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Departamento s

PABLO MACÍAS

palimpsesto2punto0
Autor: Pablo Macías
©Pablo Macías 2009

Edición: palimpsesto2punto0

Fotografía: UliKlose
©UliKlose

Ilustraciones: palimpsesto2punto0
©palimpsesto2punto0 2011

1ª Edición, Abril de 2011


DEPARTAMENTO S

Pablo Macías
Departamento s

Cagó sangre aquella mañana. Lo supo desde


antes. Por el olor. Sentado mientras apretaba.
Empalagoso, más viscoso, el olor. Al levantarse, todo
rojo. Al limpiarse también. Enseguida pensó en cáncer,
pensó en desmontando a harry, pensó en que las
palabras más bonitas de nuestro idioma no son tequiero
sino esbenigno, qué coño hago pensando en chistes,
joder, se vio un agujero en el estómago por donde
despuntaba el cáncer, después precisó más y resituó el
agujero en el intestino grueso, libros de ciencias
naturales de séptimo de egebé, un profesor desgraciado
que le tira la libreta al suelo a rocío, y ella, sumisa, que
se agacha a recogerla y yo en primera fila, como
siempre, un niño instintivamente servicial, haciendo
loquehayquehacer, lexía, ahora uso ese término, que mi
padre pronunciaba toda seguida, por eso la digo así,
¿entiendes?, toda seguida, el hijo de puta del profesor

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Pablo Macías

aquel, este, don Juan, don Juan Moreno, ya


entonces,ahora, digo así, hijo de puta, doce años, lo
digo para adentro, hijo de puta, mientras rocío se
agacha sumisa a recoger su libreta de ejercicios mal
hechos, no son almorranas, almorroides, como el
chiste del que va al médico, mierda, otra vez, no
mierda mierda, sino mierda que otra vez estoy con las
gracias, coño, último fin de año, se vio llevando la
baja después de navidades al trabajo, se vio calvo por
la quimioterapia, se vio vomitando en el mismo váter
que ahora contenía su sangre y su mierda, ahora sí
mierda mierda verdadera, y decidió no decir nada,
joder, para qué, lo hago, pensó con las rodillas
flexionadas, los pantalones bajados y un trozo de
papel higiénico lleno en un ochentaporciento de
sangre roja brillante, lo hago por estoicismo y por
joder y porque no quiero que me llamen al hospital ni
que mi madre se venga a vivir conmigo ni darle pena
a nadie, no quiero que me llamen los compañeros
diciendo qué tal estás, bien, gracias, mejor, mientras
el culo me sangra y el cáncer se agranda ya bien
resituado en el intestino grueso y mientras vomito
toda la mierda que tiene que ser la quimioterapia y, lo
que es peor, no quiero que vengan a verme, joder,
tirado en la cama, ahí, en una posición inferior
respecto del tío sano que viene a verte y a desearte
una pronta recuperación del agujero que tienes en el
intestino grueso y por el cual la sangre entra y llega
hasta tu culo y sale y llena el váter ahora, colorea el
agua no de marrón más o menos claro, como
correspondería a la mierda a secas, sino de un rojo

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brillante, casi de puntura escolar, casi de color básico,


un rojo brillante que mete un miedo terrible, y me
voy así, ea, ya está, a morirse, delgado, sin cejas sin
pelos, por lo menos no tendré pelos en la nariz,
piensa, y eso lo consuela, pero enseguida piensa que
es un consuelo mamón, rácano, en realidad él sólo
dice mamón, porque pese a tantos libros y tanta
mierda de estudios, cuando está con la rodillas
flexionadas y con la polla microscópica que en ese
momento gotea por segunda vez orín sobre el suelo
blanco de mármol no piensa otras palabras como
rácano, estúpido, insuficiente e incluso mezquino,
qué va, piensa mamón y todo es mamón, el primero
él, pero también el piso, el alquiler, el ruido de la
calle, de nuevo él, el papel higiénico y los que lo
hacen, mamón mamones todos, mierda, menos Juan
Moreno, el grandísimo hijo de puta, rocío que vuelve
a su asiento y yo que, pese a desearlo, no giro mi
cabeza, pasa a mi lado y permanezco impávido,
indignado sí, pero impávido, porque es
loquehayquehacer, mierda loquehayquehacer, lo que
habría que hacer es levantarse y reventarle la cabeza a
ese hijo de puta, que se sepa, escúchalo bien, eso es
lo que tendríamos que haber hecho entonces, golpear
repetidamente la cabeza de ese bastardo contra el
suelo, con sus losas blancas de pintitas negras, y
dejarlo allí, muerto, chorreando sangre, eso,
chorreando sangre y no yo, mierda otra vez, que soy
el que ahora acaba de chorrear sangre por mi culo y
tengo un cáncer y me voy a morir, joder, pues a
chuparla, se muere uno y santas pascuas.

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Un centro desde la banda izquierda de la plaza.


La plaza. Campo de fútbol circular. Y un cabezazo
dentro del área. Para el portero. Campo de fútbol
circular, con la torre en medio. Saca, rápido, echa. El
portero, siempre un niño gordito. Quién sabe. Los
niños gorditos que juegan de portero no siempre van
a ser unos fracasados. Quizás el día de mañana
tengan su carrera, informática a lo mejor, y sean tíos
de provecho. Pero ninguno de los niños piensa eso.
Dicen saca, rápido, echa, y el gordito, el cabrón del
gordo, se pone nervioso porque entrevió la
posibilidad de hacerlo bien, de sacar, rápido, y
echarla, y se ha puesto nervioso el gordo mamón
mantecoso y se le escapa la pelota. Y en vez de saca,
rápido, echa, el gordo deja la pelota a los pies del del
cabezazo de antes y, ahora sí, no falla, porque el
gordo ya está desarmado por haberla cagado bien y
casi se quita de en medio intimidado por la violencia
presentida del del cabezazo de antes que ahora no
piensa fallar y, además, piensa resarcirse de que el
gordo mantecoso mamón le parara el cabezazo de
antes y chuta con toda la fuerza, casi se le va fuera
por no controlarla, pero entra fuerte, muy fuerte. Ea,
gordo mantecoso mamón, mira el gordo, con las
manos de trapo porque está gordo. Y el gordo,
inmóvil ante la primera bofetada, sopesa revolverse a
la segunda, se viene encendiendo con la tercera y,
tras la cuarta, da unos pasos atrás para coger impulso,
porque a pesar de ser un gordo mantecoso mamón
tampoco es gilipollas y se pelea como todo cristo,
porque sabemos que hay gordos que parecen

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maricones y no se pelean, pero hay otros que sí son


machos y se pelean cuando les joden como todo el
mundo y entonces esos son los que se ganan el
respeto de sus compañeros, que siguen diciéndoles
gordos, sí, pero ya no mantecosos ni mucho menos
mamones, y justo cuando va cogiendo impulso con
esos pasos atrás suena un ruido contundente, seco, y,
al principio, el gordo piensa que ha sido él que ya le
ha dado una hostia al compañero sin darse cuenta y,
por tanto, durante una fracción ¿? de segundo ya se
ve desposeído de los calificativos de mantecoso y
mamón, pero no, sigue siendo el mismo gordo
mantecoso mamón de siempre porque el ruido no es
de la hostia imaginada sino que ha sido producido por
otra cosa, por esa otra cosa que todos los niños
rodean ahora en medio de la plaza, esa otra cosa que
se quedan observando veinte o treinta segundos sin
decir nada, y, después, miran hacia arriba, no al cielo
ni a dios ni nada de eso, sino al lugar de donde saltó
el desgraciado que está reventado en el suelo, miran a
la torre y al balcón, al menos desde allí abajo se ve
como si fuera un balcón, miran al balcón desde el que
habrá saltado ese tío como saltan todos los demás,
aunque a éste esta vez no lo vieron lanzarse como sí
habían visto lanzarse a muchos otros desde siempre,
desde que juegan al fútbol en la plaza, desde que sus
madres los llevaban de niños, desde que ellos ya
empezaron a ir solos, siempre los desgraciados
saltando y quedando reventados, como si todos los
poros de los cuerpos de los desgraciados se hubiesen
puesto de acuerdo en escupir o, mejor, en vomitar

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sangre al mismo tiempo, y las cabezas hubiesen


decidido partirse bien partidas y repartir masa
encefálica, suponiendo que eso sea lo que salga de
una cabeza cuando cae de una altura considerable,
por tres o cuatro metros a la redonda. Otro, dice un
niño, y los que están más avispados, como es
costumbre, tras la primera impresión de la que nadie
puede abstraerse de ver la mierda que antes era un tío
desparramada por el suelo de la plaza, los más
avispados hurgan en las prendas ensangrentadas del
desgraciado y le miran la cartera, si la lleva, le quitan
el dinero, y los zapatos, hasta chocolatinas se
encontraron una vez, y le dan vuelta a la cabeza con
el pie para ver exactamente la parte de la cara que ha
chocado contra el suelo, para ver cómo ha quedado,
joder, parece un guarro en una matanza, e incluso
alguno hay siempre que mantiene la cabeza levantada
con el pie y lo quita de pronto y la cabeza vuelve a
chocar contra el suelo en un simulacro a menor altura
de lo que ha sucedido hace dos o tres minutos. Así
son las cosas en la plaza campo de fútbol. Qué más
quieres.

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Pues me la cargo. Ya está. Me la cargo. Si me


muero, si me voy a morir me la cargo, joder, un
enfermo de cáncer más apestado todavía porque nadie
le habla ni va a verlo ni piensa en él bien, sino mal,
diciendo que es un depravado y un degenerado, o
peor, un enfermo de cáncer en la cárcel, con la
quimioterapia en la celda o donde cojones te den la
quimioterapia, si te la dan, en la cárcel, en la misma
sala en que estará la silla eléctrica o las torturas o lo
que quiera que esté en esa sala, qué sé yo si nunca he
estado en una cárcel, y los presos gordos y con bigote
como el de los vilichpipol follándome el culo después
de la quimioterapia, y yo sin fuerzas para defenderme,
claro, porque la quimioterapia me habrá dejado hecho
una mierda, sin fuerzas siquiera para tirarme un
cuesco y llenarles sus pollas y sus pelos púbicos de mi
sangre cancerosa y contaminarlos y que a ellos les
salga un cáncer mucho mayor en la punta del carajo,
carajo. Me la cargo, ya veré cómo, pero lo que no
quiero es que se sepa que me la he estado cogiendo
desde que cumplió los diez años, el día siguiente a su
fiesta de cumpleaños cuando mi hermano la dejó en
mi casa porque tenía que hacer qué cojones sé yo, y la
niña me mira y me dice tito ya soy mayor, ayer cumplí
diez años, y yo que en ese momento se me activa qué
sé yo, como un resorte o un chip (sic) o un instinto que
vete tú a saber si viene de un familiar o de un cosaco
que se follara a mi tatarabuela y empiezo a ponerme

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burraco y se me empieza a poner dura y la niña me


pregunta a que sí, qué, a que ya soy mayor tito, y me
la toco con la mano en el bolsillo, y como es verano
lleva un vestidito de esos que se ponen las niñas en
verano, sí, ahora vendría bien que yo dijese para
provocar y daba la imagen perfecta de un pederasta
como muy de relato, pues no, a joderse, que se
pongan lo que quieran y punto, lo que quieran sus
madres y ellas, un vestidito color crema, que es un
color muy para follarse a niñas, y me la sigo tocando
cada vez con menos disimulo a través del bolsillo de
mi pantalón, un pantalón corto, y tú, que eres un tío
pese a estar ahí con los muñones bajo el jergón,
sabrás que con los pantalones cortos se nos pone más
dura, somos, como si dijéramos, mucho más
propensos al endurecimiento de la verga total, y la
niña por primera vez deja de preguntarme gilipolleces
de si es mayor o no y me mira, y desde el principio
hay en su mirada un tanto de horror, digamos un
treinta o un cuarenta por ciento, el resto no es otra
cosa, es vacío, y eso es lo que me asusta, no el horror,
que me la suda el horror, cómo cojones quieres que
esté si está viendo a su tío tocarse la polla cada vez
más indisimuladamente, ahora con la mano ya no en
el bolsillo sino por dentro del pantalón, es el vacío lo
que me horroriza a mí, lo que me pone a cien, pero a
cien de espanto, y por un momento veo claramente
que como siga pensando eso, que como siga
focalizando mis pensamientos en el vacío de sus ojos
y en el espanto que ese mismo vacío produce en mí se

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me va a poner blanda, y tengo que hacer algo, coño,


algo ya, y la agarro por los pelos primero para llegar
bien a la nuca, y la cojo fuerte como a un perrito chico
que se porta mal, pero no para amonestarla porque se
ha meado dentro de la casa, aunque la niña mientras
me la chupaba se meó encima, sino para forzarla a
arrodillarse y a mamármela de rodillas en la cocina,
abre bien la boca y no muerdas, nena, le digo, y la
nena abre bien la boca y no muerde, y le voy
enseñando el movimiento todavía bien agarrada su
nuca, adelante y atrás, adelante y atrás, y le voy
soltando la nuca para ver si ella ya ha aprendido, y al
principio vacila, pero sólo me hace falta acercar mi
mano de nuevo a su nuca para que comprenda que
debe seguir hasta que yo le diga que pare, sigue,
mientras a través de la ventana, pienso, no titilan
azules las estrellas a lo lejos, qué mariconada, sino
que hay un sol de verano como dios manda, y que me
la está mamando y que me está gustando, y sopeso
durante un momento si me voy a correr dentro de su
boca o no, si está bien que la primera vez, porque ya
entonces sé que no va a ser la última, me corra en su
boca o no, y mientras lo pienso ¿verdad que esperas
que diga que me corrí dentro?, no, me la saqué y no
me corrí, la saqué cuando estaba a punto, porque sabía
que eso era lo mejor, que eso era lo correcto, porque
quería que la segunda vez que me lo hiciera mi
eyaculación la cogiera desprevenida y le dieran
arcadas y así yo sabía que iba a disfrutar mucho más.

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Mmmm. Sinfonía. Sinfonía. Un. Dos. Tres. Un.


Dos. Tres. Mmmm. Ahhhh. Donde está la cruz.
Sitúese. Ante todo, distinción. Y sinfonía. Sinfonía.
No gimotear. No salida. Usted conmigo. Repita. Un.
Dos. Tres. Un. Dos. Tres. ¿Un consejo? Mejor sin
mirar. Aunque mire, si quiere. Repita conmigo. Un.
Dos. Tres. Sitúese. El ritmo. Escuche. Donde está la
cruz. Un. Dos. Tres. Un. Dos. Tres. Cruz. Respiro. Y
salto. Repita usted conmigo. Aunque mire, si quiere.
Cruz. Respiro. Y salto. Saltar. Saltar. Saltar. Saltar. No
gimotear. No salida. Lo sabe. A eso se viene aquí.
Mmmm. Este es el mundo de las proformas. Eso.
Aquí. ¿Le explico? ¡Cállese! No gimotear. ¿Entiende?
Ahhhh. Venga. Usted conmigo. Un. Dos. Tres. Un.
Dos. Tres. Cruz. Respiro. Y salto. Claro que usted
querrá contarme ahora por qué. ¿A que sí? Ahhhh.
Son todos ustedes tan previsibles. Tan. Previsibles.
Pero no eso aquí. ¿Verdad? Entonces, ya no historias.
¿Me comprende? No historias. Aunque mire, si
quiere. Aquí, mi ayudante, le puede ayudar. Jajajaja.
Lo empujará, si usted no se decide. Porque nunca
falla la buena voluntad de mi ayudante. Lo lleva
haciendo toda la vida. Espere, se lo digo mejor.
Toooooda la vida. ¿Qué le parece? Cruf, cerdo mío,
basura de mi descomposición más profunda, caldo de
mis, digamos, diarreas, enséñale lo que sabes.
Jajajaja. Mira, Cruf, descomposición mía, trozo de
comida de mis, digamos, vomitonas, se ha puesto
nervioso nuestro invitado. Entre comillas. Cruf,
infección de mi tracto rectal, gusano de mi, digamos,

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cadáver, haz el gesto de las comillas. Qué asco me da


ese gesto. También tú, Cruf, no te enceles, gargajo
mío, pegote blanco de mis, digamos, masturbaciones,
me das asco. ¿A usted también, verdad? Él es así, no
le tema. Llegado el momento, le ayudará. Pero no nos
desviemos. Es usted un diablillo. Casi lo consigue.
Ummm. Sinfonía. Sinfonía. Un. Dos. Tres. Repita
conmigo. ¿Sabe? Ritmo. Porque el momento se
acerca. Y usted lo sabe y yo lo sé y hasta Cruf hilo de
sangre de mis encías pus de mis digamos uñas
encarnadas lo sabe y me empieza a coger el ritmo del
un dos tres cruz respira y salto antes que usted no le
da vergüenza y así ya lo vamos sabiendo todos lo
sabemos y estamos contando todos contando cantando
ya y es la sinfonía del ritmo saltón querido
desconocido que va a saltar ahora mismo es la
sinfonía de la que yo hablaba al principio del párrafo
y por la que usted me ponía una cara rara pero ya sabe
que no es cara rara sino que esta es la sinfonía este
cantar contar todos al unísono un dos tres más rápido
un dos tres este estar situados todos al unísono yo
aquí con mi silla de ruedas mi luz indirecta y mi
jergón usted ahí en la cruz que por si no lo había
adivinado marca el lugar y Cruf me ahorro ahora los
epítetos detrás de usted para llegado el momento un
dos tres cruz respira y salto un dos tres cruz respira y
salto un dos tres cruz respira y salto un dos tres cruz
respira y salto un dos tres cruz respira y salto un dos
tres cruz respira y ahora salto. Cuatro. Plof.

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La segunda vez sí. Y la tercera. Y la cuarta. Era


disciplinada, abnegada, aprendía rápido. Tal como
había previsto, las arcadas lo hicieron disfrutar más.
Desprevenida y nuevamente arrodillada, es la
segunda vez y no voy a inventarle ahora nada nuevo,
no la voy a desconcentrar, la pobre, ya habrá tiempo,
la niña no dejó de moverse aunque no chupó con la
energía adecuada. Es algo que iremos corrigiendo, se
dijo. Y cómo lo hizo. Eran pequeñas indicaciones que
ella iba archivando y la siguiente vez ya no había
fallo y así se podía pasar a otro detalle que hiciera de
las mamadas una cosa perfecta. Ya está, hoy, hoy va a
ser. Hasta que aprendió a mamarla, hasta que se diría
que es la jodida niña la que me busca y viene a casa
para mamarla, para mamármela bien, para que yo la
examine de los progresos, para que yo vea su
disciplina, su abnegación, para que yo vea que
aprende rápido y así ella se llena de orgullo y pienso
que soy yo quien la lleno de orgullo viscoso y
proteínas contigo ahí que para la undécima vez ya
habías cambiado, habías aprendido a abrirte más, de
estar de rodillas pasaste a mantener una pierna
flexionada y la otra algo más estirada, pero yo
todavía no quería eso, ya vendría, ya vino, en otro
párrafo, y ya está, es hoy cuando va a ser, salimos de
excursión, es una comida familiar, celebración de sus
trece años, y me la cargo hoy y punto, que la niña se
venga conmigo en el coche, le digo a mi hermano,
vale, me dice, siento que tengo que justificarme por
algo, que no vale con que le diga que la niña se venga

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conmigo en el coche y ya está, que va a pensar que


para qué coño quiere mi hermano que la niña se vaya
con él en el coche si la niña, sí, muy hija mía y te
quiero mucho y tal pero qué seca y qué todo, esta hija
mía, la edad, adolescencia, miedo da pensarlo, quién
me lo iba a decir, al menos con él habla más, cosas de
tíos y sobrinos, vale, le digo, que se vaya contigo, tú
sabes llegar, nosotros te seguimos, y ahí se me
enciende la luz o el chip (sic) o lo que se le encienda a
uno cuando tiene una buena idea, lo mismo que la
primera vez en la cocina, en los dibujos animados
ponen una bombilla, pues eso, la bombilla ahí se me
enciende justo cuando mi hermano me acaba de decir
tú sabes llegar, nosotros te seguimos, se me enciende
la bombilla y es entonces cuando lo veo todo claro y
cuando creo que esto va a tener, si la suerte y las leyes
de la física me acompañan, porque digo yo que en
esto, como en todo lo demás, las leyes de la física
también influirán, sí, va a tener, tres años después de
que me la dejara el día siguiente de su cumpleaños en
mi casa, bueno, tres años menos un día, sí, va a tener
un buen final, pienso mientras ya nos vamos
montando la niña y yo en el coche y me mira
negociando el precio de su silencio, el puto precio de
su silencio por el que me la voy a cargar, pobrecilla,
sabe mamarla de puta madre, también todo lo demás,
pero desconoce hasta qué punto no hay que tensar la
cuerda conmigo, ahí, mientras nos montamos en el
coche y yo arranco y saco la cabeza por la ventanilla y
me giro hacia mi hermano y su mujer que en ese
momento se van a montar en su coche y les sonrío

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amplia y amablemente y les digo seguidme, y


mientras ella saca su brazo veraniego por la ventanilla
del copiloto y lo agita en un gesto de despedida que
significa hasta luego pero que en realidad significa
adiós papá mamá me va a matar el tío y ya no me vais
a ver más, ver más viva, se entiende, y me mata
porque yo, que aunque la sé mamar de puta madre y
me la dejo meter por el coño y por el culo y me trago
el semen de tu hermano y hasta he aprendido a
disfrutar porque ya son tres años desde que me viola
desde que tú me dejaste el día siguiente de mi décimo
cumpleaños para hacer qué cojones sé yo, sí, aunque
sé todo eso que se supone que a ninguna de mis
amigas les habrá sucedido todavía y que aún tardará
un año y medio o dos años en sucederles, tirando por
lo bajo, sí, aunque sé todo eso desconozco en cambio
hasta qué punto hay que guardar silencio y no tensar
la cuerda con mi tío y por eso, ahora, mientras os
acaba de decir seguidme y su cabeza vuelve del
exterior y arranca el coche y me mira y enciende la
radio y me roza sutilmente la carne de la pierna
creyendo que no me he dado cuenta porque estoy
abstraída pensando esto que os estoy diciendo y sin
embargo claro que me he dado cuenta y ya me da
igual qué triste que a una niña le dé igual que su tito
violador le toque la pierna y se la lleve a matar, digo,
papá y mamá, es un gesto este el que os acabo de
hacer que en realidad significa adiós papá mamá me
va a matar el tío y ya no me vais a ver más, cierra,
cierra cierra ya el telón.

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Departamento s

Ahora lo digo siempre. No historias. No historias.


Así me lo enseñaron. No historias, me dijeron. Y yo
cumplo, porque sé cuáles son mis obligaciones. Desde
que llegué. Suponiendo que llegara y que no estuviera
ya aquí en mi silla bajo el jergón. Desde siempre.
Porque no historias, me dijeron. Era una habitación.
No muy distinta a ésta. Tampoco yo sé. Tampoco
conozco muchas otras. Conozco dos. Ésta y aquélla.
Llegué caminando. Aún podía hacerlo. Has sido
seleccionado para este departamento, me dijeron. Digo
dijeron dijeron pero no dijeron, sólo dijo. Sólo uno.
Pero las cosas siempre se suelen contar así, dijeron,
dijeron. Así, al menos, es como empiezan todos los
que vienen. Yo los corto. No historias, les digo. Y les
hablo cruz, respiro, y salto. También me enseñaron
eso. Bueno, también me lo enseñó. En una habitación
como ésta, más o menos. Has sido seleccionado, me
dijo. Y yo, entonces, hace años ya, contento. Cómo
suena ahora. Con-ten-to. Has sido seleccionado, me
dijo. No se arrepentirán, dije yo. Quiénes arrepentirán.
¿Es que acaso hay más? Ya entonces supe que no lo
tenía que decir. Usted tampoco, me dijo, muy amable.
Y ahí lo pronunció por primera vez. Mi nombre.
Motivos de seguridad, me dijo. Es un trabajo delicado.
Rak. Me hace repetirlo. Rak. Una vez más, por favor.
Es una sola sílaba, pienso. Es tu sílaba, me dice. Una
vez más, por favor. Rak. Rak. Veo cómo pasa su
lengua por sus labios. Exacto, me dice. Nunca se le

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Pablo Macías

debe olvidar. Ya no contesto. Por aquí, me dice. Pase


por aquí. Siéntese, Rak. Se van abriendo puertas. No
en distintas salas. Una misma con divisiones. Todo
igual. Aquí se llevará a cabo su instrucción, me dice.
No recuerdo haber dicho nada. Siéntese.
Comprenderá, me dice, las características especiales
de esta organización. Comprenderá, me dice, los
métodos. Me extraña, pienso. Todavía está a tiempo
de renunciar, me dice sin convicción. No contesto. No
alcanzo a hablar. No historias, me dice para empezar.
No historias. Tratarán de ganar tiempo con ellas, me
dice, disminuirá nuestra producción. Todo está
medido, cada uno su tiempo. Sólo cruz, respiro, y
salto. ¿Entiende? Me incomoda el asiento, está frío,
pincha. Así que no historias. ¿Sabrá resistir la
tentación? Los sentidos traicionan, dice, confunden.
¿Está de acuerdo, Rak? Me aprietan las correas de mi
sillón, no circula la sangre. Por ejemplo, los ojos. Por
ejemplo, las piernas. Podría, entonces, ver. Podría,
incluso, levantarse y llegar hasta ellos. Y eso sería
grave. ¿Comprende lo que le digo, Rak? Me impide
esta mordaza contestar a sus preguntas, y este tornillo
alrededor de mi cuello, y esta agarradera metálica que
fija mi cabeza a la pared. Y, entonces, nadie confiaría
en nuestra organización. Infalibilidad.
Afortunadamente, el tiempo enseña. Por eso, las
características especiales de nuestra organización. Los
métodos. En todo caso, todavía está a tiempo de
renunciar, me dice. ¿Está seguro de que quiere seguir,
Rak? Me trago el sabor del trapo que se me hunde

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garganta abajo cuando lo muerdo al recibir el primer


golpe. Imagínese, me dice, lo que se pensaría si
fallara. Pero usted no lo hará. No me equivoco.
¿Verdad, Rak? Me irrita los ojos el sudor, mi vómito
topa con el trapo y se va y vuelve. Imagínese, me dice
mientras la saca del cajón, imagínese. Por eso estos
métodos a los que pronto se acostumbrará. Con ellos
evitamos su posible futura confusión. ¿Me sigue, Rak?
Y ahí lo comprendo, comprendo para qué la has
sacado del cajón. Desasirme de las correas con todas
mis fuerzas, apenas muevo mis pies, ni mis brazos,
sólo retorcer mis manos y apretar mis dientes y extraer
así babas sudor y vómito del paño y no te muevas pero
si no me puedo mover ya ves lo que he sacado del
cajón la veo brillar entre tus manos tú seguro que no
nos vas a fallar la tienes en tu mano y me la acercas a
los ojos porque hemos comprobado que los sentidos
nos reblandecen y me subes el párpado que yo he
cerrado con fuerza este es tu periodo de formación y la
veo brillar una vez más antes de arrancármelo porque
hemos comprobado que así disminuye la traición y
veo con el derecho tu lengua acariciando tus labios
porque así el riesgo es mínimo y ya no tengo fuerzas
para cerrar el otro párpado y sin embargo tiras de él
hacia arriba y por un momento me olvido del dolor de
mi cuenca izquierda vacía y me duele el párpado
derecho porque sería una ventaja innecesaria a
nuestros competidores y ya todo es nada no oscuro ni
negro sino nada y pienso ya está porque sólo se
escucha el silencio de mis quejidos y casi no

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Pablo Macías

comprendo antes de perder el conocimiento por el


dolor que también me las vas a cortar y te escucho
decirlo mientras me desvanezco tengo fe en ti.

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Para eso otro esperé. Pacientemente. No sabes el


esfuerzo. Control, me decía, tienes que tener control.
Sólo chuparla. Espérate, me decía, ya sabes lo que te
digo. Control. Mucho control. Porque era un esfuerzo,
un esfuerzo de superación diaria. Porque ya había
pasado de mamarla noblemente de rodillas a mantener
una pierna flexionada y la otra algo más estirada, y yo
sabía que eso tenía que llegar y esa postura que yo
evitaba ver mientras me la comía en su boca pero que
no podía evitar que mis ojos miraran hacía abajo
mientras mi cabeza volaba hacia arriba. Pero esperé.
Pacientemente. Era un control. Un reto, me decía.
Deséalo, me decía también, sueña con ello si quieres.
Deséalo, me decía, luego lo disfrutarás mucho más. Y
le llegó. Le vino. Le bajó. La madre usó todos esos
verbos, lo recuerdo perfectamente. Yo me preocupé
más. Busqué información. Menarquia. Y en su tercer
día. Me lo curré, en la cama, la liberé del suelo, de las
rodillas e incluso de la pierna flexionada y de la otra
algo más estirada. Claro, temblaba. Era lo normal. No
tengas miedo, no voy a dejar que te pase nada malo.
La tendí. Le desaté amorosamente los cordones. La
descalcé, primero el pie izquierdo, luego el derecho.
Era la recompensa. Control. No me abalancé como un
salvaje, como un animal. Dos, tres minutos más. Qué
importaban. Los calcetines en el mismo orden, primero
el pie izquierdo, luego el derecho. El pantalón. El

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Pablo Macías

cinturón, plastificado con dibujos infantiles. Uno.


Dos. Tres. Cuatro. Los botones. La paciencia, pensé,
venció a los instintos. Una llama de orgullo me nació
dentro, sí, la conservo intacta desde aquel día.
Delicadamente se lo empecé a bajar, franqueando sus
caderas infantiles. Bajando por sus piernas, tan
suaves. Primero el pie izquierdo, luego el derecho.
Respiré hondo, no queriendo acelerar el ritmo de la
narración. La miré a los ojos. Vagamente recordé la
expresión de la primera vez. Ese vacío. ¿No lo había
ahora o yo simplemente me había acostumbrado?
Pensé que era una buena pregunta para ilustrar esta
escena en un relato, pero ahí delante, sin relato, las
bragas naranjas y con franjas azules, los pelos que le
asoman, la tengo dura ya sin darme cuenta y me voy a
correr antes, le veo los pelos del coño y me la sudan
todos los putos relatos de este mundo, las bragas
fuera, mierda del orden de los pies, levanta el culo,
coño, me los bajo yo por las rodillas, me entran ganas
de cascármela allí delante y echárselo en los pelos, no
tiembles, coño, nada que no hayas visto antes, abre la
boca le meto la mano muerde le digo me clava los
dientes ay ay y su tercer ay se confunde con mi
descarga de placer pero aún sigo más porque la quiero
preparar bien abrirla bien para la próxima ahora en
círculos mientras sangre de menarquia sangre de
desgarros sangre también que su boca mamadora que
sus dientes han infringido sobre mi mano que le
introduzco y le restriego ya y confundo así las tres
sangres y certifico así su primera ceremonia de la

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Departamento s

comunión. Descargado. Con el control. Primero la


lavo yo mismo. Vuelta atrás. Motivos, dibujos
infantiles. Ten cuidado, que ya es tarde.

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Pablo Macías

Después el silencio. Despertar. Escucho un


lamento, un gemido. Dudo si soy yo. Me palpo. La
sangre de mis ropas está reseca, una venda ha sido
colocada alrededor de mis ojos y mis muñones
empiezan a cicatrizar. No, no soy yo quien gime. El
ayudante. Cómo te llamas. Lamento o risa boba.
Puedes hablar, pregunto. Ahora apenas queda rastro
ya de gemido. Bien, es hora de trabajar. Mejor si no
contestas, pero sabes que me tienes que obedecer.
También te han adiestrado a ti. Cuando necesite
llamarte, lo haré. Con una sílaba. Así que venga,
empuja, llévame. No necesito que hables. Cuando tú
necesites comunicarte conmigo, arrástrate. Empuja.
Rápido. No hay tiempo que perder. Todo medido
aquí. Todo, su tiempo. Producción. Así que acelera,
cerdo Cruf, hedor de mi última arcada, esputo de mi,
digamos, tuberculosis. Sitúame bajo la bóveda, así me
lo enseñaron, enfrente de la cruz. El éxito depende
ahora de mí. Sabes cuál es tu función. Así que ábrela.
De par en par. Ya es la hora. Que entren. De uno en
uno. Que formen una cola detrás. Le pertenecemos.
El primero. Mmmm. Sinfonía. Sinfonía. Un. Dos.
Tres. Un. Dos. Tres. Mmmm. Le pertenecemos a la
organización. No gimotear. No salida. El segundo. El
tercero. Más. Muchos más. Gachas frías, cuando
termina la jornada. Cruf, golondrino tumoroso de mi
sobaco, líquido sucio de mis, digamos, cuencas
vacías, arrastrándote por la habitación. Así cien,
doscientos. No historias, a todos. Evitar la tentación.
Y pan duro para acompañar. Y todos con sus historias

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Departamento s

inútiles. Algunos incluso se mean encima. Se cagan. Y


un hedor a mierda nueva se impone sobre la base
putrefacta que ya se respira aquí. Mil, dos mil. Todos.
Cruz, les digo. Sitúese. Respiro. Y salto. Todos
desesperados. Todos queriendo destacar. Todos me
suplican, sí. Todos hablan del tiempo, de más tiempo.
Todos lo quieren todo cuando vienen aquí.
Escúcheme, por favor, me dicen. Han llegado solos,
pero les falta la fuerza para saltar. Por eso Cruf, injerto
de mis quemaduras, hilo de las suturas de mis,
digamos, muñones, les ayuda. Todos lo quieren todo
para sí. Pero ninguno me ve. Quién, entonces, me
quiere escuchar. Quién se desprende de su tiempo y
me pregunta mi nombre y se acerca a mí y me levanta
el jergón y se sienta a mi lado y me escucha y me mira
sin vomitar. Nadie. Por eso no historias, aunque así me
lo enseñaron. La mía, me dicen, escúcheme. Y yo les
digo no historias. Por eso no historias, no ojos, no
piernas. Porque podría, entonces, ver. Podría, incluso,
levantarme y llegar hasta ellos. Y no puedo. Sería
traición. Incluso ellos, entonces, me podrían ver.
Incluso ellos podrían caminar y llegar hasta mí. Y no
pueden. Por eso, ellos, tampoco no ojos, tampoco no
piernas, aunque de otra forma. Las características
especiales de nuestra organización. Los métodos. Así
que ahora es tu turno. Para qué. No lo dilatemos más.
Tú, cuenta de una vez. Sólo eso, una excepción. Pero
el mismo final. Cuenta con nosotros dos. Cuenta.
Cuenta, te digo. Un dos tres. Sinfonía. Cruz respiro y
salto. Cuenta. Cuenta. Prepárate. Qué te parece,

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Pablo Macías

pregunto. Acaso les cuento yo la mía, pregunto.


Acaso te la estoy contando hoy a ti.

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Departamento s

Y se termina, ¿no? Lo pensé entonces, mientras


aceleraba. Desde luego, canceroso y convicto no me
veía, ya te lo he dicho antes. Tiene que ser así. Pero no
era una imposición. Iba acelerando, conocía la
carretera, y no hubiera aceptado imposiciones.
Simplemente, tenía que ser así. No había pensado con
claridad cómo hacerlo. Había imaginado, eso sí,
pequeñas partes de la maniobra: el movimiento que
tendría que hacer para abrir la puerta del coche, la
fuerza de mi brazo derecho para arrojarla, mis ojos
mirando el retrovisor, su cuerpo rodando. Ahora viene
una señal de estrechamiento de la calzada, una curva a
la derecha, después una pequeña recta. Aquí no. Sabía
el final. Quería que ése fuese el final. No me
preguntes por qué. Imagino que porque quedaba bien
que el coche de su padre le pasase por encima. No iba
a ser yo el único tarado. La sangre por el culo, la
violación de mi sobrina, su asesinato. Todo eso, ya
sabes. Sentir que, quizás, ella se podría haber salvado,
unas quemaduras por el contacto contra el alquitrán,
algunos huesos rotos, si él no le hubiese destripado la
cabeza con la rueda delantera derecha. Si no le
hubiese aplastado el tórax con la trasera. Dos curvas
más, una a izquierda, otra a derecha. No podía ser de
otra forma. Mientras tomaba las curvas, iba sopesando
las soluciones. Conscientemente, las había aplazado
para ese momento. Me resultaba frío decidir mientras
la sodomizaba el día antes o mientras me afeitaba

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Pablo Macías

aquella mañana. Cada cosa tiene su momento. Y el de


ese viaje eran las soluciones. Pensé dirigirme al
barranco, con el coche. ¿Me contabilizarían como
otra víctima del tráfico? Siempre conduje bien, esas
estadísticas no iban conmigo. Lo supe cuando entré
en la recta grande. Aquí sí. Tampoco tenía pistolas, ni
rifles, ni escopetas. En las películas todo el mundo
tiene armas, joder, cuando se quiere pegar un tiro. Yo
no las tenía. Nunca me interesaron. Tenerlas para
esperar, por ejemplo, en un puesto a que el secretario
te haga llegar las piezas. Y tú abatiéndolas. Algunas
tendrías que acertar, claro, si vienen veinte o treinta
de una vez. Ahora debo reducir la velocidad, se han
retrasado un poco. Debo esperar a que se acerquen,
medir bien las distancias. Además, de tenerlas, temía
no matarme instantáneamente sino provocarme una
hemorragia o una muerte lenta y que alguien
escuchase el sonido y llamase a la policía y después
de la policía llegase la ambulancia y la ambulancia
me llevase al hospital y algún médico cabrón me
salvase y muy contento él, hoy he salvado a uno que
se pegó un tiro, diría, son las cosas bonitas que tiene
este trabajo, y usaría el adjetivo bonitas o tal vez
maravillosas, que vaya mierda grandísima de
adjetivos que son, el muy hijo de puta, y su mujer lo
besaría entonces, y es cierto, le diría, o tienes una
gran responsabilidad, o es que eres muy bueno, y lo
besaría, y él a ella, y de nuevo ella a él pero más
fuerte, y follarían, un buen rato jodiendo porque el
muy hijo de la gran puta de su marido ha permitido

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Departamento s

que me salve, mira tú qué bien, la ilusión que me haría,


para que al final los maricones acabasen
desgarrándomelo más en la cárcel. Vuelvo a mirar por
el espejo retrovisor. Le veo la cara a mi hermano. Me
sonríe. Saluda, nena, le digo. Y la nena saluda. Yo
saludo también. Lo llevo muy pegado y estamos al
principio de la recta. Y se me ocurrió la plaza. Cómo no
lo he pensado antes, me dije. Seguirá allí, seguro. La
plaza, claro. Lo vi, ahí sí te digo que lo vi. Me pareció
incluso redondo el final. Creo que hasta lo murmuré, un
final redondo, qué dices, cómo, le dije, que qué dices,
me dijo ella, que qué digo de qué, le dije, nada, déjalo,
vale, le dije. Tampoco me puedo confiar, porque la
recta no es infinita. Voy aumentando la velocidad.
Tengo que conseguir que el coche de mi hermano no
esté lo suficientemente lejos como para que pueda
esquivarla, ni lo suficientemente cerca como para que
la pase de largo. La distancia justa para aplastarla. Ya te
he hablado antes de las leyes de la física, ¿no? Pues
eso. Algo de física sé. Para eso sirve estudiar. Seguirán
niños jugando al fútbol, me pregunté. Seguro. Seguirá
uno centrando desde la banda. Seguirá uno rematando
de cabeza. Seguirá otro parando el cabezazo. Como yo
hacía. Alguna vez, las menos, la verdad. No era hábil.
Los gordos de portero, claro. Y eso no cambia. Todavía,
cuando veo a niños jugando por la calle, me paro un
poco y me fijo. El gordo de portero. Como siempre. Y
lo cierto es que me entran ganas de acercarme y decirle
que no siempre va a ser así, que el día de mañana el del
cabezazo a lo mejor va a ser un desgraciado, camarero

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Pablo Macías

o algo de eso, y que él estudiará informática, y ganará


dinero, y dejarán de darle hostias, y se comprará una
casa, y se follará a su sobrina y será feliz. Pero no lo
hago, claro, imagínate, no quiero que me tomen por
loco. Los niños a esas edades no lo entenderían, ya
les llegará. Acelerando. Se pica, mi hermano. Acelero
aún más y mientras me voy alejando le veo un gesto
de extrañeza, para qué va tan rápido, joder, este tío
está loco, mi hermano tiene cosas raras, ¿verdad?, tú
siempre me lo dices, sí, bueno, como todos, pero es
buen tío en el fondo, todos tenemos nuestras cosas.
Las leyes de la física, ¿sabes? Entonces, como si lo
hubiera ensayado muchas veces, me sitúo en el carril
izquierdo, me inclino, abro la puerta, la empujo, miro
el retrovisor, veo su cuerpo rodando, la rueda
delantera derecha le destripa la cabeza, la trasera le
aplasta el tórax, y todo esto sucede mucho más rápido
de lo que te lo estoy contando, pero estamos llegando
al final y ya estoy en la cruz, y respiro, y salto.

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Este libro se terminó de editar el 20 de Abril de 2011, en Sevilla.
[...] desde el principio hay en su
mirada un tanto de horror,
digamos un treinta o un cuarenta
por ciento, el resto no es otra
cosa, es vacío, y eso es lo que Pablo Macías Partida, natural de
Arcos de la Frontera, Cádiz. 1979.
me asusta, no el horror, que me Escritor inédito hasta la fecha,
colabora activamente como editor en
la suda el horror, cómo cojones los Cuadernos de creación mensual
quieres que esté si está viendo a del sitio web palimpsesto2punto0.

su tío tocarse la polla cada vez


más indisimuladamente, ahora
con la mano ya no en el bolsillo
sino por dentro del pantalón, es
el vacío lo que me horroriza a mí,
lo que me pone a cien, pero a
cien de espanto [...]

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