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LA EXPERIENCIA RADICAL
1916-1922
TOMO II
EDICIONES LA BASTILLA
COLECCIÓN MEMORIAL DE LA PATRIA
© EDITORIAL ASTREA 1980
Capítulo VI
LA REPÚBLICA MODERNA
Podría medirse la importancia de nuestra ganadería durante el año que acaba de trascurrir, por el juicio sintético
que a los jurados británicos les ha sugerido el torneo anual internacional, cuando afirmaron que esta exposición
era la primera en su género, mundialmente considerada, y que el progreso que denotaban los ejemplares de di-
versas razas en ella exhibidos, daba la sensación de que Inglaterra había cedido a la República Argentina el cetro
de la industria.2
La Exposición Rural de Buenos Aires seguía siendo por entonces el escenario mayor del empuje
productor agrario. Pero existían, asimismo, torneos anuales de agricultura, ganadería e industrias en diferen-
tes áreas regionales del país, como las de Rosario, Santa Fe, Bahía Blanca, Concordia, Nueve de Julio, Coro-
nel Suárez, General Villegas, Santo Tomé, Rafaela, Corrientes, Tres Arroyos, etcétera.
Otros aspectos conexos con la industria ganadera eran considerados en los círculos empresarios y técnicos.
Tal, por ejemplo, el Primer Congreso Internacional de la Fiebre Aftosa, que con la asistencia de delegaciones
de numerosos países se reunió en Buenos Aires del 6 al 12 de setiembre de 1920.
La producción agrícola del país se desarrollaba alrededor de los cereales: trigo, maíz, lino, avena y centeno,
como rubros principales. Los volúmenes de embarques de esos cinco productos, calculados en toneladas, ha-
bían alcanzado en los años centrales del período las siguientes cifras: en 1918, a 4.218.101; en 1919, a
6.039.669, y en 1920, a 10.165.901.
El proceso de ascenso de la producción cerealera, aunque permanente, fue obstaculizado entre 1916 y 1920
por las distintas sequías.
Las modificaciones provocadas por las grandes compras directas realizadas por los gobiernos europeos –es -
pecialmente, el Ministerio de Comercio de Inglaterra-, habían determinado una acelerada. y creciente de-
manda de esa producción, y una elevación de sus precios.
El de 1920, en especial, fue un año de cosecha muy abundante y de superior calidad, a lo que se
sumaron una demanda muy activa y excelentes precios.
Los de 1917 y 1918 no habían sido años malos, sino, por el contrario, de positivos resultados en cosechas y
en las ventas al exterior.
2
Anuario de La Razón, año 1921, pág. 193. De esta fuente y de las publicaciones oficiales de la época, han sido obteni-
dos los datos estadísticos utilizados en este capítulo.
Desde comienzos del siglo XX, y a pesar de las limitaciones originadas en los excesos librecambistas, la in -
dustria argentina había mantenido un crecimiento respetable. Como ya se ha dicho, la guerra desde 1914 ve -
nía desencadenando nuevos alientos, surgidos de la necesaria sustitución de los productas que antes se im-
portaban, y que la conflagración impedía seguir haciéndolo al mismo ritmo.
El gobierno de Victorino de la Plaza había apoyado esa necesaria apertura. Ejemplo de ello era la creación
de la Dirección General de Industrias, y su correspondiente política de auspicio a la producción local. Con la
presidencia de Yrigoyen, esa política fue ratificada y continuada con mayores alcances.
En sus primeros mensajes de apertura de las sesiones del Congreso, el Presidente radical mencionó las nece-
sidades industriales; las posibilidades del mercado, tanto exteriores como interiores; la concentración de ac-
tividades en forma excesiva en determinados centros; el beneficio de reorientar la producción de las provin -
cias que exhibían una estructura de monocultivo hacia la diversificación, y las dificultades de distintas in-
dustrias, como la del papel, la textil y los ingenios.
Anunció también Yrigoyen un proyecta de ley de fomento industrial. Acuciados por la necesidad, los indus-
triales encaraban nuevas labores empresarias, y evolucionaban las industrias químicas.
En 1917 se constituyó la sociedad Palma Hnos. y Cía. en Zárate, para la explotación de la fábrica La Diana,
que elaboraba ácidos y cinc en lingotes; y la Compañía Argentina de Lámparas Eléctricas comenzó a fabri -
car bombitas con filamento metálico, etc.
Se instaló en Olavarría una fábrica de hilados de paja de lino, y se proyectaron otras fábricas en Rosario y en
Brugo (Entre Ríos).
En 1918 quedó incorporada al registro de comercio la firma Pirelli.
Ese mismo año, en la Fábrica Militar de Aviación se ensayaron exitosamente hélices de fabricación nacional
con madera de peteribí de Misiones.
La naturaleza ha sido pródiga con el suela patrio, sólida base del futuro desarrollo de la industria nacional. Estu-
diar los factores de la producción argentina, preferirla, estimularla, es enriquecer al pueblo, asegurando, con su
autonomía económica, su independencia política.3
Lamentablemente, tampoco en este problema de la industria el Congreso respondió a las iniciativas del Po-
der Ejecutivo y de los sectores comunitarios involucrados. Más, aún: hubo ocasiones en que se presentaron
proyectos por parte de legisladores, con un criterio opuesto al de protección de la producción nacional, moti-
vando esto críticas y protestas por parte de las industriales.
Párrafo especial corresponde al rubro metalúrgico, que prefiguraba con excelentes promesas el futuro de ese
sector clave del desarrollo básico de la industria.
En 1920, Pedro Vasena e Hijos, Compañía de Hierros y Aceros –originariamente, de capitales argentinos, y
por entonces ya adquirida por capitalistas británicos-, inauguró la fundición y laminación de acero. Esta sec-
ción de la empresa funcionaba en Barracas, con una extensión ocupada de 100.000 m²; diez grúas eléctricas;
guillotinas y remachadoras mecánicas; una fábrica de puntas, que era la más grande de la América del Sur;
trefilado de alambre con maquinaria de fabricación propia, siete embarcaderos en el Riachuelo, hornos im -
portados de hasta 150 toneladas de capacidad, talleres de laminado, etcétera.
La Sociedad Anónima Talleres Metalúrgicos -antes, Rezzónico, Ottonello y Cía.-, ubicada en Avellaneda y
fundada en 1882, era otra empresa de gran importancia hacia 1922, con una superficie ocupada de 45.000
m2, y un muelle en el Riachuelo de una cuadra de largo. Se especializaba en maquinaria para ingenios, es -
tructuras y piezas sueltas.
Como hemos ya visto, la situación de la industria en el período es matizada y peculiar. Desde 1914 hasta
1917 se mantuvo con relativos crecimiento y estancamiento.
Las empresas más grandes y modernas se expandieron en forma notable, y la pequeña industria se vio perju -
dicada, especialmente en los primeros años de la guerra, hasta fines de 1916.
Hubo empresas que se contrajeron, y otras que crecieron o nacieron por entonces. Existió expansión en el ru-
bro frigorífico, desarrollo sustancial en el textil, contracción en el metalúrgico, y leve mejora en otros.
Simultáneamente, en las industrias que trabajaban para el mercado interno, como las vitivinícolas, azucare-
ras y molineras, se concretaron acuerdos privados para uniformar precios y repartir posibilidades. (Existía
cierta tendencia general hacia el pool.)
3
Según señala R. O. Fraboschi, la campaña de fomento fue proyectada por la Dirección de Industria y Comercio, y rea -
lizada con la colaboración de los ministerios de Guerra y de Marina, el Consejo Nacional de Educación y la Unión In -
dustrial. (Cf. R. O. Fraboschi, "Industria...”, pág. 207.)
El influjo de la guerra, más allá de sus perjuicios, resultó en general favorable a la producción industrial. 4
Luego, a partir de 1918 y hasta 1922, la industria argentina tuvo una alta tasa de desarrollo.
El rubro frigorífico alcanzó un buen ascenso; hubo expansión menor que en los años anteriores en el textil;
recuperación y un gran salto adelante signaron al metalúrgico, y los restantes rubros lograron una mejora
sostenida.
La depresión de 1921-22, generada en el sector pecuario, fue sobrellevada con relativo costo por la
industria, pues en 1920 se había visto muy favorecida por la desvalorización monetaria que encareciendo las
importaciones alentó la situación con productos locales.
4
Este proceso ha suscitado tres interpretaciones diferentes: la de quienes subrayan a la Primera Guerra Mundial como
factor desencadenante de una gran expansión de la industria argentina; la de quienes, a su vez, la consideran responsa-
ble de un cúmulo de perjuicios que estancaron dicha industria, y la de quienes entienden que el conflicto bélico produjo
influencias de opuesto sentido sobre nuestras industrias, cuya resultante sería la de un desarrollo relativo y un influjo
global positivo. De nuestra parte, coincidimos con esta última interpretación, que tiene en cuenta como hechos compu-
tables: 1º) La demanda de productos antes provistos por Europa fue suficiente; 2º) La disminución de esos artículos im-
portados no fue tan grande ni prolongada como para provocar un incremento exuberante de manufacturas nacionales
que las suplieran; 3º) Durante largo tiempo, la guerra hizo faltar maquinarias, herramientas y materias primas importan-
tes para la industria, al provocar su escasez y mayor costo; 4º) En la mayoría de los casos, los precios altos alcanzados
por la producción nacional compensaban ampliamente los inconvenientes mencionados en el punto 3º.
La energía nacional
Desde el descubrimiento de petróleo en Comodoro Rivadavia (13 de diciembre de 1907), en general los su -
cesivos gobiernos anteriores a Yrigoyen prestaron suficiente atención al desarrollo de esa fuente energética.
Su importancia estratégica y geopolítica para el progreso soberano del país, tuvo defensores como el enton -
ces capitán de fragata Segundo Storni. Lúcido estudioso de toda nuestra problemática de modernización,
Storni pronunció en junio de 1916 importantes disertaciones sobre el tema en el Instituto Popular de Confe-
rencias del diario La Prensa, que presidía el doctor Estanislao S. Zeballos -otro luchador del desarrollo na-
cional-, y que era una de las grandes tribunas del momento. Storni tuvo, además, el acierto de desplegar una
óptica integral del problema en sus planos naval y territorial; óptica que marcó rumbo para la acción futura
de nuestra Armada en ese sentido.
El presidente Victorino de la Plaza había adoptado medidas y presentado proyectos de aliento a la empresa
petrolera.
El ingeniero Luis A. Huergo, con patriótico entusiasmo, por su parte, había orientado la actividad de la Di -
rección General de Explotación de Petróleo de Comodoro Rivadavia, bajo dependencia del Ministerio de
Agricultura, y a través de una Comisión Directiva Honoraria que presidía el mismo Huergo. Esta Comisión
ejerció sus funciones hasta noviembre de 1917, en que por divergencias con el ministro Pueyrredón renun -
ciaron sus integrantes.
A partir de 1917 no hubo contribución financiera del Estado para la explotación petrolera; es decir que la Di-
rección General, con carácter de concesionaria de minas, debió autofinanciarse.
Luego de la renuncia de la Comisión Honoraria y del administrador del yacimiento de Comodoro Rivadavia,
ingeniero Sol, la explotación quedó bajo dependencia directa del ministro Pueyrredón a través de sucesivos
gerentes. Fueron éstos Enrique V. Plate, durante noviembre y diciembre de 1917; Sebastián Flores, hasta el
18 de enero de 1921, e interinamente Joaquín Spinelli, hasta el 19 de octubre de 1922. En Comodoro Riva -
davia, el ingeniero Sol fue reemplazada por el capitán de fragata Enrique Fliess.
La producción del yacimiento, conforme a las cifras que proporciona José A. Craviotto en su estudio sobre la
minería y el petróleo argentinos, mostró la evolución siguiente: en 1917, de 181.104; en 1918, de 797.586;
en 1919, de 188.113; en 1920, de 227.115; en 1921, de 278.786, y en 1922, de 348.888 ( todas las cifras, en
metros cúbicos).
Durante aquellos años fue ampliada la destilería de Comodoro Rivadavia, y se hicieron proyectos para esta-
blecer otra en las proximidades del puerto de Buenos Aires.
En mayo de 1920 finalizó la perforación del pozo N° 128, que en una semana llegó a dar 4.000 metros cúbi-
cos de petróleo.
E1 15 de setiembre de 1921, el capitán de fragata Francisco Borges reemplazó a Flores en el cargo de admi -
nistrador.
Plaza Huincul era desde el 26 de setiembre de 1918 la segunda fuente petrolera del país, habiendo multipli-
cado por diez su producción entre 1918 y 1922. (Se la había trasferido a la Dirección General, desde la Di-
rección de Minas, Geología e Hidrología.) Hacia 1921, tres de sus pozos dieron excelente rendimiento.
Existían, además, empresas particulares operando en la zona de Comodoro Rivadavia. Así ocurría con la
Compañía Ferrocarrilera, la Astra y Cía., la Compañía El Sindicato, y la Compañía Industrial y Comercial de
Petróleo. Las dos primeras extrajeron entre 1916 y 1922 un total de 248.986 metros cúbicos.
En lo que a la Dirección General respecta, ésta ofrecía una notable incoordinación entre las oficinas y depen -
dencias administrativas de la Capital Federal, y la planta de Comodoro Rivadavia; hecho en cierta medida li -
gado a la proliferación de las primeras. Este problema ha sido señalada por el general Enrique Mosconi en
sus trabajos sobre el petróleo argentino.
El 3 de junio de 1922, un decreto de Yrigoyen creó la Dirección General de Yacimientos Petrolíferos Fisca -
les, repartición equiparada a la Dirección anterior que reemplazaba, y dependiente también del Ministerio de
Agricultura. Se intentaba con ello una reorganización apropiada, la que fue muy relativamente lograda, al
tiempo que se concretaba un paso hacia el futuro de lo que desde ese momento comenzó a ser conocido
como Yacimientos Petrolíferos Fiscales. (La dependencia con respecta al Ministerio trabaría, lamentable-
mente, a Y.P.F.)
Preocupó, asimismo, al Gobierno radical, la constitución de una flota petrolera nacional, que sería integrada
con los barcos Ministro Ezcurra, Aristóbulo del Valle, Ingeniero Luis A. Huergo y Leandro N. Alem. Tam-
bién fueron levantados grandes tanques depósitos en la Dársena Sur del puerto porteño.
Como aspecto diferenciado, la energía eléctrica estaba bastante desarrollada; y según algunos estudiosos de
entonces –por ejemplo, el geógrafo Tobal-, nada tenía que envidiar a las similares de otros países más ade -
lantados; al menos, en las grandes ciudades del país.
La Compañía Alemana de Electricidad había monopolizado durante bastante tiempo los servicios municipa-
les y particulares en Buenos Aires. Luego, la Compañía Ítalo Argentina, que utilizaba como combustible el
petróleo argentino de Comodoro Rivadavia, activando una usina de 50.000 H.P., arrimó una competencia ex-
pansiva de la actividad en general.
La red tranviaria de los distintos centros urbanos constituía el sector más representativo del potencial eléctri -
co aplicado.
Después de un viaje del ministro Pueyrredón al Iguazú, Yrigoyen daba a conocer un decreto (24.7.1919) por
el cual autorizaba a la Dirección General de Navegación y Puertos para realizar los estudios necesarios que
permitieran determinar la potencia hidroeléctrica efectiva en aquella zona misionera y en el río Uruguay, y la
posibilidad de trasportar la energía hasta los centros de consumo. Esos trabajos preparatorios fueron realiza -
dos por los ingenieros Gamberale y Mermoz, sirviendo como base para todos los estudios posteriores efec -
tuados sobre Salto Grande, Apipé y las cataratas.
La reducción de las importaciones de carbón durante la guerra había provocado el surgimiento, en Santiago
del Estero y en el Chaco, de numerosos establecimientos dedicados a industrializar la madera como combus-
tible, además de constituir un acicate para la explotación petrolera y de electricidad en general.
Para redondear el planteo petrolero del radicalismo, ha de tenerse en cuenta que por mensaje del 23 de se-
tiembre de 1919, Yrigoyen elevó al Congreso un proyecto de ley orgánica del petróleo, y lo reiteró el 20 de
julio de 1921. Este proyecto buscaba reorganizar la empresa petrolera estatal, y reactivar la producción, in-
cluidas las empresas privadas.
Los principios fundamentales establecidos entonces por el Jefe del radicalismo eran: propiedad nacional de
todos los yacimientos del país; apoyo decidido a la empresa petrolífera fiscal; coexistencia de las explotacio-
nes fiscal y privada argentina y extranjera, y rechazo a las explotaciones mixtas.
A diferencia de Yrigoyen, su segundo ministro de Agricultura, el ingeniero Alfredo Demarchi -precursor, por
otra parte, del proteccionismo industrial-, apoyaba las formas mixtas. 5
5
Posteriormente, durante el gobierno de Alvear y en ocasión de los grandes debates del Congreso de 1927 y 1928, el
yrigoyenismo llevaría su posición hacía el monopolio estatal integral, y la expropiación de las concesiones ya estableci-
das con empresas privadas, tanto extranjeras como argentinas. En cuanto al monopolio, coincidirían con Yrigoyen los
socialistas independientes, mientras que los antipersonalistas sostendrían las explotaciones mixtas (sin monopolio pre-
vio del Estado argentino), y los conservadores y los socialistas tradicionales se opondrían a ese monopolio. La empresa
mixta sería la postura oficial de Alvear y el antipersonalismo durante su administración. Ellos coincidían en la propie-
dad nacional básica y en el aliento a Y.P.F.; pero rechazaban el manejo único por parte del Estado y las expropiaciones.
Con esta posición coincidiría durante esa etapa el mismo general Enrique Mosconi; pero en la etapa segunda (1928-30
en adelante) modificaría su planteo, sosteniendo un monopolio estatal básico combinado con aperturas hacia las explo-
taciones mixtas y la no expropiación de las concesiones en general. En contra de estas expropiaciones de lo ya concedi-
do a manos privadas nacionales y extranjeras se manifestarían también socialistas tradicionales, conservadores y socia-
listas independientes.
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En 1919, por el puerto de Buenos Aires ingresó el 84 por ciento del total de las importaciones; por La Plata, el 3,7; por
Rosario, el 3,3; por Campana, el 3,8 (nafta), y por Bahía Blanca, sólo el 0,9 por ciento. En el mismo año, por el puerto
de Buenos Aires salió el 48 5 por ciento de las exportaciones; por La Plata, el 14; por Rosario, el 12,4; por Zárate (car-
nes de frigoríficos), el 7,2, y por Bahía Blanca, el 5,3 por ciento
El comercio con Bolivia tuvo cifras máximas de importación y exportación entre los años 1918 y 1920. Pero
hubo también otras aperturas. Con el Japón, por ejemplo, el incremento fue notable, con un pico de
25.000.000 en 1919.
En general, las cifras máximas en volúmenes de exportación se alcanzaron en 1919 y 1920, y las de importa-
ción, en 1920 y 1922.7 El año más crítico en cuanto a reducción de las importaciones fue 1918. 8 Cabe desta-
car el aumento del costo de tonelada importada con el que las naciones en guerra se defendían de sus ingen-
tes gastos.
El panorama global del comercio exterior bajo la primera presidencia de Yrigoyen exhibe un notable incre -
mento y buena respuesta a los cambiantes estímulos del período, tan alterado por la guerra y sus consecuen-
cias. Ello puede acreditarse a la orientación gobernante, en la medida en que refleja aciertos en el frente ex-
terno de la vida nacional.9
En cuanto al comercio interior argentino, conforme al Censo Nacional de 1914, sus actividades ocupaban a
111.600 argentinos y 182.046 extranjeros. Aproximadamente un tercio de todos ellos eran preferentemente
empleados, y en porciones menores, viajantes y dependientes.
No hay datos importantes acerca del número de pequeños y medianos comerciantes; pero es lógico estimar
que una buena parte de los dos tercios restantes estaba integrada por ellos. Así lo permiten estimar informa -
ciones parciales desprendidas de fuentes oficiales y empresarias, lo mismo que el movimiento publicitario –
tan en ascenso por entonces- en diarios y revistas. La publicidad comercial, en efecto, cobra por entonces un
notable incremento, a medida que se acerca al final del período, momento en el que ya prefigura claramente
el boom comercial de los años 20.
Esto se vincula a la expansión de los sectores medios y a la recuperación económica de la posguerra, cuya
combinación incrementó el consumo, haciéndolo más diversificado, masivo y de precio sostenido.
El incremento de la urbanización es otro elemento ligado a este proceso. En las ciudades y centros más o
menos urbanizados, se van definiendo progresivamente importantes áreas y actividades de comercio me-
diano y pequeño. Fenómenos como la calle comercial, las grandes tiendas, las vidrieras, las liquidaciones a
precios rebajados, los concursos y otras variantes publicitarias, son algunos de los que cobran relevancia.
Veamos ahora qué ocurría con otro camino de Mercurio: el de las comunicaciones.
Las ventajas del litoral argentino se concentraban en los puertos de Buenos Aires, La Plata, Rosario y Bahía
Blanca. A éstos se sumaban los pequeños y medianos, asentados a lo largo de las costas del país. Ya para
1921 se hallaban próximos a agregarse, con estructuras modernas, los de Mar del Plata y de Quequén.
Las líneas de vapores marítimas y fluviales habían disminuido notablemente su actividad durante la guerra,
para recuperarla luego del armisticio, aunque con importantes deficiencias. La Compañía Hamburgo Suda-
mericana fletaba magníficos vapores, y hacía el itinerario de Buenos Aires a Hamburgo, con escalas en Río
de Janeiro, Bahía, Lisboa, Southampton y Boulogne-sur-Mer. Sólo en enero de 1921 había llegado a nuestra
Capital el primer vapor de esta línea, después de la interrupción de los servicios en 1914.
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Entre 1920 y 1922 –es decir, cubriendo parte del segundo y el tercer ciclos del comercio exterior- se desarrolla la cri-
sis económica, que tiene justamente su eje en ciertas importantes modificaciones del intercambio internacional. Se
reimplanta progresivamente el librecambio. Los precios se elevan. Los Estados Unidos entran en una acelerada prospe-
ridad, como país más beneficiado por los cambios generados por la guerra. Hay saturación del mercado. La libra, el
franco y el marco se deprecian. En lo que a la Argentina respecta, el problema tiene su núcleo en la crisis ganadera, mo -
tivada por factores de antigua data y por otros recientes. Entre los primeros influyen no haberse sacado todo el prove -
cho posible de la buena situación de las balanzas comerciales de 1914 a 1918, y no haberse establecido una política de
créditos para el productor rural. Entre los segundos opera, principalmente, la acentuada disminución de las exportacio -
nes al mercado europeo, el que deja de comprar con el ritmo anterior en los países agropecuarios, dentro de los que el
nuestro se destaca por su importancia.
8
En 1919, al promediar el período, las exportaciones en pesos oro más importantes, fueron: al Reino Unido, por 294
millones; a los Estados Unidos, por 189 millones; a Francia, por 114 millones; a Bélgica, por 59 millones; a los Países
Bajos, por 56 millones, y a Italia, por 41 millones. Obsérvese como, conforme a estas cifras, los Estados Unidos habían
pasado a un notable segundo lugar en lo que respecta a nuestros compradores, lo que, sumado a su primer lugar desde
1916 como proveedor, indica con claridad su renovada presencia económica internacional influyente en la Argentina.
9
R. O. Fraboschi ha publicado en su trabajo sobre "Industria y comercio" el siguiente cuadro de Importaciones clasifi-
cadas, en base a valores de la tarifa de avalúos de 1906, en millones de pesos oro:
AñosAlimentaciónFuerza MotrizSuntuariosTransportesCapitalización1916106241643271917102161336171918
8613123816191910424155830192012833256549192111836195354192212943175864
Entre los hondos males causados a la Nación por el predominio que acaba de terminar, figuran los inferidos a las
provincias y a los territorios nacionales, que sin duda alguna habrán malogrado para siempre en mucha parte el
natural y expansivo desenvolvimiento de la nacionalidad, en las proporciones verdaderas de su poderosa natura -
leza y de la justa amplitud de espíritu Desde gran parte de sus tierras, las más feraces, y de sus riquezas, las más
productivas, hasta las instituciones y libertades indispensables a la normalidad de la vida, sufrieron y soportaron
todas las devastaciones posibles y todas las perturbaciones imaginables... Así soportaron las más angustiosas y
desesperantes vejaciones y servidumbres, como la falta de estabilidad y seguridad en todo, porque el Régimen
tuvo absolutamente subvertido el orden público, haciendo que los pueblos fueran para los gobiernos, y no los
gobiernos para los pueblos. No vieron en los pueblos sino entidades autónomas que explotar en todo sentido y
forma, llegando a empeñarlas en los centros comerciales del mundo, sin atender jamás a los compromisos con -
El 30 de setiembre de 1920, la mayoría opositora del Congreso aprobó una ley entregando los ferrocarriles
del Estado a una nueva compañía de explotación mixta, en la que capitales extranjeros iban a tener su con -
tralor. El presidente Yrigoyen la vetó, basándose en que se debía mantener en poder del Estado la explota -
ción de fuentes de riqueza vitales para el desarrollo del país. La ocasión le permitió también al titular del Po -
der Ejecutivo sentar su disconformidad con las formas de explotación mixtas.
Dentro del mismo orden de cosas de la política ferroviaria, Yrigoyen había planteado por mensaje a las Cá -
maras del 20 de junio de 1917 –fecha, por cierto, oportuna en su dimensión belgraniana y nacional- su opo-
sición a nuevas concesiones ferroviarias. Y en mensaje y proyecto del 12 de setiembre de 1922, propondría
la adquisición del Ferrocarril del Chubut.
Toda ello quedó en agua de borrajas, por la reticencia del Congreso. Pero, al mismo tiempo, por vía del de-
creto el Presidente estableció la caducidad de 10.000 km. de vías imaginarias, que se hallaban concedidas a
las empresas extranjeras, y cuyos plazos para concretarlas se hallaban ya vencidos, aunque el país cumplía
fielmente con el pago a los concesionarios, de las ganancias mínimas que los contratos establecían como ga-
rantía.
Existían por entonces muchos de esos resabios de ferrocarriles a cualquier lado –como los denomina Félix
Luna-, que sin ninguna garantía de llevarse a la realidad, obstruían las posibilidades de expandir la red esta-
tal mediante el mecanismo legal de sus derechos anteriores.
Las concesionarios pidieron prórroga en los plazos ante el Congreso. Yrigoyen se opuso a la misma, y acor -
dó con las Cámaras la sanción de una ley que garantizara el reintegro de las sumas depositadas por los solici-
tantes, las que, conforme a ley, no tenían por qué ser devueltas. Fue una manera de mostrar su buena volun-
tad, sin retroceder en lo sustancial.
El otro aspecto en el que Yrigoyen marcó hechos claros, fue el de las tarifas ferroviarias. Por decretos de ju-
lio de 1919 se fijó oficialmente la cuenta capital de los Ferrocarriles Central Argentino, Buenos Aires al Pa-
cífico, Trasandino, Gran Oeste, del Sur, Central Córdoba y menores. Con ello logró que cesara la inflación
que las empresas hacían con su capital declarado, y fuese entonces posible la intervención de las autoridades
sobre las tarifas, legalmente viable sólo cuando las ganancias representaran un cierto porcentaje del capital
reconocido. Y finalmente, en agosto de 1921 se anularon los aumentos establecidos por ciertas empresas sin
autorización oficial.
En el fondo de la política ferroviaria y de transportes en general sostenida por el presidente Yrigoyen, bullía
la intención de establecer, frente al simple concepto utilitaria seguido preferentemente por las empresas hasta
entonces, el nuevo criterio de unión y bienestar nacional y americano. Cabe en este último aspecto recordar
tanto el plan de Huaytiquina, como otros proyectos.
Los caminos de aquellos años dejaban mucho que desear. Así ocurría a pesar de los esfuerzos constantes del
Gobierno nacional y de las autoridades provinciales. En ese sentido, es justo señalar la labor de la Dirección
de Caminos de la Nación en la construcción de puentes y el arreglo o conservación de caminos.
Entre los levantados con calzada pavimentada, se hallaba el que comunicaba la ciudad de Buenos Aires con
Campo de Mayo, vía de evidente valor estratégico para la defensa nacional.
El incontenible automovilismo, que iniciaba por entonces su primera etapa importante de expansión, había
traído aparejada la surgencia de un nueva protagonista de los transportes y el deporte, de indudable y progre -
siva gravitación. Empezaba la gran etapa del automotor, representado entonces por los automóviles particu-
lares, de alquiler y de transporte colectivo, los ómnibus y los camiones. En dicho proceso, los años del perío -
do marcaron la transición hacia el transporte de ese tipo de uso general.
Existía por entonces una vastísima red telegráfica, que se articulaba con la de todos los países del mundo a
través de varias líneas internacionales. Internamente había líneas nacionales, provinciales, ferroviarias y de
compañías particulares, así como 26 estaciones de radiotelegrafía nacionales. (En 1919, por ejemplo, se des-
pacharon por las líneas nacionales más de 20.000.000 de telegramas.)
En cuanto a los teléfonos, funcionaban líneas en los centros de población y redes de intercomunicación entre
los más importantes. La Capital del país estaba unida con las ciudades de Rosario, Mar del Plata, Tandil,
Balcarce, Bahía Blanca y Montevideo.
10
G. del Mazo, El radicalismo..., tomo I, pág. 195.
En líneas globales, las comunicaciones de aquella Argentina respondían al grado de desarrollo de la época, si
bien la misma se hallaba preferentemente concentrada en las áreas pampeana y litoral, siguiendo los linea-
mientos inarmónicos y desequilibrados del proyecto del 80.
Como particularidades complementarias, deben señalarse la inexistencia de la radiotelefonía -apenas incor-
porada a los medios del país en la segunda mitad de los años 20-, y la importancia que por entonces tenían
los diarios, los periódicos y hasta las revistas semanales o mensuales.
Agreguemos, asimismo, una referencia para los primeros usos dados al avión como medio de trasporte. Al
finalizar la guerra, la idea –sin duda, surgida y alimentada en las propias peripecias bélicas- se encuentra en
los pensamientos de muchos.
El 1° de setiembre de 1918, Pierre Georges Latecoère funda en Francia la primera empresa aerocomercial
del mundo. Después lo harán los holandeses. Pero hete aquí que anticipándose a las gentes del país de los tu -
lipanes y la ginebra, una empresa rioplatense seguiría a los franceses. Shirley H. Kingsley, mayor de la aero-
náutica británica, es enviado por la empresa Airco o De Havilland para establecer servicios regulares de pa -
sajeros en la Argentina. El 10 de junio de 1919 inicia ese tipo de vuelos -cuatro meses antes que los holande -
ses-, utilizando un aparato Havilland. Señala sobre ello Julio A. Luqui Lagleyze: "Es, sin duda, el primer
vuelo aerocomercial de América, y uno de los primeros del mundo".
Y una publicación de aquella época, la Revista del Mundo, que editaba La Nación, dice en su número de ju-
nio de 1919: "…conduciendo pasajeros de una a otra orilla ha abierto un nuevo horizonte a las comunicacio-
nes entre Buenos Aires y Montevideo ... El mayor Kingsley ha demostrado con sus vuelos la posibilidad del
establecimiento de una línea permanente de intercambio por la vía aérea..."
Pero Kingsley no se limitó en sus vuelos a Montevideo solamente. En cinco semanas unió a Buenos Aires
con Rosario, Bahía Blanca, Bell - Ville, Gualeguay, Colonia y Córdoba, y recorrió el espacio aéreo de buena
parte del Uruguay. Había demostrado así la posibilidad de los viajes comerciales en toda el área litoral y cen-
tral rioplatense. El 1° de agosto creaba la River Plate Aviation Company.
Por entonces, Latecoère llega a Buenos Aires. A los franceses los representa en estas tierras nada menos que
el bravo capitán riojano Vicente Almandos Almonacid, el héroe de la aviación gala en la primera guerra, ad -
mirado y respetado por el mundo entero. Y este sueño del hombre de la tierra de Facundo y El Chacho, se
haría realidad años después de nuestro período 1916 - 22, a través de la empresa Aeroposta Argentina.
En 1920, Kingsley llegó a unir en vuelos comerciales nuestra Capital con Tucumán, Río Grande del Sur,
Puerto Alegre y otros puntos del Brasil.
Por su parte, los franceses de la misión aeronáutica inauguraban un servicio regular de transportes entre Bue-
nos Aires y Mendoza en aparatos Farman y Breguet, con cabinas especiales para pasajeros.
El 16 de junio de ese mismo año, un joven teniente establecía la marca sudamericana de altura con un pasa-
jero, al volar a 6.100 metros de altura en un biplano S.V.A., acompañado por el mecánico Beltrame. Su nom-
bre era Florencio Parravicini Diomira.
Dos meses antes se había realizado el primer viaje de bodas en avión: los novios Víctor Kelly e Isabel Mills
se trasladaron de El Palomar a Montevideo en un avión A. R., como pasajeros del aviador inglés Clowes.
En setiembre, el aviador alemán Federico Morhauer ensaya en el aeródromo de El Palomar el primer aparato
teutón llegado al país después de la guerra. Vuela a 3.000 metros de altura en un ensayo, hasta alcanzar lue-
go los 6.100 metros.
Por ese tiempo funcionan aeródromos civiles en Villa Lugano, San Isidro, San Fernando, Castelar, Hurlin-
gham, Bartolomé Mitre, Rosario, Tucumán, Bahía Blanca, Tres Arroyos, Balcarce y otros lugares del país.
Se efectúan, asimismo, colectas populares para la adquisición de aparatos mihtares y civiles.
Otra importante manifestación aeronáutica de entonces fue la llegada del dirigible italiano que durante 1920
realizó numerosas demostraciones sobre el cielo de Buenos Aires, ciudad que vino a ser la primera del Con-
tinente que conocía ese tipo de aparato.
La educación
En el año 1920, en sus Estudios sobre la población escolar en la República, Jorge Meneclier señalaba lo si-
guiente:
Nadie puede negar, sin ser injusto, el reconocimiento del progreso conseguido en el desenvolvimiento de nuestra
educación primaria, por lo que corresponde al esfuerzo nacional durante la época comprendida entre el fin de
1916 y hasta el presente: 1.341 escuelas –de las que doce son anexas a normales- y 134.616 niños más que en
las épocas anteriores. Resultados nunca logrados en un ciclo de tres años.
Si bien la educación pública tiene su ley desde 1884, ella contiene disposiciones que en la actualidad han, perdi -
do su razón de ser, porque la civilización argentina reclama, también en la instrucción general, reformas urgentes
que completen su caracterización y la orienten definitivamente, dándole mayor consistencia y haciéndola más
nacional, más práctica, más adaptada a las varias necesidades regionales de la República.
Objetivos de este proyecto eran delimitar en profundo cada uno de los grados de la enseñanza; eliminar el
analfabetismo; dar instrucción secundaria con espíritu de capacitación, para que el educando se bastara a sí
mismo; establecer bases prácticas para el magisterio, disponiendo importantes beneficios, como aumentos
progresivos cada tres años, inamovilidad, bonificaciones, etcétera.
Coincidiendo con el espíritu nacional del proyecto en cuestión, Juan Álvarez había afirmado en 1916:
La escuela oficial ha hecho entre nosotros buena obra, y merece la gratitud de los argentinos; pero en esta cues-
tión del nacionalismo urge completar su actual programa.
1°) ¿Cuáles son las posibilidades de mejora de la especie humana que han existido y existen dentro de nuestras
fronteras, y que es probable desaparecieran total o parcialmente, si perdiéramos la independencia y el gobierno
propio?
2° ) ¿Cuáles fueron antes y parecen ser hoy los medios más apropiados para la realización de las posibilidades
que, en definitiva, constituyen el ideal netamente argentino de nuestra nacionalidad?
En 1917 fue dejado sin efecto el anterior plan de reforma educativa del ex ministro Carlos Saavedra Lamas,
tentativa que en 1916 precediera a la administración radical, y que nunca llegara a concretarse. La tentativa
de Saavedra Lamas había buscado inyectar una enseñanza técnica que, inspirada en la educación estadouni-
dense, sumara a la formación intelectual una preparación tecnológica y práctica. El decreto correspondiente
incorporaba un nueva nivel: la escuela intermedia, previa al secundario, organizando a éste en colegios na-
cionales. Tanto en las escuelas intermedias como en dichos colegios, los estudios estaban organizados por
núcleos de materias que incluían artes, oficios, técnicas, etcétera.
Hasta 1914, la orientación educativa giraba en su mayor parte alrededor del positivismo normalista y univer-
sitario laico, el enciclopedismo científico y el individualismo jurídico. Después de la guerra comenzó una
reacción de sentido espiritualista y antipositivista. Era una tendencia mundial enraizada en la búsqueda y
rescate de los valores del espíritu, tan golpeados durante la conflagración, y marginados por el mundo com -
petitivo y materialista de las décadas anteriores a la guerra.
Algo de todo esto rodea al radicalismo, pero no lo encuadra. Ocurría que el espiritualismo era compartido
por el movimiento de Yrigoyen. Más también sucedía que la corriente antipositivista educativa se quedaba
en la inspiración de las ideas europeas de ese signo, mientras que el radicalismo tenía más arraigo en la reali -
dad nacional.
El espiritualismo de la escuela nueva fue renovación de ideas. El radicalismo sería una renovación de ideas
encarnadas en realidades, y hechas conciencia viva.
El Gobierno radical restableció el antiguo plan de 1912 con ciertas modificaciones, al mismo tiempo que se
intentaba la nueva reforma de la que veníamos hablando.
En el plano universitario, durante el período fue concretada la nacionalización de la Universidad de Tucu -
mán –hasta entonces, provincial- entre 1921 y 1922. Lo mismo ocurrió, por disposición del 17 de octubre de
1919, con la Universidad Provincial de Santa Fe, cuyo traspaso definitivo al orden nacional se efectuó el 18
de abril de 1922, ya con la nueva denominación de Universidad Nacional del Litoral y, reuniendo casas de
estudio superior de la precitada Santa Fe, así como de Paraná, Corrientes y Rosario. Hacia 1919 se realiza -
ron transformaciones en la estructura académica y docente de la Universidad Nacional de La Plata. Así se
preparó la Escuela de Química y Farmacia para su conversión en Facultad se constituyó la Escuela Prepara -
toria de Ciencias Médicas, y se separaron en facultades correspondientes las carreras de Agronomía y de Ve -
terinaria, que hasta entonces habían funcionado unidas.
Pera fue sin duda en la Universidad Nacional de Córdoba donde acaecieron hechos de profunda trascenden -
cia para el ámbito educativo y cultural del país. Allí los antiguos y merecidos prestigios intelectuales de la
Docta se habían rezagado en relación con el desarrollo científico alcanzado en el mundo, tanto en cuanto al
conocimiento, como con respecto a la organización académica y educativa. Muy importantes instituciones
de las casas de altos estudios cordobesas adolecían de anacronismos y anquilosamientos.
Al finalizar el año 1917 se sentían los primeros síntomas de un malestar estudiantil, originado en la Facultad
de Medicina, al suprimirse el internado del Hospital de Clínicas, y por la falta de acuerdo sobre los arance -
les. Éste es el origen minúsculo del conflicto: la simple chispa que hace estallar una sobrecargada atmósfera
de tensión y descontento, provocada por la situación de fondo mencionada.
Las respetuosas peticiones del flamante Centro de Estudiantes de Medicina fueron rechazadas con dureza.
Las peticiones se reiteraron, y los ánimos fueron ganando temperatura.
En ocasión de la inauguración de los cursos de 1918, el estudiantado produjo un tremendo escándalo de pro-
testa. La presencia policial se concretó a solicitud de las autoridades universitarias.
La intervención de la Universidad fue decretada por Yrigoyen. El interventor, José N. Matienzo, llegó a
comprobar numerosas deficiencias en las estructuras docentes, y en los mecanismos administrativos y peda-
gógicos.
Por primera vez hubo una renovación profesoral. Ordenada por Matienzo, permitió que los cuerpos docentes
ya renovados eligieran a los decanos y a los consejos que luego debían designar al nuevo rector. La elección
favoreció ampliamente a la corriente reformista que existía entre los profesores.
La expectativa se centró luego alrededor de la elección de rector en la asamblea universitaria electoral. Inte -
grada la misma por una fuerte representación de decanos y consejos favorables a las reformas, tanto los estu -
diantes como Matienzo tenían grandes esperanzas de que se impusiera la corriente reformista.
Candidato de esta corriente era el doctor Enrique Martínez Paz, mientras que Antonio Nores lo era por la
otra tendencia, que representaba al anterior estado de cosas, y que desconfiaba de los excesos del reformis-
mo. Recibía apoyo de la Corda Frates, círculo cerrado e influyente de no más de una docena de personalida-
des católicas, universitarios en su mayoría, políticos casi todos, funcionarios o ex funcionarios, y distribui -
dos en todos los partidos. "Así caiga el que caiga, triunfe el que triunfe, la Corda sale siempre parada", co -
mentaba La Nación del 18 de julio de 1917.
El 15 de junio de 1918 se realiza la asamblea. Después de dos votaciones malogradas, un imprevisto vuelco
de sufragios dio el triunfo a Nores con veinticuatro votos, frente a solamente trece votos de Martínez Paz.
La indignación de los muchachos fue incontrolable. Pasaron sobre la policía, algunos guardaespaldas priva -
dos de profesores de la Corda, y estos mismos, quienes resultaron todos desalojados del salón.
En el mismo pupitre del rector, Emilio Biagosch escribió de su puño y letra el acta por la que se declaraba la
huelga general. La rubricaban más de un millar de firmas.
Se sucedieron las encendidas arengas: Barros, Taborda, Valdés, Bordabehère, los Roca, los Orgaz... Casi a
las tres horas de enfervorizados discursos v manifestaciones, los estudiantes ganaron las calles. Allí su agita -
ción recibió el refuerzo de elementos heterogéneos y no universitarios, entre los que, por supuesto, no falta-
ron los de contenido político y de posiciones extremas. No faltaron, tampoco, las exteriorizaciones en las
que la natural picardía juvenil propia de los ambientes estudiantiles se mezcló con ciertas actitudes rayanas
en lo grosero.
Determinadas tensiones sociales que no faltaban en la comunidad cordobesa, originadas en los desperfectos
mismos del sistema que la había orientado en los tiempos precedentes, lograban válvula de escape en los
episodios universitarios, Por ello mismo, los hechos de la Reforma, si bien especialmente circunscritos al
plano educativo, sirvieron, por relativa extensión, para poner en evidencia distintas reaccione: de sectores –
conservadores unos, y renovadores otros- acerca de aspectos de la cuestión social, que por entonces apasio-
naba y preocupaba al país y al mundo entero.
El acceso del ciudadano a la vida nacional, traído por el radicalismo, como el acceso del estudiante a la vida de
las universidades, traído por la reforma universitaria, son dos índices de un mismo fenómeno, dos formas de un
mismo proceso de alumbramiento civil de la conciencia nacional, de una misma lucha por la integración orgáni -
ca de la nacionalidad. El vasallaje social impuesto por las oligarquías políticas dueñas del poder y de la riqueza
habían consumido nuestro aliento vital, del mismo modo que en el orden educativo, el régimen de tutela mental
que ejercieron, sofocaba el porvenir argentino, en los retoños del espíritu naciente. 11
Ahí está el gran programa emancipador: hacer de los ciudadanos, hombres; hacer de los estudiantes, hombres,
no objetos pasivos... La Reforma creyó y sostuvo que era en gran medida mental; es decir, intelectual, educativa,
11
G. del Mazo, El radicalismo..., tomo I, pág. 235.
universitaria, la causa de que padeciéramos de una política y de una economía deformadas, de que hubiera sido
desequilibrado el cuerpo de la Nación y expoliado el patrimonio nacional. 12
Conforme al análisis de Gabriel del Mazo; sus valores profundos e hispanoamericanos; su íntima ligazón
con la neutralidad soberana del país en la guerra; su concepto de pueblo - nación superador de las ideas de
clase, raza, corporación y masa; su capacidad para poner acento propio a una causa universal de humanismo
en libertad, e incorporar a las bases propias los aportes mundiales útiles; su cabal llamado a la enseñanza
como sugerencia y amor, y a que las almas de los jóvenes sean movidas por fuerzas espirituales; la redención
de las autonomías éticas y religiosas con un liberalismo no plutocrático y sí esencial; todo ello hizo que el
movimiento reformista del 18 fuese un vasto empeño de espíritu y futuro, de pueblo y América. Fuera de
esto –repetimos- quedan las intromisiones y los desprendimientos marxistas y extremistas en general.
Durante estos meses entusiastas de 1918, los estudiantes reformistas, organizados en la mencionada Federa-
ción, y el presidente Yrigoyen, sostuvieron varias entrevistas. En ellas el Caudillo expuso a los jóvenes su
convicción de que el espíritu nuevo que animaba al radicalismo y su gobierno se identificaba con las justas
aspiraciones de los estudiantes, y con las necesidades culturales de las universidades argentinas, viendo en la
reforma universitaria una posible contribución decisiva al renacimiento idealista de la República. En los
años siguientes, los centros estudiantiles participaron en la nacionalización de las casas universitarias del Li -
toral y de Tucumán, y en la modernización de las platenses.
De su epicentro cordobés, el reformismo se extendió con alcances importantes en el país y en el Continente.
Sobre ello dice Horacio Sanguinetti:
Su repercusión en América fue inmediata. Engendró movimientos tan trascendentes como el A.P.R.A. peruano, y
la mayor parte de los políticos civiles argentinos estuvieron vinculados a la misma, para profesarla o impugnar -
la.13
Y ya que a este autor citamos, hagamos un lugar especial para referirnos a la figura del doctor Deodoro Roca
como exponente del fenómeno reformista y al que Sanguinetti rescata en su trabajo. La presencia talentosa
de Deodoro –más allá de que no compartimos sus ideas- es, sin duda, un buen testimonio de fuerza intelec-
tual en la Reforma.
Con respecto a la situación de los maestros, la preocupación de Yrigoyen fue clara y permanente. Esta acti-
tud tiene, entre otros, el testimonio de lo manifestado por el doctor Ángel Gallardo en ocasión de inaugurar-
se el Instituto Bernasconi, el 26 de setiembre de 1921. Como titular del Consejo Nacional de Educación,
tuvo entonces claras expresiones de reconocimiento hacia los propósitos de dignificación de los docentes en
los aspectos materiales y espirituales de su profesión. Justamente ese año precitado se concretó un aumento
del 40 por ciento en los sueldos del magisterio.
De aquellos años de administración radical es también la organización del Patronato de Menores, organismo
vinculada directamente al plano educativo. La ley correspondiente (N° 10.903, del 21 de octubre de 1919)
establecía el funcionamiento regional en provincias y territorios de escuelas especiales, tanto talleres como
agrícolas, con la participación de los recluidos en el beneficio pecuniario resultante de los trabajos. Se bus-
caba con ello establecer un sistema de colonias adecuado para la preparación integral de los menores, en ar-
monía con las necesidades del país.
Agreguemos otros aspectos asimismo rescatables de la obra pública educativa de Yrigoyen y su ministro
Salinas: la instauración del bachillerato nocturno, las asociaciones cooperadoras, el guardapolvo blanco, las
clases de exaltación histórica y patria, en las escuelas primarias.
La Iglesia
El papa Benedicto XV (en el siglo, Giácomo Della Chiesa) ocupó esa dignidad superior de la Iglesia Católi-
ca entre 1914 y 1922, coincidiendo así su papado prácticamente con los términos cronológicos de nuestro
período.
Nacido en Génova en 1854, Benedicto XV desplegó importantes servicios en España y diversos cargos en
Roma. Arzobispo de Bolonia luego, en 1914 fue nombrado cardenal, y a poco se produjo su acceso al sitial
romano.
12
G. del Mazo, El radicalismo..., tomo I, pág. 237.
13
H. Sanguinetti, Córdoba..., pág. 38.
Si en 1910 salvó monseñor de Andrea a la Patria de caer en poder del anarquismo, entro ese año y el de 1920 co -
laboró eficazmente para que no fuera dominada por el socialismo y el comunismo…
Al decir de Manuel Gálvez, Yrigoyen tiene un fondo católico, pero jamás practica. el culto pasada su niñez;
"creía en Dios y en la Divina Providencia, en la inmortalidad del alma y por sobre todas las cosas en el Es-
píritu... Salvo en lo relativo a las mujeres, practica una moral severa y cristiana. Y en la situación pública del
culto se manifiesta con hechos definidos: impide la reforma de la Constitución de Santa Fe, porque iba a es -
tablecer la separación de la Iglesia y el Estado en dicha provincia; frustra mediante un mensaje al Congreso
un proyecto de implantación del divorcio que tenía muchas probabilidades de prosperar, basándose en que
amenazaba conmover los cimientos de la familia en su faz más augusta; con motivo del centenario de la in-
dependencia del Perú, designó a un ilustre prelado, monseñor Luis Duprat, para la presidencia de la impor -
tante representación que el país enviara a los festejos de la nación hermana; y a ese mismo dignatario ecle-
siástico le ofrecerá en su segunda presidencia el ministerio de Relaciones Exteriores y Culto.
Con respecto a las actividades laicas del catolicismo, las mismas giraban fundamentalmente alrededor de la
obra social y la cultural - educativa. Acerca de la primera se han visto ya, en un capítulo anterior, sus mani -
festaciones conexas al movimiento de la democracia cristiana.
Haciendo balance, la presencia católica militante en el período muestra un incremento y una actitud más
abierta, y plantada en el terreno de la vida social y política con enriquecidos elementos filosóficos y doctri -
narias, a la vez que renovando los tradicionales valores cristianos de paz, justicia y libertad. Ello, unido a su
cordial relación con el radicalismo, vino a fortalecer su histórico arraigo popular.
La defensa nacional
Observa el entonces general Alberto Marini en su reseña histórica del Ejército Argentino publicada en 1960:
La Primera Guerra Mundial (1914-18), estudiada a fondo por la oficialidad argentina, despierta un nuevo afán
de superación en dos direcciones: en el nivel cultural de los cuadros, y en la modernización de su organización,
instrucción, etcétera.14
Nacía entonces una nueva etapa en el proceso de transformaciones hondas, que se había iniciado en 1901
con el servicio militar obligatorio. Fueron creados a partir de ese momento los grandes institutos superiores
y especializados del arma, y los cursos jerárquicos, como el Curso Superior del Colegio Militar (14.12.1915)
y el Curso Especial para la formación de oficiales técnicos (31.3.1919).
Con la misma tónica surgieron también la reorganización del Ministerio de Guerra por decreto del Poder
Ejecutivo Nacional (16.2.1916); disposición clave que estructuraba ese organismo básico de nuestra defensa
nacional en sus Secciones, Comandos de Región, Auditoría General de Guerra y Marina, Inspección General
del Ejército (creada definitivamente en 1923), Dirección General de Personal y Dirección General del Mate -
rial.
En 1917 fueron rebautizados los arsenales con los nombres de Esteban de Luca, José María Rojas y San Lo-
renzo, y asimismo se tomaron medidas con respecto a la Dirección General de Ingenieros, Dirección General
de Administración y Dirección General de Sanidad.
En 1919 fue reconstituido como Dirección General el Instituto Geográfico Militar.
Durante el período, el Ejército Argentino vivió un proceso de modernización que era continuidad de la ten-
dencia proveniente de los tiempos del régimen anterior al gobierno radical. Como lo expone con claridad el
coronel Augusto G. Rodríguez en su trabajo sobre el tema inserto en la Historia argentina contemporánea,
la obra del proyecto nacional del 80 en este campo, orientado por las figuras conductoras de los generales
Roca, Ricchieri y otros, resultó de efecto decisivo en la composición moderna de esta institución armada del
pueblo argentino.
Hacia 1920 - 21, el ejército permanente de la República, formado por los conscriptos de veinte años llama -
dos a las filas por sorteo, se hallaba distribuido en todo el país, ocupando cuarteles y acantonamientos esta-
bles o en misiones especiales. A los efectos de la administración militar de esos efectivos, el Estado Mayor
del arma tenía constituidos en cinco grupos las provincias y territorios, que integraban otras tantas divisiones
de ejército.
La Primera División comprendía el territorio de la Capital Federal, y los regimientos l, 2, 3 y 4 de infantería;
1 y 2 de caballería, 1 de artillería de campaña, y 1 de ingenieros.
La Segunda División, la provincia de Buenos Aires; los territorios nacionales de La Pampa, el Neuquén, Río
Negro, el Chubut, Santa Cruz y la Tierra del Fuego, y los regimientos 5, 6, 7 y 8 de infantería; 8 y 10 de ca -
ballería; 2 de artillería; batallones de obuses, ametralladoras, zapadores pontoneros y ferrocarrileros.
La Tercera División, las provincias de Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes; los territorios de Misiones, el Cha-
co y Formosa, y los regimientos 9, 10, 11 y 12 de infantería; 3, 6, 9 y 11 de caballería; 3 de artillería; batallo -
nes de ametralladoras, zapadores y pontoneros.
La Cuarta División, las provincias de Córdoba , San Luis, Mendoza, San Juan y La Rioja, y los regimientos
13, 14, 15 y I6 de infantería; 4 7 de caballería; 4 de artillería de campaña; 1 de montaña; batallones de inge-
nieros, pontoneros y zapadores.
La Quinta División, las provincias de Tucumán , Santiago del Estero, Catamarca, Salta y Jujuy; la goberna -
ción de los Andes, y los regimientos 17, 18, 19 y 20 de infantería; 5 y 12 de caballería; 5 de artillería de
campaña; 2 de montaña; batallón de ingenieros, zapadores y pontoneros.
Conforme al orden de denominación numérica , comandaban respectivamente esas cinco divisiones en ese
bienio los generales José Félix Uriburu, Luis J. Dellepiane, Isaac de Oliveira César, Carlos M. Fernández y
Ricardo Cornell. Los dos primeros y el quinto, con el grado de generales de división, y el tercero y el cuarto,
con el de generales de brigada.
Durante su etapa de abstención revolucionaria, el radicalismo había ganado militantes y adhesiones impor -
tantes en las filas de oficiales del ejército. Muchos y prestigiosos eran los jefes de diferente graduación –los
más de ellos, jóvenes- que habían identificado su vocación de servicio patrio con los ideales de reivindica -
ción cívica y nacional del radicalismo. Yrigoyen era ducho en el arte de ganar esos apoyos –como todos los
que lograba con sus dotes especiales de conducción-, y existía, durante los primeros años de su gobierno, un
ambiente de respeto por el viejo luchador radical.
14
A. Marini, "El Ejército...", pág. 357.
Se ha visto en muchos casos el Poder Ejecutivo... en la necesidad apremiante de tener que mandar fuerzas de
marinería y del ejército: según las circunstancias y los parajes..., siempre eficazmente represivos, no pudieron
ser preventivos, sufriendo los pueblos los daños consiguientes.
Estas consideraciones del Presidente, además de afirmar el concepto de la prevención –en cuanto a la necesi-
dad de la Gendarmería-, hacían referencia, entre otras, a las experiencias de los sucesos patagónicos, que con
su encadenamiento de huelga violenta y subversiva, y la necesaria restauración del orden nacional, habían
obligado a pagar un precio alto.
Como, al igual que en otros casos, el Congreso no daba trámite legislativo a su proyecto, Yrigoyen, por
acuerdo general de ministros del 10 de noviembre de 1921, creó diez cuerpos de Gendarmería, los que tuvie -
ron una vida efímera, al faltarles el respaldo legal, que sólo las Cámaras podían brindarle, lo cual entorpeció
su organización y eficacia.
En materia naval, como ocurriera con el Ejército y la Gendarmería, también intentó el presidente Yrigoyen
una legislación integral, y ajustada a las necesidades del crecimiento y la defensa del país. El mensaje pro-
yecto de la ley orgánica de la Armada presentado ante las Cámaras legislativas el 12 de julio de 1918 y re-
planteado el 17 de agosto de 1922, tampoco mereció la sanción por parte del Congreso.
Pese a ello, tanto de parte del Arma como del Gobierno, la coincidencia en la justificada preocupación por
lograr medidas modernizantes de nuestra fuerza naval, hizo lo posible en ese sentido, y mantuvo alerta la
conciencia pública al respecto. En ese sentido resulta indicativo, por ejemplo, que casi dos años después –
concretamente, el 2 de julio de 1920-, bajo los auspicios del Centro Naval, el capitán de fragata Gabriel Al-
barracín daba una conferencia sobre El proyecto de armamentos navales presentado al Congreso en 1918 -
Antecedentes - La Liga de las Naciones y los armamentos navales del presente - Equilibrio naval sudameri -
cano - Conceptos generales sobre la necesidad de la flota de guerra y su crecimiento normal - Examen del
proyecto.
Hacia los finales de la gestión de Victorino de la Plaza (14 de marzo de 1916), se había dispuesto la reorga-
nización de la escuadra de mar en dos divisiones : una de instrucción, compuesta por el acorazado Moreno,
el crucero San Martín, el crucero Buenos Aires y el guardacostas Independencia, y otra de entrenamiento, in-
tegrada por el acorazado Rivadavia, el crucero - acorazado Belgrano, el crucero Nueve de Julio y el guarda-
costas Libertad. Este dispositivo básico siguió funcionando durante el mandato de Yrigoyen.
Entre 1916 y 1922 cabe rescatar, por su importancia, los siguientes hechos de nuestra Armada:
Año 1917: Se dispone el sondaje de la meseta submarina, en los viajes periódicos a la Patagonia.
- Por resolución ministerial se reglamenta la nomenclatura a darse a los accidentes geográficos en las car -
tas y planos que se confeccionaren.
- Se aprueba el Reglamento general para el servicio radiotelegráfico de la República Argentina, basado
en un proyecto del Ministerio de Marina.
Año 1918: El acorazado Pueyrredón reemplaza hasta 1919 a la fragata - escuela Presidente Sarmiento en sus
viajes regulares, a causa de realizarse reparaciones en esta última.
Año 1919: Se instala en la Dársena Norte de Buenos Aires el Taller de Radiotelegrafía.
Se constituye una comisión encargada de reorganizar y reformar los reglamentos en forma total; labor que de
allí en más fructifica en los años siguientes.
Se pone en vigor el Reglamento orgánico del personal subalterno de la Armada, que había sido aprobado por
decreto del 11 de febrero de 1916.
Año 1920: Por decreto se pone en vigor la edición del Reglamento de administración naval.
- Por resolución ministerial se establecen instrucciones acerca de cartas náuticas y libros de navegación para
el empleo exclusivo de buques de la Armada.
Año 1922: Por decreto es dividido el litoral marítimo y fluvial de la República en tres regiones navales: la
primera, entre el faro Médanos y la punta Ninfas, y con base en Puerto Belgrano; la segunda, entre la punta
Ninfas y el cabo Espíritu Santa (estrecho de Magallanes), y con base en Puerto Deseado; la tercera, desde el
15
Esta serie de hechos significativos de la Armada ha sido extraída de H. E. Burzio, "Armada nacional".
16
Los datos biográficos del contralmirante Vicente E. Montes utilizados en estas referencias, fueron extraídos del mate-
rial gentilmente facilitado por su nieto, el doctor Jorge Crespo Montes.
A fines de 1919 la aviación intervino por primera vez en las maniobras de la escuadra de mar en la zona de
El Rincón, cerca de Bahía Blanca, practicando spotting con el tiro del acorazado Moreno, baterías de artille-
ría de costas, fotografía aérea y ejercicios de radiocomunicación.
El 19 de diciembre del año precitado se realizó el raid Puerto Belgrano - San Fernando, a cargo del teniente
de fragata Zar y con apoyo de la flota. Se logró en la ocasión el récord sudamericano en vuelo sobre el mar.
En marzo de 1920, Zar logró, en un segundo raid Buenos Aires - Asunción del Paraguay - Buenos Aires, ba-
tir la marca mundial de velocidad y distancia sobre grandes ríos.
El mismo año, el teniente de fragata Ceferino M. Pouchon unió en dos vuelos a Buenos Aires y Concepción
del Uruguay; y a San Fernando con La Paz (provincia de Corrientes).
Entre 1920 y 1921, un conjunto de oficiales, suboficiales y cabos fueron destinados en comisión a escuelas
de aviación de los Estados Unidos y de Europa, para seguir cursos especializados. Simultáneamente fueron
adquiridos en el exterior diversos tipos de aviones e hidroaviones.
El 29 de octubre de 1921 fue creada la Escuela de Aviación en Puerto Militar, con veinte alumnos,
que se hallaban alojados en el guardacostas Almirante Brown y en el crucero Nueve de Julio. Los cursos se
iniciaron a comienzos de 1922.
Aquel dirigible que había surcado el cielo porteño por primera vez, traído –junto con su hangar y demás ele -
mentos- por una misión comercial con personal italiano veterano de guerra, en 1921 era adquirido por la Ar-
mada, bautizándolo El Plata.
En enero de 1922 se creaba la Escuela de Aerostación en Barragán.
También en cuanta a transportes la acción de la Armada fue significativa durante el período. Continuando la
tradición pionera y heroica del buque Villarino, el 11 de abril de 1918 era constituida la División de Trans-
portes Navales, que en 1923 establecía por primera vez un servicio regular a los puertos australes de la Patria
con distintos navíos del Arma. Denominada durante aquellos años Dirección General Prefectura General de
Puertos, este organismo integró la reorganizada estructura del Ministerio de Marina, bajo la sucesiva con-
ducción del capitán de navío Carlos Miranda (1916-1919), del capitán de fragata Ricardo Camino (1919-
1921) y del contralmirante Juan I. Peffabet (1921-1922).
El 18 de enero de 1916, un superior decreto había autorizado a la Dirección de la Escuela Militar de Avia-
ción de El Palomar "para permitir a los propietarios de aeródromos establecidos o por establecer en la Repú -
blica y a los señores fabricantes de cualquier clase de material aeronáutico, establecer hangares, talleres,
efectuar vuelos, ejercitar y preparar alumnos y personal, o hacer experiencias en aparatos y dispositivos
aeronáuticos en ese campo de aviación..." Había sido la primera tentativa para constituir un centro aerotécni-
co y de estímulo de las iniciativas aisladas.
En marzo de ese mismo año, el teniente coronel Alejandro Obligado, el ingeniero Alberto R. Mascías,
Eduardo Bradley y los tenientes primeros Pedro Zanni y Ángel María Zuloaga, viajaron a Chile representan-
do a nuestro país en el Primer Congreso Panamericano de Aviación. Durante aquel mismo mes de marzo de
1916, el piloto Francisco Sánchez realizó un conjunto de vuelos nocturnos sobre la ciudad de Buenos Aires.
El 24 de junio de ese año, el piloto civil Eduardo Bradley y el aeronauta militar Ángel María Zuloaga unie-
ron, en el globo Eduardo Newbery, a Santiago de Chile con Uspallata, volando a 8.100 metros de altura.
En agosto, el aviador civil Virgilio Mira –hombre de gran prestigio popular- cumplió una gira aérea que se
inició en El Palomar y terminó en Tucumán. Durante la misma realizó maravillas con su aparato en los cie -
los de Rosario, Córdoba y Santiago del Estero.
El 6 de setiembre, la Aviación Militar hizo un nuevo llamado a concurso para la formación de personal aé -
reo, y allí estuvieron, entre otros, los tenientes Luis Candelaria, Benjamín Matienzo y Victoriano Martínez
de Alegría.
El 26 de octubre de 1916, para estimular la actividad aérea, el Poder Ejecutivo decretó que el tiempo de ser -
vicio en la aviación sería considerado como mando de tropa en campaña, asimilando el accidente de vuelo a
una acción de guerra.
A fines de octubre llegaba en visita a nuestro país el renombrado Alberto Santos Dumont.
En febrero de 1917, el teniente Pedro Zanni viajó a Mendoza para intentar atravesar la Cordillera hasta Chile
con un avión Morane Saulnier de 80 caballos de vapor. Realizó varias tentativas; pero los fuertes vientos
frustraron su intento.
E1 13 de abril de 1918, el teniente Luis C. Candelaria cumplió la proeza de unir en vuelo a Zapala con la lo-
calidad chilena de Cunco.
El 12 de diciembre de ese mismo año, el aviador militar chileno Dagoberto Godoy Fuentealba convertía en
realidad su sueño de unir a Santiago de Chile con Mendoza.
17
La vida de Almandos Almonacid es una auténtica novela épica y ejemplar. Había sido héroe de la aviación francesa
en la guerra, y en 1919 regresó al país acompañando a la misión de dicha fuerza aérea.
Permítasenos un breve racconto, trascribiendo a Julio A. Luqui Lagleyze en un párrafo de su trabajo "La aviación he-
roica": "Su avión llevaba pintado sobre el capot el sol de su querida bandera, y los alemanes ofrecieron una suma im-
portante para el piloto que derribara al avión que llevaba el sol en la trompa. Y al premio especial por su derribamiento
iba unida la admiración respetuosa de los propios enemigos".
Era por entonces director de la aeronáutica militar el coronel Enrique Mosconi, ingeniero civil y militar, dis-
cípulo del general Luis Dellepiane, técnico perfeccionado en Europa, y futuro director de Y. P. F. Mosconi
fue, en verdad, el fundador del mencionado Grupo N° 1, instalado en El Palomar.
Acerca de las actividades aeronáuticas civiles y militares de esos años señala el brigadier general Zuloaga en
uno de sus valiosos trabajos:
El inmenso progreso técnico e industrial aéreo alcanzado en Europa al fin de la guerra 1914-18 se desbordó
como natural consecuencia hacia los cauces de comercio constituidos por los demás países del mundo... El sedi-
mento de la enseñanza de estas tres misiones aéreas, unido al material que dejaron en el país y al adquirido casi
simultáneamente para la aviación militar, naval y civil, facilitó la marcha por los rumbos paralelos que en el as-
pecto orgánico y de aplicación había señalado la experiencia de la gran contienda, lo que así se hizo, con gran
aprovechamiento…18
Superando los inconvenientes de la falta de una legislación adecuada, la policía vivió en aquellos años cierta
progresiva modernización. Fue creado el cuerpo de agentes intérpretes; se fundó la Alcaidía de Menores, y
se constituyeron los Hogares Policiales en cada una de las seccionales de la Capital. Estos últimos surgieron
por decreto de Yrigoyen de fecha 30 de diciembre de 1919, con el que se propiciaba la asistencia social del
personal y distintos servicios para el vecindario, entre los que se destacaban la ayuda comunitaria y la acción
cultural.
Tuvieron en aquel tiempo importante actuación los Hogares de las comisarías lª, 3ª, 7ª y 17ª. La 7ª llegó a le-
vantar un barrio-parque en la localidad de San Antonio de Padua.
Fue también constituido el destacamento de Villa del Parque, dependiente de la comisaría 35ª, para la seguri-
dad de esa zona porteña en acelerado crecimiento.
Fueron dictadas medidas para el ordenamiento del tránsito vehicular, apareciendo así los famosos bastones
blancos y el Cuerpo de Tránsito de Caballería, los que dieron a las calles de la ciudad una nueva nota distin -
tiva.
En los uniformes se adoptaron las polainas de cuero y el pantalón breach, que por esa época la guerra había
puesto de moda a través de los soldados norteamericanos y de los oficiales y aviadores.
Se adquirieron terrenos en Palermo Norte, Barracas y parque de los Patricios, para edificar destacamentos de
bomberos y descentralizar el servicio.
En diciembre de 1920 fue creada la subcomisaría de Puerto Nuevo, la que cubría con su servicio la zona ale -
daña a los diques, hasta el límite de jurisdicción con la Prefectura Naval.
En ocasión de la crisis de vivienda de 1919, la repartición policial encaró y organizó la habilitación del Hotel
de Inmigrantes y del Asilo Policial, para el refugio y alojamiento inmediato de las personas carentes de te-
cho.
Los sucesos huelguísticos de ese mismo año colocaron a las fuerzas policiales en una difícil y riesgosa mi-
sión de salvaguardar el orden y las instituciones frente a hechos de violencia generados por una situación so-
cial injusta, pero también por la actividad agitativa de minorías extremistas.
Del 20 al 29 de febrero de 1920 se realizó en Buenos Aires la Conferencia Internacional de Policía ,
en la que, además de nuestro país, participaron Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay, para coor -
dinar la lucha represiva contra las actividades subversivas y la comisión de delitos comunes.
Al ponerse en vigencia el nuevo Código Penal, se adoptó como texto de instrucción la obra El Código Penal
para la República Argentina - Comentario de sus disposiciones, del que era autor el comisario doctor Emilio
C. Díaz. Este trabajo resultó un valioso aporte para el manejo de las nuevas normas penales, dentro de las
transformaciones modernas que en ese campo se operaban.
Durante la presidencia de Yrigoyen estuvieron a cargo de la institución policial, en calidad de jefes titulares,
el doctor Julio Moreno, el doctor José O. Casás y don Elpidio González. Este último reflejó la intención del
Caudillo radical de dar a la conducción policial una nueva tónica más convergente hacia la comunidad civil,
y en la que se subrayan las esencias de servicio público, protección cívica y orígenes históricos populares
que la entidad policial tenía.
La personalidad de González, benévola, sencilla y activa, unida a su probada lealtad a don Hipólito, reunía,
por cierto, todas las condiciones para lo que éste intentaba. La gestión de González cubrió en total aproxima-
damente 35 meses y medio. Fueron tiempos difíciles -de enero de 1919 a setiembre de 1921, y de noviembre
de 1921 a marzo de 1922dentro del proceso de nuestra crisis de posguerra.
18
Á. M. Zuloaga, "La, aeronáutica...”, págs. 186-88.
…es dable dejar constancia del impulso que el deporte logra progresivamente, y del apoyo que, también como
reflejo de idéntica atención universal, viene prestando el Estado a las instituciones que lo preconizan...
Fue buen ejemplo de ese apoyo oficial al deporte, la creación de la Dirección de Plazas de Ejercicios Físicos,
oficina dependiente de la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires. En cuanto a las entidades privadas,
eran por entonces numerosas las que surgían o ampliaban sus actividades en distintos deportes.
Afirmaba Augusto de Muro en junio de 1919:
El desarrollo de los clubes deportivas tenía como inspiración y modelo principal al decano de esas institucio -
nes: el Club de Gimnasia y Esgrima. En éste practicaban hombres, mujeres y niños muy diversas activida-
des, basadas en una organización sistemática. Era, sin duda, escuela de deportes. El espíritu de la belle épo-
que fluía a través suyo, alimentando al de la guerra y la posguerra.
En los ambientes barriales y vecinales iban apareciendo pequeñas instituciones de mucha empeño y entu -
siasmo, y pocos medios. También ciertas instituciones públicas –por ejemplo, la Dirección de Alumbrado-
19
A. de Muro, "Preparando la raza...", pág. 24.
generaban entidades deportivas. Allí, alrededor de cuarenta empleados de las secciones Canalizaciones y
Máquinas asentaron las bases primarias de un club en julio de 1920. Con un viejo tranvía Lacroze y otro
congénere de la Anglo - Argentina armaron sus primeras instalaciones, y compraron una pelota de fútbol. En
1922 tenían ya en funcionamiento canchas de bochas y una de tenis, habiendo realizado en 1921 su primera
prueba de atletismo, con profusión de camisetas, pantalones hasta la rodilla, medias con ligas, jueces con
ranchos, y hasta una carrera de 100 metros para socios con más de 80 kilogramos de peso...
En 1930 se fundaría el Club Municipalidad, vecino al de Alumbrado. En 1940, ambos se fusionarían, consti -
tuyendo el actual Club Ciudad de Buenos Aires, una de las primeras instituciones, por su importancia, en el
país y en el Continente.
En los orígenes de esta historia se hallaba el ejemplo y la conseja del ingeniero Jorge Newbery, quien ya an -
tes de la guerra, mientras se desempeñaba como director de Alumbrado, había alentado entre el personal del
organismo la práctica de los deportes.
Por aquellos tiempos también había actividades en el campo del Club Obras Sanitarias de la Nación.
En cuanto a los clubes de fútbol, éstos tenían la doble dimensión de la práctica del popular deporte, por un
lado, y por otro, de la lenta, pero incesante incorporación de otras actividades: atletismo, tenis, bochas, etcé-
tera.
Y ya que de lo futbolístico hablamos, veamos el panorama correspondiente a esos años. Entre 1916 y 1919
existió en el país una sola autoridad suprema de fútbol: la Asociación Argentina. En ese último año, un grupo
de clubes integrado por Atlanta, Defensores de Belgrano, Estudiantes, Estudiantil Porteño, Gimnasia y Es-
grima de La Plata, Independiente, Platense, Racing, River Plate, San Isidro, San Lorenzo de Almagro y Ti -
gre, desencadenó un movimiento de dísidencia análogo al que en 1912 generara a la Federación Argentina
de Football, que funcionó hasta 1915.
El movimiento de 1919 fundó la Asociación Amateur de Football. De tal suerte, durante el período existie -
ron dos entidades paralelas, que nucleaban la práctica organizada de ese deporte.
En 1916, 1917 y 1918 fue campeón –todavía con una central única- el Club Racing.
En 1919, por la Asociación Argentina resultó triunfador Boca Juniors, y por la Asociación Amateur, otra vez
Racing.
En 1920, River Plate ganó el certamen de la Amateur, y Boca Juniors hizo lo propio con el de la Asociación
Argentina.
En 1921, Racing y Huracán fueron respectivamente los ganadores, y otro tanto hicieron en 1922 Indepen-
diente, y nuevamente Huracán.
En 1920, la Asociación Amateur organizó el Campeonato Argentino, en el que intervinieron equipos repre -
sentativos de Córdoba, Tucumán, Santa Fe, Santiago del Estero, Corrientes y la Capital Federal. En la final,
los porteños vencieron por 2 a 0 a los santafesinos, con lo que resultaron campeones nacionales.
En los dos años siguientes, la representación de la Capital Federal obtuvo consecutivamente este campeona -
to.
En 1916, River Plate regresó a la Dársena Sur, después de haber utilizado por dos años la cancha de Ferroca-
rril Oeste. Lo hizo ocupando en el lado occidental de dicha zona portuaria un campo arrendado a Nicolás
Mihanovich. Allí se mantuvo hasta 1923, cuando, por haber inaugurado la nueva cancha de la avenida Al -
vear y Tagle, pasara a ese lugar de la zona Palermo Chico - Recoleta, hasta la erección del Monumental de
Núñez, en 1938.
El equipo de Boca Juniors fue el primero con imagen estelar, y estaba integrado básicamente por Américo
Tesorieri; Cortella y Ortega; López, Busso y Elli; Pedro Calomino, Bozzo, Brinchetto, Alfredo Martín, Mi -
randa, Canaveri, Valenzano, Sánchez y Capelletti. Les daban a sus campañas brillo especial cuando, por
ejemplo, se enfrentaba triunfador al entonces poderoso equipo de Rosario Central.
También la Asociación Argentina organizaba encuentros y certámenes interprovinciales, como la Copa Rey-
na y la Copa Culacciati, jugadas en 1920 entre equipos porteños y rosarinos, en las que hubo empate en la
primera, y triunfo rosarino en la segunda.
Asimismo, desarrolló actividades en encuentros sudamericanos en Chile y el Uruguay.
El equipo mendocino Independiente Rivadavia era otro de los más poderosos.
En 1916, en el partido entre argentinos y orientales por el Campeonato Sudamericano de ese año, a jugarse
en Gimnasia y Esgrima, fueron tantos los asistentes y tan excesivo su entusiasmo, que el partido no pudo de -
sarrollarse. El fervor se trasformó en desastre. Las tribunas fueron incendiadas por los más exaltados.
El encuentro se realizó al día siguiente en Racing, y resultó empatado sin goles, adjudicándose el título el
cuadro uruguayo.
Suplemento literario
Hacia 1920, el modernismo y sus desprendimientos póstumos se iban decantando. Tanto la tendencia genera-
da por Rubén Darío, como el posmodernismo en desintegración y la reacción ultramodernista, habían dado
ya todo lo que podían. Sus aportes se consolidaban, y sus facetas descartables reposaban al margen.
En el centra mismo del período, se fue consumando una significativa modificación en nuestra literatura. Esta
transformación tenía alimento importante en las fuentes del mismo autor de Prosas profanas, así como en las
indiscutibles influencias de Leopoldo Lugones a través de creaciones como Lunario sentimental. En buena
medida, todo comenzó a partir de esas dos obras mencionadas, verdaderos hitos claves de los aires que por
entonces revolucionaban el quehacer de las letras.
Darío había brindado a nuestra literatura un repertorio de particulares oropeles, una mediana profundización,
y muy especialmente orientación a la poesía argentina hacia su verdadera personalidad, con fundamentos
luego útiles a nuestras más válidas manifestaciones.
Lugones, por su parte, abrió caminos con sus acrobacias verbales y juegos rítmicos, su liberación de la mé -
trica tradicional, su rechazo a la rima,y sobre todo, con su alucinante riqueza metafórica. “Es el prefigurador
absoluto de todas las innovacianes posteriores a 1920", ha observado Nélida Salvador.
Los años que van de 1910 a 1920 son de transición entre el modernismo y las escuelas de vanguardia. La tó-
nica es una sedimentación, un refrenamiento más que una supresión total de las formas modernistas, a la vez
que una apertura hacia nuevos horizontes a través de tentativas y ciertos logros.
En todo ello se encuentra la obra de la generación del centenario o de la revista Nosotros (1907-43), y muy
especialmente diversas manifestaciones individuales: Arturo Capdevila, Rafael A. Arrieta, Mario Bravo, En-
rique Banchs, Juan Carlos Dávalos, Alfonsina Storni, Baldomero Fernández Moreno, Arturo Marasso y Ri-
cardo Rojas. De esa manera, el sencillismo de Fernández Moreno, sentimental, irónico, pintura comprometi-
da de la ciudad y los barrios, es un canto en eI que se unen lo subjetivo, la visión de las clases medías, viven -
cias de los argentinos en general, y simultáneas proyecciones universales.
Este mundo del sencillismo, con sus ascendencias machadistas, y sus ribetes impresionistas y surrealistas,
tiene simultáneamente otros exponentes de distinto matiz: Pedro Miguel Obligado, Alfredo L. Bufano, Ro -
berto Mariani o Arturo Marasso. Por allí cerca andaba también Alfonsina, si bien diferenciada en dos épocas
disímiles: una más aguda, burlona e intelectualizada, y la otra más emotiva y personal.
A partir de 1915 crecen los afanes de superación de los círculos literarios, y cunden entre los lectores ciertas
preferencias estéticas, después de 1918 inclinadas hacia las publicaciones francesas de posguerra. Al mismo
tiempo, desde el primer año mencionado aumenta notablemente el índice de lectura en general.
El año 1920 es el hito a partir del cual el vanguardismo inicia su campeo. Pero conviene no olvidar que las
fechas antes indicadas son solamente límites relativos, y de ninguna manera compartimentos estancos, ya
que modernismo, posmodernismo y vanguardismo comparten en cierta medida un desarrollo simultáneo y
hasta combinada a veces, en cuanto a autores y obras.
A este proceso de renovación aportan elementos escuelas europeas de posguerra: futurismo, en Italia; dadaís-
mo, en Suiza; superrealismo, cubismo, creacionismo, paroxismo, neodadaísmo, futurismo ruso, etcétera. Son
todas corrientes de insurrección contra las formas envejecidas y vacías, expresadas a menudo con manifesta-
ciones grandilocuentes, conferencias extravagantes y reuniones tumultuosas.
El ultraísmo ha arraigado por entonces en España, más por repercusión que por creación local. Plantea una
posición literaria más allá de los lugares comunes y la estética tradicional. Hay en él eclecticismo, audacia.
Las revistas Grecia, Cervantes, Reflectores, son sus exponentes principales; y en esa orientación abreva Jor-
ge Luis Borges antes de su regreso al país, en 1921.
Así, el panorama posmodernista se enriquece con nuevos aportes. Reuniones en el barrio de Palermo, en
casa de los Lange, en Villa Ortúzar (calle Tronador) o en la Confitería La Perla, del barrio de Once, sirven de
recinto a reducidas peñas y conspiraciones fervientes. En ellas, además de Borges y de Norah Lange, puede
mencionarse a Roberto A. Ortelli, Francisco Piñero, Guillermo Juan y Eduardo González Lanuza, y por su -
puesto no son todos.
Nosotros incorporó esta presencia nueva a sus páginas, en las que se expresaban todas las orientaciones y los
matices. Entre ese pluralismo se insinuaban tonalidades peculiares, por cierto ajenas a las tendencias de
moda o surgentes.
Señaló Leopoldo Marechal:
A poco de terminar el período de años que nos interesa, repetidas veces he oído las siguientes preguntas: "¿Es
usted discípulo de Fernández Moreno? ¿Es ultraísta, o prefiere a Bufano?" Con la ingenuidad propia de mis es -
casos abriles, supongo que se trata de escuelas distintas, y, en tren de confidencias, consigno mis impresiones:
1) Me gusta el Fernández Moreno de ayer; pero sus últimos libros me resultan catálogos rimados de ferretería;
2) Voy a valerme de una figura para definir el ultraísmo: un pavo real disecado que deja ver hasta el alambre
que le sostiene la cola;
3) Alguien decía de Bufano, cuando publicaba otro libro: "El poeta ha vuelto a sacar su colchón a la ventana..."
Estas declaraciones de Marechal aparecen en Nosotros en respuesta a un cuestionario destinado a los escrito-
res que no habían pasado todavía los treinta años.
Había culminado el primer gobierno de Yrigoyen, y entre quienes por entonces responden, se hallan Enrique
Méndez Calzada, E. M. S. Danero, Julio V. González, Julio Irazusta, E. González Lanuza, Elías Cárpena,
Aníbal Ponce, Ernesto Laclau, Roberto A. Ortelli, Jorge Luis Borges, Nicolás Olivari, Ángel J. Battistessa,
Enrique Amorim y Brandán Caraffa.
Varios de ellos no llegan a los veinticinco años. Así ocurre, por ejemplo, con Marechal, Borges, Amorim,
Ortelli, González Lanuza, Cárpena, Irazusta y Olivari.
Gálvez pertenece a aquel grupo que, después del gran movimiento iniciado en el país por Darío, Lugones y Jai-
mes Freyre, se consagró a la prédica valerosa del ideal. Entonces como ahora nos reuníamos en oscuros cafés en
banquetes entusiastas, con la diferencia de que carecían de comida, porque la literatura no nos daba para poner
algo encima de las mesas. Éramos terribles demoledores..., todos representábamos un papel en aquella tarea his-
tórica y juvenil. Y éramos increíblemente injustos con Buenos Aires, como todos los literatos que, en el apresu -
ramiento del comienzo, no saben descubrir la belleza profunda de las ciudades poderosas y creadoras. Soñába -
mos mucho, y amábamos todavía más. Éramos grandes e ignorados. Repaso estos recuerdos con melancolía.
Miro el desfile de las figuras desvanecidas en una breve década. Unos, a fuerza de destruir, se han olvidado de
crear, y se han alejado tanto, que ya nos parecen irreales. Otros se han hundido en la sombra, y su recuerdo nos
apena cuando volvemos a encontrarlos en los capítulos más intensos de Gálvez. 20
"En 1915 no existía en Buenos Aires ni un solo editor", señala Gálvez, y agrega: "Los que así se llamaban,
eran simples libreros…"
En 1917, el autor de El solar de la raza, La maestra normal, El mal metafísico, fundó una cooperativa o so-
ciedad con un conjunto de escritores, con el objetivo de ampliar las posibilidades de editar sus correspon-
dientes obras. La forma cooperativa le fue dada por sugerencia del socialista Mario Bravo. Se llamó Coope -
rativa Editorial Buenos Aires.
El propio Gálvez fue durante tres años su secretario - administrador. Colaboraron con la compra de dos o
tres acciones (el capital era de cien acciones de cien pesos cada una) varios amigos personales de Gálvez;
entre ellos, Juan B. Terán, Jorge Lavalle Cobo, Ángel de Estrada, Deodoro Roca, Martín Noel, Matías Sán-
chez Sorondo, Alejandro E. Shaw, Teadoro Becú, Santiago Baqué y José María Paz Anchorena.
Acciones también tenían algunos escritores ya editables, como Arturo Capdevila y Baldomero Fernández
Moreno. A ellos se agregaron como autores sin acciones otros editables más o menos conocidos ya, como
Alfonsina Storni, Horacio Quiroga, etcétera; y luego fueron los por entonces prácticamente desconocidos,
como Atilio Chiáppori, Álvaro Melián Lafinur, Roberto Gache, Delfina Bunge de Gálvez, Juan Álvarez,
Carlos Muzzio Sáenz Peña, Martín Gil, Mariano de Vedia y Mitre, y otros, quienes completaron el conjunto,
y dieron al mismo tiempo testimonio de la visión de Gálvez al promocionarlos en esos primeros tramos de
sus carreras.
La editorial inició sus publicaciones con el libro de versos Ciudad, de Fernández Moreno, y Cuentos de
amor, de locura y de muerte, de Horacio Quiroga: Y así comenzó una pionera e importante tarea editorial, en
la que nueden recordarse, entre muchos títulos, Buenos Aires, de Juan Álvarez; Los sueños son vida, de Jai-
mes Freyre; El dulce daño, de Alfonsina; El viento blanco, de Juan Carlos Dávalos; La locura en la Argenti-
na, de José Ingenieros; Simplemente, de Delfina Bunge de Gálvez; Canciones y poemas, de Mario Bravo;
Cuentos de la selva, de Horacio Quiroga; Gris, de Pedro Miguel Obligado, y De nuestra tierra, de Carlos
Ibarguren.
A esta experiencia de Gálvez se sumaron la de la Editorial Pax, por él fundada en 1919 junto con su cuñado
Augusto Bunge, con lo que empezaron por editar un libro sobre la guerra, del alemán Leonhard Frank, titu-
lado El hombre es bueno. Pax –con un objetivo pacifista- estuvo dedicada a los autores extranjeros traduci-
dos al castellana.
Casi simultáneamente, Gálvez organizó otra serie editorial: la Biblioteca de Novelistas Americanos.
En ella salieron a luz obras como Los caranchos de la Florida (segunda edición), de Benito Lynch, y Éste
era un país..., del hispanouruguayo Vicente A. Salaverri.
A mediados de julio de 1917, Gálvez publicó su novela La sombra del convento, en la que rescataba el es-
píritu tradicional hispanoargentino en su pasado y trascendencia, bien analizado en un escenario cordobés.
20
M. Gálvez, En el mundo..., pág. 86.
El 9 de diciembre de 1919 estaba en las librerías la siguiente producción novelística de Gálvez, Nacha Regu-
les. El marco social y las inserciones íntimas de sus personajes se desarrollaban en el Buenos Aires desde el
Centenario hasta 1914. Pero su problemática profunda y vital se ligaba directamente con las cuestiones esen -
ciales, que en esos tiempos de Yrigoyen seguían conmoviendo a la sociedad nacional. De allí que, haciendo
a un lado las correspondientes diferencias de situación histórica, un proceso común volvía frescos los temas
narrados en la novela, para quienes la recibieron recién editada en ese conflictivo año 1919.
En diciembre de 1922 apareció la hermana de Nacha Regules que la siguió en el tiempo: Historia de arra-
bal, basada en una pieza teatral de dos actos que el mismo Gálvez había escrito años atrás, titulada La hija
de Antenor. La historia se desarrollaba en el ambiente porteño de la Boca del novecientos. En la novela, Gál-
vez volcó un conocimiento minucioso y profundo de ese barrio, lo que hace de ella, más allá de sus méritos
literarios, un buen testimonio de época. La edición llevó ilustraciones de Adolfo Bellocq.
En 1920 aparecieron editados en la Biblioteca de Novelistas Americanos, en una edición de 5.000 ejempla -
res y con el título de Luna de miel y otras narraciones, cuatro novelines y tres cuentos de Gálvez. En uno de
ellos: Historia de un momento espiritual, se iniciaba el desarrollo de la problemática de la soledad, preferen-
temente entre los porteños, con conceptos que originariamente habían sido escritos en 1918.
En 1919 se publicaron Los mejores cuentos, antología argentina, con selección, prólogo y semblanzas del
mismo Gálvez. La serie estaba encabezada por tres cuentos de Payró y tres de Horacio Quiroga, respectiva-
mente, y la integraban Ángel de Estrada, Gerchunoff, Güiraldes y Martiniano Leguizamón.
Alguna vez dija Enrique Amorim por aquellos años: "Gálvez es el más viejo de la nueva generación". Esta
peculiar vigencia tuvo por entonces simultáneamente el significado de una presencia productiva en el queha -
cer literario y en el mundo de los libros en general. Su realismo - naturalismo coexistió sin mayores conflic -
tos con todas las otras tendencias que le fueron contemporáneas, con todos los ismos, más o menos reelabo-
rados, que por entonces abundaban en la palestra. Por ello, en su Literatura argentina Arturo Berenguer Ca-
risomo afirma que "no se puede hablar estrictamente de una nueva época".
La importancia de Gálvez, en cuya obra la influencia de los narradores españoles del 98 es, por
Ejemplo, clara, así como la de los grandes escritores rusos y peculiarmente Pérez Galdós, disipa toda tentati -
va de plantear esquemas estancos.
Pero, por cierto, hay otros ejemplos con los que Berenguer Carisomo avaló su apreciación. Horacio Quiroga,
con sus Cuentos de amor, de locura y de muerte (1916), sus Cuentos de la selva (1918), El salvaje (1919) y
Anaconda (1920), expresiones de ese especial mundo biselado de la indagación sicológica y del entorno sel -
vático, de la real y lo fantástico, es uno de ellos.
Arturo Cancela, con su humorismo porteño: Una semana de jolgorio, El cocodrilo de Herling, El culto de
los héroes (1922), es otro.
Ricardo Güiraldes, con su modernismo personal e independiente de Raucho (1917) y de Rosaura (1922),
completa la ejemplificación.
En marzo de 1919 aparecía el periódico Martín Fierro –primero de ese nombre, ya que otro homónimo sería
el surgido en 1924-, y con él la eclosión brusca del movimiento renovador de nuestra literatura. Acerca de
este fenómeno señalan Fernando Alonso, Héctor René Lafleur y Sergio D. Provenzano:
El movimiento de renovación literaria que se inició en 1919, estimulado por las nuevas corrientes europeas y fa-
vorecido por la inanidad de nuestro propio ambiente, no fue resultado de la lenta germinación que absorbe los
jugos de la tierra y eclosiona en un tallo que resume, imprescindiblemente, todo el vigor y también toda la impu-
reza de esa misma tierra. El tallo vino en maceta. Expresionismo, cubismo, futurismo, superrealismo, ultraísmo,
creacionismo, fueron, entre nosotros, plantas de invernadero. En consecuencia, las tuvimos un tiempo en la hor-
nacina; nos dedicamos a reproducirlas en todos los colores y desde todos los ángulos. Inclusive, intentamos al-
gún injerto con especies autóctonas: quizá en una, en dos ocasiones, el injerto dio un resultado memorable. Des -
pués nos aburrimos de los modelos, y la hornacina se quedó vacía, felizmente por poco tiempo. Superado el her-
vor, cada cual la llenó con su talento.21
El 15 de marzo de 1919 salía a luz el primer número de Martín Fierro, con un solo artículo literario y una
gran paliza para el gobierno de Yrigoyen a cargo de las colaboraciones y notas restantes.
En esta primera etapa de Martín Fierro colaboraron Leopoldo Lugones, José Santos Gollán, Hipólito Ca-
rambat, Leon.idas Campbell, Arturo Cancela, Samuel Eichelbaum, Arturo Gerchunoff, Héctor P. Blómberg,
Evar Méndez y Roberto Martínez Cuitiño, entre otros.
21
F. Alonso, H. R. Lafleur y S. D. Provenzano, Las revistas... pág. 75.
La poesía argentina se hallaba afectada de cierto acartonamiento e inanición, de los que no podían rescatarla el
postrer modernismo y las manifestaciones –muchas de ellas, válidas- del romanticismo y el realismo (ecos de
Darío, Almafuerte y Evaristo Carriego), que subsistían. Cuando empecé a escribir, se advertían los últimos res -
plandores de Rubén Darío. Fernández Moreno les pasaba el borrador... 22
Baldomero arremetió con su sencillismo realista, impresionista y hasta romántico, y fue una ventisca renova -
dora que se paseó sola y original abriendo nuevos horizontes a lo que vendría, y dándole a la poesía porteño
- argentina una impronta profunda y de cabal identidad.
Buenos Aires comienza a ser observado y pensado, a ser sencilla y arraigadamente sentido por sus propias
gentes. Esto es una parte de la reflexión general que se produce por entonces en todos los ámbitos del espíri-
tu argentino.
Con respecto a Alfonsina, recordemos que sus primeras obras editadas durante esos años fueron La inquie-
tud del rosal (1916), El dulce daño (1918), Irremediablemente (1919) y Languidez (1920). Sus versos se van
desprendiendo de elementos posmodernistas y románticos, para ir definiéndose en un cierto sincretismo pro-
pio y progresivamente talentoso.
Fueron también aquéllos, tiempos de difusión amplia de las publicaciones tanto periodísticas como literarias
y de todo tema. Aparecieron revistas como Plus Ultra (1916), Atlántida (1918), Billiken (1919) y El Gráfico,
del mismo año; periódicos como Tribuna del Magisterio, El Social, El Filatélico Argentino (los tres de
22
El primer libro de Alfonsina es del año 1916.
1917); La Gaceta Estudiantil, El Plata, España Republicana (los tres de 1918); Nuestra Vooz, El Indepen-
diente, País Libre (los tres de 1920); Seminario Hebreo (1922); El Colono Cooperador, de información y
formación agrícolas...
En cuanto a los diarios, surgieron L'Italia del Popolo, Última Hora (ambos de 1917), Información Marítima
Sudamericana (1919) y La Época (1915).
Párrafo aparte merece La Novela Semanal, precursora exitosa de las series literarias en formato de bolsillo,
gran tirada y precios accesibles. Fundada en 1916 por Miguel Sans y Armando del Castillo, tenía su redac-
ción en la calle Florida, y se hallaba bajo la asesoría literaria de Miguel R. Roquendo. Contaba, por otra par -
te, con agencias en Montevideo, Rosario, La Plata, Mar del Plata, Córdoba y Río Cuarto.
Colaboraron en esta colección casi fascicular de mininovelas, entre otros, Enrique García Velloso ,
Hugo Wast, Enrique Larreta, Belisario Roldán, Manuel Gálvez, Ricardo Rojas, José Ingenieros, Horacio
Quiroga, Carlos Muzzio Sáenz Peña, Benito Lynch, Oscar Tarloy, Pedro Sonderéguer, Atilio Chiáppori, el
Marqués de Atela, Mario Bravo, José León Pagano Julián de Charras y J. L. Fernández de la Puente.
La colección comenzó a publicarse en 1917. Los ejemplares valían diez centavos, y se vendían en los quios -
cos, estaciones del subterráneo y puestos de diarios. Solía imprimirse en L. J. Rosso y Cía., impresores de la
calle Belgrano 475.
Sus números eran novelitas breves -no más de 20 a 30 páginas-, pero que fueron extendiendo y elevando el
mercado de lectores en buena parte del país. Este fenómeno era parte del proceso expansivo de las clases
medias que caracterizó a esos años.
En el campo del ensayo cabe subrayar a la Historia de la literatura argentina, de Ricardo Rojas, cuyos tomos
se fueron publicando entre 1916 y 1922, y constituyeron la primera expresión orgánica y técnica en el tema.
Otros trabajos importantes de ese género fueron La vida múltiple, de Manuel Gálvez (1916) ; Sobre el teatro
nacional, de Juan Agustín García (1921), y del mismo autor, Sobre nuestra incultura (1922).
Leopoldo Lugones aportó en este campo obras como El tamaño del espacio (1921), de filosofía matemática;
Mi beligerancia (1917), acerca de su postura aliadófila en la guerra; La torre de Casandra (1919) y Las in-
dustrias de Atenas (1919).
Tuvieron también importancia como elaboraciones de ensayo: Literatura contemporánea (1918), de Álvaro
Melián Lafinur; Historia estética de la música, de Mario Barrenechea; Proposiciones relativas al porvenir
de la filosofía, La psicología de los celos, La locura de don Quijote, y Ciencia y f ilosofía, todas publicadas
por José Ingenieros entre 1918 y 1921, e Introducción a la axiogenia (1919), de Coriolano Alberini.
En cuanto a la historiografía: del padre Guillermo Furlong se publicaron Los orígenes de la imprenta en el
Río de la Plata (1918); de Ismael Bucich Escobar, Buenos Aires, ciudad (1922); de Ricardo Levene; La Re-
volución de Mayo y Mariano Moreno (1920); Documentos para la historia argentina, del Instituto de Inves-
tigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (1920); de An -
tonia Zinny, Historia de los gobernadores de las provincias argentinas (1920-21); del capitán Andrews, Via-
je de Buenos Aires a Potosí y Arica (1920); de Edmundo Temple, Córdoba, Tucumán, Salta y Jujuy en 1826
(1920), siendo todas estas obras meros ejemplos de una producción significativa, y en clara expansión a par -
tir de entonces.
Sobre una temática militar y preferentemente histórica, se inició en 1916 la publicación de la Biblioteca del
Oficial a través del Círculo Militar.
Como rasgos esenciales, la literatura de aquellos años muestra formas de expresión radicalmente trasforma-
das; una explosión de lectura y divulgación entre los sectores medios, incluidas sus anchas capas más humil -
des, y un encuentro reflexivo con la realidad e identidad argentinas.
El teatro
Entre 1916 y 1918, el teatro argentino mantenía todavía los rasgos que caracterizaran su época gloriosa
(1900 - 10) , en la que se combinan la influencia dramática europea, el tono local interpretando nuestra pro -
pia circunstancia, y en general "una matizada indecisión de todos los límites estéticos", como señalara Artu-
ro Berenguer Carisomo presentando la selección de Teatro Argentino Contemporáneo publicada en 1960.
Desde 1918 hasta 1920 se cumplió una transformación profunda en nuestra escena. El teatro reflejó clara -
mente los lineamientos del proceso nacional. Los cambios desencadenados por la posguerra en lo ético y lo
estético, las modificaciones agudas de las ideas, la desaparición de una generación actoral y el surgimiento
de otra con caracteres renovados, fueron factores que se combinaron para llevar nuestro teatro hasta una eta-
pa inquietante y diferenciada.
23
En Caras y Caretas, Crítica, La Razón y otras publicaciones se hallan notas acerca de ese período inicial de la carrera
artística de Narciso Ibáñez Menta.
Las cosas alcanzaron su clímax en ocasión del estreno de una obra interpretada por Arata - Simari - Franco
en el Teatro San Martín de la calle Esmeralda. Allí fueron a manifestar en masa los adherentes a la sociedad.
Los piquetes de huelguistas y manifestantes, ayudados por los choferes de taxímetro, que eran sus amigos de
ideas y de vida noctámbula, provocaron un escándalo mayúsculo en la zona céntrica, con un gran embotella-
miento del tránsito como número principal. Por allí andaban hasta las coristas de las compañías españolas de
la avenida de Mayo, lidiando con sus peligrosos alfileres de sombrero contra los policías, quienes, conforme
a las órdenes imperantes dadas por Yrigoyen, debían actuar de a pie y con muchas contemplaciones. De más
está, decir que los agentes llevaron la peor parte...
Se constituyeron, en razón del conflicto, distintas cooperativas de trabajo. Hubo varios autores que dieron ex
profeso sus obras a los actores en conflicto nucleados en la Asociación; entre ellos, Pedro E. Pico, Francisco
Defilippis Novoa, Armando Discépolo, Edmundo Guibourg, Samuel Eichelbaum, Rodolfo González Pache-
co y el empresario Pascual Carcavallo; pero no faltaron presiones de todo tipo venidas del otro bando.
Así, escindida, se mantuvo la farándula hasta 1924, año del reencuentro y fusión de las dos organizaciones
en una definitiva Asociación Argentina de Actores.
Como manifestación peculiar, Armando Discépolo había obtenido un gran triunfo con su comedia El movi-
miento continuo, en la que lo divertido se combinaba talentosamente con el doliente grotesco, precursor de
lo que después alcanzarían especialmente autores italianos como Chiarelli y Pirandello. El chofer catalán
atormentado entre las limitaciones del medio y la necesidad de trascender en esa apertura de modernidad que
signaba a la época, fue logrado por Discépolo en colaboración con Rafael De Rosa.
El teatro argentino de esos años fue, sin duda, una de las expresiones que más se intercambiaron con los
otros elementos del proceso, caracterizado por el radicalismo y la renovación general. Reflejó las condicio-
nes imperantes y los sentimientos de la gente. Su público y su marco temático social pertenecían preferente -
mente a los ambientes medios y urbanos. Claro está que los ecos de sus mensajes repercutieron en una buena
parte de la sociedad nacional, difundiendo pautas, trasformando, y a menudo cohesionando nuestras propias
formas de ser.
El cine nacional
Después del hito esencial de Nobleza gaucha (1915), nuestro cine concretó en 1916 una producción de temá-
tica también nacional, de rasgos curiosos e interesantes: El último malón. Realizada en Santa Fe por Alcides
Greca, narraba la sublevación indígena producida a fines del siglo pasado en los lugares auténticos donde
habían ocurrido los hechos, y tenía especiales valores de reconstrucción histórica y de fotografía.
En los años siguientes, los temas fueron preferentemente de adaptaciones teatrales, interviniendo actores im-
portantes de la escena, como los Podestá, Camila Quiroga, Parravicini, Casaux, etcétera.
Durante 1916 surgió la figura decisiva del director José Agustín Ferreyra; se construyó la galería de filma -
ción de Martínez y Gunche, y se estrenó un gran éxito de público: Resaca, dirigida por Lipizzi.
En abril de 1917 se estrenó El tango de la muerte, dirigida por Ferreyra, y con Nelo Cosimi como protago-
nista.
Ese mismo año, Federico Valle produjo el primer dibujo animado de largo metraje, titulado El apóstol, y que
era una sátira política sobre Yrigoyen, con dibujos de Taboada y Quirino Cristiani.
El mismo equipo realizó al año siguiente Una noche de gala en el Colón, en el que se combinaban dibujos y
títeres.
Por entonces, Roberto Guidi, un egresado en ciencias económicas e intelectual, desarrolló nuevos lenguajes
cinematográficos. Su primera película fue El mentir de los demás, en 1919, y de allí realizó varios filmes
que, por su lenguaje sobrio y renovado, alcanzaron bastante éxito.
Patagonia fue una película también de éxito, producida por Federico Valle, y que se publicitaba con el subtí-
tulo de Drama de hoy en la tierra del futuro. Su estreno se produjo en 1922.
A partir de 1920, la empresa de Valle realizó sus noticiosos informativos conocidos como Film Revista Valle,
los que eran proyectados en todas las salas del país. (Lamentablemente, el material de dicha firma se perdió
en un incendio, desapareciendo así una documentación de gran valor histórico.)
Leopoldo Torres Ríos hizo en 1920 sus primeras armas cinematográficas como fotógrafo de Palomas rubias,
dirigida por José Agustín Ferreyra. A ello siguió el argumento de La gaucha (1921) y la letra del tango La
muchacha del arrabal, que compartiera con Ferreyra, siendo la música de Roberto Firpo. Ese tango acompa-
ñó en un ensayo de sonorización a la película homónima dirigida por el mismo Ferreyra, en el Cine Esmeral-
da, ejecutado por la orquesta de Firpo, ubicada en el foso del escenario.
Ferreyra había filmado Campo ajuera y De vuelta al pago, en 1919. En esta última surge la actriz Lidia Liss,
que acompañará a Ferreyra durante bastante tiempo en la vida real y en varias de sus películas. De ella dijo
Horacio Quiroga cuando hiciera crítica cinematográfica en Caras y Caretas, firmando como León de Alde-
coa, que poseía la excelente cualidad de una cara cinematográfica.
Flor de durazno fue la película en la que debutó en el cine un joven llamado Carlos Gardel (1917). Entre
1916 y 1922, el cine criollo vivió en transición desde los tiempos iniciales hasta el nuevo empuje de los años
20, desarrollándose modestamente, pero logrando prefigurar alcances posteriores.
Panorama de país adentro
Buenos Aires, con más de dos millones de habitantes, era la más rica de las provincias. De acuerdo con el
Censo Ganadero de 1916, dentro del ascenso rural general, la agricultura tendía a sobrepujar a la ganadería.
Su industria era la más potente del país. Junto con la Capital Federal, oficiaba de núcleo decisivo de la políti-
ca. Allí el espíritu nacional había desplegado jornadas históricas fundamentales. Allí había tenido su escena-
rio clave el conservadurismo cronductor de la experiencia anterior a la etapa radical. Allí tenía su ámbito de -
cisivo el radicalismo. Yrigoyen y Alvear se hallaban profundamente ligados a la tierra bonaerense, por tradi-
ción familiar, actividades ganaderas y militancia partidaria.
Los conservadores significaban en la provincia de Buenos Aires una alianza de estancias, chacras y pueble -
ros, con mayor incidencia en las primeras. Los radicales, por su parte, eran en ese mismo ambiente una
alianza similar por su contenido y por el liderazgo de los estancieros. Pero por el número y por su participa -
ción, los chacareros y la gente de los pueblos del radicalismo tenían más importancia. Dejando aparte sus co-
incidencias y discrepancias, conservadores y radicales compartían en este sexenio que nos interesa, ideario e
inquietudes por modernizar, dificultades de peso originadas en la guerra y en los altibajos del clima, y junto
con ello la entusiasta responsabilidad de competir por el dominio político de la provincia clave del país.
Albergar a una cuarta parte de la población de la República, las inundaciones, el mercado de carnes, los con -
flictos agrarios, las reuniones regionales de municipios, la demanda escolar, las aspiraciones culturales, los
problemas con el poder central y las intervenciones, eran algunos de los rasgos bonaerenses.
La provincia de Santa Fe, con un millón de habitantes, ocupaba el segundo lugar por su importancia integral.
Un espíritu laborioso y soberana, riqueza agropecuaria, forestal e industrial, y una tradición cultural defini -
da, alimentaban esa jerarquía. Allí los radicales eran fuertes en los pagos estancieros y en las ciudades más
tradicionales, y crecían en el norte obrajero, mientras que los conservadores se batían en retirada, y los se -
guidores de Lisandro de la Torre se concentraban en las chacras del sur y en las zonas urbanas más recientes.
Los cerca de medio millón de habitantes de la provincia de Entre Ríos, y los casi cuatrocientos mil de la de
Corrientes, se unían a los escasos '70.000 del territorio de Misiones para completar el área mesopotámica. En
ella, se destacaban la ganadería, una relativa agricultura, potenciales riquezas industriales, un pasado de es-
fuerzo, la pasión cívica autonomista, el condicionamiento básico de la hidrografía generosa y la cercana
frontera problemática. Agreguemos dos más: las discrepancias radicales y tendencias de fuerte arraigo loca-
lista cubrían en general el espacio político entrerriano y correntino, y una histórica consideración por las ins -
tituciones educativas y municipales caracterizaban –especialmente, en Entre Ríos- su mundo cultural.
En el centro estratégico del país, contando con una población de alrededor de 800.000 personas, la provincia
de Córdoba ocupaba el tercer lugar en importancia. Agricultura en franca expansión, ganadería sólida, espe -
cialmente en el sur, y un parque industrial que la señalaba como el cuarto centro en el orden nacional, subra-
yaban su importancia económica. Un gran predicamento conservador se mantenía en la provincia mediterrá -
nea, paralelamente a1 ascenso desbordante de los radicales. Se producía entonces una situación de empate en
la que los primeros se afirmaban en las situaciones locales y las elecciones provinciales, mientras que los se -
gundos triunfaban en los comicios nacionales. Tanto unos como otros, vivían cierta diferenciación interna.
En los conservadores era una relativa modernización liderada por el doctor Julio A. Roca. En los radicales
alcanzaba a una profunda división (azules y rojos). Entre 1916 y 1919 la oleada radical mantuvo la adminis-
tración de Córdoba. Pero a partir de 1919 mismo, el conservadorismo la recuperó hasta 1928.
Las tres provincias de Cuyo reunían más de medio millón de habitantes. Mendoza encabezaba el conjunto, la
seguía San Juan y luego San Luis. En las dos primeras la actividad vitivinícola vertebraba su vida socioeco-
nómica. En la tierra puntana, una geografía distinta planteaba serias dificultades para su campo y posible in-
dustria. Dos grandes movimientos locales competían con el radicalismo en lo político.
En Mendoza y en San Juan dos grandes movimientos políticos locales tenían prevalencia: el lencinismo y el
cantonismo, respectivamente. Ambos provenientes del radicalismo de los viejos tiempos. Y ambos enfrenta -
dos con el yrigoyenismo. En San Luis, las graves discrepancias políticas en ideas y hombres, como también
las enormes dificultades financieras, llevaban a una situación de tres años y medio de intervención federal, la
más extensa en nuestra historia, con cinco interventores. No era Cuyo, por cierto, una tierra fácil para la ad -
ministración de Yrigoyen.
Santiago del Estero, con casi trescientos mil pobladores y un nivel de vida en general de exiguos recursos, a
excepción de algunas sierras y lomadas, era una inmensa llanura cubierta de bosques en sus dos terceras par-
tes, de salinas en el sudoeste y de esteros o bañados en la parte central. Sus dos ríos principales, el Salado y
el Dulce, encerraban la zona más productiva, especialmente en agricultura. Tierra muy árida, exigía una polí-
tica de irrigación para poder enfrentar el problema que el talamiento incesante de sus bosques iría agravan-
...Tan interesante como ignorada, la tierra patagónica es otra Argentina, con un destino igualmente próspero al
que presentan las provincias del litoral... La dificultad de 1as comunicaciones y 1a falta de difusión de los me -
dios de transporte alejan los territorios patagónicos, más de lo que realmente están, del centro de la actividad na-
cional... Cualquiera que visite la Patagonia comprueba que lejos de haber alcanzado la ayuda de alguien, allí se
sufren los males de la civilización y no se recibe ninguno de los beneficios del Estado. Los males de la civiliza-
ción que la Patagonia sufre, los define el afán económico que engendra la angustia social. Es un mal universal
agravado allí por la virulencia de las enfermedades que atacan a los organismos débiles...
Si a esto se agrega que rara es la autoridad policial y judicial que no se la señale como objeto que se compra y se
vende, se tendrá el cuadro completo de la situación oficial en los territorios de Chubut y Santa Cruz.
Atendamos ahora a lo que manifiesta Gerchunoff en un artículo, escrito en el mismo año 1922 en el que Car -
lés hiciera el suyo, que lleva el título de "Nuestro Far West":
Los recientes sucesos patagónicos han persuadido a la gente que los territorios del sur existen, en efecto, con
existencia real, fuera de las partidas del presupuesto y fuera de las líneas escuetas que les asignan las geografías
escolares para definir con su inclusión el sistema político de la República. Esas inmensas extensiones no forma -
ban parte de la concepción habitual del país. Constituían una división aparte que servía para confinar a los pena-
dos y desahogar la afluencia de los que aspiran a los empleos públicos y que, por sus antecedentes, no se les
puede confiar funciones destacadas en los centros urbanos. El ferrocarril y la especulación no habían promovido
todavía en torno suyo la ternura patriótica que nos inspiran las zonas de acceso fácil y de rendimiento cómodo.
Además, otra causa, engendrada por la carta orgánica misma, condena esas tierras al desamparo: el habitante de
los territorios nacionales no vota, no elige presidente ni legisladores y, por lo tanto, los presidentes y los legisla-
dores se vengan de esa esterilidad con su indiferencia obstinada. El presidente y los legisladores son políticos, y
para el político la Patria termina allí donde se instala la última mesa del comicio.
En las tierras patagónicas no hay justicia ni hay autoridad... El patriotismo del discursón no alcanza a ese enor-
me pedazo de Patria donde no hay una escuela que eduque a los niños en los sentimientos elementales de la so-
ciedad, en los deberes primordiales de la convivencia... Los países menos adelantados y que disponen de menos
recursos, saben que en las regiones limítrofes es necesario sostener un régimen especial que asegure la prosperi-
dad de las ideas que constituyen el sentir general de los ciudadanos. Chile lo hace del otro lado de los Andes.
Nosotros hemos abandonado la Patagonia a la confusión y al desastre, y cuando la población, fatigada de sopor -
tar el vejamen y el ataque, estalla en excesos equivalentes al medio en que actúa, descubrimos que nos amenaza
el maximalismo –el maximalismo brotado de las selvas del lago Argentino-, y nos inunda una sorda indignación
patriótica. Lo que más debe indignar no es eso, sino nuestra simplicidad en la fosca aventura de los Gobiernos
inertes... Somos los patriotas del discurso, y no hemos aprendido aún que el patriotismo reside en la capacidad
de trabajar por la civilización, cuyo fondo es el bienestar de todos, en la nobleza y en el decoro.
Considerados en conjunto, los territorios de Río Negro, el Chubut, el Neuquén, Santa Cruz y la Tierra del
Fuego reunían una población de 245.000 habitantes. Aproximadamente 80.000 de ellos eran extranjeros, co-
rrespondiendo a los chilenos la porción mayor.
La geopolítica enmarcó y condicionó en una doble dimensión internacional y nacional a esta cuestión. El úl-
timo tramo de la guerra; el armisticio del 11 de noviembre de 1918; las controversias sobre el tratado de paz;
las crisis económicas de las democracias liberales; los grandes cambios sociales; el gran deterioro y ruina de
Rusia, y en cierta medida de Alemania; la agitación obrera; la Revolución Rusa del 6 - 7 de noviembre en
Petrogrado, con la huida de Kerensky; la instalación del marxismo-leninismo en Rusia, con su efecto multi-
plicador hacia las izquierdas de todo el mundo para que adopten el accionar bolchevique; la reanudación del
comercio exterior en paz y de las corrientes inmigratorias; los nuevas caminos políticos surgidos en las de-
mocracias liberales y países de Occidente en general, para enfrentar la crisis; los nuevos horizontes y orien -
taciones socioculturales; la llegada del radicalismo al gobierno, con sus cambios y alteraciones inherentes;
los desequilibrios y conflictos entre las diferentes regiones argentinas, que el propio radicalismo va a redi -
mensionar, sin alcanzar a eliminarlos; el clima político del país, particularizado por la fractura competitiva
de fracciones y comicios; los remanentes de espacios territoriales carentes de dominio nacional efectivo (el
Chaco, la Patagonia): éstos y algunos otros son los hechos principales a través de los cuales esa influencia
actuó.
Enorme territorio, poca población, gran mayoría de los argentinos medios con baja participación en las posi -
bilidades de vida, eran las bases de los grandes problemas de aquella Argentina; entre ellos, los sociales.
24
Datos aportados por A. Dorfman, en su Historia..., pág. 202.
clusión de la jornada máxima de 8 horas o 48 semanales –jornadas adecuadas al descanso y las licencias-, y
también una serie de disposiciones que ordenaban con justicia la tarea de las diferentes actividades vincula-
das al riel: guardas, telegrafistas, guardabarreras, maquinistas, personal de estaciones, personal de talleres,
etcétera.
Más allá de lo establecido por leyes fruto de la coincidencia con la oposición, y por los decretos de su com -
petencia ejecutiva, el plan de medidas sociales de Yrigoyen quedó en aspiración y tentativa, durmiendo en
los cajones del Congreso, como tantos otros intentos.
Los delegados obreros reunidos para considerar el resultado de las gestiones realizadas por el Gobierno para so-
lucionar la huelga, ante la irreductible intransigencia de los capitalistas directores de las empresas ferroviarias,
que afirman es imposible conceder mejoras de salarios, porque los aumentos que se exigen representarían una
suma de millones que no condicen con los beneficios que les proporciona la explotación de la industria;
En vista del empeño del Poder Ejecutivo nacional por restablecer los servicios del tráfico, totalmente paralizados
por la huelga, y ante la imposibilidad de llegar a una solución decorosa para los trabajadores, que no están dis -
puestos a someterse a los capitalistas extranjeros..., estarían dispuestos a asumir la dirección y explotación de los
ferrocarriles, en la seguridad de que con esta medida los obreros y empleados se colocarán en condiciones de re-
cibir una justa compensación de sus esfuerzos productivos, que traerá como consecuencia inmediata la normali-
zación permanente del tráfico general, y constituirá, asimismo, la mejor garantía para el progreso del país.
La intervención de Yrigoyen en este importante movimiento de los ferroviarios había desencadenado críticas
entre los círculos políticos y en los corrillos empresarios, del comercio y periodísticos. Se la consideraba una
muestra de debilidad y complicidad del Gobierno; un indicio de oportunismo, demagogia e incapacidad.
Una delegación integrada por representantes de la Bolsa de Comercio (comerciantes e industriales) se entre-
vistó con el Presidente. Yrigoyen los invitó a que formularan las indicaciones que consideraran oportunas
para solucionar el conflicto.
Los empresarios tardaron un rato en responder; pero finalmente alguien de ellos señaló que el Gobierno de-
bía desembarcar los marineros, los maquinistas y fogoneros de la escuadra, y colocarlos en el manejo de los
trenes, y terminar así con la huelga.
Conforme a lo señalado por Ricardo Caballero en una sesión del Senado en 1925, Yrigoyen habría contesta -
do:
-¿Es ésa la solución que traen ustedes al Gobierno de su país? ¿Es ésa la medida que vienen ustedes a propo -
ner al Gobierno que ha surgido de la entraña misma de la democracia, después de treinta años de predomi-
nios y privilegios? Entiendan, señores, que los privilegios han concluido en el país, y que de hoy en más, las
fuerzas armadas de la Nación no se moverán sino en defensa del honor o de su integridad. No irá el Gobier -
na a destruir por la fuerza esta huelga, que significa la reclamación de dolores inescuchados. Cuando ustedes
me hablaban de que enflaquecían los toros en la exposición rural, yo pensaba en la vida de los señaleros,
obligados a permanecer veinticuatro y treinta y seis horas manejando los semáforos, para que los que viajan,
para que las familias puedan llegar tranquilas y sin peligros a los hogares felices; pensaba en la vida, en el
régimen de trabajo de los camareros, de los conductores de trenes, a quienes ustedes me aconsejan sustituir
25
Detrás de esta huelga ferroviaria general de 1917 se movieron líneas discrepantes en la orientación política de los dis-
tintos gremios del riel. La Fraternidad y los telegrafistas respondían a la línea del Partido Socialista, que a través de su
comité ejecutivo, con el doctor Justo a la cabeza, había hecho públicas declaraciones contrarias al mantenimiento de la
huelga, así como de crítica a la actuación del Gobierno, al que acusaba de especular con sus contactos entre los cuadros
de la F.O.R.A. sindicalista. La Federación Obrera Ferrocarrilera, por su parte, se hallaba dirigida por sindicalistas, ade-
más de algunos afiliados socialistas, como Alejandro Comolli (h.), que mantenían en el Partido una línea discrepante de
la de Justo y los dirigentes que orientaban a la Fraternidad, coma Américo J. Baliño. Los socialistas, como Baliño y
Justo, denunciaban una presunta confabulación síndico-radical, por la que Yrigoyen y la F.O.R.A. aparecían en acuer-
do; lo que para ellos era una proyección de la connivencia anárquico-radical, de la que ya se ha hablado.
El X Congreso aprobó una nueva carta orgánica, que incluía la incompatibilidad de la secretaría general con
una función política.
Atento a datos oficiales, el lapso 1917-18 fue el de más agudas necesidades sociales para los sectores asala -
riados en general, percibiéndose en 1920 y en 1921-22 ciertos repuntes de las mismas que superan los índi-
ces de los años anteriores a 1916.26
Desde el 2 de diciembre de 1918 se hallaban en huelga los obreros del establecimiento metalúrgico de Pedro
Vasena e Hijos. Dìcha empresa empleaba unos 2.500 trabajadores, en sus talleres en Cochabamba y Rioja
(hoy, plaza Martin Fierro), y sus depósitos en avenida Alcorta y Pepirí, de Nueva Pompeya. 27
El movimiento tenía origen en la negativa patronal a satisfacer un petitorio de mejoras, entre las que se con -
taban la jornada de ocho horas, mayores remuneraciones y otros reajustes en las condiciones de trabajo.
Las únicas actividades que se realizaban, era el movimiento de las chatas cargadas de materiales desde los
talleres hasta los depósitos, y sobre ellas apuntaban las iras de los huelguistas. Las chatas eran especialmente
vigiladas por guardias particulares contratados por la empresa, los que también custodiaban los edificios de
la firma.
Los ánimos se hallaban exaltados por la ya prolongada huelga, y el fuerte calor de la temporada arrimaba lo
suyo a la irritabilidad general. Una sucesión de sombríos y muy lamentables hechas de violencia generarían
durante varios días, en enero de 1919, una secuela de represalias.
Por debajo de todos estos hechos subyacía, por supuesto, una situación social injusta, y la actitud de com -
prensión por parte de Yrigoyen hacia los planteos obreros.
El alto costo de la vida era la principal causa directa del conflicto, como lo sería de la huelga general si -
guiente.
El viernes 3 de enero hubo un tiroteo, con cerca de trescientos disparos, en Pepirí y avenida Alcorta, del que
resultaron heridos tres vecinos, dentro de sus casas.
El domingo 5, durante la siesta, otro tiroteo –como el anterior, presumiblemente originado entre huelguistas
y custodios privados de la empresa- obligó a la intervención policial. Como consecuencia del enfrentamiento
entre la patrulla y los obreros, un disparo de estos últimos mató a un joven oficial.
Las crónicas del día 6 de enero referentes al funeral, trasuntaban claramente el temor existente en las fuerzas
policiales ante el peligro del extremismo revolucionario.
Este hecho de la muerte del funcionario de las fuerzas de vigilancia pública, no siempre ha sido tenido en
cuenta como importante factor que fue de enardecimiento y prevención tensa para los acontecimientos que
siguieron. La actitud policial fue lógicamente endureciéndose. Y en cuanto al Gobierno, cabe señalar un an-
tecedente inmediato: su postura básica de prudencia y alienta negociador habíase visto perturbada en parte,
en los comienzos de la huelga (diciembre de 1918), por el hecho de que el doctor Leopoldo Melo estaba co -
nectado por su profesión de abogado a la empresa de Vasena.
Pareciera que la cautela de Yrigoyen en la delicada situación interna de su partido se sumara por entonces a
la cautela exigida por el conflicto gremial en cuestión. Y así seguirían las cosas hasta que, al ratificar Melo
su posición contraria a Yrigoyen, el Gobierno –por conexión o especial coincidencia- retiró los efectivos
policiales que custodiaban el orden en la fábrica y sus alrededores.
La presencia de los efectivos de seguridad resultó así nuevamente necesaria durante enero de 1919, ya en
pleno ascenso de la cresta de violencia, paralelamente a las gestiones de avenimiento dirigidas a ambas par-
tes en conflicto desde la Casa Rosada.
Como expresión de la postura yrigoyenista ante los sucesos de Vasena y la cuestión social en general había
afirmado el diario La Época, el 19 de diciembre de 1918:
26
El costo de la vida en 1916 fue de 106,1; en 1917, de 124,7; en 1918, de 156,5; en 1919, de 147,5; en 1920, de 172,3;
en 1921, de 153,5, y en 1922, de 128,9. ( Número índice 1933 = 100: Departamento Nacional del Trabajo, 1938.) El sa-
lario real fue en 1916 de 57; en 1917, de 49; en 1918, de 42; en 1919, de 57; en 1920, de 59; en 1921, de 73, y en 1922,
de 84. (En la Capital Federal, N. Í. 1929 = 100: Departamento Nacional del Trabajo, 1938.)
27
La empresa era para entonces propiedad de un trust inglés que había comprado la parte correspondiente a los Vasena,
si bien éstos continuaron desempeñándose como gerentes locales. La industria metalúrgica del país, dependiente de la
materia prima y el carbón provenientes del exterior, había sido muy perjudicada por la guerra. Para reducir sus costos,
la empresa había empleado numerosos trabajadores inmigrantes: españoles, japoneses, turcos, etcétera, que eran los
más humildes de condición y de exigencia de salarios. También había contratado con igual criterio numerosas mujeres
y niños. Las huelgas, los salarios de hambre y las duras sanciones disciplinarias de quitas y multas, habían caracteriza -
do a la empresa Vasena durante los años de la guerra.
A partir de 1918, el frente opositor a Yrigoyen tiende a aumentar. En las primeras elecciones municipales re-
gidas por el nuevo reglamento electoral propiciado por el Gobierno para la Capital Federal, los radicales fue-
ron claramente derrotados por los socialistas.
La oposición de algunos grupos militares vinculados al conservadurismo también por entonces crece, lo que
es simultáneo con la reorganización expansiva de esa tendencia y del grupo azul del radicalismo.
El fantasma de la revolución marxista y bolchevique –con sus alcances verídicos y también con los exagera -
dos- era la presencia de fondo que de una manera u otra empujaba a los espíritus. De allí en más, el radicalis-
mo habrá de computar como un factor decisivo el necesario respaldo del ejército en la configuración del po-
der, para sostener su gobierno.
En la medida en que la cuestión social penetraba en los intersticios mismos del ordenamiento de la Repúbli-
ca, aquélla se trasformaba en una simultánea cuestión geopolítica de gran alcance. No en vano los problemas
se concentraban en la cabeza porteña Conductora del país, en su núcleo vital.
Todo este cuadro refuerza el notable papel cumplido por el general Dellepiane durante la crisis, y que estaba
señalando quizá la única salida posible para que el radicalismo armonizara sus banderas democráticas y de
justicia social con el ordenamiento necesario a la subsistencia misma de la Nación.
Este papel habría de tener una similar intención en el que le tocaría luego al teniente coronel Héctor Benigno
Varela. Veremos cómo circunstancias geopolíticas diferentes darían matices especiales a la actuación de Va-
rela.
La constitución de la Asociación Nacional del Trabajo como entidad empresaria federada, en mayo de 1918,
agrega otro elemento de resistencia a la orientación gremial del momento; pero también define a un protago-
nista social que el radicalismo no podía ignorar, en su política de armonía.
Pero regresemos ya a los hechos de Vasena. Junto con los incidentes del 3 de enero de 1919, los huelguistas
habían comenzado a levantar y cortar las cables de electricidad y de teléfonos, y las cañerías .le agua que pa -
saban por la fábrica y sus aledaños.
Las cuadrillas de reparación enviadas fueron agredidas por los obreros, siendo por ello destacado al lugar un
piquete de bomberos, que terminó instalado como única fuerza pública estable en los techos de un instituto
educativo ubicado frente a la fábrica.
El 7 de enero a las 16:30 fueron atacadas a pedradas seis chatas que habían salido de los talleres de Rioja y
Cochabamba custodiadas por agentes del escuadrón de seguridad, conocidos entonces como cosacos. Sonó
un disparo, y de allí en más hubo un combate que duró media hora.
El piquete de bomberos que desde el día 3 se hallaba acantonado en el colegio vecino, fue rodeado por los
huelguistas, y debió defenderse con sus fusiles.
Refuerzos policiales que llegaron en ambas direcciones de la avenida Alcorta, fueron tiroteados por huel -
guistas desde un terraplén. Como resultado, cayeron cuatro muertos –tres de ellos, alcanzados por las balas
en sus casas- y cerca de treinta heridos. Ningún policía ni bombero resultó herido o muerto.
El jueves 9, el sindicato metalúrgico declaró paro, con motivo de la inhumación de los caídos. En forma es-
pontánea, ese mismo día se inició la huelga general en toda la ciudad.
La exaltación de los huelguistas y de las gentes que los apoyaban, provocó desórdenes, destrucción de tran-
vías y otros vehículos, interrupción de calles, rotura de faroles de alumbrado público... Una multitud rodeó
los talleres de Vasena, y comenzó a atacar el edificio con intenciones de irrumpir en su interior, donde se ha -
llaban reunidos los directivos y otros empresarios.
Estalló una verdadera batalla campal con armas de fuego, cuando los atacantes dispararon sobre los bombe-
ros y los custodios particulares de la empresa. Debieron intervenir cerca de 150 hombres, entre policías,
bomberos y una sección de ametralladoras del ejército.
El desgraciado episodio duró hasta el atardecer, con un saldo de casi 30 muertos, 36 heridos graves y 30 le -
ves.28
Ese mismo día hubo otros incidentes sangrientos en el recorrido del cortejo de los muertos del día 7. Se co -
metieron desmanes de toda índole, entre los que no faltaron el asalto a una iglesia y a una comisaría, y el sa -
queo de armerías. En el cementerio mismo, durante el acto del sepelio, se generó un incidente, y las tropas
policiales y de infantería que guardaban el orden debieron intervenir, produciéndose choques dentro y fuera
de la necrópolis. Señala Nícolás Babini:
Es difícil determinar el total de víctimas de ese día luctuoso. La policía tuvo cinco muertos y muchos lesionados.
El centro socialista de la 8~ recibió cinco cadáveres, y, según los diarios, hubo 18 muertos y 82 heridos identifi -
cados. A la morgue llegaron, en la madrugada del sábado, 41 cadáveres de diversos puntos de la ciudad.29
En la tarde de ese jueves, el general Luis Dellepiane, comandante de la II División, con asiento en Campo de
Mayo, se llegó a la Capital seguido por efectivos a su mando. Ya en la ciudad informó al
Ministro de Guerra que ante el cariz de los acontecimientos había decidido traer las tropas y ocupar con ellas
la zona estratégica de la plaza del Congreso. El Ministro lo designó comandante militar de la ciudad.
La intención del general Dellepiane era sofocar los desórdenes subversivos, llegar a un acuerdo con los gre-
mios de la F.O.R.A. que respaldaban a los trabajadores en conflicto, y sostener el orden constitucional.
El viernes 10 de enero, los dirigentes de la F.O. R.A. Noveno Congreso declararon la huelga general –que ya
era un hecho desde el día 9-, y ante gestiones del jefe de policía, don Elpidio González, y del presidente Yri-
goyen, presentaron el sábado 11 un petitorio con los diferentes puntos solicitados por los obreros de Vasena
y por la Federación; ésta, en cuánto a la libertad de los presos tomados durante los días de conmoción.
Ese mismo día, a las catorce, Alfredo Vasena aceptó las condiciones de los obreros en la Casa Rasada, y con
la presencia de los representantes de la F.O.R.A.
A las dieciocho, la F.O.R.A. declaraba levantada la huelga; pero ésta siguió sostenida por los trabajadores
hasta tanto se pusiera en libertad a los detenidos, y a esa actitud se sumó coincidente la de la F.O.R.A. anar -
quista (Quinto Congreso).
Los obreros metalúrgicos y Vasena firmaron el convenio el día 11, en el despacho del ministro del
Interior. Era el acuerdo sobre las relaciones laborales en la empresa: la cuestión originaria. 30
El 14, Dellepiane se entrevistaba con sendas delegaciones de ambas F.O.R.A., y aceptaba las condiciones,
idénticas en ambos pliegos, y que fueron las últimas y definitivas.
Esa misma tarde, una comisión policial allanó el local de La Protesta, diario anarquista de la línea F.O.R.A.
Quinto Congreso. Entonces fue cuando Dellepiane ofreció indignado su renuncia.
El miércoles 15, una delegación obrera pidió en una entrevista con Yrigoyen que éste rechazara la dimisión
de Dellepiane; y desde ese momento comenzaron a ser puestos en libertad los presos.
Las pavorosas jornadas vividas durante esos días de enero de 1919 agregaron a los aspectos ya señalados
dentro de la cuestión social, la participación negativa de las minorías extremistas –tanto las del campo gre-
mial izquierdista, como las de sectores civiles de intereses retardatarios-, y así también la de quienes desde la
F.O.R.A Noveno Congreso, el Gobierno y las Fuerzas Armadas supieron conciliar la defensa del orden cons-
titucional con la consideración práctica de las fundadas reivindicaciones sociales. 31 En este sentido, el secre-
28
A las 14:30 de ese jueves 9 de enero, ante el cariz que tomaban los hechos, se hizo presente el recién nombrado jefe
de policía, Elpidio González –más tarde, vicepresidente de Alvear-, y solicitó a los huelguistas que depusieran su acti -
tud violenta. El oficial de la repartición que lo acompañaba, recibió una puñalada; el auto del jefe policial fue volcado e
incendiado, y González debió regresar a su despacho con las dificultades imaginables.
29
N. Babini, "La Semana Trágica", pág. 15.
30
Conforme a lo señalado por S. Marotta en El movimiento.. (tomo II, pág. 245) , las condiciones acordadas por Alber -
to Vasena y los delegados metalúrgicos, fueron las siguientes: Jornada de ocho horas; veinte por ciento de aumento so -
bre los jornales mayores de $ 4,99; treinta por ciento para los de $ 3 a $ 4,99; cuarenta por ciento para los inferiores a $
3; cincuenta por ciento sobre las horas extras (realizables sin obligación); ciento por ciento en los jornales de los do -
mingos; supresión del trabajo a destajo, y ninguna represalia por la huelga. La reanudación del trabajo se fijó para el lu-
nes 20, a fin de darle tiempo a la empresa para reparar los daños ocasionados durante la huelga, corriendo por cuenta de
ella los jornales de los obreros a partir de la firma del convenio.
31
La injusticia social reinante en los sectores obreros llevó al estallido espontáneo y desarticulado de la masa, que en
las más importantes ocasiones desbordó a los sindicatos y a las dos F.O.R.A. La situación especialmente aguda de esa
carencia de justicia en la empresa Vasena, trasformó al núcleo sindical de tendencia anarquista que lideraba a los obre-
ros de dicha empresa, en una de las avanzadas incontrolables de los sucesos más graves de los días 7 y 9 de enero, los
Los trabajadores en general conquistan aumentos que oscilan entre un veinte y ciento por ciento, beneficiándose
especialmente los de la industria, de los grandes centros de población del país y de las zonas cerealistas. En estos
que superaron incluso la supervisión de la misma F.O.R.A. Quinto Congreso, anarquista y conductora de la línea más
dura y extrema. Los desperfectos socioeconómicos que agredían la vida de ciertos importantes sectores medios de la
Capital: obreros y también empleados, pequeños comerciantes, etcétera, sumó al estallido una cierta opinión pública fa-
vorable: tal el aporte del socialismo en general a la huelga, lo que, por otra parte, indica cómo las clases medias se divi-
dieron frente al movimiento de enero. Fenómenos como la presencia de importantes grupos de adolescentes, jóvenes y
hasta niños, pertenecientes a los estratos populares –pero, sobre todo, viviendo una situación marginal entre el aisla -
miento, la travesura y el delito, propia de una gran urbe como Buenos Aires-, arrimó al movimiento una buena carga de
agresividad y hasta salvaje violencia, pariente muy cercano de lo que a poco tiempo empezaría a verse, por ejemplo, en
los estadios de fútbol. El miedo y la autodefensa social de ciertos sectores altos y medios. hizo que especialmente gru -
pos armados de estos últimos (guardias cívicas) complementaran la violencia obrera con una persecución a menudo
también salvaje contra todo lo que fuera o pareciera favorable a la huelga.
32
Los excesos producidos en el desempeño de ciertas comisiones policiales, que con la ayuda de elementos. civiles
(guardia cívica, de corte nacionalista) intentaban restablecer el orden, decidió a Dellepiane a imponer disciplina y cor -
dura.
lugares, además de discretos salarios –que pasan de 6 y 7 pesos a 8, 9 y 10 por día, con bonificaciones del ciento
por ciento en el trabajo fuera de la jornada normal-, obtienen los estibadores la reducción del peso de las bolsas
y altura de las estibas, turnos en períodos de desocupación y la generalización de la jornada de ocho horas de tra-
bajo.33
Otro beneficio por entonces obtenido fue el de la reducción del ciclo semanal a 44 horas, lo que, entre otras
cosas, permitió ampliar el mercado de trabajo.
Quedaban fuera de este concierto social los patrones que deseaban mantener privilegios a espaldas de las
propias leyes del país. Y esta actitud era una de las causas de algunos de los conflictos laborales que se sus -
citaban. El lock-out de los empresarios marítimos en 1919 es un ejemplo de ello. 34
Otro rasgo importante de ese lapso es la extensión de la solidaridad gremial a importantes sectores de las
clases medias. Así ocurre que los empleados de comercio reorganizan sus asociaciones y libran una brega
sostenida por sus derechos, pasando lo mismo con los bancarios, maestros y periodistas.
La F.O.R.A. Noveno Congreso lleva la brega sindical a las zonas de las selvas chaqueñas y misioneras, luga -
res donde las condiciones sociales y laborales eran a menudo indignantes. Allí la central obrera realiza una
obra reparadora en situaciones donde el Poder Ejecutivo y el Congreso no pudieron o no quisieron hacerlo.
El año 1920 fue, entre otras cosas, el de la lucha sindical contra la más poderosa de las empresas navieras, de
la que era dueño Nicolás Mihanovich. Llegó en la ocasión la empresa a cambiar la bandera de una buena
parte de sus buques, nacionalizándolos uruguayos, para poder así reemplazar a los trabajadores argentinos
que se hallaban en conflicto desde hacía cuatro meses, según lo recuerda Sebastián Marotta en sus Memorias
sindicales.
Estos lamentables conflictos fracturaban el esfuerzo productivo nacional, impidiendo que el empuje naviero
del país se armonizara con su progreso en materia social. Partes de un toda común que debieran compatibili -
zar sus aportes en acuerdos partidarios, se desgastaban enfrentándose y perjudicando al resto del conjunto ar-
gentino. Esto lo entendemos válido para los diversos problemas sociales que se suscitaban.
El proyecto de reglamentación de las asociaciones profesionales que presentara Yrigoyen a fines de mayo de
1919, tuvo cierta tramitación en la comisión de legislación de Diputados, que dio despacho en base al mismo
y con algunas modificaciones.
Resistiendo dicho proyecto, la F.O.R.A. organizó un congreso extraordinario, al que adhirieron gremios au-
tónomos, el Partido Socialista y el Partido Socialista Internacional (luego, denominado Comunista). Actos
parciales, manifiestos, murales y publicaciones son empleados para difundir los fundamentos del rechazo al
proyecto.
El 10 de agosto se realizó una manifestación multitudinaria en la Capital. (Cuando los primeros manifestan-
tes habían llegado y cubierto parte de la plaza San Martín, los últimos se hallaban todavía en la del Congre -
so, tal era lo nutrido de las columnas.)
También había adherido al acto el diputado radical José P. Tamborini; pero, cuestionada su inclusión en el
acto por los socialistas, el diputado radical no ocupó la tribuna de la plaza San Martín, en la que hablaron va -
rios representantes de los diferentes sectores adheridos al movimiento contrario al proyecto.
Los puntos de disidencia principales con referencia al mismo, giraban alrededor de las normas que establecía
para el funcionamiento de los sindicatos y el desarrollo de las tareas. En general, el proyecto era una síntesis
de lo que el yrigoyenismo podía quizás haber pretendido, de haber concretado una reforma social y una or -
ganización sindicalista de contenido nacional sin ideologías exóticas y subversivas, y de lo que podían acep-
tar conservadores y antipersonalistas. Pero ocurría que ni esa reforma ni esa organización sindical existían, y
entonces se planteaba una fractura o un vacío, en el que las nuevas instituciones, más justas y más orgánicas,
brillaban por su ausencia entre dos extremos de un abismo: el gremialismo agitativo, y las normas reglamen -
tarias, vueltas simple cortapisa y represión.
33
S. Marotta, El movimiento..., tomo II, pág. 250.
34
La Asociación Nacional del Trabajo (liga empresaria) y el Centro de Cabotaje (patronal naviera) lanzaron el lock-out
como respuesta a los progresos sindicales y mejoras sociales conseguidas por la Federación Obrera Marítima. Pese al
cierre del puerto capitalino, el comercio exterior sufrió escasos perjuicios, pues el movimiento fue derivado a otros
puertos litoraleños. Yrigoyen daba apoyo manifiesto y lateral al gremio, en tanto atendía sus demandas y presionaba
con distintas medidas a los empresarios responsables del cese del comercio portuario. Dichas empresas eran en su ma-
yor parte británicas, o se hallaban conectadas con capitales de ese país. El Foreign Office, por su parte, en atención a las
necesidades de alimentos que tenía Inglaterra, se oponía al lock-out. Los Estados Unidos vivían una creciente rivalidad
con los ingleses en la Argentina, y sus compañías navieras no entraron en el boicot. Los trabajadores marítimos, organi -
zados sólidamente alrededor de su sindicato, dieron una lección de solidaridad laboral y buen orden.
Politicastros en desgracia, caudillos parroquiales..., fuertes industriales, ricos hacendados, algún fraile batallador
al lado de caracterizados clericales, buen número de jefes militares que han de soñar con ganar alguna batalla al
frente de aguerridas guardias blancas, excelentes ciudadanos temerosos de que se dude de sus sentimientos pa-
trióticos, y ex hombres de gobierno en estado de merecer; todos estos elementos hay, confundidos en estrecha
alianza radicales y conservadores.35
Pero la Liga poseía también su apertura social anticapitalista y antigremialista, que provenía de cierta co -
rriente interna de clase media que contenía, y que en realidad motorizaba su difusión y éxito entre importan-
tes sectores de la población:
Capital organizado y trabajo organizado significan la misma cosa; cada cual obedece a su propio interés, sin
consideración al resto de la humanidad. En su egoísmo y codicia de poder, están librando una violenta batalla de
destrucción social. La clase media, que representa realmente las tres cuartas partes del pueblo, se encuentra entre
esas dos fuerzas sin protección alguna, recibiendo y soportando el choque de ambas. Sea cualquiera la forma
como se resuelva el conflicto, las organizaciones ambiciosas siempre ganan, no pierden nunca: sólo la clase me-
dia se tambalea bajo la carga... y sufre las pérdidas.36
Presidía la Liga, Manuel Carlés, ideólogo, militante y diputado conservador; profesor en la Escuela Nacional
de Guerra y del Colegio Militar de la Nación; hombre de excelentes conexiones con los medios políticos,
empresarios y militares, incluso con los mismos radicales. Su gestión como interventor 'federal de Yrigoyen
en Salta y en San Juan, y el buen trato dado siempre por el radicalismo a la Liga, reflejan esa relación no
conflictiva, que en ocasiones se trasformaba en discrepancia más o menos aguda y progresiva.
Entre otros hechos sobresalientes vividos en el mundo sindical durante los años 1920 y 1921, pueden men-
cionarse el planteo de problemas salariales y de la semana de 44 horas de labor –media jornada los sábados,
además del descanso dominical-; la lucha de los empleados de comercio; el aporte de la F.O. R.A. Noveno
Congreso a la ley de accidentes de trabajo; los triunfos de los marítimos contra la empresa Mihanovich; el
fortalecimiento del sindicalismo pacífico y organizado; el pacto entre la F.O.R.A. Noveno Congreso y la Fe-
deración Agraria Argentina; la pugna entre socialistas, comunistas y sindicalistas dentro de la central federa-
da; el XI Congreso de la F.O.R.A., y su fracaso en general ante las luchas internas partidistas que deterioran
a la central obrera; el problema del alza del costo de la vida, y las medidas oficiales dispuestas por las autori -
dades nacionales y por el intendente porteño, José Luis Cantilo.
El costo de la vida fue tema de gran repercusión por aquellos años. Las medidas del Gobierno para paliarlo
estaban acompañadas de suficiente espectacularidad publicitaria: Cantilo recorriendo personalmente la ciu-
dad; Cantilo proponiendo planes cooperativos con subsidio municipal para controlar los mercados abastece-
dores; Cantilo descubriendo depósitos clandestinos de acaparadores, y decomisando mercaderías en mal es -
tado...
Había en todo ello un cierto sincronismo electoral, ya que las iniciativas más espectaculares y llamativas co-
incidían casi siempre con las vísperas de elecciones.
35
La Vanguardia, del 1.4.1919. Citado por D. Rock, en El radicalismo..., pág. 188.
36
Primer Congreso de Trabajadores de la Liga Patriótica Argentina, 1920, pág. 95. Citado par D. Rock, en El radica-
lismo..., pág. 189.
En este punto ha de tenerse en cuenta que luego de la derrota sufrida por el radicalismo en las elecciones
municipales de 1918 en la Capital frente a los socialistas, el entorno electoral no le era muy favorable. En
1919 habían conseguido triunfar, pero por un corto margen, mientras que una porción notable de la clase me-
dia se alejaba de sus boletas para apoyar a los demócratas progresistas o a los socialistas.
En 1920 consiguieron un repunte; captando un número importante de votos de los socialistas. Esto no estuvo
desligado de la promoción de las referidas campañas.
Las angustias populares de la carestía se centraban lógicamente en el trigo para el pan y en la carne vacuna,
que eran los dos productos de mayor consumo masivo. El Gobierno hizo una tentativa legislativa para reba-
jar el trigo, que, aunque aprobada por el Congreso, resultó fallida. .
Luego encaró drásticas medidas con la industria azucarera, cuyo producto, si bien de primera necesidad, no
era el de mayor peso en la canasta familiar. Esta desencadenó protestas en los círculos provincianos del azú-
car, que renovaron las acusaciones contra el Gobierno de demagogia y oportunismo, motivando la resisten -
cia en el Senado para sancionar las medidas propuestas por Yrigoyen, que Diputados –por entonces, con ma-
yoría radical- había aprobado.
Hacia mediados de 1921, la declinación de los volúmenes y los precios de las exportaciones argentinas, a
causa de las medidas tomadas en Europa, determinan un período de crisis. Atento a ella, las empresas buscan
contratar a estibadores no agremiados, para pagar menos jornales y abaratar costos.
Los estibadores se hallan divididos por un enfrentamiento entre sindicalistas y anarquistas; pero éste termina
en mayo de 1921 con la victoria de los ácratas, que se quedan con el gremio.
Los choques entre las dos corrientes se renuevan, cuando el Gobierno se aleja un paso de su apoyo a los sin -
dicalistas, y permite que trabajen en el puerto obreros no agremiados, los que estaban protegidos por la Aso -
ciación del Trabajo. Entonces las riñas son de tres contendientes, y de todos contra todos. La Liga Patriótica
Argentina da su apoyo a la Asociación del Trabajo. Un grupo de taxistas emite un comunicado criticándolo.
Miembros de la Liga atacan la sede del gremio taximetrero pistola en mano, y los taxistas responden con su
huelga general. Entonces 16.000 automóviles particulares se ofrecen para funcionar como taxis en forma
temporaria, y una ola de apoyo a la Liga recorre los ámbitos de las clases alta y media.
El clima general se fue tornando similar al de 1919. Se hablaba de significativas visitas del general Uriburu
al Ministro de Guerra. Las dos F.O.R.A. van aparentemente hacia la huelga.
En la noche del 30 de mayo, mientras se hallaban reunidos en el local de la F.O.R.A. de la calle Belgrano
2545, una nutrida comisión policial, encabezada por Elpidio González y el comisario Francisco Laguarda,
penetra en el local, disuelve la reunión,
y detiene a 180 militantes de los gremios sindicalistas. En forma espontánea los trabajadores abandonan sus
tareas a medida que la noticia del procedimiento se difunde.
Algunos miembros del Consejo Federal de la F.O.R.A. que habían escapado al procedimiento se hacen cargo
en nombre de la central de un manifiesto, que en su párrafo final expresa:
" Por la libertad de nuestros camaradas aprisionados, por la garantía de los derechos del trabajo, por el restable -
cimiento de las libertades sindicales, ¡ningún obrero trabaje! ¡Viva la huelga general!
Ambas F.O.R.A. constituyen un comité mixto de huelga, con facultades orientadoras y directivas.
El 7 de junio, ya disuelto el día anterior el Comité Mixto, se reúnen los integrantes del Consejo Federal de la
F.O.R.A. sindicalista, y dan por levantada la huelga, teniendo en cuenta, entre otras cosas, que la huelga ge -
neral había cumplido su objetivo de protesta y de anhelo en favor de los derechos sindicales.
Ubicado entre un movimiento obrero que tenía conducción e ideología en buena parte extranacionales, y que
todavía no estaba integrado a las instituciones del país, y los sectores de la sociedad nacional media y alta
que no habían comprendido acabadamente la necesidad de dar concreción a los enunciados de bienestar y
justicia de aquellas mismas instituciones; el Gobierno radical había, lógicamente, combinado en su política
social la tolerancia constructiva y la imprescindible represión. Lo nacional y lo social se entrecruzaban en
esa realidad geopolítica argentina de exigencias modernas y soberanas.
Los territorios del sur o patagónicos adolecían de graves problemas estructurales. Al finalizar el año 1920,
iban sumándose a ellos otros de carácter coyuntural, nacidos en los desajustes económicos de la posguerra,
que al disminuir la demanda internacional de nuestras lanas, habían reducido sus volúmenes y precios de ex -
portación. En consecuencia, se empobrecieron la industria, el comercio y el trabajo en general, lo que, unido
a la carestía de la vida y a la corrupción de los funcionarios, creó un ambiente por demás tenso y deplorable.
Afirma Manuel Carlés:
Pero ¿qué había pasado en la Patagonia? O mejor dicho, ¿qué era la Patagonia en 1920? Simplificando, podemos
decir que era una tierra argentina poblada por peones chilenos, y aprovechada por un grupo de latifundistas y co-
merciantes. Es decir, gente que ha nacido para obedecer, y otros que se han hecho ricos porque son fuertes por
naturaleza... El Presidente ha leído detenidamente los antecedentes. Comprende bien que se han dado circuns-
tancias muy adversas que pueden ser aprovechadas en cualquier momento por el Gobierno chileno para poner
pie en la Patagonia.38
En 1918 vivía de su lana y de la carne ovina. La falta de exportación trajo crisis económica; las condiciones de
vida de los trabajadores en varios aspectos, era deficiente. En su mayoría eran extranjeros; particularmente, chi-
lenos e inmigrantes venidos de Europa ... Hemos mencionado el aislamiento de Santa Cruz con respecto al resto
del país. Recordemos nuevamente que la Patagonia (y Santa Cruz, especialmente) no estaba integrada a la Ar-
gentina. Sus comunicaciones eran por mar, mediante buques de la Empresa de Menéndez y de la Marina de Gue-
rra. El único ferrocarril existente, de Puerto Deseado a Colonia Las Heras, no estaba ni está actualmente conec -
tado a la red principal, pese a que el proyecto inicial de su trazado aspiraba a ello. Y esto es muy importante en
una época como aquélla, en que el transporte automotor era incipiente, y la comunicación aérea recién comenza -
ba en el mundo.39
Los sucesos de la Patagonia se desenvolvieron en dos tiempos. En el primero; hacia enero de 1921, en Santa
Cruz los peones y trabajadores en huelga se habían levantado armas en mano, saqueando estancias, tomando
rehenes, destruyendo instalaciones privadas y públicas, y obligando a muchos a sumárseles. Varios inciden-
tes graves aportaban un número preocupante de muertos y heridos. No faltaban comisiones de huelguistas
que cometieran violencias contra funcionarios, familias y comercios. Un grupo armado de ellos, compuesto
por más de 200 hombres y dirigido por Juan Trini (alias El Toscano), reunía en su seno a muchos ex presi-
diarios, y se había distinguido en el delito y la destrucción en general, manteniendo estrecho contacto con el
comité de huelga que respondía a la F.O.R.A. de orientación anarquista, a través de la sociedad obrera regio-
nal.
La vida cara y los sueldos bajos; el pago en moneda chilena, en cheques a cobrar en Chile o en mercaderías;
las pésimas condiciones de trabajo, y la venalidad y abuso de jueces, comisarios y funcionarios en general,
eran las causas inmediatas de la huelga, a las que se debe integrar en el condicionamiento básico del territo-
rio, con su casi vacío de poder nacional, su marginalidad socioeconómica, su situación coyuntural crítica de
posguerra, y las actividades del sindicalismo, tanta anarquista como maximalista, unidos en la postura sub-
versiva y extranacional.
La mayor parte de los cuadros dirigentes de la huelga eran anarquistas –tanto individualistas como colecti-
vistas- que adherían a la F.O.R.A. Quinto Congreso. Pero también había un sector minoritario de dirigentes
maximalistas –apoyaban más o menos a la Revolución Rusa de 1917, en su etapa leninista-, los que en algu-
na medida reflejaban la presión que por entonces ejercían los comunistas bolcheviques, tratando de influir en
los gremios anarquistas en general, para llevarlos hacia su tendencia, como ya ocurriera cuando en el IX
Congreso de la F.O.R.A. coincidieran con los sindicalistas y los socialistas en esa presión. Tal combinación
de matices maximalistas con referencia al comunismo ruso, era confusa y nada definida, y no permite una
37
M. Carlés, El culto..., págs. 6-7.
38
O. Bayer, "Los vengadores...", págs. 28-27.
39
J. L. Picciuolo, Aspectos…
apreciación ajustada de la muy posible presencia bolchevique en el levantamiento. Antonio Soto resulta un
personaje llamativo en cuanto a esta situación, en su carácter de uno de los jefes del comité de huelga y ma -
ximalista de avanzada, más tarde refugiado en Chile.)
Luego de adelantar algunos pocos efectivos militares en forma provisional hacia Santa Cruz, el presidente
Yrigoyen envía en misión especial el 10 de caballería, a las órdenes del teniente coronel Héctor Benigno Va-
rela, excelente oficial de convicciones radicales probadas y gran espíritu de servicio. Varela, juntamente con
el flamante gobernador del territorio, capitán ingeniero Ángel Izza, logra la rendición incondicional de la
mayor parte de los huelguistas insurrectos en armas, y una solución pacífica al problema, por medio de un
laudo del Gobernador, basado en una minuciosa investigación de la situación social y los hechos. 40
El laudo concede los cinco puntos presentados por los trabajadores en noviembre de 1920: aumento de suel-
do; mejoras en las viviendas, para que en cada habitación de 4 por 4 no duerman más de tres hombres, y no
hasta ocho, como lo hacían; permiso para portar armas para defensa propia –las condiciones de seguridad del
territorio eran muy precarias, y las épocas, de suficiente armamentismo privado-; que los botiquines tuviesen
leyendas en castellano, y no en inglés; y el pago de los jornales mensualmente y en moneda argentina, y no
en chilena, vales o cheques, como se solía hacer entonces.
Este laudo deja resentidos a los patrones y eufóricos a los obreros.
La Federación Obrera Regional de Río Gallegos -núcleo sindical de la región de tendencia anarquista (F.O.-
R.A. Quinto Congreso)- habla ostentosamente de su fuerza, ante lo cual hasta el propio ejército tuvo que
pactar.
A Varela lo sorprenden y le duelen las críticas de unos y la petulancia de los otros, pues parecería que su mi -
sión representando al ejército y al Presidente mismo hubiese sido mero instrumento sectorial, y no de gestor
del buen orden.
El segundo tiempo de los sucesos se sitúa a fines de 1921 y comienzos de 1922. La intervención de Varela,
por desgracia, no ha sido solución, y muchos responsables han ayudado a este fracaso.
La Sociedad Rural (parte patronal), que con su egoísmo clasista no ha aplicado el laudo. El sector de peones
y delincuentes comunes liderado por El Toscano, que ha vuelto a las andadas. La Federación Obrera Regio-
nal de Río Gallegos (parte sindical, que, llevada por sus dirigentes anarquistas F.O. R.A. Quinto Congreso),
se aferra a planes de huelga general para preservar el laudo; y si bien desmonta la acción de El Toscano, y lo
entrega ella misma a las autoridades, lleva los hechos a un pico subversivo y tremendista que terminará dan-
do aires a la tesitura de la Sociedad Rural, y haciendo que Varela se sienta traicionado por los sindicatos.
El Gobierno radical, sin hacer nada concreto que efectivizara el laudo conseguido, y manteniendo los viejos
vicios administrativos en esa Argentina del sur: semipasividad, en un casi vacío de poder. Los grupos de
guardias blancos encarnando una autodefensa a menudo violenta contra el latiente peligro de agresión obre -
ra. La oposición conservadora llevando agua a su molino, y junto con los núcleos de opinión independientes,
atizando el fuego. Las embajadas y compañías de los países extranjeros poderosos con intereses en la Pata -
gonia, presionando y exigiendo. La oposición gremial y de izquierda a Yrigoyen, subrayando los yerros y
omitiendo los aciertos, restando siempre sin sumar nunca. Los dirigentes gremiales extranacionales, en som-
bríos tejemanejes subversivos (¿Chile?). La policía manteniendo los mismos elementos corruptos y conflicti-
vos, que generaban animosidad entre los trabajadores y la población en general. Los pequeños y medianos
estancieros y comerciantes, que vieron con la huelga la posibilidad de no saldar sus deudas a los grandes ca-
pitalistas. Los mismos grandes estancieros, que especulaban con deshacerse de los operarios sobrantes, y ter-
minar con las sociedades obreras...
40
El relevamiento de hechos fue en buena parte cumplido por Varela, lo que resulta indudable, dado el manejo cabal de
la situación que tiene. Por otra parte, ese informe fue luego elevado por Varela al Ministerio del Interior y a los mandos
superiores. Incluso antes de promulgarse el laudo del gobernador Izza, ya había el jefe militar prohibido terminante -
mente en todo el territorio la circulación de moneda chilena, eliminando así uno de los factores de subversión e injusti-
cia que utilizaban los patrones para abaratar los jornales y dominar el manejo adquisitivo de los trabajadores, creando,
junto con los vales y los cheques a cobrar en Punta Arenas, una distorsión de las leyes financieras y de la soberanía mis-
ma de la Nación.
En su número del 25 de agosto de 1974, la revista Siete Días publicó un informe de Varela sobre su segunda campaña
en Santa Cruz. En dicho trabajo, no solamente se da cuenta de las acciones militares, sino también del cuadro socioeco-
nómico y geopolítico de esos territorios del Sur. Se subrayan allí el altísimo porcentaje –aproximadamente, el 98 por
ciento- de extranjeros entre la escasa población; los elementos que predominaban en el trabajo, el comercio, la indus-
tria, las finanzas y las empresas agropecuarias; la explotación obrera como "origen de las huelgas con caracteres revolu-
cionarios, y la causa del odio a la sociedad"; los comerciantes minoristas con ideas extremistas, dueños de la venta libre
de bebidas y de armas, y la prepotencia y corrupción de los funcionarios civiles, judiciales y policiales.
Si ustedes aceptan someterse incondicionalmente en este momento, haciéndome entrega de los prisioneros, de
todas las caballadas que tengan en su poder, presentándeseme con sus armas, les daré todas clases de garantías
para ustedes y sus familias, comprometiéndome a hacerles justicia en las reclamaciones que tuvieren que hacer
contra las autoridades, como asimismo a
arreglar la situación de vida para en adelante de todos los trabajadores en general. Si dentro de 24 horas de reci-
bida por ustedes la presente comunicación no recibo contestación de que ustedes aceptan el sometimiento incon-
dicional de todos los huelguistas levantados en armas en el territorio de Santa Cruz, PROCEDERÉ:
1) A someterlos por la fuerza, ordenando a los oficiales del ejército que mandan las tropas a mis órdenes, que
los consideren como a enemigos del país en que viven;
41
Uno de los jefes de la huelga general armada que logró escapar pasando con cincuenta integrantes de su sector a Chi-
le, fue Antonio Soto -alias el gallego Soto, el actor de teatro-, hombre de ideas maximalistas y probolcheviques, y cuya
presencia en la dirección del levantamiento, ideología diferenciada y oportuna fuga, no dejan de llamar la atención.
2) Hacerlos responsables de las vidas de cada una de las personas que en este momento mantienen ustedes por
la fuerza en forma de prisioneros, así como también de las desgracias que pudieran ocurrir en la población
que ustedes ocupan y las que ocuparan en lo sucesivo;
3) Toda persona que se encuentre con armas en la mano y no cuente con una autorización escrita firmada por el
subscripto, será castigada con toda severidad;
4) El que dispare un tiro contra las tropas, será fusilado donde se le encuentre;
5) Si para someterlos se hace necesario el empleo de las armas por parte de las tropas, prevéngoles que una vez
iniciado el combate no habrá parlamento ni suspensión de hostilidades. 42
Este bando fue reforzado el 22 de noviembre de 1921 –en plena campaña de represión, y cuando los grupos
de huelguistas armados amenazaban con extender sus correrías al territorio del Chubut y hacia Comodoro
Rivadavia (ya importante centro petrolero del país)- por otro en esencia igual, aunque más conciso que el an -
terior. Impreso y distribuido en todo el territorio, decía:
Se pasará por las armas a quienes no se entregaren a la primera intimación de las fuerzas militares o fueren sor -
prendidos por éstas con armas en la mano en actitud que evidencie el propósito de resistir.
Los sucesos de Santa Cruz son un capítula duro y grave de la experiencia radical, cuyos muertos y heridos,
bienes destruidos y riqueza perdida, representan un lamentable costo. Su lección más válida y vigente es la
de cómo una política torpe en nuestras tierras australes puede desencadenar situaciones difíciles y onerosas,
y la advertencia convoca a perseverar en un culto activo de la Patagonia argentina.
Desde el punto de vista geopolítico, la actuación del teniente coronel Varela fue la misión fusible que logró
reparar en aquellas regiones la corriente trastabillante y al borde de un corto circuito de una soberanía poco
efectiva, pero que era la único que allí teníamos. Los males de fondo, los que por cierto escapaban a las in-
tervenciones de emergencia, subsistieron porque eran parte de las dolencias del país. Los territorios patagó -
nicos parecían en aquel tiempo algo ajeno y lejano, algo impostado; y ni los gobiernos del Régimen, ni el
mismo Yrigoyen, modificaron esa situación.
Si el radicalismo hubiese adoptado medidas más efectivas de prevención, arbitraje y armonía entre obreros y
patrones, así como otras que ayudaran a las organizaciones gremiales a desprenderse de los elementos sub-
versivos y los delincuentes, muchos espectáculos dolorosos hubiesen sido ahorrados a la República. Pero no
era eso todo lo que la Patagonia necesitaba. Fundamentalmente, le era menester un adecuado desarrollo inte -
gral, así como una presencia eficaz y dinámica del Estado y de las instituciones comunitarias, basados en
algo clave para toda empresa moderna: información. Eso que el Presidente de la Nación le tuvo que pedir a
Varela antes de su primera campaña, cuando le dijera: "Vea bien lo que pasa, y cumpla con su deber”. 43
Atento a la actuación de Yrigoyen, mucho es lo que se ha dicho y especulado desde polarizadas posiciones.
La revisión serena de los hechos muestra la certera elección del Presidente en cuanto al jefe militar capacita-
do para realizar tan espinosa misión, tanto en la primera campaña como en la segunda. La energía, experien -
cia en áreas desoladas del sur, entereza, sensibilidad nacional y espíritu democrático del teniente coronel Va -
rela le eran muy conocidos. Varela podía sacar al país de ese atolladero en el Sur, y no le falló a Yrigoyen.
42
Copia fiel del informe del teniente coronel Varela elevado al Gobierno y a la superioridad militar, págs. 25-26. Tras-
crita por el teniente coronel J. B. González Rubio, en su "Síntesis...", págs. 134-35. (Este primer bando de Varela fue
enviado como respuesta al comité de huelga con respecto al pliego de condiciones que le había sido despachado por los
huelguistas desde Paso Ibáñez. Su contenido se hizo público, y copias de él fueron acercadas por el jefe militar a las au-
toridades civiles y militares.)
43
El laudo conseguido por la paritaria de comienzos de 1921 en ocasión de la primera huelga y por la especial interven-
ción del teniente coronel Varela, siguió en vigencia en sus puntos principales después de los sucesos de la segunda
huelga. Por un bando del mismo Varela emitido durante su campaña, las sociedades gremiales anarquistas perdieron su
carácter legal, y su actividad fue prohibida. Asimismo, se reglamentaron las relaciones laborales, obligando a los patro -
nes a informar mensualmente, y a los trabajadores a matricularse y obtener un certificado de filiación, antecedentes y
conducta –en el que también se asentaban ocupación, sueldo, forma de pago, etcétera-, por intermedio de la policía; ins-
titución que, por otra parte, había sido por lo menos parcialmente depurada por medidas del mismo jefe militar.
La intervención de Varela en Santa Cruz trajo aparejado un resonante debate en el Congreso Nacional, desencadenado
por los socialistas, y en el que los representantes de la mayoría radical se dividieron en la aprobación y la crítica a lo
hecho por Varela. Pese a las insistentes peticiones del Comandante del 10 de caballería y los oficiales que lo acompaña -
ran, ante el Presidente de la República; Yrigoyen no dio ningún decreto avalando la misión de Varela, ni tampoco hizo
ninguna manifestación en ese sentido ni en contra.
Los huelguistas usaron dos tipos de armas: el Winchester 44, de poca velocidad inicial de proyectil, fácilmente
desviable por el viento, en una zona eminentemente ventosa como Santa Cruz, y las carabinas Savage de caza
25/30, 30/30 y unas pocas 22/30, armas excelentes, pero con el grave inconveniente de que al recalentarse con el
tiro se atrancaban, inutilizándose. Éstas son las razones principales del fracaso del armamento huelguista frente a
los Máuser 98 del ejército argentino, de gran alcance, precisión y rapidez de tiro.44
Santa Cruz y toda la Patagonia era por entonces una especie de subcontinente débil e indefenso. La injeren -
cia chilena mostraba suficientemente sus hilos conductores. Las bandas huelguistas no ofrecían ningún atis-
bo de confianza, por su actitud subversiva, y la orientación extremista y antinacional de sus jefes. La Consti -
tución Nacional y el ser mismo del país estaban en juego.
No eran, por cierto, muchas las opciones que se le presentaban al teniente coronel Varela y su puñado de sol -
dados en ese gigante territorio, hostil y difícil, sin medios de transporte eficientes. Y por ello, sus bandos ter-
minantes fueron aplicados con energía, cumpliendo simplemente lo que se había advertido profusamente en
los mismos.
La rendición incondicional inmediata no había sido aceptada por los huelguistas, a diferencia de lo ocurrido
en la primera intervención de Varela a comienzos de 1921, y ello lo obligó a desplegar ese esforzado operati-
vo –verdadera pequeña blitzkrieg de emergencia y defensa nacional-, que recuperando el orden soberano,
limpió todas las amenazas intervencionistas extranjeras, y obligó a las tropas de Chile a dejar para otro mo-
mento la invasión de la Patagonia.
Afirma el teniente coronel Fued G. Nellar:
Por la formación militar, política y religiosa del teniente coronel Varela, no puede ser sospechado de vengativo
ni antiobrero, ni de inhumanidad. Consideramos, en cambio, que la beneficiosa obra del 10 de caballería quedó
trunca y parcializada, dando la impresión errónea de que premeditadamente se habría obviado favoreciendo a
uno de los bandos en pugna.
...en ningún momento puede dudarse de quienes únicamente los animaba el bien de la Patria. Y cuando ésta co-
rre peligro, cualquier proceder es aceptable, menos el dejarla perecer. 45
Las jornadas de enero de 1919 habían tenido sus ecos solidarios en varios lugares de la República; especial -
mente, en las zonas central y litoraleña. Así ocurrió, por ejemplo, en la localidad de San Cristóbal, en el Cha -
co santafesino. Allá los obreros del lugar se habían apoderado de la estación ferroviaria, y los comerciantes
habían cerrado sus comercios. El ejército desalojó luego a los obreros, creándose una situación de enfrenta-
miento entre las tropas y los trabajadores.
Para disminuir esa tensión, hubo un releva en el mando de los soldados, y fue enviado para hacerse cargo de
la situación el entonces teniente Juan Domingo Perón. Al día siguiente de su arribo, sin su arma reglamenta-
44
M. A Scenna, "Argentina - Chile...”.
45
G. Nellar, "Clarificación...”
ria ni custodia alguna, se presentó el Teniente en el local donde se reunían los trabajadores en huelga. La es-
cena es narrada por Oscar Aldrey de esta manera:
Estos hombres, cuyo encono rayaba en el odio, empezaron a moverse, arremolinándose, sintiéndose evidente-
mente molestos. Luego se oyeron murmullos que fueron adquiriendo mayor violencia, a medida que el Oficial
se iba acercando. Tan pronto como pisó el escalón de la puerta de entrada, los huelguistas se mostraron indigna-
dos, exigiendo que se retirase. El Teniente, en vez de obedecer, mostrándose muy afable, penetró en el local.
Cuando el momento era más crítico, cuando parecía que la tormenta iba a estallar, el Oficial les preguntó cor -
dialmente el porqué de tanto encono. Y entonces, como cuando el granizo se precipita sobre los techos de zinc,
el vocerío, los gritos destemplados y las amenazas cayeron sobre el militar, que, a todo esto, ganaba terreno
avanzando sobre el interior del salón. Tan pronto como pudo, les habló como a sus camaradas, solicitándoles que
le tuviesen confianza y que expusieran sus quejas con calma, a fin de satisfacerlos en sus demandas. Los huel-
guistas se sorprendieron. Probablemente, era ésa la primera vez que un militar los trataba como a amigos. Y en-
tonces expresaron a viva voz las causas de su enojo...46
Hacia 1919, la situación agraria evidenciaba los efectos de la recomposición de posguerra del comercio in -
ternacional, tan especialmente vinculada a la incierta situación económica del país: retracción del mercado, y
caída de precios; y la huelga portuaria de entonces complicó aun más las cosas.
La inquietud de los productores agrarios se manifestaba en relación a los problemas de siempre del sector:
los contratos de arrendamiento leoninos; la inestabilidad social, derivada de la no propiedad de la tierra; el
régimen injusto de los precios, y las dificultades de abastecimiento y de costo de vida.
Encabezada por la Federación Agraria Argentina, la huelga agraria se desarrolló durante ese año con gran re-
percusión en los medios comunitarios y en el Congreso. El movimiento cubrió las provincias de Buenos Ai-
res, Córdoba y Santa Fe, y el territorio de La Pampa, con asiento principal en la zona maicera. No faltaron
innumerables denuncias de las entidades gremiales del sector, acerca de falta de garantías para los agriculto-
res en huelga.
El diputado socialista Nicolás Repetto llevó adelante una interpelación al Poder Ejecutivo en su Ministro del
Interior. En ella hizo una exhaustiva y fundada exposición sobre la problemática de los productores que los
había llevado a la huelga, y los excesos represivos de los que a menudo se los hacía víctimas.
Al cierre de su interpelación, Repetto señalaba:
Son, pues, circunstancias de orden permanente y fenómenos circunstanciales relacionados con la política presi-
dencial en materia de huelga, los que tienen que llamar más la atención respecto de la actitud que se ha asumido
frente a los pacíficos, tranquilos y honestos agricultores en huelga.47
El 27 de agosto de 1921, la avenida de Mayo de la Capital vio transitar una numerosa manifestación de cha-
careros, la que desde su punto de reunión en el entonces flamante monumento a Cristóbal Colón -obra de Ar-
noldo Zocchi-, en la plaza homónima frente a la Casa Rosada, manifestaron hasta el Congreso Nacional,
donde dejaron un petitorio dirigido al presidente del Senado, doctor Benito Villanueva. En uno de sus párra-
fos señalaban:
Por otra parte, señor presidente, la cuestión agraria ya no nos afecta solamente a nosotros, los colonos: ella afec-
ta a todo el país. Porque nuestras tierras, que han sido esquilmadas por una agricultura de rapiña, ya no producen
con un trabajo ligero: requieren un trabajo intensivo, y este trabajo sólo puede efectuarse cuando el hombre está
rodeado de ciertas garantías. Porque el cultivo extensivo no permite la explotación mixta agropecuaria, explota -
ción que se debe implantar enseguida. Porque los colonos, vejados y expoliados, huyen de los campos, refugián-
dose en los pueblos y ciudades, donde van a sufrir hambre y juntar odio. Porque, en fin, la familia campesina ne -
cesita radicarse, afianzarse y nacionalizarse en el más noble sentido de la palabra. 48
En el movimiento agricultor, conducido por la Federación Agraria Argentina, habían confluido ideas socia-
listas, sindicalistas, católicas y radicales. Era una síntesis doctrinaria, reivindicativa, cívicamente arraigada,
democrática, pacífica y de profundo sentido argentino; una de las experiencias más logradas en medio de ese
46
O. Aldrey, Perón..., citado por E. Pavón Pereyra, en Vida.. , págs. 55-57.
47
N. Repetto, La huelga agraria..., pág. 64.
48
Crónica histórica argentina, tomo V, pág. 288.
El Viejo y Marcelo
Por su longevidad y sus ideas, Yrigoyen era el eje que unía a los nuevos tiempos de la posguerra y comien-
zos de los años 20 con la Patria vieja, la de los orígenes y la organización. Dice Félix Luna en su obra bio-
gráfica sobre el Caudillo: "Es que Yrigoyen constituía –parece paradójico- una fuerza formidablemente con-
servadora".
Esa condición de Yrigoyen es la misma que poseyeron en mayor o menor medida todos los grandes conduc-
tores que trasformaron nuestra historia. Es el don de conservar lo que da fundamento, unión y continuidad,
permitiendo así cambiar y renovar, manteniendo el buen orden y la permanencia del cuerpo comunitario.
En todo renovador auténtico hay siempre mucho de conservador, y nada es más revolucionario, a veces, que
la conservación de determinadas cosas. Le había tocado a Yrigoyen un tiempo revuelto, y los días marcaban
ya el relevo en la Casa Rosada.
Más allá de dificultades, oposiciones y yerros, el viejo Jefe había logrado combinar suficientemente savias
rancias y nuevas en el tronco y los retoños patrios. Pero el calendario político y electoral seguía su propio
ritmo, y a Yrigoyen se le planteaba un antiquísimo problema que había angustiado a reyes, dinastías y empe-
radores, y a no pocos jefes de estado no monárquicos: el de la sucesión.
Yrigoyen no quería ni podía, en realidad, marginarse de la cuestión. Y ésta, por cierto, no fue de simple trá-
mite.
Varios eran los aspirantes: Leopoldo Melo, ya desde los inicios del período de Yrigoyen; Ramón Gómez,
para la vicepresidencia; Vicente Gallo, acompañado en la expectativa por Arturo Goyeneche, y Fernando
Saguier, con el apoyo de muchos dirigentes de la Capital Federal y de la provincia bonaerense.
Melo y Gallo representaban corrientes discrepantes del yrigoyenismo, asentadas o vinculadas a determinadas
situaciones provinciales, y con buenas conexiones en el mundo opositor extrapartidario.
Gómez había desarrollado desde el Ministerio del Interior cierta red de funcionarios y dirigentes afectos, al
parecer para jugar su candidatura a la vicepresidencia del país en la Convención Nacional del radicalismo.
En cuanto a Saguier, figura meritoria y muy cercana a Yrigoyen –era de los pocos a los que el Caudillo con -
sultaba en situaciones muy difíciles-, su nombre era alentado por un activo grupo partidario que encabeza-
ban Ernesto H. Celesia y Diego Luis Molinari –entonces, subsecretario de Relaciones Exteriores-, y llegó a
convocar no pocas voluntades.
También hubo los candidatos eventuales. Entre ellos, al parecer, estuvo Honorio Pueyrredón, si bien, según
Luis C. Alén Lascano, su candidatura habría sido mucho más concreta y tan definida como la de los anterior -
mente mencionados.
Pero todo ello quedaría en agua de borrajas. Yrigoyen, mientras tantos aspiraban y promovían, había ya
puesto su índice sucesorio sobre otra figura: Marcelo T. de Alvear.
Alvear tenía desde la perspectiva del radicalismo muchas virtudes: no despertaba resistencias en la masa, ni
en los sectores desafectos al comité nacional, aunque yrigoyenistas, ni en los grupos antipersonalistas.
Por otra parte, la personalidad de Alvear reunía varias condiciones: era simpático, querido, inteligente, culto,
de iniciativa, dinámico, independiente y corajudo. Era también radical de la primera hora, habiendo aportado
esfuerzo, riesgos y fortuna personal a la causa. En otros aspectos, Alvear era la antítesis de Yrigoyen: poco
constante, extravertido, desordenado, chacotón, de buen vivir y con una mentalidad legalista.
Señala Félix Luna:
Es difícil saber por qué Yrigoyen escogió a Alvear. Probablemente, debe de haber sido rica y compleja la moti -
vación de su preferencia.
Tal vez tuvo presente, al pronunciarse, aquella ley histórica sudamericana que señala la agresiva pretensión de
autonomía que alientan los gobernantes mediocres sucesores de los gobiernos de los grandes caudillos. En el
caso particular de Yrigoyen, era seguro que así acurriría, fuera quien fuere su sucesor, pues toda un ala del Parti-
do, resentida o descontenta, o simplemente veleidosa, estaba aguardando la designación del futuro mandatario
para rodearlo y olvidar al antecesor, y aun para hostilizarlo si fuere necesario. Así como fueron alvearistas, esos
elementos pudieron ser y habrían sido saguieristas o gomecistas o pueyrredonistas. Pera Yrigoyen conocía las
calidades caballerescas de Alvear, y sabía que su inevitable alejamiento no traspasaría cierto margen de decencia
y fair play. No se equivocó –por lo menos, en el momento decisivo- con respecto a la lucha electoral entablada
entre sus amigos y los de Yrigoyen. No en vano era Alvear el discípulo bienamado, aquel en quien había puesto
todas sus complacencias.49
Si Yrigoyen elegía a un candidato galerita o azul, del ala moderada del Partido, quedarían planteadas dificul-
tades futuras de mucho peso. Si lo hacía en el sector que le era más allegado, sería a una versión pobre –y
quizá, resentida- de su orientación, o lo acusarían de ser un personero del Caudillo.
Con Marcelo optaba por un hombre ligado a los galeritas, pero potable a todos, y. además, en quien podía
confiar a partir por lo menos de ciertos límites. Alvear había demostrado ya su lealtad, y lo haría luego dan-
do la espalda a la intervención de la provincia de Buenos Aires en 1927-28, y dejando así libre el camino de
las urnas a los yrigoyenistas, y con un palmo de narices al contubernio de los galeritas.
Quizá también en ello estriba el significado de aquellas palabras que Alvear dijo a Yrigoyen, al regresar de
Europa ya electo, el 4 de setiembre de 1922:
-Hipólito, usted sabe que yo siempre seré su amigo fiel.
Pero nos preguntamos: ¿Era esa fidelidad una cuestión puramente personal, de amigo a amigo o de discípulo
a maestro? Pensamos que con la lealtad personal, amistosa y discipular, iba íntimamente ligada una lealtad
política al Partido Radical mismo, en sus más profundas dimensiones: las de movimiento histórico, y la de
poseedor de un gran Caudillo conductor.
Más allá de sus discrepancias y sus críticas, Alvear veía y sentía esa doble dimensión, y probablemente esta -
ba convencido en el fondo de que el radicalismo auténtico y permanente no podía separarse de esa tremenda,
pero imprescindible personalidad rectora. Por ello, cuando el antipersonalismo puso en peligro tal continui -
dad, lo dejó pagando sus propios excesos, y conservó para el radicalismo histórico y más auténtico la puerta
abierta de una segunda presidencia.
49
F. Luna, Yrigoyen..., pág. 370.
El Gabinete de Yrigoyen había sido –excepto ciertos casos, como Pueyrredón y Becú- de hombres sin mayor
brillo. El de Alvear sería un equipo de grandes figuras, con claras facultades gobernantes y luz propia que
disminuyera el contraste con la imagen presidencial.
Como señalara Diego Luis Molinari en la Cámara alta años después, lo de Yrigoyen había sido un presidente
con ocho secretarios, mientras que lo de Alvear se trasformó en ocho presidentes con un secretario general...
Mientras pasaban rápido ese invierno y ese primer tramo primaveral, Yrigoyen tomaba las últimas providen-
cias de su gestión –entre las que no faltaron suficientes designaciones en el presupuesto de la administración
nacional, como para que La Nación y otros diarios opositores pusieran el grito en el cielo-, y Alvear, por su
parte, realizaba su ya famosa gira protocolar por Europa: Italia, Londres, España, Bruselas... Reyes, recep -
ciones, banquetes, bailes, y así hasta el último agasajo, brindado por el Municipio de París en el Hôtel de Vi-
lle. Luego, el embarco a bordo del Massilia, en Burdeos..., y Au revoir, Paris!
El horizonte económico y social insinuaba ya tramos de recuperación para nuestras ventas en el mercado in-
ternacional –especialmente, con la Gran Bretaña-, y en consecuencia, para nuestra producción y comercio en
general.
La depresión dejaría de signar, junto con la desocupación, el escenario del país. A la presencia
compradora británica se sumaría la inversora y vendedora estadounidense. La crisis se iría disipando, y per-
mitiendo un alza del 10 por ciento en el salario real para 1927. La exportación cerealera crecería en volu -
men, y algo también en precios. La ganadería se iría defendiendo en equilibrios difíciles entre criadores e in -
vernadores, y entre el mercado interno y el externo. Las grandes transformaciones modernizantes posteriores
a la Primera Guerra y propias de la década del 20 llegarían y se incorporarían a la vida nacional, con respeta -
ble decantación local y propia…
De esa manera, el segundo gobierno radical, al que de ningún modo puede sustraerse de la experiencia vivi -
da bajo ese signo por el país, tendría, en contraste con el primero,~ años más claros y favorables para desen-
volverse. Así, hasta que el escenario volviera a nublarse hacia fines de la década tercera –condicionando una
vez más a Yrigoyen en la Rosada-, el país marcharía desde fines de 1922 hacia un tiempo ilusionado, del que
lo quitarían las circunstancias críticas de 1929-30.
Capítulo IX
BALANCE DE UNA EXPERIENCIA
Renovación
Hay, sin duda, palabras que suelen encerrar las claves de los períodos o los momentos históricos. Tal lo que
ocurre con el término renovación, con respecto a la experiencia radical entre 1916 y 1922. Y ello se despren-
de con bastante claridad de su uso por distintos protagonistas de esa etapa.
El 2 de abril de 1916, el comité nacional del radicalismo señalaba en un manifiesto de convocatoria a los co -
micios: "El país quiere una profunda renovación de sus valores éticos. . ."
En diciembre de 1918, los radicales disidentes agrupados en el comité de la Capital afirmaban en un despa-
cho de comisión especial: "... creemos que la situación interna y su relación con la opinión independiente
exige una renovación moral que debe buscarse dentro de su propio espíritu tradicional".
Y un despacho en minoría de la misma comisión decía: "Se anuncia en el mundo un histórico movimiento de
renovación".
Refiriéndose a los integrantes del primer ministerio de Yrigoyen comenta Ricardo Caballero en sus recuer -
dos sobre el Caudillo: "Creía también que los ciudadanos componentes de su primer ministerio debían estar
imbuidos en la doctrina de renovación social..."
El 3 de marzo de 1920 decía Yrigoyen en su mensaje al Congreso sobre el proyecto del ferrocarril a Huayti-
quina: "Debemos asumir una intensa labor de renovaciones y transformaciones generales dentro de la mayor
unidad".
En un editorial de La Época del 17 de julio de 1920 se manifestaba: "...el gobierno de Hipólito Yrigoyen. . .
ha desenvuelto y consumado la acción renovadora más fecunda de que pueda enorgullecerse y gloriarse un
pueblo".
En un artículo del 20 de julio de 1920, el precitado diario subrayaba "el anhelo de la conciencia nacional, de
purificación, de renovación, de nueva vida, de justicia...”
En esa misma fecha, el diputado radical Raúl Oyhanarte expresaba en la Cámara: "Pero los tiempos, los sis -
temas y los hombres han cambiado; ya el sentimiento público no es una fuerza inerte, y el factor principal
descuenta su eficacia y su acción avasalladora en la renovación de todos los valores..."
Y el ya mencionado Caballero, con posterioridad a la primera presidencia radical, durante una asamblea en
la jurisdicción de San Cristóbal, subrayaba la presencia del radicalismo "en la acción gubernativa renovando
valores...”
Sin duda, son muchos más los testimonios de esta coincidencia en el uso de la palabra renovación, para sin-
tetizar los rasgos principales del radicalismo y del tiempo histórico que lo enmarcaba; rasgos que ligan el
pensamiento de diferentes actores de aquella historia nuestra, y llevan ese concepto a ocupar un papel emi -
nente en el frontispicio de aquella etapa nacional.
La intencionalidad renovadora del radicalismo, rasgo también de su tiempo, tenía contenidos bastante defini-
dos. Sus núcleos mayores eran las ideas de identidad nacional soberana y de bien común o progreso. Venía
así a coincidir con la modernización generada por el proyecto liberal, definido en concreto a partir del 80.
Como tal coincidencia casi total en la teoría, no existía en la práctica, al sostener los radicales el desvío ile-
gal del Régimen, para Yrigoyen este era subversivo. Propiciaba entonces la reparación restauradora, depu-
rante y creativa, buscando que las realidades se ajustaran a la constelación de ideas, que el texto constitucio -
nal cobrara vida.
Esa intencionalidad del radicalismo se hallaba, sin embargo, cargada de cierta indefinición. La misma resul-
taba lógica, en tanto el movimiento no podía escapar a su plural composición de gente y pensamiento, a su
peculiar experiencia de transición y a la época crítica y cambiante que lo condicionaba.
Esa relativa indefinición se presentaba casi como un estado natural del radicalismo. Su entraña de corriente
cívica masiva, fluida, variada y hasta a veces contradictoria, desplazaba todo posible comportamiento como
partido encuadrado y de propuestas elaboradas y pulidas. Pareciera entonces explicarse más su significativi-
dad peculiar en razón de esos rasgos con resabios de democracia inorgánica, que por las presuntas anemias
doctrinarias que se le han enrostrada. Resultan claras las circunstancias en las que los radicales definieron su
acción, entre 1905 y 1922. Tuvieron posibilidades de componer un aparato político por lo menos algo más
orgánico? ¿Hubo entre ellos la idea suficientemente representativa de llevarlo a cabo? En relación con sus
objetivos de distinto plazo, ¿les era realmente imprescindible hacerlo? El análisis de los elementos maneja -
dos en las páginas precedentes, nos alienta para aproximarnos a una respuesta afirmativa en la primera y la
tercera preguntas, y a una negativa en la segunda.
Enumerar los hechos que constituyen, en trabazón consecutiva, la intensa labor política y social de la adminis -
tración que rige al país, no es acumular piezas para un proceso, sino acopiar materiales para caracterizar una
obra; y el criterio que haya de ponerse en la estimación definitiva de ella misma, no es la pasión simultánea del
interés contrariado o la sugestión banderiza del hecho corriente, porque aquél se elabora en la sucesión del tiem-
po sobre las amplias perspectivas nacionales, considerando por sobre toda noción circunstancial los beneficios
generales y el programa de conjunto.
Y agregaba a continuación:
Carecen de autoridad, entonces, los fallos de quienes, creyendo hacer de jueces, sólo han sido adversarios, y más
que adversarios, enemigos en la trayectoria fecunda de un gobierno libre. Para los espíritus serenos, hoy, como
para la posteridad inexcusable, mañana, el período que ha de terminar el año próximo, será siempre el punto de
partida de las instituciones republicanas y la consolidación de la Patria como entidad orgánica eminente en el
concierto universal. Nuevos hombres, otras influencias y orientaciones nuevas, no se definen, al tenor de un do -
cumento célebre de la historia argentina, sino como una solución de continuidad, como una claridad radiante que
la anuncia al mundo y la fija eternamente en la historia. Y el país en marcha.
El jueves 12 de octubre de 1922 reunió significativos editoriales periodísticos que opinaron sobre el tramo
de vida nacional que finalizaba. El de La Prensa señalaba en algunos de sus párrafos:
El país ha experimentado una desilusión de año en año en cada uno de los seis que formaron este período consti-
tucional, porque el gobierno ejemplar prometido se definió cada año en un gobierno de acción personalista, de
pensamiento estrecho, de perturbación institucional, de ruina financiera... A impulso de las poderosas corrientes
que empujaban a los países neutrales, y aun a los que participaron en la guerra, desde la lejanía de su posición
geográfica, el nuevo capitán pudo hacer recorrer a nuestra nave, en cuatro años, una singladura que demandaría
en tiempos normales una década, por lo menos. Esta singladura constituía un imperativo de los tiempos, que se -
guramente estaba incluido en el pretendido plebiscito, ya que los votos dados al señor Yrigoyen llevaban la es -
peranza de un resurgimiento nacional; resurgimiento que debía producirse, principalmente, en el orden económi-
co... Pero el señor Yrigoyen se apresuró a asegurar las anclas con las cuales había fondeado la nave, no por peri -
cia, ciertamente, sino por el temor causado por la repentina y violenta repercusión económica.
La Prensa subrayaba en esa nota, como medidas negativas adoptadas por Yrigoyen, la prohibición de expor -
tar oro e importar mercaderías extranjeras, las que, a su entender, habrían generado inconversión, deprecio,
carestía, inflación presupuestaria, moratoria, etcétera. También recriminaba a la administración cesante no
haber acertado nunca con criterio serio y viable en sus creaciones de organismos como la Marina Mercante,
el Banco Agrícola, el Banco de la República, etcétera, y haber llenado a último momento las vacantes que
por economía existían en los empleos públicos. Estas consideraciones de La Prensa coincidían con su postu-
ra durante la guerra, que ya hemos visto. Seguía el matutino defendiendo una expansión de la rueda mayor
de la economía (agropecuaria y de comercio exterior), impulsada por la neutralidad y por el intercambio
abierto, a la que Yrigoyen habría frustrado con su política intervencionista en economía.
Ese mismo día jueves, el vespertino La Razón afirmaba lo siguiente:
A estas horas ha vuelto a las filas ciudadanas de donde saliera, el hombre que desde el 12 de octubre de 1916 y
hasta sólo hace un momento ocupara el más alta cargo en la carrera de los honores a que un ciudadano puede as -
pirar en nuestro país... Acaso pocos como él llegaron a ser tan discutidos y aquilatados con vehemencia de pa-
sión... No era posible pensar que el advenimiento de un nuevo partido, con su obligada acompañamiento de nue-
vos hombres encarnando nuevas tendencias, pudiera operarse sin roces y fricciones, sin desplazamientos y sin
convulsiones ... La obra administrativa cedió en importancia a la tarea política. Distinguióse por la falta de
orientación, de unidad de concepto, y aun de plan, no obstante lo cual quedan como saldos positivos gestiones
que marcan también características inconfundibles. En lo internacional, la política argentina... constituye segura-
mente el único punto en el que el aplauso de todos coincide para la obra del doctor Yrigoyen, cuya acertada vi-
sión no pudo ir más lejos... Si algo faltaba para destacar la personalidad soberana del país en el consorcio inter-
nacional, ese algo ha sido alcanzado. Con idénticos caracteres queda, como acervo en la obra de administración,
una reforma universitaria apasionadamente discutida, y una política obrerista esencialmente diversa de la que si-
guieron gobiernos anteriores. El tiempo, que hará perder a las pasiones encontradas su grado actual de agudeza,
permitirá el juicio definitivo sobre éstas y otras tantas cuestiones. Baja el doctor Yrigoyen con la misma aureola
de prestigio popular con que ascendiera al poder... Hasta el instante postrero el doctor Yrigoyen ha dado la im -
presión real de un poder efectivo.
La Nación de ese jueves 12 de octubre de 1922 expresaba en sus párrafos más significativos:
[Yrigoyen] no tuvo una sola palabra semejante a un programa como lo exigía la doctrina democrática por tanto
tiempo invocada por él en sus proclamas revolucionarias... Período personalista y autocrático, aparejado a toda
clase de peligros e incertidumbres..., nuestro país ha vivido estos seis años como un secuestrado del resto del
mundo, y sujeto a las influencias más regresivas de nuestro medio..., de la lenta evolución cultural argentina...
[La falta de respeto] a las provincias..., al Congreso y a la judicatura..., impostura democrática proclamada en
mensajes oficiales que son manifiestos de autoglorificación... Se entregó en cuerpo y alma a cultivar el favor de
las masas menos educadas en la vida democrática, en exclusión deliberada y despectiva de las zonas superiores
de la sociedad y de su propio partido, con el único objeto de la conquista de votos... en favor de las sectas anár-
quicas, en cuyas manos mantuvo por cerca de un año la suerte del comercio marítimo y fluvial de la Nación
[huelgas de trabajadores marítimos].
La historia es una aristocracia, ha dicho Strauss; ella no ratifica ni los plebiscitos, ni las aclamaciones de la mul -
titud; ella tiene desdén por el mero éxito, y un alto respeto por los gloriosos vencidos.
La relación armónica con la Iglesia y el prestigio internacional de Yrigoyen quedaban testimoniados una vez
más en palabras del decano del cuerpo diplomático y representante de la Santa Sede, monseñor Vasallo di
Torregrossa, publicadas por La Nación en aquel jueves 12 de octubre. En ocasión del banquete de despedida
ofrecido por el primer mandatario a los representantes extranjeros en la Casa Rosada, afirmó el dignatario de
Roma:
El príncipe de los oradores romanos ha escrito que el ciudadano que ha ocupado los más elevados cargos del Es -
tado, debe sentirse feliz cuando se retira a la vida privada rodeado de la estimación de sus amigos y del respeto
de sus compatriotas. Éste es el sentimiento que os cuadra, señor presidente, desde el momento que habéis ocupa-
do el cargo más elevado de la República consagrando durante seis años vuestra inteligencia, vuestros esfuerzos y
vuestra abnegación al servicio de vuestro país, para volver a la vida privada- rodeado de la consideración de
vuestros conciudadanos.
Vuestra tarea, señor presidente, era bastante ardua. La realización del programa que había sido el ideal de vues -
tra vida, encontraba la oposición y las dificultades que forzosamente surgen ante todo cambio de gobierno y las
que nacen de toda interpretación en la manera de abarcar las cosas. Pero la voluntad imperturbable que Vuestra
Excelencia aplicó al trabajo, hubiera vencido todos los obstáculos si no se hubiesen opuesto a ello nuevos acon -
tecimientos. Estos acontecimientos, de una magnitud inmensa, de consecuencias todavía desconocidas, que se
realizaban fuera de vuestra Patria, pero cuya repercusión llegaba hasta la República Argentina afectando su vida
interior y sus relaciones exteriores, han obligado a V.E. a consagrarles una gran parte de vuestro tiempo y de
vuestra actividad, por cuanto se trataba de buscar una solución rápida y sabia para problemas nuevos y de prever
las consecuencias aún desconocidas de hechos sin precedentes en la historia.
El hombre en el balance
El Caudillo mismo queda estrechamente ligado al proceso, lo identifica, y hasta le da en buena medida su
nombre.
Ramón Columba, testigo lúcido de la Argentina moderna, de la que supo dar buen testimonio con sus inolvi-
dables dibujos y su prosa concisa y certera, ha dejado un oportuno medallón de don Hipólito en cuanto a su
trascendencia y su sentido resultante. He aquí algunas expresiones de Columba:
Sin embargo, Yrigoyen es un trozo de filosofía política de nuestra tierra. Y por representar sus virtudes y sus vi -
cios, sus ilusiones y sus realidades, es algo que se impone por propia gravitación espiritual, por indiscutible im -
posición de la historia.
Y a continuación agrega:
Si se quiere, analizándolo, se lo desmenuza,. No queda nada de él; pero el investigador vuelve sus espaldas, y
por un sortilegio inexplicable, misterioso, la personalidad dispersa se eleva nuevamente en el espacio como por
arte de magia, y el crítico, rendido, se niega a empezar de nuevo.
Hipólito Yrigoyen no tiene explicación. Es un fenómeno argentino tan legítimo y respetable como una manifes-
tación cualquiera del clima y de la naturaleza en que vivimos.
Su monumento ya está levantado, y se ha anticipado al bronce legislado, discutido y retardado. Yrigoyen hace
rato que tiene su estatua en el corazón sencillo y crédulo de nuestro pueblo.50
Yrigoyen fue un hombre que persiguió tenazmente el gobierno por medio de la revolución, pero que sólo pudo
alcanzarlo por el sufragio. Empeñado en crear un gran partido y en derribar gobiernos, careció de tiempo y de
condiciones de ambiente favorables para seguir de cerca los cambios que se operaban en el mundo y en su pro-
pio país. Habría sido un gran presidente, tres o cuatro lustres antes de su exaltación al poder, se habría anticipa-
do, tal vez, a la gran revolución electoral que llevó a cabo el presidente Sáenz Peña, pero al hacerse cargo del
gobierno era un hombre que se hallaba ya fuera de su tiempo, bastante extraño a la nueva visión con que se en -
caraban los problemas técnicos, políticos y sociales en los más avanzados países del mundo. Su falta de esa ex -
periencia política que se adquiere en el desempeño de las altas funciones públicas y en la acción parlamentaria,
dejó en él profundas lagunas, que nunca alcanzó a disimular del todo, no obstante su reconocido don de gentes e
irrefrenable predisposición al empleo de frases extrañas, de insondable o de inexistente sentido.51
Manuel A. Fresco, figura de arraigado sentido nacional, que aguarda todavía un rescate histórico ecuánime,
declara en su serie de documentos políticos publicada en 1943:
En cuanto a él, a Hipólito Yrigoyen, reconozco las razones patrióticas que tuvo muchas veces para ser intransi -
gente, el concepto elevado con que actuó en el orden internacional, defendiendo nuestra neutralidad en la hora
de la guerra y oponiéndose, en la paz, a la falacia de una. Liga de las Naciones constituida para servir intereses
contrarios a la justicia universal. Por eso, porque con alto pensamiento hispanoamericano instituyó el Día de la
Raza y porque defendió con extraordinaria firmeza nuestro petróleo, le rindo en este acto el homenaje de mi re -
cuerdo.52
Enrique Dickmann, dirigente del Partido Socialista, del que se alejara a comienzos de la década del cincuen -
ta, hace en sus Recuerdos escritos en 1.949, los siguientes comentarios:
Hipólito Yrigoyen fue sin duda, un gran caudillo, de fuerte personalidad, múltiple y compleja. (...) ¿Quién puede
negar que Hipólito Yrigoyen fue un hombre representativo, en el sentido emersoniano, de una época y de un
pueblo? Fue una expresión simbólica de una democracia inorgánica, un tanto caótica y anárquica, pero democra-
cia al fin..., y si no fue guía y conductor moderno del pueblo argentino, fue expresión simbólica, de una época
difícil de transición de la oligarquía a la democracia, que él supo intuir más que estudiar y dirigir. 53
Juan Emiliano Carulla, intelectual profundo, de militancia socialista y luego nacionalista maurrasiana, alia -
dófilo, hombre del 30, opositor a Yrigoyen y al peronismo, señala en sus páginas de memorias:
Yrigoyen llegó a la Casa de Gobierno en un coche arrastrado por correligionarios que habían reemplazado a los
caballos, y tan feo espectáculo encabeza la lista de una serie de renunciamientos a la tradición del país, y aun al
buen sentido, cuyas consecuencias pagamos todavía y probablemente habrán de gravitar sobre nuestros hijos. El
advenimiento del nuevo gobierno significó el desplazamiento en masa de los cuadros administrativos y la elimi-
nación en las reparticiones públicas, de la capacidad, la inteligencia y la experiencia, con lo que el comité se vol-
50
R. Columba, El congreso…, pág. 126.
51
N. Repetto, Mi paso por la política, t. 1, pág. 191.
52
M. A. Fresco, Conversando con el pueblo - Hacia un nuevo estado, tomo III, págs. 16-17 (s/ed., Buenos Aires, 1943).
53
E. Dickmann, Recuerdos de un militante socialista, págs. 278-79 (ed. La Vanguardia, Buenos Aires, 1949).
có sobre la ciudad y el país, y la función pública perdió jerarquía y eficiencia. Cada Ministerio, cada repartición
importante, hubo de convertirse en feria de toma y daca. (...) Yrigoyen soliviantó a las turbas con un extraordi-
nario poder de hipnosis que forzoso es reconocerle. Su solo nombre las enfervorizaba hasta el delirio. Su retrato
estaba en todas partes, y no por imposición policial o por temor, como sucede frecuentemente cuando amenaza
la tiranía, sino por auténtica idolatría...54
Alrededor de una caracterización básica de omnipotencia, Federico Pinedo expone sus opiniones ligadas a
una experiencia vivida por entonces como opositor desde las filas del Partido Socialista, de las que más tarde
se alejara:
Él era el jefe del gobierno, y era necesario que eso fuera comprendido en todo su alcance. Él era el ungido por
voluntad de las masas, y en esa condición no estaba dispuesto a admitir que se lo entorpeciera en su misión de
apóstol redentor por réprobos que habían cometido la herejía de enfrentarlo. Bastante magnánimo había sido en
no castigarlos, dijo en una ocasión (31.1.22). Él era el dueño de la administración y tenía derecho a manejarla a
su albedrío y expulsar de ella a los elementos del viejo régimen instalados allí. (...) Hubo cesantías en masa de
servidores públicos, seguida o no de nombramientos, porque a veces pasaba un tiempo increíble en encontrar
candidatas para llenar los puestos vacantes más necesarios.55
Exequiel Ramos Mexía, figura del conservadorismo con importantes facetas de modernización, pertenecien-
te a las tendencias que acompañaron al presidente Figueroa Alcorta en su gobierno de pretransición hacia la
apertura reformista electoral, ha sido en sus Memorias un calificador terrible para Yrigoyen. Luego de lla-
marlo "político de conventillo”, lo define como gobernante así:
Es imposible imaginar una deficiencia como estadista que no la tuviera Yrigoyen, ni una calidad indispensable
que en él se encontrara.56
Matías G. Sánchez Sorondo, enfrentado a Yrigoyen durante esos años desde una militancia conservadora,
aprecia el estilo del Hombre de esta manera:
Porque en su oscuridad calculada disfraza la ausencia de ideas con el palabreo altisonante, que satisface cl senti-
mentalismo torpe y la ideologia nebulosa de los primitivos. ¡Cuidado con los hombres de ese estilo! ¡A veces es
el de los iluminados, aunque no en el sentido que ellos se dan. Las nubes ocultan el azul del cielo, pero suelen
guardar en su seno la tempestad.57
Carlos Ibarguren, con su óptica histórica veraz y desde su perspectiva cívica alineada en la corriente nacio-
nal o nacionalista, ha señalado:
No fue un dictador, a pesar del omnímodo poder de que dispuso; pero sí un mandón que imponía directamente
su voluntad hasta en los mínimos detalles do la administración y de la política. Su persona absorbía todo cuanto
le era posible manejar o disponer; de aquí el sello absolutamente personalista de su acción de gobernante y de
caudillo. Pero su personalismo no tenía carácter totalitario, en el sentido de que se inmiscuyera en las acciones
privadas de los hombres, ni en el fuero interno de éstos; bajo este concepto respetó la personalidad humana.
Los testimonios sobre las características de el Hombre, resultan fuentes que sirven para ciertas consideracio -
nes. En primer lugar, esa dimensión del Caudillo era genuina y representativa de nuestro ser, incluidos dones
y defectos. En segundo término la legitimidad del personaje se fundaba en el reconocimiento y aceptación
popular propio de la democracia inorgánica, como la denominara José Luis Romero, pero también en el
consenso y sostén más institucionalizado de la etapa nueva iniciada con la ley Sáenz Peña. Era una presencia
obviamente transicional. Como tercera consideración, observemos que el contenido social del radicalismo –
preferentemente de ese nivel media o ancha faja central, mayoritaria y clave- rodeaba a su jefe con un paisa -
je humano móvil, vivaz y pintoresco, propicio a los excesos personalistas y autoritarios que, sin discusión,
abundaron. Sin embargo esa adhesión de tono realista, más acuarela que óleo, suerte de expresionismo rústi-
co, poseía esencias válidas y soportes democráticos suficientemente racionales. La conducta gobernante de
54
J. E. Carulla, Al filo..., págs. 204-5.
55
F. Pinedo, En tiempos..., tomo I, pág. 33.
56
E. Ramos Mexía, Mis memorias (1853-1935), pág. 387 (ed. La Facultad, Buenos Aires, 1936).
57
M. G. Sánchez Sorando, Historia de seis años, pág. XI.
Yrigoyen exhibe méritos en su solidez, prudencia y buen timón, simultáneamente que deficiencias en su ca -
libre técnico y funcionamiento de equipo.
Fue un conductor certero y vigoroso, rodeado de relativas potencias de administración y con una muy ende-
ble élite política. A ello debe agregarse su excesiva gravitación personal.
Se ha considerado a veces el desempeño de Yrigoyen como casi llevado por los acontecimientos. Sin embar-
go, una compulsa serena de fuentes brinda elementos que permiten detectar algo muy distinto de ese preten -
dido Yrigoyen semipasivo Aunque una tendencia de indefinición resulta propia del proceso radical, en tanto
no remataba muchas de sus posturas, de allí a ese determinismo hay mucho trecho.
Así en el caso de la apertura comicial brindada por el Régimen liberal, más allá de las posibles dudas del
Caudillo, algo resulta innegable: Yrigoyen quiso e hizo un acuerdo con el ala más accesible de los conserva-
dores, buscando el camino del gobierno. No llegó a esa actitud mecánicamente llevado por los sucesos del
ensayo electoral. Pese a sus vacilaciones y desconfianza, lo que prevaleció fue la decisión de jugar también
la carta de la participación electoral.
De la misma manera, cuando la guerra y el conflicto diplomático alrededor de la neutralidad argentina, Yri-
goyen llevó el timón sobre un derrotero por él elegido, sin dejarse influir por las diversas presiones que lo
rodeaban dentro y fuera del país. Aquel neutralismo benévolo, que sin enrolarse en ningún bando mantuvo la
relación afín con los valores occidentales prevalecientes en el área aliada, que afirmó la soberanía pacifista y
digna de la República; defendiendo simultáneamente el justo orden internacional, esa línea diplomática fue
de cabal autoría suya.
En lo referente a las huelgas patagónicas y al levantamiento subversivo conexo, Yrigoyen ni fue ignorante de
la situación, ni manoteó al azar una salida a la gravísima crisis. Conocía el peligro que amenazaba a la inte-
gridad soberana de los territorios sureños, como también los desperfectos sociales y de todo tipo que allí rei -
naban. Y en consecuencia envió las fuerzas imprescindibles al mando del coronel Varela, hombre adecuado
para resolver el problema. Estaba en juego la Nación misma misma, no había alternativa, y en ello, tanto
Yrigoyen como Varela fueron protagonistas que asumieron su destino.
En cuanto al problema de la sucesión, resulta evidente que Yrigoyen no eligió a capricho. Su índice se detu -
vo sobre la testa de quien reunía el puntaje más alto, de acuerda con una visión de conjunto.
Nuestro primer presidente radical estuvo ubicado bien al centro del dispositivo de gobierno que conducía y
con plena conciencia de ello.
El desafío histórico fue respondido con decisiones, si bien a menudo lentas, conforme a su estilo personal.
Lo hizo ejerciendo el poder de defensa y seguridad nacionales, conservando el camino de actualización mo-
derna y dando continuidad estable al gobierno desde 1916 hasta 1928, mediante la sucesión de Alvear. Yri -
goyen signó así un tramo significativo dentro de la etapa de crecimiento del país ubicada entre 1880 y 1940,
a pesar de que sus obstáculos fueron una crisis profunda en la sociedad nacional, la Primera Guerra Mundial,
la subversión de tinte extranjerizante, y el desencuentro político e institucional.
Aquella etapa de Yrigoyen, tuvo ese rasgo hasta entonces inédito de una conflagración internacional larga,
costosa y de gran repercusión, que acrecentando las dificultades del frente externo llevó a éste a penetrar en
el interna, hasta conformar una combinación enmarañada, interdependiente y de agudos conflictos. De allí
que ambos frentes vinieran a exigirle una conducción estratégica global, para la que la defensa nacional, la
cuestión social, el comercio exterior, la diplomacia, el juego de poderes institucionales, los comicios, las ac-
tividades económicas etcétera, componían un solo y embrollado problema.
Los partidos políticos opositores, así como la prensa y sectores que les eran de cierta forma conexos, le exi-
gían un juego menos autócrata y más parlamentarista; una postura internacional inclinada a los Aliados, y el
fortalecimiento del esquema productivo rural y exportador que era fundamental para el país.
Otros núcleos de opinión criticaban también su personalismo y su hegemonía presidencial y partidaria; pero
apoyaban su neutralismo, al propio tiempo que coincidiendo en la preservación de la economía básica argen -
tina, esperaban que Yrigoyen, sosteniéndose en la neutralidad, activara una singladura de expansión econó-
mica, alimentada por un mayor libre juego de la producción y el comercio exterior, y con poca intervención
estatal. Esta postura era la de algunos grupos empresarios sobre todo ligados al gran comercio, y también a
la industria y al campo, y la de importantes opiniones, como las del diario La Prensa.
Yrigoyen, por su parte, optó por equilibrar su debilidad parlamentaria y la relativa representatividad del
Congreso y ciertas gobernaciones, con un estilo enérgico, más o menos interviniente, concentrado y aislado.
Mantuvo así la paz soberana en lo internacional, y conservó el esquema productivo básico, complementán -
dolo con una cierta apertura industrializante, sin enrolarse en la singladura mencionada.
Resultados de una conducción estratégica
Entre la mitad del siglo pasado y el segundo tramo de los años 10 del actual, la idea de la Argentina grande,
moderna, fue concretando logros. Dentro de esta idea discrepaban entre sí dos versiones opuestas de la gran-
deza.
Una era la del país opíparo, opulento, próspero; una especie de granja de lujo e inagotable, gobernada por
quienes creían seguir siendo los mejores, aun al precio de cierta dependencia, injusticia y fraude.
Otra era la del país moderno, productivo y rico, pero con bases y objetivos de civismo nacional, de austeri-
dad compartida, de bien común, de conciencias y almas integradas en una decisión de soberanía.
Una y otra concepciones de grandeza podían compartir la aspiración a la afirmación nacional y al bien co -
mún; pero divergían en el contenido que daban a los mismos. La primera se mostraba preferentemente mate -
rialista e individualista, afecta a lo competitivo. La segunda era más espiritual y propicia a la solidaridad de
los individuos en tanto personas. Una había concretado el crecimiento y la organización básica del país con
la conducción de las minorías creadoras del Régimen. La otra intentaba –mediante la unidad cívica, la parti-
cipación popular y reglas de sucesión válidas- rectificar el rumbo, restaurando instituciones e ideales con
transformaciones de antiguo y de nuevo cuños.
Esa segunda versión encarnaba especialmente en el movimiento radical, en razón de lo profundo de su hue -
lla histórica. Pero también existía en socialistas, en ciertos conservadores y en otras corrientes.
El radicalismo llegó al gobierno auspiciando renovar al país, por rescate de sus valores fundamentales enun -
ciados en la Constitución, pero no concretados por el Régimen. Proponía el reencuentro de todos con las cla -
ves históricas de la argentinidad, mediante un camino reparador de las anomalías, y enriquecer ese senti -
miento de Argentina grande, a menudo maltrecha u olvidado por las mezquindades y el materialismo del Ré-
gimen, y de la mayor parte de las izquierdas emergentes.
Cuestionaban los radicales la versión del proyecto nacional desarrollada antes y luego del 80, e intentaban
reemplazarla por otra que encarnara a la Constitución en hechos válidos. Pero tenían también ciertas coinci-
dencias con las corrientes que habían conducido aquel proyecto.
La legitimidad del radicalismo y su etapa fue más alta que la de los conservadores, pera no logró superar del
todo ese problema, que por otra parte, cruza toda nuestra historia moderna, signándola. El antagonismo entre
los partidos, la crisis de equipos gobernantes, los desaciertos del yrigoyenismo con las fuerzas armadas, el
deterioro parlamentario, en fin, todos los componentes de un pathos sociopolítico argentino, estaban ya en
cierta medida presentes en el primer gobierno de Yrigoyen. Durante la prosecución de la experiencia hasta
1930, esos problemas se agudizarían, hasta echar abajo aquella excepcional estabilidad institucional que ha-
bía en algo reconciliado al país conservador con el radical, en base al credo programático común entre los
argentinos.
Advirtamos que, simultáneamente, Yrigoyen expresaba la síntesis de nuestras dos grandes corrientes históri-
cas formativas: la federal y la unitaria. Estaban ambas, en su ideología, en su programa expreso en la Consti -
tución de 1853 y en su estilo de gobierno. Autonomía y centralización coexistían –no sin roces- en el ser po -
lítico yrigoyeniano. De su combinación emanaba el tejido conjuntivo que sostuvo el acuerdo estabilizador
hasta el 30, ya que Alvear heredó y mantuvo este rasgo.
Ocurría con Yrigoyen lo que con Rosas, Mitre y Roca: tenía sentido de la conducción estratégica. Dicho en
otras palabras, llegó a orientar al país con suficiente coherencia en sus frentes interno y externo.
Apuntó el radicalismo a pasar en limpio los objetivos de nuestra modernización. Sus mejores logros fueron
en cuanto al espíritu y la integridad nacionales, las relaciones exteriores y la conservación de lo que Federico
Pinedo denominara "la rueda mayor de la economía". El alma del país fue fortalecida en su catolicidad, su
hispanoamericanismo y su democracia. La integridad y el orden defendidos. La fuerza productiva y el co-
mercio exterior protegidos y expandidos. Algunos de sus mayores fracasos fueron sociales: la armonía de ca -
pital y trabajo no pasó prácticamente de una aspiración; los embates de la crisis económica mundial, el ego-
ísmo y la torpeza de ciertos medios patronales y políticos, y el extremismo izquierdista, envolvieron al Go-
bierno, sobre un terreno ya bastante deteriorado por la injusticia y los desajustes heredados de la experiencia
anterior, y esos condicionamientos resultaron más fuertes que las intenciones y posibles calidades oficiales.
Súmense a ello los dispares criterios y actitudes que abundaban por lo menos entre importantes sectores ra -
dicales con referencia a la cuestión social, y así puede alcanzarse una visión comprensiva de las fuerzas que
relativizaban los enunciados y actitudes de Yrigoyen en la materia. Quedando por otra parte claro que el
mismo jefe radical no escapaba totalmente a esas vacilaciones o indefiniciones que eran propias de la com -
plejidad de su movimiento y de su época.
Sin embargo, han de registrarse en este plano ciertas mejoras: el ascenso bastante significativo de los gran -
des sectores medios; el diálogo y acuerdo del Gobierno con buena parte del cuadro social; los intentos de
una legislación laboral y de bienestar; la elevación del salario real hacia los finales del período; una relativa
ayuda social directa, aunque improvisada y políticamente instrumentada por los comités parroquiales del
partido oficialista; la expansión de las instituciones educativas, y ese rudimentario esbozo de un sindicalismo
orgánico y de arraigo nacional, que por cierto poco prosperó.
En el terreno civicopolítico, se alcanzaron éxitos tales como la ampliación y validez del voto, una mayor re-
presentatividad parlamentaria, y suficientes garantías públicas e individuales. Pero también hubo déficit en
los mecanismos institucionales del poder: Yrigoyen no armonizó como correspondía pluralismo con radica -
lismo, jefatura partidaria con presidencia de todos los argentinos, poder ejecutivo con los otros poderes. Para
colmo, abundó en la actitud oficialista una suerte de sinonimia peligrosamente totalizante entre la Causa y la
Patria misma, que venía en parte a contradecir conceptos básicos del orden constitucional, afectando la
unión de los argentinos. Al mismo tiempo esta unión resultaba también perjudicada por la actitud de las co-
rrientes no radicales, que trasformáronse de oposición en antagonistas acérrimos. De esa manera, la "repara-
ción" y la "unidad del juicio público" quedaron mucho más en los textos yrigoyenistas que en los hechos. Y
un lastre de desperfectos políticos –antiguos y nuevos- quedó como secuela. Pese a todo el índice de autori -
dad y orden fue suficientemente alto.
En líneas generales los grandes cambios modernizantes que en esos años cubrían al mundo, tuvieron en la
Argentina un fiel equilibrante y moderador. Yrigoyen orientó al país preservando su arraigo en las perviven-
cias y con un sentido conservador de nuestro estilo de vida. La Patria Vieja vivía en él, abierta a los cambios
necesarios, pero sin desnaturalizar las esencias.
La experiencia radical fue un período de transición entre un mundo agotado en los años de la guerra, y otro
prefigurado en los de la posguerra; y al mismo tiempo, entre dos Argentinas diferenciadas por factores muy
propios y profundos. Y ya se sabe cuán críticas y difíciles son a menudo las transiciones.
La conflagración y sus derivaciones, la oposición enconada, los desencuentros de la sociedad nacional, las
limitaciones y yerros de Yrigoyen, la degradación ya perfilada del radicalismo, compusieron un paquete de
factores que entorpecieron las alcances posibles de la tentativa reparadora. Crisis, divisiones, desgastes y
desaciertos se juntaron, desencadenando los fracasos ya señalados.
De esa manera la democratización abierta con la ley Sáenz Peña, quedó lisiada. El proceso adoleció entonces
de graves falencias, que se irían complicando en el futuro.
Sin embargo la apertura radical se expandió sobre todo en cuanto generaba coincidencia de lo que el país ne -
cesitaba. La reparación modernizante, rengueando y parcialmente concretada, se desquitaba penetrando en el
pensamiento de la gente, y uniendo a los argentinos con aspiraciones comunes, más de lo que a veces se ha
entendido.
Yrigoyen, revolucionario nato que llegó al gobierno por los comicios, intransigente que cuando fue neces-
ario, no vaciló en transigir. He ahí un mérito clave, aunque lamentablemente no del todo mantenido durante
sus presidencias.
En sus manos estuvo aceptar o no la participación que la élite liberal le brindaba. Habiendo sido insurreccio-
nal durante muchos años, consiguió finalmente el gobierno mediante las urnas restauradas. Tanto en la in -
transigencia, como en ese acuerda, tuvo sentido trasformador y arraigado.
Teniendo a los grandes sectores medios como columna principal, la gestión desarrollada entre 1916 y 1922
protegió al desenvolvimiento del país, encarrilándola hacia una modernización más cabal.
Simultáneamente, esclareció objetivos comunes, reactivando los supuestos de pueblo y nación como solida-
ridad de todos los sectores sociales en la tierra soberana, que se habían heredado de España, y que el Régi -
men había descuidado o condenado. Con ello favoreció una conciencia compartida de ciertos valores, que si-
guió viva en nuestra historia.
Más allá de sus fracasos y miserias, esos seis primeros años de experiencia radical, renovaron a la Argentina
respetando sus esencias. Fueron el tramo de cabecera, de un proceso de incorporación popular dentro de un
marco y un credo constitucional preexistentes, gracias al cual el país gozó de una estabilidad institucional y
casi no más repetida.