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El último adiós

Por Ar-Nárwen

Todo estaba oscuro a su alrededor, la ventana que se encontraba abierta de


par en par no hacía nada más que dejar entrar una fría ráfaga de viento que
calaba todos sus huesos.

¿Acaso eso importaba?

No, en esos momentos nada era importante. Si tan solo hubiese una forma
de dejar escapar ese dolor interno, tal vez las cosas serían como antes.
Volvería a sonreír como todos los días y se alegraría por pequeñeces como el
ver una estrella durante la noche o contemplar como la Luna, paso a paso,
iba alumbrando cada vez más el cielo nocturno que en estos momentos
observaba.

Se levantó de la cama, caminó lentamente por el pasillo hasta encontrarse


en el jardín delantero. Sintió el frío viento más fuerte, y sin tomarlo en
cuenta decidió seguir caminando, encontrar en las calles una razón que la
obligara a sentirse viva, una razón que ella no encontraba y que quizás no
existía.

Pasaba junto a un bello jardín, y desviando su mirada del suelo, la posó en


unas pequeñas flores amarillas.

Una lágrima se formó en sus ojos al verla, extendiendo una mano, cortó una
de las flores y llevándosela a la nariz sintió su suave aroma.

-Espérame –le gritó mientras corría a toda velocidad por la calle- No corro
tan rápido como tú.
La chica paró en seco unos segundos a recobrar el aliento. Su pelo color
castaño oscuro cayó sobre su cara ocultando el color rojo que esta había
adquirido por el calor.
Posó sus claros ojos en un chico de alta estatura que se encontraba unos
metros más allá con triunfante sonrisa en su rostro, la cual acentuaba aún
más el brillo de sus risueños ojos café oscuro.

Ella se le acercó lentamente, su cara aún conservaba un sutil color rojo en


sus mejillas y la respiración ligeramente entrecortada delataba su mal
estado físico.
-Toma.

Extendió su manso para encontrar en ella una pequeña flor amarilla y


llevándosela a la nariz aspiró su suave aroma.

Movió lentamente la cabeza. No quería seguir recordando aquellos


momentos, la felicidad de ellos se había extinguido y por esa razón buscaba
la forma de arrancarlos de su mente. Arrancar cada sentimiento que se
ataba a ellos y renunciar de una vez por todas a todo ese sufrimiento.

Siguió lentamente su camino doblando por una calle que no acostumbraba a


tomar desde ese día.

Su sonrisa, sus ojos, su desordenado pelo, ese tono medio burlón tan
característico suyo, la sensación de sus manos sobre las suyas.
Todo volvía a su mente, su corazón se aceleraba notoriamente cuando
pensaba en él, algunas veces hasta llegó a sentir las características
maripositas que invadían su estómago cuando él le daba una de esas miradas
llenas de ternura tan mágicas que sentía el deseo de detener el tiempo para
poder admirar por siempre esos ojos cafés.
Lentamente una sonrisa comenzó a formarse en sus labios, era la primera
vez en muchas semanas, pero no duró mucho tiempo más ya que fue
reemplazada por una solitaria lágrima que rodó por su mejilla.

¿Acaso eso fue una sonrisa?

Eso no era posible. Ella ya había perdido la sonrisa y esta no volvería nunca
más.

¿Estaba segura de ello?

Sí que lo estaba. Siempre fue susceptible, de carácter débil puesto que


nunca superó los problemas del pasado.
Simplemente un día decidió no volver a enfrentarlos, le hacían daño, por eso
escapaba, lo hizo antes y lo hacía ahora.

Apuró considerablemente el paso y situándose en medio de la calle extendió


los brazos, cerró los llorosos ojos y alzando la cabeza al cielo esperó el
momento final.
¿Por qué? No lo entendía, en su cabeza no cabía tan amargo pensamiento.
Lloraba silenciosamente sin hacer el menos intento por detener el salino
líquido que escurría de sus ojos. Lo miraba a él. Observaba como se alejaba,
con las manos empuñadas fuertemente a cada lado, la cabeza gacha y el
cuerpo muy rígido.
Veía como el poco viento que corría desordenaba aún más su pelo y movía
tranquilamente esa camisa que ella le había comprado para su cumpleaños.

Pasaron muchos minutos, lo perdió de vista y mientras observaba como


pasaban los autos tranquilamente por la calle, comprendió la realidad.
Respiró fuertemente llenando de aire sus pulmones y con un último grito, lo
llamó por su nombre.
Ese fue el adiós, uno definitivo.

Sus rodillas, temblorosas, cedieron ante el peso de su cuerpo dejándola caer


al suelo. Empuñó fuertemente las manos y con toda su fuerza golpeó una y
otra vez el suelo. Necesitaba descargarse y por ahora la violencia era la
mejor manera.

¿Qué puedo hacer para ahuyentar el recuerdo de mis ojos?

La bocina de un auto la sobresaltó, las fuertes luces la cegaron y solo


reaccionando a cubrirse la cabeza con las manos, escuchó una horrible
chantada, podía imaginarse como las ruedas del auto se resbalaban por la
calle echando humo. También escuchó el grito aterrado de un hombre para
terminar sintiendo un terrible dolor en cada arte de su arrollado cuerpo.

Todo había terminado…

Su celular sonó marcando en la pantalla un nombre conocido, uno que nunca


vería.

¿Quién era?

El hombre pronunció lentamente “Samuel” y dejando el celular junto al


cuerpo de la chica se dispuso a llamar a una ambulancia.
Jueves 20 de Enero.
Modificado Miércoles 26 de Enero.

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