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LA FILOSOFÍA ANALÍTICA Y SUS PRINCIPALES

REPRESENTANTES

LA FILOSOFÍA ANALÍTICA: TEMAS Y REPRESENTANTES PRINCIPALES

El término “filosofía analítica” hace referencia a un conjunto de escuelas


filosóficas del siglo XX que coinciden en analizar los problemas filosóficos a través del
lenguaje en el que se expresan y en convertir a su vez al propio lenguaje, no sólo en
instrumento de análisis, sino también en tema de reflexión filosófica.

 Contexto de aparición:

Para entender tanto la temática como la metodología propia de, al menos, las
primeras escuelas de esta corriente, es necesario comentar brevemente la situación de
las ciencias, tanto empíricas como formales, en el período de cambio de siglo:

a) Los cambios producidos en el ámbito de las ciencias empíricas, en concreto en el


ámbito de la física, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, determinarán la
temática fundamental de las primeras corrientes de la filosofía analítica. Nos referimos
al cambio de paradigma entre la física de Newton y la de Einstein. Aparte de sus
contenidos, la novedad que nos interesa destacar es que el lenguaje de las nuevas
ciencias teóricas está formulado en términos de gran abstracción matemática. Los
conceptos y enunciados científicos dejan de tener el carácter intuitivo y fácilmente
relacionable con la experiencia, que tres siglos de investigación habían proporcionado a
la teoría newtoniana. Los propios científicos (Mach, Einstein, Avenarius) se preguntan
por el valor empírico de sus teorías y, en definitiva, por las condiciones generales que
tiene que tener un conjunto de enunciados para ser considerados científicos. Esta
preocupación de nuevo sobre los límites del conocimiento científico (Kant) será la
temática en la que se centrarán las primeras corrientes de la filosofía analítica.

b) Las novedades en el ámbito de las ciencias formales, matemática y lógica,


igualmente incidirán en este movimiento filosófico. En cuanto a la matemática,
podemos mencionar dos ejemplos de innovaciones que cambiarán la concepción
moderna de esta disciplina: la invención de las geometrías no euclídeas y la teoría de
conjuntos de Cantor. La consecuencia de estas novedades es que la matemática es vista
a partir de ahora no tanto como la ciencia de la cantidad, como una ciencia abstracta (en
la que los contenidos no tienen porqué tener un modelo real o imaginable) y formal
(pues al matemático, una vez establecidos sus axiomas, lo que le interesa es extraer
todas sus consecuencias lógicas). El carácter poco intuitivo de los enunciados
matemáticos hace que sea difícil determinar la consistencia (no contradicción) de tales
sistemas. En este momento histórico, finales del XIX y principios del XX, surgirán
precisamente las innovaciones que permitirán el desarrollo de los cálculos lógicos y la
metalógica necesaria para tratar de formalizar estas teorías matemáticas y poder con ello
intentar comprobar su consistencia (Frege, Hilbert, Russell). Lo que nos interesa
destacar es que, las primeras corrientes de la filosofía analítica, precisamente tomarán el
lenguaje de la lógica como el instrumento conceptual capaz de clarificar las condiciones
que debe tener un lenguaje con sentido y, en concreto, un lenguaje científico. Esta es
quizá la aportación más novedosa a la historia de la filosofía, más que el tema o las tesis
que mantendrán.

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 Escuelas y representantes:

Por sistematizar de algún modo la variedad de corrientes de este movimiento,


podemos hablar de dos tendencias principales:
a) La primera en el tiempo sería la filosofía analítica centrada en el estudio y
fundamentación del lenguaje científico.
b) La segunda sería la preocupada fundamentalmente por el análisis de los
problemas filosóficos a través del lenguaje natural u ordinario.

a) La filosofía analítica del lenguaje científico

Podemos situar al comienzo de los años veinte el origen de las primeras escuelas de
filosofía analítica. Coinciden en una preocupación por las condiciones que tiene que
tiene que reunir un lenguaje para ser científico y en tomar como instrumento de análisis
el lenguaje de la lógica. Las dos corrientes principales son el neopositivismo o
positivismo lógico y el atomismo lógico.

El neopositivismo o positivismo lógico tiene su origen en el llamado “Círculo de


Viena” de los años 20, integrado por científicos y filósofos (Carnap) preocupados por la
fundamentación de la ciencia. A partir de este núcleo se formaron otros grupos como la
Escuela de Berlín (Reisenbach) y, tras la Segunda Guerra Mundial y su inevitable
emigración, otras escuelas en Inglaterra y Estados Unidos. El fondo de su concepción de
la ciencia sigue las líneas generales del empirismo del XVIII o del positivismo del XIX.
Pero la novedad radica en su método filosófico. Los neopositivistas consideraron, a
diferencia del empirismo clásico, que los problemas del origen de la ciencia (contexto
psicológico, sociológico o histórico del descubrimiento) eran irrelevantes para la
clarificación de lo que debe ser la actividad científica. Lo único que tiene interés
filosófico es el problema de la justificación racional de la teoría. Así adoptaron una
perspectiva meramente metodológica: determinar las normas o condiciones que un
lenguaje debe reunir para tener sentido (ser científico). Estas normas pueden resumirse
en el llamado criterio empirista del significado: una proposición (empírica) tiene
sentido (es científica) si existe un procedimiento observacional para verificarla. En
consecuencia, toda proposición que carezca de tal procedimiento de comprobación es
realmente una “pseudoproposición”, algo sin sentido. Desde la radicalidad de este
empirismo, los términos teóricos de la ciencia deben correlacionarse de algún modo con
términos observacionales y los enunciados generales comprobarse por procedimientos
rigurosos de inducción. Queda fuera del lenguaje con significado o sentido lo que no se
adecúa a este patrón, cumplido de modo exquisito por la física, y pretendieron que todas
las disciplinas empíricas se adecuasen o redujesen es este tipo de lenguaje (fisicalismo).
Las tradicionales proposiciones metafísicas, éticas, estética, religiosas o sobre el sentido
de la vida quedan así fuera de los límites del lenguaje significativo, en el mero ámbito
de la expresión irracional de sentimiento.

El atomismo lógico se desarrolló en paralelo con el neopositivismo y guarda con


éste profundas coincidencias en los temas, tesis y métodos. Los representantes de esta
escuela son Bertrand Russell y el “primer” Wittgenstein (Tractatus lógico-
philosóphicus). A pesar de agruparlos en la misma escuela, entre ambos no deja de
haber diferencias significativas. Por ejemplo, la concepción del conocimiento de
Russell, siguiendo la tradición inglesa, es más claramente empirista o fenomenalista,

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mientras que Wittgenstein se muestra fiel a una interpretación más kantiana (las redes
conceptuales).

b) Filosofía analítica del lenguaje natural

Si el primer grupo de escuelas se centró en la delimitación de las condiciones de un


lenguaje científico perfecto, a partir de las obras del “segundo” Wittgenstein (años
cuarenta), la problemática filosófica analítica se centrará en el lenguaje natural. Desde el
análisis de las complejidades del significado, no de los lenguajes artificiales, sino del
ordinario, se emprende una labor fundamentalmente crítica hacia, tanto las
simplificaciones neopositivistas del conocimiento y del significado, como hacia los
malos usos y desviaciones metafísicas de este lenguaje natural. Siguiendo las tesis
básicas de las Investigaciones filosóficas de Wittgenstein, surgirán distintas escuelas: la
Escuela de Cambridge posee una concepción fundamentalmente crítica o destructiva
del análisis filosófico (Wisdom, Malcom). Para sus representantes, los tradicionales
problemas filosóficos son perplejidades surgidas por la mala comprensión de los usos
del lenguaje. El método analítico pretende, en una labor “psicoanalítica”, disolver tales
equívocos o problemas. La Escuela de Oxford pretende, siguiendo las sugerencias de
las Investigaciones, construir una teoría que, alrededor del problema del significado,
permita la clarificación de los problemas filosóficos (Ryle, Strawson, Austin).

BERTRAND RUSSELL
EL RECHAZO DEL IDEALISMO

El movimiento analítico, en tanto que reacción realista frente a los excesos del
idealismo, mantiene una concepción empirista y pluralista (la creencia de sentido
común de que hay multitud de cosas diferentes) de la realidad: lo real aparece de modo
empírico e inmediato y sus elementos son configurados por el lenguaje dentro de
conjuntos, en una trama de significados y relaciones.
BERTRAND RUSSELL (Gales, 1872-1970) protagoniza en la universidad
Cambridge (junto a G. Moore (1873-1958)) la oposición al idealismo dominante de su
tiempo (representado por Mctaggart en dicha universidad, y por Bradley en la de
Oxford). Russell estudió en Cambridge tres años de matemáticas y uno de filosofía, a la
que se entrega con pasión en 1893, centrándose inicialmente en la lectura del idealismo
alemán: Hegel y Bradley sustentaban los pilares de una ontología monista (La filosofía
idealista implicaba una teoría monista de la verdad y un monismo ontológico que
entendía la realidad como un conjunto de relaciones internas entre individuos y cosas e
identificaba esa totalidad o “ser” con el pensamiento; la verdad es el todo, no se puede
conocer un hecho o una cosa aislados, porque para conocer su verdad hay que tener en
cuenta las relaciones que esa cosa o hecho mantienen con todos los demás y, en último
término, con nuestra conciencia: el absoluto es la conciencia o idea) en la que él creía
por entonces, y Kant era la base de su fundamentación de la geometría y de las
matemáticas en general.
El punto de partida de la ruptura de Moore con idealismo, en la que Russell le
sigue, será la afirmación de que los hechos son, en general, independientes de la
experiencia. Según Russell, el error cometido por la metafísica idealista ha sido reducir
toda proposición a la fórmula predicativa “S es P” (atribución de una propiedad a un
sujeto), cuando la forma lógica de muchos enunciados es distinta si el predicado es

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poliádico, es decir, si no se atribuye a un único sujeto (predicado gonádico), sino que
establece relaciones externas entre dos o más sujetos (por ejemplo, María es amiga de
Juan).
Mientras Moore atacaba el idealismo con argumentos de sentido común
cuestionando las complicadas especulaciones abstractas, sobre todo, metafísicas y
religiosas, Russell aportaba el análisis y las teorías lógicas y epistemológicas,
convencido de que los análisis filosóficos deben instrumentarse con la lógica
matemática. En su obra Exposición crítica de la filosofía de Leibniz (1900) se convierte
en un “realista ingenuo” al admitir todas las cosas cuya inexistencia no se pudiera
probar. El libro típico de esta fase platónica es Los principios de la matemática (1903),
donde ese “pluralismo realista”, ingenuo, se basa en una concepción gramatical
(aunque dos años más tarde él mismo la considerará incorrecta), según la cual, todos los
términos de una proposición han de tener un significado, al que se identifica con el
objeto que denota y, por tanto, ha de ser, “es”, en algún sentido. No obstante, más
adelante también llegaría a defender una especie de “monismo neutral”, considerando
a la mente y al cuerpo como dos aspectos de una misma realidad: la sustancia del
mundo no es espiritual ni material, sino una “substancia neutral” de la que están
constituidos tanto el espíritu como la materia (implica la negación del carácter de
relación sujeto-objeto en las sensaciones).
El mencionado error del “monismo idealista” (interpretar siempre los
enunciados desde la lógica de los predicados monádicos), le llevará a plantear una
nueva concepción de la realidad, el atomismo lógico, según el cual, existe una
correspondencia isomórfica entre la realidad y el lenguaje, lo que significa que los
hechos y las proposiciones comparten una misma estructura lógica. De esta forma, se
encuentra la manera de representar cualquier declaración expresada en un lenguaje
natural en unos términos que evidencien su estructura o forma lógica subyacente, o sea,
su “lenguaje ideal”. Cada enunciado “atómico”, es decir, lógicamente simple, es
verdadero si “dibuja” un hecho atómico, y los enunciados complejos serán verdad en
función de la verdad de los enunciados simples y de las relaciones lógicas que se
establezcan entre ellos. El mundo es el conjunto de hechos atómicos, y el lenguaje
lógico es el medio para conocer el mundo.
Pese a que la filosofía de Russell se considere una especie de realismo por todo
lo anteriormente indicado, al proceder al análisis lógico se pone de manifiesto un
“cambio metodológico” en la tradición empirista: ya no se parte de los elementos
psicológicos del conocimiento (impresiones e ideas, Hume) sino del lenguaje.
El análisis de la estructura de la realidad a partir de la forma lógica llevó a
Russell a admitir la existencia de objetos individuales (Pedro, esta silla, etc.) junto con
cualidades y relaciones, es decir, las exigencias del análisis de la estructura lógica del
lenguaje le obligaron a considerar los objetos del mundo físico como simples a pesar de
la complejidad realmente existente. Así, escribe en “Nuestro conocimiento del mundo
externo”:
“No me refiero a ninguna de las cosas simples del universo; me refiero a que
una cosa determinada tiene una cualidad determinada o bien que ciertas cosas poseen
una cierta relación. Así, por ejemplo, yo no diría que Napoleón es un hecho, pero sí que
diría que es un hecho que era ambicioso o que se casó con Josefina”.
Las exigencias del análisis de la estructura lógica obligaban, pues, a Russell a
considerar los objetos del mundo físico (Napoleón, por ejemplo), como simples a pesar
de su complejidad real.
No se limitó, sin embargo, a practicar el análisis a este nivel, sino que trató de
reducir lo real a sus últimos elementos constitutivos, es decir, a los datos de los sentidos

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(sense-data), teoría de la que se ocupará en varias obras. En este análisis reductivo
(reducción de lo complejo a lo simple), adoptó un punto de vista empirista, llegando a
conclusiones fenomenistas semejantes a las que alcanzara Hume: los últimos
elementos son los datos sensibles y las cosas o sustancias no son más que el conjunto o
“la clase de sus apariencias”. Tanto el conocimiento de los objetos físicos como el de
los conceptos teóricos son inferidos o construidos a partir de estas bases empíricas, por
lo que esta teoría se denomina también “construccionismo”.

El ATOMISMO LÓGICO

Russell nunca abandonaría el estilo de la metafísica pluralista que considera al


mundo como una totalidad de hechos simples o átomos, es decir, entidades diferentes a
las que denomina “hechos atómicos”, que son exigidos lógicamente por el análisis de
las proposiciones elementales como su “significación”, y nunca determinados
empíricamente con rigor.
Así pues, un hecho atómico consiste en un particular calificado por una
propiedad – del tipo “esto es grande”- o dos o más particulares vinculados por una
relación – como sería “a es más pequeño que b”. Se trata, pues, de una metafísica de los
hechos basada en establecer una ontología sobre una doctrina lógica (la de los Principia
Matemática) que conlleva también una teoría del conocimiento: la pregunta inicial no es
la pregunta metafísica sobre qué hay en el mundo de verdadero, sino qué podemos
conocer del mundo. La primera verdad incuestionable es “que el mundo contiene
hechos, que son lo que son pensemos lo que pensemos acerca de ellos, y que hay
también creencias que se refieren a esos hechos y que por referencia a ellos son
verdaderas o falsas”.
Luego, estamos ante una filosofía que consiste en una metafísica de los hechos
desde una análisis lógico del sentido de las proposiciones (que expresan siempre
creencias), contrastados ambos por una teoría del conocimiento que indaga la “verdad”.
Igual que las proposiciones son hechos lingüísticos compuestos de palabras que
expresan particulares, cualidades o relaciones, los hechos mundanos son compuestos de
elementos que responden de la referencia y de la verdad de esos géneros elementales
lingüísticos. El análisis lógico, desde el lenguaje, va reduciendo el mundo a átomos
lógicos. El análisis se dirige inmediatamente al lenguaje: el lenguaje lógicamente
perfecto de los “Principia”, en el que se buscarán los constituyentes últimos de nuestro
conocimiento de la realidad y la realidad misma.
Hay, por tanto, dos supuestos o principios que definen el atomismo lógico:
1º) El primero, que implica en realidad dos tesis:
1. El isomorfismo o suposición de identidad de estructura lógica entre el
lenguaje y el mundo (correspondencia entre el lenguaje y la realidad): los
hechos poseen una estructura lógico-lingüística y, por tanto, la estructura de
los hechos se corresponde con la estructura del lenguaje. Tesis que se conoce
con el nombre de “teoría del lenguaje-retrato”, porque afirma que el lenguaje
retrata o representa la realidad.
2. Pero el lenguaje que retrata la realidad no es el lenguaje corriente, sino el
lenguaje ideal, un “lenguaje lógico perfecto” que constará de dos elementos:
términos de un vocabulario primitivo (p, q, r, etc.) y constantes lógicas que,
en la “lógica proposicional” serían las conectivas o conectores lógicos (“no”,
“si...entonces”, “y”, “o”...). Los términos (p, q, r,...) designan proposiciones
atómicas, que son aquellas que expresan una cosa que tiene una determinada
propiedad o que unas cosas tienen una determinada relación. La

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proposición molecular es una proposición constituida a partir de
proposiciones atómicas mediante las conectivas lógicas y los
“cuantificadores” (“para todo x”, “existe un x tal que”). De este tipo sería la
proposición “Si hace frío, no saldré de paseo”. La verdad o falsedad de las
proposiciones moleculares se halla condicionada por la verdad o falsedad de
las proposiciones atómicas.
2º) El segundo principio sería una teoría referencialista del significado, según la cual,
los nombres propios del lenguaje designan objetos individuales, por lo que, el
significado de los nombres es el objeto al cual se refieren (será ésta una de las tesis
fundamentales del “Tractatus” de Wittgenstein). Estos objetos individuales poseen
cualidades (Juan es estudioso) y entran en relaciones con otros objetos particulares
(“Pedro invita a Ana”). Se trata de hechos, y los hechos se expresan en proposiciones,
por lo que la teoría referencialista del significado supone admitir sólo el valor
enunciativo de las proposiciones que, como ya se ha dicho, pueden ser de dos tipos
(atómicas y moleculares), aunque también admitió otros tipos de proposiciones y
hechos: existenciales (“hay niños africanos”), generales (“todos los limones son
amarillos”), completamente generales (proposiciones de la lógica y las matemáticas) y
negativas (“Carlos V no era francés”).
Muchos de los problemas y los resultados de la metafísica tradicional se revelan,
en este análisis lógico del lenguaje, como errores debido a una “mala gramática”.

LA DÉCADA DE LOS PRINCIPIA: LOGICISMO

En su obra Principia Mathemática (1901-1910) estableció, en colaboración con


Alfred North Whitehead, los fundamentos de la lógica matemática, cuyo desarrollo
consiste en toda la sistematización formal de la lógica de enunciados, la lógica de
clases, de relaciones, de descripciones y, en definitiva, todo el proyecto logicista. La
obra de Russell se encuentra regida por una especie de principio tutelar: antes de llegar
a una decisión en cualquier problema filosófico, hemos de ocuparnos de consultar
minuciosamente los últimos hallazgos de todas las ciencias al respecto.
El logicismo es la teoría con la que Russell intenta definir los conceptos
matemáticos con los conceptos lógicos, así como, la deducción de los teoremas
matemáticos a partir de los principios lógicos. Toda la metodología así desarrollada es
aplicable igualmente al lenguaje filosófico y científico a través del concepto de “función
proposicional” en el que cabe toda proposición del lenguaje ordinario de la vida y de la
ciencia: teoría funcional del lenguaje.
Instalado en plena tarea logicista, cabe mencionar que una de las dificultades
más graves que se encontró fue la del problema de las paradojas, que resolvió con la
aportación de la denominada teoría de los tipos, cuya formulación expondremos a
continuación, junto con la llamada teoría de las descripciones:
 La llamada paradoja de Russell consistió en el descubrimiento que este autor
realizó con respecto a las clases y que posee un cariz tan antiguo como el de la
“paradoja del mentiroso”, expuesta por Eubúlides de Mileto en el siglo IV a. de
C. Este, con respecto a Epiménides el Cretense, quien sostenía que “todos los
cretenses eran unos mentirosos”, se planteaba si mentía o decía la verdad. Al
tratarse de dos enunciados que se implicaban mutuamente, respondiéramos en
un sentido o en otro, nos veríamos envueltos en un argumento circular y en una
conclusión contradictoria (Si afirmamos que miente, dice la verdad – porque
afirma que los cretenses son mentirosos y él, como cretense, miente, luego es

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verdad lo que dice -; si afirmamos que dice la verdad, entonces miente – porque
es verdad que los cretenses son mentirosos y él es cretense, por lo que miente -).
La paradoja de Russell es, en cierto modo, una versión lógica de la anterior.
Llegaría a ella considerando la antinomia de Cantor sobre el mayor número
cardinal, es decir, su prueba de que no existe un número cardinal mayor que
todos. “La aplicación del argumento de Cantor me llevó a considerar las clases
que no son miembros de sí mismas; y éstas, al parecer, deben formar una clase.
Me pregunté si esta clase es miembro de sí misma o no. Si es un miembro de sí
misma, debe poseer la propiedad definitoria de la clase, que es no ser un
miembro de sí misma. Si no es un miembro de sí misma, no debe poseer la
propiedad definitoria de la clase, y por tanto debe ser miembro de sí misma. Así,
cada alternativa conduce a la contraria, y hay una contradicción”.
La dificultad lógica, la paradoja, surge al colocarnos en la totalidad de
todos los objetos lógicos, o de todas las proposiciones, o de todas las clases. En
todos los casos en los que se llega a un todo, este todo puede totalizarse, a su
vez, a sí mismo, incluyéndose en sí como un miembro más suyo. El fallo está en
incluir el todo entre sus miembros como uno más de ellos, o dicho de otro modo,
en incluir como miembro de una totalidad algo que se refiere a dicha totalidad y
que la supone ya determinada para poder tener un significado concreto.
Para obviar los problemas que plantean las clases, habrá que
considerarlas en relación con las funciones proposicionales: una clase es un
conjunto de objetos que satisfacen a tales y cuales funciones proposicionales. La
clase reducida a función proposicional hace gratuito su uso a no ser que
convenga al discurso hablar de ella. La teoría de los tipos lógicos de clases se
presenta como jerarquía de tipos lógicos de funciones proposicionales y,
consecuentemente, de proposiciones. Proposiciones y funciones son de diversos
e infinitos tipos y órdenes. Su generalización sólo es posible dentro de un tipo y
un orden determinado, carece de sentido hablar o atribuir cualquier propiedad a
proposiciones en general; sólo se puede hacer con especto a las de un tipo y
orden determinado y desde el inmediato superior. De tipo uno serían las clases
de individuos; de tipo dos, las clases de propiedades de individuos o de clases de
tipo uno; y así sucesivamente.
La paradoja de “Epiménides el cretense” o similares se solucionan con
esta teoría: Epiménides sólo pudo referirse a tosas las proposiciones de un
determinado orden n, haciéndolo desde otro inmediatamente superior, n+1, con
lo que la paradoja no se da, al no implicarse obviamente él mismo, y en ese
momento, entre los cretenses; en el caso en que se refiriera, no a determinado
tipo de proposiciones, sino a todas las proposiciones en general de los cretenses,
incluida la suya, su afirmación carece simplemente de sentido y la paradoja que
parece plantear resulta ya, a todas luces, demasiado burda. Cualquier
proposición que contenga las expresiones “todas las proposiciones” o “todas las
funciones” carece de sentido.
No tiene pues sentido hacer atribuciones de pertenencia en referencia a
clases del mismo tipo, sino sólo a una de un nivel inmediatamente superior, es
decir, sólo puede hablarse de expresiones de la forma “todas las proposiciones
de orden n” sabiendo además que se hace desde otro nivel lógico-lingüístico.
 La teoría de las descripciones constituyó el primer éxito al que condujeron a
Russell sus esfuerzos por superar las paradojas. En la “teoría de las
descripciones” estudia la estructura lógica implícita en el uso de una palabra
aparentemente inocua: el artículo determinado. Russell llega a la conclusión de

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que las descripciones son “símbolos incompletos definidos por el uso”; pueden
ser usadas en diferentes ocasiones para referirse a cosas diferentes, y su verdad o
falsedad sólo puede ser definida en un contexto determinado.
Mientras un “nombre” denota siempre un objeto determinado del mundo,
del que recibe y el que es su significado, ya que tiene siempre un significado
definido y se refiere a algo existente, sin embargo, una “descripción” no, ya que
en ella sólo intervienen universales que no denotan existencia (“El rey de
Francia es calvo” es falso, porque no hay rey de Francia, mientras que, “Juan es
calvo” sería falso sólo si Juan es calvo). Por eso un nombre no puede aparecer
significativamente en un proposición si no hay algo extralingüístico que
denomine; pero una descripción no necesita esto: recibe su significado de la
propia proposición, en su uso dentro de ella. Por no advertir este diferencia entre
nombres y descripciones habían surgido muchos de los enredos filosóficos.
Sirva el siguiente ejemplo: Cuando Meinong hablaba de la “montaña de
oro” (o de cualquiera de sus objetos imposibles) en “la montaña de oro no
existe”, por ejemplo, le concedía cierto género de existencia, aunque negativo,
por considerarla sujeto de la proposición. Frente a tales enredos del lenguaje se
levanta el principio fundamental de la teoría de Russell: “Las expresiones
denotativas nunca poseen significado alguno consideradas en sí mismas”, y por
tanto no pueden desempeñar en una proposición el mismo papel que los
nombres. Un correcto análisis lógico de las proposiciones muestra el único uso
apropiado posible y el peso sintáctico y semántico asignable a las descripciones:
hay que reducir todas las proposiciones en las que intervienen expresiones
denotativas (descriptivas) a fórmulas en las que no intervienen tales expresiones.
Así, “la montaña de oro no existe” se convierte, analizada, en: “la función
proposicional ` x es de oro y una montaña ´ es falsa para todos los valores de x”,
donde ya no aparece la expresión “la montaña de oro”. Estas expresiones no sólo
no son sujetos, sino que son irrelevantes para el significado de las sentencias en
las que aparecen (puesto que pueden eliminarse por paráfrasis suyas). No
denotan nada por sí mismas, son “símbolos incompletos”.
Tampoco la mayor parte de los nombres propios lo son propiamente, sino
que son meras descripciones implícitas, es decir, meros sustitutivos de
descripciones. Nombres lógicamente propios lo serían solamente los signos
puramente demostrativos: “éste”, “esto”, “ésta”, que son los únicos cuyo uso
significativo en el lenguaje garantiza para Russell la existencia del objeto que
denotan, dado que remiten inmediata e ineludiblemente a los datos de los
sentidos o a los individuos directamente observados.
Como acabamos de ver, Russell inaugura radicalmente en 1905 esa
desconfianza de la gramática a la hora de filosofar, que es el supuesto más
general de toda la filosofía analítica en cualquiera de sus ramas. Antes de saber
si una proposición es verdadera o falsa, y de indagarlo, hay que plantearse
primero si siquiera dice algo, o dice lo que parece decir. Es la crítica de la
filosofía analítica a la metafísica poco cuidadosa del lenguaje.

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