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Interactiva - Mente

Por Sergio Moriello

La mente no puede considerarse separada del cerebro, como tampoco del cuerpo y del entorno (tanto físico
como social). En consecuencia, se la debe pensar como una unidad conceptual indivisible.

Históricamente fue la Filosofía –y, más modernamente, la Filosofía de la Mente– quien se ha


ocupado del problema cerebro-mente1. En esencia, existen dos tipos de teorías: las dualistas y las
monistas, cada una de las cuales presenta –a su vez– diversas variantes. Sintéticamente, los
dualistas afirman que el cerebro y la mente son “cosas” diferentes, mientras que los monistas
sostienen que son una única y misma “cosa”, aunque consideradas desde distintos puntos de
vista [Taylor, 1979, p. 32].
En las últimas décadas, el enfoque dualista sufrió varios embates, por lo cual ha caído en
desuso. No obstante, aun en el enfoque monista hay detractores: las posiciones extremas tienen
poco fundamento. La teoría que más aceptación tiene –por el momento– es el emergentismo: la
mente se origina a partir de algunos procesos o actividades que emergen del funcionamiento del
cerebro. Pero se debe tener en claro que ambos –mente y cerebro– se encuentran en un estado de
constante flujo, de fluidez, en donde se modifican y reconstruyen continuamente al interactuar
entre sí, “acoplándose” de forma mutua y recíproca [Lewontin, 2000, p. 76/8]. Así, la mente es,
en parte, producto del cerebro y el cerebro es, en parte, producto de la mente. En la actualidad, es
más adecuado considerar ambos conceptos como un algo único, como una unidad conceptual
complementaria, y se habla de sistema cerebro-mente2.

El cerebro
La unidad anatómica y funcional del sistema nervioso, en todos los cordados, es la neurona.
En el hombre, la enorme mayoría de ellas se encuentra localizada en su encéfalo, aunque no debe
olvidarse que están desparramadas por todo el cuerpo. Se estima que el cerebro humano contiene
alrededor de 100 mil millones de neuronas y que cada una de ellas puede establecer hasta 50.000
sinapsis con sus vecinas. Esto significa que el número total de combinaciones podría ascender
hasta 5 mil billones (50.000 sinapsis x 100 mil millones de neuronas), aunque hay que aclarar
que la red no está totalmente conectada y que los contactos no son continuos, sino intermitentes
[Moriello, 2005, p. 20].
1
También conocido como problema cuerpo-alma, materia-espíritu, cuerpo-mente, materia-conciencia, físico-
psíquico, cerebro-conducta [García García, 2001, p. 276].
2
Al igual que otras unidades conceptuales complementarias como materia-energía, corpúsculo-onda, estructura-
proceso o individuo-sociedad [Rodríguez Delgado, 1997, p. 41].

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Las células nerviosas se auto-organizan en redes heterárquicas con niveles de complejidad
crecientes: las interacciones entre neuronas próximas forman “unidades neuronales primarias”
o circuitos locales (que varían en tamaño desde casi 50 hasta 10.000 neuronas), los que a su vez
se interconectan en circuitos mayores, involucrando múltiples regiones en diferentes partes del
cerebro. La organización de estas redes, el “cableado”, se debe al efecto combinado de la
programación genética y el aprendizaje a partir de la experiencia [Freedman, 1995, p. 87]. En el
cerebro humano, la inmensa mayoría de los enlaces es dinámica: tanto las conexiones sinápticas
como las estructuras neuronales se “recablean” (reconfiguran) permanentemente, en respuesta a
la interacción con el entorno y a las experiencias acumuladas a lo largo de la vida. Se dice
entonces que el cerebro se autoorganiza.

La mente
La mente no es únicamente el asiento de la parte cognitiva (razonamientos, creencias,
opiniones, supuestos), sino también de la parte afectiva (sentimientos, emociones, pasiones,
instintos) y de la parte conativa (deseos, motivaciones, intenciones, metas). Si bien –por razones
de análisis– se las separa artificial y abstractamente, las tres “dimensiones” coexisten y son
complementarias. Se trata de una totalidad, un único proceso complejo, aunque el desarrollo de
cada una puede ser paralelo y aunque cada situación y contexto particular puede favorecer la
expresión dinámica predominante de una de ellas por sobre las otras. Por otra parte, la mente no
es algo exclusivamente humano, sino más bien un producto de la evolución biológica. En efecto,
es el resultado de un proceso enormemente largo de complejización creciente que se produjo en
los sistemas nerviosos de las diferentes especies que evolucionaron sobre la Tierra [García
García, 2001, p. 171] [Capra, 1994, p. 97]. Así, los animales simples tienen mentes simples y los
animales más complejos tienen mentes más complejas.
Hay coincidencia en afirmar que la mente es lo que el cerebro hace, aunque no es cualquiera
de las cosas que hace, como –por ejemplo– regular la temperatura interna [Pinker, 2001, p. 51].
Sin embargo, también se debe tomar en cuenta al resto del organismo (el cuerpo), al ambiente
físico y social que le rodea [Damasio, 1996, p. 230] y a la historia personal del individuo. Es
decir, la mente no tiene únicamente una parte evolutiva y otra biológica, sino también una física,
otra social3 y otra histórica. Asimismo, no es posible concebirla como una entidad
“desencarnada” (aislada de un cuerpo), ni “des-situada” (descontextualizada de un entorno).

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El entorno físico es tetradimensional (incluye tres dimensiones espaciales y una temporal). El espacio social, en
cambio, es multidimensional (involucra lo cultural, lo científico, lo religioso, lo legal, lo político, lo económico,
etc.).

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El wetware
A diferencia de una computadora digital convencional que tiene un hardware y un software,
que están separados y diferenciados, y que son fijos y no cambian –o lo hacen mínimamente–, el
complejo cerebro-mente es un sistema auto-organizado que se modifica de manera dinámica y
continua: es –ni más ni menos– el proceso de aprendizaje. Se verifican procesos de nacimiento y
muerte neuronal e, incluso, la propia organización de la neurona y su función –dentro del circuito
neuronal que integra– cambia a lo largo del desarrollo [Maturana y Varela, 2004, p. 124]. En el
caso biológico, el “hardware” (el cerebro, la estructura, el aspecto más estático) y el “software”
(la mente, el proceso, el aspecto más dinámico) están completamente integrados e interactúan
entre sí conformando un sistema fluido, adaptable y elástico, que se desarrolla y modifica con el
tiempo a medida que la persona crece y aprende. En definitiva, al cambiar la mente también
cambia el cerebro y viceversa. Es lo que se ha dado en llamar “wetware” (sustancia o cosa
húmeda), algo –por el momento– inimitable desde el punto de vista computacional [Moriello,
2005, p. 22].
Si bien este wetware puede considerarse –en esencia– como un complejo cableado eléctrico,
también se lo puede pensar como un evolucionado sistema químico. La red neuronal está
sometida a la acción química de hormonas activadoras e inhibidoras, que a su vez son
influenciadas por aquella. Sólo existe una notable diferencia en los tiempos de actuación:
mientras que los impulsos eléctricos tardan segundos en transmitirse desde un punto hasta otro,
los mensajes químicos demoran horas en moverse y, en ocasiones, mucho más. Por otra parte, la
señal sináptica también es electroquímica: aunque la señal generada y transportada por una
neurona es principalmente eléctrica, pasa a otra mediante sustancias químicas transmisoras (los
neurotransmisores) que cruzan el espacio sináptico. En consecuencia, tal vez convendría pensar
al wetware como un complejo y dinámico sistema electroquímico y no sólo como una “simple”
red de neuronas.

La dinámica del sistema


Este proceso continuo, fluido, dinámico y acumulativo que se verifica en el sistema cerebro-
mente es nada más –ni nada menos– que el “aprendizaje4”. Según el psicólogo suizo Jean
Piaget, se trata de un proceso continuo, dinámico e integrado que representa los dos lados de una
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El aprendizaje puede ser cognitivo, psicomotor o afectivo, según se haga referencia al contenido informativo
(aprender qué es un tetraedro), a la destreza motora (aprender a atarse los cordones de los zapatos) o a la conducta
(aprender a vencer un temor).

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misma moneda: la “asimilación” y la “acomodación”. Mientras que la asimilación consiste en
modificar lo que es percibido para que encaje en la estructura psíquica existente; la acomodación
consiste en modificar la estructura psíquica existente a fin de que encaje en lo que es percibido.
Se trata de un proceso que se desarrolla mediante incrementos progresivos a lo largo de una
sucesión de estadios de creciente sofisticación. Sin embargo, está condicionado por el grado de
maduración cerebral: hay muchos conceptos (cognitivos, psicomotores o afectivos) para cuya
adquisición se necesita un determinado grado de organización neurofisiológica.
Los seres vivos se valen fundamentalmente de sus sistemas perceptivos y motores para
aprender. Pero la relación no debería considerarse lineal sino cíclica: la percepción del medio
ambiente externo, por ejemplo, reinterpreta la realidad por medio de la acción motora. En otras
palabras, se produce un proceso constructivo y dialéctico, una realimentación de información, a
través del entorno próximo. Asimismo, no debe olvidarse del funcionamiento interno; existe un
profundo mundo psíquico donde se fermentan ideales, sueños, deseos, necesidades y valores
[Morin, 1999, p. 6]. El sistema cerebro-mente es, en definitiva, una unidad auto-organizada que
está en perpetua elaboración y reelaboración de los datos recibidos y que –con economía de
esfuerzos– debe lograr un constante equilibrio o armonía entre dos tensiones a menudo
contradictorias y antagónicas: sus pulsiones internas y las presiones de su entorno.

El cuerpo
El sistema cerebro-mente forma parte del cuerpo y ambos se integran íntimamente a lo largo
de la vida del individuo5: es el proceso de “desarrollo”. Éste, a través de la corporeidad, se
entrelaza intrínsecamente con el proceso de aprendizaje, ya que el organismo se desarrolla y
aprende al mismo tiempo. Según el neurocientífico portugués Antonio Damasio, “el cuerpo
proporciona una base referencial para la mente” [Damasio, 1996, p. 208], ya que aporta un
contenido indispensable de los mecanismos de la mente.
El cuerpo físico es una excelente herramienta para relacionarse con su entorno próximo y
tener una variada gama de experiencias. Juega un importante rol para que el individuo logre
dicha interacción, sobre todo cuando el entorno físico cambia continuamente como consecuencia
del movimiento de otros individuos. Incluso, algunos filósofos cognitivos (Dreyfus, Johnson,
Lakoff) afirman que la forma corporal es crítica tanto para el pensamiento como para el lenguaje
humano: el hombre piensa y habla en términos de su cuerpo; usa su modelo corporal como
referencia, como punto central de su atención. Y las categorías de la experiencia y del

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Pero no sólo durante ese período (ontogenia), sino que lo viene haciendo desde hace incontables milenios
(filogénesis).

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pensamiento humanos parecen estar determinadas por factores biológicos (junto con los
culturales) [Bertalanffy, 1995, p. 261]. Es decir, no son un a priori universal, sino que dependen
de la organización psicofísica del organismo, desarrolladas a lo largo de millones de años de
evolución. Por este motivo, cada especie biológica tiene una forma particular y única de
“acoplarse estructuralmente” con su medio ambiente local y organizar su “mundo real”.

El entorno físico
Pero si el cerebro-mente y el cuerpo se influencian mutua e intensamente, el conjunto cerebro-
mente-cuerpo también interactúa constante y activamente con su entorno (tanto físico como
social) [Damasio, 1996, p. 93]. Son inseparables e interdependientes; como el sólido y el
espacio, el sonido y el silencio, la figura y el fondo... Es el entorno quien termina de “esculpir”
al encéfalo: cada estímulo y cada experiencia influye en la creación y destrucción de las sinapsis
y los circuitos neuronales. De esta forma, y aunque todos los seres humanos tengan una
estructura cerebral similar (producto de la programación genética), las circunstancias particulares
y el contexto de cada persona, hacen que cada individuo sea único. Así, la cuaterna cerebro-
mente-cuerpo-entorno opera en forma sistémica e integrada: no puede separarse la actividad y el
desarrollo del cerebro de la mente…, ni del cuerpo o del contexto.
En definitiva, el tener un cuerpo físico implica necesariamente estar inmerso en un entorno
físico: un cuerpo no tiene sentido si no está inserto dentro de un contexto, si no se sitúa dentro de
un entorno, si no está entramado con una circunstancia. Es más, el cuerpo debe “acoplarse
estructuralmente” con su entorno a fin de interactuar con él.

El entorno social
Si bien el complejo cerebro-mente-cuerpo se vale fundamentalmente de sus sistemas
perceptivos y motores para interaccionar con su entorno físico, para relacionarse con su entorno
social necesita del “lenguaje” y de los medios de comunicación (ambos son interdependientes).
De esta manera, se organiza y modela por su entorno más inmediato: primero los padres; más
tarde los parientes, vecinos, educadores y amigos; y luego por los libros, los periódicos, las
revistas, la radio, el teléfono, la televisión, Internet, otras culturas, etc.
El lenguaje incumbe –ante todo– a las relaciones entre las cosas y los conceptos. Cada palabra
no sólo transforma el estado de la red conceptual de la persona, sino que contribuye, además, a
construir o a remodelar su misma topología [Lévy, 2000, p. 35]. Su finalidad es permitir la
comunicación. Es el medio principal con el que los sistemas vivientes (y también los

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metavivientes, como las organizaciones) intercambian y comparten información y establecen una
comunión de significados. En efecto, a medida que va aumentando el número de individuos y se
van formando grupos sociales, se acentúa la necesidad de comunicación entre sus miembros, no
sólo a través de grandes distancias, sino también a lo largo de extensos períodos de tiempo.

Bibliografía
1. Bertalanffy, Ludwig (1995): Teoría General de los Sistemas. México, Fondo de Cultura Económica,
10° reimpresión.
2. Capra, Fritjof (1994): Sabiduría Insólita. Conversaciones con personajes notables. Barcelona,
Editorial Cairos, 2° edición.
3. Damasio, Antonio (1996): El error de Descartes. Barcelona, Editorial Crítica.
4. Freedman, David (1995): Los hacedores de cerebros. Santiago, Editorial Andrés Bello.
5. García García, Emilio (2001): Mente y Cerebro. Madrid, Editorial Síntesis.
6. Lévy, Pierre (2000): Las tecnologías de la inteligencia. Buenos Aires, Editorial Edicial.
7. Lewontin, Richard (2000): Genes, organismo y ambiente. Barcelona, Editorial Gedisa.
8. Maturana, Humberto y Varela, Francisco (2004): De máquinas y seres vivos. Autopoiesis: la
organización de lo vivo. Buenos Aires, Editorial Universitaria y Editorial Lumen, 6° edición.
9. Moriello, Sergio (2005): Inteligencia Natural y Sintética. Buenos Aires, Editorial Nueva Librería.
10. Morin, Edgar (1999): Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. UNESCO.
11. Pinker, Steven (2001): Cómo funciona la mente. Barcelona, Ediciones Destino.
12. Rodríguez Delgado, Rafael (1997): Del universo al ser humano. Madrid, Editorial McGraw Hill.
13. Taylor, Gordon (1979): El cerebro y la mente. Barcelona, Editorial Planeta.
14. Varela, Francisco; Thompson, Evan y Rosch, Eleanor (1997): De cuerpo presente. Barcelona,
Editorial Gedisa, 2° edición.

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