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- ¿Qué aspectos en común plantean Freud, Aulagnier y Miller con respecto a las
entrevistas preliminares y cuál es el aporte singular de cada autor?
¿Qué aspectos en común plantean Freud, Aulagnier y Miller con respecto a las
entrevistas preliminares y cuál es el aporte singular de cada autor?
Los tres autores dedican en su obra un espacio para teorizar acerca de las entrevistas
preliminares, y hablan de la concepción de “deseo” o” demanda” por parte del paciente a la
hora de someterse al tratamiento. Siendo esta como una piedra angular a la hora de
considerar o no al sujeto como “analizable”. La entrevista preliminar es el espacio en el cual
se realizará un diagnóstico diferencial prototipo, donde escuchando la singularidad del
sujeto, el analista se da aun tiempo para ver qué hay detrás de ese cuadro sintomático.
El analista no debe tomarse mucho tiempo, ya que un sujeto puede estar dispuesto a hacer
de nuestra persona el soporte de sus proyecciones con mucha carga afectiva, y si
decidimos no atenderlo, podría vivirlo como un rechazo. Para Freud este “periodo de
prueba” ya se encuentra dentro del marco del psicoanálisis y por ende responde a las
mismas reglas. Brinda como consejo un período de una o dos semanas. Esto se debe a que
interrumpir la terapia en esta primera fase ahorra en el paciente el sentimiento de que
existió un “Intento de curación infortunado”.
Para Miller el paciente llega al analista con una demanda basada en una autoevaluación de
sus síntomas, y pide un aval del analista sobre la misma. A este mecanismo lo llama
avaluación. Si bien se debe tomar la demanda del sujeto, la misma puede contener un
deseo escondido. Aceptarlo o rechazarlo ya es un acto analítico, pero es recomendable
aplazar el inicio del tratamiento. Pero a diferencia de Freud y Aulagnier, no postula que
siempre este periodo va a ser momentáneo, y podría haber casos de “preliminar
permanente”. La regla general para Miller será la de recusar la demanda o avanzar con
máximo cuidado ante el reconocimiento de los fenómenos elementales.
La consulta está motivada por “algo”. Para Miller ese algo hasta ese momento funcionaba
como solución para el sujeto, pero ya no funciona, y distingue que esa consulta no siempre
coincide con la aparición de un síntoma. Es fundamental ubicar por qué se produce ahora
ese pedido de ayuda. Ofrecer esa escucha puede convertirse en una serie de entrevistas
preliminares.
Para Aulagnier un sujeto es analizable si está dispuesto a vérselas con su propio conflicto
psíquico y sus síntomas. Es preciso que las deducciones que se puedan extraer de las
entrevistas preliminares, hagan esperar que se pueda poner luz al conflicto inconsciente, y
logren modificaciones orientadas a reforzar la acción de Eros a expensas de Tánatos.
Aulagnier propone que nos formulemos una pregunta ¿Me puedo formar una idea del
destino que este sujeto reservará, en el curso de la experiencia y posteriormente, a los
descubrimientos, develamientos, construcciones que ha de aportarle el análisis?
Transferencia:
Para Freud la trasferencia no siempre fue algo positivo. Inicialmente la consideraba como
una resistencia por su cercanía con el núcleo patógeno del síntoma en el sujeto. Si el S
tiene que recordar cosas que pasaron en su vida, es resistencia, y se opone al recuerdo.
Pero luego re teoriza este concepto, y la trasferencia pasa a ser el motor indiscutible del
proceso analítico, ya que permite la actualización de la neurosis infantil. En la conferencia
27 Freud habla de las neurosis narcistas y la ineficacia del método analítico para tratarlas,
debido a que no se genera este vínculo con el analista, quien es ignorado por el paciente.
En los casos de demencias paranoides o precoces, tampoco se puede establecer este
vínculo. Freud encuadra dentro de “neurosis de trasferencia” aquellos cuadros que pueden
encontrar la cura a su padecimiento en el tratamiento psicoanalítico, ya que pueden realizar
un vínculo transferencial con el analista.
En el caso de la transferencia erótica, el sujeto puede incluso mostrar indicios de cura. Este
tipo de transferencia puede ser arrastrada por el paciente cuando comienza un nuevo
proceso terapéutico con otro analista, y en ella puede anidarse la resistencia. La
trasferencia erótica no es exclusiva de pacientes femeninos, también los hombres pueden
presentarla.
Freud acentúa que las dificultades más serias para el analista, son aquellas vinculadas con
el manejo de la transferencia. La respuesta que propone frente a la trasferencia erótica va a
tener que ver más con la técnica analítica que con la moral y la ética, planteando la
abstinencia por parte del analista como solución.
Para Freud la transferencia es condición fundamental para que el sujeto sea apto para el
psicoanálisis, ya que solo aquellos pacientes que pueden realizar transferencia pueden ser
analizables, la clínica de la psicosis en el psicoanálisis se comienza a pensar a partir de
Lacan respecto al mecanismo patognomónico: la forclusión del nombre del padre. Se puede
pensar que la transferencia aparece como condición de la neurosis misma, ya que, un
sujeto puede actualizar las mociones inconscientes infantiles en otras personas y
principalmente en la figura del analista si se está inscripto en el complejo de Edipo, es decir,
si esta atravesado por la castración: una falta estructural que permite que el sujeto vaya a
buscar aquello que le falta en los encuentros con los otros, incluido el analista. Es decir que
cuando hay una necesidad de amor no satisfecha, la persona vuelca las mociones en la
nueva persona que aparece, insertando al analista en las series psíquicas que ha formado
hasta ese momento. Freud define la transferencia como una especificidad determinada que
el sujeto adquiere en la infancia para el ejercicio de su vida amorosa y que da por resultado
un clisé que se repite.
Los componentes de la transferencia son en relación con el tinte del sentimiento, ubicando
una transferencia positiva que puede ser de sentimientos amistosos o tiernos susceptibles
de conciencia, como también de sentimientos eróticos inconscientes y la transferencia
negativa que se remite a los sentimientos hostiles. La transferencia tiene dos caras: motor y
obstáculo. La transferencia motor es aquella que posibilita el análisis, que permite que el
paciente pueda seguir la regla fundamental de la asociación libre, parte del método
analítico, que se remite a que el paciente diga todo aquello que se le viene a la cabeza, sin
una selección previa, es decir que promueve el trabajo analítico: que el paciente pueda
recordar. La transferencia motor solamente es la transferencia positiva de sentimientos
amorosos o tiernos susceptibles de conciencia. En cambio, la transferencia como obstáculo
es la transferencia positiva de sentimientos eróticos inconscientes y la transferencia
negativa de sentimientos hostiles. Es obstáculo por que la resistencia se sirve de la
transferencia y la emplea a su favor, lo que obstaculiza es el recuerdo del material
reprimido, el paciente en vez de recordar lo que hace es repetir en acto. Lo que repite son
sus inhibiciones, actitudes inviables, rasgos patológicos de
carácter y los síntomas como un episodio actual que se reedita vía transferencia. Muñoz
ubica que en la obra Freudiana el término “agieren” que se emplea en 1914 hace referencia
a una resistencia al recuerdo, así lo reprimido no retorna por la vía del recuerdo, sino por la
vía de la acción.
Es importante relacionar la dinámica de la transferencia con el concepto que tenia en ese
entonces Freud sobre el aparato psíquico: un núcleo patógeno ubicado en el centro
rodeado por capas concéntricas, como si fuesen capas de cebolla o estratificaciones. A
medida que en el trabajo analítico, a partir de los hilos lógicos de la asociación libre, nos
vamos acercando al núcleo patógeno lo que estalla es la transferencia obstáculo: como
resistencia siendo estratos de resistencia creciente. La posición del analista va a ser la
abstinencia, es decir, que la cura analítica se realice en privación sin añoranza y sin deseo,
y el manejo de la transferencia va a ser fundamental para poder detener la compulsión de
repetición –en esta época la compulsión de repetición es de lo reprimido en términos
secundarios, recién en 1920 con mas allá del principio de placer va a ser compulsión de
repetición de lo no ligado – y que el paciente pueda seguir la regla analítica fundamental de
la asociación libre posibilitando el recuerdo. Se la debe de volver una repetición inocua así
se puede tramitar vía palabra.
Siguiendo los planteos de Freud, la transferencia puede ser caracterizada según su tinte
afectivo como positiva: tanto aquella que encuadre aspectos tiernos y se nutra de mociones
pulsionales que hayan atravesado completo desarrollo psíquico, quedando disponibles a la
conciencia y la realidad. O bien, erótica, empujada por mociones libidinales de curso
interrumpido y anclaje inconsciente. En lo que respecta a la transferencia negativa, refiere a
sentimientos hostiles, también de carácter inconciente.
La transferencia en análisis opera como motor del análisis en tanto se apoya en las
mociones tiernas que permiten establecer un vínculo, confianza y habilita al desarrollo del
relato, así como la asociación libre. Por otro lado, la transferencia se ubica como resistencia
necesaria, en tanto se manifiestan mociones hostiles o eróticas que obstaculizan la
asociación o detienen el discurso. En esta instancia, el paciente en vez de recordar repite
en acto; constituyéndose como un beneficio (para qué instancia?) en tanto indica
proximidad al conflicto inconciente. A mayor proximidad al núcleo patógeno mayor será la
resistencia. Así, se hacen presentes de forma actual, permitiendo captar los elementos del
conflicto infantil; en la actualización vía transferencia se reproduce la neurosis infantil que
está en el núcleo de la actual (neurosis de transferencia).
En este punto el analista deberá obrar en concordancia con la regla de abstinencia, donde
la primera respuesta a la transferencia, debe ser abstenerse de responder a aquello que se
le solicita al analista mediante la transferencia. Así, el analista no satisface la demanda del
analizante por medio de subrogados y además mantiene cierto monto de falta que mantiene
el funcionar psíquico en pos de evitar la paralización de la cura. (No queda claro. La
abstinencia refiere a que se deje subsistir necesidad y añoranza en el paciente como fuerza
pulsionante del trabajo analítico). Por otro lado, satisfacer la demanda del analizante seria
favorecer la repetición en detrimento de la rememoración. Entonces se deberá hacer
manejo de la transferencia intentando reconducir la repetición al recuerdo; no desviarse del
objetivo analítico, apuntando a resolver por vía psíquica lo que quiere desplegarse por vía
motora. Finalmente recordamos que en el momento en que el analista interviene como
(PERSONA del analista) sujeto, se pierde el lugar del analista como función y se cancela la
posibilidad del análisis.
Freud ubica a la transferencia al mismo tiempo como motor y obstáculo para la cura.
Desarrolle esta afirmación articulándola al concepto de resistencia.
Desarrollo:
Ahora bien, Freud habla de dos vertientes de la transferencia, la corriente positiva (tierna-
erótica) y la negativa (hostil) donde se juega la ambivalencia del amor y del odio y que son
proyectadas hacia la figura del analista, transfiriéndole fenómenos vividos en el pasado,
generalmente relacionado con imagos parentales de su infancia.
La transferencia positiva es aquella en la que los afectos proyectados hacia el analista son
amistosos o relacionados con el amor. Este tipo de transferencia es deseable si no es muy
potente, pero si se vuelve demasiado intenso resulta perjudicial, ya que desemboca en
enamoramiento romántico, obsesivo y una erotización extrema de la relación terapéutica
que de ninguna manera hay que satisfacerla ya que sería muy perjudicial para el paciente: a
eso Freud llama regla de abstinencia.
La corriente tierna es la que se considera motor del tratamiento analítico porque es la que
permite que el paciente continúe en análisis, es la que inspira cierta confianza en el
paciente con la persona del analista. Esta ha devenido tierna porque de alguna manera se
le cambio su meta sexual hacia fines de otro tipo, es una transferencia sublimada. Las
mociones eróticas y la transferencia negativa basada en sentimientos de odio y aversión
hacia el analista, pertenecen al inconsciente, y son obstáculos al tratamiento, sin embargo,
constituyen dos polos que se crean en análisis reproduciendo punto por punto la neurosis
del paciente.
En resumen la transferencia como obstáculo surge al mismo tiempo en que están por ser
develados ciertos contenidos reprimidos importantes. De esta manera, la transferencia
aparece como una forma de resistencia y marca a su vez la proximidad del conflicto
inconsciente. Es por eso que Freud mismo señala la contradicción que surge del concepto
de transferencia en la medida en que, por un lado se observa una resistencia de
transferencia y, por otro, constituye tanto para el sujeto como para el analista un modo
privilegiado de acceso a lo inconsciente, es decir, constituye el motor de la cura.
Contratransferencia:
Freud en las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica plantea por primera vez el
concepto de contratransferencia, definiéndola como una innovación técnica que atañe a la
persona del analista: aquellas influencias del paciente sobre los sentimientos inconscientes
del analista. Sostiene que la contratransferencia es un obstáculo que debe ser removido a
partir del propio análisis para poder dar cuenta de los puntos ciegos del analista. Así, es
necesario reducir todas las manifestaciones contratransferenciales para que la situación
analítica no quede saturada como una pura pantalla proyectiva de la transferencia del
paciente. En concordancia con la posición de Freud de la contratransferencia como
obstáculo, Lacan realiza una critica a quienes emplean a la contratransferencia como una
guía para las intervenciones y las interpretaciones en análisis, ya que lo que producen son
interpretaciones choque. El análisis no debe de ser de
yo a yo en el eje imaginario, sino que se debe de intervenir desde el eje simbólico, dando
lugar a la palabra de revelación que remite a la verdad y el deseo de sujeto.
Una posición distinta es la del psicoanalista Argentino Rafael Paz quien sostiene que la
contratransferencia se debe de usar como un instrumento y no posicionarla como un
obstáculo, ya que el inconsciente del analista detecta algo del inconsciente del paciente.
Adhiere al pensamiento del psicoanálisis de la escuela inglesa, propuesto por Paula
Heiman, quien sostiene que la contratransferencia es una reacción emocional del terapeuta
a su paciente siendo una de las herramientas mas importantes para la exploración del
inconsciente. Este posicionamiento hace referencia a una de las metáforas que emplea
Freud respecto a que el inconsciente del analista debe de acomodarse al de su paciente
como el auricular del teléfono se acomoda al micrófono. Rafael paz define a la
contratransferencia como la activación de vínculos y fantasías primarias reconocibles por
sus efectos suscitada en el analista a partir de lo manifestado por el analizante, tal es un
emergente intrínseco y constante de la estructura. No es ni circunstancial ni excepcional,
sino que es parte y producto de la situación analítica que se configura. Lo que puede ocurrir
si se la evita es que se deja de lado una masa de material potencial reprimido que es
pertinente e importante para el análisis, que solamente surge de esta forma. El inicio
siempre es en dificultad, pero el transcurso de la contratransferencia va a depender del
manejo y la forma en que se tramite en el análisis. Debe de emplearse como un instrumento
de forma controlada ya que si no podría perturbar la trama sublimatoria simetrizante cuando
tanto los lugares del analista y del analizado son diferentes y no son simétricos.
Korman ubica el concepto de “transferencias cruzadas” sosteniendo que en el campo
analítico se encuentra el discurso del paciente y del analista operando sobre la transferencia
con su propia condición de sujeto. Toda intervención e interpretación que realiza el analista
no va a estar totalmente separado de su posición somo sujeto, se van a poner en juego sus
deseos, sus síntomas y sus fantasmas. Sostiene el paradigma de borramiento, relacionado
a las reglas del método analítico (abstinencia y atención parejamente flotante) son un ideal y
se puede alcanzar de manera asintótica. Esto tiene que ver, justamente, que es indisociable
la función del analista y su condición como sujeto. El analista no debe de ocupar el “lugar de
muerto” ni ser solo un espejo ya que el concepto de transferencias cruzadas se remite a que
ambos están en el campo transferencial, sin confundir los lugares que ocupan tanto el
analista como el paciente el cual no es simétrico. Korman sostiene que lo fundamental es
que el analista este advertido sobre esto, principalmente reconocerlo, así poder limitar y
controlar sus influencias. Mientras mas se la niega, mas en juego se puede poner.
La contratransferencia puede ser motor u obstáculo para la cura. Relacione esta afirmación
con la importancia del análisis del analista, como Freud lo plantea en “Análisis terminable e
interminable”.
Ante las vicisitudes y dificultades en el manejo de la transferencia, Freud introduce el
concepto de contratransferencia para referirse a la transferencia no trabajada del lado del
analista hacia su paciente. Define entonces a la contratransferencia como el conjunto de
reacciones personales indebidas ante las dificultades que un analista puede tener frente a la
transferencia manifiesta del paciente, transferencia de parte del analista que generalmente
es debida a conflictos inconscientes no analizados previamente.
Al entender la contratransferencia como la transferencia misma del analista que, sin haber
sido del todo tramitada se manifiesta en sentimientos, pulsiones, deseos, temores,
fantasías, actitudes, ideas o defensas por parte del analista hacia la transferencia del
paciente, estas pueden obstaculizar la dirección de la cura, razón por la que se establece un
requisito en la formación del analista: someterse a un análisis personal previo al inicio de la
práctica del psicoanálisis, con el fin de evitar que sea un obstáculo en el proceso analítico
de sus pacientes, y con ello deja clara la exigencia de que cada analista se aboque
previamente al conocimiento de su propio inconsciente.
Para Freud la contratransferencia aparecía cuando los sentimientos del analista emergían
como respuesta a la transferencia del paciente y condicionaban su intervención, en este
sentido constituían un obstáculo para el tratamiento. El hecho de que el analista tuviera
sentimientos hacia sus pacientes no era el problema, sino no manejarlos adecuadamente
en la abstinencia. Consideró la contratransferencia como una especie de resistencia frente a
los afectos que le eran transferidos y que despertaban en el analista una serie de conflictos
inconscientes no analizados, como un obstáculo que podía alterar tanto la escucha como la
comunicación hacia el paciente: podía no escuchar lo que se dice, o escuchar e ignorar,
tergiversar lo escuchado, angustiarse ante lo escuchado; o bien, podía dejar de comunicar
algo necesario, intervenir de manera confusa o revelar en sus comunicaciones
manifestaciones de su propio inconsciente que nada tiene que ver con el proceso analítico
del paciente.
Rafael Paz, afirma que definir a la contratransferencia como la respuesta del analista a la
transferencia del analizado, implicaría dejarla en un segundo plano. Pensada de ese modo
podría ser sólo circunstancial o presentarse ocasionalmente en el tratamiento,
obstaculizando la atención flotante del analista es decir corriéndolo de su lugar.
Oponiéndose a Freud, sostiene que son “emergentes intrínsecos y constantes de la
estructura básica del campo transferencial” (1995). Es decir que lejos de encapsularlas
como restos inacabados o puntos ciegos irresueltos del análisis del analista, Paz propone
pensarlas como componentes primarios e inherentes, y no secundarios y circunstanciales
dentro del tratamiento. Propone utilizarla de manera “controlada”.
Freud en “Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica” (1910) plantea por primera
vez el concepto de contratransferencia, como cierta innovación técnica que atañe a la
persona del analista. La define como aquellas influencias del paciente sobre los
sentimientos inconscientes del analista. Lo que ubica Freud es que las manifestaciones
contratransferencias se deben de reducir lo más posible a partir del autoanálisis por que es
considerado un obstáculo al análisis y la labor interpretativa: “Quien no consiga nada con
ese autoanálisis puede considerar que carece de aptitud para analizar enfermos” (Freud,
1910, pp.136) Entonces se debe exigir el vencimiento de la contratransferencia, en donde
se ponen en juego aquellos puntos ciegos del analista, para que la situación analítica quede
estructurada como una pantalla proyectiva de la transferencia del paciente. Otra posición
es la del psicoanalista Argentino Rafael Paz quien en su artículo “Preliminares sobre la
contratransferencia” (1995) define a la contratransferencia como la activación de vínculos y
fantasías primarias reconocible por sus efectos suscitada en el analista a partir de lo
manifestado por el analizante. Su pensamiento se encuentra en concordancia con lo
propuesto por la escuela inglesa, específicamente por Paula Heimann (1950) quien la ubica
como una reacción emocional del terapeuta a su paciente, siendo una herramienta
importante para la exploración de su inconsciente. Rafael Paz ubica que las
manifestaciones contratransferenciales son emergentes intrínsecos y constantes de la
estructura básica del campo transferencial y que, si tal se evita, lo que ocurre es que se deja
de lado una masa enorme de material potencial reprimido pertinente para el análisis que
solo aparece de esta forma. El inicio siempre es en dificultad, pero el curso de la
contratransferencia va a depender del modo en que se tramite. Es importante emplearla
como instrumento de forma controlada, ya que podría perturbar la trama sublimatoria y de
contención pasional con una perturbación de la personalización simetrizante, es decir
ubicarse desde un yo a yo, cuando en realidad son dos lugares diferentes el del analista y el
analizado, y va a ser de inconsciente a inconsciente. Una tercera forma de trabajar con la
contratransferencia tiene que ver en emplearla como una guía para las interpretaciones, es
decir que a partir de las propias manifestaciones contratransferenciales el analista va a
interpretar. Lacan va a criticar esta tercera forma de trabajar con la contratransferencia, ya
que sería ubicarse en el plano de lo imaginario (de yo a yo) cuando en realidad el lugar del
analista debe ser en el eje de lo simbólico, es decir en el lugar del Otro (A). Lo que se busca
en el análisis es la revelación de la palabra plena, es decir aquella que porta la verdad del
sujeto. Por último, Korman (1996) lo que propone es que en el campo analítico esta el
discurso del paciente y el analista se encuentra operando sobre la transferencia con su
propia condición de sujeto. Habla de transferencias cruzadas, ya que toda interpretación
que realice el analista no puede ser despojada de los propios deseos, síntomas y
fantasmas. “La transferencia involucra a ambos no va solo del paciente al analista, sino
también del analista al analizante” (Korman,1996, pp. 75). El paradigma de borrarse como
sujeto es un ideal el cual se alcanza de forma asintótica. Hay una implicancia de la
subjetividad del analista, siendo imposible disociar la persona y la función del analista, lo
importante es saber que juega un papel importante para poder controlarlo ya que cuando
más se la niega más en juego se pone.
Una segunda postura, relativa a los planteos de Rafael Paz, consiste en utilizar de forma
controlada las manifestaciones de contratransferencia en el trabajo analítico; considerando
a estas manifestaciones como constantes intrínsecas del campo transferencia. El autor
sostiene que estas activaciones de vínculos y fantasías primarias, son una masa potencial
de material a explorar; siempre cuidando no dañar la trama sublimatoria de contención
establecida en la escena analítica. Así, la contratransferencia, en primera instancia se ubica
como una dificultad, pero su porvenir depende del manejo del analista, sin olvidar que el uso
tiene que ser controlado y tomar carácter de indicio.
Intervenciones en psicosis:
La psicosis es una de las tres estructuras psíquicas propuestas por J. Lacan. Tiene
la particularidad de que la Metáfora Paterna no opera, ergo, el significante de la falta
no es inscripto en el inconsciente del sujeto, quedando así a disposición “de un Otro
que lo goza en posición de objeto” (E. Fernandez, 2005, p. 113). En otras palabras,
hay forclusión, rechazo, del significante Nombre del Padre en el registro simbólico,
por lo cual permanece en lo real, lugar desde el que retorna y reaparece: el sujeto se
siente invadido, que se le viene encima como una verdad y que no tiene
herramientas para afrontar. A su vez, los procesos fundamentales de la constitución
subjetiva, alienación y separación, están alterados. La separación, que daría lugar a
la división del sujeto y el objeto a, por lo general no tiene lugar; de esta forma, no
hay orden ni organizador del discurso o del cuerpo, generando que el sujeto, en
algunos casos y en un primer intento de restitución y estabilización, delire. A su vez,
no hay metáfora ni metonimia, en cambio, hay holofrase, literalidad y certeza.
La ley no ejercida desde el Otro, puede ser incluida ortopedicamente por el
encuentro con un semejante que otorgue un valor de cambio a través de su acción.
Es decir, que nuestro trabajo como analistas es lograr una estabilización posible en
el sujeto psicótico, a partir de un determinado lugar en el que somos llamados a
ocupar por el paciente: testigo, secretario o escuchante. Dicho de otra forma, el lugar
que puede ocupar el analista no depende de su mero querer o sus exclusivas
maniobras, sino de aquellos puestos ofrecidos como posibles por la estructura del
paciente.
P. Aulagnier por su parte, afirma, tal como Soler, aunque con otro término,
que debemos posicionarnos en el lugar del escuchante invistiente. De esta forma,
dado que los discursos delirantes no hayan ni tienen destinatario, al incluir una
nueva escucha y posicionarse el analista como el oído del que habla, hay una
transformación en el discurso, que permite que ahora al poder oírse, el propio
paciente puede oír. Así, esta escucha nueva garantiza que el Otro pueda oír e
investir: el investimiento de la escucha del analista es condición de una función en el
propio sujeto de ser escuchante de su propio discurso, y de esta forma se crea un
nuevo espacio y tiempo de no repetición.
Aulagnier (1992) habla del lugar en el que se coloca el analista y el lugar en el que el
analista es ubicado por el paciente “como”. El paciente puede ubicar al analista en el lugar
de lo ya conocido; el lugar del objeto omnipotente y el lugar del perseguidor. Esta última
ubicación es conflictiva para el desarrollo del tratamiento ya que no permite utilizar esas
experiencias para que el sujeto pueda percibir la diferencia entre el perseguidor proyectado
y el personaje que lo escucha.
El analista no puede ni debe oponerse a ese mecanismo proyectivo, sino que debe intentar
probarle al sujeto que, en ciertos momentos, podemos también estar «en otro lugar». Y él
investimento del encuentro y de la relación por parte del psicótico tiene como condición
primera su encuentro con una función de él mismo, recuperada, que es su función de
escuchante de su propio discurso.
Fernández resalta la vital importancia de la singularidad del caso. Cada sujeto tiene una
historia y un cuadro con características específicas.
Hablar de las intervenciones posibles dentro del tratamiento de las psicosis implica varias
puntuaciones previas. Es necesario discriminar qué psicosis (parafrenia, paranoia, etc.) y
qué psicótico estamos tratando. El intento de situar con la mayor precisión un diagnóstico
nos lleva a ubicar la falla del desnudamiento de la estructura, y es allí donde debemos
pensar una intervención posible.
Fernández sitúa las intervenciones en las psicosis en grupos que apuntan a producir el
efecto de subjetivación. Por un lado, ubica las que apuntan al tejido de lo imaginario y
prestan representación. Por el otro aquellas que se dirigen a situar un adentro-afuera como
construcción de una intimidad y como diferencia. Y por último las que operan como
separación del Otro y que tienen como función privilegiada la de servir como negación.
“E”: “los médicos saben todo y Ud. También” (…) -Analista: “Yo solo sé de Ud. las
cosas que me cuenta, hay otras que no me cuenta y yo no puedo saberlas”.
En este caso podemos ver como el sujeto coloca al analista en la figura de la autoridad, de
la cual este debe correrse. La intervención analítica le otorga al paciente la posibilidad de
refutar al otro, corriéndose del lugar de potencial perseguidor o figura omnipresente que
todo lo ve, siendo lo otro el saber médico o la figura de los médicos. Utilizando lo que Soler
denomina “silencio del testigo”, el analista le plantea a E que solo puede saber lo que E le
comenta, y nada más, corriéndose de ese lugar de observador omnipresente y buscando
ubicarse en un área de escucha. A su vez coloca a E en la función de escuchante de su
propio discurso.
“E” se muestra sorprendido y con gesto de alivio y dice: “tiene razón, por un lado,
dependo y por el otro no” (…) “E” tomaba nuevamente la medicación y ni la doctora
ni las pastillas aparecían como preocupación en sus dichos. (…)
Entre el psicótico y el Otro no hay ni denegación simbólica ni, por lo tanto, gramática. Sino
una lógica sin ninguna posibilidad de oponerse al Otro. Frente al planteo de que él decide si
toma o no la medicación, el analista le otorga a E la posibilidad de negación. Esta
intervención podría estar ubicada en la orientación del goce, ya que “hace valer” al paciente.
Más adelante vemos en el paciente un comenzó a construir su delirio, a depurarlo y
reducirlo. Este proceso culminará con la ubicación de su mujer como perseguidora,
reduciendo el delirio paranoide. Esto pondría limites en el sujeto y posibilitaría la
organización del yo fracturado.
“Si Ud. estuvo toda su vida al lado de alguien que es culpable de todos los males
que le pasan, ¿qué haría? ¿Seguiría soportando ese calvario?”.
¿Qué posición podrá ocupar el analista en la cura de las psicosis? Desarrolle al menos tres
posibles posiciones, tomándolas de diferentes autores trabajados.
En este caso se tomaran tres autores propuestos como material de lectura: Jacques
Lacan, Piera Aulagnier y Colette Soler.
Tomando a Lacan en el Seminario 3 -etapa del predominio de lo simbólico- la psicosis seria
la falta de la inscripción de un significante primordial en lo simbólico, lo que supone una falla
estructural en la incorporación del sujeto a este registro. Este significante fundamental es el
significante del Nombre del Padre. Es a partir de definir y comprender la psicosis como una
estructura clínica y ubicar las consecuencias subjetivas de la forclusión del nombre del
padre, que le es posible a Lacan establecer y delimitar la función del analista en el
tratamiento de un sujeto psicótico que, en este primer tiempo de su enseñanza, consiste en
ser el “Secretario del Alienado”. La premisa necesaria para que el analista esté en
condiciones de ocupar este lugar es poner en juego una herramienta fundamental: su
escucha, para alojar, justamente, el testimonio del sujeto. Es una posición ética, de asumir
el sujeto en su singularidad y aprender de las invenciones que ha encontrado por sí mismo
para tratar esa falla estructural, ese vacío en el que falta el significante del Nombre del
Padre. Para el analista se trata de como ocupar ese lugar vacío. En la psicosis, el saber
está del lado del sujeto y el analista debe saber ocupar dicho lugar, que es muy distinto de
no hacer nada: la posición de secretario del alienado. Es lo contrario de lo que hace el
neurótico en la transferencia, donde le atribuye el saber al analista.
Ser el secretario del sujeto psicótico implica que el analista tome la posición de ser el testigo
de la inquietante relación del sujeto con el Otro. Ser el testigo también del trabajo que hace
el sujeto en la Metáfora delirante, de reinstaurar un S2 que le permita otorgarle una
significación a la experiencia enigmática vivida en el desencadenamiento; le posibilita volver
a instaurar un orden en el mundo y en su relación con el Otro de modo que el Otro quede a
una distancia prudente y que el mundo sea un lugar vivible para el sujeto. Entonces,
secretario del alienado es la posición del analista que refiere Lacan de cómo escuchar al
sujeto psicótico. Él refiere que “por perturbadas que pueden ser sus relaciones con el
mundo exterior, quizás su testimonio guarda de todos modos su valor”. Ser su secretario es
hacer un vacío para que el psicótico deje allí el testimonio de su locura.
Por otro lado, Piera Aulagnier propone que la relación terapéutica en la psicosis se trata de
construir “ciertos blancos por primera vez que habían existido en su historia”, hacer sensible
al sujeto a lo que dentro de la relación terapéutica no se repite, lo no experimentado
todavía. El analista se encontrará con alguien que se ha visto obligado a sostener una figura
–materna o paterna– de la cual no ha recibido un pilar significante, a cambio de lo cual ha
debido mantener una idealización de la misma: siendo imposible ir contra ese Otro –sostén
de su precaria subjetividad–. Esa figura deviene así en la de un Otro absoluto, que no ha
sido destituido de su poder sobre el sujeto, de su poder de significación, de significar lo que
la realidad es. Es un Otro inexorable, sin deseo. La transferencia se verá afectada por este
modo del Otro: el analista podrá ser objeto inexorable, persecutorio, derivado del abuso de
poder del cual fue objeto el sujeto, al no ser reconocido como tal.
En cuanto a la posición que el analista debiera ocupar para sostenerse en su función,
Aulagnier señala que para que la psicosis solo sea potencialidad, es decir que no se
desencadene la crisis, el sujeto debe poder contar con un “Otro (…) que muestre cierta
complicidad y proximidad con los pensamientos y teorías delirantes”. Lugar al cual será
proyectado el analista, quien “deberá asumir la función de la voz única que le garantice al
sujeto la verdad de su enunciado acerca de su origen”. La posibilidad de tratamiento
dependerá de que el analista pueda sostenerse en esta posición de escuchante. La
escucha, que permite hallar un sentido en el sinsentido, o encontrar otro/s al de la certeza
delirante, ligados ambos a la historia del sujeto, es lo que puede permitir abrir una zona de
no repetición y de probarle al sujeto que en ciertos momentos el analista está en “otro lugar”
no experimentado todavía; y favorecer, por lo tanto, que el sujeto pase de la reminiscencia a
la historización –construcción analítica mediante–.
Por último, Aulagnier sostiene que el encuentro analítico incluye una dimensión afectiva del
lado del analista. Confundir la abstinencia con una neutralidad desafectivizada sería
proponer un encuentro analítico al estilo de un como sí. La noción de escucha invistiente
que propone enfatiza la importancia de la investidura de la palabra del paciente como
zócalo imprescindible para cualquier despliegue ulterior y valora la incidencia del valor del
placer durante el proceso terapéutico. Este es un modo, también, de intentar poner en
evidencia que se trata de otro tipo de relación de las ya conocidas por el sujeto. Si la
experiencia del placer es condición inaugural necesaria para la complejización psíquica,
también el encuentro analítico debe contar con una prima de placer como soporte del
trabajo psíquico que se realiza. La cura, entendida por esta autora como simbolización
historizante, requiere entonces de un analista que, operando en abstinencia, se encuentre
comprometido con el proceso singular subjetivante de cada encuentro terapéutico.
Encuentro en el cual la investidura de la palabra del paciente, del pensamiento y la
simbolización de la historia singular es crucial para el proceso analítico.
Por último, Soler utiliza el caso de la estabilización de una psicosis bajo transferencia para
explicar cuál es el lugar que puede ocupar un analista en tales casos. En palabras de la
autora, “el analista es llamado a suplir con sus predicaciones el vacío súbitamente percibido
por la forclusión”. Es decir el analista es llamado a constituirse como suplente y hasta como
competidor de las voces que hablan de ella y que la dirigen. Algo así como quedar situado
en el lugar del perseguidor, de aquel que sabe y que al mismo tiempo goza. El peligro
entonces está en que el analista no quede instalado en este lugar. La autora refiere tres
lugares posibles en que puede ser colocado el analista por el sujeto psicótico: que sea
tomado como el Otro de la voluntad de goce; ser tomado bajo el significante del Ideal; o el
de semejante o testigo. El analista no se debe posicionar en el lugar de Sujeto Supuesto al
Saber, sino que por el contrario debe orientar el goce del paciente para intentar causar un
trabajo de elaboración. En tanto se oscila entre un silencio testigo (silencio de abstención), y
un apuntalamiento del límite del goce.
En la psicosis, la forclusión del significante del nombre del padre sume al paciente en un
uso metonímico del lenguaje. El analista, al permitir este despliegue, sostiene al paciente.
Es decir, este ofrecimiento del analista supone que hay un sujeto que tiene algo más para
decir, que hay un resto que se resiste y no se deja atrapar. Sin embargo, no debemos
intentar interpretarlo: “La interpretación no tiene cabida alguna cuando se está ante un goce
no reprimido. Sólo se interpreta el goce reprimido. Aquel que no lo está sólo puede
elaborarse”. Es así como el analista debe ubicarse en el límite entre despliegue y desborde,
con intervenciones que permitan cierta regulación del goce: que no sea excesivo, pero
tampoco eliminarlo.
Bibliografía
Soler en “Que lugar para el analista?” (1991) dice: ser testigo “es poco y es mucho”. Es
mucho escuchar como secretario, no sabiendo, no gozando y especialmente alojando la
singularidad del sujeto. Es poco si no alcanza civilizar al exceso de goce en lo real, resultante
por la forclusión del Nombre del padre. Por lo tanto, orientar el goce, ya que el sujeto
psicótico toma a su cargo “solitariamente” la elaboración de lo retornos en lo real para
intentar hacerlo soportable. A esto Soler lo llama el trabajo de la psicosis, a diferencia de la
transferencia en la neurosis, por el autotratamiento al goce no reprimido en la psicosis, las
soluciones que inventa sin otro, en contracara a la transferencia que si puede establecer un
neurótico en su análisis con un “Otro hecho objeto”, es una estructura donde se puede ubicar
el significante Nombre del Padre articulado en la cadena, lo que funciona como limitación al
goce.
Las intervenciones del analista no tienen que ver la asociación libre ni con dar
interpretaciones, ya que quien da la interpretación delirante en la psicosis es el propio
paciente. Tampoco hay un saber sobre los efectos de las intervenciones sino que estas se ven
a posteriori. No hay un saber hacer sobre eso que se escucha, sino que el analista deberá tener
la formación necesaria, el análisis propio y la creatividad con cada paciente para alentar
aquello que se escucha o construir con él mismo para que pueda armar subjetividad.
En primera instancia, podemos considerar la posición del analista como una intervención
en si misma; es menester no ocupar el lugar del Otro absoluto, aquel Otro dueño del saber.
Ubicar este lugar seria perpetuar la condición del paciente como objeto del goce del Otro;
hay que abstenerse de ocupar ese lugar de saber que se nos ofrece. Tal como se
ejemplifica en el caso Eduardo: “…me pide que yo le diga al padre que lo de la persecución
es cierto…”. Colette Soler, propone ocupar el lugar de otro Otro, un testigo porta un no
saber, en calidad de vacío, en el que el paciente podrá depositar el testimonio de su
padecimiento. Desde este lugar se habilita la escucha, como movimiento fundacional en el
tratamiento, una escucha que inviste el discurso del individuo poniéndolo en como sujeto; y
habilita un terreno en el que auxiliado por la escucha pueda discernir lo que él piensa de lo
que es forzado a pensar; tal como la describe Piera Aulagnier. En la misma línea Belucci
hace referencia a situarse en una ignorancia radical, dando lugar al saber que trae el
paciente, que aporta sobre lo particular de su padecer y poder delinear lo particular del
trabajo en que nos embarcamos. En este punto cabe destacar que toda intervención es
singular para cada individuo y es una apuesta, en tanto no se puede saber a priori el devenir
de una intervención; subsiste cierta incertidumbre a pesar de contar con lineamientos
generales que prescriben a donde apuntar y qué no hacer. Detallamos dentro del “qué no
hacer” en el tratamiento de la psicosis a la interpretación, en primera instancia porque no
sirve, dado que no opero la represión, puede llevar al analista a ubicar la posición de un
Otro del saber y finalmente porque en esta estructura dicha tarea queda del lado del
paciente.
También, la figura del secretario del alienado, propone la participación del analista
en una operación de escritura e historización del calibre de una construcción; trabajando
con aquel material propio que trae el paciente, la trama argumentativa del delirio, será el
material para armar subjetividad. Tal como vemos en el caso: “Accedo y empiezo a escribir
el relato que Eduardo (con sus palabras) va haciendo de lo ocurrido”. Aquí, el analista
presta algo de lo simbólico, acompaña en una tarea de ordenamiento del relato que a su
vez organiza el campo transferencial. En esta construcción se van circunscribiendo las
circunstancias, aportando coordenadas a las que el sujeto se pueda remitir; aquí el relato
tiene carácter de elemento tercero. Se instaura cierta legalidad que limita el goce del Otro y
proporciona una/otra versión posible en la que se pueda reconocer. En este movimiento se
intenta trabajar dentro del delirio para acotarlo y evitar que se le vuelva persecutorio; la idea
es aportar algo que de algún modo supla la carencia estructural de ley y ordenamiento y
posibilite cierta historización. Hay tantas intervenciones como singularidades, le toca al
analista poner el cuerpo, formación e inventiva para poder construir subjetividad con el
paciente y lo que trae como propio.
¿Cómo se define el método analítico? Explique sus invariantes y aquellas variables que lo
atraviesan.
Bibliografía
-Galende, E. (1990). Psicoanálisis y Salud mental. Para una crítica de la razón psiquiátrica.
[Capítulo 6: Los tratamientos analíticos en las instituciones. pp. 263-272]. Buenos Aires:
Paidós
-Freud, S. (1913). Sobre la iniciación del tratamiento. [Volumen XII. pp. 121-144]. Buenos
Aires: Amorrortu editores.
Dentro del marco del análisis hay que tomar en cuenta tres invariables desde el lado del
analista.
La atención flotante donde el analista no debe fijarse en nada en particular y prestar a todo
lo que uno escucha la misma “atención parejamente flotante”. Debe abandonar por
completo sus memorias inconscientes, los nombres, fechas, detalles, recuerdos,
ocurrencias y producciones patológicas de cada paciente. Si uno inclina su atención,
empieza a escoger entre el material ofrecido y es guiado por expectativas e inclinaciones
propias. El psicólogo deberá usar el propio inconsciente como órgano receptor del
inconsciente del paciente.
Al mismo tiempo hay variables, la clínica cambia permanentemente, tanto dentro del
consultorio y con las preferencias del analista que se van modificando a través del tiempo.
Como el uso del diván, los pacientes y sus problemas, la posición de espaldas del analista,
el valor que se cobra, la presencialidad, tiempo de la sesión y la existencia de obras
sociales o prepagas.
método
) Hay una diferencia respecto al lugar que ocupa el analista según las características de las
estructuras clínicas. Por un lado, Freud sostenía una imposibilidad de abordar la psicosis
por el psicoanálisis, a diferencia de la neurosis ya que podía establecerse transferencia. Tal
como ubica Belucci (2015) respecto a el abordaje de la psicosis desde el psicoanálisis: “Fue
Lacan quien lo instituyo como posible”. Lacan sostiene que el mecanismo de la psicosis es
la forclusión de un significante principal: el Nombre del Padre (NP). La función de este
significante es ser capitón del orden, significante de la ley, carretera principal que polariza a
las significaciones, en consecuencia, no hay una inscripción de la experiencia normativa de
la castración quedando ubicado el sujeto como objeto de goce de la madre. La estructura se
puede dar cuenta en la clínica a partir de los fenómenos elementales, como lo son el delirio,
las alucinaciones y los fenómenos que aparecen respecto al lenguaje: si la neurosis habita
el lenguaje, la psicosis es habitada por el lenguaje. Se establece una relación directa,
masiva e inmediata de tipo narcisista en donde el sujeto con estructura psicótica se dirige
hacia el analista a fin de hacerse reconocer como portador de una verdad. Un lugar que es
posible para el analista es el de testigo. Tal como ubica Soler (1991) esto significa ser un
sujeto al que no se le supone un saber y esto permite que pueda colocar allí su testimonio.
El analista se debe de mostrar como barrado, esto supone una inversión del saber y pone
en juego la falta del lado del analista quedando ubicado en el eje imaginario, como un
semejante o escuchante. Es importante “Donar la propia ignorancia, volverla operativa”
(Belucci,G. 2015, pp. 2). Para poder dar cuenta de esta posición, se puede articular con el
“Caso L”, un señor de 42 años con estructura psicótica que tiene ideaciones delirantes con
contenido persecutorio. La analista ante el delirio no interpreta ya que la interpretación es
una intervención adecuada en la neurosis, sino que escucha y aloja su relato como
testimonio, dando muestra de interés y esto ordena el campo transferencial, lo cual se
puede dar cuenta con la contestación de L: “No tengo nada, no tengo a nadie, solo esta
relación en la que usted me escucha”. Se debe salir del lugar del Otro como omnipotente,
perseguidor y el que goza, para pasar a ser un compañero de ruta, como testigo imparcial
del relato y del discurso delirante del sujeto. Otro de los lugares que debe de ocupar el
analista es el del apuntalamiento del limite del goce del Otro. Las intervenciones desde este
lugar tienen la función de intentar remendar la prohibición faltante, una suplencia de la ley
paterna. La acotación del goce se puede ubicar en el caso L en relación con como la
analista interviene respecto a que H, su esposa, iba a ir al hospital a destruir el último
bastión. Al ubicar al hospital lo que establece es un límite: “acá estamos en un hospital, no
se puede hacer cualquier cosa” como también lo que hace es posicionarse desde la
complicidad, proponiendo otra alternativa y conmoviendo la certeza de la ideación delirante,
una de las características de la estructura psicótica. Otra de las intervenciones que le
permite al sujeto rescatar otra versión posible, como una salida alternativa a su delirio es
cuando la analista hace preguntas como: “¿No hay otra manera de ser hombre?” ante la
certeza de que la única forma de ser hombre es siendo militar. Estas intervenciones
permiten una construcción por fuera del goce, rescatando la subjetividad, ubicando aquello
que represente al sujeto y que le dé un nombre propio más allá del Otro gozador, del delirio
(Atzori, 2017).