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El hombre al encuentro de su identidad

Desarrollo o construcción

Joaquín Germán Wolf Bacic

Introducción

Hay un problema en la actualidad, que está revolucionando la forma que tiene el


mundo de ver la realidad humana, es el problema de la identidad del sujeto personal.
Existe un debate muy grande respecto a esta problemática, enfocada sobre todo desde la
identidad sexual, discusión que es llevada adelante en gran medida por la “Teoría del
género”.

La teoría del género dogmatiza la primacía de la cultura respecto a la naturaleza,


defiende que la diferencia apreciable varón-mujer es puramente cultural. Lleva a cabo
una distinción del sexo con respecto al género. El primero resulta ser puro biologicismo
irrelevante que en nada puede o debe por sí mismo determinar el género sexual de una
persona; y el segundo, pura construcción social ilimitada en sus alcances constructivos y
además atemporal.

Para encarar la problemática y elucidarla se hace necesario realizar una serie de


aclaraciones, y sentar de antemano una perspectiva de análisis. Puede decirse en primer
lugar, que la sexualidad consiste en algo ajustado a la persona en su totalidad, y que
conduce al individuo a darse íntimamente en el amor manifestando su más intrínseco
significado. De esta forma, se hace referencia a la sexualidad humana no sólo como una
actividad propia del cuerpo exclusivamente, para el placer individual y la procreación,
sino también del alma, convirtiéndola en un llamado a la trascendencia de la persona.

También es preciso realizar una distinción, ya aclarada por Julián Marías, entre
las palabras “sexual” y “sexuado”. Aunque la sexualidad constituya, según estudios
genéticos solamente un 3% de la condición humana, es, sin embargo, una realidad
presente en el ADN de la persona, se encuentra en cada célula de cada órgano, como
una constante que condiciona cada acto, inclusive la forma de pensar del todo humano.

La sexualidad, al estar presente en el ser humano ya desde su ADN se muestra


como constitutiva de la estructura real de la persona. Esto significa que lo que el varón y
la mujer tienen de igualdad, que sería el 97% restante, se encuentra transversalmente
2

condicionado por lo que tienen de diferente.1 Es decir que toda la actividad de una
persona se encuentra totalmente afectada por la condición sexuada del individuo en
cuestión. Por esto es que la sexualidad no se reduce a dos fisionomías distintas. Se trata
de dos modos de ser persona, diferentes, pero complementarios. Desde este modo de ser
persona “me proyecto hacia toda realidad, que en función de él adquiere su sentido.”2

Julián Marías en Antropología Metafísica, sostiene que “la actividad sexual, es


una limitada provincia de nuestra vida, muy importante pero limitada, que no comienza
con nuestro nacimiento y suele terminar antes de nuestra muerte, fundada en la
condición sexuada de la vida humana en general, que afecta a la integridad de ella, en
todo tiempo y en todas sus dimensiones.” 3 Si se la ve empíricamente la “vida humana”
transcurre y se da fácticamente de una manera estable, en una realidad sexuada.

En este artículo, desde el comienzo se instala una perspectiva creacionista.


Cuando se tiene en consideración a un Creador, se entiende que existe una finalidad en
cada ente. Una finalidad que ha sido dada por ese Creador. Es decir que, si tiene una
finalidad, tiene una esencia propia. De esta forma, el ser humano, como ser creado,
posee una esencia. Tiene un modo de ser propio. Y en este modo de ser, entra la
relación, el “ser con”, está implícita una finalidad.

Ante el planteamiento de la “Teoría de género”, y teniendo en cuenta lo dicho


hasta ahora respecto al ser humano esencialmente sexuado y social, surge la pregunta
acerca de la identidad del ser personal, si es posible hablar de una construcción de dicha
identidad. A este interrogante se responderá desde una postura creacionista que afirma
la existencia de una esencia humana que posibilite la postulación de un desarrollo de la
identidad del ser personal.

La pareja humana

Se afirma en el Concilio Vaticano II, según la visión relacional de la perspectiva


creacionista: “…Dios no creo al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre
y mujer. Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de

1
Cf. B. CASTILLA DE CORTÁZAR, “Radicalidad de la condición sexuada”, 6, Acta Philosóphica, 25
(1916/II) 207-228.
2
J. MARÍAS, Antropología Metafísica. La estructura empírica de la vida humana, Madrid, Editorial
Revista de Occidente, S. A., 1970, 104.
3
Ibid., 160.
3

personas humanas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social, y no
puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás.”4

El ser humano, en su estado natural – biológico de nacimiento resulta un enigma


de indigencia, de necesidad de ayuda, posee defensas débiles, infancia larga, pocas
aptitudes físicas y sin embargo sobrevive. El hombre requiere la asistencia de sus
semejantes para su sobrevivencia, desarrollo y educación, todo aquello que le es dado
en la familia. Es necesario, la existencia de la otredad para que el sujeto personal pueda
lograr su propia perfección, que él por sí mismo no puede proporcionarse.

En el fundamento de la esencia humana va la coparticipación del “otro”, la


necesidad de la “otredad” tan negada por algunas corrientes filosóficas y mal entendida
por otras. Sin embargo, en el “ser y estar con” los demás, es justamente donde se
despliega todo el potencial de la naturaleza humana. Y más aún, no solamente en la
relacionalidad del sujeto personal con otro sujeto personal, sino más concretamente con
la relación entre el varón y la mujer.

Además de ser un ser social por esencia, el ser humano es un ser sexuado por
esencia. El punto cúlmine de la relacionalidad propia del ser humano subsiste en la
coexistencia varón-mujer. “Se trata por tanto de acoger al otro ser humano y de
aceptarlo, precisamente porque en esa mutua relación de la que habla Gn 2, 23-25, el
hombre y la mujer llegan a ser don el uno para el otro, mediante toda la verdad y la
evidencia de su propio cuerpo, en su masculinidad y feminidad.”5

A manera de un rompecabezas, fisiológicamente el cuerpo masculino encuentra


naturalmente su complemento en la complexión femenina. Pero, no exclusivamente en
relación a los órganos sexuales, como lo han comprobado biólogos y médicos sino
también para la procreación, por ejemplo: los espermatozoides, para poder llegar hasta
las trompas de Falopio, son ayudados por movimientos uterinos.

Además, es comprobable que previamente a la fecundación, el espermatozoide


reconoce al óvulo como perteneciente a su misma especie, y se da una actividad de
atracción mutua, mediante la segregación de sustancias que ayudan al transporte y la

CONCILIO VATICANO II, Gaudium et Spes n° 12, 111.


4

SAN JUAN PABLO II, Hombre y mujer los creo, Madrid, Ediciones Cristiandad, 2000, 135.
5
4

anidación. Asimismo, el óvulo sucumbe antes de entrar al útero en caso de no haber


sido fecundado por un espermatozoide antes.6

Esta complementariedad entre el hombre y la mujer es posible vislumbrarla


desde la constitución psicológica de ambos. Existen ciertas cualidades humanas en el
varón que solamente la mujer puede hacer aflorar, y viceversa. También se puede hablar
de los diferentes modos de vivir y de actuar que poseen cada uno. 7 “Toda realidad,
incluso las más remotas de la sexualidad -el comer, la comprensión de un teorema
matemática, la contemplación de un paisaje, un acto religioso, la vivencia de un peligro-
se vive desde la instalación en el sexo, y por consiguiente en un contexto y desde una
perspectiva que no se puede reducir.”8

Toda esta referencialidad entre varón y mujer refleja las formas que cada uno
tiene de darse y a la vez de recibir al otro. Es tanta la complementariedad que la
“persona varón” puede ser definida como ser-con-desde, puesto que su modo de ser
tiene que ver con darse a la mujer “desde” sí y “hacia” la mujer; y la “persona mujer”
podría ser definida como ser-con-en, debido a que, no de forma opuesta, sino (y esto es
fundamental) de forma complementaria al modo del varón, su modo de ser, tiene que
ver con darse al varón “en” si y “hacia” sí.9

La condición sexuada

La condición sexuada es algo muy propio del ser humano. El animal posee una
sexualidad que se manifiesta como una actividad programada, en la que sólo se da un
intercambio genético que tiene como fin la subsistencia de la especie, algo puramente
instintivo como un impulso hereditario. En el hombre, aunque también hay instinto, se
encuentra mediado por la inteligencia y la voluntad, que permiten al individuo la auto
posesión activa de sí mismo y también la posesión de la otra persona mediante el “don”.

El hombre, aunque posee también la vida vegetativa y la vida sensitiva, realiza la


sexualidad de otra forma. El hombre crece, se alimenta, se reproduce, se mueve, conoce
y apetece, pero todas esas funciones no las realiza como los otros vivientes de forma
programada-instintiva, sino, por ejemplo, la reproducción se radica profundamente en la

6
Cf. M. C. GRIFFA; J. E. MORENO, Claves para una psicología del desarrollo. Vida prenatal- Etapas
de la niñez. Volumen I, Buenos Aires, Lugar Editorial, 1999, 18-19.
7
Cf. CASTILLA DE CORTÁZAR, “Radicalidad de la condición sexuada”, 7-10.
8
MARÍAS, Antropología Metafísica, 161.
9
Cf. CASTILLA DE CORTÁZAR, “Radicalidad de la condición sexuada”, 16-18.
5

condición sexuada, lo que hace intervenir diversos factores que logran que ésta no tenga
solamente un fin procreativo sino también unitivo.

La “condición sexuada”, a juicio de Julián Marías, introduce una especie de


magnetismo natural en las relaciones humanas y hace de ellas una convivencia dinámica
y recíprocamente respectiva. El varón y la mujer, diferenciados entre sí, manifiestan una
diversa polaridad en la que se implican y convocan uno al otro. “No puedo entender la
realidad ´mujer` sin co-implicar la realidad ´varón`, y por supuesto a la inversa…”10
Realiza y reclama una apelación y respuesta del uno al otro.

La persona humana posee una intrínseca convocatoria al amor, al don de sí


misma, conoce al ser humano que tiene frente a sí y mediante la palabra se suscita una
comunicación de interioridades. El animal expresa únicamente “voces” que avisan lo
que es biológicamente útil para el individuo o la especie. “Sólo el hombre, entre los
animales, posee la palabra. La voz es una indicación del dolor y del placer; por eso la
tienen también los otros animales. […]. En cambio, la palabra existe para manifestar lo
conveniente y lo dañino, así como lo justo y lo injusto.”11

La conducta y el llamado “lenguaje” animal se encuentran condicionados por la


mera vida biológica, en el ser humano es distinto. Cuando el hombre expresa y significa
vitalmente, dice mucho más que lo que el animal comunica biológicamente con su voz
de alarma, dolor o alegría. En el hombre la comunicación puede estar por fuera de lo
vital y orgánicamente condicionado, puede trascender hacia el ámbito de “lo espiritual”,
comunicar su corazón. Puede “darse”, dar una parte de sí al otro por medio del lenguaje
y los gestos.

La soledad

A pesar de la tendencia en los seres humanos a la intercomunicación relacional,


suele presentarse una dificultad, el hombre experimenta en lo más íntimo de su ser “que
está solo”, nadie puede entrar íntimamente en su “sí mismo”, conocer sus pensamientos,
sus aspiraciones y pulsiones. Advierte que en su conciencia solamente está él, como
enclaustrado, con miedo a salir, inmerso en una inmanencia, en una soledad que lo hace

10
MARÍAS, Antropología Metafísica, 163.
11
ARISTÓTELES, Política, Buenos Aires, Alianza Editorial, 2007, 43.
6

sufrir, que lo aliena de los demás, y lo hace privarse a sí mismo del “don de los demás”,
y priva a los demás de su don, se siente como una isla entre otras islas.

La soledad existencial responde a la necesidad de identificación con un igual,


pues el hombre, como ya lo vieron los antiguos griegos es esencialmente un ser social,
es decir que no se comunica con un “otro” solo por necesidad biológica o debido a sus
carencias, sino que interactúa con los demás hombres en búsqueda de su plenificación y
su realización, y a su vez colabora a la realización de los demás.

A raíz de esta necesidad de identificación es que la persona humana se busca a sí


misma en el alter, como en un espejo adecuado. Espera encontrar en el otro la respuesta
fundamental de su existencia: ¿Quién soy yo? Y es en el contacto, en el “encuentro” con
el otro, con el prójimo, que el hombre se va descubriendo a sí mismo. Experimenta que
el “otro” hace aflorar de sí mismo lo que tiene adentro, aquello de él que no conoce. A
través de la convivencia va descubriéndose, pero también va eligiéndose, se desarrolla a
sí mismo y se trasciende.

En los hechos, exclusivamente a partir del encuentro con un “tú” es que aparece
como respuesta el “yo”. Esto se puede ver en la experiencia fundamental del niño, el
cual al nacer se encuentra desconocido de sí mismo y también en frente a un mundo
desconocido, y es solamente a partir del contacto con su madre que va surgiendo el “yo”
del anónimo “eso”. En cierta forma, comienza a surgir una conciencia de subjetividad.
He aquí entonces el verdadero problema existencial de la soledad: aparece la posibilidad
de enajenación.12

Enfrentado a la experiencia de soledad, el hombre se da cuenta de que puede


quedarse encajonado en su sí mismo, sin que nadie conozca sus verdaderas aficiones y
pensamientos, solo y encerrado calladamente en su soledad. Viviendo esta inmanencia,
cae en el error de pensar que puede auto- construir su identidad como él subjetivamente
quiere, que puede transformar esos presupuestos dados en su esencia humana

12
Entendemos “enajenación” como un sentimiento de desgarramiento y desunión, un sentimiento de
alejamiento, enajenación y desposesión, un alejamiento, siempre que se entienda como 'alejamiento de sí'.
Siguiendo a Hegel, la conciencia infeliz es "el alma enajenada" o "la conciencia de sí como naturaleza
dividida" o "escindida", según indica en la Fenomenología del espíritu. Con ello significa Hegel que la
conciencia puede experimentarse como separada de la realidad a la cual de alguna manera pertenece. Cf.
J. FERRATER MORA, Diccionario de Filosofía, Tomo I, A-K, Buenos Aires, Editorial Sudamericana,
19645, 517 -518.
7

La soledad genera la experiencia de auto- posesión y el reclamo inminente a la


trascendencia. Únicamente el hombre es capaz de pensarse a sí mismo y de comprender
que está pensando, en esa actividad reflexiva debe elegir si encerrarse por miedo a lo
desconocido o bien arriesgarse a descubrir esa “su identidad”, que exclusivamente
puede develar saliendo de su inmanencia y abriéndose al encuentro con el otro.

Contrariamente al ensimismamiento y a la inmanencia solitaria, muchas veces el


ser humano con la finalidad de no realizarse esta pregunta existencial de “si vivir hacia
adentro o en la apertura”, y también por querer “ser parte” de un mundo que no pregona
la interioridad, termina encerrándose en el “afuera”, negándose a sí mismo, sin poder
descubrir su identidad. Se convierte así en un actor más que en una persona que vive su
vida pues se deja influenciar por un entorno masificado.

Cuando la identidad se busca afuera de sí mismo, se corre el peligro de buscar en


la diferencia de lo “generalizado”, lo idéntico de lo colectivo, sin llegar nunca a una
individualización que comienza en el afuera, pero termina en la conciencia de uno,
pudiendo captar esa diferencia que lo hace ser único. Se trata de no querer hallar la
diferencia que hace al individuo personal con responsabilidades.

Por el contrario, enajenado por los mass media, la propaganda, el consumismo


intenta destruir esa diferencia para poder masificarse, homogeneizarse con el mundo.
“Carece de un «dentro», de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que
no se pueda revocar. De aquí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser
cualquier cosa.”13

Frente a la angustia de la soledad, el hombre siente un impulso tan grande por


dejarse absorber por el mundo que está dispuesto a negarse a sí mismo con tal de no
sentirse separado de él. Se hace tan “uno con el mundo” que no le queda nada de sí
mismo, nada de su identidad. Este hombre “no se valora a sí mismo -en bien o en mal-
por razones especiales, sino que se siente «como todo el mundo» y, sin embargo, no se
angustia, se siente a saber al sentirse idéntico a los demás.”14

Reposa así el “hombre masa” en la paz del ahogado, flota a la deriva, dejándose
llevar por la corriente homogéneamente compuesta de otros idénticos a él. “El hombre-

13
J. ORTEGA Y GASSET, La rebelión de las masas [en línea],
https://webs.ucm.es/info/bas/utopia/html/rebeli01.htm [consultado: 4 de nov. de 20]
14
J. ORTEGA Y GASSET, La rebelión de las masas, Ciudad de México, La Guillotina, 2010, 16.
8

masa es el hombre cuya vida carece de proyectos y va a la deriva.”15 De pronto este


“ente” vuelve a reaccionar al percatarse de la presencia de otro “igual” a él. Lo ve con
los ojos de “necesidad de compañía”, y abalanzándose sobre él, intenta salir a la
superficie sumergiendo al otro, hasta que el segundo logra salir de debajo de él y se
aleja flotando dejándolo otra vez solo.16

Emerge un mundo inhumano en el que la vida material y más aún la espiritual,


se torna para el hombre cotidianamente más dificultosa, y hasta peligrosa y azarosa de
vivir “… este ambiente cada vez más irrespirable de egoísmo y de odio; y donde el
amor como entrega al amado ha sido sustituido por un pseudoamor, que no es más que
un egoísmo disfrazado en que se quiere al otro como medio de goce: someterlo a sí
como un objeto.”17

En el mundo deshumanizado se deforma y rebaja una parte fundamental del ser


persona: la relacionalidad, la comunión de personas se transforma en algo meramente
animal, en una cuestión instintiva de causa-efecto. Verdaderamente, el hombre que vive
en soledad es menos que un hombre “Y el que no puede vivir en la comunidad, o no
necesita nada por su propia suficiencia, no es miembro de la ciudad, sino como una
bestia o un dios.”18 El hombre que se relaciona desde el utilitarismo es también soledad,
aunque no sea tal vez de una soledad física, sino de una soledad de la conciencia que
permanece encerrada en sí misma.

Cuando se ingresa en la realidad de la creación, de la cual participa también el


ser humano, se hace posible pensar en una finalidad en cada ente dada por el Creador,
finalidad que deriva de una esencia propia para cada creatura. Así, el hombre como ser
creado, posee una esencia, un modo de ser propio en el que se inscribe la relación, “el
ser con”. El hombre se relaciona buscando su plenificación.

La esencia se encuentra en relación directa con la plenitud existencial de los


entes, puesto que la plenitud de los entes solamente es posible en tanto y en cuanto sus
actos y operaciones no vayan en contra de su propia esencia, sino que la desarrolle en
sus posibilidades. A partir de una perspectiva antropológica, se hace posible afirmar que
la plenitud existencial del ser persona se da dentro de los límites de su esencia.

15
Ibid. 67.
16
Cf. Ibid. 204-205.
17
O. N. DERISI, Filosofía de la cultura y de los valores, Buenos Aires, Emecé Editores, 1963, 214.
18
ARISTÓTELES, Política, 44.
9

Ser persona plenamente consiste en poder “ser con otro”. El individuo personal
tiene la posibilidad de salir de sí mismo al encuentro con el otro, sin salir de los límites
de su esencia, o, mejor dicho, sin ir en contra de su esencia. El límite de cada esencia es
el tropiezo con la esencia de los demás, como atrapados en pequeñas soledades, pero
cuando se logra vencer la resistencia al aislamiento se puede acceder a la trascendencia
en el encuentro con la alteridad.

Cuando no hay respeto, orden, normas o valores que obliguen desde el interior,
correlativamente el ser humano se encuentra sin defensa posible frente a los daños de
los demás. Germinan entonces la inseguridad, el temor, la angustia y la desesperación.
“Una vida temporal finita, que comienza y termina en la nada, y que surge sobre ésta
como un conjunto de dolores, sin esperanza de una justicia definitiva y de un amor que
lo haga feliz eternamente. Una vida absurda y sin sentido, que conduce al hombre a la
desesperanza cuando no al suicidio.”19

Recapitulando entonces, la experiencia de soledad engendra la predisposición a


la enajenación, pero en esta subyace la posibilidad de construcción de la identidad. El
sujeto personal experimenta, ante la imposibilidad de trascenderse y donarse al otro, la
incapacidad de descubrirse a sí mismo, puesto que este descubrimiento se da siempre en
el “encuentro” con el otro. Así surge la necesidad imperante de autoconstrucción de la
identidad.

Teoría del género

La “Teoría del género” en sus formulaciones hace una distinción que fortalece y
sella la propia inmanencia: la distinción entre sexo y género, que constituye su axioma
fundamental, como su principio base. Sin aportes que lo fundamenten, sostiene que el
“sexo” es una característica humana de carácter puramente biológico, un simple dato
natural que no posee ninguna relevancia respecto a la identidad de una persona.

El hombre y la mujer se ven como “cuerpos” masa biológica, cuya especificidad


natural no guarda la menor importancia respecto de aquello que ellos mismos pueden
ser. Los seres humanos son como una hoja en blanco, una tabula rasa, lista para ser
inscripta por el peso pretendidamente autónomo de la cultura.20

19
DERISI, Filosofía de la cultura, 214.
20
Cf. O. BONNEWINJ, Gender, quem és tu? Sobre a Ideología de Gênero, Campinas, SP, Ecclesiea,
2015, 34-36.
10

Para los adeptos al “género” es incuestionable que el ser humano no nace siendo
completamente varón o mujer, ni siquiera nace siendo completamente persona, sino que
debe atravesar un proceso de autoconocimiento y construcción de sí mismo. Siguiendo a
Simone de Beauvoir la teoría de genero afirma que “no se nace mujer: se llega a serlo.
Ningún destino biológico, psíquico o económico define la figura que reviste en el seno
de la sociedad la hembra humana; es el conjunto de la civilización el que elabora ese
producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica de femenino.”21

Es aquí donde existe una diferencia radical con la filosofía creacionista, en ella
se habla de un desarrollo del ser humano desde lo que es “ya” hacia lo que debe “llegar
a ser” por medio de la formación y la cultura, atravesando campos tan distantes como la
moral y lo físico-biológico.22 Por el contrario, la Teoría del género afirma la posibilidad
de construcción respecto a la constitución natural. Mientras que la primera se da dentro
de unos límites, aquellos dados por una esencia propia, la última no tiene parámetros en
sus posibilidades de construcción autónoma.

Sin embargo, también es importante aclarar que el ser creado, el poseer una
esencia inmutable no significa ser determinado totalmente, sino tener posibilidades de
perfeccionamiento que superan el ser material. El hombre es capaz de construirse y
tiene como deber el hacerlo, pero todos los presupuestos están dados. La esencia es la
que posibilita la construcción y eso nos abre un mundo de posibilidades

No obstante, para la Teoría de género no importa aquello que el cuerpo del ser
humano trae naturalmente, interesa exclusivamente de qué manera se socializa al
individuo. Los datos biológicos son en esta teoría tan relativizados que estos se tornan
insignificantes en relación a lo natural. El sexo se piensa como una naturaleza bruta sin
interés real, un tipo óntico indeterminado de materia informe. En esa perspectiva, la
diferencia anatómica macho-hembra queda desprovista de toda significación profunda.23

En la teoría del género, determinados factores biológicos son presentados como


fuerzas de resistencia a la verdadera humanidad y humanización, como condicionantes
enajenantes: “…sistema de sexualidad en el que se exige que el cuerpo femenino acepte
la maternidad como la esencia de su yo y la ley de su deseo.” 24 Naturaleza y cultura,
21
S. DE BEAUVOIR, El segundo sexo, Buenos Aires, 1969, 109.
22
Cf. DERISI, Filosofía de la cultura, 36.
23
Cf. BONNEWIJN, Gender, quem és tu?, 31-38.
24
J. BUTLER, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Barcelona, Ediciones
Paidós, 2007, 194.
11

establecen en este caso teórico una irreductible relación de oposición que los lleva a ser
enemigos entre sí.

La distinción sexual, ha ocupado un lugar esencial en la diferencia entre varones


y mujeres. A partir principalmente del sexo, pero también de parámetros de tipo
psíquicos y características espirituales, la humanidad enteramente ha sido dividida y
calificada tradicionalmente en dos géneros: femenino y masculino. En esa perspectiva,
el género, o masculino o femenino es declarado absolutamente determinante

Sin embargo, ese criterio de clasificación es juzgado en la actualidad como


demasiado biologizante y determinista, ya que el cuerpo al ser considerado de esta
forma, es visto como un mal que oprime y coarta la libertad del ser humano pues le
marca un camino pre-trazado de comportamiento. Por esto, será necesario despojar al
cuerpo de toda su significación, de toda su relevancia en cuanto a determinante de la
vida humana individual.

El varón y la mujer actuales aparecen exclusivamente como las consecuencias de


construcciones sociales. “En ellas mismas, las categorías de masculino y femenino no
son fijadas por la diferencia sexual. El ser humano nace “neutro”: él se torna varón o
mujer únicamente por el proceso de socialización, proceso que está en gran parte en
manos del poder político.”25 Esto significa que algo tan fundamental del ser humano
como la sexualidad, el ser sexuado, que, como se explico más arriba, condiciona toda la
vida del individuo, se torna, por la teoría de género, en algo irrelevante y construible a
voluntad por el individuo libremente autónomo.

Al ser el género varón –mujer construible, tan sólo dos géneros ya no tiene
fundamento alguno, se puede pensar la existencia de más que nada tengan que ver con
la diferencia sexual. Se habla así de la existencia de cinco a siete géneros: homosexual,
lésbico, transexual operado y no operado, heterosexual, bisexual e indiferenciado.
También se hace posible afirmar que los géneros son tantos como individuos hay. Es
decir que cada individuo puede construir, inventar su propia sexualidad, de acuerdo a
sus deseos, sin importar el sustrato biológico que haya de base.26

De esta manera el género termina por absorber el sexo, el cual casi dejaría de
existir a no ser solamente como un simple residuo material biológico sin ninguna
25
BONNEWIJN, Gender, quem és tu?, 37. (traducción nuestra).
26
Cf. N. MÁRQUEZ; A. LAJE, El libro negro de la nueva izquierda. Ideología de género o subversión
cultural., Buenos Aires, Grupo Unión, 2016, 97-99.
12

importancia para establecer alguna diferencia entre las personas. El sexo simplemente
seria para la teoría de genero un dato biológico que, si no se da una elección de genero
libre, termina coartando la libertad del individuo. El género es pura elección libre y
maleable; el sexo, determinismo puro y destructor de la libertad.

Una nota del creacionismo es su realismo, la filosofía aristotélico-tomista afirma


que el ser humano conoce las cosas. Lo primero que advierte el hombre son los
accidentes, y por abstracción le es posible alcanzar las esencias. En el modo en el que se
presentan las cosas, en su naturaleza y su accionar, es dable para el ser humano conocer
las cosas tal cual son. El hombre no construye lo que conoce a partir de lo que percibe,
sino que, por medio de la contemplación le es posible conocerlas realmente.

Sin embargo, la teoría de género se basa en una postura gnoseológica que


cimienta la posibilidad de la construcción de la realidad. El hombre no conoce las cosas
tal cual son, sino que en base a como se le presentan las cosas a su mente construye la
realidad. Cuando esto se traslada al plano antropológico surge la pregunta acerca de si el
hombre es inmutable o, por el contrario, es posible cambiarlo, es maleable. En el fondo
es la pregunta por la esencia, si ésta existe, y cuál es.

En este trabajo, desde el comienzo se ha hecho referencia a los distintos aspectos


del hombre en cuanto a ser esencial, como su sociabilidad, o su condición sexuada.
También su intrínseco llamado al don, al darse al otro desde su sexualidad, entrega que,
de no realizarse, conlleva la enajenación del individuo en la soledad de su inmanencia.
Sin embargo, la teoría del género considera que todo en el hombre es modificable. Todo
se puede construir por medio de la cultura. No hay nada determinado en el hombre. No
existe una esencia del hombre.

No obstante, para construir es necesario inicialmente realizar una deconstrucción


del estatuto ontológico del ser humano. Es una tarea que tiene obviamente un objetivo,
la finalidad consiste en homogeneizar la población, omitir todo tipo de diferenciación,
destruir la dualidad relacional varón-mujer. Esto ocasiona, en ultima instancia, la
perdida del sentido de pertenencia, hace del hombre un ser en el vacío.

La identidad de una persona queda destruida, asimilada al todo homogéneo. Si la


identidad solo ocurre con la diferenciación de los demás, una homogenización de la
población humana provocaría la imposibilidad de diferenciarse. Esto produciría una
masa homogénea de gente, sin esencia propia. El sujeto personal se vería imposibilitado
13

de salir de sí mismo al encuentro con el otro porque, ontológicamente, no habría un sí


mismo. Ni tampoco existiría otro.

Una pérdida en los parámetros en las reglas del género, en el fondo significa la
destrucción de la esencia y produce una desestabilización en la búsqueda de la identidad
del sujeto personal. La imposibilidad de plantearse la pregunta de quién soy yo. Este
sujeto ya no se encuentra frente a un “tú” con esencia humana, sino frente a un “eso”
anónimo. En el plano de la condición sexuada Judith Butler afirma que “la pérdida de
las reglas de género, desestabilizaría la identidad sustantiva […].”27

Conclusión

En resumen, ante la pretensión de la “teoría de genero” de hacer factible una


construcción total de la identidad del sujeto personal, he mostrado, instalado en una
postura creacionista, que el ser humano posee una esencia ontológica proporcionada por
su Creador que no permite la construcción, sino un continuo desarrollo de la identidad
de la persona.

Desde el nacimiento, el ser humano comienza el proceso de desarrollo mediante


la gradual formulación del “yo frente al tú”, y el hombre va asumiendo su ser
esencialmente social a medida que va creciendo en medio de una trama de relaciones
afectantes que van desplegando sus capacidades.

Toda su vida, en todo su existir y en todo su accionar y sentir, está siempre la


pregunta fundante de su existir: ¿Quién soy yo? Pregunta cuya respuesta el hombre la
irá descubriendo en el encuentro con el otro, en el constante darse a sí mismo al otro.
Sin embargo, esta respuesta nunca termina de acabarse y cumplirse porque el ser
humano se encuentra en constante desarrollo.

He aquí que esta pequeña reflexión no pretende agotar el tema, sino generar un
interés más profundo, porque en la actualidad tiene una injerencia en todos los aspectos
de la vida humana. Es así que también en la condición sexuada existe un importante
indicio de la identidad del sujeto personal, puesto que uno es o varón o mujer, y a partir
de esa determinación es que puede surgir cualquier ulterior desarrollo.

También he mostrado las consecuencias de las cuales el sujeto personal puede


ser victima si rehúsa a donarse a sí mismo al otro satisfaciendo el llamado intrínseco a la

27
BUTLER, El género en disputa, 284.
14

trascendencia. De no ser así, efectivamente el hombre se sumerge en la inmanencia,


condenado a la soledad y a la imposibilidad de identificarse, de saber quién es. Y es en
este punto en el que surge en el hombre la idea de poder construir su identidad, ya que
no sabe quién es, cree que puede ser lo que él quiera. Olvida que tiene una esencia.

Concluyendo, la determinación que poseemos es la propia construcción de


nosotros mismos, dentro de los límites de la esencia, es decir, el ser humano no puede
salirse de su esencia, no hay manera que podamos actuar de un modo superior a nuestra
naturaleza.

Pero, aquí la equivocación: la noción de naturaleza, es decir, “esencia expresada


en la operación”, se ha cambiado en la “esencia determinada y transformada por la
operación”. El “hacer tecnificado” alcanza al propio cuerpo.

Todo el esfuerzo de la “Teoría de género” ha tenido como fin sumergirnos en el


inmanentismo, y hoy encontramos a la sociedad cada vez más anegada en él. El giro
copernicano kantiano se ha individualizado a tal punto que cada sujeto personal es el
centro del universo, llevándonos a los confines del hedonismo y encontrándonos cada
vez más insatisfechos.

Ante esta situación de desaliento me gustaría finalizar con una frase de Víktor
Frankl que muestra que el ser humano, por mucho que intente construir, o mejor dicho,
deformar su identidad, y por mucho que ignore el llamado al don de si, no puede desoír
el llamado a la trascendencia que surge desde lo más profundo de su esencia: “El
hombre es ese ser capaz de crear las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el
ser que ha entrado en esas mismas cámaras con la cabeza erguida y el Padrenuestro o
el Shemá Israel en los labios.”28

28
V. FRANKL, El hombre en busca de sentido, Barcelona, Herder, 2004, 153.
15

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