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Cuaderno de creación Año Cer0

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CUENTOS SIN MORALEJA II Número 5

HASTÍO - IDENTIDAD OBJETIVA Publicación gratuita y abierta

PRÓLOGO, MÉTODO DE COMPOSICIÓN


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AGUIRRE DUARTE - SOY UN POCO DE LUNA
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cuentos
LA BELLA Y LA BESTIA

Feo heredero.
90 – sesenta – 90:
GARBANCITO “¿Por qué le di era
La Bella miél.
nº?”

“¿Por qué le di mi nº?”


Garbancito
“¿Por quédndlestas?
di mi
Garbancito dnd stas?
“¡pesá con los sms!” s
i
“¡pesá
nº?”con los sms!”
Garbancito dnd
stas?
“¡pesá con los sms!”
RAPUNZEL martí n
Boda gitana
“Rapunzel, suelta el pelo”
pañuelo blanco

SOLDADITO DE PLOMO

s “¡Los dos fundidos!”


ú “¡Un solo corazón!”
Pardillo cojo
s
e
a j e l a r o m
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Juan Luis Gavala


[de Ensayos para una puesta en escena]

Prólogo, método de composición

“Aquí pues, es donde el poema tiene su comienzo: al final.”


Edgar Allan Poe

“Hay que tener en cuenta que en el inicio del Universo ni hubo explosión ni
fue grande, pues en rigor surgió de una «singularidad» infinitamente pequeña,
seguida de la expansión del propio espacio.”
Michio Kaku, El Universo de Einstein,
página 109.

“Cualquier teoría científica es más apasionante que una novela”


A. Fernández Mallo

Lo que pasa al final de este libro es que se acaba. Aquí surge el único y
principal dilema que se me planteó cuando decidí que quería abrir el
mismo con un poema prólogo que funcionara como tal y sin embargo,
no modificara el método compositivo global, ni de dicho poema, en
particular. Embebido y convencido de la tradición lírica que me ha
traído hasta aquí, remontándome desde un contemporáneo como
Fernández Mallo hasta un inicio reconocido y reconocible en Poe,
pasando por Gil de Biedma y Charles Baudelaire, he decidido
comenzar estas páginas por el final.

Dicho esto, solo cabe pensar que lo que quiero presentar a partir de
aquí se encuentra premeditadamente desarrollado en el discurso.
Tomando “desarrollo” como objeto, identificable como tinta,
categorizada en materia oscura. Este discurso tiene un proceso teórico-
práctico que empiezo a exponer ahora.

Para la composición del poema me planteé en primer lugar el factor de


la extensión. Dejando, de ahora en adelante, aparcadas las
consideraciones poético-estéticas (lo que Poe llamaría competencia) para
este respecto, me fijé un objetivo acorde sobre todo con un criterio más
realista, en cuanto a social, teniendo en cuenta el número de lectores
bruto, el número de lectores de poesía neto, y los tiempos dedicados a la

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misma según datos estadísticos de distintas agencias gubernamentales, encuestas


editoriales y foros específicos de internet. Con esos valores en la mano fijé como
una extensión aceptable del libro (del poema), un número no mayor de 30
páginas; con un tiempo medio de lectura por página de entre dos y tres minutos.
Ni excesivamente extenso, como para perder efecto; ni tan breve que no llegue a
causarlo.

Resuelto el primer paso, pasé a considerar el efecto. Qué impresión quería


provocar. Qué tono emplear para resolverlo. Tomando el título [Ensayos para una
puesta en escena] como hipótesis referencial, el efecto que se sustrae del mismo es
un alejamiento planificado para dejar expuesto, al descubierto, el escenario donde
se desarrollará la poesía. Vista ésta como resultado de una situación comunicativa
específica, como el área matemática de una pirámide de 4 lados, siendo uno de
ellos, el mencionado escenario, la base de la misma. Los otros tres
corresponderían a los otros sujetos (y digo sujetos) que intervienen en la
situación: el yo lírico, el texto, y el lector. Apelo en este punto y seguido a este
último para que tenga en consideración un objetivo menos general que parte del
sema /prueba/ relativo a la palabra ensayo. Para conseguir hacer creíble este
alejamiento consideré oportuno utilizar un lenguaje propio de la incursión
teórica, con un discurso narrativo, aunque extrañamente versificado. No porque
sean versos originales o raros, sino por estar significativamente medidos en ritmo
endecasílabo (meramente silábico). Este no era un recurso necesario, de hecho es
más bien un guiño artificioso, pero su elección está condicionada a la relación
histórica entre el ritmo poético y la música, y el carácter que tiene esta última de
expresión universal de lo inasible. Inasible es aquí la palabra
clave, la singularidad
insignificante y pequeña, la partícula que provocará la expansión del espacio
propiamente dicho, tal y como ocurre en la combinatoria
entre la teoría de la Relatividad General y las observaciones
de isotropía, y homogeneidad,
a gran escala
de las Galaxias
y los cambios de posición entre ellas que dan lugar, en cosmología física,
a la conocida teoría del Big Bang,
que explica el origen y evolución
del Universo.

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Este universo acaba y comienza en sí mismo


(en tus ojos, que son los míos),
experimentando cambios de fase
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análogos a la condensación del vapor o a la
\congelación del agua, Una imagen
pero relacionados con las partículas es, por lo general,
una representación visual que manifiesta
\elementales, la apariencia de un objeto real,
lo estrictamente inasible como este flash semántico:
la dilatación pupilar la materia negra la mirada
la luz, su efecto,
la sensación a años luz de su origen,
única de extenderse permanente, el sol, y el verano,
estacionado al margen,
por carreteras secundarias sudor, tú y yo hablando sobre el mapa,
al Tiempo. estas leyendas, estos signos,
insectos, sentidos obligados direcciones
prohibidas, intermitentes, destinos físicos:

las otras estrellas, los accidentes


o acontecimientos,
fenómenos, incluso,
como la noche; su luz miótica
a contracción
aunando espacio y tiempo en un valor igual
a la traducción poética
de la brisa en kilómetros hora
más la variable de temperatura,
siempre directamente
proporcional al ángulo
de incidencia de la luz.

La luz la imagen
que arranca en proyección sobre el asfalto,
el objetivo
que nos conduce matemática
fisiológica y silábicamente
a través de las pupilas hacia esa región
finita y negra
que debido a sus características
genera un campo gravitatorio
al que ninguna
partícula material, ni siquiera
los fotones de luz, puede escapar.

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Inma
Ponferrada
1.
[Identidad objetiva]

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2.

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3.

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4.

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5.

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[de Hastío]
Inma Ponferrada

H
Y me dijo
A (fue entonces)
casi sin mirarme
quítate
S ese azul del costado.
Y yo, lentamente, no respondí…
pero antes de eso
fue martes
T púrpura.

Qué quieres que te diga


Í no me avergüenzo fácilmente.
Ahora…
lluvia y nada más.

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Se vende
-
Se alquila
Y si yo no fuera yo…

Si sólo habitara mudanza,


la desidia fuera dueña de mis noches,
la melancolía tomase partido de mis días…
Si mi nombre no me nombrara…
y sonase a eco mudo,
fuera cáscara de huesos…
Entonces
me confundiría
con el devenir
yo
inquilina morosa del olvido.

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Servicios mínimos…
Aritmética absoluta.
Nada a cambio de nada.
Mordiendo el polvo con ahínco.
Amor de préstamo.
Servicios mínimos…
Última instancia.
Escurriendo el bulto.
Piel derretida.
Absurdo castigo corporal.
Servicios mínimos…

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[de Dios y otras mitologías]

L u i s
1. Aguirre Duarte había sido siempre un buen hombre. Una familia bien
cuidada, un perro saludable, una casa bonita. Todo eso se resumía en el
hermoso semblante de catedrático casto y canónigo que lucía, para la envidia
de amigos y vecinos.
Salía muy temprano en su BMW rojo, comprado sin ostentación después
de ganarse un premio gordo de la lotería que, para más tirria colectiva,

P e r e z o
adquirió por puro espíritu filantrópico. Así, la mayor parte de las cosas que
tenía o le pasaban eran resultado directo de una obra benéfica o un sublime
acto de caridad. No podía darle un centavo a niño pobre, porque
increíblemente veía cruzar un billete de 50 ante sus ojos. También la ropa que
donaba a los melindrosos que llegaban a su puerta inmediatamente era
sustituida por algún obsequio, recibido sorpresivamente, por parte de un primo
lejano, quien gustaba de regalar las últimas galas; o resultaba ganador de ese
mentado concurso, donde la premiación consistía en ir a Madrid, gastos
pagos, a los desfiles en la Cibeles.

C e r v a n t e s
Toda esa racha, de naturaleza cósmica, no era lo que obsesionaba a
Aguirre Duarte; por el contrario parecía pasar desapercibido ante su propia
suerte, o como llegó a llamarla su esposa: la mano del Señor, que devuelve
en creses lo que la misericordia ofrenda. Toda su atención estaba en un
pasatiempo oscuro, y aún así bastante noble y meticuloso: Aguirre Duarte era
constructor de templos. Sí, de templos, pero como en estos tiempos no es
común que un hombre ande por allí con el hobby de construir templos en
piedra caliza, él decidió construirlos con paletas de helado. Su colección a
escala era de una cantidad y calidad impresionantes. Llevaba veinticinco años
dedicando íntegros sus fines de semana, más todas las tardes libres, y
cualquier rato de ociosidad; sin alterar jamás sus horas de sueño, ni
demostrar ningún tipo de desesperación. Contaba seiscientos noventa
templos.
Curiosamente comenzó construyendo replicas de templos bizantinos, ya
inexistentes o en ruinas, que describía muy bien un manual de arquitectura de

AGUIRRE DUARTE
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inicios del cristianismo; a los cuales, en sus mejores representaciones,


llegaban a mostrar el mismo estado de desolación que, más de mil años,
marcaban su esencia de templo. Así fue aumentando su colección de
templos con los más importantes diseños renacentistas y románticos. En
esa época, empezó a visitar los templos que había terminado y a conseguir
nuevos proyectos en el devenir de sus viajes: templos olvidados por la
historia del arte, pero que ofrecían para él un nuevo atractivo. Los barrocos
latinoamericanos lo cautivaron tanto como los templos góticos europeos.
Jamás le pareció adecuado para el cristianismo el uso de estructuras
neoclásicas, pero se deleitó con las ruinas de los templos de la antigua
Grecia, los misteriosos templos cretenses, las grutas gnósticas, los
mortuorios monumentos egipcios, las construcciones mayas y aztecas, la
ciudad sagrada Inca, los raros templos babilónicos y la ciudad imperial
china, que se propuso reproducir escrupulosamente, y en la cual gastó más
de diez mil paletas. Ante los templos de las escuelas modernas y
postmodernas mantuvo una distancia desconfiada, aunque en su proceso
de reproducción descubrió un conceptualismo profano que siempre lo
inquietó.
Hizo replicas de todas las iglesias de Maracaibo, las cuales visitó sin
menoscabo de religión, sintiendo que de esa forma pagaba un poco la
deuda moral de no conocerse a sí mismo. Igual tuvo una copia de la
catedral de Coro, la de Mérida y la de Caracas, cuyo reloj mágico era capaz
de detener los terremotos. Puede parecer obsesivo, hasta inútil, pero él lo
disfrutaba al igual que un niño. Profundizaba en los procesos de
construcción, en las teorías arquitectónicas, la simbología de las formas, el
cifrado de los monumentos y decoraciones. Todo esto lo llevó a desarrollar
sus ideas acerca de la direccionalidad de la alabanza a través de la tipología
del templo. Según él, el fluir energético se apoyaba en las estructuras
arquitectónicas para conducir la alabanza al dios preciso, así que cada
religión tendría una morfología diferente para sus templos, dependiendo
también de la localización geográfica y de los materiales con que se gestaba
la obra. Principios básicos de conductividad eléctrica le dieron una idea de
cómo diseñar un templo apropiado para un dios apropiado, todo ello en la
búsqueda finita de obtener lo que pedimos. Pero Aguirre Duarte ya no era el
mismo.

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Su reciente cambio de ánimo, su nueva barba, su poco frecuente aseo


personal, los compromisos académicos que se veían desplazados, todo, era
motivado por su tentativa de confeccionar, a través de un templo perfecto,
un Dios perfecto. Su esposa no sabía a qué horas dormía, o si dormía.
Comía poco, y pasaba todo el día revisando sus creaciones anteriores, para
dedicarse breve, pero intensamente, a su proyecto secreto. Si su
experimento daba resultados, se decía a sí mismo, podría reformular el
concepto que tiene el hombre común de Dios. En primer lugar demostraría
que Dios ha existido siempre. Después sólo sería demostrar que Dios es
maquinal, y que nosotros podemos tener el control remoto. Transcurridas
seis semanas, con la familia en crisis y la sociedad en vilo, Aguirre Duarte
terminó su templo. Después de contemplarlo durante una hora, subió la
escalera, a cada escalón recuperando un poco de cordura y paz, y se dirigió
a su habitación donde su mujer impávida lo vio dormir durante tres días
consecutivos. Despertó un sábado a las tres de la mañana, tomó una
garrafa entera de agua, y se sentó en la mesa del comedor a dilucidar cuál
sería su primera petición, al Dios perfecto.
Tuvo tiempo de bañarse, rasurase, recuperar su imagen y su agenda,
antes de recibir cual epifanía el deseo necesario para corroborar su
construcción. Dos meses después ya estaba seguro de sus palabras; había
sido una decisión difícil, no podía ser algo tan banal como un helado de
chocolate, que tantas veces se le había venido a la mente, o una petición
tan egoísta como la desaparición del dolor lumbar que lo acompañaba
desde la juventud, esa era su cruz y no podía soltarla. Tampoco iba a ser tan
iluso o irresponsable de pedir la paz mundial, ya que los caminos para llegar
a la paz nunca son los más pacíficos. Descartó inmediatamente el hambre,
las enfermedades, los dolores menstruales, el calentamiento global. Se
detuvo a pensar en la muerte. ¿Dios sería capaz de erradicar la muerte? Si,
definitivamente, ya que es una ley terrenal, no divina; pero aun así no se
atrevió a pedir eso, porque creía que todos los hombres debían enfrentarse
a la muerte, soterrar sus pasiones y ambiciones. Sin muerte, los poderosos
querrán ser poderosos por siempre, y se verán amenazados por los pobres,
quienes no querrán serlo por toda la eternidad: se multiplicarían las
cárceles, sólo habría un juego de enroques. Todos los derechos están
levantados sobre el pedestal de la muerte, se decía, habría que comenzar
nuevamente.

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Una de las peticiones que más pensó fue la igualdad. La igualdad entre
los hombres, a tabla rasa para todos. No importaba si todos terminaramos
siendo mancos o tuertos. No importaba que en un santiamén todos
quedasen desnudos en plena vía pública, o que las lujosas mansiones se
convirtieran en ranchos o cuevas. No le importaba a Aguirre Duarte que los
reyes fueran destronados, y por arte del poder divino, se borre del
inconsciente colectivo su inexistente sangre azul. Pero, por un momento, se
preguntó si la igualdad estaba medida de esa manera, tuvo miedo de
sentirse decepcionado al pedir dicha igualdad, pero al salir eufórico a
corroborar su experimento, conseguirse con un mundo exactamente igual al
que dejó fuera de su casa una hora antes.
Por eso, después de tanto pensar, de luchar contra la utopía, que
contrario a lo que piensa la mayoría, permanece siempre dormida en el
alma; después de mostrarse como un hombre sensato, mientras su alma
se debatía entre la locura y la ambición de todo; pasadas todas esas
penas, bastante humanas, concibió su deseo para Dios en la época más
alegre de su infancia.
Bajó a su cuarto de trabajo, se arrodillo frente a su templo perfecto,
pidió, con la fe de un constructor de templos, y luego, con la misma
paciencia con que subía las escaleras al terminar su obra, fue
desarmándola. Pensando en todo el mal que podría hacer ese templo
perfecto, ya que no todos los hombres verán en Dios como el arquitecto del
universo, que es capaz de reconstruirlo, a un costo de vidas y formas, un
peligroso costo, para aquel mundo, que a él le parecía un lugar hermoso, a
pesar de los hombres. Se sintió feliz de hacerlo. Tan solo pensar en las
señoras devotas pidiendo pequeñeces a un Dios tan grande, o imaginar la
ambición humana que, convertida en plegaria, es completamente amoral
para un ser superior; tan sólo pensar eso justificaba su acción. Pero quizá
lo principal estaba en la existencia misma del creador de todo; y allí actuó un
egoísmo natural e inmenso, que no tenía otra justificación: cada quien debía
verificar la existencia de Dios por sí mismo.
Terminó su labor, pero guardó todas las paletas de helado en una caja
especial. Subió las escaleras, miró la luz que entraba por todas las
ventanas, llegó a la habitación, caminó hasta su cama, tendida de blanco,
como a su esposa le gustaba; levantó su almohada y, en forma de flor de
cayena, confirmó la existencia de Dios.

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acelerarían su evolución para que él las


2. SOY UN POCO DE LUNA, se decía viera convertirse en maravillosos
cuando abría los ojos para ver cómo el especímenes jamás imaginados. Sería un
satélite se despegaba del agua dejando un Dios ejemplar, como nunca pensó serlo el
lúcido hilo de luna en la marea del lago. Dios al que ahora él pertenecía, el Dios
Era proporción poética exacta. El que ahora él dominaba porque se hacía
archipiélago de luces que todo hombre parte indispensable de su escala de
espera ver. Él se alimentaba de ello y se administración energética.
sentía luna, porque, a sus ojos, la roca
brillante enviaba esas hondonadas de luz Todo el universo era capaz de girar
directa hacia su cuerpo. en torno a su putrefacta existencia, esa
que se iba carcomiendo con el paso de los
Era un grave problema: él años como se carcome la existencia de
verdaderamente se creía parte de esa masa todos, como se carcome el lago, que ahora
brillante, ya que había leído muy mal no enviaba rayos de luna, sino que se
aquellos enredados libros gnósticos que le sobrecogía ante la altura que el pequeño
inspiraban extrañas ideas acerca de la astro había alcanzado. Pero él, aún en su
retroalimentación del cuerpo con el esquina de mando, contemplaba, se
universo, la transmutación de la energía y aseguraba de que todo continuara en su
todas esas peroratas que van enfermando lugar, su extremo lugar, el sitio que él
a los hombres, que los van llenado de había deparado para todo.
pasiones mustias y perversas, de
esperanzas frágiles de salvación.
Ser parte de la luna era ser parte de
todo, en consecuencia ser parte de Dios.
Siendo Dios podría adentrarse en la
naturaleza del mundo y modificarlo.
Siendo Dios, una parte o el todo, podía
ejercer terrenalmente la comandancia del
universo, quizá ir un poco más allá, y
apoderarse de algunas manifestaciones
más complicadas como la creación de su
propio universo, donde construiría tantas
y tan variadas galaxias, repletas de
planetas habitables y pobladas por miles
de partículas vivientes que con su deseo,

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en este número:
• JESÚS MARTÍN
• Juan Luis Gavala
• Inma Ponferrada
• Luis Perozo Cervantes

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