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04 Guerra Modernidad+e+Independencias
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El carácter global de este proceso se puede comprender mejor ahora que hace
unos años, puesto que acabamos de ver cómo la crisis de otro gran conjunto
político aunque de naturaleza diferente, la URSS, acaba de dar origen a una
multitud de nuevos Estados. El segundo problema atañe a la naturaleza de ese
proceso. Para sus protagonistas, y para una larga tradición historiográfica, se
trata, sin duda, de un proceso revolucionario (...) En España y en América,
utilizando criterios surgidos de las interpretaciones clásicas de la Revolución
francesa, se habla como mucho de una revolución burguesa, realizada en España
por una burguesía revolucionaria o en América por una burguesía criolla.
Pero este tipo de interpretaciones es cada vez más difícil de mantener. Reducir
estas revoluciones a una serie de cambios institucionales, sociales o económicos
deja de lado el rasgo más evidente de aquélla época: la conciencia que tienen los
actores, y que todas las fuentes reflejan, de abordar una nueva era, de estar
fundando un hombre nuevo, una nueva sociedad y una nueva política. Ese hombre
nuevo es un hombre individual, desgajado de los vínculos de la antigua sociedad
estamental y corporativa; la nueva sociedad, una sociedad contractual, surgida
de un nuevo pacto social; la nueva política, la expresión de un nuevo soberano, el
pueblo, a través de la competición de los que buscan encarnarlo o representarlo.
Considerar sólo las medidas concretas de reforma institucional, social o
económica conduce a relativizar su novedad y también su eficacia. En ese campo,
casi todas tienen precedentes en la época de la Ilustración pues, como lo hizo
notar ya Tocqueville a propósito de la Revolución Francesa, la revolución lleva a
su término muchos procesos comenzados durante el Antiguo Régimen.
Por esto hemos adoptado una óptica voluntariamente política y cultural (...)
Queda, en fin, un tercer problema; la relación entre la revolución hispánica y la
Revolución Francesa que solo 20 años separan. El plantear la filiación, o el
parentesco, entre las dos revoluciones es inevitable, puesto que la Revolución
Francesa no solo trastoco el equilibrio político europeo, sino que fue un fenómeno
social, político y cultural tan nuevo que domino como modelo o como objeto de
rechazo todo el debate político europeo de aquella época.
En América, el debate fue más tardío y en cierta manera surgió con signo
contrario al español. Mientras que en España fueron los antiliberales los que
acusaron a sus adversarios de “afrancesamiento”, en América fueron los liberales
de la segunda mitad del siglo XIX quienes reivindicaron su filiación con la Francia
revolucionaria. Se construye entonces una interpretación de la Independencia
hispanoamericana que tendrá un vigor considerable, incluso en nuestros días. La
Independencia americana es hija de la Revolución Francesa y consecuencia de la
difusión en América de sus principios. Contra esta versión liberal de finales de
siglo, va a surgir progresivamente una escuela revisionista, que insiste al
contrario sobre el carácter “hispánico” identificado a lo tradicional de las
revoluciones de Independencia...
Avancemos, desde ahora, que sea cual sea la posición adoptada, favorable o
desfavorable, a la Revolución Francesa o a la hispánica, es conceptualmente
imposible el identificar una posición ideológica a un supuesto “espíritu” nacional:
ni todo lo francés es moderno, ni todo lo español tradicional, ni inversamente.
Ningún país es culturalmente homogéneo y la tarea del historiador consiste
precisamente en intentar, para una época determinada, el captar y medir
geográfica y socialmente la inevitable heterogeneidad cultural. Sólo, después de
esa etapa, es posible arriesgarse a definir lo que sería en un cierto momento, I'air
du temps, esa impalpable y efímera combinación de ideas, imágenes, pasiones y
juicios de valor de los múltiples actores de un país en una época determinada.
Pero, más allá de las cuestiones sin fin de las “influencias” es posible, sin duda,
intentar una comparación entre los procesos revolucionarios; no para desembocar
en un juicio moral o en una reivindicación de primacía, sino como una exigencia
de mayor inteligibilidad. La historia comparada, al poner en evidencia las
semejanzas y las diferencias, permite ponderar las diferentes variables
explicativas: por ejemplo, en nuestro caso, la relación entre la sociedad y el
poder político, la estructura política y territorial de la sociedad, la fuerza de las
pertenencias comunitarias o «nacionales», la composición y la amplitud de las
élites, las características de la cultura popular, el peso de la religión... La óptica
comparativa puede entonces intentar explicar, dentro de una tipología lo más
general posible de un conjunto de fenómenos análogos, el por qué de un caso
particular. En el nuestro, por ejemplo: ¿por qué el paso a la Modernidad se hizo
por vías diferentes en el mundo latino y en el mundo anglosajón? ¿Y cuáles fueron
sus consecuencias?
Añadamos explícitamente, para terminar, que estos ensayos son también una
primera aproximación a otra interpretación de las independencias americanas. La
multiplicación en los últimos años de los estudios sobre este tema, bastante
olvidado desde hacía varias décadas, indica que hay una toma de conciencia de
todo lo que ignoramos aún sobre esta época clave y de la insuficiencia de las
interpretaciones clásicas. Muchos estudios realizados en una óptica de historia
social y económica, ya sea regional o más global, han aportado numerosos
elementos para comprender las estrategias de los múltiples actores de la época.
Otros están analizando con gran pertinencia, en una óptica más antropológica,
“movimientos populares” y casos locales.
La época que vamos a estudiar está toda llena de este tipo de acontecimientos,
empezando por las abdicaciones reales de Bayona que abren la crisis de la
Monarquía hispánica. Otros muchos le seguirán después, pero en este trabajo nos
centraremos sobre todo en este: período clave, los años 1808-1810, en los que
estos acontecimientos fueron particularmente numerosos y tanto más
importantes cuanto que provocaron en 1810 una ruptura que, no estando aún
consumada, era ya, a nuestro modo de ver, potencialmente irreversible.
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