relacionándola con las actividades que se llevan a cabo en el mundo jurídico, o sea, en los estrados judiciales, en la cotidianidad con otros profesionales del derecho, en las relaciones que surgen con los clientes, etc., nos enfrenta con dos problemas a resolver. El primero es determinar si este tipo de comunicación es susceptible de ser entendido por quienes se desenvuelven en la órbita de las interrelaciones jurídicas. El otro problema sería establecer si quien está interactuando con alguien si bien conoce el significado de un determinado gesto, y aunque una imagen vale más que mil palabras, no vaya a caer en el garrafal error de interpretarlo de forma aislada con lo que se habla, conllevando a una equivocación. En efecto, en el campo del derecho, cuando interactúo con un cliente que llega a consultar a la oficina, surge la pregunta, ¿debo estar pendiente únicamente de sus gestos para decodificar el mensaje? La pregunta no resiste el menor análisis y la respuesta necesariamente ha de ser no. Debo, entonces, observar atentamente todo su cuerpo el cual puede indicarme el estado de nerviosismo en que se encuentra al saber que miente con respecto a lo que expresa, por ejemplo, si desvía la mirada, si la voz le tiembla, si aprieta los dientes, si la nariz se infla, si se rasca el cuello, si se frota los ojos, etc. Por mi parte, le envío los mensajes no verbales correctos que le genere confianza en mí para la solución del caso. Ahora bien, enfocando la atención en la comunicación no verbal en el ámbito interpersonal jurídico, hay abogados quienes parece que no sólo recibieron en la academia formación en la lid jurídica, sino también como profesionales en saber fingir con los gestos o señales. Usan una profusa comunicación corporal que relieva que son más inicuos y deleznables que los delincuentes a quienes defienden. Demudan el rostro para denotar aflicción por la situación del victimario (cliente) logrando embaír al juez para que lo absuelva. Entonces, donde mejor se pueden observar las actitudes no verbales del interlocutor, debiendo estar atentos de modo que nos den excelentes pistas para desentrañar el mensaje haciéndolo nugatorio, es en el contexto de las audiencias del sistema penal acusatorio donde se debaten divergencias entre abogado defensor y fiscal con respecto al procesado. Aunque estas diligencias son verbales, no obstante el lenguaje corporal empleado –y que acompaña y completa al verbal- por parte del fiscal y aun de los que concurren allí como testigos, podría ser simulado o fingido con el resultado que los mensajes enviados influirán para que se emitan decisiones adversas para nuestro defendido. Es también, común observar en la práctica del derecho el empleo de la comunicación no verbal por parte de los empleados y jueces de la rama judicial cuando en los juzgados delimitan el territorio no permitiendo que los abogados invadan su zona íntima, vale decir, medio metro de distancia, que en las personas más allegadas, como amigos íntimos o familiares, no aplican. Lo que nos deja un prurito en el ejercicio de la profesión. En lo que atañe a la manera como he enfrentado la comunicación no verbal cuando interactúo con colegas, siempre miro la cara del interlocutor por un corto periodo, adopto al sentarme la posición adecuada para enviar el mensaje de que me agrada departir con ellos, adopto una postura que refleje que soy trasparente, en fin, trato de enviarles con mi lenguaje gestual y corporal señales de que me encuentro a gusto con la plática y su presencia. En cambio, cuando es un cliente mi interlocutor, trato de sacar el máximo provecho de sus gestos, esto es, observo su postura en la silla, la rapidez o no con que responde a mis preguntas, si mira para otro lado, si se tira o no del cuello de la camisa cuando habla, si se toca o no ligeramente la nariz, etc., lo cual me permite colegir si lo que está deponiendo es cierto o no. De otro lado, al interactuar en una audiencia civil donde no sólo está el demandante y su apoderado sino también el juez, el secretario y el demandado, y sabiendo que el cuerpo no miente, me esfuerzo en gran manera en que exista la mayor congruencia posible entre lo que expreso con las señales de mi cuerpo y el lenguaje que hablo, v. gr., evito pestañear constantemente, busco establecer contacto visual con los ojos del juez, coloco las palmas de las manos a la vista y sonrío sinceramente, uso el tono y timbre de voz apropiado, etc., para que el mensaje que estoy enviando sea lo más creíblemente posible. Sin embargo, a veces es necesario, en aras de ganar el pleito, simular el lenguaje corporal, por ejemplo, no levanto las cejas o evito que las comisuras me tiemblen cuando exhibo las palmas de las manos, no hago grandes pausas y doy respuestas amplias al responderle al juez, cambio la actitud corporal apareciendo como amigable y agradable y, finalmente, trato de imitar los gestos del interlocutor para ganar su confianza y así sacar ventaja en dicho contexto dando la impresión de la absoluta sinceridad en todo lo que he dicho con respecto al demandante o demandado, según el caso, y por lo tanto, le asiste la razón al primero o es inocente de lo que se le imputa, el segundo. En conclusión, si bien es cierto que como seres sociales necesitamos interactuar con otros, bien mediante el habla o a través de gestos y señas, es necesario precisar que no siempre una persona, el emisor, manifiesta a través del lenguaje gestual mensajes que sin lugar a dudas connota ideas que en un momento dado pueden indicar sorpresa, nerviosismo, inseguridad, desconfianza o superioridad, entre otras, esto puede no ser así. Por tal motivo, es de gran relevancia que los gestos y señales sean interpretados por el receptor en forma conjunta con lo que se habla, a fin de que las conclusiones no resulten en últimas erradas. En consecuencia, debe existir una verdadera retroalimentación entre emisor y receptor.
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