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la práctica eclesial concreta y darle pautas para su identificación; una finalidad última: servir a
la misión eclesial.
Si partimos desde lo que es el término pastoral, y buscando en los anales de la biblia se
encuentra que: el pastoreo es una idea y realidad profundamente arraigadas en la cultura de
Israel, debido a su origen nómada, que hace alusión permanente a la época peregrinante y los
avatares de una historia marcada por la movilidad de sus gentes, lo que convierte la figura del
pastor en su doble vertiente: jefe y compañero. De allí su enorme importancia como referencia
de su comprensión de Dios, e incluso de su comprensión como pueblo Dios. Por ello, los que
actúan en su nombre reciben el nombre de pastores, mientras que el pueblo, es el rebaño que
sigue sus pasos.
Por otra parte el tema central de la misión de Jesús es el Reino de Dios. No da una
proclamación intelectual de lo que es el Reino, pero es tema central en su vida porque a él se
refieren sus palabras, sus obras son la señal de que ha venido y su misma existencia es la
manifestación de este Reino que se caracteriza por: — Del protagonismo de Dios en su
decisión, en su gratuidad y en su amor, — De la definitividad en su manifestación y en la
postura que se tome ante él, — De la salvación del hombre como bienaventuranza que
comienza ahora y que tendrá su plenitud escatológica.
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parte de este misterio, fuera del cual no tiene razón de ser. Por lo tanto, es misterio derivado
del único misterio que es Cristo.
Sin embargo estos manuales se estaban quedando atrasados con la nueva sociedad y
los cambios ocurridos, así que se crean los institutos de pastoral como una forma de ayuda a
quienes se dedican a las actividades pastorales, surgiendo además una serie de diferencias,
que están fundadas en el desarrollo de la eclesiología, incluyendo la del desarrollo del cuerpo
místico, que es tal vez reductora en su concepción de lo que tiene que ver con el proceso
pastoral, visto este último como acción u obrar.
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acción pastoral que quiera ser misionera en medio de ella. El conocimiento de esta realidad
daba, a grandes rasgos, los siguientes resultados.
Así que la mejor fidelidad y recepción del Vaticano II es no detenerse en él, sino
caminar por las sendas que él abrió: que son el diálogo y la renovación, la puesta al día
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constante de la Iglesia para llevar la salvación a los hombres y escuchar atentamente los
nuevos signos de los tiempos a través de los cuales Dios sigue manifestándose.
La teología anterior al Concilio Vaticano II, estaba enriquecida por el estudio de las
categorías sacramentales aplicadas a Cristo y a la Iglesia. De aquí en adelante, asume estas
categorías para hablar de la Iglesia como sacramento universal de salvación, con sus
características deducibles. Descentralización de la Iglesia, Ser para el mundo, y la importancia
de todo lo visible en la Iglesia desde la significatividad sacramental. Con ello, las estructuras
pastorales encuentran su verdadero puesto y su verdadero criterio de autentificación.
De tal manera que, el signo sacramental no sólo anuncia la salvación, sino que además,
la contiene. Con ello, la Iglesia se convierte en cada una de sus comunidades y realidades no
solo es señal, sino salvación íntra históricamente vivida. Lleva a la unidad del género humano
entre sí y con Dios es, por lo tanto, en plenitud, futuro esperado, pero contingentemente es
realidad ya palpable y visible en la vida y en la acción pastoral de la Iglesia.
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Es decir; que, mientras se compromete en la comunión humana, ella misma debe ser
signo del futuro al que estamos llamados la iglesia y los hombres, como parte integrante, que
se anticipa y se prepara en su seno.
La visión eclesiológica descrita hasta el capítulo 5 deriva hacia opciones pastorales que
han de ser definidas con criterio. A la vez, son tan amplias que pueden dar origen a distintas
estructuraciones pastorales eclesiales desde la significación de cada una de ellas. Los dos
temas, derivados de la visión eclesiológica, van a ser el argumento de los dos próximos
capítulos.
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se apoya en la misión del Espíritu Santo que actúa de una forma diferente, desde la alianza y el
aliento.
A través del recorrido por la historia de la teología pastoral se nota una progresiva
evolución de su concepto y de su comprensión. Y se ha observado cómo la evolución del
concepto pastoral se ha realizado en estrecha vinculación con la historia de la eclesiología.
Desde cada concepción de la eclesiología se ha dado una comprensión de la teología pastoral.
Que no se queda en el terreno especulativo, sino que desciende a la misma práctica pastoral,
de modo que, a la vista de una pastoral determinada, podemos preguntarnos con claridad por
la teología eclesiológica subyacente La eclesiología concreta y la teología pastoral concreta han
dado origen a una práctica pastoral concreta.
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Tradicionalmente la Iglesia se ha comprendido y ha actuado en medio de un mundo
sociológicamente cristiano. Porque la mayoría de los ciudadanos, pertenecían a la Iglesia y
propiciaba una autocomprensión basada en gran manera en el peso específico de esta Iglesia
en la sociedad.
Siempre hemos encontrado la oposición entre un tipo de pastoral caracterizado por la
uniformidad de la repetición de acciones, métodos y finalidades, y otro tipo de pastoral en la
que la planificación, la creatividad y la atención a las realidades van marcando un futuro plural
de acuerdo con las exigencias de las situaciones diversas y de la misma evangelización. Los dos
tipos de pastoral corresponden a dos modelos eclesiológicos diferentes y a dos concepciones
distintas de la tarea evangelizadora de la Iglesia. La pastoral practicada hoy en la Iglesia
descubre fundamentalmente tres formas de trabajo en lo que a la programación se refiere: a)
La pastoral basada en la repetición de acciones, b) La pastoral de la respuesta a situaciones
nuevas y c) La pastoral planteada desde objetivos amplios y vagos y sin una planificación
evaluable.
No se puede, tal vez, decir que la pastoral tradicional no estaba planificada. Ya que si
existen unas acciones y éstas se realizan, si la acción pastoral tiene sus estructuras, sus medios
y sus personas, hay clara planificación, solo que es: Es implícita. Se da por supuesta y todos la
conocen. Es ahistórica porque parte de unos conceptos prefijados de acción pastoral y de las
estructuras que la sustentan. Es universalista, por lo que puede plantearse como acción de
cualquier lugar de la Iglesia.
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Cuando hablamos de una nueva evangelización que encuentra las razones de su
novedad de un modo especial en sus medios, es necesario que la programación pastoral sea
identificada como tal y puesta al servicio de una evangelización que no puede seguir
consistiendo en la repetición de acciones pastorales de siempre. La nueva situación del mundo
y del hombre así lo exige.
La programación pastoral y su realización conjunta necesitan, unos agentes de pastoral
que conozcan con claridad su naturaleza y su misión. Ello dará una eficacia en el obrar, y
evitará los problemas pastorales que pueden ser originados tanto por las interferencias como
por las inhibiciones en las tareas de cada uno. La común dignidad en la Iglesia, procedente del
bautismo se ha traducido en la participación y en la potenciación de los laicos en estructuras y
organismos de pastoral. Pero, el diálogo con el mundo y la lectura de los signos de los tiempos
potenciada por la Gaudium et Spes y más tarde por la Evangelii nuntiandi no han encontrado
tantos seguidores como los temas intraeclesiales.
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comunitarias eclesiales más que por los de estructuras estrictamente laicales y al servicio de su
misión temporal en la Iglesia. Por ello el apostolado asociado es en la Iglesia: derecho, que
brota del mismo bautismo y no de concesiones jerárquicas; opción, que encarna una de las
posibilidades de vivir la propia fe y la eclesialidad.
La constitución pastoral del Vaticano II ha señalado una dirección clara para la acción
de la Iglesia: el diálogo con el mundo. Las palabras del papa recogían una herencia de siglo y
medio de teología que había querido comprender el misterio de la Iglesia a la luz del misterio
de la encarnación. El diálogo de la Iglesia con el mundo es análogo al establecido por Dios en
una revelación culminada con el envío de su Hijo. Al hablar del diálogo de la Iglesia con el
mundo, no podemos olvidar que ese diálogo continúa, o mejor, actualiza la Palabra que desde
el comienzo Dios ha dirigido a los hombres y que tuvo su culminación de ser y de eficacia
cuando «la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros».
La Palabra es el contenido del diálogo y el amor la autentificación del mismo para que
la palabra no sea indiferencia, ni imposición, ni tiranía. En términos de diálogo que combina la
palabra con el amor ha de ser entendida toda la historia de la salvación, todo el desvelamiento
del misterio de Dios que, se abre al hombre simplemente porque lo ama y porque le brinda la
posibilidad de su comunión. Dios no habla para transmitir conceptos, sino para comunicarle
vida. El diálogo de Dios ha de ser entendido en un sentido analógico. No es la comunicación
entre iguales, sino la donación de quien es el absoluto al relativo, del necesario al contingente,
de quien todo es y todo tiene al indigente. Su revelación coincide con el diálogo humano
porque se expresa en palabra cercana y pobre y, sobre todo, cuando se hizo plenitud de la
revelación en el Hijo encarnado. Su comunicación no se ha impuesto, sino que ha invitado a un
descubrimiento en el que el hombre ha sido libremente llamado a una vida que responde a sus
preguntas, que colma sus deseos, que salva. En consecuencia, lo humano es a la vez expresión
de lo que Dios quiere decir y objeto de su misma Palabra.
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como errores que tienen su origen en el mismo ser eclesial por no ser fiel a la misión que ha
recibido o al Espíritu que impulsa a la Iglesia.
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Sin duda, la planificación pastoral que responda a este modelo de nueva
evangelización traerá como consecuencia cambios estructurales y de acciones en la misma
Iglesia. Hoy por hoy, los pasos siguientes a la concienciación están aún por dar en la vida de
nuestra Iglesia, con lo que el tema carece aún de concreción.
El que la Iglesia tenga una presencia pública es postulado de su misma esencia. Tanto
por su naturaleza como por su misión, pues si vive en medio de los hombres, su acción debe
sentirse en las sociedades donde ha sido implantada. Si en el ser y en la misión el misterio
eclesial implica la presencia en el mundo, el tema de la presencia en el mundo de la Iglesia no
es más que una dimensión eclesiológica. Y así es en verdad. La Iglesia con todo lo que es y con
todas sus acciones está presente en el mundo por su condición humana y encarnada.
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planteamiento de una presencia porque se concebía poseyendo todos los medios para lograr
sus fines, como una especie de ecosistema cerrado en cuyo interior se dan todas las
posibilidades de vida y de supervivencia. Cuando la Iglesia, desde las exigencias de la
evangelización, se cuestiona su diálogo con el mundo y una nueva forma de presencia en él,
asume la cultura de este mundo e intenta purificarla desde el evangelio en un diálogo creador
y activo con ella.
En una palabra, la iniciación cristiana exige una pastoral conjunta con el fin único de
hacer cristianos maduros y rechaza una pastoral atomizada que se ocupa solamente de
acciones determinadas, catequéticas o sacramentales, que olvidan la unidad del proceso. En
una palabra, nuestra práctica actual de iniciación cristiana necesita una profunda
reestructuración. La antigua iniciación cristiana correspondía a un modelo de Iglesia y de
pastoral que no es ya el nuestro. Desde entonces ha habido una evolución en el proceso de
iniciación cristiana que ha respondido a las situaciones concretas de la Iglesia.
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pasivo. Se crea comunidad porque ella es el resultado de la evangelización de modo
catecumenal y se crea comunidad cristiana porque ella es la responsable y la protagonista de
ese proceso. De hecho, podemos decir que solamente se pueden dar estos procesos cuando
nos encontramos con estructuras pastorales eclesiales de tipo comunitario real, ya sean
comunidades con nombre y apellido, ya sean grupos de los diversos tipos que podamos
encontrar a lo largo de la Iglesia.
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Entre estos niveles y horizontes circula la vida. En caso contrario, serían inútiles. Y
circula tanto en una dirección como en otra hacia arriba y hacia abajo, en un diálogo
enriquecedor y en un aportar los propios dones, ya que en la comunión de los bienes se
manifiesta la verdad de la Iglesia. Por eso, mejor comunión de comunidades que comunidad de
comunidades, que puede parecer sugerir la coordinación de muchas iguales.
Quizá aún estamos muy anclados en una doctrina del pasado y la doctrina del Vaticano
II en torno a este punto ha sido una de las menos recibidas tanto por la jerarquía como por los
laicos, pero también hay que constatar que en el Concilio, aunque las alusiones no son muy
frecuentes ni existe una teología plenamente desarrollada, encontramos ideas claras en torno
a la Iglesia local que pueden ser la raíz de un cambio de mentalidad en torno a lo que una
Iglesia local es y a su significado.
Estas ideas, que son teológicas y que preceden a la realización de una comunidad
concreta y de una diócesis concreta, deben ser realmente críticas a la hora de construir
diócesis, parroquias y comunidades. Las estructuras concretas de pastoral han de estar
construidas sobre unos criterios teológicos que las desarrollan y las juzgan. Quizá haya que
cambiar estructuras y transformarlas. Diócesis distintas, con otros límites, con distintos
servicios, etc.
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Creemos que el evangelio, que la Iglesia transmite y del que es depositaría, es fuerza
capaz de mover la historia y manifestar ya aquí y ahora la salvación que un día será plena. Esta
salvación ha de manifestarse allí donde está todo lo humano, sus gozos y sus esperanzas, sus
tristezas y angustias; especialmente donde están los que sufren y los pobres, la Iglesia, íntima y
realmente solidaria del género humano, ha de comunicar la buena noticia de la salvación.
Debemos situarla en el siglo ni, que marca una época en el desarrollo de la vida
cristiana. Liberado ya del contexto judío, el cristianismo se difunde por el mundo greco-
romano. Esto le origina una nueva situación tanto por los obstáculos que encuentra como por
los valores que asume. La Iglesia extiende de forma considerable su radio de acción y esta
expansión va a suponer un esfuerzo de organización que no era necesario en los comienzos.
Esta organización alcanzará su esplendor en el catecumenado y en la liturgia penitencial,
ambos de gran importancia para el desarrollo pastoral de la Iglesia.
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replanteó las estructuras comunitarias, amplió los contenidos de la acción pastoral y ensanchó
los límites de la corresponsabilidad parroquial a muchos nuevos agentes.
Sin duda, estos imperativos y estas direcciones en la acción pastoral parroquial están
ya presentes, pero necesitan especialmente una generalización que brota de la aceptación
global de una nueva teología de la parroquia que sea más significativa para nuestro mundo,
más eficaz en sus planteamientos y que esté integrada en una pastoral que va más allá de los
límites parroquiales para construirse desde las Iglesias locales.
El estudio de la estructura parroquial nos ha llevado a la afirmación de que la
parroquia es necesaria, pero no es absoluta en el interior de la vida de la Iglesia, y de que su
ser convive con otras realidades pastorales a las que la Iglesia diocesana encomienda tareas
diferentes en la obra de la evangelización Dentro de esas otras estructuras se destacan los
movimientos y las comunidades a los que dedicamos el presente capítulo.
Todas las características que hemos analizado en los movimientos apostólicos son el
ideal desde el que se conciben y al que intentan llegar en su existencia concreta, pero en su
corta historia el equilibrio de todo lo que hemos dicho se ha desestabilizado o ha sido
acentuado parcialmente Es necesario, en el caso de los movimientos, conocer también algunos
datos de su historia para comprenderlos globalmente y, de un modo especial, su historia en
España que ha revestido unas características muy concretas y muy especiales por el momento
histórico que se vivía en su desarrollo. Sin esta historia nunca podremos conocer el momento
actual del laicado en profundidad ni hacernos un juicio sobre la conveniencia de su ser hoy y
de lo que pueden aportar a la vida de la Iglesia.
Las comunidades han restituido en gran manera el papel que la Palabra de Dios ha de
significar para la vida de todos los fieles. La Palabra ha dejado de ser posesión solamente de un
ministerio en la Iglesia que la proclama, la explica y saca de ella sus conclusiones, para ser
posesión de toda la comunidad que la comparte y la escucha haciendo que sea razón y raíz de
toda su vida. Es claro que esto no es nuevo en la historia de la Iglesia y que no podemos poner
en las comunidades el origen de la extensión de la Palabra de Dios a todos; lo que sí es cierto
es que ellas han sido las que han hecho de la doctrina práctica común y generalizada de todos.
Cualquier miembro de la comunidad se caracteriza por ese amor vital a la Palabra.
Hay comunidades que hacen de su liturgia exclusividad para ellas, mientras que otras
comparten también la liturgia del resto de la comunidad cristiana. La liturgia, que es de la
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Iglesia y no de una comunidad concreta, ha sido cauce para algunas comunidades de
alejamiento de la totalidad de la Iglesia, mientras que en otras se ha aprendido a vivir y
saborear la liturgia de la Iglesia en sus propias celebraciones, que han potenciado la vitalidad
de la liturgia de las parroquias o de la totalidad de la comunidad cristiana.
Hablar de servicio en la Iglesia es, por tanto, hablar de una de sus dimensiones
esenciales. El servicio pertenece a la Iglesia con la misma propiedad que la pastoral de la
palabra y la celebración litúrgica Es más, no podemos hablar de Iglesia si no hablamos desde el
servicio, pues, como veíamos en las raíces eclesiológicas de la acción pastoral, la Iglesia es una
realidad relativa que se entiende desde las realidades a las que sirve. Cristo, el Reino y el
mundo Solamente desde el servicio a estas realidades la Iglesia se constituye y tiene una
autocomprensión de su ser Por ello, podemos decir que la misión global de la Iglesia es, en sí
misma, servicio en el horizonte del Reino, servicio como seguimiento de Cristo y servicio como
liberación del hombre.
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Indudablemente, todos estos ámbitos son lugar para una acción pastoral que la Iglesia
debe considerar como intrínsecamente unida a su evangelización. La búsqueda de una pastoral
integral para la Iglesia debe llevar al análisis de si todas estas dimensiones están presentes en
ella, a la exigencia de que estos servicios estén unidos a determinadas estructuras pastorales, y
a la potenciación de aquellos carismas y de aquellas estructuras en las que se encarna esta
acción propia de la evangelización.
Poco a poco las aguas han ido volviendo a su cauce. Los movimientos renovadores del
comienzo de nuestro siglo, entre los que destacó el movimiento bíblico, los pasos dados en el
terreno del ecumenismo y la celebración del Vaticano II con su constitución Dei Verbum han
ido devolviendo a la palabra de Dios el puesto central en la vida de la Iglesia, tanto en su
convocación, pues la Iglesia surge como respuesta al anuncio del evangelio, como en su
estructuración interna: es el alimento de la espiritualidad de todo creyente, a su servicio vive el
ministerio pastoral, es proclamada en toda asamblea litúrgica, es estudiada y profundizada
continuamente, es anunciada como evangelio, como buena noticia que pone en la historia las
bases del Reino de Dios.
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En cuanto a sus características formales, es necesario cuidar los detalles de la obra
bien hecha que muestra en su mismo ser el respeto al protagonismo de la Palabra de Dios en
la vida de la Iglesia. Para ello, no está de más insistir en la dicción, en la megafonía, en los
momentos de silencio posterior que ayudan a la profundización, en el respeto a la comunidad
reunida, en la obligatoriedad en las misas de fiesta y dominicales, en la conveniencia de su
presencia en los tiempos litúrgicos fuertes, en su capacidad de ser alimento y formación
primera desde la Palabra para la comunidad que celebra diariamente con el remarcar alguna
idea fundamental en breve tiempo, etc.
Todo sería incompleto y necesariamente reductor si no termináramos hablando de la
acción que funda a la misma Iglesia, que manifiesta su ser, su origen y su esperanza, y que es la
fuente de toda su misión. El protagonismo divino en la acción pastoral, el carácter sacramental
de la Iglesia, su destino para el mundo, la relación con el Dios de la comunión, la actuación del
Espíritu haciendo posible hoy la obra del Hijo se concentran de un modo especial en la acción
litúrgica y derivan hacia acciones pastorales que aseguren esta acción en la Iglesia, a la vez que
la hagan más participativa, más significativa y más celebrativa.
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pecadores y hace salir el sol para todos por igual. La comunión que brota de la eucaristía no
está alejada del sufrimiento; es, más bien, la autentificación del mismo sufrimiento que
adquiere sentido cuando es el resultado de amar al hermano.
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