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COMUNICACIÓN Y DOCENCIA

Comunicación No Verbal
  
Carlos Arturo Alzate S.

Hollar en la esfera de la comunicación no verbal


relacionándola con las actividades que se llevan a cabo en el
mundo jurídico, o sea, en los estrados judiciales, en la
cotidianidad con otros profesionales del derecho, en las
relaciones que surgen con los clientes, etc., nos enfrenta con
dos problemas a resolver. El primero es determinar si este tipo
de comunicación es susceptible de ser entendido por quienes se
desenvuelven en la órbita de las interrelaciones jurídicas. El
otro problema sería establecer si quien está interactuando con
alguien si bien conoce el significado de un determinado gesto, y
aunque una imagen vale más que mil palabras, no vaya a caer en el
garrafal error de interpretarlo de forma aislada con lo que se
habla, conllevando a una equivocación.
En efecto, en el campo del derecho, cuando interactúo con un
cliente que llega a consultar a la oficina, surge la pregunta,
¿debo estar pendiente únicamente de sus gestos para decodificar
el mensaje? La pregunta no resiste el menor análisis y la
respuesta necesariamente ha de ser no. Debo, entonces, observar
atentamente todo su cuerpo el cual puede indicarme el estado de
nerviosismo en que se encuentra al saber que miente con respecto
a lo que expresa, por ejemplo, si desvía la mirada, si la voz le
tiembla, si aprieta los dientes, si la nariz se infla, si se
rasca el cuello, si se frota los ojos, etc. Por mi parte, le
envío los mensajes no verbales correctos que le genere
confianza en mí para la solución del caso.  
Ahora bien, enfocando la atención en la comunicación no
verbal en el ámbito interpersonal jurídico, hay abogados quienes
parece que no sólo recibieron en la academia formación en la lid
jurídica, sino también como profesionales en saber fingir con los
gestos o señales. Usan una profusa comunicación corporal que
relieva que son más inicuos y deleznables que los delincuentes a
quienes defienden. Demudan el rostro para denotar aflicción por
la situación del victimario (cliente) logrando embaír al juez
para que lo absuelva.   
Entonces, donde mejor se pueden observar las actitudes no
verbales del interlocutor, debiendo estar atentos de modo que nos
den excelentes pistas para desentrañar el mensaje haciéndolo
nugatorio, es en el contexto de las audiencias del sistema penal
acusatorio donde se debaten divergencias entre abogado defensor y
fiscal con respecto al procesado. Aunque estas diligencias son
verbales, no obstante el lenguaje corporal empleado –y que
acompaña y completa al verbal- por parte del fiscal y aun de los
que concurren allí como testigos, podría ser simulado o fingido
con el resultado que los mensajes enviados influirán para que se
emitan decisiones adversas para nuestro defendido.
Es también, común observar en la práctica del derecho el
empleo de la comunicación no verbal por parte de los empleados y
jueces de la rama judicial cuando en los juzgados delimitan el
territorio no permitiendo que los abogados invadan su zona
íntima, vale decir, medio metro de distancia, que en las personas
más allegadas, como amigos íntimos o familiares, no aplican. Lo
que nos deja un prurito en el ejercicio de la profesión.
En lo que atañe a la manera como he enfrentado la
comunicación no verbal cuando interactúo con colegas, siempre
miro la cara del interlocutor por un corto periodo, adopto al
sentarme la posición adecuada para enviar el mensaje de que me
agrada departir con ellos, adopto una postura que refleje que soy
trasparente, en fin, trato de enviarles con mi lenguaje gestual y
corporal señales de que me encuentro a gusto con la plática y su
presencia.
En cambio, cuando es un cliente mi interlocutor, trato de
sacar el máximo provecho de sus gestos, esto es, observo su
postura en la silla, la rapidez o no con que responde a mis
preguntas, si mira para otro lado, si se tira o no del cuello de
la camisa cuando habla, si se toca o no ligeramente la nariz,
etc., lo cual me permite colegir si lo que está deponiendo es
cierto o no.
De otro lado, al interactuar en una audiencia civil donde no
sólo está el demandante y su apoderado sino también el juez, el
secretario y el demandado, y sabiendo que el cuerpo no miente, me
esfuerzo en gran manera en que exista la mayor congruencia
posible entre lo que expreso con las señales de mi cuerpo y el
lenguaje que hablo, v. gr., evito pestañear constantemente, busco
establecer contacto visual con los ojos del juez, coloco las
palmas de las manos a la vista y sonrío sinceramente, uso el tono
y timbre de voz apropiado, etc., para que el mensaje que estoy
enviando sea lo más creíblemente posible.
Sin embargo, a veces es necesario, en aras de ganar el
pleito, simular el lenguaje corporal, por ejemplo, no levanto las
cejas o evito que las comisuras me tiemblen cuando exhibo las
palmas de las manos, no hago grandes pausas y doy respuestas
amplias al responderle al juez, cambio la actitud corporal
apareciendo como amigable y agradable y, finalmente, trato de
imitar los gestos del interlocutor para ganar su confianza y así
sacar ventaja en dicho contexto dando la impresión de la absoluta
sinceridad en todo lo que he dicho con respecto al demandante o
demandado, según el caso,  y por lo tanto, le asiste la razón al
primero o es inocente de lo que se le imputa, el segundo.
En conclusión, si bien es cierto que como seres sociales
necesitamos interactuar con otros, bien mediante el habla o a
través de gestos y señas, es necesario precisar que no siempre
una persona, el emisor, manifiesta a través del lenguaje gestual
mensajes que sin lugar a dudas connota ideas que en un momento
dado pueden indicar sorpresa, nerviosismo, inseguridad,
desconfianza o superioridad, entre otras, esto puede no ser así.
Por tal motivo, es de gran relevancia que los gestos y señales
sean interpretados por el receptor en forma conjunta con lo que
se habla, a fin de que las conclusiones no resulten en últimas
erradas. En consecuencia, debe existir una verdadera
retroalimentación entre emisor y receptor.

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