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Esposa inadecuada

Las exigencias de su carrera como modelo no le permitirían hacerse cargo de


dos niños pequeños. No obstante, Lorraine Ellis esta decidida a enfrentarse a ese
problema por el bien de su única familia. Después de todo, no toleraba la idea de que
sus sobrinos, quedaran bajo la tutela de unos abuelos que habían ignorado su
existencia hasta ese momento. Por eso se mostró muy agradecida cuando Jason
Fletcher le ofreció ayuda. El era atractivo y encantador… ¿pero seria la respuesta
a sus plegarias?

Capitulo 1
EL brillante Rolls Royce gris se detuvo y el chofer saltó del vehículo para abrir
con presteza la puerta posterior. Una joven alta y delgada salió del auto,
arrebujándose en su abrigo de marta, mientras temblaba de frío. La piel era sedosa, al
igual que el largo cabello cenizo de la chica. Sólo los enormes ojos de color avellana y
los altos pómulos quedaron al descubierto cuando ella se levantó el cuello de la prenda
y se alejó del coche, apoyando un delicado pie delante del otro.
—¡Corte! —gritó una voz estentórea—. Diez minutos de descanso.
Las cámaras dejaron de girar, la máquina de viento se detuvo y la modelo le
sonrió al "chofer" antes de cruzar la calle para charlar con Bud Weston, el director.
—¿Cómo estuvo? —preguntó Lorraíne Ellis.
—Magnífico. Pero haremos otra toma, para mayor seguridad. , Ella se rió porque
Bud, cuyos comerciales habían obtenido varios premios, era un perfeccionista.
Sudarían para repetir esa escena, de modo literal, pues la temperatura reinante
ascendía a treintaidós grados. Sin embargo, era igual de malo que temblar en vestidos
de verano cuando vientos siberianos soplaban a su alrededor.
—Estaré lista cuando tú estés —dijo Lorraine en voz alta.
—Quisiera que fuera verdad —bromeó el director.
Ella volvió a reír y sus ojos se iluminaron dejando entrever, en el fondo de las
pupilas, unos puntitos amarillos. "Ojos de Circe", los llamó un pretendiente rechazado;
"prometen todo y no dan nada". Mejor eso, decidió la chica, a una relación en la que
ninguno de los miembros se comprometa.
—Está bien —ordenó Bud—. Prepárense para la toma final.
Mientras Lorraine se dirigía al auto, el asistente del director corrió hacia ella
con un pedazo de papel en la mano.
—Tu servicio telefónico te envía este mensaje urgente. Debes telefonearle a
Denis Brampton, en Londres. Aquí está el número.
Preguntándose por qué el mejor amigo de su hermano la llamaba, metió él papel
en un bolsillo del abrigo y entró en el vehículo, ansiosa de que la filmación terminara.
Pasó media hora antes que se pusiera en contacto con Denis, desde la camioneta
móvil que servía de vestuario y oficina. Lo que él le dijo le apagó la luz de los ojos y
Lorraine se dejó caer en una silla cercana, incapaz de creer que su hermano y su
cuñada habían muerto en un accidente automovilístico esa mañana, dejando huérfanos
a .Jilly, de cuatro años y a Paul, de ocho.
¿Por qué una deidad bondadosa destruyó a una familia feliz?, se preguntó con
amargura. Porque ellos eran felices, a pesar de las pesimistas predicciones de Lord y
Lady Stanway, los inflexibles padres de Anne, que se negaron a reconocer la
existencia de su hija después del matrimonio.
. —¿Cómo se atreven a considerarte inferior? —había preguntado Lorraine,
furiosa, cuando su hermano se lo dijo. El le llevaba diez años y, desde que ella cumplió
once, al morir sus padres, la había cuidado.
—No me consideran inferior —había replicado Edward—. Creen que Anne es
superior a mí —bromeó—. Y yo aprecio su punto de vista. Después de todo, un actor
que se abre camino no es el yerno que ambicionaban.
Aun después que Paul nació, cuando Edward empezaba a labrarse un nombre, los
padres de Anne no cedieron y, recordándolo, Lorraine aceptó que Paul y Jilly eran
ahora su responsabilidad. Resultaban una carga pesada, pero la soportaría con amor.
A las ocho de la mañana abordó un vuelo a Londres y Denis Brampton la recibió
en el aeropuerto. Su esposa, Sally, había sido compañera de Edward cuando estudiaron
arte dramático y muy pronto se convirtió en la mejor amiga de Anne.
—Sally se quedó con Paul y Jilly —le explicó Denis, con los ojos húmedos, al darle
un abrazo de oso—. No pensamos que resultara prudente traerlos aquí.
—Gracias. Necesito tiempo para recuperarme.
Sin embargo, nada pudo detener las lágrimas de Lorraine cuando los dos niños
corrieron por el sendero del jardín para saludarla, mientras el auto se detenía frente
a la casa. Ambos la abrazaron al mismo tiempo, casi tirándola al suelo, y ella se agachó,
abriendo los brazos para protegerlos.
También resultó muy doloroso entrar en ese hogar, pequeño y acogedor, sin que
Edward y Anne salieran a recibirla.
Lorraine hizo ese pensamiento a un lado y permitió que los niños la llevaran al
dormitorio amarillo y blanco donde la alojaban cuando los visitaba.
—Me haré cargo de mis sobrinos —afirmó más tarde, ese mismo día, ante Sally y
Denis—. ¿Hay algunos requisitos legales que deba llenar antes de llevármelos a
Estados Unidos? Me gustaría partir, después del funeral, lo antes posible.
—¿Te parece sensato? —aventuró Sally—. No soy sicóloga, pero opino que un
cambio tan brusco aumentaría la inseguridad de los chicos.
—También yo —concordó Denis, con su cara pecosa seria—. ¿Por qué no les das la
oportunidad de que acepten la muerte de sus padres, antes de desarraigarlos?
—Pensé que era mejor empezar de nuevo en otro lugar, lo más pronto posible
—contestó Lorraine—. Pero si creen que perturbaré a los niños, me quedaré aquí unos
cuantos meses. Por fortuna, poseo una considerable cantidad en el banco y puedo
tomar unas vacaciones.
—No hay necesidad de que tú pospongas tu regreso —le dijo Sally—. Denis y yo
estaremos muy contentos de cuidar a los niños durante el verano y eso te dará tiempo
para que organices tus cosas.
Aunque le parecía una excelente sugerencia, a Lorraine no le gustaba mucho la
idea de separarse de Jilly y Paul, aun por unos meses.
La imagen de Edward como lo viera por última vez, alto, rubio, sonriente, se alzó
ante ella y su decisión de permanecer con sus sobrinos se solidificó.
—He trabajado como una esclava en Nueva York —asentó— y, después de cuatro
años, merezco un descanso.
—¡Qué descanso, cuidando a dos niños! —repuso Sally, con sequedad.
—No necesitarás gastar tus ahorros —intervino Denis—. Como abogado de
Edward, te diré que le fue muy bien en los últimos años. También compró una póliza de
seguro que pagará la educación de sus hijos.
—Es un consuelo —admitió Lorraine.
—Y otra cosa. Edward empezaba a adquirir fama y el accidente automovilístico
atraerá a la prensa, así que no te sorprenda que los padres de Arme se presenten en el
funeral.
Tuvo razón, pues la figura angulosa de Lord Stanway y la pequeña y regordeta de
su esposa, a quienes Lorraine reconoció por una fotografía que Arme le mostrara,
fueron las primeras que la chica observó en el cementerio, tres días más tarde.
—Señorita Ellis, deseo hablar con usted —la voz de Lord Stanway, aunque
delgada, poseía autoridad, y sus ojos cavernosos la recorrieron con lentitud—. Quiero
que sepa que no tendrá que preocuparse por el bienestar de sus sobrinos. Nosotros los
acogeremos en nuestro hogar.
—No será necesario —replicó la joven con sequedad—. Su padre les dejó una
herencia adecuada y vivirán conmigo en Nueva York.
—Son ingleses y deben permanecer en su patria.
—Los educará alguien que los ama, que ellos conocen y quieren —repuso
Lorraine—. Usted y su esposa son dos desconocidos para ellos. Así lo desearon y ahora
están recogiendo el fruto de sus acciones.
—Le ruego que no nos juzgue, señorita Ellis —intervino Lady Stanway, con voz
temblorosa—. Tenemos tanto derecho a educar a nuestros nietos como usted.
Lorraine sintió una punzada momentánea al contemplar los ojos enrojecidos de la
madre de Anne. Edward le confió que su suegro se opuso al matrimonio y Lady Stanway
debió de apoyar la decisión. Ahora, Paul y Jilly eran el único lazo que la unía a la hija
que perdió.
—Lo siento, Lady Síanway, pero los niños vivirán conmigo.
—Lucharemos por su custodia —ladró Lord Stanway, observando el traje negro,
con un corte impecable, y el maquillaje perfecto de la joven—. No me imagino que
quiera sacrificar su carrera para cuidarlos. Por lo que veo, modelar se ha vuelto el
centro de su vida.
—¡Henry! —objetó su esposa—. Todos demostramos nuestra pena de manera
diferente.
—Una cara pintada y un vestido de última moda no se consideran de buen gusto
en un funeral —persistió el viejo.
Lorraine se dio la vuelta y corrió hacia el auto, destrozada porque su apariencia
había sido juzgada de forma errónea. Hizo un esfuerzo por mostrar la mejor
apariencia posible porque a los niños les encantaba admirar su elegancia, y Edward
también hubiera deseado que se mostrara valiente ante los ojos del mundo.
—¿Te hicieron una escena? —murmuró. Denis, cuando la joven se sentó al lado de
él.
Ella asintió, resumiendo la charla en dos palabras.
—Por desgracia, no será la última pelea —le advirtió Denis cuando la chica
terminó—. Y tienen dinero para vencerte.
—Sus derechos no son mejores que los míos.
—No estés tan segura. Lo que sí lograrán es que un juez decrete que los niños
son pupilos de la corte hasta que se decida su futuro.
—¿Lo cual significa?...
—Que no podrán salir del país hasta que se defina quién será el tutor.
Unos días después, Lord Stanway hizo lo que Denis pronosticara y Lorraine entró
como una tromba en la oficina del abogado, agitando el documento que le habían
entregado esa mañana.
—Pelearé contra él en cada corte de Inglaterra, si es necesario —juró.
—Quizá pierdas —comentó Denis—. Para tu mala suerte, Edward no te nombró
tutora de sus hijos.
—Debe de haber algo que podamos hacer. Paul y Jilly me consideran su única
familia.
—Los Stanway argüirán que los niños se adaptarán a otras personas porque son
muy pequeños, que ellos les darán todas las ventajas materiales posibles y que,
además, crecerán en su propio país. Ese detalle cuenta mucho para la corte.
—Si resulta indispensable, regresaré y viviré aquí—resolvió Lorrai-ne—. Les
puedes informar a los Stanway que le contaré al mundo entero lo mal que trataron a su
hija y que, ahora que ha muerto, no resisten atrapar a los nietos para que corran la
misma suerte.
—No amenaces a nadie —le pidió Denis—. Te ganarás la simpatía de la corte si
actúas con dulzura. Pero si descubro que esa actitud no nos lleva a ninguna parte, nos
pondremos los guantes de boxeo.
Lorraine contempló el rostro serio y bondadoso de Denis.
—Te lo recordaré —le advirtió, y una luchadora de uno setenta y dos de estatura
salió de la habitación.

Capitulo 2
LA cena está lista —gritó Lorraine y su voz apenas se escuchó en medio del ruido
de la habitación—. ¿Qué demonios hacen ustedes dos ahí? —preguntó, cuando el
timbre sonó y ella corrió a abrir la puerta.
Segundos después, dos pieles rojas en miniatura salieron de la sala y se lanzaron
sobre la joven y el hombre que se encontraba en el quicio de la puerta. Sus caritas
estaban pintadas en forma grotesca.
—¡Cállense, los dos! —exclamó Lorraine por encima de los aullidos de guerra, pero
los salvajes no le hicieron el menor caso y subieron por la escalera brincando, mientras
el ruido iba disminuyendo, hasta que casi desapareció cuando la puerta del dormitorio
se cerró—. Lo siento —se disculpó, volviéndose hacia el desconocido.
—¡No importa! —unos dientes blanquísimos brillaron en la cara morena y, de
pronto, Lorraine recordó su apariencia desarreglada. De forma automática se alisó el
cabello y puso un mechón rubio atrás de la oreja.
—Ahora lo llenaste de crema —señaló el hombre.
—¿Qué llené?
—Tu cabello.
Los ojos grises, con una sombra de travesura, vieron a la chica y ella se sonrojó
como una colegiala. Alzó la mano para limpiarse la crema y luego lo pensó mejor;
esperaría a estar delante de un espejo.
—Olvídate de mi cabello —murmuró—. ¿Qué deseas?
—Primero, que pongas una cadena de seguridad en la puerta principal —avanzó y
de repente se encontró en medio del vestíbulo, al lado de ella—. No sabes quién soy
—continuó, frunciendo la boca—; sin embargo, abres la puerta de par en par y me
admites en tu casa.
A Lorraíne le entró pánico momentáneo, pero el hombre sonrió y la chica se
relajó.
—Hablo en serio —indicó él—. Es peligroso que los desconocidos invadan tu
hogar. También debes enseñarles a tus hijos que no charlen con ellos.
Se sonrojó ante ese regaño.
—Estoy segura de que no viniste para darme consejos.
—Cierto. Pero tómalos en cuenta.
A medida que sus ojos se acostumbraban a la luz del atardecer, Lorraine lo vio
con claridad. ¡Era arrebatador! Las facciones varoniles, con los alegres ojos grises,
nariz recta y boca sensual, se equilibraban con los anchos hombros y las caderas
estrechas. También era alto, sobrepasaba a la chica por media cabeza y ella se sintió
pequeña al lado de él, una experiencia que le agradó.
—Vengo a ver al señor Edward Ellis —anunció el desconocido.
A Lorraine le pareció que la había golpeado en el estómago, pues ese simple
propósito le recordó que nunca más vería a su hermano.
—Yo... me temo que él... mi .hermano y su esposa murieron en un accidente —sus
ojos se llenaron de lágrimas y le dio la espalda para ocultarlas.
—Lo siento muchísimo... no tenía idea —el hombre se disculpó—. Acabo de
regresar de Australia y un amigo me pidió que visitara a tu hermano.
—Debes de referirte a James Hartley —supuso—. Representó a Edward cuando
fue a filmar una serie para la televisión.
—No se trata de James —replicó el hombre— sino de un tipo llamado Lawrence.
—No importa —Lorraine retrocedió un paso—. Por favor, quédate y toma algo
conmigo. Disculpa mi apariencia. Estoy preparando la cena para los niños.
Sin un comentario, él la siguió a la sala.
—¿También eres actor? —le preguntó la joven, sirviéndole un vaso de vino, antes
de sentarse sobre el brazo de un sillón.
—No; escribo. Mi nombre es Jason Fletcher.
—¡Novelas de espionaje!
—Acertaste —sonrió.
La modelo lo estudió: el bien cortado traje, los zapatos de Gucci, el reloj Rolex
en la poderosa muñeca; cuando llegó al rostro se dio cuenta de que él examinaba la
habitación y se levantó de un salto a recoger los juguetes tirados en la alfombra, lo
mismo que lápices para colorear y algunos cuadernos.
—No te fijes en este desorden —se excusó—. En las últimas semanas los niños
han hecho lo que les ha venido en gana.
—No arregles el cuarto por mí.
—De todos modos lo hago por las tardes.
El se agachó a recoger un periódico arrugado y se lo tendió.
—No pareces una lectora del Times —observó, seco.
Tenía razón, reflexionó la chica, consciente de su delantal manchado, su viejo
pantalón de mezclilla y su sudadera sin planchar. En su angustia, había puesto poca
ropa en su equipaje, y sabía que no parecía muy elegante.
—No quise ofenderte —agregó él con rapidez—. Cuidar a dos pequeños no es
fácil.
Como si ese fuera el momento de salir a escena, Paul y Jill aparecieron cubiertos
de talco perfumado, que formaba una nube a su alrededor.
—¡Por el amor del cielo! —exclamó Lorraine, al mismo tiempo que Jason Fletcher
se ponía de pie, tratando de quitarse el polvo blanco que se pegaba a su traje.
—Vas a empeorar el problema —le advirtió su anfitriona, incómoda—. Si me
esperas, buscaré un cepillo y...—de repente, lo cómico de la situación la impactó y se
rió.
—Me encanta que mi desgracia te parezca ridicula —gruñó Jason.
Al instante, la chica se puso seria.
—No estoy acostumbrada a ser ama de casa —le confesó.
—Pues espero que aprendas pronto... por el bien de los niños.
—Te preocupas demasiado por ellos —observó ella, acida.
—Con razón. Me permitiste entrar en tu casa... —Reconozco que no tuve
precaución, pero...
—Sólo se necesita un descuido para que ocurra una tragedia. Pudieron
asesinarlos,
—¡No seas melodramático! —lo regañó, irritada—. Eres un total desconocido y no
tienes derecho a sermonearme.
Jilly interrumpió la réplica del escritor corriendo a abrazar a su tía.
—No te enojes, Lorri,
—Claro que no, linda —Lorraine acarició a su sobrina y luego, enderezándose,
descubrió que el hombre la contemplaba con una expresión inescrutable—. Discúlpate
con nuestro huésped por empolvarlo —urgió a la niña.
Jilly miró al intruso, mas no dijo nada. Después se reunió con su hermano en
silencio, mientras Paul seguía escribiendo en un pedazo de papel, tirado en el suelo.
—Han vivido una experiencia traumática —explicó Lorraine al novelista—. Por eso
no les exijo demasiado,
—Nada justifica que no seas firme con ellos. Los chicos necesitan cierta
disciplina para sentirse seguros.
—Hablas como un experto. ¿Cuántos hij...?
—¡Algo se quema! —gritó él y, como un relámpago, desapareció en la cocina.
Un humo espeso salía de la habitación y Lorraine y los niños siguieron a Jason.
, —¡A un lado! —les ordenó, furioso, echando una sartén con aceite en el
fregadero.
—¿Se quemará toda la casa? —preguntó Jilly, ansiosa.
—Claro que no —la consoló Lorraine—. Sólo se dañó la sartén para freír
pescados.
—¿Sólo? —siseó el hombre, con los ojos llorosos—. Si no hubiera estado aquí, la
casa entera se hubiera convertido en cenizas.
—Si no hubieras estado aquí, yo no hubiera estado charlando contigo y hubiera
apagado el fuego.
—¿Cómo pudiste olvidarte de quitar la sartén con aceite de la estufa? —la
acusó—. No viven dos niños en esta casa... ¡viven tres! —sus pupilas se posaron en el
interior de la sartén, llena de restos carbonizados—. ¿Qué es esto, por el amor de
Dios?
—Espinacas —confesó Lorraine, extendiendo la mano para vaciar la sartén.
—¡Cuidado, está caliente! —gritó Jason.
Pero era demasiado tarde y ella, con un grito, la dejó caer al sentir que se le
quemaban los dedos.
El novelista lanzó una maldición.
—¿Dónde guardas el botiquín de primeros auxilios?
—No tenemos.
—Entonces, un cubo de hielo.
Sin esperar respuesta, el hombre abrió la llave de agua fría y le puso la mano
lastimada debajo, luego sacó unos hielos del refrigerador. Los colocó en un pañuelo
blanquísimo y lo amarró alrededor de los dedos de la chica. Aun a través del dolor,
Lorraine notó que su huésped tenía unas manos muy hermosas y vellos negros y finos
en sus muñecas.
—Creo que soy un completo fracaso —musitó, a punto de llorar por el ardor y el
miedo.
—Ahora, ¿quién es melodramática? —la reprochó Jason. Estudió los senos bien
definidos, sin sostén, debajo de la sudadera, y la suave curva de las caderas
enfundadas en el pantalón—. Estoy seguro de que aprenderás pronto.
—Eso espero —rezó con fervor—. Todo esto es nuevo para mí. Trabajo de
modelo en Nueva York —agregó— y vivo en un apartamento moderno que una sirvienta
maravillosa me arregla cada día.
—No me sorprende que esta nueva situación te parezca difícil —comentó Jason
Fletcher con sequedad.
—Tengo hambre —gorjeó Jilly.
—Yo también —añadió Paul—. Me podría comer un caballo.
—Hoy no cociné caballos —sonrió Lorraine y abrió la alacena. Varias latas de
comida... frijoles, spaghetti, sopas y ejotes cocidos... cayeron al suelo y los niños se
desternillaron de risa.
—No es precisamente una cena cordón bleu —dijo la chica, mientras recogía una
lata de ravioles—, pero es mejor que espinacas quemadas.
Por un instante las facciones del escritor permanecieron rígidas, después le
tembló la boca, dejó de fruncir el ceño y se rió. Los ojos grises brillaron, la línea de
los labios se suavizó y su arre altanero desapareció. A primera vista, Lorraine lo
consideré guapo... ala segunda, fabuloso.
—De verdad, me disculpo por este caos —repitió, señalando la cocina con su mano
vendada—. Alimentaré a los niños y limpiaré todo.
—Te ayudo.
—Desde luego que no. Sé cómo usar una escoba y una sartén.
—¿Alguna vez modelaste con ellos? —bromeó Jason y ella se rió y negó con la
cabeza.
—Hago anuncios de productos de lujo... pieles, joyas, maquillaje. Me atrevo a
decir que te cuesta trabajo creerlo —agregó, recordando su apariencia.
—Te equivocas. Anuncias de manera muy efectiva una nueva línea de sombra para
ojos —con delicadeza le pasó un dedo por una ojera y le mostró el hollín que la
ensuciaba—. Resultaría menos complicado si te dedicaras a modelar y dejaras que
alguien preparado educara a tus sobrinos.
—No hay nadie más que yo —le informó, helada, enojándose por esa crítica.
—¿No hay otros parientes?
—Ninguno que los quiera tanto —afirmó—, y amor es lo que más necesitan.
—Amor y ravioles enlatados —le recordó, irónico.
—¡Lo cual es mucho mejor que un filete sin amor!
—De acuerdo.
Con un gesto burlón de despedida, Jason se fue y ella colocó la lata sobre la
mesa con violencia. ¿Cómo se atrevía un perfecto desconocido a invadir su hogar y
convertirse en juez y jurado de los actos de ella?
Sin embargo, no le faltaba razón, reflexionó la joven más tarde, cuando Paul y
Jilly estaban en sus camas y ella se arrastró, exhausta, hasta la sala. Prefería diez
sesiones de modelar a pasar otro día igual en esa casa. Pero una vez que estuvieran en
Estados Unidos, organizaría las cosas de manera diferente. Lo tendría que hacer o no
podría continuar con esa carrera,
Era importante que no desperdiciara el tiempo y que en los cuatro o cinco años
siguientes ganara tanto dinero como fuera posible, antes que otras modelos más
jóvenes la sacaran del escalafón de más altos ingresos. ¿Qué haría entonces con su
vida? Le preocupaba su futuro, pero en ese momento no podía resolverlo. Lo primero,
primero. Y el siguiente paso sería preparar a los niños para que se mudaran a Estados
Unidos.
Bostezó, apagó las luces y se dirigió hacia el vestíbulo, para comprobar que la
puerta principal estuviera cerrada. Al hacerlo, pensó en Jason Fletcher.
Le pareció un hombre extraño. Unos segundos después de conocerla, ya se había
hecho cargo de ella, curándola y aconsejándola con igual imparcialidad. Resultaría un
marido difícil de soportar, concluyó, y se preguntó si estaría casado. Lo más seguro
era que sí. Hombres guapos, cuyo talento les proporcionaba riquezas, no permanecían
solteros hasta pasados los treinta años.
Al terminar esa reflexión suspiró y se metió en la cama.

Decidida a probar que era capaz de dominar el frente doméstico, Lorraine


compró libros sobre educación infantil, cocina y labores manuales.
—Te exiges demasiado —comentó Sally, cuando la visitó una tarde, para ver sus
progresos—. Aprende a caminar antes de correr..
—Me conformaría con gatear. Soy un caso perdido, Sally!
—¡Tonterías! Los niños están felices, ¿no? Así que, ¿a quién le importa que la
casa esté sucia y la comida no sea la de un gourmet?
Lorraine no contestó, comprendiendo que su amiga la consideraría una idiota si
admitiera que quería aprender a ser eficiente para que la felicitara un guapo ejemplar
del sexo masculino, al que con toda seguridad no volvería a ver en su vida. Basta ya de
pensar en Jason Fletcher, se dijo, saboreando una taza de café y agradeciendo a Sally
que hubiera llevado a Paul y Jilly al zoológico, con sus hijos.
Una serie de ruidos la atrajeron hacia la ventana. Un camión de mudanzas estaba
estacionado frente a la casa contigua y el chofer bajaba cajas con libros, una de las
cuales había caído al suelo, derramando su contenido. Un hombre alto examinaba el
desastre, y el corazón de la chica se detuvo al reconocer a Jason Fletcher. ¿Qué hacía
ahí?
Segundos después, Lorraine salía de la casa e iba al encuentro de Jason, sin
importarle su cara sin maquillaje y su cola de caballo.
—Hola —lo saludó al llegar a la reja.
El se enderezó y le sonrió. Le pareció más guapo a plena luz, con sus pantalones
de lino color crema y una camisa café, desabotonada en el cuello.
—¿Qué te trae por aquí? —quiso saber ella.
—Me estoy mudando. Cuando te visité la otra tarde, descubrí un anuncio de "se
alquila" en esta casa y, como necesito terminar un libro en cualquier cueva silenciosa,
decidí que fuera esta.
—¿No te atemoriza que seamos vecinos? —bromeó.
—Al contrario, mataré dos pájaros de un tiro. Escribiré mi novela y protegeré a
dos huerfanitos. Y, hablando de protección, dejaste la puerta abierta de nuevo. Los
niños pueden salir corriendo a la calle.
—Fueron al zoológico —replicó, fría.
—¡Oh! ¡Metí mi cuchara de nuevo!
El cálido brillo de los ojos grises al mirarla borró el mal humor de la joven.
—Si me permites —continuó él, agachándose para recoger los libros que todavía
estaban sobre el pavimento—, tengo mucho trabajo.
—¿Necesitas ayuda? —inquirió Lorraine.
—Si insistes —sonrió—. Pero no levantes cajas demasiado pesadas.
—¿Te parezco débil?
—No. Sin embargo, nunca me imaginé a una modelo levantando pesas.
Ella lo fulminó con la vista, por encima de la maceta que llevaba en las manos.
—Quizá parezca que un soplo de viento puede arrastrarnos, señor Fetcher, pero
las modelos somos tan fuertes como bueyes para resistir algunos horarios de trabajo.
Trate de posar durante cuatro horas en un estudio fotográfico y luego cruce la ciudad
para modelar quince diferentes vestidos para un diseñador nervioso.
—No quería ofenderte —replicó Jason de prisa—. Lo siento.
Magnánima, llevó la maceta al interior de la casa.
—Este lugar empieza a parecerse a un hogar —sentenció Lorraine una hora más
tarde, cuando el camión de la mudanza se había ido y el escritor acomodó los pocos
muebles que había llevado con él: un sofá de cuero, un escritorio, varias acuarelas y
dos libreros.
—Las casas amuebladas no tienen lo que necesito y no puedo trabajar hasta que
la atmósfera me agrada.
—Me sorprende que no poseas tu propio apartamento en Londres —comentó ella.
—Tengo uno en Albany.
Era un rumbo prestigioso y la impresionó.
—Entonces, ¿por qué alquilaste esto? —señaló con la mano a su alrededor.
—Mis amigos no sabrán dónde localizarme. Cuando escribo, me gusta decidir
cuándo deseo que me distraigan.
Lorraine no estaba segura de que no le estuviera advirtiendo, con mucha
diplomacia, que guardara su distancia, y luego decidió que no. ¿Para qué, si apenas se
conocían?
—Te dejo para que termines de arreglar tus cosas —murmuró—. ¿Algo más,
antes que me vaya?
—No, gracias. Ya llené el refrigerador y el congelador de víveres.
—¡Qué organizado eres!
—He vivido solo desde que tengo veinte años. ¿Y tú? ¿Vives sola en Nueva York?
Considerando que esa era una manera menos diplomática de averiguar si tenía
novio, Lorraine contestó de forma casual:
—Sí, pero salgo mucho a comer —ya estaba en la puerta, cuando él habló de
nuevo.
—¡Leche! Es lo único que se me olvidó.
—No hay problema. Te traeré una poca.
La joven corrió a su casa y regresó unos momentos después con la cola entre las
patas.
—Lo siento, sólo queda suficiente para el desayuno de los niños.
—No te preocupes… usaré leche en polvo. Siempre guardo una lata, para las
emergencias.
Lorraine tuvo la impresión de que Jason quería mostrarle lo incompetente que
ella era, pero descartó la idea por paranoica.
—Permíteme hacerte un café, por lo menos —le pidió.
—Me parece estupendo. Pero prefiero té.
La chica desapareció en la cocina y cuando regresó le tendió uno de los tarros
que llevaba en las manos.
—¡Qué extraño color! —comentó el escritor, observando el líquido y torciendo la
boca, como si tratara de no reírse.
—No encontré la tetera, así que herví el agua en una cacerola.
—No la dejaste hervir lo suficiente.
—Te haré otra taza —le ofreció.
—Esta está bien. Cerraré los ojos cuando beba.
Consciente de su falta de habilidad para ejecutar la más simple tarea doméstica,
Lorraine bebió su té, el cual tenía un sabor adecuado, según su opinión, y dejó que él
terminara de sacar sus cosas.

Las tribulaciones de Lorraine como ama de casa continuaron molestándola en los


días siguientes, lo cual se exacerbó con las visitas de Jason a las horas más
imprevisibles, cuando Jilly y Paul se portaban peor que nunca.
Pero poco a poco la joven dejó de preocuparse porque ni la casa ni su propia
persona estuvieran listas para recibir visitas, y después de las primeras veces, ya no
se disculpó por la apariencia de ambas. SÍ el desorden y el ruido irritaban a Jason,
bien podía mantenerse a distancia. No, no quería pensar en eso. Le agradaba verlo y se
estaba acostumbrando a los ácidos comentarios acerca de su desorganización.
—Pareces exhausta —afirmó él una tarde, cuando llegó a pedir prestado un
martillo.
—Lo estoy —Lorraine se volvió a medias desde la estufa, donde asaba unas
costillas
—Aquí está el martillo! —gritó Paul, esgrimiéndolo en el aire.
—Golpearas a alguien, si lo llevas de esa manera —le advirtió. Lorraine y justo a
tiempo se lo arrebató, en el mismo instante en que Jilly entraba corriendo por la
puerta opuesta.
—Pensaste con rapidez —murmuró Jason y Lorraine se sintió encantada. Por fin
había logrado que la alabara.
—Deja que yo le dé el martillo a Jason —la voz de Jilly subió una ir octava al
empujar a su hermano.
Paul se vengo con un empellón que mandó a la niña al suelo y los chillidos de Jilly
resonaron por toda la casa.
—Pobrecita! —exclamó Lorraine, inclinándose, pero Jason la detuvo con una mano
de hierro.
—¡Basta, Jilly! Y tú, quédate quieto, Paul —ese tono estentóreo hizo que el
silencio remara en un instante—. Lávense las manos, los dos, siéntese ante la mesa,
hasta que esté lista la cena.
Dóciles como corderitos, obedecieron y Lorraine le lanzó a Jason una mirada
agradecida.
—Siento no poderte invitar, pero sólo cociné un par de costillas para los niños.
¡Oh! —dio media vuelta para examinar su obra, temerosa de que se hubiera quemado
de nuevo. ¡Por favor, Dios misericordioso, no enfrente de Jason!
—No me puedo quedar —replicó él, adivinando la agitación de la chica—. Comeré
fuera. Pero te traeré una de mis cenas chinas especiales mañana por la noche, para que
no cocines.
—A mí me gusta mucho el cerdo agridulce —le informó Paul.
—A mí también —lo apoyó Jilly.
—Y conmigo, somos tres —agregó Lorraine, fascinada con el ofrecimiento de
Jason, aunque no tenía nada que ver con la comida—. ¿Hago una sopa o un postre?
—indagó.
—Nada, gracias, mereces un descanso.
—Pensaste con rapidez, Fletcher —bromeó Lorraine y él le acarició la barbilla y
se fue.
Al día siguiente, la joven arregló la casa, diciéndose que las burbujas de felicidad
que explotaban en su cuerpo no se relacionaban con Jason y sabiendo que mentía con
toda su lengua.
A mediodía recogió a Jilly en el jardín de niños y, mientras comían, pensó en qué
ropa se pondría para esa noche. Por fortuna, ya le habían enviado algo de su elegante
ropa de Nueva York.
A las seis, los niños tenían los pijamas puestos y veían televisión bajo la amenaza
de que, si se ensuciaban o desordenaban la sala, no habría cena.
Eso le permitió a la joven embellecerse, y al terminar, concluyó que si Jason no
sufría un síncope cardiaco al contemplarla, significaría que estaba hecho de piedra.
Arreglaba un florero con rosas cuando él llegó. Paul le abrió la puerta, con aire
importante, lo que hizo sonreír a la chica, y su sonrisa se acentuó al oír que su sobrino
decía:
—Supongo que quieres meter la comida en el horno. Mi tía ya lo encendió.
—¡Magnífico! —exclamó el escritor—. Se está convirtiendo en una buena ama de
casa.
"¡Lo voy a matar!", se prometió Lorraine, furiosa, y luego, alisándose el vestido,
comprendió que podía hacer algo mejor. Conteniendo el aliento fue hasta la cocina, al
mismo tiempo que Jason cerraba el horno.
La contempló alelado y después de una eternidad tragó saliva.
—¡Eres algo serio! —musitó él.
—Gracias —respondió la chica.
Jason también era digno de contemplarse, pero lo que más atraía a Lorraine no
se centraba en el físico., sino en la fuerza interior que él exudaba.
—¿Te ofrezco una copa? —preguntó ella.
El asintió y la siguió a la sala. Pero cuando la modelo sacó dos copas, Jason le
presentó una botella de champaña.
—Oh, trajiste tu propia bebida.
—Como dice el lema de los niños exploradores: vine preparado.
Lorraine se rió y observó cómo descorchaba él la botella y servía el burbujeante
liquido. Su placer al paladearlo aumentó cuando Jason les sirvió a los niños jugo de uva,
con una solemnidad que le cerró la garganta a la joven. ¡Qué amable y sensible se
mostraba él ante las necesidades de los pequeños! Sería un padre maravilloso.
—Tengo hambre —anunció Jilly.
—Siempre tienes hambre —repuso Jason, dirigiéndose a la cocina con su copa en
la mano—. Pero, por suerte para ti, me he esclavizado todo el día cerca de la estufa.
Riéndose, los niños lo siguieron y, cuando Lorraine trató de sacar los platos del
horno, él la hizo a un lado, informándole que esa noche era la señora de la casa.
—Y una que te admira muchísimo —comentó ella, observando el pato pequinés, las
costillas de cerdo agridulce, los fideos con salsa canto-.esa y la montaña de verduras
al vapor—. De verdad te has esclavizado.
Los ojos de Jason no se atrevieron a verla y ella adivinó la verdad.
—¿Dónde lo compraste? —musitó.
—En la Casa de Bambú —replicó él, sin que los niños lo oyeran.
La chica se tambaleó. La habían invitado a la sucursal de ese restaurante en
Nueva York y sabía que esa comida le había costado una fortuna al escritor. Una vez
más le descubría que era un hombre de mucho éxito. Con demasiado éxito para perder
el tiempo en una joven con dos sobrinos. Sin embargo, eso era precisamente lo que
hacía, y ella se sintió en las nubes.
—Eres un encanto, Jason —le dijo, con sinceridad—. De verdad aprecio este
detalle.
—Entonces, valió la pena.
Sus miradas se encontraron y el color tino las mejillas de la chica. Lorraine les
sirvió a los niños con rapidez y luego a ella misma. El silencio reinó mientras el hambre
se satisfacía, pero pronto Jilly y Paul volvieron a charlar con Jason, quien contestaba
sus preguntas con tanta seriedad como si se tratara de dos adultos.
—Quiero otra costilla —exigió Jilly, agitando su tenedor en el aire.
Lorraine se la iba a servir, cuando la mano de Jason la detuvo.
—Te olvidaste de decir las palabras mágicas, Jilly.
—¿Qué palabras?
—Porfavor —gritó Paul, triunfante—. Siempre se le olvidan, pero a Lorri no le
importa.
—Jilly nunca volverá a olvidarlas —sonrió Jason—. ¿Verdad, corazón?
—Nunca —replicó la niñita, tan avergonzada que Lorraine se inclinó para
acariciarla.
Al enderezarse, se topó con los ojos de Jason y descubrió que las pupilas se
oscurecían... ¿de deseo? Nerviosa, apartó la vista.
—Tía, ¿me sirves por favor más pato? —le pidió Paul.
—A mí también —ordenó Jason, tendiéndole su plato.
—Di por favor —lo regañó Lorraine y los niños se carcajearon cuando el escritor
se puso de rodillas y bajó la cabeza, humillado.
Consciente de que su huésped había olvidado las palabras a propósito, la invadió
el deseo loco de abrazarlo. ¡Cielos, si no se dominaba, terminaría por enamorarse de él!
A las ocho y treinta la mesa parecía arrasada, como si una plaga de langostas
hubiera pasado sobre ella. Paul y Jilly apenas podían mantener los ojos abiertos.
—Hora de irse a la cama —indicó Lorraine.
—¿Nos cuentas un cuento? —le rogaron al unísono.
Asintió y subió por la escalera con un sobrino en cada mano.
—Limpiaré la mesa y me iré —señaló Jason.
—Por favor, no te vayas... no te vayas a molestar lavando los platos —rectificó la
joven, para que él no creyera que deseaba que pasara el resto de la noche con ella.
—¿Me leerás un libro, como mi papá? —le pidió Paul a Jason.
—Desde luego —respondió al instante—. En un rato subo.
Lorraine estaba en la mitad de una historia sobre el Amazonas, cuando Jason
entró en el cuarto. La joven desocupó su lugar y le tendió el libro, moviéndose hacia la
ventana. La voz resonante del hombre continuó la aventura y, cuando terminó, los niños
estaban dormidos.
Lorraine los besó, preguntándose qué sentiría si tuviera un esposo y sus propios
hijos. Un esposo como Jason. El pensamiento la hizo tropezar y el novelista la sostuvo,
lo cual aumentó la confusión de la joven. Antes que él descubriera que temblaba, se
dirigió a la cocina con rapidez, para encontrarse con que relucía de limpia.
—¿También contrataste a una sirvienta en el restaurante para que lavara los
platos? —bromeó, ansiosa de aligerar el ambiente.
—No, tengo la exclusiva de ese mérito —le hizo una reverencia—. Pero si
preparas café...
—Desde luego. Y te prometo que es mejor que mi té.
Llevaba la bandeja a la sala cuando sonó el teléfono y Jason lo contesto.
-De Sydney, Australia —le indicó y, curiosa, Lorraine tomó el auricular.
Pasaron varios minutos antes que colgara y, notando que los ojos de ella brillaban
con lágrimas contenidas, él levantó una ceja.
—¿Malas noticias, Lorraine?
—No, pero esa llamada me trajo recuerdos. Era James Hartley. Acaba de
enterarse de la muerte de Edward y me llamó para decirme cuánto lo siente.
—¿Hartley? Ese nombre me parece conocido —comentó Jason.
—Te lo mencioné el día en que nos conocimos. Dijiste que te habías encontrado
con un actor, amigo de mi hermano, en Australia y asumí que era James,
—Ah, sí, ya recuerdo.
—Parece que consiguió un contrato en la televisión británica —continuó la
chica—, y vendrá a Inglaterra para la filmación. Me gustaría volver a verlo. Yo tenía
diecisiete años cuando Edward me lo presentó —no mencionó que existía otra
dimensión en la actitud de ese hombre hacia ella, que además de que la consideraba la
hermanita de un colega, lo atraía como mujer.
-Toma una trufa —Jason interrumpió los pensamientos de Lorraine, ofreciéndole
una caja de los mejores chocolates suizos.
—Mmm, deliciosa. Me estás consintiendo demasiado.
—Creí que estabas acostumbrada.
Ella no sabía lo que encerraba esa insinuación e iba a preguntarlo cuando el
telefono sonó de nuevo.
—Lamento tantas interrupciones —murmuró y, aunque la llamada era importante,
prefirió decir que ella la devolvería a la mañana siguiente.
—No debiste posponerla por mi causa —le dijo Jason—. Me gusta oír la mitad de
una charla. Ejercito mi imaginación al escuchar sólo a uno de los hablantes.
—Resolveré todas tus dudas —señaló ella, riendo—. Me telefoneó Belinda Pearce,
de la agencia del mismo nombre, para informarme que me consiguieron trabajo aquí. Yo
le envié mis fotos con anterioridad y me asegura que no habrá problema.
—Excepto por los niños —replicó Jason—. Apenas te das abasto. ¿Crees que
puedas sobrellevar las obligaciones de tu carrera de modelo?
—Ya me las arreglaré. Millones de madres trabajan en esta época. Además, los
niños están en la escuela.
—¿Necesitas dinero? —inquirió Jason.
—No soy millonada —contestó ella con sequedad—. Y cuando me lleve a los niños
a Estados Unidos me mudaré a una casa en los suburbios, lo cual implica que deberé
pagarle a un ama de llaves, pues mi agencia se encuentra en la ciudad.
—¿Cuánto tiempo has modelado?
—Desde que tenía dieciocho. Intentaba asistir a la universidad, pero me quedaba
un año libre, que decidí pasar en el continente, trabajando para pagar mi viaje...
—Y te descubrió un fotógrafo, mientras servías las mesas de un café de París.
—De Amsterdam, en realidad. Era un hombre con aspecto siniestro y me pidió
que posara para él.
—AI desnudo.
—No me parece chistoso ese comentario.—repuso, sonrojándose,
—Perdóname —para su sorpresa, Jason se sonrojó también—. Por favor,
continúa.
—Pues, Hans mandó mi foto a un concurso que organizaba una de las principales
casas de moda y gané el primer lugar. El resto, como dicen, es historia.
—¿A tus padres les agradó tu decisión de convertirte en modelo?
—Murieron cuando yo tenía once años. Pero mi hermano insistía en que siguiera
estudiando. La única razón por la que no accedí fue porque deseaba mantenerme sin
ayuda. Edward todavía no destacaba como actor y tenía una esposa y un bebé que
sostener y yo no quería ser una carga por más tiempo —su voz se tornó en murmullo—:
Era un hermano maravilloso y por ese motivo jamás dejaré que me quiten a los niños. El
hubiera deseado que formaran un hogar conmigo.
—Entiendo lo que sientes—afirmó Jason, compasivo—. Pero la familia de tu
cuñada debe tener ciertos derechos también, ¿no es así?
—Los perdieron con su comportamiento mezquino.
—¿De qué forma?
—Desheredaron a Anne cuando se casó con Edward.
—Quizá pensaron que él la quería por su dinero —opinó Jason, frotándose la
mandíbula.
—Nadie podía pensar eso una vez que conociera a mi hermano. Era una persona
honorable y un trabajador incansable. Cuando Jilly nació él ya tenía cierta fama y al
morir ganaba mucho dinero... —se interrumpió, luchando por conservar la calma—.
Resulta extraño que Anne y mi hermano murieran de un modo casi igual al de mis
padres, como si así lo hubiera decretado el destino.
Jason guardó silencio y, dándose cuenta de que el alegre tono de la velada se
estaba destruyendo, Lorraine cambió de tema.
—Ya basta de hablar de mi familia... cuéntame de la tuya.
—No hay mucho que contar. Fui hijo único; mi padre murió cuando yo tenía ocho
años; mi madre se volvió a casar y vive en España.
—¿Heredaste de tu padre el talento para escribir?
—El no lo hubiera considerado un talento. Juzgaba a los artistas y escritores
como anormales, trastornados... —replicó, de buen humor. Se rascó la mejilla y
preguntó—: ¿Has pensado en contratar un ama de llaves aquí en Inglaterra?
—¿Para qué?
—Sería una buena solución, si prosigues con tu carrera de modelo.
—Y también la más cara —objetó Lorraine—. Aparte de que esa especie es más
difícil de encontrar que el polvo de oro.
—Me voy —anunció Jason después de asentir y se puso de pie— Pareces cansada.
Ella lo acompañó hasta el vestíbulo, desilusionada de que se fuera temprano.
Carecía de vida social en ese momento y le agradaba la compañía de ese hombre
interesante.
—Gracias por una cena estupenda, Jason, y por dedicarnos tu tiempo.
—Es un placer. Los niños me parecen encantadores —le acarició la mejilla con un
dedo—. Y la tía más.
—Muchas gracias por su amabilidad, señor —ella le sonrió y logró mantener esa
mueca hasta que cerró la puerta. Sólo entonces lloró por la felicidad perdida, por el
hermano y la cuñada a quienes nunca vería.
También lloró por ella misma. Hacía unas semanas era una joven elegante,
independiente y libre. Ahora estaba convertida en la tía frustrada de dos niños
pequeños, que se había enamorado de un hombre que no la quería.
"Basta de quejas", se regañó. "Si estuvieras en Nueva York, rodeada de amigos,
ni te acordarías de Jason".
Mentira, musitó una vocecilla. No importaría dónde, ni con quién estuviera, se
acordaría de él.
Después de admitirlo, subió por la escalera y se metió en la cama.

Capitulo 3
JASON, continuando con su papel de mentor, llamó a Lorraine al día siguiente
para decirle que conocía a un ama de llaves que se encargaría de los niños.
—Se llama Margaret Drummond y se retiró para cuidar a su madre, pero ahora
está libre y ansiosa de volver a trabajar. Te telefoneará para que concierten una cita.
El colgó antes que Lorraine pudiera hacer un comentario, y apenas ella dejó el
aparato en su lugar, volvió a sonar. Al oír una voz femenina al otro lado de la línea,
decidió que la señorita Drummond era tan eficiente como el hombre que la
recomendaba.
Esa tarde, a las cinco, tuvieron su primera entrevista.
—¿Por qué desea trabajar conmigo, pudiendo conseguir una posición mejor
pagada? —inquirió la joven a la regordeta cincuentona.
—Me gusta que me traten como a un miembro de la familia —contestó con
rapidez.
—Eso se lo garantizo —sonrió Lorraine—.Aunque mejor le advierto que mis
sobrinos son un par de traviesos.
—El señor Fletcher lo mencionó —la atajó la señorita Drummond^—, y no me
preocupa en lo más mínimo.
Como si los llamara a escena, los niños entraron corriendo del jardín pidiendo su
té. Lorraine los presentó a la señorita Drummond, quien les sonrió pero no trató de
ganárselos.
—Acompáñenos a tomar el té —le pidió la joven y Margaret de inmediato aceptó
y estableció su suave autoridad en la cocina. Decidiendo que no podía dejar escapar a
ese dechado de virtudes, Lorraine la contrató en ese momento y la sirvienta le indicó
que empezaría a trabajar al día siguiente.
La chica sintió que un peso terrible se le quitaba de los hombros. Y todo gracias
a Jason. Dominando el impulso de correr a abrazarlo, le telefoneó, -
—Tenías razón acerca de la señorita Drummond —le dijo, sin preámbulos—.
Empezará mañana y, en cuanto establezcamos una rutina, te invitaré a cenar, para
corresponderte.
—Olvídalo —replicó él—, me gusta ayudarte.
Como resultaba obvio que la charla estaba terminada, Lorraine se despidió. No
quería que Jason la considerara una mujer sofocante y dependiente.
Margaret Drummond era una joya y pronto la casa marchaba con la precisión de
un reloj. Jason, sin embargo, no se presentó para admirar su obra hasta una semana
después.
—Lamento no haberte visitado —se disculpó, pero estaba escribiendo un capítulo
muy difícil —parecía que decía la verdad, pues algunas líneas de cansancio enmarcaban
sus ojos; lo cual lo volvía más atractivo, pensó Lorraine.
Sin embargo, Jason era sólo su vecino, se recordó, y no debía albergar sueños
respecto a ese hombre.
—¿Por qué esa carita triste? —inquirid él, acercándose a la joven.
—Me duele la cabeza —mintió, preguntándose cómo reaccionaría Jason si le
confesara que su cercanía le alteraba el pulso. El magnetismo del hombre la atraía, con
dedos invisibles, pero uña vez que se acostumbrara a llevar a cabo sus
responsabilidades con Paul y Jilly, Lorraine miraría a Jason con frialdad. Sin embargo,
ella sabía muy bien que se engañaba.
—Si tus responsabilidades te abruman —sugirió el escritor, como si siguiera el
hilo de los pensamientos de la chica—, podrías compartir a los niños con sus abuelos.
—¡No puedes hablar en serio, después de lo que te conté!
—Forman parte de la familia —repuso él, encogiéndose de hombros.
—¡Y qué familia! Se negaron a ver a su hija y no reconocieron a sus nietos —la
voz de Lorraine tembló de rabia—. Me sorprende que estés de su lado.
—Siempre hay dos interpretaciones para una misma historia.
—¿Te quedas a cenar, Jason? —preguntó ella, dirigiéndose a la cocina para dar
por terminada esa discusión—. Margaret preparó un guiso y te garantizo que está
exquisito.
—Me encantaría acompañarlos, pero tengo un compromiso.
Desilusionada, aunque no lo demostró, Lorraine abrió la puerta principal.
—¿Conseguiste trabajo en esa agencia? —inquirió él, antes de despedirse.
—Sí. Empezaré el próximo miércoles.
—Hazme saber cómo te fue —le pidió él, mientras caminaba por el jardín.
"¡Que me condene si lo hago!", se rebeló Lorraine, al cerrar la puerta. Si quiere
averiguarlo, que venga a preguntármelo.
Todavía estaba furiosa cuando Sally y Denis llegaron para tomarse un café, una
hora más tarde.
—Acabo de ver un magnífico ejemplar del sexo opuesto salir de la casa de al
lado. ¿Quién es? —indagó Sally.
—Mi vecino. Del que te hablé. Es un tipo autoritario y entrometido, así que no te
dejes llevar por su físico.
—Dejaría que me llevara por cualquier razón —afirmó Sally, guiñándole un ojo a
Denis para indicarle que bromeaba—. Hace siglos que no veía a un hombre tan divino
como un ángel. ¿Qué harás al respecto?
—Nada —Lorraine se obligó a encogerse de hombros—. Una mujer con dos niños
no cabe en el mundo de Jason.
—Pues yo no estaría tan segura —insistió Sally—. Manten viva esa amistad. Una
nunca puede saber qué resultado tendrá.
—¡Mujeres! —refunfuñó Denis, sorbiendo su café—. Las eternas casamenteras.
—¿Y por qué no? —preguntó Sally, con un tono meloso—. Las esposas felices
quieren que sus amigas solteras se conviertan en esposas felices también.
—Tú lógica es irrebatible —rió Denis y levantó una ceja en dirección de
Lorraine—. Ahora que Sally ha decidido casarte, no te quepa la menor duda de que lo
logrará.
—Pero no con Jason —insistió la modelo, seca—. Así que olvidemos ese asunto y
hablemos de algo más importante. ¿Qué ha pasado con los Stanway?
—No hay buenas noticias —contestó el abogado—. Lord Stanway insiste en que
los niños se queden en Inglaterra y hará todo lo posible para impedir que te los lleves.
—Entonces, me estableceré aquí. Significará que tendré que volver a empezar mi
carrera, casi de la nada, pero...
—Todavía no te des por vencida. Mi socio se especializa en casos de custodia y
espero que nos proponga algún procedimiento a seguir.
—Si puedo quedarme con Paul y Jilly, no me importa de qué procedimiento se
trate —afirmó Lorraine—. Son lo que más quiero en el mundo.

Capitulo 4
LA tibia luz bañó el cuerpo de Lorraine mientras ella se movía por el estudio del
fotógrafo, en una y otra pose.
—La vida familiar te sienta —bromeó Bud Weston, cuando terminó la sesión—.
Estás más bonita que cuando trabajabas en Nueva York.
Lorraine parpadeó. Era su primer empleo en Inglaterra y, por un golpe de suerte,
le asignaron a Bud, que pasaba unos meses en Europa.
—O quizá sólo te sientas contenta de haber regresado a tu patria —prosiguió—.
Lo que sea, estás sensacional. De hecho, me gustaría tomar unas cuantas fotos más y
mandárselas a un cliente.
—No puedo quedarme después de las cuatro. Tengo que regresar con los niños.
—Nos apresuraremos —le prometió.
Pero eran casi las seis cuando Bud terminó y todavía más tarde cuando Lorraine
llegó a su casa. Jason salió a recibirla y al contemplar ella la alta figura, la adrenalina
le corrió por la sangre.
—Gracias por volver a tu dulce hogar —le dijo él, sarcástico—. Según Margaret,
debiste regresar hace tres horas.
—La sesión duró más de lo que esperaba. ¿Pasa algo malo?
—Ya lo arreglé.
—¿Qué sucedió? —inquirió Lorraine, preocupada.
—Jilly se enfermó en la escuela y la mandaron a casa. Cuando se dio cuenta de
que no estabas, se puso histérica y Margaret me llamó para que la calmara.
—¿Cómo está ahora?
—Bien. Acostada,
Lorraine subio por la escalera corriendo y entró en la habitación de la niña, quién
abrazaba a su osito. Aún tenía los ojos rojos de tanto llorar y, al ver a su tía, se
deshizo en lágrimas de nuevo.
—¡Quiero a mi mamá! —sollozó—. ¡Quiero a mi mamá!
—Ya lo sé, cariñito —la consoló la joven con ternura y, aunque sabía que Jason la
observaba desde la puerta, estaba demasiado perturbada para que le importara su
presencia.
—Me voy —anunció él, frío.
—¿Dijiste que Jilly se enfermó? —murmuró la chica, por encima de la cabeza de
su sobrina.
—Gripe. La llevé al doctor y le recetó Paracetamol y reposo. Maldición, mujer, si
ibas a llegar tarde, podías haber telefoneado.
Como no quería que Jilly los oyera discutir, Lorraine cubrió a su sobrina con la
colcha y le acomodó las almohadas antes de salir.
—Volveré en un minuto, pequeña —le prometió y corrió en busca de Jason.
El ya estaba en la puerta principal.
—No pude telefonearle a Margaret —le explicó la chica, temblorosa— porque me
encontraba en Hyde Parle.
—No te disculpes conmigo —le aconsejó, mordaz—. No soy yo quien te necesita.
Cuando te recomendé a Margaret, jamás pensé que te aprovecharías de la situación
para poner tu trabajo antes que los niños.
—Eso no es justo —protestó ella.
—Yo así lo veo. No te culpo por querer continuar con tu vida, pero por el amor del
cielo, deja que a los niños los eduque alguien que les dé el tiempo y la atención que
requieren.
Jason se alejó a buen paso y Lorraine luchó contra sus lágrimas, mientras
regresaba al lado de la enferma. La niña dormía y la joven se dirigió a su cuarto y
contempló desde la ventana a Paul, jugando en el jardín. AI observarlo, su angustia se
intensificó. Era un niño más introvertido que su hermana y con frecuencia aparecían
lágrimas en sus ojos, cuando creía que nadie lo veía. Esa tristeza muda aumentó la
determinación de Lorraine de nunca ceder a sus sobrinos y aún sentia lo mismo, a
pesar de las amargas palabras de Jason. Se volvió hacia el espejo y una ojeada a su
maquillaje en tecnicolor su peinado punk le dijo que quizás esa apariencia
ultramodernista ha-ía contribuido al enojo del escritor, pues la hacía parecer una
bailarina de rock en vez de la tutora de dos menores. ¡Si tan sólo se hubiera lavado la
cara.
Una vez que lo hizo, bajo la cocina.
—Lo siento, señorita Ellis —se disculpó el ama de llaves, quien sin duda había oído
los comentarios de Jason—. No debí llamar al señor Fetcher, pero Jilly estaba
desconsolada y...
—Hizo lo correcto. No se preocupe, Margaret.
Menos ansiosa, la sirvienta sirvió la cena y para las diez y media todos estaban
acostados, pero a Lorraine le resultó imposible conciliar el sueño.
Decidió bajar a prepararse una taza de chocolate caliente y apenas puso la
cacerola en la estufa, sonó el timbre. Era Jason.
—¿Qué quieres? —inquirió, helada.
—Hablar contigo.
—¿A esta hora?
—Ya sé que es tarde, pero como vi que encendías la luz... déjame entrar.
Con dedos nerviosos, Lorraine abrió la puerta, pero no le permitió pasar. Que
dijera lo que quisiera y se fuera. Sin embargo, Jason tenía otras ideas y, empujando la
puerta, entró en el vestíbulo.
—Te debo una disculpa —expresó, en forma abrupta—. No tenía derecho a ser
tan grosero hoy en la tarde.
—¿Lo cual significa que no soy una tía poco cariñosa que pone su carrera antes
que sus sobrinos, o que todavía piensas que soy incapaz de criarlos, pero que ese
asunto no te incumbe?
—Lo cual significa que quieres mucho a los niños... y que haces todo lo posible por
cuidarlos, al mismo tiempo que sigues trabajando en tu profesión.
Esa era una verdadera disculpa y la chica sonrió, relajándose.
—Está bien, te perdono.
—Pruébamelo con una taza de café.
El le sonrió a los ojos y luego bajó la mirada y la joven recordó al instante que su
bata de seda se pegaba a su cuerpo como una segunda piel.
—No estoy vestida para entretener a mis huéspedes con mi interesante charla
—bromeó.
—Pues yo te encuentro muy interesante.
Un hoyuelo se marcó en la mejilla de la chica y, amarrándose el cinturón de la
bata, guió a Jason hasta la sala, mientras encendía dos lámparas de mesa. Estas
iluminaron la habitación con una luz suave y el escritor contempló las alfombras y los
muebles como si no los hubiera visto antes.
—¡Qué habitación tan tranquila sin los niños! —murmuró—. Aunque tú misma
pareces otra criatura, con esa seda color lila y tu cara recién lavada —prosiguió, con
voz ronca, tocándole el cuello de encaje del camisón—. Me gusta que no te pongas
prendas frivolas para dormir.
—¿Frivolas? —repitió ella.
—Tul negro o satén escarlata.
—Hace siglos que pasaron de moda —se rió la joven—. Ahora se usan pijamas de
hombre o camisones del tiempo de las abuelas.
—Mi abuela nunca usó algo igual —una vez más tocó la seda y la chica retrocedió
de prisa.
—Prepararé el café.
—¿Te pongo nerviosa?
—Desde luego que no.
—¿Nos besamos y hacemos las paces? —le propuso él, sonriente y con mirada
sensual.
—No hay necesidad. Ya acepté tus disculpas — Lorraine dio media vuelta y se
dirigió a la cocina.
Jason la siguió y se apoyó en el marco de la puerta mientras la chica sacaba una
lata de café molido de la alacena, dando gracias al cielo de haber apagado la estufa
antes de abrir la puerta a Jason.
—No me digas que vas a hacer verdadero café.
—Pues sí. Siempre lo hago.
—¡Y yo que creí que eras la chica del café instantáneo! —exclamó, llevándose una
mano a la frente—. Eso demuestra cuan equivocado estaba.
—Demuestra que no debes sacar conclusiones llenas de prejuicios acerca de las
personas.
—Nunca cometo ese pecado.
—Lo cometiste conmigo. ¿Por qué?
—Creo que te juzgué por tu elegante apariencia.
—Estaba hecha un desastre la tarde en que nos conocimos.
—La elegancia se transparentaba aun con el pantalón de mezclilla —afirmó
Jason—, y no me imaginé que sobrevivieras como madre sustituta. Por tal motivo, me
disculpo.
—No juzgues a nadie por las apariencias —le espetó ella—. Ser elegante forma
parte de mi trabajo, pero en realidad soy una persona domestica.
—Una bellísima persona —murmuró él y se le acercó.
Ella lo evitó, pensando que se trataba de una seducción barata.
—Si no quieres café, Jason, te sugiero que te vayas a tu casa.
—Lo siento —regresó a su posición al lado de la puerta y tomó la bandeja cuando
ella colocó los tarros llenos de café.
Al salir de la cocina, Lorraine oyó un gemido en el cuarto de los niños y,
murmurando una disculpa, subió de prisa por la escalera. Su pánico disminuyó al
comprobar que los hermanos dormían.
—Jilly debe de estar soñando —musitó Jason, a espaldas de la joven.
—Algunas veces tiene pesadillas —murmuró la modelo—. Extraña a sus padres
con desesperación.
Lorraine apartó los rizos de la frente húmeda de su sobrina y la besó con
ligereza. Cuando se enderezó, Jason la tomó por los hombros, volviéndola consciente
de su cuerpo musculoso y duro.
—Yo necesito tus besos más que Jilly —susurró, la acercó a él y le cubrió los
labios con los suyos.
El beso era tierno pero, cuando ella no se apartó, se tornó apasionado. Lorraine
se derritió en el calor de la boca masculina y en el deseo que él no pretendía ocultar.
Jason la acaricié con los labios, abriendo los de ella con suavidad para dar cabida a su
lengua.
La inflamó con su ardor, con la magia del contacto de su cuerpo. La chica jamás
había experimentado algo parecido y su ansiedad se intensificó a medida que las manos
de Jason la recorrían, rodeando sus senos redondos, su abdomen plano y la curva de
sus caderas. La bata de ella formaba la más leve de las barreras entre ambos y,
cuando el hombre continuó acariciándola, la tela se abrió, permitiéndole el acceso a la
piel perlada.
Con un gemido, Jason le tomó los senos, los acunó en sus palmas y apretó los
pezones con las yemas de los dedos. Al instante se endurecieron mandando punzadas
de intenso placer que descendían por el cuerpo de Lorraine, obligándola a aferrarse de
los hombros de su compañero.
—Este no es un lugar conveniente para hacer el amor —le murmuró Jason al oído.
—Ni la hora idónea —susurró la chica a su vez.
—¿Por qué no?
En realidad, ¿por qué no? ¿Qué podría ella argumentar? La invadía el viejo miedo
de ser considerada un objeto sexual o de que se le deseara tan sólo por su belleza
física, sin pensar en la mujer que estaba debajo de esa fachada. Sin embargo, eso no
se aplicaba a Jason. Por lo menos, él conocía algunos defectos y debilidades de ella,
aunque no le hubiera confesado que le importaba como persona.
—Déjame amarte —le pidió él, buscándole la boca de nuevo.
—No —Lorraíne eludió el contacto—. Yo... nosotros... nosotros apenas nos
conocemos.
Aun en la penumbra del cuarto, vio que los dientes del escritor brillaban.
—¿Cuánto más debemos conocernos para que me trates como una buena vecina?
—¿Estás loco? —la joven sintió como si la hubiera bañado con agua helada—.
¿Llamas a hacer el amor ser buenos vecinos? —temblando de furia, se arregló la bata y
corrió fuera de la habitación.
Estaba en la sala cuando él la alcanzó y la tomó de un brazo, obligándola a verlo.
—¿Qué te pasa, Lorraine? No niegues que hay algo entre los dos.
Muda, lo miró a los ojos, aceptando que decía la verdad y, sin embargo, despreció
la excitación que despertaba en ella. Al darse cuenta de esto, Jason la atrajo hacia él
y la apretó con tanta fuerza que Lorraine notó que también estaba excitado.
—Deja de fingir —gruñó él—. Me deseas tanto como yo.
—¡Mentira!
—Cierto. Eres una mujer con deseos normales y saludables. ¿Para qué luchar
contra ellos?
Era el grito de batalla del macho a través de los milenios y la enfureció a tal
grado que su pasión murió y le resultó fácil zafarse de ese abrazo.
—Quizá tenga deseos normales, Jason, pero no me parece saludable entregarme
a su satisfacción, sólo porque así se me antoja. Así que, por mucho que me atraigas, no
me meteré contigo en la cama.
—Me conformaría con el sofá.
La levantó sin esfuerzo y la recostó sobre ese mueble, pero en el instante en que
la soltó, ella lo empujó con violencia y se puso de pie.
—¡Jason, basta! Esto no es una broma y no me halaga tu comportamiento. No sé
lo que he hecho para que 'pienses que yo... que yo... pero no soy esa clase de mujer y, si
no puedes aceptarlo, te sugiero que no vuelvas.
Hubo un largo silencio y aun bajo la tenue luz, la chica observó que Jason se
sonrojaba.
—Lo siento, Lorraine. Mi única defensa es que en la actualidad la mayoría de las
mujeres hacen el amor, y yo pensé que tú también. Pero no sucederá de nuevo, te doy
mi palabra —le tendió la mano—. ¿Me perdonas?
Ella asintió, le estrechó la diestra con rapidez y luego lo acompañó al vestíbulo,
donde él se detuvo y le besó la mejilla con suavidad.
—Todavía te deseo como loco —le confesó, ronco—. En cuanto a eso, no puedo
mentir.
Antes que la chica replicara, Jason salió y cerró la puerta. Lorraine puso el
cerrojo y subió a su cuarto.
Su cuerpo aún tenía la sensación de él, y la joven se mantuvo despierta durante
horas, repitiéndose cada palabra que ella y Jason se habían dicho desde que se
conocían.
Casi amanecía cuando al fin admitió que ese hombre se había infiltrado en su
corazón y que ella sería la más feliz de las mujeres si pasara el resto de su vida al lado
de él. ¿Pero por qué 'iba Jason a sentir lo mismo? Nada lo indicaba. De hecho, él había
señalado que lo único que Lorraine le inspiraba era deseo físico. Sin embargo, podía
resultar una base para que otra emoción surgiera.
Atesorando ese pensamiento, Lorraine se durmió al fin.

Capitulo 5
TODAVIA adormilada, Lorraine bajó a tomar su desayuno a la mañana siguiente.
Sobre la mesa encontró una nota de Jason, escrita con pulso firme.
"Algo se presentó y saldré de la ciudad por unos días. Mientras tanto, pórtate
bien".
Resistió la urgencia de guardar esa carta y la rompió; luego tiró los pedazos a la
basura. Sin importar las esperanzas que albergara respecto a ese hombre, sería
aconsejable que las mantuviera bajo control. No le parecía que el novelista respondiera
a la presión, así que decidió jugar sus cartas con calma. Pero le resultaría muy difícil,
puesto que lo que más deseaba era lanzarse a los brazos de él.
Los días de ausencia de Jason los pasó trabajando y cuidando a los niños. El
viernes, día en que Margaret descansó, decidió hacerles pastelillos de nuez para la
cena.
—Yo quiero el mío con crema —gritó Jilly.
—Y yo con helado —pidió Paul.
—Por mí, pueden cubrirlos con salsa de tomate, si quieren —bromeó Lorraine y
los niños se carcajearon, hasta que la voz resonante de un hombre los interrumpió,
desde la ventana de la cocina.
—¿Qué pasa ahí adentro? —inquirió.
Era Jason y el corazón de Lorraine brincó de alegría. Pero antes que pudiera
contestar, Jilly tomó la palabra.
—Lorri nos hizo pastelillos. Ven y cómete uno.
—Buena idea.
Entró por la puerta del fondo, uno ochenta y dos de sensualidad masculina, con la
piel más bronceada que antes de irse. Ningún hombre tenía derecho de ser tan guapo,
pensó la chica, poniendo los pastelillos en el centro de la mesa.
—¡Fantástico! —exclamó Jason, observando a Lorraine, mientras mordía uno—.
¿Los hiciste con tus blancas y limpias manos, como yo la cena china?
—Estos son mi obra —se rió ella.
—Me gusta que Lorri cocine para nosotros —interpuso Paul con tanto orgullo que
la joven se sonrojó, avergonzada.
—Entonces, les diré lo que haremos —propuso Jason—. Pasaremos el fin de
semana en el campo, para que su tía nos cuide a los tres. ¿Les gustaría?
Sin titubear, los niños gritaron "¡sí!" al unísono y, en medio del ruido, Jason le
habló a Lorraine.
—No tengas miedo, mi ángel... mi invitación no encierra un motivo ulterior. La
cabana de mi familia en Surrey está desocupada la mayor parte del año y a los niños
les hará bien un cambio de escenario.
"A mi me hará bien", pensó Lorraine, tratando de apagar el placer que
experimentaba ante la perspectiva de pasar todo un fin de semana con Jason.
—Está bien —asintió—. ¿Cuándo partimos?
—Mañana, tan temprano como quieras.
—¿Te parece bien a las nueve y media?
—Perfecto —Jason les acarició la cabeza a los niños y se fue como había llegado,
dejando a la chica tunosa.
¡Maldito hombre! Había estado ausente más tiempo del planeado y ni siquiera le
daba una explicación. El problema con Jason era que no se definía; a veces se
comportaba como el conquistador, cuya intención era la rendición sexual de su víctima,
y otras, como el amigo casual. Pues que se decidiera de una vez o ella dejaría de verlo.
El día siguiente amaneció lleno de sol. Apenas subieron al Porsche de Jason, él
entregó un walkman a cada uno de los niños y desde ese momento no se escuchó ni un
murmullo proveniente de la parte trasera del coche.
-Tú sí sabes cómo tratar a los pequeños —observó Lorraine.
—No sólo a los niños —repuso él, aguardando un comentario mordaz de su
compañera.
Sin embargo, ella no tenía intenciones de seguirle el juego y se contentó con
contemplar el paisaje por la ventana. Pronto la ciudad quedó atrás y fue reemplazada
por campos con ganado, cubiertos de pasto y flores silvestres.
—Espero que mi comportamiento de hace diez días esté olvidado. Casi nunca
pierdo el control, pero esa noche, algo en ti me robó la razón.
—Lo siento.
—¡Maldición! Soy yo quien debe disculparse —una mano dejó el volante y por un
momento tocó la rodilla de la joven—. Tu inocencia te salvó, mi hermosa Lorraine, y lo
seguirá haciendo.
—Me agrada oírlo —dijo ella con tersura—. Odio que no seamos amigos.
—¿Amigos? ¿Es todo lo que somos?
—Desde luego. Buenos amigos.
—Una frase con varios significados —afirmó Jason con suavidad, en el momento
en que estacionaba el auto frente a una cabaña, al lado de un arroyuelo.
—¡Fabuloso! —exclamó Lorraine—. Me sorprende que no hayas decidido escribir
aquí cuando buscabas una cueva.
—Mejor que no lo hice, pues no te habría conocido —repuso el novelista.
La respuesta de la modelo se ahogó con los gritos de felicidad de los chiquillos al
darse cuenta de que habían llegado. Jason los condujo al piso superior de la cabaña,
donde había tres recámaras, y decidieron que una la compartirían Jason y Paul, y otra,
a petición de Jilly, la niña y su tía. A lo cual accedió la joven con presteza, sin ver a
su anfitrión a los ojos.
—No estamos lejos de Hampton Court —dijo Jason al niño—. Mañana lo
visitaremos y veremos quién sale del laberinto primero,
—Jilly será la última —afirmó Paul, con candor fraternal.
—No, tú serás el último —chilló la niña.
—No, no lo seré.
—Sí, lo serás,
—¿Qué tal sí jugamos en el arroyo? —intervino Jason—. Luego caminaremos
hasta el pueblo y comeremos en La Zapatilla Roja.
Los chicos olvidaron su pelea y corrieron al arroyo, donde chapotearon en el agua
hasta que se cansaron. Luego se cambiaron de ropa y todos se dirigieron al pueblo.
—¡Qué familia tan encantadora! —comentó un anciano cuando pasaron frente a él
en el restaurante. Lorraine medio se volvió para sonreírle a Jason y descubrió una
expresión en sus ojos que le aceleró el pulso.
Fiel a su promesa, el escritor se comportó como modelo de virtud. Después de
cenar, jugaron Ludo y permitieron que los niños se acostaran tarde. Para complacer a
Jilly, y no para evitar una charla íntima con Jason, la joven decidió acompañarla a la
cama.
Al día siguiente, visitaron Hampton Court, el palacio de estilo tu-dor, con sus
ricos ladrillos rojos y sus altas chimeneas.
A Lorraine le hubiera gustado quedarse más tiempo en las habitaciones; pero
Paul y Jilly estaban ansiosos de correr por el laberinto.
El niño, con cierta vanidad, se lanzó por entre los setos.
—Yo nunca me perderé —afirmó.
—No estés tan seguro, jovencito —le previno Jason.
—Sigúelo —le pidió Lorraine, mientras Jilly, menos valiente que su hermano, se
negaba a soltar la mano de la joven.
—Deja de comportarte como mamá gallina —bromeó el novelista y los tres
siguieron el estrecho camino, dando vueltas y regresando sobre sus pasos un par de
veces, hasta que al fin encontraron la plazoleta con una banca, en el centro del
laberinto.
Paul los esperaba, hinchado de orgullo.
—¡Yo gané! ¡Gané!
—Todavía no —lo contradijo Jason—. Tienes que llegar a la salida.
—Eso es fácil. Anda, Jilly, juego carreras contigo.
Paul empezó a correr, con su hermana pegada a sus talones, y cuando Lorraine los
iba a seguir, Jason la detuvo con la mano.
—No se perderán, te lo prometo. En un momento los alcanzaremos.
—Mejor voy con ellos —replicó, ansiosa—. No quiero que Jilly se ponga nerviosa.
¿Paul? ¿Jilly? —los llamó—. ¿Dónde están?
Nadie contestó y la chica, liberándose de Jason, corrió en busca de sus sobrinos.
Esperaba usar el sol como brújula, pero al sentarse se desorientó y, como ya no estaba
segura de la dirección, se desconcertó cuando, después de cinco minutos, se encontró
de nuevo en la plazoleta.
Volvió a empezar, caminando más despacio, y terminó de nuevo en la banca. Los
setos le parecieron más altos de lo que recordaba y de pronto sintió claustrofobia. El
sudor le perló la frente y se le aceleró la respiración.
—¿Jason? —llamó.
No obtuvo respuesta y empezó a temblar. Quiso avanzar y sus pies no la
obedecieron. Cálmate, se ordenó. Estás en Hampton Court, con cientos de personas
alrededor, no en el desierto de Kalahari. Pero su pánico aumentó y se le entrecortó el
aliento, así que tuvo que aspirar bocanadas de aire para no desmayarse. Sin embargo,
cuanto más aspiraba, peor se sentía, hasta que creyó que todo giraba a su alrededor.
—Lorraine, ¿qué pasa?
Milagrosamente, Jason se hallaba a su lado y ella, con un grito de alivio, se lanzó
a sus brazos.
—¡Tontita! —la regañó, acariciándola—. Y tú te preocupabas de que Jilly se
pusiera nerviosa.
—¿Dónde está?
—Afuera, con Paul. Te están esperando. Segura, en brazos de Jason, Lorraine lo
miró y logró sonreír.
—Sentí que los setos me cercaban.
—Sólo a mí se me permite eso —replicó él con suavidad e, inclinando su cara
morena, le besó la boca.
Tomada por sorpresa, Lorraine no pudo fingir y respondió con todo el ardor de
su apasionada naturaleza, apretando su cuerpo contra el de Jason, para darse cuenta,
un instante después, de la excitación de ese hombre.
El escritor fue el primero en separarse y le arregló el cabello con suavidad.
—Tenemos nuestros momentos —murmuró—, pero siempre en el lugar y la hora
menos indicados.
—Por supuesto —comentó Loríame, temblorosa, alisándose el vestido y
recobrando el control sobre sí misma.
Jason le lanzó una mirada de soslayo y, tomándola de la mano, la guió hasta la
salida con una precisión que ella hubiera resentido, en otras circunstancias. Jilly y Paul
la recibieron como si hubiera regresado de escalar el Everest.
De regreso a la cabana, los niños se durmieron en el asiento trasero , del auto.
—Quizá debemos despertarlos o nunca querrán acostarse —sugirió Jason.
Lorraine iba a obedecerlo, cuando Paul comentó:
—Mi maestra dice que los buhos chillan en la noche y yo no me dormiré hasta que
oiga uno.
—Entonces encuentra a ese pajarraco con rapidez —le aconsejó Jason.
—Mi maestra dice que no salen hasta muy tarde —agregó Paul—. ¿Tú te duermes
muy tarde, Jason?
—Depende, Algunas veces no puedo esperar a meterme en la cama. Verás,
depende de...
—Te puedes dormir a las nueve, Paul —interpuso Lorraine, sin pérdida de tiempo.
—¿Te acostarás a la misma hora que yo, Lorri? —indagó la niña.
—Hoy no —contestó Lorraine, pues no deseaba que Jason creyera que le tenía
miedo—. Pero no tardaré mucho.
Después de la cena, la chica deseó haberle respondido de forma afirmativa a su
sobrina, pues la presencia física de Jason la quemaba como una llama, a través de todo
su cuerpo.
—Todavía no oigo un buho —afirmó Paul, al pie de la escalera.
—Acuéstate y yo lo buscaré con la antorcha —indicó Jason.
—La luz puede asustarlo.
—Sólo la usaré para descubrirlo. No lo apuntaré con ella.
Satisfecho, Paul se metió en la cama y su tía fue a acompañarlo después de
despedirse de Jilly.
—Todavía no oigo al pájaro —señaló el niño, sentado muy derecho sobre el
colchón y decidido a vencer al sueño.
—Quizá no haya buhos por aquí —sugirió la joven.
—Estoy seguro de que sí. Mi maestra... —se detuvo cuando un suave sonido
atravesó la oscuridad—. ¿Ves? ¡Mi maestra tenía razón!
El chillido se oyó de nuevo y esta vez Lorraine escondió una sonrisa ante ese
buho rarísimo que desafiaba a la noche para complacer a un niño.
—Ahora me dormiré —anunció Paul, recostándose sobre la almohada—. Cuando
regrese Jason, no olvides decirle que oímos al buho.
—Te prometo que no —pensando en lo sencillo que era, con un poco de
imaginación, hacer feliz a un niño, Lorraine bajó por la escalera.
Jason entró en la cabana y le guiñó un ojo,
—¿Oyeron al buho?
—Con toda claridad. ¡Hasta yo casi lo creí!
—¿Quieres decir que me descubriste? —inquirió, desilusionado.
—Sólo porque estabas fuera de tono.
Riéndose, él le indicó que se sentara en la sala y se la reunió un poco después con
una botella de vino. Encendió la chimenea, mientras la joven lo observaba, deseando
arrodillarse junto a él y apoyarse en su fuerza. Pero no estaba dispuesta a entregarse
a ningún hombre y menos a uno que casi lo anticipaba.
—¿Quieres leer? —le preguntó él de pronto.
—¿Tú última novela? —sugirió ella—. Ya la ordené en la biblioteca, pero hay una
lista de espera tan larga como rni brazo.
—Sólo existe algo que le guste escuchar más a un autor.
—¿Qué?
—Que vas a comprar su libro.
—Yo compré los últimos dos... —se excusó ella.
—¡Sólo bromeo! No te disculpes por no querer tirar tu dinero a la basura.
—Sólo te explicaba que, en circunstancias normales, compraría tu colección, pero
desde la muerte de mi hermano cuido mis gastos.
—Pensé que le había dejado una herencia a sus hijos.
—Lo hizo, pero con la inflación el futuro resulta imprevisible y prefiero ser
precavida.
—¿Te enojarías conmigo si te regalo una copia de mi última obra, cuando
regresemos?
—Al contrario, me encantaría —contestó la chica sin titubear—. ¿Cómo va la que
escribes actualmente?
—Con ciería lentitud. Necesito investigar muchos detalles —respondió, sorbiendo
su vino.
—Me muero de sueño —comentó Lorraine, con un bostezo fenomenal,
desesperada por escapar del magnetismo de ese hombre—. Me iré a dormir.
—El espectáculo del fuego es demasiado hermoso para desperdiciarlo. ¿Por qué
no te sientas cerca de mí? Desde ahí no puedes sentir el calor.
—Estoy bien, gracias.
—Entonces, ¿por qué tiemblas? —le tendió una mano—. No te voy a comer... ni a
violar.
Lorraine resintió ese tono condescendiente, pero obedeció porque tenía frío. Lo
que ocurrió fue inevitable.
—Estamos hechos el uno para el otro —le murmuró Jasori ai oído—. No luches
contra mí, querida. Demuéstrame que me deseas.
La chica no ofreció resistencia cuando él le levantó la barbilla y le pasó la lengua
por los labios, antes de abrírselos y poseerlos con su tibieza.
A medida que la lengua de Jason, cálida y dulce con el sabor del vino, la
exploraba, Lorraine lo tomó de los anchos hombros, tan mareada por la pasión que se
le desbordaba, que no protestó cuando él la tendió sobre la alfombra y se recostó a su
lado.
Jason le besó con caricias aladas frente, cara, cuello, mientras sus manos le
desabotonaban el vestido, deteniéndose, casi reverentes^ ante los pedazos de encaje
que contenían la redondez de los senos. Con suaves manos los sostuvo, circundando con
los dedos los pezones rosados, endurecidos por el contacto.
—Jason, yo...
—Calla —susurró—. Déjame amarte. Déjame mostrarte cómo puede ser el amor
entre nosotros.
—No, Jason. Yo nunca... yo nunca...
—¿Eres virgen*?
—Sí.
La soltó y retrocedió un poco para contemplar mejor la cara de la chica. Lo que
vio hizo que sus propias facciones se dulcificaran y su boca se curvó con una sonrisa.
—Jamás lo hubiera creído.
—Pero me crees, ¿verdad? No te miento.
—Lo sé, querida mía. Tus ojos hablan por ti.
Se inclinó hacia ella; el peso y la tibieza del cuerpo masculino la cubrieron.
—No tengas miedo, Lorraine. No haré nada que no quieras.
Promesas altruistas que le dejaban a ella la responsabilidad de lo que sucediera
y, con la pasión de esa noche, quizás haría algo de lo que se arrepentiría al día
siguiente. Pero, ¿cómo evitarlo? Sólo había una solución y la tomó: lo empujó y se puso
de pie.
—Lo quiero hacer —asentó—, muchísimo. Pero no así.
—Así... ¿cómo?
—Como una manera de pasar el tiempo, porque estamos de vacaciones y no
gustamos.
—¿No crees que haya algo más?
—¿Lo hay? —contraatacó Lorraine.
—Sabes muy bien que sí. Algo crece entre nosotros y no quiero echarlo a perder,
aunque tenga que darme duchas de agua helada, hasta que tú también lo comprendas.
Jason se levantó, ella lo imitó y se miraron. El la tomó entre sus brazos y
Lorraine descubrió que todavía estaba excitado. Ese hecho la llenó de tal ansiedad que
casi lo obliga a tirarse sobre la alfombra de nuevo.
Invadida de amor, levantó el rostro hacia él, con un murmullo incoherente, y
Jason la besó, introduciendo la lengua con una persistencia violenta y excitándola
tanto que ella tuvo que ejercer todo su control mental, para no entregarse totalmente
al hombre.
—¡Oh, Jason! —suspiró Lorraine, mientras acariciaba el cuello masculino. El
tembló ante ese contacto y, con una exhalación que lo ahogaba, la apartó para romper
el abrazo. El rostro viril estaba rojo y el sudor mojaba la frente de Jason.
—Mejor vete a la cama, mientras todavía puedo permitírtelo —jadeó—. Todo
tiene un límite, hasta mi propio control.
El brillo de las pupilas del novelista reveló que decía la verdad, y ella murmuró un
"buenas noches" antes de huir por la escalera y refugiarse en el santuario de su
habitación.

Capitulo 6
LORRAINE despertó bajo un alud de dos niños risueños que cayeron sobre ella y,
todavía adormilada, se lavó la cara, se puso su bata y bajó a preparar el desayuno.
Jason ya estaba en la cocina y el aroma de tocino frito, pan tostado y fragante
café, daba prueba de su industria.
—Espero que no seas una de esas mujeres que subsisten con café negro hasta la
hora de la comida —le advirtió él.
—Por fortuna» no. Aun no tengo que ponerme a dieta.
—Entonces, jala una -silla y engulle.
Mientras desayunaba, para conocerla mejor, Jason indagó:
—Dime, hermosa dama, ¿cómo amueblaste tu apartamento?
—Con un estilo ultramoderno, pero no de mi gusto.
—¿Qué hubieras preferido?
—Una cámara, con paredes color de rosa y faroles antiguos al lado de la cama.
—¿Y un diván al lado de la ventana?
—Definitivamente no. Los detesto.
Limpiaron la cocina y pasaron el resto del día en el campo.
A las cinco, iniciaron el regreso a Londres. El viaje se efectuó en silencio, pues
Paul y Jilly, cansados, se acurrucaron en el asiento trasero y terminaron por dormirse.
Al llegar a Hampstead, Jason los ayudó a bajar el equipaje e informó a Lorraine
que saldría de la ciudad por dos o tres días de nuevo.
—¿Para investigar? —preguntó Lorraine, sin poder evitarlo.
—Sí —la miró, titubeó por un momento y luego la besó con dulzura en la boca.
La chica trató de que el tiempo de la ausencia de Jason transcurriera lo más
pronto posible, pero cuando una semana se esfumó sin que oyera una palabra de él,
empezó a irritarse.
—Al menos debería telefonearme —musitó a su propia imagen, mientras se
maquillaba para una sesión de fotografía, y luego se preguntó, como tantas veces
antes, si no le prestaba demasiada atención al comportamiento de Jason hacia ella.
El martes por la noche, día de descanso de Margaret, la joven se encontraba en
la sala, viendo los vidrios de las ventanas mojados por la lluvia. ¡Qué desastre había
sido ese verano!, reflexionó, melancólica.
De pronto, un rayo de luz atravesó el vidrio empañado y Lorraine reconoció el
Porsche de Jason, por lo que casi salta para correr a la puerta. Pero no... no le daría la
bienvenida con los brazos abiertos, cuando él ni siquiera se había molestado en
telefonearle.
Esperó tensa y pasó casi una hora antes que el escritor fuera a vistar-la,
tomándola entre sus brazos y besándola de tal modo que el mal humor de la chica
desapareció. Se quedaron muy juntos, saboreando su cercanía, sin hablar.
—¿Qué sucede? —preguntó Lorraine al ver el ceño fruncido del novelista—.
¿Tuviste dificultades con tu investigación?
—No muchas. Las cosas saldrán bien, al final —frotó su mejilla contra la de ella.
—¿Me extrañaste?
—No.
—Yo te extrañé a ti —le buscó la boca de nuevo y la besó con pasión hambrienta,
suavizando su caricia cuando la chica le correspondió—. Me extrañaste —afirmó en son
de triunfo.
—Pues... un poquito.
—Perfecto —la soltó y se dirigió al armario—. ¿Te importa si me sirvo una copa?
—Hazlo. Espero que hayas notado que tengo una decente cantidad de jerez y una
botella de whisky.
—Te calificaré con un diez. ¿Te preparo algo?
—Ahora no, gracias.
Jason sirvió un poco de whisky en un vaso y se sentó en el brazo del sofá,
pasándose una mano por el cabello. Lo tenía demasiado largo y necesitaba un corte,
pero a Lorraine le gustaba así. La luz de la lámpara le iluminó la cara y ella notó las
líneas de tensión en el rostro masculino.
—Pareces exhausto, Jason. No sabía que una investigación fuera tan agobiante.
—Por lo general no lo es.
—¿Quieres hablar sobre eso?
—Prefiero no hacerlo. Dime lo que tú hiciste.
—Modelé un día y el resto del tiempo lo pasé con los niños.
—No debes dedicarles toda tu vida.
—Pero son parte de mi vida —-replicó, asombrada por ese comentario—, y
siempre lo serán.
—Lo comprendo, pero necesitan que dos personas los eduquen.
Lorraine se sonrojó, pero logró hablar sin reflejar sus emociones.
—Si te refieres a que necesitan un padre, tienes razón. Pero, por el momento,
somos una familia a quien le falta un miembro y está fuera de mis posibilidades
remediarlo.
Esperó ansiosa que la contradijera, convencida de que Jason había guiado la
charla a ese punto para pedirle que se casara con él. La alegría le corrió por el cuerpo,
más embriagadora que el vino más potente, así que la siguiente frase de Jason le causó
una inmensa desilusión.
—¿Y sus abuelos? Yo todavía opino que sería razonable que cooperaran en la
educación de sus nietos.
Esas palabras terminaron por romper los sueños de Lorraine, y ella reaccionó con
violencia. .
—¿Cómo te atreves a sugerirlo? Eres consciente de la situación, de la manera
como ignoraron a su hija y de que jamás reconocieron a Jilly ni a Paul.
—Pero me dijiste que habían cambiado de sentimientos, en cuyo caso, te
quitarían una responsabilidad endemoniada.
—No necesito que me la quiten —la chica luchó por controlar su ira—. Para ser
honesta, espero que abandonen la idea de ganar la custodia de los niños. He querido
llamar a Denis para informarme de las últimas noticias.
—Estoy seguro de que todavía son pupilos de la corte —comentó Jason—, así que
no puedes llevártelos a Estados Unidos.
—Si resulta indispensable, yo... —Lorraine se interrumpió y miró por la ventana
cuando un auto se estacionó con un rechinido de frenos—. ¿Conoces a alguien con un
Lotus blanco? —inquirió.
—¿Qué? —Jason se le acercó y vio por encima de su hombro; después musitó—:
Perdóname, por favor —salió de la casa y cruzó el jardín.
Una mujer morena bajó del coche, echó los brazos alrededor del cuello de Jason
y lo besó en la boca.
Lorraine se retiró de la ventana como si se incendiara. ¡Estúpida!, se insultó.
"¿Creías que eras la única mujer en su vida, que nunca le haría el amor a otra mujer,
que jamás le diría que la deseaba y que ansiaba acostarse con ella?" Sintiéndose
enferma, retrocedió hasta la cocina, donde se sirvió una taza de café. Caminó agitada
por el cuarto, mientras trataba de no pensar en Jason.
Todavía estaba echando chispas cuando, media hora más tarde, Jason regresó
con la desconocida. De cerca, parecía de más edad de la que Lorraine le había
calculado, quizá cerca de los treinta. Pero también era más bonita y poseía un cuerpo
curvilíneo y pequeño. Y, como si no fuera suficiente, tenía cabello negro, brillante,
cutis sonrosado y grandes ojos color café.
—Me gustaría que conocieras a Erica Robson —dijo Jason—. Mi publicista y mi
capataz particular. Vino a ver qué tal progresaba mi libro.
A Lorraine le pareció una hora muy poco adecuada para efectuar esa clase de
visitas y dudó de que Jason le dijera toda la verdad. Pero comprendía que no tenía
derecho a reprocharle nada, así que le sonrió a Erica y les ofreció una bebida.
—Yo me encargo de eso —afirmó Jason y a la modelo no le quedó más remedio
que guiar a Erica a la sala y sentarse a su lado.
El trabajo de Erica debía estar muy bien pagado, pensó Lorraine.
O bien, había heredado una fortuna... o conquistado a un novio millonario.
Lorraine se negó a estudiar con más profundidad el último punto. Lo que fuera, el traje
que usaba su huésped no costaba menos de quinientas libras.
—Jason me contó por qué tuviste que regresar a Inglaterra —la publicista habló
primero, con una voz límpida como el cristal, pero dura como un diamante.
Una voz desagradable, se alegró Lorraine, quien repuso con suavidad:
—Recibí un golpe terrible, pero creo que lograré aceptarlo.
—Eres muy valiente. Debe de ser difícil educar a dos niños. ¿La familia de tu
cuñada no está dispuesta a ayudarte?
—No —afirmó Lorraine, sin desear descubrir sus problemas personales. Observó
que Jason, al tenderle un jerez a Erica, intercambiaba una mirada significativa con
ella, y ese detalle la hizo sospechar que esa mujer no era sólo un capataz particular en
la vida del novelista.
—Son unos niños fabulosos —interpuso él, hundiéndose en el sofá—. Con ellos
nunca me aburro.
—Estás muy domesticado, querido —bromeó Erica—. Me encanta oírtelo decir.
—¿Hace mucho que se conocen? —inquirió Lorraine con ligereza, decidiendo que
ya se había hablado lo suficiente de los niños y que le sacaría toda la información
posible a esa intrusa.
—Años y años —repuso Erica.
—Desde que empecé a escribir —contestó Jason al mismo tiempo.
Lorraine sintió que una corriente de tensión oscilaba entre los dos visitantes y
ese hecho aumentó su curiosidad y su ansiedad. Le hizo darse cuenta de cuan poco
conocía al hombre de quien se había enamorado, excepto lo que ya había leído en la
contraportada de su última -novela. ¿Era un solterón empedernido o entablaba
relaciones permanentes? Más importante aún, ¿qué papel jugaba ella, Lorraine, en la
vida de Jason? A veces creía saberlo, pero casi siempre terminaba convencida de que
lo ignoraba.
—Me muero de hambre —dijo Erica en medio del silencio—. Supuse que me
llevaría a cenar, Jason.
—Estoy dispuesto a todo —bromeó él, poniéndose de pie de un salto—. ¿Te
gustaría acompañarnos? —le preguntó a Lorraine.
No era la invitación más entusiasta que había recibido y le encantó tener una
excusa genuina para rechazarla.
—No puedo. Hoy descansa Margaret y los niños se quedarían solos.
—Ah, sí, es cierto.
—Me pareció muy interesante conocerte —afirmó Erica, ya en la puerta—. Estoy
segura de que nos volveremos a ver.
"No, si puedo evitarlo", pensó Lorraine, observándolos alejarse. Había algo en esa
mujer que le ponía los pelos de punta. ¡Y no sólo porque caminaba pegada a Jason!
Pesimista, se dirigió a la cocina a servirse otra taza de café. No había comido
hada desde el mediodía, pero la idea de llevarse un bocado al estómago le provocaba
náuseas. Sólo podía pensar en Jason, en lo que significaba para ella y en cuan vacía
resultaría su vida sin él.

Capitulo 7
NUNCA le pareció tan larga una noche. Lorraine cortejó al sueño como un galán a
su dama, pero dio la una de la mañana y todavía estaba tan despierta como un grillo. A
la una y media oyó el sonido del coche de Jason... el auto de Erica se había quedado
estacionado en la calle y Lorraine aguardó para escuchar el ruido del motor. En vez de
eso, oyó dos pares de pisadas caminar por el sendero del jardín y después el golpe de
una puerta al cerrarse.
Los celos le retorcieron el intestino y, haciendo a un lado el edredón, la joven se
acercó a la ventana, teniendo cuidado de que la cortina la ocultara. Una suave luz salía
de la sala del escritor, demasiado leve, pensó con amargura, mientras se imaginaba el
dócil cuerpo de Erica acoplándose al musculoso de Jason.
¿Cuánto hacía que eran amantes? Era obvio, por la manera como Erica lo veía, que
eran amantes. O que lo fueron. Pero quizá esa relación estaba terminada. La chica no
podía creer que Jason traicionara a dos mujeres al mismo tiempo.
Protegiéndose con ese pensamiento, se quedó cerca de la ventana, sintiendo más
y más frío. Sus miembros casi estaban helados cuando oyó de nuevo pisadas y,
espiando con cautela, observó que Jason ayudaba a Erica a meterse en su auto.
Lorraine casi terminaba su desayuno cuando él le telefoneó. Casi nunca lo hacía...
cuando quería hablar con ella, la visitaba. De modo que el corazón de la chica se
desbocó al suponer que Jason le comunicaría algo acerca de Erica que destruiría todas
sus esperanzas.
Al contrario. Las elevó hasta el cielo, pues la invitó a cenar esa noche y le ordenó
que se pusiera su mejor traje porque iban a celebrar.
—¿Qué celebraremos? —preguntó, curiosa.
—Que nos hemos conocido desde hace siete semanas.
Ella le prometió arreglarse de manera muy elegante y luego regresó a la cocina,
con el firme propósito de desterrar a Erica de la mente de Jason.
Ansiosa como una adolescente en su primera cita, Lorraine se cambió de vestido
tres veces, hasta que quedó satisfecha con un rojo de chifón que se le pegaba al
cuerpo como un guante a la mano del cirujano.
Jason llegó a las ocho en punto. Adonis, pensó la chica, contemplando el rostro
viril y el cuerpo delgado y duro.
—Estás muy hermosa —musitó éí, tomándola en sus brazos e inhalando su,
perfume—. Te he extrañado como un endemoniado.
—Me viste ayer.
—Por unos minutos nada más.
—No fue mi culpa que te escaparas con Erica —replicó ella con ligereza, decidida
a no dejarle entrever que ese detalle la angustiaba.
—Erica no es una dama de la que uno pueda deshacerse con facilidad. Y poseía
buenas razones para esgrimir el látigo. Le prometí a Jim, mi editor, que le entregaría
el libro hace un mes y todavía no lo termino.
—¿No le explicaste que sigues investigando?
—Sí, pero él sabe que, a menos que Erica me apresure, continuaré corrigiendo las
cuartillas.
—No me imagino que tú le permitas a una mujer molestarte.
—No a cualquier mujer —señaló Jason, guiándola hasta su auto. —Pero a ti te
obedecería ciegamente.
Lorraine se negó a tomarlo en serio, aunque lo hubiera deseado. Dejaría que él le
declarara sus sentimientos y luego le confesaría los suyos. Hasta ese momento, se
mantendría a la expectativa.
El restaurante al que la llevó era demasiado nuevo para que se incluyera en las
guías de turistas, pero también demasiado bonito para que lo ignoraran por varios
meses.
—Nada puede mantenerse secreto durante largo tiempo —comentó la modelo.
—Yo no diría eso.
El tono de la voz de Jason alertó a la joven, quien lo miró con suspicacia.
—He mantenido mis sentimientos por ti en secreto —continuó él, inclinándose
sobre la mesa—. Aunque cualquiera que me viera esta noche, adivinaría lo que me pasa.
—Yo no puedo —replicó Lorraine, sin saber cómo reaccionar.
Jason manejaba las palabras con habilidad; era su profesión, después de todo, y
resultaría demasiado fácil darles un sentido del que carecían.
—¿De verdad no entiendes lo que trato de decirte? —indagó.
—Creo que sí, pero no estoy segura de que signifique lo mismo mañana o pasado
mañana.
—Tomo en cuenta el futuro, si eso es lo que te preocupa.
Se interrumpió cuando el camarero se acercó a pedirles la orden, y ambos
escogieron los platos con tanta rapidez, que Jason rió.
—Debimos ir a McDonald's para la poca atención que le prestamos a la comida
esta noche.
Lorraine sonrió y pretendió levantarse; Jason le tomó una mano y dejó dé reír al
sentir la suave textura de la piel de la joven.
—¿Crees que sólo me interesa una aventura pasajera, Lorraine?
—Es lo que se acostumbra en esta época —dijo ella y se encogió de hombros.
—No para mí —replicó Jason, cortante—. No para una persona pensante. Y no lo
intento contigo. Te amo, Lorraine. Te amé desde el día en que nos conocimos.
—¿Con mi delantal y mi cara manchada de comida?
—Exacto.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Porque no lo creía. Jamás me había pasado. Tuve relaciones sin importancia,
pero siempre supe que no llegarían a más. Contigo, en cambio, cuando te vi con los
niños, me pareció que contemplaba mi futuro.
Lorraine había esperado tanto tiempo que Jason le confesara sus sentimientos,
que no podía aceptarlo ahora.
Al interpretar mal el silencio de su compañera, el escritor preguntó:
—¿Y tú? Respondes cuando te beso.,.
—Te he amado desde hace siglos —barbotó la chica—, pero tenía miedo de
demostrártelo, para que no pensaras que te perseguía.
—La persecución no hubiera sido encarnizada —repuso Jason con voz llena de
pasión, mirando a su alrededor—. ¡Maldición! Debimos sostener esta charla antes de
venir aquí. No puedo esperar a salir del restaurante para abrazarte.
Sabiendo que decía la verdad, Lorraine saboreó el poder que le daba. ¿Quién
hubiera pensado que Jason, siempre controlado, se comportaría en esa forma?
—Yo como con rapidez —comentó, suave.
—Yo también.
Se miraron y rieron.
—No creo que nadie haya entrado y salido de este sitio con la velocidad de
nosotros —opinó Jason, una hora después, mientras aguardaban a que les entregaran
su auto.
—Tenemos que regresar —comentó ella—. Estoy segura de que el camarero nos
consideró un par de dementes porque dejamos la mitad de la comida en los platos.
—El catador de vinos me consideró bastante cuerdo —le informó Jason—. Por la
manera como veía el escote de tu vestido, debió adivinar lo que yo tenía en mente.
Lorraine revisó su atavío. El escote era bajo, pero no escandaloso.
—¿Está demasiado bajo?
—No, mi amor. Pero con tu maravilloso cuerpo, aun vestida con un saco de papas
levantarías a un muerto... y el catador estaba vivo y era italiano.
Lorraine rió, gozando el buen humor de su amado, y comprendió que, cuando
estuvieran a solas, debería tomar una decisión. No obstante, sabía cuál sería esa
decisión y que todas las veces que se había negado a otros hombres había sido por
Jason, por aquel que había entrado en su mundo volviéndolo al revés y que con su
generosidad, consideración y amor lo había puesto en orden.
—¿Por qué tan callada? —preguntó él mientras conducía hacia Hampstead.
—Pensaba en nosotros.
—¿Me es permitido conocer esos pensamientos?
—Me decía que tuvimos mucha suerte en conocernos —ansiaba hablar del futuro,
pero la cautela se lo impidió. Aunque Jason afirmó que la amaba, no le había pedido que
fuera su esposa, y quizá sólo planeaba que viviera con él.
Lorraine sofocó un suspiro y reconoció el problema que siempre la había
molestado; cómo respetar su propia moral y compaginarla con el mundo en que vivía.
¿Sería feliz viviendo con Jason sin la responsabilidad del matrimonio? De algún modo,
no lo creía, pues si él no estaba dispuesto a comprometerse...
Se dio cuenta de que el auto se detenía y de que el novelista la observaba con
fijeza.
—¿Te preocupa que te desilusione, Lorraine?
Su percepción la asombró, pero le facilitó el camino para responder.
—No, no es eso... pero, apenas nos conocemos.
—Yo te conozco bastante bien —repuso Jason—. ¿Alguna vez te engañó un
hombre?
—No. Nunca le di a ninguno la oportunidad. Siempre me pedían lo mismo.
—Sin embargo, dejaste que yo me acercara a ti, aunque sabías que te deseo.
Lorraine se volvió hacia él, examinando las facciones de Jason y ansiando poder
hacer lo mismo con su mente.
—Mis sentimientos crecieron sin que pudiera evitarlo —le confesó.
—No te haré daño, preciosa.
La voz estaba llena de pasión y él rodeó a la chica con sus brazos, soltando una
maldición cuando la palanca de velocidades se le encajó en el muslo.
—Escojo bien los momentos de amarte, ¿verdad? —se burló de sí mismo—. No he
hecho el amor en un coche desde mis días de estudiante.
Ella sonrió, comprendiendo esa frustración porque también empezaba a
experimentarla.
—Mi sala está vacía —le informó.
—¿Con Margaret y los niños a dos metros de nuestras cabezas? No, gracias.
Prefiero mi sala —la inquietud de la joven resultó demasiado obvia para que Jason la
ignorara—. Lo que te dije en la cabana todavía es válido, caramelo. Nunca te obligaré a
hacer algo que no desees.
El problema era que lo deseaba... con desesperación y que sabía que, una vez a
solas con él, no querría que se detuviera al hacerle el amor. ¿Qué había de malo en
ello?, se preguntó. Después de todo, se amaban y él dijo que, en el momento en que la
vio, había vislumbrado su futuro. ¿No implicaba eso que sus sentimientos eran
profundos y estables?
De repente, Lorraine se cansó de luchar contra sus propias emociones y decidió
que los acontecimientos tomaran su cauce natural. Amaba a Jason y él a ella, y si no
podía confiar en él no existiría nada entre ellos.
Con suavidad, se apartó de los brazos masculinos y abrió la puerta del coche.
—Entonces, vamos a tu casa —susurró y escuchó que él exhalaba el aliento
contenido.
Caminaban por el sendero que conducía a la puerta principal cuando oyeron el
grito agudo de un niño y, segundos después, la luz del dormitorio de Jilly se encendió.
—¡Mami, mamita! —sollozaba y Lorraine se detuvo en seco.
—Oh, cielos, tiene otra pesadilla.
Jilly siguió gritando y Lorraine contempló a Jason, sin palabras.
—Está bien, ve a verla —indicó Jason, triste.
Agradecida, le acarició la mejilla y corrió hacia su propia casa, subió-por la
escalera y se arrodilló al lado de su sobrina, consciente de que Jason le pisaba los
talones.
Al ver a su tía, la niña se echó en sus brazos, derramando otro torrente de
lágrimas que tomó varios minutos calmar. Pero al fin volvió a su cama, mientras
Lorraine y Jason la observaban.
—¿Crees que puedes dormirte? —le preguntó Lorraine, con dulzura.
—¿Puedo dormir contigo!
—Pero, mi amor...
—Por favor, Lorri —los ojos negros, iguales a los de Anne, derritieron el corazón
de la joven, quien abrazó a su sobrina con enorme ternura..
—Claro que sí, cariño —accedió y Jason levantó a la criatura y la depositó en la
cama de Lorraine.
—Tres compartiendo un mismo lecho me parecen una multitud —comentó..
—Lo siento, Jason, yo...
—Olvídalo —repuso él con rapidez—. Tenemos todos los mañanas, querida mía
—le besó la boca con suavidad—. No te molestes en acompañarme a la puerta.
Lorraine oyó que la puerta se cerraba y trató de no pensar en lo que pudo haber
sido. Luego, ya habiendo compartido una cama con Jilly en la cabana y sabiendo lo que
la aguardaba, se preparó para pasar una noche en vela.

Capitulo 8
DESPUÉS que la niña se pasó la noche abrazando a su tía o dándole patadas en el
estómago, Lorraine aún dormía cuando Margaret entró en la habitación con el
teléfono.
—La llaman, señorita —le indicó, conectando el aparato al enchufe de la pared—.
Y no se preocupe por Jilly, que está muy contenta desayunando en la cocina.
Era la señora Pearce, de la agencia Belinda Pearce, así que Lorraine supo que se
trataba de algo importante.
—Te tengo una noticia maravillosa, querida. Linda Joyce... —la mujer nombró a
una de las más famosas modelos de Inglaterra— se rompió una pierna y Rowena busca
con desesperación a una substituía. Yo te recomendé.
Lorraine se despabiló al instante. Rowena era una casa de modas exclusivas que
gastaba una fortuna en publicidad. Si conseguía el contrato, sus problemas económicos
estarían resueltos.
—¿Cuándo quieren verme? —inquirió la chica.
—Te probarán en una sesión esta tarde y, si les gustas, te contratarán. Debes
presentarte en el Hotel Metropolitano a las once.
—¿Hay otra cosa que debo saber? —preguntó la joven, consultando su reloj.
—Pasarás la noche en Brighton. Larry Pethco te invitará a cenar para conocerte.
Es el director de publicidad de Rowena, así que lleva algo elegante.
La chica colgó, sofocando su inquietud por no quedarse esa noche con sus
sobrinos y su tristeza por no ver a Jason.
—El señor Fletcher le dejó esta carta —señaló Margaret, entrando en el cuarto,
cuando Lorraine hacía su equipaje—. No la vi hasta que pasé por el vestíbulo.
¡Su primera carta de amor! Con dedos temblorosos, Lorraine la abrió y leyó dos
breves líneas: "El destino conspira contra nosotros. Un problema familiar. Regreso en
dos días. Te ama, Jason".
Desilusionada, guardó la misiva, cerró su maleta y pidió un auto de alquiler.
Cuando la joven llegó al Metropolitano, un hombre con anillos de oro* una gruesa
pulsera de oro y collares de oro que brillaban en el cuello entreabierto de su camisa,
salió a recibirla.
—Soy Larry Pethco...
—El director de publicidad de Rowena —io interrumpió la joven, reconociendo
ese tipo de hombre y sabiendo cómo complacerlo.
—Veo que has oído hablar de mí —sonrió el ejecutivo.
—Todos los que estamos en el mundo de la moda conocemos su nombre —mintió
Lorraine.
Inflado de importancia, Pethco la acompañó a la recepción.
—Las otras modelos ya están en la playa —le informó—, así que reúnete con ellas
tan pronto como sea posible —la recorrió con la mirada—. Belinda no exageró cuando
afirmó que eras más hermosa que Linda; tienen el mismo colorido, pero tú me pareces
más sensual.
Lorraine presintió que tendría problemas con ese engreído y suspiró. Se excusó y
se dirigió a su habitación, que tenía una magnífica vista de la costa.
Trabajaron toda la mañana y parte de la tarde. A las cuatro, Peter Rolls, el
fotógrafo, les anunció que la cena se serviría en el comedor a las siete y media y que
reanudarían las tomas a las nueve.
—Ya reservé una mesa en el Barlow Inn —protestó Larry Pethco—. Retrasa la
toma de fotos un par de horas.
—¿Y arriesgarme a que sople el viento? —replicó Peter—. No, gracias.
Anunciaron lluvia para esta noche.
Larry cedió de mal humor y Lorraine, consciente de que la observaba, regresó a
su cuarto.
Salía de la ducha cuando oyó que el teléfono sonaba. Como nadie sabía que estaba
ahí, excepto Margaret, no lo contestó, temiendo que fuera Larry.
Marcó el número de su casa y habló con Paul, se aseguró de que todo marchaba
bien y terminó de arreglarse de prisa, sin importarle que el teléfono volviera a sonar
con insistencia.
Se reunió con las otras modelos en el bar y, apenas la descubrió, Larry se le
acercó como una abeja a la miel. No se lo quitó de encima durante la cena y, al
finalizar, la joven dio un suspiro de alivio porque les ordenaron reanudar su trabajo.
Pasaban de las diez de la noche cuando Peter gritó: "¡Terminamos!" y las modelos
se desbandaron.
Larry acosó a Lorraine apenas entró en el vestíbulo acompañada por otra chica.
—Iremos a un centro nocturno —anunció—. Así que apúrense y cambíense de
ropa.
—Estoy exhausta —suspiró Lorraine, fingiendo cansancio—. No se me antoja salir
del hotel.
—¿Y quién dijo que saldríamos? Bailaremos en el centro nocturno del
Metropolitano.
—Yo no...
—Nos reuniremos contigo en media hora —afirmó la voz entusiasta de Milly,
jalando a Lorraine hacia el ascensor—. ¿Qué te pasa? —siseó cuando las puertas se
cerraron—. ¿Tratas de arruinar la única posibilidad de convertirte en la "chica
Rowena"? Pon a Larry en su lugar y nunca volverás a trabajar para esta compañía.
—Lo prefiero a soportarlo.
—Eres una nena crecida, linda; puedes cuidarte sola.
Lorraine no estaba tan segura de ello cuando se encontró apretada contra el
cuerpo del Larry en la pequeña pista de baile. ¡Si al menos no hubiera seguido el
consejo de la señora Pearce, sus curvas sensuales no resaltarían bajo la tafeta negra
de su vestido! Ni siquiera le quedaba el consuelo de un sostén para protegerse de la
mirada de rayos "x" de ese tipo o de sus manos exploradoras.
En fin, unas piezas más y se iría, sin importarle lo que sucediera. Ningún trabajo
merecía la pena si debía aguantar las impertinencias de Larry Peíhco. Trató de
apartarse un poco del publicista, pero soto sirvió para que la apretara con más fuerza
y le pasara una mano sudorosa por la espalda.
—Me gusta tu cabello largo y suelto, como te peinaste hoy —comentó él con voz
ronca—. ¿Es ese tu color natural?
—Sí.
Pethco escondió la cara entre las suaves ondas, ahogándola con su aliento
alcohólico.
—¿Qué te parece si nos escapamos juntos a algún lugar? Tengo una botella de
champaña en mi cuarto.
Ella se sonrojó, furiosa. ¡Maldito seductor! Ya era más que suficiente.
—Es demasiado tarde, Larry, y salgo para Londres mañana al amanecer.
—Sólo tomaremos una copa —persistió.
—Mejor no —Lorraine tomó aliento y luego se lanzó" al vacío—. No quiero darte
ideas equivocadas y... y si buscas a una compañera de juegos...
—¿Tú no juegas? —terminó él.
—Exacto.
—Me agrada oírlo.
—¿De veras? —la chica no lo creía.
—¡Claro! No me gustan las jóvenes que se prostituyen. Te considero una dama... lo
supe desde que te vi. Por eso me atraes. Me pareces hermosa, elegante y lo bastante
inteligente para saber que te puedo ayudar. Con mi apoyo, puedes llegar a donde te
propongas.
A Londres, por ejemplo, decidió Lorraine en ese momento. Si había un tren que
partiera a esa hora de la noche, lo tomaría.
—Por ti, me tiraría por la borda, cielo —le susurró Larry al oído, lamiéndoselo con
su lengua pegajosa.
Ella tembló de asco y él, interpretando mal ese estremecimiento, la oprimió
contra su cuerpo. Lorraine deseaba golpearlo, arañarle la cara y sacarle sangre pero,
controlándose, cerró los ojos con fuerza y contó hasta diez.
Jason, pensó, nostálgica, si estuvieras aquí, conmigo... Abrió los ojos de nuevo y
se asombró de ver al hombre con quien soñaba, frente a ella. Pero no estaba solo.
Erica se le enredaba como hiedra.
Su carta de esta mañana decía que tenía que resolver un problema familiar;
¿entonces por qué se encontraba bailando, mejilla contra mejilla, con su publicista? ¿O
ahora inventaría que era una prima lejana a la que acababa de hallar?
Al mismo tiempo que se sentía tristísima, la lógica le advirtió a Lorraine que
Jason quizá también la estaba juzgando y se preguntaba lo que ella hacía en un centro
nocturno, con un tipo de segunda categoría como Larry,
Por desgracia, la expresión furiosa de Jason indicaba que su veredicto la culpaba
y Lorraine pasó el resto de la velada en un infierno. Cuando Larry la condujo a la mesa,
le frotó la rodilla con la propia y luego trató de acariciarle el muslo. Sólo la mirada de
Milly impidió que Lorraine le lanzara el café a la cabeza, aunque ese dominio sobre sí
misma nada tenía que ver con el contrato de Rowena, pues nunca lo aceptaría si
significaba que tendría que trabajar con ese pulpo.
—¿Bailamos de nuevo? —le propuso Pethco poniéndose de pié.
—Primero me polvearé la nariz —replicó ella y antes que Larry se opusiera, se
dirigió a la salida.
Por desgracia, debía pasar frente a la mesa de Jason y el escritor se levantó
para saludarla.
—Buenas noches —se mofó—. No sabía que trabajaras en Brighton.
—Yo tampoco, hasta que mi agente me telefoneó esta mañana. ¿Por qué estás tú
aquí?
—Vine a visitar a unos parientes.
—¿Erica es uno de ellos? —Lorraine se arrepintió de esa pregunta tan pronto
como la formuló. Jason lanzó una mirada hacia la mesa que ella acababa de abandonar.
—¿Amigos tuyos?
—No, El hombre con quien bailaba es el director de publicidad de la casa de
modas para quien posé esta tarde.
Ocultando su ira bajo una brillante sonrisa, la joven se metió en el baño y, una
vez ahí, se dejó caer sobre una silla. . Ahí la encontró Erica, minutos después.
—;Qué sorpresa verte de nuevo! —exclamó, examinándose en el espejo antes de
aplicar otra capa de lápiz labial a su boca.
—Estoy trabajando —le aclaró Lorraine.
—Yo también. Jason tiene semanas de retraso y debo asegurarme de que nos
entregue el manuscrito o su libro no saldrá a la venta para la fecha anunciada.
—Debe ayudarte formar parte de su familia.
—¿De qué hablas? Sólo somos buenos amigos —Erica arregló su vestido—.
¿Cuándo regresas a Estados Unidos?
—No lo sé —replicó Lorraine, sin alterarse—. Me gusta vivir aquí.
—En especial teniendo a Jason como vecino —agregó Erica.
Lorraine no replicó. Salió del baño convencida de que su rival la había seguido
para averiguar cómo progresaba la relación que sostenía con el escritor.
Al volver a la atmósfera pesada del centro nocturno, le tomó varios segundos
adaptar su vista a la penumbra. Larry se le acercó, moviendo las caderas al caminar, y
señaló la pista con la cabeza.
—No quiero bailar —se disculpó Lorraine—. No puedo dar un paso más.
—No hay problema, querida. Yo también estoy cansado. Te acompañaré.
Ansiosa, Lorraine miró a Milly, pero la encontró muy ocupada charlando con Peter
y prefirió no hacer un escándalo. De modo que permitió que el publicista la acompañara
al ascensor.
—No hay necesidad de que vengas conmigo —indicó la chica con tersura—, dijiste
que estabas cansado y yo conozco el camino a mi cuarto.
—Nunca estoy suficientemente cansado para no comportarme como un caballero
—emergieron en el segundo piso y él la guió por el corredor, luego de que le quitó la
llave de la habitación.
Larry tuvo dificultades en meterla en la cerradura y la joven resistió el impulso
de arrebatársela. Estaba ebrio y los borrachos, a veces, se vuelven violentos si los
irritan. Al tercer intento, él abrió la puerta y, sin consultarla, entró en el cuarto.
—Me sentaré un momento —le explicó—. No me siento bien.
No mentía, se dijo Lorraine; había perdido el color rubicundo y tenía la piel
amarilla. El inclinar la cabeza para meter la llave en la cerradura lo mareó.
—Mejor vete a tu cuarto —le aconsejó ella.
—Jamás lo lograría —repuso Larry y luego se tapó la boca.
Lorraine le señaló el baño y el tipo se tambaleó y cerró la puerta tras él.
Furiosa con ese engreído y con ella misma por dejar que la involucrara en esa
situación, Lorraine caminó nerviosa por el cuarto hasta que Larry salió del baño, pálido
y contrito.
—Nunca me había sucedido algo semejante —musitó y se dejó caer, sobre una
silla.
—No te preocupes —se forzó ella a consolarlo, aunque le resultaba imposible
sentir compasión por ese vanidoso.
Perneo cerró los ojos y se reclinó sobre la silla, y la chica se preguntó cómo
podría empujarlo fuera de su habitación, cuando de repente lo oyó roncar. ¡Maldito! Se
había sumido en el sueño de los ebrios. El se había quitado la chaqueta en el baño y no
se molestó en ponérsela, y así parecía menos amenazador. Pero, de cualquier forma,
ella no le permitiría quedarse ahí. Lo sacudió y sólo recibió un ronquido profundo como
respuesta. Así que decidió esperar.
Una hora después logró despertarlo y Larry, con gruñidos y gemidos, recobró la
conciencia.
—Ojalá no me desprecies —murmuró, recogiendo su chaqueta.
—Nos pasa a todos —replicó la chica—. Me alegro de que te sientas mejor.
—Eres una mujer maravillosa —sus ojos prominentes ya no estaban inyectados de
lujuria—. Si quieres representar a Rowena, el contrato es tuyo. Hablaré con la señora
Pearce.
Se detuvo en el corredor y la tomó del brazo. Lorraine se puso tensa y decidió
que si se sobrepasaba, lo golpearía, aunque el cielo se viniera abajo. Pero, para su
alivio, él sólo le besó la mejilla.
—Eres una mujer maravillosa —repitió—. Te veré después.
"No si yo te veo primero", pensó Lorraine y cerró la puerta detrás de él. Pero,
¿para qué preocuparse por Larry cuando había tantas cosas que la perturbaban? No,
no muchas. Sólo una. Un hombre llamado Jason. Le dijo que la amaba; sin embargo, sus
acciones no lo demostraban. Quizá, pensó ella, y no era la primera vez que llegaba a
esa conclusión, el amor para Jason significaba tan sólo deseo.
Hasta que supiera qué lugar ocupaba en la vida de Jason, si es que ocupaba un
lugar, Lorraine no recobraría la paz.

Capitulo 9
LA casa estaba vacía cuando Lorraine llegó a media mañana del día siguiente.
Margaret le dejó una nota informándole que, como estaban de vacaciones, había
llevado a ios niños al zoológico.
Incapaz de concentrarse en nada, Lorraine se dedicó a cortar un ramo de rosas
del jardín. Por instinto, echó una ojeada a la casa de su vecino, que parecía desierta.
Apenas podía esperar a ver a Jason y ensayó varias veces lo que le diría.
Estaba comiendo una ensalada cuando Denis le telefoneó y, aun mientras él le
preguntaba cómo estaba, la chica presintió que algo malo ocurría.
—Dímelo de una vez —le pidió—. Puedo resistirlo.
Era peor de lo que anticipó. Los Stanway en apariencia la vigilaban y un detective
privado tomó fotografías cuando Larry Pethco salía de la habitación de ella a las dos
de la mañana. A causa de esa indiscreción, exigían la custodia de los niños de
inmediato.
—Eres soltera y tienes todos los derechos de hacer con tu vida personal lo que
te venga en gana —continuó Denis—, pero me sorprende que no hayas sido más
precavida.
—Larry no es mi amante... ¡nunca he tenido uno! —explotó Lorraine y le explicó al
abogado la situación de la noche anterior—. Así que puedes decirle a ese miembro de
la nobleza que jamás me quitará a Jilly ni a Paul.
—No es tan fácil como lo pintas. Yo te creo, pero dudo de que los demás me
imiten.
—Larry confirmará mis palabras.
—No seas ingenua, Lorraine. Los Stanway, argüirán que, de esa manera, ese
hombre se lava las manos de un asunto turbio.
—¡Pero es la verdad! Escucha, Denis, no entregaré a los niños sin luchar, aunque...
—Perderás... esas fotografías destruirán tu reputación. Si estuvieras casada,
con un hogar establecido, sería otra cosa.
—Entonces, encontraré un esposo —sentenció Lorraine.
—Hazlo y pediremos la custodia... de nuevo.
—¿Quieres decir que tengo que entregar a mis sobrinos en este momento?
—No en este momento —suspiró Denis con compasión—, pero sí en un día o dos.
Enferma del corazón, Lorraine terminó la charla y pensaba en esa noticia
espantosa cuando oyó pisadas en el sendero del jardín. Suponiendo que era Jason,
abrió la puerta y casi la vuelve a cerrar al toparse con Erica.
—¿Qué quieres? —inquirió, agresiva.
—Vine a ver a Jason y todavía no llega a su casa. Hace mucho calor para esperar
bajo el rayo del sol.
—Podrías esperarlo en su jardín —replicó Lorraine y luego, al darse cuenta de
que era demasiado grosera, murmuró una disculpa y se hizo a un lado—. Lamento que
me encuentres de mal humor, pero acabo de recibir una mala noticia.
—¿Se trata de tus sobrinos?
—Sí, ¿quién te lo dijo?
—Lo adiviné —Erica se mojó los labios—. ¿Me regalarías una bebida fría?
—Desde luego —Lorraine se dirigió a la cocina y Erica la siguió.
—No entiendo por qué Jason se retrasa —comentó la publicista—. Prometió
llegar a la una y treinta.
—¿Flagelas con tanta crueldad a todos los autores? —inquirió Lorraine con
sequedad.
—Anoche no usé el látigo —la corrigió Erica—. Fue un evento social. Jason visitó
a sus tíos y se quedó en casa de mis padres por una noche. Nos conocemos desde que
tenía catorce años. Eramos vecinos.
—No sabía que había vivido con sus tíos de niño —repuso la modelo, tendiéndole a
su rival una ginebra con hielo.
—Oh, sí. Su padre murió cuando Jason tenía ocho años y, como su madre se casó
con un español, decidió que el chico permaneciera en Inglaterra.
—Qué extraño —comentó Lorraine.
—No tanto. Heredará el título y Lord Sta... —Erica enmudeció, con la cara roja
de vergüenza.
Lorraine también se sonrojó... de furia, cuando comprendió que el nombre de
Erica no terminó de pronunciar era Stanway.
¿Cómo pudo ser tan tonta para creer que Jason había alquilado esa casa porque
en su apartamento no encontraba el silencio y la paz que necesitaba? ¡El cerdo se mudó
para espiarla! ¡Los Stanway no contrataron a un detective privado... usaron a Jason!
—Lo... lo siento mu... muchísimo —tartamudeó Erica—. No pretendía descubrirte
el secreto.
—Sí, era lo que más deseabas —la contradijo Lorraine—. Por eso viniste aquí.
—Tienes razón —admitió Erica, volviendo a sonrojarse—. Sinceramente, no me
gustaba que Jason te estuviera engañando.
—¡Qué conmovedor! Ignoraba que fueras una feminista. Supongo que también te
habrás enterado de.las fotografías.
—Sí y debo admitir que me sorprendieron. Jason recibió una terrible desilusión
cuando el detective se las entregó a los Stanway esta mañana.
—¿Quieres decir que me espiaban un detective y Jason? — inquirió la joven y
tragó saliva.
—Jason no supo del otro hombre hasta hoy —asintió Erica—. Parece que su tío lo
contrató sin consultarlo.
—¿Por qué?
—Porque Jason siempre se ha dejado influenciar por una cara bonita y Lord
Stanway pensó que... pues, tú puedes adivinar el resto.
—Demasiado bien —concluyó Lorraine, seca, preguntándose qué plan hubiera
ideado Jason para desacreditarla si el detective no le hubiera sacado la delantera.
—Te enamoraste de él, ¿verdad? —afirmó Erica, sin preámbulos.
Lorraine no podía tolerar esa clase de confidencias.
—Te equivocas —respondió, con la cantidad exacta de desprecio—. Es un
compañero encantador y me ayudó en un periodo difícil de mi vida, pero eso no
significa que lo ame, aunque reconozco que es muy atractivo.
Ante esa réplica Erica soltó una carcajada.
—Me encantará observar la cara de Jason cuando oiga esas palabras.
—No quiero correrte —comentó Lorraine—, pero tengo que hacer varias llamadas
telefónicas.
—Comprendo —Erica dejó su vaso en el fregadero—. ¿Le dirás que siempre
supiste que era el sobrino de Lord Stanway o que yo te lo descubrí?
Lorraine no había pensado en esa alternativa.
—Salvará tu orgullo el que te considere astuta —sugirió Erica—. Y eso siempre le
importa a una mujer.
—¿Tienes miedo de que Jason se enoje contigo por ser indiscreta? —preguntó
Lorraine, sin creer ni una frase de las que murmuraba Erica.
—Un poco. Aunque estoy segura de que no intentaba continuar con esta farsa
después que sus abogados consiguieron las fotografías. Ahora que obtuvieron la
custodia de los niños, ya no hay otra razón para seguir engañándote.
Lorraine ignoró el veneno que la otra mujer le lanzaba y estudió la proposición de
Erica. Si quería visitar a los Stanway para ver a sus sobrinos, se toparía con Jason
alguna vez. Y haría cualquier cosa para impedir que ese hombre descubriera que ella
había actuado como una tonta.
—Está bien —afirmó, con voz alta—. No le diré a Jason que estuviste aquí. De
esa manera, ambas conseguiremos lo que queremos.
Sonriendo feliz, Erica se despidió y cuando Lorraine se quedó a solas, lloró.
Mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas, pensó que las personas en quienes
confiará la habían traicionado y lo que creyo verdad, resultó mentira. Esos
descubrimientos la estrujaron, pues sintió que estaba rodeada de enemigos.
—Supongo que Margaret sabía quién era Jason —le gritó a Erica, a través de la
ventana abierta.
—Desde luego —la mujer se detuvo en la reja—. Pero Jason deseaba ayudarte,
con toda honestidad. Y no te enojes con la sirvienta. El otro día le dijo a Jason que te
confesaría la verdad, pero él le rogó que esperara un poco más.
Ya no tendría que hacerlo, pensó Lorraine, y deseó poder ocultarse del mundo
entero.
Sin embargo, como era imposible, se enfrentaría a la horrible, desagradable
verdad. Lo único que le quedaba era su dignidad.
Caminó por el cuarto, reflexionando en lo que diría. Debía fingir que siempre
había sabido acerca de las relaciones de Jason con Lord Stanway, pero, ¿le creería él?
Tenía que convencerlo, pues le parecía la única manera de rescatar su orgullo y
soportar la vida.
Lbrraine todavía planeaba lo que le diría a Jason, cuando un hombre rubio llamó a
la puerta. ¿Un vendedor? ¿El detective que recogería a los niños?
—¿Sí? —preguntó ella—. ¿Qué quiere?
—A ti.
Irritada, trató de cerrar la puerta, pero un pie grande se lo impidió. Muerta de
miedo, empujó con más fiíerza. Jason siempre le aconsejó que pusiera la cadena de
seguridad y ella, como una tonta, no lo obedeció.
—¿No me reconoces? —preguntó la voz—. La última vez que hablamos te dije que
vendría de Australia.
—¡James! —gritó Lorraine y abrió la puerta de par en par, para lanzarse a los
brazos de él, con la cara inundada de lágrimas.
El hombre la abrazó con fuerza y ninguno de los dos habló, pensando en Edward y
en cómo su vida había terminado en plena juventud. Sólo que las lágrimas de la chica no
eran únicamente por su hermano, sino también por los niños, a quienes había perdido, y
por Jason, a quien jamás poseyó.
—Lamento comportarme como una ingenua —murmuró al fin, indicándole que
pasara a la sala—. Pero al verte, después de tanto tiempo, reviví muchos recuerdos.
—Yo también —el tono de James era calmado, como ella lo evocaba en su mente,
pero en otros aspectos le pareció diferente.
—Perdóname por no reconocerte —se disculpó la chica—. Has cambiado.
—Hace sólo seis años que nos separamos.
—Quizá, pero parecías más rubio, más delgado y era más joven.
—¡Qué consuelo para un anciano de treinta y cuatro años! —bromeó él—. Pero tú
también has cambiado. Cuando te dejé, te consideraba una muchachita preciosa y
ahora te has convertido en una hermosa mujer.
Una cosa permanecía sin cambiar, pensó Lorraine, desconsolada.
—Me imaginé que los niños Se quedaban contigo —comentó James, mirando a su
alrededor.
—Están en el zoológico.
—¿Has visto a Denis y a Sally?
—Con frecuencia. Denis me representa en el juicio.
—¿Por qué? ¿Tienes problemas legales?
Le contó lo sucedido, recalcando la duplicidad de Jason, pero omitiendo, con
cautela, que se había enamorado de ese traidor.
—Y ahora parece que los Stanway se saldrán con la suya —concluyó—. Por lo
menos hasta que me case.
—Yo estoy dispuesto —propuso James con rapidez.
Ella comprendió a qué se refería, pero fingió tomarlo en broma.
—Eres un ángel —lo alabó con tersura—, pero eso sería pedirle demasiado a un
amigo.
—No estés tan segura.
La chica no contestó y James no insistió. Un hombre sutil, decidió Lorraine,
apreciándolo, con un carácter más noble del que recordaba.
Le pareció un hombre muy atractivo, si no se le comparaba con... Lorraine frenó
sus pensamientos errantes y durante una hora ambos charlaron acerca de sus vidas,
hasta que al final James llevó la conversación al presente:
—¡Qué cerdo fue ese tal Jason al ocultar su verdadera identidad! —hizo una
pausa y agregó—: Aunque debo admitir que no pensabas con claridad cuando decidiste
aceptar la responsabilidad de educar a dos niños pequeños. Y ahora, ¿cuándo
regresarás a Nueva York?
—No estoy segura. Quizá me quede aquí mientras tenga trabajo.
—Espero que trabajes como una esclava —fue el ruego fervoroso de James—. Yo
permaneceré en Inglaterra dieciocho meses y nos dará tiempo de conocernos.
—jNos conocemos desde que yo tenía diez años!
—¡No es lo mismo!
Lorraine lo miró con afecto, consciente de que con ese hombre se sentiría
segura, y deseó que el amor pudiera producirse a voluntad.
—Debo regresar á mi cueva —anunció él—. Conoceré a los niños otro día.
—No sé cuándo se los llevarán —los labios femeninos temblaron y el australiano
le puso una mano tranquilizadora sobre el hombro.
—¿Quieres que cenemos juntos el viernes?
—No se me antojará salir si se acaban de ir mis sobrinos.
—Una razón de más para que te distraigas. Lamentarse no resuelve nada.
—De acuerdo —accedió Lorraine—, si estás preparado para consolar a una
muchacha llorona.
—Compraré un pañuelo extra. Te llamaré el viernes para fijar la hora.
Ella lo acompañó al coche, reconfortada por la tibieza del brazo de James sobre
sus hombros.
—Telefonéame si me necesitas, Lorraine —le pidió él—. Ya sabes cuánto
estimaba a Edward y haría cualquier cosa por ayudarte...
La joven se volvió hacia él, y su amigo la rodeó con sus brazos, dándole la fuerza
y la ternura que ansiaba. Lorraine se apoyó en James, mientras la tensión desaparecía.
—Dulce niña —musitó el hombre y le levantó la cabeza para besarla.
Ella no se opuso, aunque no correspondió a esa caricia. El no pareció notarlo, pues
su boca se volvió más firme y oprimió la de ella con mayor pasión, hasta que un auto, al
aproximarse, lo obligó a separarse de la chica. Cuando lo hizo, Lorraine vio que Jason
se bajaba de su Porsche y le lanzaba una mirada de desprecio al meterse a su casa.
—¿El sobrino? —inquirió James.
—Sí —Lorraine estaba desesperada por que James se fuera y, al rodear el jardín
para entrar por la cocina, se topó con Jason.
—Discúlpame por interrumpir esa escena de amor —se mofó él.
—No te preocupes. James ya se iba.
—¿Otro de tus novios?
—¿Otro? —repitió ella y luego comprendió a lo que se refería—. Ah, desde luego.
Esas fotos de Larry saliendo de mi habitación a las dos de la mañana. ¡Cómo deben
haberse divertido tu tío y tú al examinarlas!
AI captar que la chica conocía su identidad, Jason no fue capaz de ocultar su
sorpresa.
—¿Cuándo lo descubriste? —inquirió, con voz baja.
—¿Lo tuyo o lo de las fotografías?
—Ambas cosas.
—Denis me llamó para aconsejarme que no peleara la custodia de los niños y
también me explicó la razón por la que la perdería. En cuanto a tu identidad... —le
sonrió con malicia—. Lo sospeché desde el primer día.
—¿Por qué motivo?
—Cuando tu libro se publicó, leí un artículo sobre ti en los Estados Unidos
—mintió con suma seguridad, para engañarlo—. Entre otras cosas, comentaba que eras
el heredero de Lord Stanway.
—No te creo. Sólo un puñado de personas conoce esa relación y no se ha escrito
un artículo sobre tal parentesco.
—Pues yo lo leí en un chisme de la prensa —insistió ella—. En "Secretos", para
ser más precisa —rezó con devoción para que él no llamara a la revista en busca de
pruebas—. Actuaste bien, Jason, pero perdiste el tiempo.
—Tu también actuaste como, una profesional. Me engañaste por completo. Pero,
¿por qué permitiste que continuara con la farsa?
Lorraine esperaba la pregunta y se tomó unos minutos antes de golpear la
vanidad de ese hombre.
—Me imaginé que intervendrías en mi favor con tu tío si te enamorabas de mí. No
estaba segura de si debía sucumbir a tus encantos de inmediato o si debía hacerte
esperar; pero al fin decidí que me respetarías más si jugaba a ser "la señorita
inocencia" —abrió los ojos, irónica—. No me equivoqué, ¿verdad? Si no fuera por esas
fotos, aun tratarías de seducirme. Y una vez que nos convirtiéramos en amantes,
hubiera ganado cierta influencia sobre ti.
Aguardó la reacción de Jason llena de tensión. Si él admitía que la amaba, ella
echaría su orgullo a los cuatro vientos y le confesaría la verdad. Si al menos mostrara
cierto arrepentimiento por lo ocurrido, se mostraría honesta con él. Pero Jason no
optó por ninguna de las dos posibilidades. Sólo se rió, con una carcajada profunda.
—Siento desilusionarte, caramelo, pero tus encantos, innegables, sin duda, no me
hubieran disuadido de lo que me proponía lograr: probar que carecías de la fibra moral
para educar a mis pequeños primos. Fue un golpe de suerte; cuando Pethco entró en
escena, me salvó de hacer el supremo sacrificio —los ojos grises brillaron de burla—.
Un sacrificio no demasiado grande, en realidad, pues eres una hembra muy deseable.
Cada palabra que él articulaba era como una daga en el corazón de la joven y el
dolor le resultaba tan intenso que no pudo hablar. Jason interpretó esa falta de
respuesta como indiferencia y, dándole la espalda, murmuró su desprecio.
—Asegúrate de que Paul y Jilly estén listos para irse conmigo mañana temprano
—le ordenó—. Yo mismo los llevaré a la mansión de los Stanway.
—Este no es el fin de la historia —repuso ella con igual desprecio—. Sólo un
intermedio.
Sin dignarse replicar, él la dejó.

Lorraine todavía estaba aturdida por el impacto cuando Margaret regresó con
los niños. Cayeron sobre ella como si hubiera estado ausente por un mes, en lugar de
veinticuatro horas, y consciente de que esa sería la última noche que pasarían juntos
en mucho tiempo, la joven no soportó que se metieran temprano a la cama.
Cuando el cansancio los obligó a dormirse, Lorraine se sentó en una silla para
contemplar sus caritas inocentes, dejando que las lágrimas se deslizaran por sus
mejillas.
Aún tenía el rostro mojado cuando entró en la cocina y le informó a Margaret
que los niños se irían con sus abuelos al día siguiente. El ama de llaves se sonrojó.
—He querido decirle...
—Lo sé todo —la interrumpió Lorraine, y la criada se ruborizó hasta la raíz de
los cabellos.
—Me sentí muy culpable por engañarla, pero el señor Fletcher me rogó que lo
ayudara...
—Olvídelo. No estoy enojada con usted. Sólo espero que se quede con los niños.
Así no estarán rodeados de extraños.
—Claro que me quedaré —repuso Margaret de inmediato y agregó de prisa—: No
entiendo cómo Lord Stanway cree que esas criaturas serán felices con él, si la quieren
tanto a usted, señorita. Me asombra que el señor Fletcher no haya intentado hacer
cambiar de opinión a su tío.
—¿Para qué? —dijo Lorraine, sin expresión en la voz—. Está de acuerdo con su
pariente en todo.
Al día siguiente, la chica dijo a sus sobrinos que irían a visitar a sus abuelos por
unas semanas y, aunque no les gustó la noticia, se alegraron un poco cuando supieron
que Margaret los acompañaría.
—¿Por qué no vienes tú también? —preguntó Paul.
—Los visitaré en cuanto pueda, pero mi casa es esta.
—También la mía —replicó Paul con firmeza—. Y la de Jilly. Papá y mamá vivían
aquí. Lorraine tragó saliva.
—Tu mamá vivió en la casa a donde irán. Es muy vieja y estoy segura de que
tendrá muchos cuartos secretos que podrán explorar.
—¿Quién nos llevará a la escuela? —indagó Paul, siempre práctico.
—Los inscribirán a una nueva y harán muchos amigos.
—¿Ya no nos quieres? —preguntó, herido. Esto fue más de lo que la chica podía
soportar y, poniéndose de rodillass, los abrazó. .
—Siempre los querré, muchachitos míos, pero por el momento no puedo
quedarme con ustedes.
El orgullo la sostuvo cuando Jason llegó para recoger las maletas. Si- saludaron
con fría educación y la modelo mantuvo la mente en blanco al acompañar a sus sobrinos
al auto y agitar la mano para despedirlos, hasta que el Porsche desapareció.
Aun entonces su desprecio por Jason actuó como un freno para su jH-na. Todo lo
que sentía era la determinación de que un día obtendría la custodia de los niños y que
haría que Jason se arrepintiera de haber jugado con su pobre corazón. Lo heriría igual
que él la había herido.

Capitulo 10
SENTADA en el restaurante con James el viernes por la noche, mientras
escuchaba que un trío de cantantes interpretaba "¿Qué es esa cosa llamada amor?",
Lorraine se preguntaba cómo podía continuar amando a un hombre al que despreciaba.
Los días anteriores habían sido una pesadilla de soledad para la joven, pero
James había sido un gran apoyo para ella. La había llamado cada día, a veces por la
mañana y otras por la tarde, y cuando ella le pidió que pospusieran la cena de esa
noche, insistid en que se sentiría mejor cuando estuvieran en el restaurante.
—La semana próxima te enfrentarás al futuro sin temor —comentó él ahora,
interrumpiendo los pensamientos de Lorraine.
—Me lo repito todo el tiempo —suspiró ella—, pero creo que estoy sorda a la
razón.
—Como la mayoría de las mujeres —bromeó James y, poniéndose serio de nuevo,
añadió—: No pienses que estás sola, Lorraine. Siempre me tendrás a mí.
—Lo sé y te lo agradezco. Le debo al destino una cartiía de agradecimiento por
enviarte de Australia.
—Recuérdame que se lo diga.
Lorraine se rió y él, contento de haberle levantado el ánimo, la divirtió con una
serie de anécdotas acerca de su carrera de actor.
—Mañana iré a Wiltshire a visitar a unos primos. ¿Me acompañas? —le preguntó
cuando la llevó de regreso a su casa.
—Veré a Sally y Denis —señaló la chica.
—Entonces, el domingo. Si hay buen tiempo, podemos llegar hasta la costa.
—Imposible. Tengo una cita con Cindy, una amiga estadounidense que pasará unos
días en Inglaterra.
—Salgamos por la tarde, después de esa cita.
—¿Siempre eres tan persistente? —se rió la modelo.
—Sólo cuando quiero algo con todo el corazón.
—A mí no, James. No quiero herirte.,,
—Me encanta saberlo.
—Hablo en serio —se desesperó ella.
—Yo también, y estoy dispuesto a esperar. Así que no insistiré por ahora —hizo
una pausa y cambió el tema—. Empezaré mis ensayos el lunes y quiero practicar mis
parlamentos. ¿Me ayudas?
—¿Yo? No soy actriz.
—No necesitas actuar. Lees las. líneas de Marlene, la mujer con la que me casaré
una vez que asesine a mi esposa.
—¡Magnífico! ¡Y yo que pensaba que eras un héroe! —Las mujeres juzgan a los
villanos más interesantes —el tono de James era tan seco que Lorraine se preguntó si
había adivinado sus verdaderos sentimientos por Jason. Hablaron un poco más y luego
se despidieron.
El domingo en la mañana, Lorraine decidió telefonear a Margaret, pues presentía
que los Stanway asistirían a la iglesia. Acertó; Paul los había acompañado, pero Jilly se
quedó en casa con un resfriado.
—Se adaptan muy bien —le aseguró Margaret—. Les instalaron un columpio en el
jardín, les regalaron toneladas de juguetes y les encantan los perros.
—¿Cree que Jilly se ponga triste si habla conmigo? —preguntó Lorraine,
—Claro que no. Acaba de entrar en el cuarto y ahora se la paso.
La niña le contó a su tía todas sus aventuras, pero parecía que la culminación de
ese día sería la visita de Jason.
—Vendrá a comer y luego nos llevará a un lugar muy especial —barbotó Jilly—.
¿Vendrás tú también?
—Me temo que no, linda.
—¿Cuándo podemos regresar a casa?
—No estoy segura. Pero me puedes llamar por teléfono. Dile a Mar-garet que te
marque los números.
—Es mejor verte que hablarte.
Lorraine sonrió ante esa rápida respuesta y sintió tal desprecio por los Stanway,
que prefirió terminar la conversación.
Ansiosa de escapar de su casa, se bañó y se vistió y una hora después entraba en
la suite del hotel donde se hospedaba su amiga.
—¡Es maravilloso volver a verte! —exclamó Cindy, abrazándola.
—Yo digo lo mismo. ¿Cuánto tiempo te quedarás y quién es el cliente?
—Me iré esta tarde, y el cliente es Dexter Blake, tercero.
—¿Una cadena de detergentes o comida para perros? —preguntó Lorraine.
—¡Un esposo! —declaró Cindy, dramática, enseñándole un anillo de compromiso
con un diamante del tamaño de un garbanzo.
Lorraine lo contempló alelada y luego acribilló a su amiga con preguntas, hasta
que Cindy le describió su romance con lujo de detalles. Al terminar, la modelo
correspondió de igual forma, resumiendo su vida desde que se habían separado.
Comieron juntas en el restaurante del hotel y, al terminar, Lorraine afirmó:
—Basta de quejarme de Jason. ¿A dónde quieres ir esta tarde?
—¿Me darás un puntapié si te pido que visitemos el museo de cera? Quiero
conocer a la realeza de cerca y no creo que me inviten al palacio de Buckingham.
Lorraine se rió de buena gana.
—Madame Tussauds estará repleto, como un panal lleno de abejas, pero si no te
importan las masas de gente...
Nada podía apagar el entusiasmo de Cindy y, al caminar entre las figuras de cera,
Lorraine descubrió que se divertía más de lo que se había imaginado. ¡Si hubiera
llevado a los niños!, pensó. A Paul le habrían encantado las escenas de las batallas y
Jilly se habría enamorado de la Bella Durmiente.
¿No eran sus sobrinos los que caminaban frente a ella? Sacudio la cabeza y cerró
los ojos. Si no dejaba de pensar en ellos, empezaria a alucinar. Abrió los ojos; los niños
estaban ahí, así que comprendió que 10 se trataba de un truco de su mente, sino de la
realidad. Pero, para hacer las cosas más difíciles, Jason los acompañaba.
Lorraine contuvo el aliento, esperando que Erica apareciera; sin embargo, no
había señales de ella. Sólo de ese Adonis vestido de gris, con los dos niños.
Los tres se dieron la vuelta y de repente Paul gritó;
--Ahí está Lorri —y corrió hacia ella, seguido de Jilly.
Lorraine se inclinó para abrazarlos y Jason se les unió, por lo que resultó
inevitable presentarlo a Cindy.
—¿Tomarás el té con nosotros, Lorri? —preguntó Paul, con su carita arrebolada
por el placer de ver a su tía.
—Me temo que no puedo. Cindy y yo tenemos algunas cosas que hacer.
—Salgo para París esta tarde y Lorraine me llevará al aeropuerto —explicó
Cindy.
—En tal caso, no las detenemos —replicó Jason y luego se dirigió a la niña—:
Apresúrate, señorita monstruo, antes que los helados se terminen.
Pero ni siquiera la promesa de un helado pudo separar a Jilly de su tía, a quien
rodeó con sus brazos, llorando con desesperación.
—No quiero que me dejes. Quiero irme a casa contigo.
—Muy pronto, mi amor —le prometió Lorraine—. Pero por el momento tienes que
quedarte un poco más con tus abuelos.
—Ya se lo dije a Jilly —comentó Paul con desdén—. Pero como es chiquita, lo
olvida.
—No soy chiquita —gritó Jilly.
—Síganme —les ordenó Jason, cubriendo a Lorraine con una fría mirada.
Sin esperar a comprobar que los niños lo obedecieran, Lorraine tomó a Cindy del
brazo y la arrastró fuera de la sala.
—¡Qué manera tan desagradable de terminar una tarde deliciosa —comentó su
amiga—. Pero al menos conocí al famoso Jason Fletcher y comprendo por qué te
enamoraste de él —hizo una pausa dramática—. Y tú no le eres indiferente.
—Le gustaba —concedió Lorraine—, y probó suerte.
—Como todos los hombres —repuso Cindy—. Pero tú no lo has olvidado. Lástima
que no se conocieran en circunstancias normales.
—En circunstancias normales, nuestros caminos no se hubieran cruzado —ironizó
Lorraine—. De cualquier modo, Jason es muy eficiente y buscará otro amor que le
convenga mds.
—No discutiré ese punto, pues lo conoces mejor que yo. Pero en cuanto a tu
felicidad, me atrevo a darte un consejo. Regresa a Nueva York y no recuerdes el
pasado.
—Me niego a perder a los niños.
—Nadie te pide que lo hagas. Pero tu hermano no hubiera deseado que fueras
infeliz por ellos.
Cindy se hubiera explayado más sobre el tema, pero como ya era hora de que se
fueran al aeropuerto, se ocuparon en buscar un auto de alquiler y Lorraine agradeció
esa distracción. Aunque su amiga la aconsejaba con cariño, le resultaban inaceptables
sus opiniones y decidió seguir los dictados de su propio corazón.

Capitulo 11
LORRAINE se alegró de ver a James esa noche. El australiano llegó con un
manuscrito y una botella de vino y, después de cenar, se prepararon para el ensayo.
Hicieron un primer intento y la chica se divirtió leyendo las líneas que éí le había
marcado.
—Lo haces muy bien —la felicitó, al final de la primera escena larga—. Si alguna
vez decides cambiar de profesión, me lo dices. Con tu belleza, podrías...
—¿Conseguir el papel de una rubia sin cerebro? —se rió—. No, James, leo bien
porque contigo no me da vergüenza. Pero me quedaría helada frente a una cámara.
—No te quedas helada cuando grabas un comercial.
—Es diferente.
No insistió y continuaron ensayando hasta que, por desgracia, llegaron a una
escena de amor. Lorraine, consciente de que los sentimientos de James podían
florecer con mucha facilidad, pronunció sus parlamentos con voz sin modulaciones.
En cambio, James se lanzó a actuar como si estuviera ante el director de la
película.
—"No permitiré que nadie nos separe" —expresó—. "Mi dinero no significa nada
para mí, si no puedo compartirlo contigo. No sabía que se amaba de esta manera y haré
hasta lo imposible para que me correspondas".
—"No tendrás que esforzarte mucho" —leyó ella—. "Ya te amo, mi vida. ¿Cómo
puedes ser tan ciego para no darte cuenta?"
—"¿Dices la verdad?" —James extendió un brazo.
—"¿No me crees?" —la escena era tan dramática que a Lorraine le costaba
trabajo mantenerse indiferente—. "Eres todo para mí, todo lo que ansiaba y un día
soñé, ¡Oh, cómo te amo! Si sólo...'' —se detuvo de pronto—. ¿Qué fue eso?
—¿Qué? —frunciendo el ceño, James volvió al presente.
—Pensé que oía un ruido.
—No veo nada —replicó James, espiando por la ventana. Regresó al centro del
cuarto—. ¿Te importaría si lo repetimos?
—Estoy cansada —se disculpó.
En realidad se sentía exhausta. AI confiarle sus cuitas a Cindy, volvió a sentir
dolor, y el toparse con Jason lo empeoró.
—Sé que no es tarde, pero no he dormido bien... —se excusó.
—No hay problema. Me has ayudado muchísimo —James recogió el manuscrito—.
Ensayaremos toda la semana e ignoro a qué hora terminaremos,
—Llámame cuando puedas —le sugirió ella—. Si no estoy trabajando, saldremos
juntos.
—Me gustaría verte todas las noches —afirmó James, con una voz inundada de
ternura—. Las palabras que te dije hace unos minutos no eran fingidas. Las sentí.
—Oh, James —Lorraine se defendió con suavidad—, no estoy preparada para
amar.
—Te repito que seré paciente.
—No lo seas. No te hará ningún bien.
—¿Hay alguien más?
Quería mentir, pero comprendió que no sería justa con él.
—Sí —le confesó—. Pero él... no está libre.
James le examinó la cara, con aire reflexivo.
—Soy un hombre paciente —insistió—. Recuérdalo. Ella cerró la puerta después
que James salió, y regresó a la cocina a continuar con las labores domésticas. Terminó
de lavar los platos, limpió la mesa y resistió la urgencia de trapear el piso. Si
continuaba con esa eficiencia, tendría la casa más limpia del vecindario, ahora que ni»
estaban con ella los niños.
Un ruido en la ventana la sobresaltó y corrió hacia el teléfono, pero se detuvo de
golpe cuando oyó que la llamaban por su nombre.
—¡Jason! —exclamó enojada, al abrirle la puerta posterior. —Me diste un susto
terrible.
—Lo siento —replicó él, indiferente por completo—. Vine a entrenarte esto.
"Esto" eran dos dibujos: uno de una casa y otro de un lago con patos.
—De mis sobrinos —murmuró ella—. ¿Por qué no me los diste esta tarde?
—Estaban en mi coche —le explicó—, y, de todos modos, tengo que recoger lo
que dejé en la casa que alquilé.
—Comprendo. Ya cumpliste tu propósito, así que no hay razón para que sigas
viviendo ahí.
—Es cierto. Tú también vas a conseguir lo que te propones.
—No te entiendo.
—Un ricachón quiere casarse contigo. ¿De verdad lo amas o pretendes usar su
dinero para recuperar a los niños?
Lorraine lo contempló azorada. Jason debió de haber oído por la ventana abierta
cuando ensayaba con James y dedujo que un millonario la enamoraba.
—Te has convertido en una gran actriz —continuó Jason, cOn una mueca de
desprecio—. Primero me engañas a mí y ahora a ese pobre estúpido.
—Por una buena causa —repuso ella, superficial—. Haré cualquier cosa por
recuperar a Paul y a Jilly.
—Si de verdad te importara su felicidad, los dejarías donde están —afirmó, sin
reservas—. Necesitan una vida estable.
—La tendrán conmigo.
—¿Por cuánto tiempo? ¿Hasta que el millonario se dé cuenta de que lo usaste?
Sabes, casi siento lástima por ese imbécil. Primero yo, luego Pethco, y ahora él.
Lorraine contuvo el aliento. Jason la había herido antes, pero nunca como en ese
momento. Cerró los ojos y reunió su fuerza interna para ocultar su dolor,
—Tú no cuentas —dijo con voz baja—. No olvides que descubrí quién eras y me
propuse que te enamoraras de mí.
—Ah, sí —se mofó él—. Ofreciéndome tu cuerpo. ¿La oferta sigue en pie?
Demasiado tarde Lorraine comprendió lo que Jason pretendía y, cuando intentó
salir del cuarto, él la sujetó y la encerró en sus brazos.
—No, no huirás —aseguró Jason con voz espesa y le besó la boca con tal
salvajismo que la obligó a abrir los labios. Los dientes de él se estrellaron contra las
encías de la joven y le sacaron sangre. ¿Cómo se atrevía a emplear la fuerza bruta
para someterla?
Lorraine luchó, pero era tan indefensa como una mariposa en una red. Y para
enfatizar su victoria, Jason le pasó la lengua por los dientes.
AI sentir su tibieza, Lorraine se estremeció, ahogándose, lo cual le dio una
entrada triunfal a su enemigo para que penetrara de lleno, explorando la suave caverna
hasta que no quedó ni una parte sin tocar.
Era un beso tan íntimo que costaba trabajo creer que se llevara a cabo sin
cariño, y a ella la invadió la tristeza al pensar que lo que pudo ser maravilloso, la
dejaba humillada. Una vez más luchó por librarse de él y el escritor, riendo, la empujó.
Lorraine sintió que le faltaba apoyo, que flotaba, y luego comprendió que él la
recostaba sobre el sofá de la sala, oprimiéndola con su propio cuerpo.
Ella le golpeó el pecho, pero Jason le puso los brazos en la espalda,
inmovilizándola.
—Ríndete y gózalo —le ordenó, ronco.
—¡Nunca! —lo desafío y fue lo peor que pudo haber hecho, pues aumentó la ira de
su atacante, convirtiéndola en un deseo animal. Entonces, ella cambió de táctica y
cuando Jason la besó, no se resistió.
¿Por qué no?, se dijo la joven, permitiendo que esos movimientos sinuosos la
excitaran. Esto es lo único que tendré de él.
Consciente de que cedía, el hombre le soltó las manos y ella le rodeó el cuello;
acarició los cabellos oscuros de la nuca y después bajó los dedos por los hombros y la
espalda.
Jason la tocó con más suavidad y su lengua jugó en la boca femenina con
delicadeza, antes de besarle la garganta y llegar a la curva cremosa de los senos.
El vestido no formó una barrera para las manos ansiosas que la exploraban y
pronto los pezones desnudos se quemaban bajo la mirada ardiente de su seductor,
para después transformarse en dos picos duros cuando él besó uno y después el otro.
Ella anhelaba que la poseyera. Sin embargo, al borde de la rendición total, se
detuvo. Nunca se había entregado a un hombre, y amar a uno que dudaba de su
integridad moral abarataría un acto basado en la generosidad mutua.
Sacando ventaja de la relajación del novelista, escapó de sus brazos con un
movimiento fácil, al mismo tiempo que se cubría con el vestido y corría hacia la puerta.
—¡Lárgate! —le gritó—. Lárgate antes que llame a la policía y te acuse de tratar
de violarme.
—Una acusación ociosa, muñeca —se burló él, poniéndose de pie con lentitud.
Con el cabello despeinado y la piel enrojecida, la sensualidad de Jason aumentaba
y la chica se arrepintió de no haberlo conocido como amante.
—Si cambias de parecer —continió él al pasar frente a ella en el vestíbulo—,
telefonéame.
—¡El treinta de febrero! —replicó Lorraine.
Sonriente, Jason caminó hasta su coche, dejando que Lorraine cerrara la puerta
de su casa y de todas las esperanzas que había albergado para un futuro compartido.
Capitulo 12
LAS fotografías que Bud Weston le tomó a Lorraine aparecieron en Vogue, en el
número de agosto, y unas horas después que la revista se vendiera en los puestos de
periódicos, Belinda Pearce recibió cinco llamadas solicitando que la chica modelara en
distintos .anuncios.
Lorraine estaba feliz y por primera vez se sintió optimista respecto a su carrera
en Inglaterra.
—Lo que ahora tienes que hacer es ir a la mansión de los Stanway a ver a tus
sobrinos —sugirió Sally, esa noche, mientras cenaban—. Si compruebas que están
contentos, no los extrañaras tanto.
—No me atrevo a enfrentarme a Lord Stanway —replicó la joven, levantándose
para recoger los platos sucios.
—Lo tendrás que hacer tarde o temprano —interpuso Denis.
—Prefiero que sea tarde. A propósito, ¿no quisieras vender esta casa y poner el
dinero en un fondo para los niños?
—No. Los precios de los bienes raíces suben y es mejor conservar la propiedad.
—Entonces les pagaré un buen alquiler a los pequeños.
—Edward se hubiera opuesto.
—Pero yo no hubiera permitido que se saliera con la suya. Habló con tal firmeza
que Denis no siguió discutiendo. Durante las semanas que siguieron, Jason continuó
ocupando los pensamientos de Lorraine. Una tarde, ella le contó todos los detalles de
su pasado con él a James y su amigo apoyó, de forma inesperada, a Jason.
—Tú no hubieras dudado de mí, aun cuando te mostraran una foto de Larry
saliendo de mi cuarto —argumentó la joven.
—Me hubiera puesto en extremos celoso —admitió James—, aunque me atrevo a
pensar que hubiera tenido el sentido común de oír tu explicación antes de condenarte.
—Lo cual no hizo ese canalla —barbotó Lorraine.
—Yo te conozco desde hace años —razonó James—. De cualquier modo, quizás
hubiera actuado como él.
—¡Jamás!
—¡Gracias por tu confianza! —James jugó con los dedos de la joven—. El otro día
me dijiste que amabas a un hombre que no era libre. ¿No es Jason, por casualidad?
—Yo... pues... creo que sí —tartamudeó la modelo, con las mejillas arreboladas.
—Fui un estúpido por no adivinarlo. ¿Existe la posibilidad de que se reconcilien?
—No —respondió de inmediato—. Se acabó. Aunque en realidad nunca empezó. El
me mintió para conseguir la tutela de los niños.
James no dijo nada durante varios minutos, pero cuando habló, sus palabras no
sorprendieron a la joven.
—No te pido que te cases conmigo en este instante, Lorraine. Pero quiero que lo
pienses. Me quedaré aquí un año y medio y quizás en ese lapso logres sacar a Jason de
tu sistema nervioso.
Hubiera sido fácil darle una esperanza, pero Lorraine lo apreciaba demasiado
para ilusionarlo con falsedades.
—No podría casarme contigo, James. Siempre tendrás un lugar muy especial en
mi corazón, pero lo que siento por ti no es base suficiente para un matrimonio.
—Olvida lo que dije —le pidió él, poniéndole un dedo sobre los labios—. Si tu
amistad es lo único que me puedes ofrecer, la acepto.
—No te creo —repuso ella, sin engañarse por la rápida aceptación de James.
—¡Qué manera de tratar a un hombre que acaba de llenarte de caviar, paté y el
mejor queso france's!
—Querido James, has sido un refugio para mí en medio de la soledad —replicó,
con una sonrisa trémula—. Pero no intento monopolizar tu tiempo libre. Saca a otras
chicas.
—Sí, señora —bromeó el hombre y volvió a servirle champaña—.-A propósito,
Jason salió en el periódico.
A Lorraíne le tembló la mano y a pesar de que James lo notó, fingió no darse
cuenta.
—¿Por la publicación de su nuevo libro? —logró musitar la chica.
—No. Espérame un momento mientras te traigo el diario del domingo que tengo
en el auto —regresó con él, hojeándolo hasta que encontró lo que buscaba.
Con una rígida expresión de indiferencia, Lorraine leyó el párrafo que su amigo le
indicó.
"Jason Fletcher, cuyos libros están llenos de aventuras emocionantes, vive una
en la realidad con la hermosa Erica Robson. El dice que filmarán un documental en
Kenya; ella, que Fletcher se documentará para su próxima novela. De cualquier modo
viajarán juntos".
Con aparente tranquilidad, la joven comentó:
—Forman una bonita pareja. Se conocen desde hace años y sus familias son
amigas.
James no replicó y Lorraine continuó con esa charla intrascendente hasta que
llegaron a la casa, donde ella le pidió que se quedara a tomar una taza de café.
—Me siento muy culpable por haberte enseñado ese artículo —barbotó James—.
Pero quería que supieras que pierdes el tiempo amándolo, cuando él se interesa en otra
mujer.
—Qué amable —ella se sonrojó y añadió al instante—: No estoy siendo
sarcástica, James. Me obligaste a enfrentarme de nuevo a la verdad y esa medicina
me parece saludable.
—Desearía que nunca hubieras posado la mirada en ese tipo.
—Si alguna vez vuelvo a verlo —replicó la chica—, me preguntaré por qué lo
juzgué extraordinario.
—¡Brindemos por eso! —exclamó James, alzando su taza de café, y Lorraine lo
imitó.
Decidida a no ocupar todo el tiempo de James, Lorraine empezo a salir con otros
hombres y pronto estaba tan ocupada con su trabajo y sus citas, que Belinda Pearce le
rogó que tomara su vida social con más calma.
Siguiendo los consejos de la señora Pearce, Lorraine empezó a pasar más horas
en su casa y descubrió, para su sorpresa, que ya no la deprimía la soledad. ¿Quién dijo
que no podía vivir sin Jason? Después de un año, ni se acordaría de quién era él... a
menos que se topara con el escritor al visitar a los niños.
Ese pensamiento la hizo recordar que debía averiguar qué día podía verlos, y
vacilaba en llamarlos de nuevo, cuando Margaret le telefoneó para informarle que el
viernes por la mañana irían al dentista y que Lady Stanway sugería que los pequeños
pasaran la noche con su tía.
Encantada, Lorraine les preparó su cuartq y pasó toda la mañana preparando la
comida predilecta de Paul y Jilly.
Le fascinó tener a los niños con ella otra vez y en medía hora le pareció que
nunca se habían ido. Oyéndolos hablar, comprendió que, aunque la extrañaban, se
habían adaptado a sus abuelos, y debió enfrentarse a la posibilidad de que acaso les
convendría quedarse para siempre en la mansión de los Stanway.
Por la tarde los llevó al zoológico y pasaron un par de horas caminando del
acuario al panda, de la casa de los reptiles al panda y del aviario al panda.
—¡Me podría quedar a verlo para siempre! —exclamó Jilly por millonésima vez,
cuando Lorraine sugirió que no echaran raíces frente a la jaula.
—Yo también —concordó una niña de cara pálida, de unos doce años, que estaba
cerca de ellos.
Un hombre bien vestido, cuarentón, caminó hacia la niña y le puso las manos
sobre los hombros.
—¿No crees que debemos irnos, María? Hay otros animales que deberías ver.
María negó con la cabeza y el hombre le lanzó una sonrisa a Lorraine.
—Creo que usted tiene el mismo problema.
Poseía una voz modulada, con un ligero acento y, después de una pausa, Lorraine
apostó a que era italiano. No le pareció muy alto, pero sí elegante y seguro de sí
mismo, aunque sus facciones estaban teñidas de melancolía.
—Me asombra la fascinación que los animales ejercen sobre los niños —dijo la
joven—. Cuando tenía la edad de Jilly, quería volverme veterinario.
—¿Y estudió esa carrera?
—Soy modelo —se rió, al observar que los ojos del caballero se abrían por la
sorpresa—. No me juzgue como un buen ejemplo de mi profesión en este momento —se
disculpó, peinándose el cabello, consciente de que apenas se había maquillado.
—Si todas las mujeres fueran tan hermosas sin cosméticos, ya hubiera quebrado
mi negocio. .
—¿Maquilla a las artistas?
—Soy Cario Aldini —respondió, risueño.
La exclamación que lanzó Lorraine pareció un gemido de vergüenza, pues los
cosméticos Aldini se consideraban los más caros y los mejores del mundo. Evitando ver
los ojos de ese hombre, les advirtió a Jilly y a Paul que debían regresar a casa.
—Me encantaría que aceptara tomar el té conmigo —sugirió Cario Aldini.
Lorraine titubeó, pero Jilly decidió por su tía, pasando un brazo por el de María
y empezando a caminar.
—Me parece demasiado joven para tener un hijo de la edad de Paul —comentó el
empresario, cuando estuvieron sentados en el salón de té del zoológico.
Con voz baja, Lorraine le explicó lo del accidente automovilístico y añadió que sus
sobrinos vivían con los Stanway.
—Tienen suerte de que sus abuelos y su tía los amen —opinó Aldini—. Desde que
mi esposa murió, María sólo cuenta conmigo.
—¿Fue hace mucho tiempo? —Lorraine mantuvo la voz en un susurro
—Tres años. Desde entonces, ambos hemos luchado contra la solead.
—Pensé que estaba rodeado por masas de amigos.
—Lo estoy. Pero ninguno de ellos substituye a una mujer amada y amante
—sonrió—. Así que me he convertido en un maniático del trabajo y mis negocios han
prosperado muchísimo.
—Empezó de la nada, ¿verdad? —comentó la joven.
—Me halaga .que lo sepa.
—No sea tan modesto. ;Usted es el gran Aldini!
—Como me conoce tan bien, me da mano libre para que yo averigüe su vida, obra
y milagros.
Divertida, le contó algunas de sus actividades, complacida por el interes que él
demostraba. Sólo cuando su sobrina bostezó, comprendió que ya era tiempo de que
regresaran a su hogar.
—¿Dónde dejó su auto estacionado? —inquirió Cario Aldini.
—Vinimos en autobús.
—Entonces, permítame llevarlos a su casa.
Su auto, un Rolls, poseía el aire conservador de su dueño. Lorraine supuso que
también en su vida personal el diseñador de ropa era igual ilr discreto y que, aunque no
lo publicaba, no carecía de compañía femenina.
Se convenció de ello cuando él no le pidió que se volvieran a ver... a pesar de que
María agitó la mano por la ventana del auto con frenesí, e sonrió; la realidad le
demostraba que no actuaba como una mujer fatal.
Sin embargo, gozó ese encuentro con un hombre atractivo e inteligente, que le
recordó que Jason Fletcher no era el único soltero agrádable de la población
masculina.
Un día volvería a enamorarse y a ser feliz. ¿Qué le aconsejó una vez su cuñada?
"Espera la felicidad y llamará a tu puerta". Quizá debería bordar ese pensamiento y
colgarlo en la cabecera de su cama.
Capitulo 13
LA semana siguiente Lorraine estuvo ocupada filmando un comercial para unas
aerolíneas inglesas. Hubo de viajar a Jamaica, Martinique y Río y, al regresar a
Londres, no quiso hacer otra cosa que dormir durante todo el fin de semana.
El lunes, a las diez y media de la noche, descansada pero inquieta, decidió
tomarse un baño que la tranquilizara, cuando sonó el teléfono.
—Espero que no sea muy tarde para llamarla —dijo Cario Aldini.
Lorraine se sorprendió de escucharlo, pero escondió su asombro con una suave
risa.
—Rara vez me acuesto antes de media noche —replicó.
—Igual que yo. Acabo de volver de Hawai... por eso no la llamé antes.
—Ya veo —esa información le subió la moral—. ¿Cómo está María?
—Bien. Se enamoró de usted... como yo. Tanto que me pregunto si le gustaría
concursar para ser la "Chica Aldini" de este año.
El corazón de Lorraine dejó de latir por un momento. ¡Cuánto progresaría en su
carrera si salía denominada como la "Chica Aldini"!
—Me encantaría.
—Perfecto. Entonces, la esperaremos en mi oficina a las diez y media del
miércoles. Tenemos nuestros propios estudios y Lucien Sher-wood trabajará en
exclusiva para nuestra próxima campaña.
¡Guau! La perspectiva le parecía cada vez mejor a Lorraine, pues Lucien
Sherwood era para la fotografía lo que Mozart para la música.
—Ahí estaré, a las diez y media en punto —prometió—, Gracias por pensar en mí.
—No he dejado de pensar en ti desde que nos conocimos —la voz calmada de
Cario Aldini le dio más fuerza a su comentario y ella buscó algo que decir, cuando él
prosiguió—: Hasta pasado mañana, Lorraine.
Cinco minutos antes de la hora fijada, la chica se presentó en el edificio de diez
pisos en Knightsbridge, la sede de Cosméticos Aldini.
El dueño la recibió en sus amplias oficinas, con una sonrisa, y la joven adivinó que
le agradaba su apariencia.
—Estás encantadora —la saludó, la guió hasta un sofá y se sentó al lado de ella.
—Te agradezco que me des la oportunidad de competir por el título de la "Chica
Aldini" —comentó ella, en tono de negocios—. Fue muy amable de tu parte.
—La amabilidad no tiene por qué inmiscuirse en esto. Posees el tipo de belleza
que busco... lo supe desde que te descubrí en el zoológico. Pero yo no te calificaré, sino
mis ejecutivos.
Lorraine se deprimió un poco, pero de inmediato reaccionó. ¡Al infierno! Si no
conseguía ese premio, le estaba yendo bien como modelo y no se moriría de hambre.
—Ya es hora de que conozcas a Lucien —prosiguió Cario Aldini, consultando su
reloj—. Te reservamos una sesión con él a las diez cuarenta y cinco.
—¿A dónde debo ir?
—Al final del pasillo, para que llegues a tiempo —la ayudó a levantarse y la
acompañó hasta el estudio, donde se detuvo.
—No sé cuánto tiempo te tardes con Lucien, pero si puedes comer conmigo...
—Tengo otra cita —mintió Lorraine, reacia a revelarle que carecía de
compromisos.
—¿Podrías cenar conmigo alguna noche?
—De acuerdo —dándose la vuelta, la modelo entró al estudio.
La sala no mostraba el desorden acostumbrado por los fotógrafos. Los vestidos
que la chica se pondría estaban colgados y numerados en un hermoso vestidor con baño
propio, secadora de cabello y una amplia muestra de los cosméticos Aldini.
Resultó fascinante trabajar con Lucien Sherwood. A diferencia de la mayoría de
los fotógrafos de modas y publicistas, no hacía una serie de tomas en rápida sucesión,
exclamando: ''¡Maravilloso!", "¡Estupendo!" "Lámete los labios, ángel". "Más
sensualidad", y otros comentarios eréticos para halagar el ego de la modelo y animarla
a que diera todo a la lente de la cámara. En vez de seguir esa técnica, Sherwood
permaneció callado, como si fotografiara a la Reina Isabel, y sólo cuando terminó la
sesión se relajó.
—Por lo general, no guardo silencio —se disculpó—, pero Carlo pretende que este
año la "Chica Aldini" sea intocable y lejana y yo quería que entraras en ese ambiente
de la melancolía —le sonrió, travieso—. Diez sesiones como ésta y olvidaré cómo hacer
un gesto.
—¿Es ese el número de muchachas que fotografiarás? —preguntó Lorraine.
—Tripícalo. Ya llevo veinte.
"Consuélate", se dijo la modelo. Cario Aldini la introdujo como aspirante pero no
permitiría que su gusto personal inclinara la balanza en favor de Lorraine, si los
ejecutivos de la firma la rechazaban, "Y así es como lo quiero", se aseguró la chica a sí
misma. Si obtenía el título por sus propios méritos, no le debería favores a nadie.
—¿Te molestaría trabajar con animales? —inquirió el fotógrafo.
—¿Perros o gatos?
—Leones, jirafas y gacelas. Trabajaremos en Kenya.
¡Donde estaba Jason! El corazón de la joven saltó. ¡Quizás hasta se encontrarían
frente a frente! Pero no debía soñar tonterías. Kenya era un país vasto y ambos
podrían pasar años allá sin verse jamás.
—Una vez hice un comercial con un león —dijo ella con voz alta—. Aparte de que
perdí dos kilos sudando frío, me agradó esa experiencia.
—Lo tomaré en cuenta —la animó y la acompañó hasta la puerta.
El resto de la semana, Lorraine lo pasó con los nervios de punta. Cada vez que
llegaba el cartero o sonaba el teléfono, su corazón se aceleraba.

Una noche, la joven oyó el teléfono y levantó el auricular, pensando que la


llamaba James para invitarla a cenar. Pero era Cario y a la modelo se le erizó el cuero
cabelludo.
—Hola, "Chica Aldini".
Lorraine se quedó muda.
—¿Todavía sigues pegada al aparato? —preguntó él.
—Yo... todavía. ¿Quieres repetir lo que dijiste?
—Hola, "Chica Aldini". A todos les pareciste estupenda.
—¡No lo puedo creer!
—Cena conmigo mañana y te convenceré.
—Me encantará.
Cenaron en el Mossiinan, uno de los restaurantes más nuevos y mejores de
Londres, y, ahí, Lorraine se enteró de que la decisión de los ejecutivos había sido
unánime y que sus ganancias para ese año duplicarían lo que ella había calculado.
Cuando terminaron de charlar acerca de la carrera de la modelo, Carlo le habló de su
vida y su matrimonio, de manera que ella logró conocerlo bastante bien en el
transcurso de unas horas. Por eso aceptó con agrado la invitación de él para la ópera
del próximo sábado.
En esa ocasión, el empresario no mencionó a su esposa y la conversación se
centró en el presente y en los planes para él futuro. Planes de negocios, notó la chica,
agradecida, nada personal. Sin embargo, mientras estaban sentados en el palco,
perfumado por las flores que el italiano ordenó, Lorraine adivinó que la observaba en la
oscuridad. Aunque él no trató de tocarla, ella comprendió que deseaba hacerlo.
Durante un mes salieron varias veces, pero a medida que el viaje a África se
acercaba, Lorraine debió ponerse en manos de los diseñadores, estilistas y
maquinistas. Al final del día se sentía tan exhausta que lo único que quería era tomar
un baño caliente y dormir.
Como resultaba inevitable, una noche soñó con Jason y, al levantarse a las seis,
bajó a la cocina a prepararse un café. Al beberlo, permitió que los recuerdos de ese
hombre llenaran su mente. ¡No sintió dolor!
¡Estaba curada! Iba a marcar el número de teléfono de Sally, para contarle la
buena noticia, cuando decidió que era demasiado temprano para despertarla y prendió
el televisor.
Erica Robson apareció en la pantalla. ¿Qué hacía en un programa matutino?
—¿Qué siente al ser la mejor publicista y ganar el premio de su especialidad?
—inquirid el entrevistador, respondiendo a la pregunta de Lorraine.
—Estoy contenta, pero me parece fácil ganar cuando sólo tengo que promover al
mejor novelista del país —repuso Erica con modestia. Parecía muy femenina y dulce
con su traje en tonos pastel.
—¿Quién es su novelista predilecto, en general? —continuó el reportero.
—Tengo muchos, pero me inclino por Jason Fletcher porque lo conozco desde que
era niña.
—¿Me huele eso a un idilio?
—No se lo puedo decir.
—Pero se reunirá con él en Kenya, ¿verdad? —la sonrisa del entre-vistador era
feroz.
—Para ayudarlo a publicar el documental que filma.
Lorraine no oyó ni una palabra más, ahogada de celos y rabia. ¡Como si alguien, en
sus cinco sentidos, fuera a creer las mentiras de Erica! Jason sólo tenía que levantar
el teléfono para que los reporteros promovieran su documental, así que no necesitaba
la ayuda de esa mujer.
Apagó el televisor y empezó a caminar por la cocina con pasos de pantera. ¡Y
creía que se había sacado a Jason del corazón! Se sonrojó de la mortificación y cayó
en la vieja costumbre de hablar en voz alta... lo cual, en ese momento, caldeó el
ambiente.
Al fin, más calmada, Lorraine se sentó y trató de ser honesta consigo misma. Se
encontraba en una encrucijada: el pasado llevaba a recuerdos tristes; el futuro, a la
felicidad, si se lo proponía.
No había manera de engañarse en cuanto al camino que elegiría y el hombre que
la acompañaría a recorrerlo.
Adiós, Jason. Hola, Carlo.

Capitulo 14
LOS secos matorrales africanos se extendían hasta donde alcanzaba la vista,
mientras el miniautobús donde viajaban Lorraine, Lucien y el equipo de filmación
recorría el camino polvoroso del santuario de la vida salvaje.
Ya habían visto un rebaño de cebras y no hubieran distinguido a dos jirafas si
Tambu, el chofer del vehículo, no se las hubiera mostrado.
—¡Extraordinario! —exclamó Denise, la artista del maquillaje—. El mundo animal
nos enseña una lección respecto al camuflaje.
—Espero ver un león —dijo Lorraine.
—Lo verá, lo verá —le prometió Tambu, con sus anchos dientes como mármol
pulido en medio de su cara de ébano.
Fiel a su palabra, el empleado les señaló un león y una leona asoleándose sobre el
pasto, a un lado del sendero. Sus apetitos parecían saciados, pues parpadearon
perezosos, sin prestar mucha atención a los restos de un búfalo que estaban a un lado
de ellos.
—¡Pobre búfalo! —se estremeció Lorraine.
—No tenga lástima, señorita. Búfalo mata mucha gente si puede. No deje camión
nunca.
—Tendrán que sacarme a puntapiés —le aseguró y Lucien se rió, A media tarde
llegaron al hotel donde pasarían la noche, un cómodo edificio de madera y piedra.
Lorraine revisó su habitación, para comprobar que no había arañas ocultas en los
cajones o en el guardarropa. Un tul, que parecía velo de novia, flotaba sobre la cama,
mecido por la suave brisa de un ventilador.
—Un piquete en tu cara —le advirtió Lucien—, y perderemos un par de días de
tomas, además de miles de libras esterlinas.
Recordándolo, ella bajó el tul sobre el lecho, antes de ponerse un vestido suelto
de algodón sobre su bikini.
—¡No vayas a broncearte! —le aconsejó Antón, el estilista, plantándole un
sombrero de paja sobre la cabeza, y la chica tuvo que conformarse con descansar bajo
la sombra de un árbol.
Poco después, Tambu los guió hasta una cabina cubierta con un techo de hojas,
desde donde podían espiar, sin ser vistos, a los animales que llegaban a beber de una
enorme charca. La joven hubiera deseado quedarse ahí durante horas, pero los demás
prefirieron ir a beber una copa y, para no parecer poco cooperativa, los siguió.
Desde que los niños se fueron a la casa de sus abuelos, ella perdió el apetito; sin
embargo, se obligó a comer, para no perder demasiadas proteínas en ese clima
tropical.
Estaba saboreando un pastel de coco cuando le informaron que la llamaban por
teléfono.
-—Quería averiguar si ya estabas instalada en tu habitación —la saludó Cario y
ella lo oyó tan cerca que parecía que estaba a su lado.
—El trayecto fue arduo, pero muy interesante —comentó Lorraíne—. Eres muy
amable en preocuparte por mí.
—¿Crees que es sólo amabilidad? Ya estoy demasiado viejo para jugar al
caballero educado. Sabes muy bien lo que siento por ti.
—Sí, pues...
—No hablaremos de ese asunto en ese momento, sino cara a cara.
—Carlo, yo...
—No, querida mía, no discutas. Duerme bien y no dejes que Lucien te obligue a
trabajar como esclava.
—Deberías decírselo tú —replicó, seca.
—Ya lo hice. Así que vuelve al comedor, linda.
La comunicación se interrumpió y la joven volvió a su mesa, tratando de que la
declaración de Cario no la perturbara demasiado. Sería una tonta si lo rechazaba; sin
embargo, no estaba segura de que le gustara embarcarse en una nueva relación
romántica.
Durante tres días trabajaron sin cesar. A Lorraine no le cansaba tanto posar,
sino cambiarse de ropa, lo mismo que los peinados exóticos y el maquillaje que debía
usar en ese calor agobiante.
—No me imagino qué mujer querrá tener esta apariencia —refunfuñó, la tercera
tarde, luego de ponerse un traje de safari y observar sus párpados pintados de verde
y púrpura, lo mismo que su cabello.
—Estas fotografías no son para anunciar maquillaje —le explicó Lucien—, sino
para "Safari", la esencia que lanzará tu Carlo este año. Lorraine captó al instante ese
“tu Cario" y, por las miradas que intercambiaron los miembros del equipo, comprendió
que todos habían notado el interés del magnate. Pero, como era una experta en el arte
de ignorar las murmuraciones, fingió no darse cuenta de nada.
Al final de la semana, el grueso de las tomas se había terminado y Lucien hizo
más lento el ritmo de trabajo. Lorraine empezó a gozar ese viaje más de lo que había
imaginado.
Esa noche, antes de cambiarse para la cena, se dio un baño y, al salir de la ducha,
se exprimió el largo cabello y se envolvió en una toalla. Dejó que sus trenzas cayeran
sobre su espalda y entonces, al alzar la vista, se topó con una enorme araña peluda.
Con un grito espeluznante corrió hacia el dormitorio, sin importarle que la
hubieran escuchado los huéspedes de las habitaciones contiguas. Estaba a punto de
salir de la suya, cuando se estrelló contra un hombre alto, que entraba a ver qué le
pasaba. El impacto la dejó sin aliento y hubiera caído al suelo si el desconodo no la
sostiene.
—Gra... gracias —tartamudeó, todavía temblando de horror, y se quedó muda
cuando observó las azoradas pupilas grises que la contemplaban. —¡Jason!
Durante varios segundos se estudiaron, hasta que él recobró el control de la
situación.
—¿Por qué demonios gritabas? —inquirió con ternura.
—¡Hay una tarántula en el baño!
Jason la soltó y se dirigió hacia esa habitación, mientras Lorraine cerraba la
puerta exterior y se arreglaba la toalla, poniéndola con firmeza en su lugar. Casi de
inmediato, el escritor se reunid con ella.
—La tiré en el excusado —le explicó, lacónico—. No volverá a molestarte. A
propósito, no era una tarántula.
—¡Oh, Dios! —musitó ella—, ¡quiero irme de aquí! Hasta este momento me
divertía, pero...
—Lamento afectarte de esa manera.
—¿Tú? —se sulfuró cuando descubrió la expresión de la cara varonil—. Tú no me
afectas de ninguna forma. Me refería a ese monstruo... esa cosa que estaba en el baño.
—¿Una araña bebé? —se burló él—. La tenías aterrorizada —su mirada la
recorrió—. No agarres esa toalla como si tu vida dependiera de ello. No te voy a violar.
Al instante, Lorraine fue consciente de que la toalla apenas cubría sus curvas y
buscó algo cortante que replicar, pero su cerebro parecía haberse convertido en
algodón. Por fortuna, sus piernas aún funcionaban y se alejó de la puerta.
*
—Gracias por rescatarme —logró murmurar—. Has hecho tu buena acción del día.
—La araña no estaría de acuerdo.
—Las odio —se estremeció.
—Muchas mujeres tienen esa fobia.
—¿También Erica? —Lorraine no pudo evitar preguntarlo.
—También Erica.
—¿Sigue aquí, contigo? —por la manera casual en que hizo la pregunta, nadie
supondría que temblaba de rabia ante esa posibilidad.
—Voló a Londres hace unos días.
Jason se apoyó con negligencia contra la pared. El sol africano aumentó el tono
bronceado de su piel y su cabello había crecido, destacando la virilidad que emanaba
de él, atrayéndola. ¡Basta!, se ordenó la chica y le dio a medias la espalda.
—¿Y tú, por qué estás aquí? —indagó él—. ¿O debería preguntar con quién?
—¡Con cinco hombres! —le espetó Lorraine, y se hubiera reído de la expresión
atónita de él si no hubiera estado furiosa—. Trabajo para Cosméticos Aldini
—concluyó.
—¡No me digas que eres la nueva "Chica Aldini"!
—Te felicito por esa brillante deducción,
—Me conviene conocer las últimas noticias —replicó, sardónico—. Nunca puedes
saber qué detalle servirá para una novela...
Llamaron a la puerta, interrumpiéndolo, y, un segundo después, Denise entró.
—¡Uups! —exclamó, y contempló al hombre alto y bronceado con admiración—.
Siento invadir tu habitación, Lorraine.
—No te preocupes. Te presento a un ex vecino mío —comentó la chica, de forma
casual—. Me rescató de una araña.
Denise le regaló a Jason una amplia sonrisa y se pasó la mano por el cabello, con
gesto provocativo.
—¿No lo he visto en televisión? —averiguó.
—Lo dudo —bromeó Jason—. Evito la caja tonta lo máximo posible.
—Entonces, usted es una celebridad.
—Escribo —hizo un movimiento para irse.
—Estás hablando con el famoso Jason Fletcher —anunció Lorraine con la peor
intención y Denise abrió mucho los ojos por la sorpresa.
—¡Guau! ¡Mi autor favorito! Pienso que su último libro es estupendo.
—Muy amable de su parte en decirlo —él retrocedió un paso y Lorraine ocultó su
risa al ver que, por muy ansioso que estuviera de huir, Jason no quería ofender a su
"público"—. ¿También modela? —preguntó el novelista, con una leve sonrisa.
—Maquillo a todas las chicas Aldini.
—Un puesto importante —afirmó él, con educación—. Has alcanzado el éxito
—agregó, mirando a Lorraine.
—Por fortuna —repuso, fría—. Considero un gran incentivo llegar a la cumbre.
Una cortina pareció cubrir las facciones de Jason, quien apretó la boca y bajó la
mirada.
—¿Está de vacaciones, señor Fletcher? —interpuso Denise.
—Hago un documental y esta será mi base por el restó de la semana.
—Entonces, espero que nos sigamos viendo —coqueteó Denise. El sonrió sin
replicar y se retiró por el sendero del jardín.
—¡Qué suerte de tener un vecino como ese dios griego! —exclamó Denise—. ¿Por
qué no le pides que cene con nosotros?
—Prefiero no hacerlo —Lorraine se retiró al baño, todavía revisando las paredes
con miedo—. No tardaré mucho tiempo —le dijo a la otra joven—. Me reuniré contigo
en la terraza en diez minutos.
Sólo cuando se quedó a solas, el impacto de la presencia de Jason la estremeció
y le temblaron los dedos de tal modo que apenas pudo vestirse.
Pero al fin estuvo lista y se reunió con el grupo hecha una masa de nervios.
—Si ves otra araña, llámame a mí —le pidió Lucien, ayudándola a sentarse.
—¿Te lo contó Denise? —indagó Lorraine, mientras paladeaba la Margarita que le
habían ordenado.
De ahí en adelante, trató de participar en la conversación del grupo, pero lo
único que tenía en mente era e] fuego de los ojos que hacía rato la habían quemado... él
todavía la deseaba. Pero, ¿era sólo deseo o- algo más profundo? Quizá Jason luchaba
para sofocar el amor que sentía, de la misma forma que ella lo hacía.
Pero, entonces, ¿cómo se explicaba lo de Erica? Ahí estaba la clave del misterio
y Lorraine meditaba qué hacer cuando Lucien sugirió que pasaran al comedor.
Estaban a mitad de la comida cuando llegó Jason. Miró a su alrededor y, por
accidente o de propósito, se encontró con los ojos de la chica. Mientras le sostenía la
mirada, Lorraine supo lo que debía hacer y le sonrió, trémula. Su corazón se aceleró
cuando la expresión de ese hombre se dulcificó y le correspondió con otra sonrisa,
carente de ironía.
Un camarero se acercó al escritor y le señaló una mesa con vista a la terraza,
pero él negó con la cabeza y empezó a caminar hacia la mesa de Lorraine.
A la joven le temblaron los dedos al colocar el tenedor sobre el plato y trató de
no pensar, sólo de esperar lo mejor.
De repente, dos fuertes brazos la rodearon.
Sorprendida, inclinó la cabeza hacia atrás, y vio a Carlo, contemplándola
radiante. Iba a saludarlo, cuando él se agachó y le cubrió la boca con un beso. ¡La
primera vez que la besaba y debió ser enfrente de Jason!
.Lorraine se apartó con rapidez, pero no la suficiente, pues Jason había
observado la escena y se dirigía hacia una mesa tan alejada de ella como era posible.
La chica hubiera deseado gritar de frustración. ¡Le parecía increíble! Primero
Larry, luego James y ahora Carlo; y cada vez Jason había interpretado mal la
situación.
—No te enojes conmigo por besarte —musitó Cario, pensando que él provocaba la
ira de la chica—. Te he extrañado muchísimo y no pude permanecer alejado de ti.
Ella murmuró algo incoherente, contenta de que los saludos de los demás la
ayudaran a ocultar su tristeza. Le hicieron un lugar al empresario, como era natural, al
lado de la modelo, y ella, al tratar de seguir comiendo, captó la sonrisa traviesa de
Denise. Y no se sorprendió, pues, al ser Cario un hombre discreto, el haberla besado
en público equivalía a una declaración.
Desesperada, Lorraine intentó atraer la atención de Jaspn cuando al fin
regresaron a la terraza, pero el escritor se negó a mirarla,
—Lucien me informó que las tomas han resultado fáciles y que se han adelantado
dos días al programa —dijo Cario—. Por lo tanto, no le molestará si te robo para que
vayamos a Treetops.
Lorraine se puso tensa, consciente de que su amistad con el magnate había
llegado a un punto crucial, y la irritó que fuera en ese sitio, donde cada uno de sus
movimientos sería criticado.
—Treetops está demasiado lejos —comentó, sin alterarse—. Prefiero quedarme
aquí.
—Ahí está tu modelo para el "Hombre Aldini", Cario —la voz de Denise les llegó a
través de la mesa—, si alguna vez decides extender tus productos al mercado
masculino.
Carlo siguió la mirada de la chica y observó a Jason, quien se sentó a una mesa
contigua a la piscina.
—Es demasiado guapo para que esté solo —prosiguió la maquinista y de un salto
se puso de pie y caminó hacia Jason.
Para sorpresa de Lorraine, el novelista aceptó lo que le proponía Deníse, quien lo
llevó al grupo Aldini y con aire de triunfo lo presentó a la compañía. Jason tomó, para
desilusión de Denise, una silla al lado de Lorraine.
—Jason era vecino de Lorraine —explicó la maquinista, orgullosa, ocultando su
pena.
—Nunca me contaste que habías tenido un vecino tan famoso —bromeó Carlo;
—No tenía idea de la fama de Jason —Lorraine habló con un gran esfuerzo—.
Solamente lo consideraba un buen samaritano.
—Con eso me conformaría —interpuso Deníse, abanicando sus pestañas—. Si
quieres mudarte, hay un apartamento vacío en el edificio en que vivo.
—Lo siento —replicó Jason, con una leve sonrisa—. Regresé al que compré en
Albany.
—Es un barrio más elegante que el mío —suspiró Denise de manera tan dramática
que todos se rieron y, después, la conversación se hizo general.
Lorraine estaba demasiado nerviosa para participar en la charla y se preguntó si
podría retirarse a su habitación. Sin embargo, comprendió que Cario se sentina
insultado y decidió continuar en su sitio.
—¿Aldini es el nuevo hombre de tu vida? —le preguntó Jason al oído y la modelo
se volvió con violencia hacia él. Cario había movido su silla un poco para hablar con
Denise y Lucien, dejándolos aislados por un momento.
—Trabajo para él, como bien sabes —respondió Lorraine, sin expresión en la voz.
—Me parece que te quiere para su "Chica Aldini" personal —la irónica sonrisa de
Jason volvió a su boca, mientras le miraba la cara y luego la hendidura entre los senos.
—Es un amigo, nada más. No estoy enamorada de él.
—¿Desde cuándo el amor resulta importante para tí?
—No juzgues a los demás por tus principios —le espetó Lorraine.
—Touché —se mofó Jason—. Te desprecio, pero admito que me pareces en
extremo deseable —una vez más su mirada se posó en la curva llena de los senos—.
Todavía podemos estar juntos, Lorraine. Te prometo que sería una experiencia
memorable.
La indignación la invadió, oscureciendo todo lo que la rodeaba, aunque adivinó que
Jason movía su silla, se despedía de los comensales y se alejaba de la mesa.
Sólo en ese momento Lorraine dominó sus emociones y, murmurando que los
mosquitos le comían los tobillos y que necesitaba rociarse repelente, siguió a Jason.
Lo llamó cuando ambos cruzaban la terraza y nadie los oía. El se detuvo, se volvió
y esperó a que lo alcanzara.
—Nosotros... debemos hablar, Jason —barbotó Lorraine—. Todos estos errores
me vueven loca. No hay nada entre Carlo y yo, te lo juro...
—Como no había nada entre tú y Pethco, o entre tú y James, ¿verdad? Vivo de la
fantasía porque escribo novelas, pero no te creo ni una palabra.
—¿Te agrada pensar lo peor de mí?
—No me agrada nada de ti. Un deber hacia mi tío me obligó a conocerte, pero
como los niños están en el lugar que les corresponde, puedo sacarte de mi vida.
—¿No significo nada para ti?
—Nada. Como te dije hace un momento, te encuentro muy deseable. Sin embargo,
si pretendes algo permanente, olvídalo —con un gesto indiferente, le acarició los labios
y luego, dándole la espalda, caminó con paso firme.
Lorraine se quedó donde estaba, como una estatua en la cálida noche 'de África.
Su intento de hablar de forma razonable con Jason terminó ampliando el abismo que
los separaba, y por fin aceptó que lo había perdido para siempre. Excepto que no se
pierde lo que nunca se ha poseído.
—Lorraine, ¿qué te pasa?
Atontada, vio que Cario se le aproximaba, moviéndose con la gracia refinada de
un puma.
—Charlaba con Jason —contestó, ignorando qué había visto su jefe.
—Me parece excelente la sugerencia de Denise —prosiguió el empresario,
acompañándola hasta su rondavel—. Ese escritor sería ideal para el "Hombre Aldini"...
guapo y famoso.
Lorraine contempló a Cario como si hubiera perdido la razón. ¿De verdad creía
que Jason accedería a anunciar loción para después de afeitar o maquillaje para
caballeros? ¡Escuchaba la mejor broma de esa noche!
—Sería más fácil que persuadieras al príncipe Carlos —le advirtió.
—No estés tan segura. Podría pedir el dinero que quisiera... casi. Y ustedes dos
resultarían sensacionales, con tu colorido en contraste con el de él,
—No me gustaría trabajar con Jason —insistió Lorraine.
—; Qué vehemencia! —la regañó Cario—. ¿Por qué te desagrada, si fue un vecino
maravilloso?
Ella pensó rápido:
—El no me desagrada, sino su modo sarcástico de enfrentar la vida.
—Oh, por un momento sospeché que sentías algo más que amistad por ese
hombre.
—¡Cario, por favor! —las torturadas emociones de Lorraine no resistirían otro
comentario de ese tipo.
—Perdóname, querida, pero estoy tan enamorado de ti, que no soporto que veas a
otro hombre.
Lorraine cerró los ojos. Era peor de lo que se imaginaba. Aceptaba que su
rompimiento con Cario fuera triste, pero no que se convirtiera en una escena de
recriminaciones.
—¿Te estoy apresurando demasiado? —le preguntó él.
—No estoy preparada para amarte —tartamudeó—. ¡Hay mucho que todavía
quiero hacer con mi vida!
—Puedes hacerlo conmigo.
—No, no soy la mujer para ti, Cario. Busca a otra.
—Te pido que te cases conmigo, Lorraine, no una aventura —aclaró él, con el
rostro serio.
¡Oh, cielos! El hombre equivocado, el momento equivocado, todo equivocado. No
podía enfrentarse a ese desastre.
—¿Soy demasiado viejo para ti? —prosiguió el italiano—. ¿Por esa razón me?...
—No, no, ni siquiera he pensado en tu edad. —Entonces, continuaré esperando
que cambies de opinión. —Desearía que no persistieras en tu idea —le pidió, ansiosa—.
No quiero tener- un cargo de conciencia.
—Soy un hombre maduro, querida —sonrió Cario—. Puedo cuidarle. Cuando la
cabana redonda estuvo a la vista, la chica apresuró el paso y al llegar a su habitación,
ya tenía la llave en la mano.
—¿Si me hospedo en el hotel, te molestarás? —inquirió el millonario con voz baja.
Lorraine consideró la pregunta y se dio cuenta de que debía ser sincera.
—Me irritaría y me entristecería mucho. No se ama a voluntad, y al comprender
lo que sientes por mí...
—El amor engendra amor, Lorraine. Cásate conmigo y te lo probaré.
Ella negó con la cabeza y luego indagó:
—¿Te desagradará verme en los anuncios de Aldini, Cario? Si así es, romperé
nuestro contrato.
—Ni soñarlo. Tu trabajo en mi compañía no se relaciona con nuestra... amistad
—se detuvo—. Esperaré un día antes de regresar a casa, para evitar murmuraciones.
—Desde luego —Lorraine titubeó—. Gracias, Cario. Desearía...
Incapaz de proseguir, se metió en su habitación y cerró la puerta anhelando,
como muchas otras veces, poder amar a voluntad.

Capitulo 15
LORRAINE volvió a Inglaterra en un sombrío día de otoño y pronto se adaptó a
su vida normal.
Al final de la semana, Cario la llamó para decirle que las fotografias estaban
listas, por si quería verlas.
Aunque se puso nerviosa, la joven acudió a la cita. Sin embargo, el empresario
mantuvo su palabra de que su relación personal no se mezclaría con los negocios y se
mostró amable, pero frío, permitiendo que Luden le mostrara las fotos a la modelo.
—¡Sensacionales! —exclamó ella al terminar de revisarlas.
—Fotografié lo que vi —repuso el artista.
—¡Qué modestia de ambos! —bromeó Cario—. Y yo tuve el mérito de predecir que
serías la mejor "Chica Aldini" desde que se creó el título. ¿Aceptarías trabajar en
exclusiva para nosotros por tres años, cuando menos? Te haríamos una oferta
atractiva en el sentido económico.
—Aceptaría encantada —respondió con sinceridad—. Pero la señora Pearce debe
decidirlo.
—Estoy seguro de que nos pondremos de acuerdo —replicó su jefe y abrió una
botella de champaña para celebrarlo.
Lorraine se sintió aliviada de que no le rogara que fueran a comer juntos, mas
comprendió que él todavía la amaba. ¿Se portaba como una tonta al rechazarlo?, se
preguntó mientras regresaba a su casa.
Aún reflexionaba en esa posibilidad al abrir la puerta y oír sonar el teléfono.
Corrió a contestar y el miedo la invadió cuando la mujer al otro lado de la línea se
presentó como Elizabeth Stanway.
—¿Los niños? —preguntó la joven al instante.
—Paul está bien. Pero Jilly se enfermó de bronquitis y no ha mejorado tan pronto
como esperábamos. Creemos que la extraña... si usted pudiera dedicarle un poco de
tiempo...
—Jamás he estado demasiado ocupada para negarme a visitar a Paul y Jilly —la
atajó Lorraine—. Estaré ahí a las cuatro.
—Me parece maravilloso. ¿Le gustaría... pues... quedarse con nosotros unos días?
—Sí, si cree que eso ayudará a mi sobrina —contestó, seca. —Estoy segura de
que así será.
Una hora después, con una maleta llena con sus vestidos más sencillos, pues no le
daría la oportunidad a Lord Stanway de criticar su arreglo, Lorraine llamaba a la
puerta de la mansión. Mientras le abrían, contempló los jardines y la riqueza discreta
de esa casa de estilo tudor y comprendió por qué los Stanway deseaban que sus nietos
se educaran ahí.
Un mayordomo la condujo a la habitación donde la aguardaban sus anfitriones. Le
parecieron menos ofensivos que el día del funeral. —Ambos apreciamos su visita —le
aseguró Lady Stanway. Lorraine le lanzó una mirada al anciano, quien la sostuvo sin
titubear.
—Jilly estará encantada de verla —le indicó Henry Stanway con sequedad—. Ha
consultado el reloj desde que le anunciamos que usted venía en camino.
—La llevaré a la habitación de la niña —intercaló Lady Stanway y la guió por un
corredor alfombrado.
El cuarto era amplio y alegre, pero la carita amarillenta de la chiquilla le causó
una sorpresa inquietante a Lorraine.
—¡Ya llegaste! ¡Ya llegaste! —exclamó la niña, brincando de gusto—. Creí que te
habías ido para siempre.
—Nunca haré eso —le prometió con orgullo, abrazando el cuerpecito flaco de su
sobrina—. He estado trabajando fuera del país porque no sabía que te habías
enfermado.
—¿Vivirás conmigo?
—Por unos días.
—Quiero que te quedes para siempre.
Los labios de la niña temblaron, amenazando con convertirse en preludio para las
lágrimas, y Lorraine le pidió con rapidez:
—Me fascinaría ver tus juguetes. Apuesto a que tienes muchos nuevos.
Ese truco surtió efecto y Jilly empezó de inmediato a enseñarle sus tesoros.
—Los abuelos me dieron una casa de muñecas la semana pasada y a Paul un tren
eléctrico —corrió hacia Lady Stanway y se subió en su regazo.
A Lorraine le azoró no sentir celos, ni siquiera cuando Jilly saltó y apretó la
mano de Lord Stanway, preguntándole si podía enseñarle a su tía la cabana que habían
construido en un árbol.
—Todavía no debes salir al jardín —le recordó el viejo con suavidad—. Pero en un
día o dos se la mostrarás a tu tía.
En ese momento, Margareí llevó la bandeja del té y todos se sirvieron pastelillos
de crema. No había necesidad de preguntarse si Jilly era feliz, pensó la modelo, pues
la enfermíta no cesaba de hablar y sus abuelos no parecían molestos con la alegría de
la niña.
—Estoy segura de que le gustará ver su cuarto —dijo Lady Stanway, dirigiéndose
a Lorraine, cuando terminaron de beber el té.
—¡Yo se lo enseño! ¡Yo se lo enseño! —exclamó Jilly—. Anda,.Lorri.
Le asignaron una habitación en el primer piso, frente a un lago, donde nadaban
media docena de cisnes.
—No sé qué me parece más hermoso —comentó la joven, observando los finos
muebles a su alrededor—, la habitación o la vista.
—Es lo que Anne siempre decía —la voz de Lady Stanway enronqueció por la
emoción—. Aquí dormía.
La sorpresa de Lorraine resultó evidente, pues su anfitriona le tocó el brazo.
—Paul y Jilly hablan tanto de usted, que siento que la conozco desde hace años.
A Anne le hubiera gustado que usara su cuarto.
Emocionada, Lorraine acarició los frascos de Lauque del tocador e intercambió
una sonrisa con la anciana.
—Jilly se parece mucho a su madre —murmuró Lady Stanway—. Si sólo... —no
terminó la frase, pero un momento después continuó—. No hay nada peor que vivir con
remordimientos, deseando recobrar el pasado para repetirlo de manera diferente. Por
desgracia, no se puede y la única manera de corregir nuestros errores es no
cometerlos de nuevo.
—No tiene que darme explicaciones, Lady Stanway.
—Quiero hacerlo. Me parece importante que nos entienda porque es la tía de los
niños y no deseo que se aleje de nosotros. La razón principal por la que me opuse al
matrimonio de Anne, lo mismo que su padre, fue porque la juzgábamos demasiado joven
y deseábamos que esperara un poco. Nació con un soplo en el corazón y la consentimos
demasiado.
—¿Cómo hubiera actuado si mi hermano hubiera sido rico?
Lady Stanway se sonrojó, pero no desvió la mirada.
—De forma distinta, desde luego. Debe admitir que él no estaba en posición de
mantener a mi hija.
—No puedo —replicó Lorraine con firmeza—. Edward no le daba lo que usted
exigía, pero a Anne jamás le faltó lo necesario. Su hogar estaba lleno de amor.
Comprendo su oposición... —agregó, con voz estrangulada—, pero no que la haya
cortado de su vida... que no la haya perdonado, ni siquiera cuando nació Paul y ella les
escribió...
—Tratamos de reconciliarnos —asentó Lady Stanway—, pero ella no quiso vernos.
—No lo creo.
—Es verdad. Nos encontrábamos en Australia cuando Paul nació, pero al regresar
leímos su carta y fuimos a visitarla. Para ese entonces ella y el bebé acompañaban al
hermano de usted en una gira y la dueña del apartamento no sabía cómo contactarlos.
Nos prometió que en el momento en que Anne regresara, le diría que nos telefoneara y
le dejamos una carta asegurándole que la amábamos y que ansiábamos conocer a
nuestro nieto —la anciana se apretó las manos convulsas—. Esperamos y esperamos y
nunca oímos una palabra de nuestra hija y... pues... pensamos que su esposo le había
prohibido vernos.
—Edward jamás hubiera sido tan mezquino.
—Fue la única explicación que hallamos, ya que nunca creímos que Anne nos
hubiera rechazado.
Lorraine continuaba incrédula. No dudaba de que Lady Stanway le dijera la
verdad, pero sabía que Anne hubiera perdonado a sus padres.
—¿Le dio la carta a la propietaria del apartamento? Quizá olvidó entregarla.
—No lo sé —Lady Stanway soltó un suspiro trémulo—. Hasta bromeó, afirmando
que se amarraría un cordoncillo en el dedo para recordarlo. Se llamaba Brain.
—¿Brain? ¡Oh, cielo santo! —Lorraine se dejó caer sobre el banquillo del
tocador—. Anne nunca recibió su carta. El edificio se quemó mientras estaban de gira
y la señora Brain murió en el incendio. Edward me escribió acerca de esa tragedia.
Estaba muy impresionado.
Lady Stanway se puso más pálida que una muerta y su boca se movió sin
pronunciar palabra.
—Anne jamás se enteró de que usted deseaba verla —susurró Lorraine—. De lo
contrario, nada le hubiera impedido echarse en sus brazos.
—Si lo hubiéramos sabido... —la voz temblorosa se rompió en un sollozo—. Debo
decírselo a Henry. Sólo Dios sabe cómo lo tome; amaba tanto a Anne...
—¿Por qué lloras, abuela? —preguntó Jilly.
—No lloro —respondió, con un murmullo ahogado—. Tengo... tengo una basurita en
el ojo.
Convencida, Jilly -llamó a Lorraine a su lado.
—Ven a ver dónde vivirá Jason. Se llama casa Dower.
Ansiosa de darle una oportunidad a Lady Stanway para que se recobrara,
Lorraine obedeció y, cuando se volvió, su anfitriona se había ido.
—Jason está en África —parloteó Jilly—. Nos envió la foto de un elefante y...
—¿Me ayudas a sacar mi equipaje? —la interrumpió Lorraine, porque no quería
oír nada de ese hombre.
Jilly accedió y, cuando terminaron, Paul llegó de la escuela y se mostró feliz de
ver a su tía.
Lorraine jugó con ellos hasta la hora de la cena.
—El abuelo nos permitió cenar contigo y dijo que nos podíamos quedar despiertos
hasta que tomes el café en la biblioteca —le explicó Paul.
—Si no tomas café, nos quedaremos despiertos para siempre —afirmó Jilly.
Riéndose, Lorraine se dirigió a su cuarto a cambiarse y se cepillaba el cabello
cuando el mayordomo le anunció que Lord Stanway deseaba hablar con ella en la
biblioteca.
Temiendo ese encuentro, la joven siguió al sirviente. La recibió un hombre
acabado, que no era ni la sombra del orgulloso noble con quien se enfrentara horas
antes. Tenía el rostro ceniciento, como el día en que había enterrado a su hija.
—Mi esposa me confió que Anne nunca recibió nuestra carta —comentó,
ahogándose con su propia voz—. Esta tristeza la deberé soportar por el resto de mis
días.
—Lo lamento —murmuró Lorraine.
—Nos perdimos de una vida —continuó él, como si no la hubiera oído—. Los años
de ausencia de Anne... la infancia de Paul, luego a Jilly como bebé...
Incapaz de proseguir, inclinó la cabeza, y Lorraine, conmovida por la pérdida que
experimentaba el anciano, buscó palabras para consolarlo.
—Estoy segura de que Anne comprende. El amor de ustedes por sus nietos será
el lazo que los una ella.
—Eso espero —suspiró el hombre—. Es lo único que vuelve tolerable mi culpa
—permaneció con la cabeza gacha y, sintiéndose una in-, trusa ante ese dolor tan
profundo, Lorraine se dirigió hacia la puerta.
—Por favor, no se vaya —le pidió él, de repente, mirándola—. No puedo pedirle
perdón a su hermano, pero si usted disculpa a un hombre arrogante que se comportó
como un tonto en el pasado, entonces...
—Todo está olvidado —repuso Lorraine—. Lo que pasó ya no cuenta.
—Por el momento —declaró Lord Stanway, observando a la joven—. Pero más
tarde, hablaremos. Mientras tanto... —se levantó y le tendió la mano.
La chica la estrechó en silencio y luego ambos se reunieron con Lady Stanway y
los niños.
La cena resultó triste, aunque los Stanway trataron de ocultar su dolor. En el
momento en que Jilly y Paul se fueron a la cama, Lorraine los imitó, pensando que sus
anfitriones tenían mucho que decirse, a solas.
Al día siguiente, Lady Stanway indicó a Lorraine que podía quedarse tanto tiempo
como quisiera, y la chica, preocupada por la salud de la niña, llamó a su agencia para
pedir que cancelaran sus citas hasta nuevo aviso.
—De todos modos, no podríamos conseguirte más trabajo —le explicó la señora
Pearee—. Aldini compró tus servicios exclusivos y Lucien me telefoneó para
informarme que la próxima sesión sería en diez días.
Lorraine se sorprendió por la rapidez con que se arreglaban las cosas y todavía
más cuando oyó la suma que recibiría. Si eso hubiera ocurrido unos cuantos días antes,
le hubiera ordenado a Denis que luchara por la tutela de los niños, pero ahora no lo
haría. Se habían adaptado a su nuevo hogar, estaban felices y sus abuelos los
adoraban. Además, lo que ella descubrió la noche anterior cambió su actitud respecto
a los padres de Anne.
Se lo confesó a Lady Stanway más tarde y la conmovió tanto la emoción de la
anciana, que se dio cuenta de que ella misma extrañaba con desesperación la imagen de
la madre que perdió en sus años de adolescencia.
A medida que pasaban los días, creció entre ambas un profundo afecto, pero no
fue sino hasta el sábado que Lady Stanway le confió a Lorraine que habían contratado
a un detective para que la vigilara.
—Estábamos desesperados por recuperar a los niños —se disculpó—, y nuestro
abogado lo sugirió.
—¿Entonces por qué usaron a Jason? —era la pregunta que siempre había
intrigado a Lorraine.
—Primero para que te espiara, pero nos desconcertó cuando de repente afirmó
que te consideraba un tutor adecuado para nuestros nietos —la anciana se sonrojó con
violencia—. Mucho me temo que no le prestamos atención a ese comentario... Jason
siempre se ha inclinado por una cara bonita... así que decidimos contratar a un
detective.
—Estaba furiosa con ustedes —admitió la joven—, pero todavía más con Jason,
por traicionarme.
—Lo entiendo. Sin embargo, cuando te conoció, trató de ayudarte con toda
sinceridad. Y, desde luego, ahora que te apreciamos mi mando y yo, comprendemos la
razón. Nos encanta tenerte con nosotros, Lorraine, y nos gustaría que consideraras
esta casa como la tuya.
—Es muy amable, Lady Stanway —repuso Lorraine, emocionada hasta las
lágrimas—, yo...
—Llámame Elizabeth, por favor, y a mi esposo,'Henry. Esto de Lord y Lady
Stanway suena pedante.
—No me imagino llamando a su marido por su nombre.
—Te acostumbrarás poco a poco —se rió y al final del día, Elizabeth probó que
tenía razón.
Sólo cuando Lorraine se levantó para irse a la cama, Henry Stanway le dijo lo que
había estado en su mente desde el día en que la chica llegara a esa casa.
—Elizabeth y yo te agradecemos todo el amor que les das a los niños y... y
deseamos compartirlos contigo.
—Estoy muy contenta —musitó Lorraine, parpadeando con rapidez—. Me hacen
sentirme como en mi hogar y los visitaré cada vez que pueda.
—No nos referíamos a eso —con una mano arrugada, Henry se quitó el cabello
gris de la frente—. Deseamos que los niños pasen contigo las vacaciones.
Lorraine se quedó alelada pero, aunque ansiaba aceptar ese ofrecimiento,
comprendió que Paul y Jilly deberían llevar una vida ordenada en la mansión, a pesar de
que de vez en cuando los llevara de vacaciones, y así lo expresó.
—Si cambias de opinión... —empezó a decir Henry Stanway.
—No lo haré. A Anne le hubiera gustado que crecieran aquí.
—Entonces, no olvides que ésta es también tu casa.
La chica asintió, aunque sabía que si Jason planeaba vivir en el vecindario, ella no
prolongaría sus visitas. Soportaría verlo mientras permaneciera soltero; una vez
casado, resultaría imposible.

Capitulo 16
DEBES ver la casa Dower antes que regreses a Londres —sugirió
Elízabeth el jueves por la mañana, cuando Lorraine anunció que debía volver a su
trabajo—. Jason estaba decorándola pero tuvo que partir a Kenya; sospechamos que
piensa casarse.
—El y Erica son muy amigos, ¿verdad? —inquirió la joven sin que su expresión
traicionara sus sentimientos.
—Sí, se conocen desde siempre. Ella lo adora, pero no me parece que él le
corresponda. Sin embargo, como dice Henry, construye la casa por una razón. Déjame
enseñártela.
—La próxima vez que venga —propuso Lorraine de inmediato,
—Hoy tenemos tiempo —insistió la anciana.
Y a Lorraine no le quedó más alternativa que ceder y caminar estoica por los
prados, siguiendo a su anfitriona.
La casa Dower quedaba a unos doscientos metros de la mansión y, a su pesar,
Lorraine se enamoró del techo de dos aguas, las chimeneas y las paredes de piedra,
cubiertas de enredaderas.
—Es muy amplia —comentó Elizabeth, abrió la puerta de cedro y precediendo a la
chica entraron en un vestíbulo octagonal, alfombrado con un tapete de color oro viejo.
,
—¡Qué bonito! —exclamó la chica.
—Jason mandó tejerlo. Planea decorar la casa con tonos crema, ocre y amarillo
óxido.
Vagaron con lentitud por las habitaciones. El comedor y la sala estaban
terminados y Lorraine admiró la afortunada mezcla del mobiliario antiguo y moderno.
—Había un diván enfrente de esa ventana —le explicó Elizabeth—, pero Jason
dijo que prefería un sofá y nos lo regaló. Lo puse en tu cuarto.
—Es muy cómodo —mintió la chica, recordando de pronto que un día le confió a
Jason que odiaba los divanes. Al parecer lo convenció de que eran detestables, pensó
divertida.
Subieron al primer piso, donde cuatro dormitorios» cada uno con su propio baño,
habían sido amueblados Con un lujo que no tomaba en cuenta el dinero.
—Espera a que veas la habitación principal —dijo la anciana, abriendo la puerta,
con un gesto elegante.
Lorraine sofocó una exclamación al contemplar las paredes de color durazno y los
faroles a cada lado de la cama.
—Recorrió el país buscándolos —le señaló los faroles—. No se conformaba con
nada que no fuera genuino.
Lorraine temía creer lo que su cerebro le dictaba; sin embargo, tenía que
hacerlo; Jason había amueblado ese cuarto, toda la casa, para ella, porque Lorraine le
describió un día, en broma, el hogar de sus sueños, Recordando la ultima pelea de ellos
en Kenya, la joven no le encontraba sentido. No obstante, él había descartado el diván
y se tomó la molestia de buscar las linternas y decorar la casa con los colores
favoritos de ella. La esperanza surgió en el corazón de Lorraine. Jason debió de darse
cuenta de que se había equivocado al juzgarla y ya no la consideraba una chica que
jugaba con los sentimientos de los hombres. Pero entonces él fue a Kenya y observó la
manera como Cario la saludó.
—¿Qué sucederá con la casa ahora? —preguntó la joven.
—Nada. La señora Perrin, la decoradora de interiores, nos telefoneó para
decirnos que no había recibido noticias de nuestro sobrino desde hacía semanas. Así
que, o está demasiado ocupado para concentrarse en su nuevo hogar o, como sugiere
Henry, ya no se quiere casar.
Ninguna de las dos cosas, hubiera deseado gritar Lorraine. Duda de mí de nuevo.
Sin embargo, no le pareció justo mezclar a Elizabeth en sus problemas. Ella misma
debía resolverlos.
¿Iría al encuentro de Jason o esperaría a que regresara? La detenía la actitud
irónica de Jason en Kenya, aun antes de la llegada de Cario. ¡Un momento! AI repasar
la escena después que Jason la salvó de la araña, recordó que él se comportó
diferente, como si no supiera qué decirle. Entonces apareció Denise y en el siguiente
encuentro con el escritor, Cario besó a la modelo.
Lorraine se llenó de optimismo. Buscaría a Jason al día siguiente, aunque debiera
volar a África.
—Dios santo, casi es la hora de la comida —Elizabeth interrumpió los
pensamientos de la joven, y ésta la siguió hasta la mansión.
Estaba demasiado excitada para comer y reflexionaba si debería confesarle a
Elizabeth y Henry sus sentimientos por Jason, cuando el mayordomo sirvió el plato
fuerte y anunció al mismo tiempo:
—La señorita Erica la llamó, Lady Stanway. Pero al informarle que estaba
comiendo, me pidió que le dijera que el señor Jason llega hoy por la tarde de Kenya y
que ella lo recibiría en el aeropuerto y lo traería aquí de inmediato.
—¿Por qué regresará? —le preguntó Henry Stanway a su mujer—. La última vez
que hablamos me aseguró que se quedaría otro mes en África, filmando.
—Quizá tenga algo que ver con su libro, querido.
—O acaso extraña a Erica — gruñó Henry.
—Puede que estés en lo cierto.
Las esperanzas de Lorraine, tan brillantes hacía un momento, se opacaron por
completo. Si Jason deseaba verla, no le hubiera pedido a Erica que lo recogiera en el
aeropuerto; y el hecho de que llevara a esa joven a la casa de sus tíos, indicaba que se
las presentaría como su futura esposa.
—Quédate a saludar a Jason, Lorraine —le rogó Henry—. Me gustará- atestiguar
que lo has perdonado.
—Ya lo hice —replicó la chica—. Pero tengo un compromiso para esta tarde.
Ansiosa de partir antes que Jason llegara, ordenó que bajaran su maleta tan
pronto como terminó la comida. Como no deseaba que los niños lloraran, se despidió
con un beso casual, y se sentó ame el volante. Pero, horror de horrores, el motor del
auto no encendía.
—¡Qué molestia! —murmuró Elizabeth—. Si el chofer estuviera aquí, lo
arreglaría. Pero fue a Leeds, para asistir al matrimonio de su hija.
—No se preocupe —Lorraine escondió su nerviosismo—. Telefonearé a un auto de
alquiler para que me lleve a la estación.
—Toma mi Volvo —sugirió Elizabeth—. Cuando Charles arregle tu coche, lo
dejará en tu casa y recogerá el mío.
El préstamo fue ofrecido con tanta amabilidad, que Lorraine no se atrevió a
rechazarlo. Transfirieron su equipaje, ella volvió a despedirse de los niños y al fin se
puso en camino.
Sólo entonces se obligó a pensar en que Jason se casaría con Erica y se preguntó
de dónde sacaría la fuerza para enfrentar ese hecho. Una terrible conclusión la
estrujó. Elizabeth y Henry la invitarían a la boda. Pero obligarla a asistir sería llevar
las cosas al extremo. Pasara lo que pasara, ella se encontraría fuera del país cuando
ese temido día se acercara.
Nunca le pareció la casa de su hermano tan desolada como cuando entró en ella
esa tarde, después de comprar víveres en un mercado. Esforzándose por dispersar su
melancolía, encendió todas las luces. ; Al diablo con ese desperdicio de dinero! La'
*Chica Aldini'' podía pagarse ciertos lujos.
Sabía que una llamada a Cario o a James los llevaría corriendo a sus pies, pero no
deseaba aprovecharse de ellos.
Sonaron las nueve de la noche y ella seguía caminando de cuarto en cuarto. Había
firmado un contrato fabuloso, pero demasiados días sin actividad la volverían loca.
Escuchó que un coche se aproximaba, y se asomó por la ventana. Sorprendida,
descubrió que era el suyo. El chofer debió acortar sus vacaciones y llevárselo esa
misma noche. Cogió las llaves del Volvo y abrió la puerta de par en par.
—Hola, Charles —gritó—. ¿Te gustaría tomar una taza de té antes de regresar a
la mansión? Se abrió la puerta del auto y una figura alta, de caderas estrechas, salió.
Lorraine casi se desmaya. Creyó que alucinaba, pero no era una alucinación lo que
caminó hacia ella, sino un hombre de carne y hueso, piel bronceada y una sonrisa que le
alteró el pulso.
—Haz café —le pidió él.
—¿C...café —tartamudeó.
—¿O mi presencia altera las reglas de la hospitalidad?
—Desde luego que no —Lorraine se apartó para que él entrara y aspiró el aroma
que despedía—. Te agradezco que me devuelvas mi auto —le dijo, dirigiéndose a la
cocina de prisa—. No debiste molestarte.
—Quería verte de todas maneras.
Ella anhelaba saber la razón, pero decidió no preguntarla.
—¿Visitaste a mis tíos?
—Sí, me parecieron dos personas muy agradables.
—Igual que tú a ellos.
—Gracias.
—De nada —repuso él con suma educación.
Incapaz de proseguir con esa charla banal, Lorraine tomó la cafetera y la llenó
de agua.
—¿Tienes galletas y queso?
La chica lo observó y por primera vez notó las líneas de cansancio que le
marcaban la cara, y que la piel, aunque bronceada, tenía una palidez que ella no había
descubierto antes.
—¿Tienes hambre? —preguntó con cautela,
—Me muero de hambre.
—Pensé que cenarías en la mansión.
—Eso intentaba, pero al saber que te habías ido, tomé una bebida y me dirigí
hacia aquí.
—¿Cómo supiste que me encontrarías aquí? —inquirió Lorraine negándose a leer
algo significativo en esa explicación.
—Llamé varias veces y por fin me comuniqué con tu agencia. Me informaron que
hoy regresabas y por eso vine.
—¿Para verme! —inquirió tratando de olvidar que Erica lo había recibido en el
aeropuerto.
—Sí —afirmó Jason y luego se sentó ante la mesa—. Te agradecería que me
hicieras un huevo tibio. No estaba.de humor para cenar en el avión y sólo Dios sabe
cuándo fue la última vez que comí.
Lorraine puso la mesa y abrió algunas latas con rapidez. Le costaba trabajo creer
que él se sentaba en la cocina, tan enigmático como siempre.
—¿Por qué estás aquí, Jason? —quiso saber la modelo. Sus nervios la
traicionaban y temió que, si no lo sacaba pronto de la casa, se soltaría llorando, para su
humillación.
—Ya te lo dije, para hablar contigo.
—¿Para qué?
El terminó de comer y se pasó una servilleta por los labios.
—Para disculparme.
—¿De qué? Me acusaste de muchas cosas.
—De una sola —la corrigió, sin alterarse—, con tres hombres distintos. No sé qué
sientes por Cario Aldini; si decidiste amarlo, no te culpo... pero acepto que me
equivoqué respecto a Larry Pethco, a pesar de las malditas fotografías.
—Estaba en mi cuarto —asentó ella—. ¿Por qué afirmas, de repente, que nada
sucedió cuando durante meses creíste lo contrario?
—Porque durante meses estuve loco de celos. Nunca me había sucedido antes.
Nunca amé a una mujer lo suficiente para que me importara lo que sintiera por mí.
Pero contigo fue diferente y cuando te vi en esas fotos, perdí la cordura.
—¿Y ya la recobraste?
—A través de noches de insomnio y duchas de agua helada —admitió Jason con
sequedad. Empujó su silla, se levantó y se acercó a Lorraine, pero cambió de opinión a
medio camino y se dirigió a la sala—. Aquí estaremos más cómodos —comentó,
abrupto—. Trabajé como, esclavo durante cuarenta y ocho horas para poder quedarme
en Inglaterra una semana, y estoy muerto de cansancio. Lorraine esperó a que se
sentara y luego se acomodó frente a él. —Debí escoger entre mis celos y vivir sin ti
—continuó Jason—. No pude aceptar la última opción.
—¿Así que estás dispuesto a perdonar que sea una mujer inmoral?
—¡No eres más inmoral que Jilly! —se burló—. Cometí el error de
no creer que una chica fuera tan inocente como tú pretendías. Maldición,
Lorraine, cuando te acusé de jugar con Pethco, ¿por que no lo negaste?
—No me diste la oportunidad. En el momento en que me viste me acusaste de...
—Está bien —la interrumpió Jason—. Pero esa noche regresé a oír tu versión y
te encontré en los brazos de otro hombre.
—James —replicó ella—. El mejor amigo de mi hermano y uno muy querido para
mí.
—Debiste decírmelo.
—Te fuiste hecho una furia, ¿recuerdas?
—Me comporté como un salvaje —suspiró—. Sin embargo, cuando me topé
contigo en Madame Tussauds, casi te rodeo con mis brazos, mando al demonio a todos
los hombres de tu vida y te confieso que te adoro.
—¡Me hubieras engañado!
—Vine a tu casa esa noche —le recordó—, ¿y qué escucho a través de la ventana
abierta? A un millonario declarando que te adora... un sentimiento que pareces inspirar
a una gran parte de la población masculina.
Lorraine soltó una carcajada.
—¿Qué tiene de chistoso? —indagó Jason, con tanta irritación que ella no supo
qué pensar.
—Te equivocaste de nuevo, Jason. Era James y yo lo ayudaba a ensayar el primer
capítulo de su serie de televisión.
Jason soltó un prolongado y profundo suspiro.
—¿Quieres decir que yo escuchaba una dramatización? —ante el gesto de
asentimiento de la joven, él se pasó una mano por la cara—. ¿Por qué no me lo
explicaste?
—Porque yo también estaba enojada. No podía olvidar que te habías mudado a la
casa contigua para espiarme.
—Me confesaste que siempre supiste quién era y que por tal motivo fingiste
enamorarte de mí.
—Mentí —admitió Lorraine—. Jamás adiviné tu identidad y me vanaglorié de mi
astucia para salvar mi orgullo.
—Una semana después de conocerte, me arrepentí de lo que hacía —afirmó
Jason, al parecer olvidando su cansancio mientras caminaba por la habitación—. Traté
de convencer a mi tío de que los niños debían quedarse contigo y planeaba qué hacer
para que se reconciliaran, cuando él recibió las fotos de Pethco.
Jason se paró frente a Lorraine, quien inclinó la cabeza hacia atrás para verlo. La
palidez del rostro masculino se transformó en una emoción cálida que borraba el
cansancio.
—¿Dónde está Erica? —Lorraine se horrorizó al oírse hacer esa pregunta.
—Con sus padres. Se enteró de que hoy llegaba y me recibió en el aeropuerto.
—¿Cómo se enteró?
—Es amiga de mi camarógrafo... supongo que él se lo dijo. ¿Importa acaso?
Quiero hablar de nosotros, no de Erica.
—Ella importa mucho —replicó la joven—. Quiere casarse contigo, como bien lo
sabes.
—Muchas mujeres me han pretendido —sonrió Jason y con un movimiento ágil
tomó a Lorraine entre sus brazos—. Dejemos de discutir tonterías y hablemos de
nuestros sentimientos —le pidió, con la cara a unos centímetros de la de ella—. Te
amo, Lorraine Ellis, y aunque quizá te impresione la fama creciente de James o el
encanto italiano de Cario Aldini, yo sé que me quieres un poco más que a ellos. Lorraine
negó con la cabeza y su largo cabello rubio se despeinó.
—Te equivocas, Jason. El volvió a palidecer.
—¿Me equivoco? —inquinó, ronco.
—No te angusties —le rogó ella, acariciándole el rostro—. Quise decir que no te
quiero un poco más, sino cientos, miles, millones de veces más y...
El resto de sus palabras se perdió cuando la boca de Jason se posó sobre la de la
chica y él la apretó contra su cuerpo. No la trató con suavidad, ni ella lo hubiera
deseado. La dulzura llegaría después, Ahora necesitaban apaciguar un hambre, una
urgencia de poseerse, de llenar un vacío que los torturaba desde hacía mucho tiempo.
El bebió de la boca femenina; con la lengua le invadió la suave húmeda cavidad,
mientras su cuerpo se ponía tenso de pasión. Dócil, la mujer se amoldó a él, curva con
curva, entrelazando las piernas para sentir la excitación de su pareja.
—Lorraine... te amo... te deseo.
Sus manos se movieron con urgencia por el cuerpo de ella, acariciando los senos,
la espalda, las caderas....
Ella respondió caricia por caricia, gozando del poder que ejercía al sentirlo
temblar. Sus besos se ahondaron, volviéndose más y más salvajes, hasta que él la
empujó y la contempló con pupilas opacas de emoción.
—Mientras todavía puedo pensar con claridad —afirmó., ronco por la ansiedad—,
te preguntaré si quieres casarte conmigo.
—¡Trata de escapar! —bromeó Lorraine.
—¡Nunca!
Volvió a abrazarla, la recostó sobre el sofá y se estrecharon, acomodándose en
la blandura del mueble.
—Necesito tomar una ducha —asentó Jason un momento después.
—Me necesitas a mí.
—También.
—¿Antes o después?
—¿Por qué no durante?
Lorraine se ruborizó a tal grado, que aun en la penumbra él lo notó.
—Dulce Lorraine —le acarició los senos con suavidad—. Gozaré enseñándote
muchas cosas. Espero que aprendas con suma lentitud.
Sorprendida, lo miró a los ojos.
—¿Por qué?
—Porque entonces tendré el placer de enseñarte lo que quiero una y otra vez.
Riendo un poco, se levantaron y, tomados de la mano, se dirigieron al dormitorio.

Roberta Leigh - Esposa inadecuada (Harlequín by Mariquiña)

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