdeos..., y Au revoir, Paris!
El horizonte económico y social insinuaba ya tramos de recuperación para nuestras ventas en el mercado in-
ternacional –especialmente, con la Gran Bretaña-, y en consecuencia, para nuestra producción y comercio en
general.
La depresión dejaría de signar, junto con la desocupación, el escenario del país. A la presencia
compradora británica se sumaría la inversora y vendedora estadounidense. La crisis se iría disipando, y per-
mitiendo un alza del 10 por ciento en el salario real para 1927. La exportación cerealera crecería en volu -
men, y algo también en precios. La ganadería se iría defendiendo en equilibrios difíciles entre criadores e in -
vernadores, y entre el mercado interno y el externo. Las grandes transformaciones modernizantes posteriores
a la Primera Guerra y propias de la década del 20 llegarían y se incorporarían a la vida nacional, con respeta -
ble decantación local y propia…
De esa manera, el segundo gobierno radical, al que de ningún modo puede sustraerse de la experiencia vivi -
da bajo ese signo por el país, tendría, en contraste con el primero,~ años más claros y favorables para desen-
volverse. Así, hasta que el escenario volviera a nublarse hacia fines de la década tercera –condicionando una
vez más a Yrigoyen en la Rosada-, el país marcharía desde fines de 1922 hacia un tiempo ilusionado, del que
lo quitarían las circunstancias críticas de 1929-30.
Capítulo IX
BALANCE DE UNA EXPERIENCIA

Renovación
Hay, sin duda, palabras que suelen encerrar las claves de los períodos o los momentos históricos. Tal lo que
ocurre con el término renovación, con respecto a la experiencia radical entre 1916 y 1922. Y ello se despren-
de con bastante claridad de su uso por distintos protagonistas de esa etapa.
El 2 de abril de 1916, el comité nacional del radicalismo señalaba en un manifiesto de convocatoria a los co -
micios: "El país quiere una profunda renovación de sus valores éticos. . ."
En diciembre de 1918, los radicales disidentes agrupados en el comité de la Capital afirmaban en un despa-
cho de comisión especial: "... creemos que la situación interna y su relación con la opinión independiente
exige una renovación moral que debe buscarse dentro de su propio espíritu tradicional".
Y un despacho en minoría de la misma comisión decía: "Se anuncia en el mundo un histórico movimiento de
renovación".
Refiriéndose a los integrantes del primer ministerio de Yrigoyen comenta Ricardo Caballero en sus recuer -
dos sobre el Caudillo: "Creía también que los ciudadanos componentes de su primer ministerio debían estar
imbuidos en la doctrina de renovación social..."
El 3 de marzo de 1920 decía Yrigoyen en su mensaje al Congreso sobre el proyecto del ferrocarril a Huayti-
quina: "Debemos asumir una intensa labor de renovaciones y transformaciones generales dentro de la mayor
unidad".
En un editorial de La Época del 17 de julio de 1920 se manifestaba: "...el gobierno de Hipólito Yrigoyen. . .
ha desenvuelto y consumado la acción renovadora más fecunda de que pueda enorgullecerse y gloriarse un
pueblo".
En un artículo del 20 de julio de 1920, el precitado diario subrayaba "el anhelo de la conciencia nacional, de
purificación, de renovación, de nueva vida, de justicia...”
En esa misma fecha, el diputado radical Raúl Oyhanarte expresaba en la Cámara: "Pero los tiempos, los sis -
temas y los hombres han cambiado; ya el sentimiento público no es una fuerza inerte, y el factor principal
descuenta su eficacia y su acción avasalladora en la renovación de todos los valores..."
Y el ya mencionado Caballero, con posterioridad a la primera presidencia radical, durante una asamblea en
la jurisdicción de San Cristóbal, subrayaba la presencia del radicalismo "en la acción gubernativa renovando
valores...”
Sin duda, son muchos más los testimonios de esta coincidencia en el uso de la palabra renovación, para sin-
tetizar los rasgos principales del radicalismo y del tiempo histórico que lo enmarcaba; rasgos que ligan el
pensamiento de diferentes actores de aquella historia nuestra, y llevan ese concepto a ocupar un papel emi -
nente en el frontispicio de aquella etapa nacional.
La intencionalidad renovadora del radicalismo, rasgo también de su tiempo, tenía contenidos bastante defini-
dos. Sus núcleos mayores eran las ideas de identidad nacional soberana y de bien común o progreso. Venía
así a coincidir con la modernización generada por el proyecto liberal, definido en concreto a partir del 80.
Como tal coincidencia casi total en la teoría, no existía en la práctica, al sostener los radicales el desvío ile-
gal del Régimen, para Yrigoyen este era subversivo. Propiciaba entonces la reparación restauradora, depu-
rante y creativa, buscando que las realidades se ajustaran a la constelación de ideas, que el texto constitucio -
nal cobrara vida.
Esa intencionalidad del radicalismo se hallaba, sin embargo, cargada de cierta indefinición. La misma resul-
taba lógica, en tanto el movimiento no podía escapar a su plural composición de gente y pensamiento, a su
peculiar experiencia de transición y a la época crítica y cambiante que lo condicionaba.
Esa relativa indefinición se presentaba casi como un estado natural del radicalismo. Su entraña de corriente
cívica masiva, fluida, variada y hasta a veces contradictoria, desplazaba todo posible comportamiento como
partido encuadrado y de propuestas elaboradas y pulidas. Pareciera entonces explicarse más su significativi-
dad peculiar en razón de esos rasgos con resabios de democracia inorgánica, que por las presuntas anemias
doctrinarias que se le han enrostrada. Resultan claras las circunstancias en las que los radicales definieron su
acción, entre 1905 y 1922. Tuvieron posibilidades de componer un aparato político por lo menos algo más
orgánico? ¿Hubo entre ellos la idea suficientemente representativa de llevarlo a cabo? En relación con sus
objetivos de distinto plazo, ¿les era realmente imprescindible hacerlo? El análisis de los elementos maneja -
dos en las páginas precedentes, nos alienta para aproximarnos a una respuesta afirmativa en la primera y la
tercera preguntas, y a una negativa en la segunda.

Opiniones del momento


El viernes 9 de diciembre de 1921 decía La Época diario oficialista tantas veces citado ya en este trabajo:

Enumerar los hechos que constituyen, en trabazón consecutiva, la intensa labor política y social de la adminis -
tración que rige al país, no es acumular piezas para un proceso, sino acopiar materiales para caracterizar una
obra; y el criterio que haya de ponerse en la estimación definitiva de ella misma, no es la pasión simultánea del
interés contrariado o la sugestión banderiza del hecho corriente, porque aquél se elabora en la sucesión del tiem-
po sobre las amplias perspectivas nacionales, considerando por sobre toda noción circunstancial los beneficios
generales y el programa de conjunto.

Y agregaba a continuación:

Carecen de autoridad, entonces, los fallos de quienes, creyendo hacer de jueces, sólo han sido adversarios, y más
que adversarios, enemigos en la trayectoria fecunda de un gobierno libre. Para los espíritus serenos, hoy, como
para la posteridad inexcusable, mañana, el período que ha de terminar el año próximo, será siempre el punto de
partida de las instituciones republicanas y la consolidación de la Patria como entidad orgánica eminente en el
concierto universal. Nuevos hombres, otras influencias y orientaciones nuevas, no se definen, al tenor de un do -
cumento célebre de la historia argentina, sino como una solución de continuidad, como una claridad radiante que
la anuncia al mundo y la fija eternamente en la historia. Y el país en marcha.

El jueves 12 de octubre de 1922 reunió significativos editoriales periodísticos que opinaron sobre el tramo
de vida nacional que finalizaba. El de La Prensa señalaba en algunos de sus párrafos:

El país ha experimentado una desilusión de año en año en cada uno de los seis que formaron este período consti-
tucional, porque el gobierno ejemplar prometido se definió cada año en un gobierno de acción personalista, de
pensamiento estrecho, de perturbación institucional, de ruina financiera... A impulso de las poderosas corrientes
que empujaban a los países neutrales, y aun a los que participaron en la guerra, desde la lejanía de su posición
geográfica, el nuevo capitán pudo hacer recorrer a nuestra nave, en cuatro años, una singladura que demandaría
en tiempos normales una década, por lo menos. Esta singladura constituía un imperativo de los tiempos, que se -
guramente estaba incluido en el pretendido plebiscito, ya que los votos dados al señor Yrigoyen llevaban la es -
peranza de un resurgimiento nacional; resurgimiento que debía producirse, principalmente, en el orden económi-
co... Pero el señor Yrigoyen se apresuró a asegurar las anclas con las cuales había fondeado la nave, no por peri -
cia, ciertamente, sino por el temor causado por la repentina y violenta repercusión económica.

La Prensa subrayaba en esa nota, como medidas negativas adoptadas por Yrigoyen, la prohibición de expor -
tar oro e importar mercaderías extranjeras, las que, a su entender, habrían generado inconversión, deprecio,
carestía, inflación presupuestaria, moratoria, etcétera. También recriminaba a la administración cesante no
haber acertado nunca con criterio serio y viable en sus creaciones de organismos como la Marina Mercante,
el Banco Agrícola, el Banco de la República, etcétera, y haber llenado a último momento las vacantes que
por economía existían en los empleos públicos. Estas consideraciones de La Prensa coincidían con su postu-
ra durante la guerra, que ya hemos visto. Seguía el matutino defendiendo una expansión de la rueda mayor
de la economía (agropecuaria y de comercio exterior), impulsada por la neutralidad y por el intercambio
abierto, a la que Yrigoyen habría frustrado con su política intervencionista en economía.
Ese mismo día jueves, el vespertino La Razón afirmaba lo siguiente:

A estas horas ha vuelto a las filas ciudadanas de donde saliera, el hombre que desde el 12 de octubre de 1916 y
hasta sólo hace un momento ocupara el más alta cargo en la carrera de los honores a que un ciudadano puede as -
pirar en nuestro país... Acaso pocos como él llegaron a ser tan discutidos y aquilatados con vehemencia de pa-
sión... No era posible pensar que el advenimiento de un nuevo partido, con su obligada acompañamiento de nue-
vos hombres encarnando nuevas tendencias, pudiera operarse sin roces y fricciones, sin desplazamientos y sin
convulsiones ... La obra administrativa cedió en importancia a la tarea política. Distinguióse por la falta de
orientación, de unidad de concepto, y aun de plan, no obstante lo cual quedan como saldos positivos gestiones
que marcan también características inconfundibles. En lo internacional, la política argentina... constituye segura-
mente el único punto en el que el aplauso de todos coincide para la obra del doctor Yrigoyen, cuya acertada vi-
sión no pudo ir más lejos... Si algo faltaba para destacar la personalidad soberana del país en el consorcio inter-
nacional, ese algo ha sido alcanzado. Con idénticos caracteres queda, como acervo en la obra de administración,
una reforma universitaria apasionadamente discutida, y una política obrerista esencialmente diversa de la que si-
guieron gobiernos anteriores. El tiempo, que hará perder a las pasiones encontradas su grado actual de agudeza,
permitirá el juicio definitivo sobre éstas y otras tantas cuestiones. Baja el doctor Yrigoyen con la misma aureola
de prestigio popular con que ascendiera al poder... Hasta el instante postrero el doctor Yrigoyen ha dado la im -
presión real de un poder efectivo.

La Nación de ese jueves 12 de octubre de 1922 expresaba en sus párrafos más significativos:

[Yrigoyen] no tuvo una sola palabra semejante a un programa como lo exigía la doctrina democrática por tanto
tiempo invocada por él en sus proclamas revolucionarias... Período personalista y autocrático, aparejado a toda
clase de peligros e incertidumbres..., nuestro país ha vivido estos seis años como un secuestrado del resto del
mundo, y sujeto a las influencias más regresivas de nuestro medio..., de la lenta evolución cultural argentina...
[La falta de respeto] a las provincias..., al Congreso y a la judicatura..., impostura democrática proclamada en
mensajes oficiales que son manifiestos de autoglorificación... Se entregó en cuerpo y alma a cultivar el favor de
las masas menos educadas en la vida democrática, en exclusión deliberada y despectiva de las zonas superiores
de la sociedad y de su propio partido, con el único objeto de la conquista de votos... en favor de las sectas anár-
quicas, en cuyas manos mantuvo por cerca de un año la suerte del comercio marítimo y fluvial de la Nación
[huelgas de trabajadores marítimos].

Y terminaba La Nación afirmando:

La historia es una aristocracia, ha dicho Strauss; ella no ratifica ni los plebiscitos, ni las aclamaciones de la mul -
titud; ella tiene desdén por el mero éxito, y un alto respeto por los gloriosos vencidos.

La relación armónica con la Iglesia y el prestigio internacional de Yrigoyen quedaban testimoniados una vez
más en palabras del decano del cuerpo diplomático y representante de la Santa Sede, monseñor Vasallo di
Torregrossa, publicadas por La Nación en aquel jueves 12 de octubre. En ocasión del banquete de despedida
ofrecido por el primer mandatario a los representantes extranjeros en la Casa Rosada, afirmó el dignatario de
Roma:

El príncipe de los oradores romanos ha escrito que el ciudadano que ha ocupado los más elevados cargos del Es -
tado, debe sentirse feliz cuando se retira a la vida privada rodeado de la estimación de sus amigos y del respeto
de sus compatriotas. Éste es el sentimiento que os cuadra, señor presidente, desde el momento que habéis ocupa-
do el cargo más elevado de la República consagrando durante seis años vuestra inteligencia, vuestros esfuerzos y
vuestra abnegación al servicio de vuestro país, para volver a la vida privada- rodeado de la consideración de
vuestros conciudadanos.

Y agregó Monseñor más adelante:

Vuestra tarea, señor presidente, era bastante ardua. La realización del programa que había sido el ideal de vues -
tra vida, encontraba la oposición y las dificultades que forzosamente surgen ante todo cambio de gobierno y las
que nacen de toda interpretación en la manera de abarcar las cosas. Pero la voluntad imperturbable que Vuestra
Excelencia aplicó al trabajo, hubiera vencido todos los obstáculos si no se hubiesen opuesto a ello nuevos acon -
tecimientos. Estos acontecimientos, de una magnitud inmensa, de consecuencias todavía desconocidas, que se
realizaban fuera de vuestra Patria, pero cuya repercusión llegaba hasta la República Argentina afectando su vida
interior y sus relaciones exteriores, han obligado a V.E. a consagrarles una gran parte de vuestro tiempo y de
vuestra actividad, por cuanto se trataba de buscar una solución rápida y sabia para problemas nuevos y de prever
las consecuencias aún desconocidas de hechos sin precedentes en la historia.

El hombre en el balance
El Caudillo mismo queda estrechamente ligado al proceso, lo identifica, y hasta le da en buena medida su
nombre.
Ramón Columba, testigo lúcido de la Argentina moderna, de la que supo dar buen testimonio con sus inolvi-
dables dibujos y su prosa concisa y certera, ha dejado un oportuno medallón de don Hipólito en cuanto a su
trascendencia y su sentido resultante. He aquí algunas expresiones de Columba:
Sin embargo, Yrigoyen es un trozo de filosofía política de nuestra tierra. Y por representar sus virtudes y sus vi -
cios, sus ilusiones y sus realidades, es algo que se impone por propia gravitación espiritual, por indiscutible im -
posición de la historia.

Y a continuación agrega:

Si se quiere, analizándolo, se lo desmenuza,. No queda nada de él; pero el investigador vuelve sus espaldas, y
por un sortilegio inexplicable, misterioso, la personalidad dispersa se eleva nuevamente en el espacio como por
arte de magia, y el crítico, rendido, se niega a empezar de nuevo.
Hipólito Yrigoyen no tiene explicación. Es un fenómeno argentino tan legítimo y respetable como una manifes-
tación cualquiera del clima y de la naturaleza en que vivimos.
Su monumento ya está levantado, y se ha anticipado al bronce legislado, discutido y retardado. Yrigoyen hace
rato que tiene su estatua en el corazón sencillo y crédulo de nuestro pueblo.50

El dirigente socialista Nicolás Repetto testimonia por su parte:

Yrigoyen fue un hombre que persiguió tenazmente el gobierno por medio de la revolución, pero que sólo pudo
alcanzarlo por el sufragio. Empeñado en crear un gran partido y en derribar gobiernos, careció de tiempo y de
condiciones de ambiente favorables para seguir de cerca los cambios que se operaban en el mundo y en su pro-
pio país. Habría sido un gran presidente, tres o cuatro lustres antes de su exaltación al poder, se habría anticipa-
do, tal vez, a la gran revolución electoral que llevó a cabo el presidente Sáenz Peña, pero al hacerse cargo del
gobierno era un hombre que se hallaba ya fuera de su tiempo, bastante extraño a la nueva visión con que se en -
caraban los problemas técnicos, políticos y sociales en los más avanzados países del mundo. Su falta de esa ex -
periencia política que se adquiere en el desempeño de las altas funciones públicas y en la acción parlamentaria,
dejó en él profundas lagunas, que nunca alcanzó a disimular del todo, no obstante su reconocido don de gentes e
irrefrenable predisposición al empleo de frases extrañas, de insondable o de inexistente sentido.51

Manuel A. Fresco, figura de arraigado sentido nacional, que aguarda todavía un rescate histórico ecuánime,
declara en su serie de documentos políticos publicada en 1943:

En cuanto a él, a Hipólito Yrigoyen, reconozco las razones patrióticas que tuvo muchas veces para ser intransi -
gente, el concepto elevado con que actuó en el orden internacional, defendiendo nuestra neutralidad en la hora
de la guerra y oponiéndose, en la paz, a la falacia de una. Liga de las Naciones constituida para servir intereses
contrarios a la justicia universal. Por eso, porque con alto pensamiento hispanoamericano instituyó el Día de la
Raza y porque defendió con extraordinaria firmeza nuestro petróleo, le rindo en este acto el homenaje de mi re -
cuerdo.52

Enrique Dickmann, dirigente del Partido Socialista, del que se alejara a comienzos de la década del cincuen -
ta, hace en sus Recuerdos escritos en 1.949, los siguientes comentarios:

Hipólito Yrigoyen fue sin duda, un gran caudillo, de fuerte personalidad, múltiple y compleja. (...) ¿Quién puede
negar que Hipólito Yrigoyen fue un hombre representativo, en el sentido emersoniano, de una época y de un
pueblo? Fue una expresión simbólica de una democracia inorgánica, un tanto caótica y anárquica, pero democra-
cia al fin..., y si no fue guía y conductor moderno del pueblo argentino, fue expresión simbólica, de una época
difícil de transición de la oligarquía a la democracia, que él supo intuir más que estudiar y dirigir. 53

Juan Emiliano Carulla, intelectual profundo, de militancia socialista y luego nacionalista maurrasiana, alia -
dófilo, hombre del 30, opositor a Yrigoyen y al peronismo, señala en sus páginas de memorias:

Yrigoyen llegó a la Casa de Gobierno en un coche arrastrado por correligionarios que habían reemplazado a los
caballos, y tan feo espectáculo encabeza la lista de una serie de renunciamientos a la tradición del país, y aun al
buen sentido, cuyas consecuencias pagamos todavía y probablemente habrán de gravitar sobre nuestros hijos. El
advenimiento del nuevo gobierno significó el desplazamiento en masa de los cuadros administrativos y la elimi-
nación en las reparticiones públicas, de la capacidad, la inteligencia y la experiencia, con lo que el comité se vol-
50
R. Columba, El congreso…, pág. 126.
51
N. Repetto, Mi paso por la política, t. 1, pág. 191.
52
M. A. Fresco, Conversando con el pueblo - Hacia un nuevo estado, tomo III, págs. 16-17 (s/ed., Buenos Aires, 1943).
53
E. Dickmann, Recuerdos de un militante socialista, págs. 278-79 (ed. La Vanguardia, Buenos Aires, 1949).
có sobre la ciudad y el país, y la función pública perdió jerarquía y eficiencia. Cada Ministerio, cada repartición
importante, hubo de convertirse en feria de toma y daca. (...) Yrigoyen soliviantó a las turbas con un extraordi-
nario poder de hipnosis que forzoso es reconocerle. Su solo nombre las enfervorizaba hasta el delirio. Su retrato
estaba en todas partes, y no por imposición policial o por temor, como sucede frecuentemente cuando amenaza
la tiranía, sino por auténtica idolatría...54

Alrededor de una caracterización básica de omnipotencia, Federico Pinedo expone sus opiniones ligadas a
una experiencia vivida por entonces como opositor desde las filas del Partido Socialista, de las que más tarde
se alejara:

Él era el jefe del gobierno, y era necesario que eso fuera comprendido en todo su alcance. Él era el ungido por
voluntad de las masas, y en esa condición no estaba dispuesto a admitir que se lo entorpeciera en su misión de
apóstol redentor por réprobos que habían cometido la herejía de enfrentarlo. Bastante magnánimo había sido en
no castigarlos, dijo en una ocasión (31.1.22). Él era el dueño de la administración y tenía derecho a manejarla a
su albedrío y expulsar de ella a los elementos del viejo régimen instalados allí. (...) Hubo cesantías en masa de
servidores públicos, seguida o no de nombramientos, porque a veces pasaba un tiempo increíble en encontrar
candidatas para llenar los puestos vacantes más necesarios.55

Exequiel Ramos Mexía, figura del conservadorismo con importantes facetas de modernización, pertenecien-
te a las tendencias que acompañaron al presidente Figueroa Alcorta en su gobierno de pretransición hacia la
apertura reformista electoral, ha sido en sus Memorias un calificador terrible para Yrigoyen. Luego de lla-
marlo "político de conventillo”, lo define como gobernante así:

Es imposible imaginar una deficiencia como estadista que no la tuviera Yrigoyen, ni una calidad indispensable
que en él se encontrara.56

Matías G. Sánchez Sorondo, enfrentado a Yrigoyen durante esos años desde una militancia conservadora,
aprecia el estilo del Hombre de esta manera:

Porque en su oscuridad calculada disfraza la ausencia de ideas con el palabreo altisonante, que satisface cl senti-
mentalismo torpe y la ideologia nebulosa de los primitivos. ¡Cuidado con los hombres de ese estilo! ¡A veces es
el de los iluminados, aunque no en el sentido que ellos se dan. Las nubes ocultan el azul del cielo, pero suelen
guardar en su seno la tempestad.57

Carlos Ibarguren, con su óptica histórica veraz y desde su perspectiva cívica alineada en la corriente nacio-
nal o nacionalista, ha señalado:

No fue un dictador, a pesar del omnímodo poder de que dispuso; pero sí un mandón que imponía directamente
su voluntad hasta en los mínimos detalles do la administración y de la política. Su persona absorbía todo cuanto
le era posible manejar o disponer; de aquí el sello absolutamente personalista de su acción de gobernante y de
caudillo. Pero su personalismo no tenía carácter totalitario, en el sentido de que se inmiscuyera en las acciones
privadas de los hombres, ni en el fuero interno de éstos; bajo este concepto respetó la personalidad humana.

Los testimonios sobre las características de el Hombre, resultan fuentes que sirven para ciertas consideracio -
nes. En primer lugar, esa dimensión del Caudillo era genuina y representativa de nuestro ser, incluidos dones
y defectos. En segundo término la legitimidad del personaje se fundaba en el reconocimiento y aceptación
popular propio de la democracia inorgánica, como la denominara José Luis Romero, pero también en el
consenso y sostén más institucionalizado de la etapa nueva iniciada con la ley Sáenz Peña. Era una presencia
obviamente transicional. Como tercera consideración, observemos que el contenido social del radicalismo –
preferentemente de ese nivel media o ancha faja central, mayoritaria y clave- rodeaba a su jefe con un paisa -
je humano móvil, vivaz y pintoresco, propicio a los excesos personalistas y autoritarios que, sin discusión,
abundaron. Sin embargo esa adhesión de tono realista, más acuarela que óleo, suerte de expresionismo rústi-
co, poseía esencias válidas y soportes democráticos suficientemente racionales. La conducta gobernante de
54
J. E. Carulla, Al filo..., págs. 204-5.
55
F. Pinedo, En tiempos..., tomo I, pág. 33.
56
E. Ramos Mexía, Mis memorias (1853-1935), pág. 387 (ed. La Facultad, Buenos Aires, 1936).
57
M. G. Sánchez Sorando, Historia de seis años, pág. XI.
Yrigoyen exhibe méritos en su solidez, prudencia y buen timón, simultáneamente que deficiencias en su ca -
libre técnico y funcionamiento de equipo.
Fue un conductor certero y vigoroso, rodeado de relativas potencias de administración y con una muy ende-
ble élite política. A ello debe agregarse su excesiva gravitación personal.
Se ha considerado a veces el desempeño de Yrigoyen como casi llevado por los acontecimientos. Sin embar-
go, una compulsa serena de fuentes brinda elementos que permiten detectar algo muy distinto de ese preten -
dido Yrigoyen semipasivo Aunque una tendencia de indefinición resulta propia del proceso radical, en tanto
no remataba muchas de sus posturas, de allí a ese determinismo hay mucho trecho.
Así en el caso de la apertura comicial brindada por el Régimen liberal, más allá de las posibles dudas del
Caudillo, algo resulta innegable: Yrigoyen quiso e hizo un acuerdo con el ala más accesible de los conserva-
dores, buscando el camino del gobierno. No llegó a esa actitud mecánicamente llevado por los sucesos del
ensayo electoral. Pese a sus vacilaciones y desconfianza, lo que prevaleció fue la decisión de jugar también
la carta de la participación electoral.
De la misma manera, cuando la guerra y el conflicto diplomático alrededor de la neutralidad argentina, Yri-
goyen llevó el timón sobre un derrotero por él elegido, sin dejarse influir por las diversas presiones que lo
rodeaban dentro y fuera del país. Aquel neutralismo benévolo, que sin enrolarse en ningún bando mantuvo la
relación afín con los valores occidentales prevalecientes en el área aliada, que afirmó la soberanía pacifista y
digna de la República; defendiendo simultáneamente el justo orden internacional, esa línea diplomática fue
de cabal autoría suya.
En lo referente a las huelgas patagónicas y al levantamiento subversivo conexo, Yrigoyen ni fue ignorante de
la situación, ni manoteó al azar una salida a la gravísima crisis. Conocía el peligro que amenazaba a la inte-
gridad soberana de los territorios sureños, como también los desperfectos sociales y de todo tipo que allí rei -
naban. Y en consecuencia envió las fuerzas imprescindibles al mando del coronel Varela, hombre adecuado
para resolver el problema. Estaba en juego la Nación misma misma, no había alternativa, y en ello, tanto
Yrigoyen como Varela fueron protagonistas que asumieron su destino.
En cuanto al problema de la sucesión, resulta evidente que Yrigoyen no eligió a capricho. Su índice se detu -
vo sobre la testa de quien reunía el puntaje más alto, de acuerda con una visión de conjunto.
Nuestro primer presidente radical estuvo ubicado bien al centro del dispositivo de gobierno que conducía y
con plena conciencia de ello.
El desafío histórico fue respondido con decisiones, si bien a menudo lentas, conforme a su estilo personal.
Lo hizo ejerciendo el poder de defensa y seguridad nacionales, conservando el camino de actualización mo-
derna y dando continuidad estable al gobierno desde 1916 hasta 1928, mediante la sucesión de Alvear. Yri -
goyen signó así un tramo significativo dentro de la etapa de crecimiento del país ubicada entre 1880 y 1940,
a pesar de que sus obstáculos fueron una crisis profunda en la sociedad nacional, la Primera Guerra Mundial,
la subversión de tinte extranjerizante, y el desencuentro político e institucional.
Aquella etapa de Yrigoyen, tuvo ese rasgo hasta entonces inédito de una conflagración internacional larga,
costosa y de gran repercusión, que acrecentando las dificultades del frente externo llevó a éste a penetrar en
el interna, hasta conformar una combinación enmarañada, interdependiente y de agudos conflictos. De allí
que ambos frentes vinieran a exigirle una conducción estratégica global, para la que la defensa nacional, la
cuestión social, el comercio exterior, la diplomacia, el juego de poderes institucionales, los comicios, las ac-
tividades económicas etcétera, componían un solo y embrollado problema.
Los partidos políticos opositores, así como la prensa y sectores que les eran de cierta forma conexos, le exi-
gían un juego menos autócrata y más parlamentarista; una postura internacional inclinada a los Aliados, y el
fortalecimiento del esquema productivo rural y exportador que era fundamental para el país.
Otros núcleos de opinión criticaban también su personalismo y su hegemonía presidencial y partidaria; pero
apoyaban su neutralismo, al propio tiempo que coincidiendo en la preservación de la economía básica argen -
tina, esperaban que Yrigoyen, sosteniéndose en la neutralidad, activara una singladura de expansión econó-
mica, alimentada por un mayor libre juego de la producción y el comercio exterior, y con poca intervención
estatal. Esta postura era la de algunos grupos empresarios sobre todo ligados al gran comercio, y también a
la industria y al campo, y la de importantes opiniones, como las del diario La Prensa.
Yrigoyen, por su parte, optó por equilibrar su debilidad parlamentaria y la relativa representatividad del
Congreso y ciertas gobernaciones, con un estilo enérgico, más o menos interviniente, concentrado y aislado.
Mantuvo así la paz soberana en lo internacional, y conservó el esquema productivo básico, complementán -
dolo con una cierta apertura industrializante, sin enrolarse en la singladura mencionada.
Resultados de una conducción estratégica
Entre la mitad del siglo pasado y el segundo tramo de los años 10 del actual, la idea de la Argentina grande,
moderna, fue concretando logros. Dentro de esta idea discrepaban entre sí dos versiones opuestas de la gran-
deza.
Una era la del país opíparo, opulento, próspero; una especie de granja de lujo e inagotable, gobernada por
quienes creían seguir siendo los mejores, aun al precio de cierta dependencia, injusticia y fraude.
Otra era la del país moderno, productivo y rico, pero con bases y objetivos de civismo nacional, de austeri-
dad compartida, de bien común, de conciencias y almas integradas en una decisión de soberanía.
Una y otra concepciones de grandeza podían compartir la aspiración a la afirmación nacional y al bien co -
mún; pero divergían en el contenido que daban a los mismos. La primera se mostraba preferentemente mate -
rialista e individualista, afecta a lo competitivo. La segunda era más espiritual y propicia a la solidaridad de
los individuos en tanto personas. Una había concretado el crecimiento y la organización básica del país con
la conducción de las minorías creadoras del Régimen. La otra intentaba –mediante la unidad cívica, la parti-
cipación popular y reglas de sucesión válidas- rectificar el rumbo, restaurando instituciones e ideales con
transformaciones de antiguo y de nuevo cuños.
Esa segunda versión encarnaba especialmente en el movimiento radical, en razón de lo profundo de su hue -
lla histórica. Pero también existía en socialistas, en ciertos conservadores y en otras corrientes.
El radicalismo llegó al gobierno auspiciando renovar al país, por rescate de sus valores fundamentales enun -
ciados en la Constitución, pero no concretados por el Régimen. Proponía el reencuentro de todos con las cla -
ves históricas de la argentinidad, mediante un camino reparador de las anomalías, y enriquecer ese senti -
miento de Argentina grande, a menudo maltrecha u olvidado por las mezquindades y el materialismo del Ré-
gimen, y de la mayor parte de las izquierdas emergentes.
Cuestionaban los radicales la versión del proyecto nacional desarrollada antes y luego del 80, e intentaban
reemplazarla por otra que encarnara a la Constitución en hechos válidos. Pero tenían también ciertas coinci-
dencias con las corrientes que habían conducido aquel proyecto.
La legitimidad del radicalismo y su etapa fue más alta que la de los conservadores, pera no logró superar del
todo ese problema, que por otra parte, cruza toda nuestra historia moderna, signándola. El antagonismo entre
los partidos, la crisis de equipos gobernantes, los desaciertos del yrigoyenismo con las fuerzas armadas, el
deterioro parlamentario, en fin, todos los componentes de un pathos sociopolítico argentino, estaban ya en
cierta medida presentes en el primer gobierno de Yrigoyen. Durante la prosecución de la experiencia hasta
1930, esos problemas se agudizarían, hasta echar abajo aquella excepcional estabilidad institucional que ha-
bía en algo reconciliado al país conservador con el radical, en base al credo programático común entre los
argentinos.
Advirtamos que, simultáneamente, Yrigoyen expresaba la síntesis de nuestras dos grandes corrientes históri-
cas formativas: la federal y la unitaria. Estaban ambas, en su ideología, en su programa expreso en la Consti -
tución de 1853 y en su estilo de gobierno. Autonomía y centralización coexistían –no sin roces- en el ser po -
lítico yrigoyeniano. De su combinación emanaba el tejido conjuntivo que sostuvo el acuerdo estabilizador
hasta el 30, ya que Alvear heredó y mantuvo este rasgo.
Ocurría con Yrigoyen lo que con Rosas, Mitre y Roca: tenía sentido de la conducción estratégica. Dicho en
otras palabras, llegó a orientar al país con suficiente coherencia en sus frentes interno y externo.
Apuntó el radicalismo a pasar en limpio los objetivos de nuestra modernización. Sus mejores logros fueron
en cuanto al espíritu y la integridad nacionales, las relaciones exteriores y la conservación de lo que Federico
Pinedo denominara "la rueda mayor de la economía". El alma del país fue fortalecida en su catolicidad, su
hispanoamericanismo y su democracia. La integridad y el orden defendidos. La fuerza productiva y el co-
mercio exterior protegidos y expandidos. Algunos de sus mayores fracasos fueron sociales: la armonía de ca -
pital y trabajo no pasó prácticamente de una aspiración; los embates de la crisis económica mundial, el ego-
ísmo y la torpeza de ciertos medios patronales y políticos, y el extremismo izquierdista, envolvieron al Go-
bierno, sobre un terreno ya bastante deteriorado por la injusticia y los desajustes heredados de la experiencia
anterior, y esos condicionamientos resultaron más fuertes que las intenciones y posibles calidades oficiales.
Súmense a ello los dispares criterios y actitudes que abundaban por lo menos entre importantes sectores ra -
dicales con referencia a la cuestión social, y así puede alcanzarse una visión comprensiva de las fuerzas que
relativizaban los enunciados y actitudes de Yrigoyen en la materia. Quedando por otra parte claro que el
mismo jefe radical no escapaba totalmente a esas vacilaciones o indefiniciones que eran propias de la com -
plejidad de su movimiento y de su época.
Sin embargo, han de registrarse en este plano ciertas mejoras: el ascenso bastante significativo de los gran -
des sectores medios; el diálogo y acuerdo del Gobierno con buena parte del cuadro social; los intentos de
una legislación laboral y de bienestar; la elevación del salario real hacia los finales del período; una relativa
ayuda social directa, aunque improvisada y políticamente instrumentada por los comités parroquiales del
partido oficialista; la expansión de las instituciones educativas, y ese rudimentario esbozo de un sindicalismo
orgánico y de arraigo nacional, que por cierto poco prosperó.
En el terreno civicopolítico, se alcanzaron éxitos tales como la ampliación y validez del voto, una mayor re-
presentatividad parlamentaria, y suficientes garantías públicas e individuales. Pero también hubo déficit en
los mecanismos institucionales del poder: Yrigoyen no armonizó como correspondía pluralismo con radica -
lismo, jefatura partidaria con presidencia de todos los argentinos, poder ejecutivo con los otros poderes. Para
colmo, abundó en la actitud oficialista una suerte de sinonimia peligrosamente totalizante entre la Causa y la
Patria misma, que venía en parte a contradecir conceptos básicos del orden constitucional, afectando la
unión de los argentinos. Al mismo tiempo esta unión resultaba también perjudicada por la actitud de las co-
rrientes no radicales, que trasformáronse de oposición en antagonistas acérrimos. De esa manera, la "repara-
ción" y la "unidad del juicio público" quedaron mucho más en los textos yrigoyenistas que en los hechos. Y
un lastre de desperfectos políticos –antiguos y nuevos- quedó como secuela. Pese a todo el índice de autori -
dad y orden fue suficientemente alto.
En líneas generales los grandes cambios modernizantes que en esos años cubrían al mundo, tuvieron en la
Argentina un fiel equilibrante y moderador. Yrigoyen orientó al país preservando su arraigo en las perviven-
cias y con un sentido conservador de nuestro estilo de vida. La Patria Vieja vivía en él, abierta a los cambios
necesarios, pero sin desnaturalizar las esencias.
La experiencia radical fue un período de transición entre un mundo agotado en los años de la guerra, y otro
prefigurado en los de la posguerra; y al mismo tiempo, entre dos Argentinas diferenciadas por factores muy
propios y profundos. Y ya se sabe cuán críticas y difíciles son a menudo las transiciones.
La conflagración y sus derivaciones, la oposición enconada, los desencuentros de la sociedad nacional, las
limitaciones y yerros de Yrigoyen, la degradación ya perfilada del radicalismo, compusieron un paquete de
factores que entorpecieron las alcances posibles de la tentativa reparadora. Crisis, divisiones, desgastes y
desaciertos se juntaron, desencadenando los fracasos ya señalados.
De esa manera la democratización abierta con la ley Sáenz Peña, quedó lisiada. El proceso adoleció entonces
de graves falencias, que se irían complicando en el futuro.
Sin embargo la apertura radical se expandió sobre todo en cuanto generaba coincidencia de lo que el país ne -
cesitaba. La reparación modernizante, rengueando y parcialmente concretada, se desquitaba penetrando en el
pensamiento de la gente, y uniendo a los argentinos con aspiraciones comunes, más de lo que a veces se ha
entendido.
Yrigoyen, revolucionario nato que llegó al gobierno por los comicios, intransigente que cuando fue neces-
ario, no vaciló en transigir. He ahí un mérito clave, aunque lamentablemente no del todo mantenido durante
sus presidencias.
En sus manos estuvo aceptar o no la participación que la élite liberal le brindaba. Habiendo sido insurreccio-
nal durante muchos años, consiguió finalmente el gobierno mediante las urnas restauradas. Tanto en la in -
transigencia, como en ese acuerda, tuvo sentido trasformador y arraigado.
Teniendo a los grandes sectores medios como columna principal, la gestión desarrollada entre 1916 y 1922
protegió al desenvolvimiento del país, encarrilándola hacia una modernización más cabal.
Simultáneamente, esclareció objetivos comunes, reactivando los supuestos de pueblo y nación como solida-
ridad de todos los sectores sociales en la tierra soberana, que se habían heredado de España, y que el Régi -
men había descuidado o condenado. Con ello favoreció una conciencia compartida de ciertos valores, que si-
guió viva en nuestra historia.
Más allá de sus fracasos y miserias, esos seis primeros años de experiencia radical, renovaron a la Argentina
respetando sus esencias. Fueron el tramo de cabecera, de un proceso de incorporación popular dentro de un
marco y un credo constitucional preexistentes, gracias al cual el país gozó de una estabilidad institucional y
casi no más repetida.

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