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Arqueología y Territorio en la provincia de Huelva

Veinte años de las Jornadas de Aljaraque (1998-2017)


ARQUEOLOGÍA Y TERRITORIO
EN LA PROVINCIA DE HUELVA

VEINTE AÑOS DE LAS JORNADAS


DE ALJARAQUE
(1998-2017)

Pedro Campos Jara


(Ed.)
ARQUEOLOGÍA Y TERRITORIO EN LA PROVINCIA DE HUELVA: veinte
años de las Jornadas de Aljaraque (1998-2017): Pedro Campos Jara, ed. –
Huelva: Servicio de Publicaciones y Biblioteca de la Diputación Provincial de
Huelva, 2018, -586 p: il, fot.; 16,5x23,5 cm.

ISBN: 978-84-8163-584-3

1. Excavaciones (Arqueología)- España – Andalucía – Huelva – Aljaraque –


Jornadas. 2. Odiel – Guadiana – Ría de Huelva – Isla de Saltés – Tharsis –
Riotinto – Aroche. 3. Prehistoria, Protohistoria (Tartessos), épocas Romana y
Medieval – Patrimonio Histórico e Industrial – Museos. I. Campos Jara, P.
edit. lit. II. Subtit.: Veinte años de las Jornadas de Aljaraque (1998-2017).
III. Diputación Provincial de Huelva. Área de Dinamización y Cooperación
Sociocultural. Servicio de Publicaciones y Biblioteca.

Este libro contiene dieciséis artículos inéditos que tienen su origen


en conferencias pronunciadas en las Jornadas de Arqueología y Territorio
de Aljaraque a lo largo de sus veinte ediciones celebradas entre 1998 y
2017. Con motivo de la presente edición buena parte de ellos han sido
actualizados por sus autores o constituyen aportaciones ex novo.

Portada:
Composición libre de fotografías de piezas arqueológicas de Aljaraque
y de la Ría de Huelva, depositadas en el Museo de Huelva. Fotos de Martín
García Pérez, Marcos García Fernández y Museo de Huelva.

Contraportada:
Fragmento del Mapa Topográfico Nacional (MTN), 1946. 1:50000.
Hoja 999, Huelva.

© Diputación Provincial de Huelva


© De los textos: los autores

Nuestro agradecimiento a la Asociación Cultural Kalathoussa, al


Ayuntamiento de Aljaraque y al Profesor Titular de Arqueología de la
Universidad de Huelva, D. Juan Aurelio Pérez Macías, por su colaboración
en la edición.

Diseño e Impresión: Aspapronias Artes Gráficas

I.S.B.N.: 978-84-8163-584-3
Depósito Legal: H 139-2018

Impreso en España / Printed in Spain


SUMARIO

Presentación: Arqueología y Territorio en la provincia de Huelva.


Veinte años de las Jornadas de Aljaraque (1998-2017) ..............11

El paleolítico de Río Odiel I (Aljaraque, Huelva):


contribución al estudio de su definición estratigráfica
Pedro Campos Jara................................................................................19

Sobre el origen del Neolítico en Andalucía: nuevos-viejos


horizontes
Beatriz Gavilán Ceballos ......................................................................69

Los moluscos marinos en la dieta alimentaria de Papa Uvas


(Aljaraque, Huelva)
José C. Martín de la Cruz - Isabel Mª Jabalquinto Expósito ...............97

Huelva-Aljaraque y el patrón poblacional fenicio de la costa tartésica


José Luis Escacena Carrasco ...............................................................137

Figuras fenicias de bronce: la aportación de Huelva


Javier Jiménez Ávila ............................................................................179

Tarteso = Huelva: una identificación controvertida


Eduardo Ferrer Albelda y Eduardo Prados Pérez ...............................217

El litoral onubense en época turdetana: entre Tarteso y Roma


Clara Toscano-Pérez............................................................................249

9
Notas sobre arqueología y toponimia en el Bajo Guadiana
Juan Aurelio Pérez Macías ..................................................................283

Onoba Aestuaria, la ciudad romana de Huelva


Salvador Delgado Aguilar ...................................................................315

Usos y costumbres del mundo funerario de Onoba entre los


siglos II a. C. - II d. C.
Lucía Fernández Sutilo .......................................................................355

A las puertas del Paraíso. Šalt̟èš-Saltés, una ciudad islámica


en la marisma de Huelva
Juana Bedia García .............................................................................405

La Alcazaba de Saltés (Huelva). Análisis arqueológico y


significación histórica
Jesús de Haro Ordóñez .......................................................................423

Aljaraque en la Baja Edad Media


Manuel Torres Toronjo .......................................................................471

Caminos, arrieros y balandras. El embarque de mineral en El


Charco, primer puerto de la Compañía de Tharsis en el río
Odiel (1857-1870)
Antonio L. Andivia-Marchante ..........................................................485

La gestión integral del patrimonio histórico-arqueológico


desde el ámbito municipal: el caso de Aroche
Nieves Medina Rosales .......................................................................515

Gestión y proyectos museísticos del Patrimonio Minero e


Industrial del área de Riotinto (Huelva, España)
Aquilino Delgado Domínguez ............................................................539

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HUELVA - ALJARAQUE Y EL PATRÓN
POBLACIONAL FENICIO DE LA COSTA TARTÉSICA


žŽ•ŸŠȬ•“Š›ŠšžŽȱŠ—ȱ‘Žȱ‘˜Ž—’Œ’Š—ȱ™˜™ž•Š’˜—ȱ™ŠĴŽ›—ȱ˜ȱ‘ŽȱŠ›Žœ’ŒȱŒ˜Šœ

José Luis Escacena Carrasco


Universidad de Sevilla

Resumen:
La investigación de la colonización fenicia en la costa sur de la
península Ibérica ha experimentado un importante cambio en las dos
últimas décadas. También conocemos ahora mejor la geografía litoral de esta
zona. Ha aumentado el número de yacimientos arqueológicos estudiados.
Paralelamente hemos asistido al nacimiento de un nuevo paradigma que
poco a poco se va abriendo paso. Si los fenicios se vieron tradicionalmente
como meros comerciantes interesados sólo en intercambiar productos con la
gente indígena, ahora puede pensarse más bien en una ocupación efectiva y
populosa de gran parte de los territorios occidentales de Andalucía. En este
nuevo marco histórico, el asentamiento de Aljaraque, antes tenido por una
simple factoría comercial, puede reinterpretarse como un santuario fenicio
fundado frente a la ciudad de Huelva, al otro lado del río Odiel.

Abstract:
The knowledge of Phoenician colonization on the southern coasts of
the Iberian Peninsula has been booming in the last twenty years. Nowadays
we know better the coastal geography of this area, but also the record of
archaeological sites has been increased. At the same time, we have witnessed a
paradigm shift that is slowly breaking through. If the Phoenicians traditionally
were seen as mere traders interested only in exchanging products with the
indigenous people, at present we can think of an effective and populous
colonization of much of the territories of western Andalusia. In this new
historical framework, the site of Aljaraque, formerly considered as a simple
settlement of trade, can be reinterpreted as a Phoenician sanctuary founded
close to Huelva, on the other side of the Odiel River.

Palabras clave: Colonización fenicia, Tartessos, factoría comercial,


santuario.

Key words: Phoenician colonization, Tartessos, port of trade,


sanctuary.

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VEINTE AÑOS DE LAS JORNADAS DE ALJARAQUE (1998-2017)

VOLVER A ANDAR EL CAMINO

En 1999 participé en las II Jornadas de Arqueología y Patrimonio Histórico


de Aljaraque. Contribuí a aquel evento con una conferencia que dicté en
la Facultad de Humanidades de la Universidad de Huelva, y que titulé
entonces “Los fenicios olvidados: el caso de Aljaraque”. Cuando, casi veinte
años después, redacto este texto para su publicación, no puedo contar
evidentemente las mismas cosas que entonces. Pero los cambios que ahora
puedo introducir apenas tienen que ver con las bases fundamentales de la
hipótesis que desarrollé en aquella charla, sino con los numerosos datos que
la investigación ha logrado sumar a los que hace dos décadas se controlaban.
La ampliación del conocimiento científico está íntimamente relacionada con
los presupuestos destinados a la investigación. Esto lo sabían ya, a su manera,
los sacerdotes fenicios que trabajaban en los templos de la diáspora colonial.
Pero se equivocaría el lector si creyera que es la financiación la única variable
que hace progresar el saber. A pesar de la crisis económica reciente, algunos
arqueólogos que nos dedicamos a la protohistoria meridional hispana nos
hemos dotado de nuevos instrumentos que no necesitaban subvenciones
oficiales. Además, el azar y la propia obligación de costear la arqueología
de campo que tienen los promotores de obras, emanada esta última de la
normativa legal, han acrecentado el acervo de datos. Este incremento de
la información ha sido sin duda importante, aun habiendo afectado más
a la cantidad del registro que al hecho de que hayamos localizado un tipo
nuevo de cosas. En realidad, la arqueología de Tartessos se ha caracterizado
en multitud de ocasiones sólo por darnos más de lo mismo. La verdadera
transformación se ha producido al procesar la información de otra manera.
Si en la imagen de Astarté conservada en el Museo Arqueológico de Sevilla

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ARQUEOLOGÍA Y TERRITORIO EN LA PROVINCIA DE HUELVA

no hay nada que no pueda leerse desde claves fenicias, se trata de que no
sigamos repitiendo lo que hace cincuenta años decíamos: que era una figurilla
que la población tartésica –entiéndase por tal la indígena en este caso- había
recibido de manos fenicias y que demostraba la aculturación de la gente local
por los colonos semitas. ¿Es acaso científicamente ilícito defender que ese
exvoto fue fabricado por artesanos fenicios y dedicado a la diosa por creyentes
fenicios en un templo también fenicio? Este nuevo paradigma interpretativo
no cuenta con un poso fecundo en el mundo académico, y está por ver que
algún día disponga de él; ni tampoco con investigadores que estén dispuestos
a imponer el acientífico principio de autoridad. Aportando de vez en cuando
un nuevo granito de arena al mismo montón, está logrando fabricar una
duna aún muy móvil y escurridiza, pero ya visible en el horizonte. Esas
arenas nos descubren cosas que gustan poco a nuestra sociedad, educada
en las profundidades adaptativas del pensamiento historicista. El nuevo
paradigma defiende que Tartessos no existió hasta la expansión fenicia, y que
la civilización que el mundo antiguo conoció con tal nombre fue en realidad
la provincia más occidental de dicha colonización. Quienes proponen esto
son los tutores más radicales de esa nueva lectura. Y, como no es traidor quien
advierte, me reconozco explícitamente uno de ellos, y responsable en parte
del desplazamiento de la investigación hacia ese Tartessos fenicio.

El yacimiento protohistórico de Aljaraque fue excavado, estudiado y


dado a conocer en los años en que esta relectura de la arqueología tartésica
no había nacido (Blázquez et al. 1971). Estaba entonces en boga la idea de
que Tartessos había sido una gran civilización de raíces occidentales capaz
de tratar a los colonos orientales de tú a tú. Aun así, al clasificarse desde
el principio como una “factoría” comercial, sospecho que esa catalogación
resultó incómoda para la tesis que entonces se pavoneaba por el mundo
académico: que los fenicios sólo habían acudido al mediodía ibérico para
comprarle metales a los jefes de la población autóctona. E intuyo esto
porque Aljaraque no obedecía al modelo de punto de comercio que este
paradigma tenía en mente: un sitio ocupado por colonos varones en
una pequeña isla por la que la población residente no había mostrado
interés alguno y que garantizaba cierta defensa contra cualquier reacción
violenta del poder local. Tengo la impresión de que aquí reside el escaso
eco que tuvieron los datos arqueológicos de este enclave onubense en la
investigación de las últimas décadas del siglo XX. Esta cuestión explica el
poco caso que se le presta aún al yacimiento por parte de la investigación
vinculada al paradigma exclusivamente comercial de la colonización
fenicia. Por eso titulé a mi conferencia de aquella tarde “Los fenicios
olvidados….”.

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VEINTE AÑOS DE LAS JORNADAS DE ALJARAQUE (1998-2017)

Hoy me propongo retomar aquellos problemas, pero sobre todo volver


a recorrer el camino de la investigación pertrechado con los conocimientos
que la arqueología de la zona ha proporcionado en los comienzos del siglo
XXI y con las herramientas que ofrece el nuevo paradigma. Estas últimas
pueden resumirse en una propuesta concreta, sencilla y aceptada por todas
las ciencias: es más fácil leer lo que huele a oriental como oriental que como
orientalizante. Basta con aplicar el principio epistemológico de parsimonia.

UN ESPEJO EN EL GUADALQUIVIR

Los estudios históricos vieron siempre a Gadir como colonia fenicia,


y en principio sin que la arqueología jugara aquí ningún papel. Dicha
identificación nació de los textos grecolatinos y del estudio del topónimo.
Este método tiene todos los parabienes científicos, y se usó también para
Sevilla ya en el siglo XVIII (Pardo de Figueroa 1732, 22-23). Sin embargo,
la incorporación de la arqueología a este tema durante el siglo XX hizo
olvidar en el caso sevillano que también Hispalis fue considerada una
colonia oriental. En consecuencia es que, en los mapas más clásicos sobre
las fundaciones fenicias nunca aparece Sevilla, por ejemplo en el del Catálogo
documental de los fenicios en Andalucía (Martín Ruiz 1995, fig. 9).

Este enclave ocupa el punto donde remontar el Guadalquivir


comienza a presentar serias dificultades a los barcos de calado marítimo.
La escala obligada marcó así el nacimiento de la ciudad y el predominio de
su puerto sobre todos los demás de dicho río. Es precisamente ésta la razón
de su origen (Collantes de Terán 1977, 37-54). Reconocida su fundación
hercúlea por la tradición legendaria e historiográfica, las crónicas medievales
y la tradición oral, conocedoras de la equivalencia entre Heracles y Melqart,
mantuvieron viva su ascendencia fenicia al menos hasta las últimas
manifestaciones locales del humanismo renacentista (Caro 1634, 3-5).
Pero en este asunto la investigación actual mantiene una doble tendencia
historiográfica. La parte que defiende el papel prioritario de la población no
fenicia sostiene que el Carambolo jugó un papel decisivo como reservorio
demográfico para la fundación de Sevilla (Pellicer 1996a, 92; 1997, 248). El
otro sector propone un marcado despoblamiento de la comarca antes de la
penetración cananea, asumiendo por tanto como la hipótesis más plausible
la plasmada en la tradición literaria y en los estudios filológicos sobre el
topónimo (Belén y Escacena 1997, 113-114; Escacena y García Fernández
2012, 765-771). No todos los componentes de este segundo grupo aceptan
sin más ese despoblamiento regional previo, pero defienden en cualquier

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ARQUEOLOGÍA Y TERRITORIO EN LA PROVINCIA DE HUELVA

caso que la inauguración del primer asentamiento sevillano, hasta hace


poco fechado en el siglo VIII a.C. (Campos et al. 1988, 127), puede hoy
llevarse a la segunda mitad del IX a.C. gracias a los datos procedentes del
Patio de Banderas, en los Reales Alcázares (Escacena y Tabales 2015, 56),
y que desde el comienzo el papel principal correspondió a la gente fenicia.

La tradición historiográfica mayoritaria ve en el Carambolo un


poblado prefenicio, lectura reforzada por algunas dataciones radiocarbónicas
(Castro et al. 1996, 198). No obstante, tras las excavaciones que siguieron
al hallazgo del tesoro se intuyó su posible carácter sagrado (Carriazo 1973,
292-293). La hipótesis de que este cabezo fuera, por tanto, un centro
religioso, más que un asentamiento común, comenzó muy pronto, pero
permaneció mucho tiempo sólo como propuesta apenas desarrollada.
Blanco Freijeiro pensó que el Carambolo alto, o “fondo de cabaña”, pudo
ser un templo indígena dentro de un asentamiento igualmente indígena
(Blanco 1979, 95-96). Estaba tan consolidada la idea de que los fenicios se
habían instalado sólo en la costa, que todo lo oriental hallado en Andalucía
occidental al norte de Cádiz se tenía por reflejo de la aculturación de la
población autóctona, por ejemplo la Astarté del Museo de Sevilla ya citada.
Además, entonces estaban casi apagados los ecos de Bonsor, que sí había
sostenido una colonización oriental efectiva en el interior del valle del
Guadalquivir (Bonsor 1899). A. Blanco Freijeiro fue un claro defensor de
leer lo oriental como orientalizante. De hecho, representó uno de los más
conspicuos paladines de este último término y del concepto aculturador
que encerraba.

A pesar del axioma predominante a fines del siglo XX, algunos otros
autores vimos en el Carambolo un santuario con sus servicios anejos
más que un asentamiento con su templo correspondiente. En esa línea,
diversos trabajos allanaron el camino a los descubrimientos posteriores,
pues señalaron el carácter singular y religioso de algunos ajuares cerámicos
o la existencia de estructuras de posible uso cultual entre lo excavado
por Carriazo (Belén y Escacena 2002, 169). Igualmente, se profundizó
en el papel litúrgico de ciertas piezas (Izquierdo y Escacena 1998) y en
un cambio radical de la función del tesoro, que de joyas reales pasaron a
tenerse por atalaje para engalanar toros destinados al sacrificio y por equipo
del oficiante (Amores y Escacena 2003).

Los trabajos de campo más recientes realizados en el Carambolo han


demostrado que la interpretación del yacimiento como santuario era la
correcta, y que se trata de un centro religioso fenicio. Esta lectura explica,

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VEINTE AÑOS DE LAS JORNADAS DE ALJARAQUE (1998-2017)

además, que de allí proceda la citada figurilla de Astarté, como aclaró en su


día Blanco Freijeiro (Blanco 1968, nota 5), o un híppos votivo en cerámica
como posible réplica de la barca sagrada (Escacena et al. 2007), entre otros
objetos rituales. Emplazado al oeste de *Spal (o Hispal), en uno de los
cerros más altos de la cornisa oriental de la meseta del Aljarafe, el santuario
ocupaba una elevación singular de la orilla derecha del paleoestuario del
Guadalquivir, muy cerca de la desembocadura de entonces.

Para la hipótesis que aquí pretendo defender es importante


recalcar que el recinto sagrado del Carambolo dispuso en sus distintas
fases de vida de estancias cubiertas y de patios al aire libre (Fernández
Flores y Rodríguez Azogue 2007). Las primeras contaban con suelos de
tierra apisonada algunas veces pintados de rojo, mientras al menos uno
de los mayores espacios abiertos se empedró con cantos rodados. Este
diferente tratamiento de los suelos, según se trate de estancias techadas
o no, está constatado también en el templo fenicio de Coria del Río, no
muy lejos del Carambolo (Escacena e Izquierdo 2001, 135-136). Por
otra parte, en el Carambolo se han documentado numerosos pavimentos
forrados con conchas marinas del género Glycymeris. Tales revestimientos
se han señalado en numerosos complejos templarios, y tenían carácter
apotropaico. Por el parecido formal de estos bivalvos con la vulva, se creía
poder mantener al diablo a raya e impedir su presencia en la casa del dios,
logrando que no profanara los santos lugares (Escacena y Vázquez 2009).
Veremos que estos rasgos están presentes también en el yacimiento de
Aljaraque, lo que nos servirá para apoyar la interpretación de este sitio
como complejo sacro.

Para la posición que defiende un papel exclusivamente comercial


para los fenicios, éstos se habrían limitado a fundar algunos enclaves
costeros en los que realizar las transacciones mercantiles y donde residir.
Tal visión niega el asentamiento de colonos en el interior del territorio
tartésico. Sevilla, el Carambolo y Coria del Río eran a comienzos del I
milenio a.C. lugares situados en el antiguo litoral, pero no Alcalá del Río o
Carmona por ejemplo. Sin embargo, el registro arqueológico de estos otros
sitios muestra unos rasgos difícilmente interpretables desde la hipótesis
de que fuera siempre la gente local la responsable de su fundación y el
contingente demográfico más numeroso. Es más, para la propia Sevilla
se ha demostrado en diversas ocasiones que su primer topónimo (*Spal o
Hispal) es de origen semita (Díaz Tejera 1982, 20; Lipisnki 1984, 100),
y que puede incluir incluso una alusión a Baal, Señor de los cananeos
(Correa 2000).

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ARQUEOLOGÍA Y TERRITORIO EN LA PROVINCIA DE HUELVA

La ubicación de los asentamientos fenicios de la costa meridional


de la península Ibérica ha conocido ya algunos intentos de encontrar los
correspondientes patrones, algunos de los cuales contienen los rasgos que
ahora perseguimos. Es fundamental, así, la presencia de un río que permita
el acceso al interior del país, como ya se comprobó en el litoral malagueño
(Pellicer et al. 1977, 219). Pero ahora podemos perfeccionar el método
con la información procedente de las costas situadas al oeste de Gibraltar.
De hecho, la ocupación fenicia de las antiguas bocas del Guadalquivir
suministra un prototipo con el que trabajar en los estuarios de otros ríos
del suroeste ibérico (fig. 1). Sevilla y el Carambolo representarían así un
todo político y administrativo que controlaba económica y simbólicamente
la entrada al valle bético, un área que disponía de recursos especialmente
interesantes para los colonos. Entre la ciudad portuaria y su templo de la
orilla opuesta, la embocadura del río se veía así amparada estratégica y
ritualmente. Como veremos, el patrón caracterizado por una vía de agua
que separa el hábitat (al este) del lugar sagrado (al oeste), puede constatarse
en diversas desembocaduras fluviales y ensenadas del suroeste ibérico.
Dicho esquema recuerda sin duda diseños orientales, por ejemplo el que los
egipcios configuraron en el Nilo. Ayamonte ha proporcionado hace pocos
años interesantes datos arqueológicos que permiten trasladar hacia el oeste
el modelo obtenido en el Guadalquivir.

Figura 1. Modelo teórico de la ocupación fenicia de las costas del Suroeste ibérico.

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VEINTE AÑOS DE LAS JORNADAS DE ALJARAQUE (1998-2017)

EN EL OTRO GRAN RÍO ATLÁNTICO

Los más recientes materiales fenicios localizados en la


desembocadura del Guadiana proceden del lado español, pero permiten
también comprender mejor lo que ya conocíamos en Castro Marim, la
parte portuguesa. Un breve repaso a este ámbito permite constatar que
también aquí el sitio elegido para el hábitat fue la orilla oriental del río,
mientras que la occidental fue ocupada por un singular complejo sacro
del que ya conocemos bastantes detalles y que pudo estar rodeado de un
importante séquito de servicios.

En la desembocadura del Guadiana la suerte nos ha deparado el


hallazgo no hace mucho de una necrópolis fenicia en Ayamonte, cuyo
estudio ha revelado su uso al menos en los siglos VIII y VII a.C. (García
Teyssandier y Cabaco 2009a; 2009b, 734-735). Y, como siempre hay
vivos donde hay muertos, la arqueología ha sacado ya a la luz parte
del asentamiento correspondiente (García Teyssandier y Cabaco 2009b,
735-736; 2010, 115-116). En consecuencia, ahora sabemos que el
enclave urbano de Ayamonte surge también por iniciativa fenicia, y que el
patrón aplicado aquí fue el mismo que he analizado más detenidamente
en la desembocadura antigua del Guadalquivir: hábitat al este y
santuario al oeste, y ambos separados por un río que facilita la entrada a
un territorio con amplias posibilidades de explotación. Como ocurre en
el Guadalquivir, diversas circunstancias de la investigación y el propio
azar han hecho que también aquí conozcamos mejor el lugar sagrado
que el núcleo portuario. En este caso, la montaña sagrada corresponde
al promontorio donde hoy se ubica el castillo de Castro Marim. En
él, diversas campañas de excavación han puesto a la luz un templo de
diseño oriental que muestra muchas similitudes con el del Carambolo.
Este recinto dispone también de diversas fases constructivas. El altar
de barro localizado es en este caso de planta rectangular (Arruda 2007,
118-121 y lám. XVII), aunque no por ello deja de imitar simbólicamente
una piel de toro extendida, simbolismo igualmente constatado en el
Carambolo y en el ara de Coria del Río. En la Antigüedad, las pieles se
trabajaban con frecuencia dejando la prolongación en las esquinas de la
parte que recubría las extremidades del animal. Es este el diseño del gran
altar de la capilla de Baal localizado en el Carambolo. Otras veces esas
protuberancias quedaban sólo insinuadas en las esquinas puntiagudas de
los altares, como conocemos en Málaga, en Coria del Río o en Cancho
Roano. En algunos de estos casos se recordaba su inspiración en una
piel mediante el contraste entre el centro de tono castaño y el contorno

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ARQUEOLOGÍA Y TERRITORIO EN LA PROVINCIA DE HUELVA

de color pajizo. Y es esta última característica cromática la que permite


interpretar también el altar de Castro Marim como el reflejo de una piel
de toro a pesar de tener planta estrictamente rectangular. De hecho,
algunas imágenes egipcias muestran que en la época el recorte de las
pieles también podía obedecer a este otro formato más rectilíneo. Entre
otros rasgos, apoyan la consideración de altar para esta mesa de barro
de Castro Marim otras dos evidencias importantes: el pocillo de una
de sus esquinas, destinado a recoger una muestra de la sangre de los
animales sacrificados, y el hogar central donde se quemaba la ofrenda,
el focus. Una placa de marfil de la necrópolis onubense de La Joya sigue
un diseño análogo. Todos estos detalles, tan parecidos a los de otros
altares localizados en santuarios coetáneos, indican que en el Guadiana
se reprodujo también ese mismo mundo cultural, dotado de idénticos
esquemas para lo sagrado y para lo profano.

La sensación de estar ante la reiteración de un mismo modelo se


acrecienta en este caso también por el uso de pavimentos apotropaicos
de conchas marinas. En el siglo VI a.C. se construye en Castro Marim
la fase IV del santuario. Identificada en la intervención arqueológica
como compartimento 27, contó en su día con una entrada orientada
al este, al exterior de la cual se localizaron dos superficies forradas con
caparazones de estos moluscos. Este suelo precedía a la zona interna del
edificio, situada a una cota algo más elevada que la de fuera. Como ocurre
igualmente en el Carambolo y en Coria del Río, este espacio de Castro
Marim se abandona en el siglo VI a.C. Parece que su desalojo aconteció
de forma repentina en la primera mitad de ese siglo, porque no existen
luego materiales de finales de esta centuria ni de la primera mitad de
la siguiente. Es posible que a finales del siglo V a.C., y tras más de cien
años de abandono, se reanudara su uso, aunque para estos momentos
posteriores no se ha constatado este tipo de pavimentos (Arruda y De
Freitas 2008, 429-441). Los dos tramos señalados pudieron formar
parte de un único suelo que perdió las conchas en su parte central por
ser la zona más pisada al entrar y salir del edificio.

Este panorama arqueológico permite concluir que en la


desembocadura del Guadiana se produjo una ocupación similar a la
constatada en las antiguas bocas del Guadalquivir. Y, si este modelo
respondiera a la forma como los fenicios ordenaron sus territorios
coloniales en las conexiones con el mar de los principales ríos atlánticos de
la península Ibérica, deberíamos constatarlo también en el área gaditana.
Pasemos, pues, a ver si esta predicción se cumple en este ámbito. Para lo

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VEINTE AÑOS DE LAS JORNADAS DE ALJARAQUE (1998-2017)

cual no está de más recordar que se tienen indicios de que Castro Marim
pudo constituir en su día una isla más que un promontorio unido a tierra
firme (Arruda 2007, 116). Que este sitio portugués alcanzara el tamaño
de la colonia de la que formaba parte, es decir, del propio Ayamonte
fenicio, no impide en absoluto considerarlo básicamente un santuario.
La historia ha suministrado en numerosas ocasiones ejemplos parecidos
de enclaves muy extensos que crecen en torno a un templo como primer
edificio fundacional. El Carambolo representa también el mismo caso,
pues alrededor del santuario primitivo en la corona del cerro se agregó
poco a poco un amplio asentamiento como posible área de servicios de
la gente que frecuentaba el complejo sacro.

EN LOS DOMINIOS DE LA PRIMERA GADIR

No es el presente trabajo el lugar más adecuado para desarrollar en


extensión el problema del poblamiento fenicio en la Bahía de Cádiz, tan
trabajado en diversos estudios. Mi objetivo es sólo proponer aquí unas
cuantas ideas que permitan plantear la sospecha de que en la bahía gaditana
se cumple también el patrón documentado en el Guadalquivir y en el
Guadiana. En este caso, la vía de entrada al hinterland es evidentemente
el río Guadalete, pero aquí la situación es mucho más compleja que en
los casos anteriores. En consecuencia, me va a permitir el lector que
plantee la solución a un nivel mucho más hipotético, sobre todo porque
entrar en más profundidades exigiría otro trabajo exclusivo. En parte, esta
provisionalidad se debe a que algunos de los yacimientos más señeros de
la zona se encuentran a un nivel muy bajo de conocimiento arqueológico,
unas veces por la posible pérdida de información a lo largo de sus historias
posteriores y otras por estar la investigación aún en sus inicios.

Como ocurre en el Guadalquivir, para comprender aquí el


poblamiento antiguo debemos tener especialmente presente la
paleogeografía de la costa. Los más modernos trabajos relativos a este
tema corresponden a los publicados por O. Arteaga et al. (2001), que
muestran un archipiélago configurado por diversas islas hoy en parte
perdidas o desfiguradas y un litoral antiguo camuflado por el crecimiento
de numerosos depósitos de limos y por pequeñas marismas. A este
diseño arcaico de la costa hay que sumar otro factor especialmente
importante para el desenvolvimiento correcto de la navegación de la
época, como son las corrientes mareales y los vientos dominantes, que
aquí son principalmente dos, el Levante y el Poniente.

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ARQUEOLOGÍA Y TERRITORIO EN LA PROVINCIA DE HUELVA

La propuesta que nos parece más defendible para nuestra hipótesis


es considerar la entrada más probable hacia la bahía, especialmente para
los barcos procedentes del este, el estrecho comprendido entre el actual
islote de Sancti Petri y la población de Chiclana. Este brazo de mar era
mucho más ancho en los momentos arcaicos de la colonización fenicia,
con lo que no eran tan pronunciadas como hoy las corrientes de marea.
Dicha vía de acceso a la rada sería fácil de utilizar por la navegación
procedente de su flanco oriental en las jornadas en que predominara el
Levante, que en Cádiz son numerosas.

Si esta premisa fuera correcta, es decir, que la “puerta fenicia”


de la bahía fuera la lengua de mar comprendida entre Sancti Petri y
Chiclana, los enclaves a tener en cuenta para el modelo de ocupación
aquí propuesto serían básicamente el templo de Melqart, al oeste de la
entrada, y el yacimiento del Castillo de Chiclana, al este. Del primero
no conocemos restos de sus estructuras arquitectónicas, aunque sí
exvotos de bronce hallados en sus cercanías (Blanco 1985). Del segundo
estamos comenzando a disponer de una documentación especialmente
interesante. Y figura entre ella, como principal para nuestra explicación,
la existencia de una muralla posiblemente levantada desde el momento
fundacional del hábitat aunque dura hasta el siglo VI a.C. (Bueno 2008),
y por tanto parcialmente coetánea de la más antigua de Doña Blanca
(Ruiz Mata 1990, 381-382; 1992, 294; 2001, 264; Ruiz Mata y Pérez
1995, 99), que también queda amortizada en ese mismo siglo (Ruiz
Mata 2001, 263-264; Ruiz Mata y Pérez 1995, 100). La fortificación
del Cerro del Castillo de Chiclana se construyó con especial fidelidad a
los modelos orientales de la época (Bueno et al. 2013), y podría ser la
base arqueológica que apoyara el significado del propio nombre de Gadir
como sitio amurallado.

El desarrollo completo de esta hipótesis necesita en el caso de la


bahía gaditana dar explicación a otros dos enclaves singulares conocidos
en este ámbito concreto: Doña Blanca y el sector ocupado en la actual
zona urbana del Cine Cómico. Desde nuestro punto de vista, la puerta
simbólica y más estratégica que comunicaba el Atlántico con el interior
de la ensenada era esta que hemos señalado entre Chiclana y Sancti
Petri. Por eso se sacralizó su flanco oeste con el santuario de Melqart y
se protegió el este con un asentamiento dotado de potentes defensas.
En consecuencia, a este segundo punto correspondería en principio la
más antigua aplicación del topónimo Gadir. De ser así, el futuro deberá
deparar hallazgos en ambos extremos de este acceso correspondientes a

148
VEINTE AÑOS DE LAS JORNADAS DE ALJARAQUE (1998-2017)

la posible primera fundación de ambos, es decir, del siglo IX a.C. Que


se cumpla en el futuro esta predicción será sin duda un sólido apoyo a
favor de nuestra hipótesis, que podría quedar verificada. El tiempo dirá.
Pero, aun confirmándose esta propuesta, la amplitud de la rada y la gran
distancia entre esta zona y la boca antigua del Guadalete exigió pronto
el nacimiento de un puerto más cercano a la vía de entrada hacia el
interior del territorio que ese río facilitaba. Sería ésta la razón clave de la
fundación de Doña Blanca, cuyos niveles iniciales conocidos remontan
al menos al siglo VIII a.C. (Ruiz Mata 1999).

En el ámbito gaditano, la sacralización de la jamba oeste de esta


“puerta” marítima de la bahía no se limitó a levantar un templo para
Melqart en la punta del archipiélago entonces más próxima al continente.
Posiblemente se dedicaron a esta misma función diversos enclaves de las
islas, porque hoy conocemos un espacio ocupado en el flanco opuesto
al de Sancti Petri que podría corresponder al templo de Astarté o a sus
dependencias anejas. Me refiero al complejo descubierto en la actual
zona del Cine Cómico. Aquí se ha querido ver un simple sector urbano
de la Cádiz inicial (Gener et al. 2012, 137-160). Sin embargo, diversos
hallazgos sugieren que se trata de un ámbito consagrado al culto de
la diosa. No faltan en ese lugar los pavimentos de conchas (Gener et
al. 2012, 139; Estaca et al. 2015, 58), unos suelos especialmente
vinculados a edificios sagrados allí donde aparecen; y de aquí procede
un lote singular de crétulas de arcilla. Estos sellos suelen encontrarse
normalmente en templos, como bien señalan los excavadores (Gener et
al. 2012, 177-179). Todo este sector gaditano, relacionable para nuestra
hipótesis con el santuario de Astarté más que con la primitiva Gadir
urbana propiamente dicha, conoció un episodio de violencia extrema en
la primera mitad del siglo VI a.C., la misma fecha en que se abandonan los
santuarios arcaicos de Castro Marim, o en que se destruye el Carambolo
y se oculta su tesoro. Precisamente esta bisagra cronológica que divide
el momento arcaico de la colonización fenicia de la etapa posterior,
púnica en la propia Cádiz insular y turdetana en tierra firme, marca
un hito fundamental detectado como fase crítica en Doña Blanca, que
conoce ahora un importante cambio en sus formas cerámicas a torno,
cierta decadencia de su anterior ímpetu constructivo y, en consecuencia,
una disminución de su potencial de crecimiento estratigráfico (Ruiz
Mata 1986, 243; y 1987, 302). De esta forma da comienzo una nueva
polis insular cuyos avatares ahora no nos incumben y que fue la que
conocieron los primeros tratadistas grecolatinos que nos la refieren. Por
eso tienen esta datación las tumbas más antiguas de su necrópolis. En

149
ARQUEOLOGÍA Y TERRITORIO EN LA PROVINCIA DE HUELVA

cualquier caso, entre los siglos IX y VI a.C. todos esos sitios aquí tratados
sucintamente pueden identificarse política y administrativamente como
Gadir. De esta forma recibe apoyo la propuesta de que Doña Blanca
también lo era, según defendió en su día Ruiz Mata (1999).

HUELVA Y ALJARAQUE

En el Guadalquivir inferior no está constatada una colonización


púnica similar a la que protagonizaron en esa misma zona los fenicios
arcaicos entre los siglos IX y VI a.C. El comercio con la zona gadirita
fue importante durante toda la fase turdetana, especialmente en su
segunda mitad, pero esos contactos no supusieron una penetración
masiva de gente púnica asentada en el interior del territorio. Por eso
no parece probable que el nombre cananeo de Sevilla (*Spal o Hispal)
se colocara en la segunda Edad del Hierro. El hecho mismo de que
la ciudad se había fundado mucho antes, a comienzos del I milenio
a.C., sugiere que este topónimo surgió a la vez que lo hacía el propio
asentamiento. Pero estas razones, particulares de Sevilla, no pueden
aplicarse de forma automática a las denominaciones que conocemos
para otros enclaves de la comarca. En el paleoestuario bético, la ciudad
de Ilpa>Ilipa, hoy Alcalá del Río, debía su nombre con toda probabilidad
a una voz de vieja raíz indoeuropea (Correa 1994). Lo mismo puede
afirmarse de Caura, la actual Coria del Río (Padilla 1993). En estos dos
casos, la arqueología ha revelado también que sus respectivos orígenes
como núcleos urbanos corresponden a época tartésica, y que se han
mantenido como hábitats estables, aunque con diversos altibajos, hasta
la actualidad. Podríamos pensar por tanto que también esos topónimos,
conocidos por sus respectivas monedas autónomas del siglo II a.C. y por
algunas referencias literarias (Plinio Nat. Hist. 3, 11), existieron desde el
momento en que se fundaron como tales entes urbanos a comienzos del
I milenio a.C. Pero este razonamiento olvida que el trauma del siglo VI
a.C. cambió las estructuras de poder, y que nada impide tener presente la
colocación de un nuevo nombre cuando la comunidad turdetana relevó
a la fenicia en el control de la comarca. Aunque este reemplazo démico
pudo producirse también en la propia Sevilla dada la destrucción de su
santuario del Carambolo, tal vez el propio prestigio de la ciudad como
centro neurálgico del Guadalquivir inferior y como principal puerto del
estuario conllevó la fama de su nombre y su mantenimiento posterior,
evitando así que se cambiara por otra denominación entroncada con
la lengua turdetana. Pero esto no necesariamente tuvo que ocurrir en

150
VEINTE AÑOS DE LAS JORNADAS DE ALJARAQUE (1998-2017)

otros asentamientos cercanos de menor categoría. De hecho, la historia


de muchos ámbitos coloniales nos ofrece múltiples ejemplos de lugares
con dos nombres –uno indígena y otro de la comunidad extranjera- que
coexisten o que se sustituyen unos a otros cuando las situaciones de
poder se transforman o cuando éste cambia de manos.

Toda esta argumentación tiene como objeto abordar con precaución


el problema onubense. En este caso, y como todos los topónimos
acabados en -uba/-oba, sabemos que el nombre Onoba pertenece también
a una lengua indoeuropea occidental, y que no tiene por tanto una raíz
semita oriental que podamos vincular con la colonización cananea. Pero
deducir de aquí que la comunidad humana que habitó esa ciudad en
época tartésica excluía un posible grupo humano fenicio constituye un
importante error metodológico. Tanto en la zona de hábitat de Huelva
como en la necrópolis de La Joya abundan los materiales arqueológicos
orientales o inspirados en dicho mundo, rasgo que puede retrotraerse a
los mismos momentos de su fundación como núcleo urbano (González
de Canales et al. 2004, 195). En consecuencia, al igual que se ha deducido
de este tipo de documentación la presencia de gente oriental en otros
asentamientos bajoandaluces, debería aceptarse lo mismo para Huelva.
De hecho, hace ya años que J.P. Garrido propuso esta posibilidad a partir
del análisis del mundo funerario que caracteriza a La Joya, cuyo ritual de
incineración parece inspirado en ambientes sirios (Garrido 1983; 2004,
277). En la misma línea pero años después, M. Pellicer insistió en esta
idea contando con los materiales del asentamiento (Pellicer 1996b).

La defensa de que en Huelva residiera una comunidad fenicia


en época tartésica no implica necesariamente que fuera dicho grupo el
protagonista principal de su fundación. Existen muchos datos en la zona
que hablan de una fuerte presencia de gente occidental, cuyo testimonio
arqueológico más destacable puede ser el conjunto de objetos metálicos
procedentes del cauce del Odiel y el propio ritual de haberlos arrojado al
agua (Ruiz-Gálvez 1995). Este depósito de espadas y de otros muchos
objetos revela creencias en torno a los ríos como posibles vías hacia el
más allá de las que no disponían los fenicios en su patria de origen, por
lo que debe atribuirse a los habitantes de la ciudad vinculados a las
costumbres atlánticas de finales de la Edad del Bronce. En cualquier
caso, aun admitiendo la presencia en la Huelva de la primera mitad
del I milenio a.C. de dos grupos étnicos distintos, uno de procedencia
occidental y otro oriental, no está resuelto cuál de ellos detentó el poder
local durante esa época ni a cuál debemos la fundación de la ciudad.

151
ARQUEOLOGÍA Y TERRITORIO EN LA PROVINCIA DE HUELVA

No busco ahora solucionar este extremo, aunque sea importante


para la hipótesis aquí presentada. Ahora basta sólo con admitir la
existencia de una comunidad fenicia en el enclave. De ser así, podemos
esperar que ese grupo hubiera dejado constancia de su presencia en
el territorio modelándolo de la forma ya vista en las embocaduras de
los ríos y bahías más importantes de la costa meridional hispana. En
este ámbito tan particular tenemos en realidad dos cauces fluviales
que comunican con el interior del país, en concreto con un sector
del hinterland especialmente atractivo para la gente oriental por su
extraordinaria riqueza en plata. Pero ambos ríos (el Tinto al este y
el Odiel al oeste), comparten en realidad la misma desembocadura
al unirse antes de llegar al océano propiamente dicho, precisamente
a los pies de la ciudad de Huelva. Por tanto, era éste un punto
doblemente estratégico si cabe, ya que facilitaba los contactos con
el interior por dos caminos. La implantación allí de una comunidad
colonial fenicia era de capital importancia para la empresa mercantil,
aparte de que podamos sumar a este provecho otros intereses
económicos relacionados con el mundo agropecuario y con la misma
explotación de los recursos marinos. Que ese potencial dio sus frutos
lo han demostrado los ricos materiales arqueológicos de la Huelva
de tiempos tartésicos, en especial los lujosos ajuares funerarios de la
necrópolis de La Joya o el frecuente uso de cerámica griega. Tenemos,
pues, bien ubicado ya el núcleo de hábitat que vamos buscando,
en este caso como asentamiento y puerto de la comunidad colonial
cananea, digamos que el núcleo profano de nuestro modelo. Nos
queda identificar ahora el santuario correspondiente en la orilla
occidental de la Ría.

En 1968 J.M. Blázquez, J.M. Luzón y D. Ruiz Mata excavaron en


Aljaraque, en una pequeña meseta situada al suroeste del casco urbano
de entonces y junto al antiguo cementerio, un yacimiento arqueológico
que, por los caracteres de sus estructuras arquitectónicas y, sobre todo,
por sus materiales cerámicos, consideraron de carácter fenicio -“púnico”
en el título del trabajo donde lo dieron a conocer- (fig. 2). A este sitio
se le adjudicó en su día la función de factoría comercial (Blázquez et al.
1971). En los años en que se excavó y estudió se ignoraban muchos de
los rasgos arqueológicos de los santuarios orientales que hoy conocemos,
y por tanto no podemos esperar que se interpretara este lugar como área
sagrada. Pero la documentación hoy disponible permite una drástica
transfiguración de la función del enclave, a la que debemos dedicar
cierto detalle.

152
VEINTE AÑOS DE LAS JORNADAS DE ALJARAQUE (1998-2017)

Figura 2. Situación del yacimiento fenicio de Aljaraque en la trama urbana actual.

En 1971 se publicaron, pues, los resultados de las excavaciones de


este sitio, interpretado primeramente –repito- como “factoría púnica”.
De dicho enclave quiero resaltar ahora el pavimento de conchas que
formaba la base del Estrato I. Dicho nivel arqueológico ofreció materiales
cerámicos de datación muy variada, y en realidad constituía el sellado
y amortización del suelo de moluscos (Blázquez et al. 1971, 310-326).
Pertenece a la Fase I del asentamiento, que puede llevarse a los siglos VII-
VI a.C. (Ferrer 2004, 292). Por tanto, el pavimento de conchas se podría
datar en el siglo VI a.C. según el gran vaso de cerámica que apareció
encajado en él, cuya forma cuenta con claros exponentes en esa fecha
(Escacena 1987, 308), por ejemplo en Guadalhorce (Arribas y Arteaga
1975, 38 y lám. XX). El siglo VI a.C. fue considerado en principio por
los excavadores la cronología más vieja de lo encontrado entonces (Ruiz
Mata 1987, 303), lo que no presupone la inexistencia allí de contextos
protohistóricos anteriores.

El suelo de conchas de Aljaraque tenía debajo un enlosado


construido con lajas de pizarra. Esto pudo ser una mera solución técnica
para reforzar la base de las valvas superpuestas. Pero, como la pizarra no
es una piedra local, podemos considerarla un elemento relativamente

153
ARQUEOLOGÍA Y TERRITORIO EN LA PROVINCIA DE HUELVA

caro, y por tanto destinado a ser visto más que a formar parte de un
cimiento. Por eso parece más recomendable considerar esta estructura
parte de una solería anterior e independiente del nivel de conchas
marinas. De ser así, estaríamos en una zona al aire libre más que al
interior de las estancias, porque los empedrados solían caracterizar a los
ámbitos a cielo abierto en la arquitectura de la época. Ya hemos citado
líneas atrás este rasgo tanto en el Carambolo como en el santuario
de Coria del Río. Esta conclusión permite equiparar la plataforma de
moluscos de Aljaraque con los muchos suelos de espacios al aire libre
similares encontrados ya en diversos ámbitos y yacimientos fenicios,
donde siempre ocupan lugares de acceso a los templos o a las capillas
ubicadas en el interior de los mismos.

La vasija encastrada en la alfombra de conchas de Aljaraque se


colocó teniendo la precaución de que su boca quedara a ras de suelo
(fig. 3), detalle que no escapó a los excavadores (Blázquez et al. 1971,
310). En los santuarios, los recipientes embutidos a las entradas
de las áreas sagradas funcionaban como mares, es decir, como pilas
donde purificarse con agua bendecida o con líquidos preparados más
específicamente para esta misión. En algunos pasajes bíblicos era ésta
la misión del “agua lustral”, o “agua viva”, una especie de detergente
preparado a base de agua, ceniza y algunas plantas con propiedades
antisépticas (Números 19, 1-22). En esta tradición hebrea la ceniza
debía proceder en concreto del holocausto de una vaca roja (Milgrom
1981). Según algunos autores, se obtenía así una especie de líquido con
efectos mágicos (Del Olmo 1995, 285); pero en realidad lo conseguido
era una solución con extraordinarios efectos antibióticos gracias sobre
todo a la ceniza, que cambiaba el pH del agua hasta convertirla en una
variedad de lejía conocida popularmente hasta hace poco tiempo en las
sociedades tradicionales como “agua de ceniza”. Nuestras abuelas aún
blanqueaban la ropa con este producto químico casero.

Los excavadores señalaron en su día otra notable característica


de los suelos de conchas de Aljaraque: la existencia de pequeñas áreas
circulares y semicirculares en reserva, es decir, que carecían de caparazones
(Blázquez et al. 1971, 326). Si esa falta fuese intencionada tal vez
pueda pensarse en una práctica que jugaba con la ausencia/presencia de
moluscos para originar mensajes decorativos y/o simbólicos, entre los
que no se deberían descartar las representaciones astrales si tenemos en
cuenta que las conchas pudieron identificarse en el mundo siropalestino
con ciertos cuerpos celestes (Biggs 1963, 126) y que en época púnica

154
VEINTE AÑOS DE LAS JORNADAS DE ALJARAQUE (1998-2017)

sirvieron para formar figuras simbólicas en los suelos de algunas


construcciones (Belarte y Py 2004, 392). En cualquier caso, podrían ser
también la huella de elementos que, como el mar de cerámica, estuvieron
un día embutidos en el pavimento y que luego fueron retirados. Esta
segunda explicación ha sido la comúnmente aceptada (Arribas y Arteaga
1975, 24).

Figura 3. Suelo de conchas de Aljaraque. Vista general (arriba) y detalle (abajo).

Que sepamos, este yacimiento fenicio de Aljaraque carece de


momento de otros hallazgos en contexto estratigráfico que puedan
ser relacionados de forma incuestionable con su interpretación como
santuario. De todas formas, cabe recordar aquí que, al igual que en

155
ARQUEOLOGÍA Y TERRITORIO EN LA PROVINCIA DE HUELVA

los casos gaditanos se arrojaron a las aguas cercanas ofrendas y otros


elementos relacionados con el ámbito de las creencias religiosas, tanto en
las proximidades del templo de Melqart (Blanco 1985) como en las del
consagrado a Astarté (López de la Orden y García Rivera 1985; Muñoz
1993), de la Ría de Huelva procede precisamente uno de los testimonios
más elocuentes del culto a la divinidad masculina cananea (Ferrer 2012).
Consiste en un brazo de la mayor estatuilla de bronce conocida hasta
la fecha en el ámbito de la colonización fenicia de la península Ibérica
(fig. 4). Pero en el yacimiento propiamente dicho es la presencia de
pavimentos de conchas el dato posiblemente más sospechoso de que
estamos ante un templo o ante sus dependencias anejas.

)LJXUD%UD]RGHXQDLPDJHQGHEURQFHSHUWHQHFLHQWHDXQVPLWLQJJRGIHQLFLR

Como ya he indicado, el enclave fenicio de Aljaraque se interpretó


como factoría porque, a excepción de las necrópolis, cuando se excavó
apenas existían otros referentes distintos en la costa meridional de la
península Ibérica. A este argumento hay que sumar, desde luego, el
enorme peso que tenía entonces entre los investigadores la idea de que
la actividad de los grupos orientales se había limitado prácticamente a
comerciar con las poblaciones locales que habitaban en los sitios adonde
llegaba la colonización. Pero hoy contamos con otros modelos de

156
VEINTE AÑOS DE LAS JORNADAS DE ALJARAQUE (1998-2017)

asentamientos para comparar, y también con otros presupuestos teóricos


y otros esquemas mentales sobre lo que pudo ser la diáspora cananea.
Por eso quiero insistir en el uso de pavimentos de conchas como clave
para el nuevo papel que podría tener el complejo de Aljaraque.

Los suelos de moluscos marinos hasta ahora mejor conocidos


se ubican en la costa o en sitios no muy alejados de ella, teniendo en
cuenta desde luego la paleogeografía. Su distribución no es aleatoria,
y puede sugerir engañosamente que se trata de una razón económica
si la excesiva distancia del mar hacía más cara su construcción. Sin
embargo, existen claros indicios de que se usaron también en algunos
puntos alejados del litoral, lo que obliga a plantearse otras posibilidades
interpretativas. Por lo pronto, es importante tener presente la cuestión
cronológica, porque en todo el ámbito meridional hispano los pavimentos
de conchas marinas no existen en contextos anteriores a la presencia
fenicia, dato que niega su origen en costumbres prehistóricas locales.
Se constatan por vez primera en el siglo IX a.C., o en el anterior si se
calibran las fechas radiocarbónicas. Es lógico atribuirlos por tanto a los
colonos orientales. Por eso, y con la única excepción conocida de una
choza circular de Las Cabezas de San Juan (Beltrán et al. 2007, 81-85),
siempre aparecen en edificios levantados con las normas arquitectónicas
fenicias. Así que su vinculación a poblaciones de origen oriental explica
que, una vez finalizada la colonización cananea arcaica en Andalucía
occidental, y expulsada en parte esta gente de algunos sitios en los que
se había establecido, acabe por completo el uso de estos suelos. Ninguno
se ha localizado en la Turdetania posterior al siglo VI a.C. Sólo la zona
levantina española siguió utilizándolos durante algún tiempo más. Por
eso deberíamos contar con la posibilidad de que algún día se constaten
en la Cádiz insular de tiempos púnicos, y aquí como herencia lógica de
sus propias tradiciones culturales y de su componente étnico cananeo.

Resulta especialmente significativo que los pisos de moluscos estén


asociados a las entradas de los edificios, condición que se cumple en
todos aquellos casos en que las intervenciones arqueológicas disponen
de suficiente amplitud como para detectar estructuras completas y
no sólo trozos de muros. Así, este hecho se verifica en todas los casos
constatados, pues las salvedades corresponden más bien a sitios donde
carecemos de datos acerca de su ubicación. En otras ocasiones rodean
canalillos de desagüe o forran el acceso a cisternas, lo que tiene que
ver sin duda con su carácter apotropaico. Y su documentación en
estructuras que parecen meras viviendas no impide reconocer que los

157
ARQUEOLOGÍA Y TERRITORIO EN LA PROVINCIA DE HUELVA

pavimentos de conchas fueron profusamente empleados en contextos


cultuales, siempre precediendo a las entradas de los templos o a la de
los recintos más sagrados dentro de éstos. Así lo han demostrado hasta
la saciedad los santuarios del Carambolo y de Castro Marim, por sólo
citar ejemplos del suroeste ibérico aquí analizados. En consecuencia, si
la cronología y los contextos de los suelos de conchas permite asociarlos
a los colonos cananeos de la primera mitad del primer milenio a.C., y de
momento también a sus herederos púnicos en el Sureste, cabría esperar
su empleo en los territorios siropalestinos, patria de procedencia de esas
comunidades semitas. Como demostramos en su día, esta condición se
cumple (Escacena y Vázquez 2009, 70-72), por lo que me pararé ahora
sólo en un caso especialmente importante para explicar algunos detalles
constatados en Aljaraque.

Tell Kazel, en la costa sur de Siria y muy cerca ya del Líbano, es


uno de los sitios mejor conocidos hoy sobre el empleo en el Próximo
Oriente de pavimentos de conchas. Las excavaciones en el área II, al
sureste del yacimiento, han descubierto una zona residencial fechada
en el siglo XIII a.C. (Capet 2003, 63). En este sector se ha encontrado
un vestíbulo que comunica la calle con una habitación. Dicha entrada
disponía sólo de tres paredes revocadas con arcilla amarillenta que,
aplicada sobre una película rojiza, servía de soporte a revoques de
caparazones de moluscos marinos. A su vez, esta antesala conducía a
una especie de rampa enlosada con guijarros y limitada por paredes
tapizadas asimismo con conchas, enlucidos que se han conservado en
varias capas. En este contexto hay también una ventana cuyo alféizar
se alfombró igualmente con conchas, en este caso recubiertas por
una película deleznable de color rojo. Toda esta zona se interpreta
como un área de entrada al edificio (Capet 2003, 73-74). Un
segundo caso en este sector de ese mismo yacimiento corresponde a
una habitación que contaba también con un piso de moluscos. Los
caparazones se recogieron ya muertos en la playa porque mostraban
una fuerte abrasión marina. Pero las abundantes conchas localizadas
junto a los muros de esta estancia sugieren que estamos aquí ante
estucos desprendidos, señal de que las paredes estuvieron cubiertas
también con valvas. Y es precisamente en este compartimento donde
se documentó un vaso de cerámica encastrado en el suelo de conchas
(Capet 2003, 87-90), elemento que recuerda muy de cerca el caso de
Aljaraque (fig. 5). Una tercera muestra en este sitio es otro cuarto,
peor conservado, también con suelo y al menos una pared forrados
de conchas (Capet 2003, 91).

158
VEINTE AÑOS DE LAS JORNADAS DE ALJARAQUE (1998-2017)

)LJXUD7HOO.D]HOHQ6LULD DOIRQGRGHODIRWR 9DVRHQFDVWUDGRHQXQSDYLPHQWRGH


conchas a la entrada de un santuario. En el recuadro menor, el mismo caso en Aljaraque

Tell Kazel corresponde a la antigua Simyra, en la llanura de


Akkar (Badre 2006, 65). Todos los suelos de conchas localizados hasta
ahora en esta ciudad corresponden al parecer a una sola construcción
de especial relevancia y lujo, el Edificio II, que se fecha en el Bronce
Final II. Se trata tal vez de un templo que acaba arrasado, como el resto
del asentamiento, hacia el 1300 a.C. en coincidencia con el final del
Imperio Hitita y como consecuencia de ataques de los Pueblos del Mar
sobre el país de Amurru (Badre 2006, 80 y 92). La sospecha de que se
trata de un complejo sagrado se apoya en el hecho de que, después de su
destrucción, se levanta allí un nuevo santuario a comienzos de la Edad

159
ARQUEOLOGÍA Y TERRITORIO EN LA PROVINCIA DE HUELVA

del Hierro. Aunque este templo monumental contiene ya elementos


arqueológicos y epigráficos claramente fenicios, la iconografía de las
figurillas de índole religiosa halladas en él recuerda divinidades locales
sirias que se han relacionado con Baal, con Baalat, con Milku y, acaso,
también con Anat (Badre et al. 2007, 58-59). Esto apoya de nuevo su
interpretación como santuario desde sus inicios, pues estaríamos ante
una herencia de los cultos existentes en ese mismo complejo en la fase a
la que corresponden los referidos suelos de moluscos.

Al igual que en los territorios fenicios de la península Ibérica,


en Siria y Palestina los pavimentos de conchas, constatados al menos
desde el II milenio a.C. (Poyato y Vázquez Hoys 1989, 453), estaban
vinculados mayoritariamente a las zonas costeras o a comarcas no
demasiado alejadas del mar, y básicamente a poblaciones cananeas
precursoras de los fenicios posteriores. Forrando con esos caparazones
los umbrales de las puertas y los alféizares de las ventanas se buscaba
dotar a los edificios de una protección especial contra genios malignos,
demonios y maleficios. En Oriente la costumbre se limitó normalmente
a construcciones que necesitaban estar dotadas de santidad (Poyato
y Vázquez Hoys 1989, 453), lo que resulta un especial apoyo a la
interpretación como templo del yacimiento de Aljaraque. Por lo demás,
un fragmento del poema mesopotámico que relata el descenso de Ishtar
a los infiernos aclara de sobra que se colocaban precisamente en los
vanos de dichos complejos sagrados:

ȱŒ˜—’—žŠŒ’à—ȱ›Žœ‘”’Š•ȱœŽȱ’›’’àȱŠȱŠ—Š›ȱœžȱŸ’œ’›DZ


Š£ȱ Š‹›’›ǰȱ Š—Š›ǰȱ •Šȱ ™žŽ›Šȱ Ž•ȱ Š•’—Šǰȱ Ž•ȱ Š•ŠŒ’˜ȱ Žȱ žœ’Œ’Šǯȱ œ™Š›ŒŽȱ Ž—ȱ Ž•ȱ
ž–‹›Š•ȱŒ˜—Œ‘ŠœȱŠ™˜›˜™Š’ŒŠœȱ¢ȱŒ˜—Ÿ˜ŒŠȱŠȱ•˜œȱ—ž——Š”’ȱ™Š›Šȱ‘ŠŒŽ›•˜œȱœŽ—Š›ȱŽ—ȱ
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™›ŽœŽ—Œ’Šǯ

Š—Š›ȱœŽȱ–Š›Œ‘àȱ™Š›ŠȱšžŽȱŠ‹›’Ž›Š—ȱ•Šȱ™žŽ›ŠȱŽ•ȱŠ•’—Šǰȱ•žŽ˜ȱŽœ™Š›Œ’àȱŒ˜—Œ‘Šœȱ
Š™˜›˜™Š’ŒŠœȱ¢ȱŽœ™ž·œȱŽȱ‘Š‹Ž›ȱŒ˜—Ÿ˜ŒŠ˜ȱŠȱ•˜œȱ—ž——Š”’ȱ•˜œȱ‘’£˜ȱœŽ—Š›ȱŽ—ȱœžœȱ
›˜—˜œȱŽȱ˜›˜ǯȱ˜Œ’ŠŠȱ œ‘Š›ȱŒ˜—ȱŽ•ȱžŠȱŽȱ•Šȱ’ŠǰȱžŽȱŠ•Ž“ŠŠȱŽȱ•Šȱ™›ŽœŽ—Œ’ŠȱŽȱ
›Žœ‘”’Š•ŗǯ

Este mismo texto proporciona además una elocuente explicación para


encontrar una función concreta a la vasija encastrada en el suelo de conchas
(fig. 6). En este himno mesopotámico estaríamos ante el recipiente que

1
Traducción de F. Lara Peinado (2002, 310).

160
VEINTE AÑOS DE LAS JORNADAS DE ALJARAQUE (1998-2017)

contenía el “agua de la vida” aspergida sobre la diosa. Y en Aljaraque y Tell


Kazel ante la que podía servir a los fieles para purificarse antes de su entrada
al templo. Pero no acaban aquí las razones para vincular las conchas de
moluscos marinos a conductas religiosas, pues su uso como protector contra
las obras del Maligno se extiende también en el Próximo Oriente a ciertos
objetos litúrgicos. Se trata de algunas piezas de cerámica con forma de torre
y que funcionaron como quemaperfumes (figs. 7 y 8). Algunas piezas sirias
del II milenio muestran precisamente reproducciones de conchas aplicadas
a los vanos y a otros lugares que se suponen de fácil acceso (Fortin 1999, fig.
290; Müller-Pierre 1992; 1997, nº 24; Bretschneider 1997, fig. 3). Estamos
de nuevo ante un intento de preservar la santidad de los espacios sagrados,
cuestión que cobra su sentido si se tiene en cuenta que estos incensarios se
tienen por imitaciones de templos-torres (Fortin 1999, 282).

Figura 6. Vaso de abluciones del siglo VI a.C.


Apareció embutido en el suelo de conchas marinas del yacimiento de Aljaraque.

Una de las fotos del pavimento de conchas de Aljaraque publicada


por sus excavadores recoge un trozo que conservaba siete filas de valvas,
aunque su nivel de destrucción no permite certificar del todo si este número
es casual o responde a la totalidad del forro originario de un umbral. Si
estuviéramos ante un rasgo bien captado y no ante un mero efecto del azar,
esta cifra coincidiría con otros elementos que entre los fenicios de Tartessos
se dotaron de dicha cantidad. Este número habría reforzado a la alfombra

161
ARQUEOLOGÍA Y TERRITORIO EN LA PROVINCIA DE HUELVA

de su efecto apotropaico, dotándola del significado de plenitud del que


disponía el siete en Oriente. Siete eran las conchas colocadas a la entrada
de la cabaña circular de las Cabezas de San Juan (Beltrán et al. 2007, 81-
85); siete filas la que forraban el escalón de una estancia localizada en el
asentamiento bajo del Carambolo (Carriazo 1970, 78); siete los orificios
que muestra en su flanco inferior la barca de Astarté representada en el
denominado Bronce Carriazo (Maluquer de Motes 1957; Carriazo 1973,
fig. 20-21; Marín y Ferrer 2011), y del que colgarían en su momento los
remos de la nave hoy perdidos; siete los sellos del collar del tesoro del
Carambolo (Escacena y Amores 2011, 116-127); y siete, finalmente,
los botones de oro que formaban parte de la prenda que se ocultó en la
acrópolis del asentamiento portugués de Castro dos Ratinhos (Berrocal-
Rangel y Silva 2007, 172-173), tal vez un atuendo litúrgico. A pesar de
que existen más ejemplos hispanos de la repetición de este número sagrado,
estos pocos mencionados bastan para señalar el uso ritual y simbólico
del siete en Tartessos, adonde debió llegar de manos de la colonización
cananea de comienzos del I milenio a.C. porque no se conocen datos que
demuestren que tal creencia mágica y/o religiosa en torno al siete existiera
en la península Ibérica en momentos prehistóricos anteriores.

Figura 7. Maquetas de santuarios-torres halladas en Siria, con apliques en forma de conchas


que pretenden proteger los accesos y ventanas de la entrada del diablo.

162
VEINTE AÑOS DE LAS JORNADAS DE ALJARAQUE (1998-2017)

Figura 8. Quemaperfumes sirio con apliques de barro en forma de valvas de moluscos.

El empleo de conchas de moluscos con carácter apotropaico


y ritual, especialmente vinculado con acciones que en la actualidad
consideraríamos de índole mágica más que religiosa –dicotomía no

163
ARQUEOLOGÍA Y TERRITORIO EN LA PROVINCIA DE HUELVA

necesariamente trasladable al mundo antiguo- se ha señalado en


diversas ocasiones. En el libro de los muertos egipcio, una determinada
valva recibía el nombre de “Mano de Isis”. Su función se vinculaba a
la necesidad que tenía el difundo de que la diosa le ayudara a escapar,
mediante una determinada fórmula, de la red en que podían caer las
almas despistadas en su tránsito al más allá (Lara Peinado 2005, 298).
Son numerosas además, dentro del mundo griego, las referencias a la
utilización de conchas en encantamientos, conjuros, imprecaciones de
buena o mala suerte y demás prácticas de tipo mágico, sobre todo
cuando se trata de conseguir anhelos amorosos, protección contra
enfermedades o defensa ante el ataque de malos espíritus y demonios,
o cuando se pretende incluso conciliar el sueño (Calvo y Sánchez
Romero 1987, 87 ss.).

BREVE RECAPITULACIÓN Y CIERRE

A lo largo de los párrafos precedentes he desarrollado la hipótesis


de la existencia de un modelo muy concreto de ocupación del territorio
en las desembocaduras de los ríos atlánticos del mediodía hispano
y, por extensión, en la entrada a la bahía de Cádiz. Este patrón está
claramente verificado en el Guadalquivir y en el Guadiana, donde se
constata la fundación de un asentamiento principal en la orilla oriental
de la desembocadura acompañada de la construcción de un santuario en
la margen opuesta, la occidental. Aunque la arqueología no cuenta con
la exactitud que desearíamos para establecer en este acto inaugural una
sucesión más precisa y concreta de acontecimientos, tal vez la realidad
de los hechos fuera al revés, como sugieren algunas referencias literarias:
primero se erige el templo y luego la ciudad/puerto. Este proceso tenía
su sentido religioso y práctico, que podemos intuir también a partir
de algunos textos. En cualquier caso, asumir este sentido exige aceptar
previamente una de las principales conclusiones a las que se puede llegar
con este diseño del territorio: que estamos ante una empresa fenicia
y no ante la iniciativa de una comunidad humana distinta. Si, como
hemos sostenido, nuestra propuesta se cumpliera en Cádiz, donde
debemos reconocer que el modelo cuenta con más dificultades para
recibir garantías de realidad, no sería científicamente lícito defender que
aquella ciudad fue una colonia fenicia que eligió para asentarse unos
esquemas de poblamiento emanados de las necesidades de la población
vernácula. Y esta misma conclusión deberíamos aplicarla a todos los
casos (fig. 9).

164
VEINTE AÑOS DE LAS JORNADAS DE ALJARAQUE (1998-2017)

Figura 9. Ocupación fenicia de las costas del suroeste ibérico mediante el patrón
asentamiento (orilla este)-vía de agua-santuario (orilla oeste).

La lógica de fundar el santuario antes que el asentamiento


donde se llevaban a cabo las actividades profanas adquiere su sentido
práctico en el análisis del proceso por el cual la colonización fenicia
progresó con tanta rapidez hacia el oeste. Esta expansión estaba
necesitada de puntos de apoyo a la navegación, que por tanto debían
estar necesariamente ubicados en la costa (Belén 2000). Pero una
empresa tan ingente también debía contar con una cartografía
que permitiera consolidar un mapa de las nuevas tierras que se

165
ARQUEOLOGÍA Y TERRITORIO EN LA PROVINCIA DE HUELVA

descubrían y de las rutas, corrientes marinas y vientos que permitían


acceder a ellas. Era ésta la labor “científica”, conocer el territorio y
proporcionar a las empresas de navegación y a las tripulaciones de
las naves las referencias necesarias para desenvolverse en los nuevos
dominios. Por eso fue fundamental en estos enclaves sagrados el
conocimiento astronómico, que para entonces más bien deberíamos
denominar teológico en tanto que las divinidades eran los propios
astros. Se comprenden así las alusiones textuales a sacrificios o a
otras acciones litúrgicas que fueron o no propicias para asentarse. Si
se disponía de un otero desde el que controlar bien la observación
del cielo, con horizontes despejados o que disponían de accidentes
geográficos utilizables para marcar las principales referencias
anuales del Sol (solsticios y equinoccios sobre todo) y/o de otros
cuerpos celestes, aquellos puntos se convertían automáticamente en
santuarios y en arietes del avance colonial. Era la principal condición
necesaria para su sacralización como referente costero. Por eso es
importante para conocer el fenómeno de la diáspora inicial fenicia
investigar las cuestiones arqueoastronómicas implícitas en estos
edificios de culto, especialmente la orientación de sus ejes axiales
o de sus elementos rituales fijos, por ejemplo los altares. Esto se ha
hecho ya en el Carambolo y en otros complejos de época tartésica que
han levantado sospechas fundadas de su carácter religioso (Esteban
y Escacena 2013), revelando en algunos casos la estrecha vinculación
entre las creencias de la población cananea y determinadas posiciones
solares (Escacena 2009). Aunque este estudio está por realizar
en Aljaraque, si entre los muros descubiertos se lograra determinar
la posible alineación solar de alguna estructura, sumaríamos datos
de extraordinaria validez para corroborar el uso de este lugar como
santuario. Pero la situación del pavimento de conchas, en el extremo
noreste del área excavada en 1968, parece sugerir que los trabajos de
campo de entonces se quedaron a las puertas del posible santuario, que
podría ubicarse al este del sector investigado (fig. 10). Es más, como
los datos arqueológicos más arcaicos constatados hasta la fecha no van
más allá del siglo VII a.C., momento en que la colonización fenicia
llevaba ya dos siglos consolidada en el sur de la península Ibérica,
deberíamos esperar el hallazgo futuro de contextos más acordes con los
primeros momentos de la presencia colonial fenicia en Huelva. Espero
que todavía queden en esta meseta de Aljaraque vestigios suficientes
para atar mejor esta conclusión, resumida básicamente en la idea de
que este sitio corresponde en realidad a un santuario dependiente de
la población fenicia que habitaba en Huelva (fig. 11).

166
VEINTE AÑOS DE LAS JORNADAS DE ALJARAQUE (1998-2017)

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167
ARQUEOLOGÍA Y TERRITORIO EN LA PROVINCIA DE HUELVA

Figura 11. Propuesta de aplicación del modelo en la Ría de Huelva.

AGRADECIMIENTOS

Este trabajo se ha elaborado en el marco del Grupo de Investigación


tellUS (HUM-949 del Plan Andaluz de Investigación, Desarrollo e
Innovación), radicado en el Departamento de Prehistoria y Arqueología
de la Universidad de Sevilla.

Agradezco a Pedro Campos Jara la invitación para participar en el


presente libro, así como la información que me ha suministrado sobre
el lamentable estado actual del yacimiento fenicio de Aljaraque y sobre
el lugar exacto en que se llevó a cabo la excavación. Igualmente, quiero
agradecer a Eduardo Ferrer Albelda la cesión de la foto del brazo de
smiting god hallado en la Ría de Huelva, y a María Belén Deamos los
ratos de charla acerca del modelo que aquí desarrollo sobre la ocupación
fenicia de la costa meridional hispana.

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VEINTE AÑOS DE LAS JORNADAS DE ALJARAQUE (1998-2017)

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