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EL 8, NUMERO DE LA POLARIDAD

César de la Cerda.

El lenguaje simbólico de los números atribuye a estos, junto a su significado


matemático cuantitativo, otro de carácter cualitativo que representa ideas o
principios relacionados solo indirectamente con la cantidad. Si la naturaleza
aritmética de los números sustenta esta cualidad, en el número 8 encontramos un
un buen ejemplo de ello. Como lo sugiere su propia figura, el 8 simboliza en los
números el equilibrio dinámico polar. A partir del concepto de “polo” –extremos de
un eje imaginario, como los polos de una esfera que se relacionan por
contraposición–, polaridad significa la relación necesaria que se da entre dos
elementos dispares contrapuestos que se complementan mutuamente,
pudiéndose deducir uno del otro o determinar su incompatibilidad. La
compenetración del 8 con el principio binario y el género par (lo divisible en partes
iguales) es característica. Múltiplo de dos números pares, del 2 y del 4 (2x4 = 8 y
4x2 = 8) es también, al igual que estos, un número cuya divisibilidad se extiende
hasta la unidad (8:2 = 4, 4:2 = 2 y 2:2 = 1). Los pitagóricos llamaron a los
números que son divisibles de este modo, par pareantes, los cuales incluyen a
todos los términos que integran la progresión geométrica del 2. El 8 manifiesta en
su composición el equilibrio dinámico de los dos géneros opuestos: está
constituido por 4 números impares (1, 3, 5, y 7) y 4 pares (2, 4, 6 y 8). Si se
multiplica por 8 cualquier número dígito, siendo este par se volverá impar y
viceversa, por reducción simbólica a uno de los nueve dígitos (su conversión al
número arquetipo). Por ejemplo: el contrario polar del 2 es el 7, ya que 2x8 = 16, y
1+6 = 7, el contrario polar del 5 el 4: 5x8 = 40 (4), etc. Solo el 9, número de
síntesis, no cambia: 9x8 = 72 (9). La conversión de todos los números dígitos en
su contrario polar, como acabamos de ver, da por resultado 8 combinaciones que
forman a su vez 4 parejas especulares, es decir, formadas por dos términos
intercambiables: 18 y 81, 27 y 72, 36 y 63, 45 y 54. Así, 36 por ejemplo: 3x8 = 24,
y 2+4 = 6; 6x8 = 48, y 4+8 = 12 = 3. Todas las parejas polares se sintetizan en el
número 9 del cual son sus múltiplos: 1+8 = 9, 2+7 = 9, 3+6 = 9, 4+5 = 9, etc. Por
otra parte, siguiendo un ritmo intermitente de acción y reacción, la polarización
progresiva de cualquier número dígito por el 8 lo hará retornar alternativamente a
su origen sin solución de continuidad. El ejemplo más simple: 1x8 = 8, 8x8 = 64
(1), 64x8 = 512 (8), 512x8 = 40969 (1)… etc. (negación de la negación en términos
dialécticos). El proceso diferencial que lleva a la unidad primera (1) a convertirse
en unidad totalidad (10) –ciclo arquetípico de la unidad–, involucra a 8 elementos o
fases de diferenciación (2, 3, 4, 5, 6, 7, 8 y 9). En la octava fase de este proceso –
al llegar a 9–, la unidad originalmente no diferenciada alcanza la extensión última
de su ciclo diferencial (su contrario polar). Finalmente, si se multiplican
ordenadamente todos los números dígitos por 8, reduciendo sus resultados, se
obtendrá la inversión del conjunto serial como un todo en el espacio delimitado por
el propio número 8: 1x8 = 8, 2x8 = 16 (7), 3x8 = 24 (6), 4x8 = 32 (5)… 8x8 = 64
(10 = 1).
El 8 es la expresión numérica de la unidad transformada, un símbolo de
transformación, reversión y regeneración cíclica. Por su forma de espiral de doble
giro el 8 sugiere un movimiento de continuo retorno. Se conecta así con el símbolo
de la doble espiral y de la rueda, asociados estos con ideas de evolución e
involución, de cambio y renovación cíclica. El octógono –figura geométrica de 8
lados–, identifica al 8 entre los polígonos. Como símbolo de transformación y
regeneración espirituales lo hallamos en las plantas de muchas pilas bautismales
de la Edad Media. Se asocia de esta manera con las fuentes que prometen al
neófito la resurrección en la vida eterna. El bautismo se vincula también con el 8
por ser este el único número que renace de sí mismo por su cubo: 8x8x8 = 521, y
5+2+1 = 8. La circuncisión, practicada el octavo día (Génesis 17:12) simboliza un
nuevo nacimiento, el acceso a una nueva fase de vida. El 8 se asocia asimismo
con la resurrección de Cristo (el primer día de la semana o sea el octavo día –
Lucas 16:19–) y la promesa de resurrección para el hombre transfigurado por la
gracia. El octavo signo zodiacal, Escorpio, y la casa octava del cosmograma (carta
natal) se relacionan, en la tradición astrológica, con la regeneración, la muerte y el
renacimiento.
Igualmente significativa es la analogía del 8 con el caduceo, la vara sobre la
cual se enrollan en sentido inverso dos serpientes, atributo del dios Mercurio,
mensajero de los inmortales y conductor de los seres a sus cambios de estado.
Las leyendas griegas asociadas con el caduceo nos hablan de la lucha entre dos
serpientes en el Caos primordial –dos fuerzas opuestas–, a las que Hermes
separa polarizándolas y equilibrándolas alrededor del eje del mundo. Los
alquimistas medievales simbolizaban en estas dos serpientes a los dos principios
contrarios de la naturaleza que deben reconciliarse (el mercurio y el azufre, lo fijo y
lo volátil, lo caliente y lo frío, etc.). Ambos principios se unifican en la barra áurea
del caduceo. Encontramos el mismo simbolismo en el doble enrollamiento del
bastón brahmánico, en los dos nadis del Tantrismo hindú, Ida y Pingala, circulando
alrededor del Sushumna sobre el eje de la columna vertebral, e Izanagi e Izanani
alrededor del pilar cósmico, precediendo la unión con lo Supremo. Una fuerza
ascendente y otra descendente, dos corrientes opuestas en perfecta simetría
bilateral, como la división del 8 en dos partes iguales, horizontal o verticalmente.

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