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Narrativa Audiovisual
Narrativa Audiovisual
Narrativa
audiovisual
Jordi Sánchez Navarro
Diseño del libro, de la cubierta y de la colección: Manel Andreu
ISBN: 84-9788-457-4
Depósito legal:
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño general y la cubierta, puede ser copiada,
reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio, sea éste eléctrico,
químico, mecánico, óptico, grabación, fotocopia, o cualquier otro, sin la previa autorización escrita
de los titulares del copyright.
Autor
Jordi Sánchez Navarro
Doctor en Comunicación Audiovisual y profesor del Departamento de Comunicación Audiovisual
en la Facultad de Ciencias de la Comunicación Blanquerna de la Universitat Ramon Llull, donde
imparte clases de Semiología y Análisis de las representaciones icónicas, y seminarios de comunica-
ción audiovisual, y coordina el posgrado de Crítica de cine y música pop. Ha escrito guiones para
cine y televisión, y ha ejercido la crítica cinematográfica y cultural en varias publicaciones. Es
autor del volumen Tim Burton. Cuentos en sombras (2000) y coeditor de Imágenes para la sospecha.
Falsos documentales y otras piruetas de la no ficción (2001). En el ámbito de la gestión, ha sido direc-
tor del Salón Internacional del Cómic de Barcelona y subdirector del Sitges-Festival Internacional
de Cine de Cataluña.
© Editorial UOC 7 Índice
Índice
Presentación ................................................................................................... 9
1. La narración ............................................................................................ 13
1.1. ¿Qué es la narración? ....................................................................... 13
1.2. ¿Qué es una trama? .......................................................................... 17
2. La construcción del texto narrativo ..................................................... 22
2.1. Cinco preguntas básicas ................................................................... 22
2.2. El narrador ........................................................................................ 24
2.3. La focalización .................................................................................. 27
2.4. El narratario ...................................................................................... 31
3. La diégesis y los ejes de la narración .................................................... 34
3.1. El espacio .......................................................................................... 34
3.2. El tiempo .......................................................................................... 38
3.3. Los personajes .................................................................................. 49
Presentación
con diferentes fines, así como las estrategias manipulativas que el autor estable-
ce para generar determinados efectos en el acto de narrar y en los productos. Ni
que decir tiene que el conocimiento de estas cuestiones teóricas no es impres-
cindible para el narrador intuitivo que ha abundado en el panorama cultural; el
objeto de este conocimiento no es otro que ampliar lo que sabemos de la cultura
y de sus formas de transmisión.
Una vez introducido el lector en los problemas teóricos que nacen de las
múltiples y cambiantes posibilidades de la narración en general, tomando como
punto de partida la forma que ha ocupado un mayor fragmento de la historia
de la cultura humana, es decir, la literaria, en este libro se pretende analizar las
consecuencias que tiene la unión de la teoría narratológica con la indagación
sobre el discurso de la imagen. Para esto, en los capítulos II (“Del discurso na-
rrativo a la narrativa audiovisual”) y III (“La narración cinematográfica”) se in-
troduce el concepto de narrativa audiovisual y se analizan los modos que la
narración ha ido desarrollando en el terreno de la imagen, mediante, como no
podría ser de otra manera, el cine, convertido en nuevo medio institucional del
siglo XX. Aquí el debate se plantea, también, en términos estéticos e incluso on-
tológicos –es posible encontrar en otros libros mayores profundidades sobre “el
lenguaje de la imagen” y la manera en la que ésta propone un tipo de conoci-
miento distinto al del lenguaje verbal.
A lo largo de estos tres primeros capítulos, planea la certeza de que, a pesar
de que su presencia y función han estado ahí desde siempre, la narración, y más
aún “lo que se entiende por narración”, es fruto de una evolución histórica cu-
yos límites son a la vez sociales y culturales.
En el capítulo IV (“Nuevas formas en la narración audiovisual”) se plantea el
estudio de lo que hemos denominado “variaciones y declives” de la narración.
Una vez herido mortalmente el modelo cultural del cine clásico y su forma ca-
racterística de narración, aparecen nuevos modos de narrar en los que, precisa-
mente, lo menos importante es la narración en sí. Medios contemporáneos que
se han instalado definitivamente en la cultura, como la televisión, que nos
acompaña desde hace ya más de medio siglo, o el ordenador, han cambiado
nuestra manera de contar y, sobre todo, de recibir historias.
Este libro pretende familiarizar al lector en las diferentes tradiciones del es-
tudio de la narración. Allí donde las certezas se acaban, se abren interrogantes.
Como en todas las demás disciplinas del conocimiento, en el estudio de las for-
© Editorial UOC 11 Presentación
mas que los seres humanos escogemos para explicarnos historias los unos a los
otros es más importante detectar a tiempo las preguntas que tener demasiado
claras las respuestas.
Los objetivos que el lector podrá alcanzar con la lectura de este libro son los
siguientes:
Capítulo I
El relato y la narración
1. La narración
“El tictac del reloj me parece ser un modelo de los que llamamos trama, una estruc-
turación que da forma al tiempo y así lo humaniza.”
Frank Kermode. Citado en Jonathan Culler (2000). Breve introducción a la teoría literaria.
Barcelona: Crítica.
La teoría de la narración
La narrativa
Como señalan Carlos Reis y Ana Cristina M. Lopes (2002, pág. 164-166), “el
término narrativa puede ser entendido en diversas acepciones: narrativa en
cuanto enunciado, narrativa como conjunto de contenidos representados por
ese enunciado, narrativa como acto de relatarlos e incluso narrativa como mo-
do, es decir, como uno de los componentes de una tríada de formas universales
(lírica, narrativa y drama) que ha sido adoptado por diversos teóricos desde su
formulación en la Antigüedad”.
Las dos primeras acepciones serán desarrolladas en este capítulo de la obra,
en el que iremos contemplando todos los factores y elementos teóricos que con-
forman la narrativa entendida como enunciado y como contenido que se relata,
aunque nos referiremos a estas formas de narrativa con términos más precisos
como narración, historia y discurso. Detengámonos, por lo tanto, en la tercera
acepción.
“La postulación modal del concepto de narrativa no puede alejarse de dos hechos: en
primer lugar, el hecho de que la narrativa pueda concretarse en soportes expresivos
directos, desde el verbal hasta el icónico, pasando por modalidades mixtas verboicó-
© Editorial UOC 16 Narrativa audiovisual
nicas (cómic, cine, narrativa literaria, etc.); en segundo lugar, la narrativa no es efec-
tiva solamente en el plano estético propio de los textos narrativos literarios; al
contrario, por ejemplo, de lo que sucede con la lírica, la narrativa se desencadena con
frecuencia y se encuentra en diversas situaciones funcionales y contextos comunica-
cionales (narrativa de prensa, historiografía, anécdotas, etc.).”
Carlos Reis; Ana Cristina M. Lopes (2002). Diccionario de narratología (2.ª ed.). Sala-
manca: Almar.
“La historia y la ficción se refieren ambas a la acción humana, aunque lo hagan con
base en dos pretensiones referenciales diferentes. Solamente la historia puede articu-
© Editorial UOC 17 Capítulo I. El relato y la narración
lar la pretensión referencial de acuerdo con las reglas de la evidencia común a todo
el cuerpo de las ciencias”, mientras que, a su vez, “las narrativas de ficción pueden
cultivar una pretensión referencial de otro tipo, de acuerdo con la referencia desdo-
blada del discurso poético. Esta pretensión referencial no es sino la pretensión de re-
describir la realidad según las estructuras simbólicas de la ficción.”
Encontramos, no obstante, que existen dos conceptos de trama. Por una par-
te, la trama es una manera de dar forma a los sucesos para convertirlos en una
narración genuina: los autores, al igual que los lectores, estructuran los aconte-
cimientos en una trama cuando quieren dar sentido a algo. Desde otro punto
de vista, la trama es lo que resulta conformado por las narraciones, pues pueden
presentar la misma “historia” de modos diferentes.
De todo lo dicho hasta ahora, se infiere la discusión sobre tres niveles –los
sucesos narrados, la trama (podríamos denominarla argumento) y el texto acaba-
do– que funcionan como dos oposiciones. Una primera relación se produce en-
tre los sucesos y la trama, y la otra, entre el argumento y el texto final.
La trama o el argumento son el material que se presenta al lector, ordenado
por el discurso conforme a un determinado punto de vista (diferentes versiones
del mismo “argumento”). Sin embargo, la trama en sí ya es una estructuración
de los acontecimientos. En la trama, una boda puede ser el final feliz de una his-
toria, su principio o un momento de cambio durante el desarrollo de la narra-
ción. Lo que el lector encuentra ante sí, no obstante, es un discurso en forma de
texto: la trama es algo que el lector infiere del texto, y la idea de que existen su-
cesos elementales a partir de los cuales se ha conformado una trama es igual-
mente una inferencia, una construcción del lector.
Los orígenes de la diferenciación entre historia y trama –entre sucesos y la or-
ganización de los mismos– adquiere notable importancia como distinción me-
todológica en la teoría literaria del siglo XX, aunque, como se ha apuntado, sus
orígenes se remontan hasta la Poética de Aristóteles.
En la obra del filósofo griego, la distinción se produce entre mimesis y mhytos,
entre la representación, o imitación de una acción, y entre la disposición concreta
© Editorial UOC 19 Capítulo I. El relato y la narración
Macroestructura
Cooperación interpretativa
mera no se refiere sólo a los objetos lingüísticos que hemos convenido en definir
como textos, sino también a cualquier mensaje, incluidas las oraciones y los términos
aislados. Una expresión sigue siendo un flatus vocis mientras no se la pone en corre-
lación, por referencia a determinado código, con su contenido establecido por con-
vención […]. Todo mensaje postula una competencia gramatical por parte del
destinatario […]. Sin embargo, un texto se distingue de otros tipos de expresiones por
su mayor complejidad. El motivo principal de esta complejidad es precisamente el he-
cho de que está plagado de elementos no dichos. No dicho significa no manifiesto en
su superficie, en el plano de la expresión; pero precisamente son esos elementos no
dichos los que deben actualizarse en la etapa de la actualización del contenido. Para
ello, un texto (con mayor fuerza que cualquier otro tipo de mensaje) requiere ciertos
movimientos cooperativos, activos y conscientes, por parte del lector […]. El texto
está plagado de espacios en blanco, de intersticios que hay que rellenar; quien lo emi-
tió preveía que se los rellenaría y los dejó en blanco por dos razones. Ante todo, por-
que un texto es un mecanismo perezoso (o económico) que vive de la plusvalía de
sentido que el destinatario introduce en él y sólo en casos de extrema pedantería, de
extrema preocupación didáctica o de extrema represión el texto se complica con re-
dundancias y especificaciones ulteriores. En segundo lugar, porque, a medida que
pasa de la función didáctica a la estética, un texto quiere dejar al lector la iniciativa
interpretativa, aunque normalmente desea ser interpretado con un margen suficiente
de univocidad. Un texto quiere que alguien lo ayude a funcionar.”
Extrañamiento
Dejando a un lado las dimensiones representacional y expresiva de los textos, los for-
malistas se centraron en sus dimensiones autoexpresivas y autónomas. Shklovski acu-
ñó los términos ostrenaie (‘extrañamiento’) y zatrudnenie (‘dificultad’) para indicar la
manera en que el arte incrementa la percepción y cortocircuita las respuestas auto-
máticas. La función esencial del arte poético, para Shklovski, era hacer saltar la costra
de la percepción cotidiana y rutinaria dificultando las formas. La evolución literaria
estaba configurada por el continuo intento de destruir las convenciones artísticas rei-
nantes y generar nuevas convenciones.
E. M. Forster (1973) elaboró una distinción entre story y plot que, aunque no
coincide punto por punto con la distinción entre fábula e intriga de los forma-
listas rusos, sí mantiene algunas afinidades.
Forster parte de un concepto poco elaborado de historia (story), entendida
como la secuencia de eventos ordenados temporalmente y que suscitan en el
lector/oyente el deseo de saber lo que va a ir aconteciendo, y define plot ponien-
do especial énfasis en la ordenación causal de los hechos narrados, como la con-
figuración logicointelectual de la historia.
Reis y Lopes recuperan el ejemplo de Forster para explicar el concepto de plot.
Imaginemos la siguiente secuencia: “El rey murió y enseguida murió la reina”;
esto es una historia. En cambio, “El rey murió y después murió la reina de dis-
gusto” es un plot. En el segundo caso se unen los parámetros de tiempo y causa-
lidad para generar misterio y tristeza, y para desencadenar la participación
inteligente del receptor. El efecto estético del texto narrativo se produce de ma-
nera paralela a esta participación inteligente, que se consigue de un modo ge-
neral mediante técnicas de composición y montaje.
1) ¿Quién habla?
Toda narración tiene un narrador, que puede ser externo a la historia o un
personaje de la misma. La teoría distingue entre narración en primera persona,
en la que un narrador explica los acontecimientos hablando como “yo”, y lo
que de manera algo confusa se denomina narración en tercera persona, donde
no existe el “yo”: el narrador no se identifica como personaje de la historia y
todos los personajes son mencionados en tercera persona, por su nombre o
como “él” o “ella”.
2.2. El narrador
“La exigencia estética del autor le dicta, antes que nada, que escoja instrumentos de
trabajo gracias a los que será capaz de traducir una experiencia que se le hizo ver pre-
cisamente cuando la sociedad difería de lo social. […] Sea cual sea su ignorancia de
las formas que impone el lenguaje a su espíritu creador, el novelista tiene, sin embar-
go, una fuerte conciencia de los imperativos técnicos y estéticos de los que dependerá
la transcripción de su visión de sí mismo y de los otros.”
M. Zéraffa (1974). Romance e sociedade. Lisboa: Estudios Cor. Citado en: Carlos Reis;
Ana Cristina M. Lopes (2002). Diccionario de narratología (2.ª ed., pág. 157). Salaman-
ca: Almar.
1) El narrador autodiegético
El narrador autodiegético es aquel que relata sus propias experiencias como
personaje central de la historia, en una situación que supone importantes con-
secuencias semánticas y pragmáticas.
En Las aventuras de Arthur Gordon Pym, de Edgar Allan Poe, encontramos un ejemplo
evidente de narrador autodiegético. La novela comienza así:
“Me llamo Arturo Gordon Pym. Era mi padre un respetable comerciante, proveedor
de la Marina, de Nantucket, donde yo nací. Mi abuelo era abogado de profesión y
contaba con numerosa y distinguida clientela. Afortunado en todas sus empresas, rea-
lizó varias especulaciones felices sobre los fondos de Edgarton New Bank, en la época
de su creación. Por estos y otros medios llegó a reunir una fortuna bastante conside-
rable. No existía en el mundo persona que pudiera disputarme con ventaja su acen-
4. Roland Barthes (1987). “La muerte del autor”. En: El susurro del lenguaje. Barcelona: Paidós.
© Editorial UOC 26 Narrativa audiovisual
drado cariño; por eso, con razón, abrigaba la confianza de que, a su muerte, heredaría
yo la mayor parte de sus bienes…”
2) El narrador heterodiegético
Estamos aquí ante el caso de un narrador que relata una historia a la que es
extraño, ya que no integra ni ha integrado, como personaje, el universo diegé-
tico en cuestión.
“Así pues, se puso a considerar (con algún trabajo, pues con el calor que hacía aquel
día se sentía adormilada y torpe) si el placer de tejer una cadena de margaritas le valía
la pena de levantarse para ir a recogerlas, cuando de golpe saltó corriendo cerca de
ella un conejo blanco de ojos rosados.”
© Editorial UOC 27 Capítulo I. El relato y la narración
3) El narrador homodiegético
El narrador homodiegético vehicula en el relato informaciones adquiridas
por su propia experiencia diegética.
“Un día de otoño del año pasado, me acerqué a visitar a mi amigo, el señor Sherlock
Holmes, y lo encontré enfrascado en una conversación con un caballero de edad ma-
dura, muy corpulento, de rostro encarnado y cabellos rojos como el fuego. Pidiendo
disculpas por mi intromisión, me disponía a retirarme cuando Holmes me hizo entrar
bruscamente de un tirón y cerró la puerta a mis espaldas.”
“–No podría haber llegado en mejor momento, querido Watson –dijo cordialmente.”
“–Temí que estuviera usted ocupado.”
“–Lo estoy, y mucho.”
“–Entonces, puedo esperar en la habitación de al lado.”
“–Nada de eso. Señor Wilson, este caballero ha sido mi compañero y colaborador en
muchos de mis casos más afortunados, y no me cabe duda de que también me será
de la mayor ayuda en el suyo.”
2.3. La focalización
Algunos teóricos hablan con frecuencia del “punto de vista desde el que se ex-
plica una historia”, pero este uso del término punto de vista confunde dos pre-
guntas diferentes: ¿quién habla? y ¿a quién corresponde la visión que se
representa? La pregunta de quién habla, por tanto, ha de distinguirse de la pre-
gunta de quién ve. ¿Desde qué perspectiva se enfocan los acontecimientos y
quién los presenta?
El concepto de focalización fue propuesto por Genette para referirse a las po-
sibilidades de activación de la perspectiva narrativa. A diferencia de términos
como perspectiva o punto de vista, que son usados también en artes plásticas, la
focalización nació como una formulación exclusiva de la teoría literaria para
describir por medio de quien se contempla lo narrado, explicitando la informa-
ción que se encuentra al alcance de un determinado campo de conciencia, ya
sea un personaje de la historia, ya sea un narrador que se encuentra dentro de
la historia y participa en la misma.
La focalización condiciona la cantidad de información vehiculada y su cali-
dad, con la intención de transmitir cierta posición afectiva, ideológica o ética.
De ahí que la focalización deba ser considerada un procedimiento crucial de las
estrategias de representación.
1) Focalización externa
La focalización externa está constituida por la estricta representación de las
características superficiales y materialmente observables de un personaje, de un
espacio o de ciertas acciones.
Esta forma de focalización se entiende normalmente como un intento del
narrador de referirse de modo objetivo y desapasionado a los eventos y perso-
najes que integran la historia. El narrador explica la historia desde un punto de
vista externo, no es un observador especialmente privilegiado, y sólo ve lo que
vería un espectador hipotético.
2) Focalización interna
La focalización interna corresponde a la institución del punto de vista de un
personaje que participa en la ficción.
Erigido en sujeto de la focalización, este personaje recibe el nombre de fo-
calizador y tiene la función de filtro cuantitativo y cualitativo que rige la re-
presentación.
Como explica Genette, la focalización interna puede ser fija, múltiple y
variable.
• Focalización fija: un solo personaje centra la acción.
• Focalización múltiple: se aprovecha la capacidad de conocimiento de un
grupo de personajes de la historia.
• Focalización variable: la focalización se distribuye de manera discrecional
entre varios personajes.
3) Focalización omnisciente
Por focalización omnisciente se entiende aquella situación narrativa en la que
el narrador hace uso de una capacidad de conocimiento ilimitada de todo lo que
acontece en la historia.
Generalmente se asocia a una situación temporal ulterior, pues implica el co-
nocimiento completo de una historia como un todo acabado. Genette, influido
probablemente por los ataques de muchos escritores y pensadores a la omnis-
ciencia narrativa –a la que veían como abusiva, totalitaria y manipuladora–, es
reacio a admitir el término focalización omnisciente, y propone, como alternati-
va, el concepto focalización cero o narrativa no focalizada. Esto es así porque este
© Editorial UOC 31 Capítulo I. El relato y la narración
tipo de narración propone un reparto de puntos de vista tan extenso que es pre-
ferible contemplarlo como una no focalización.5
2.4. El narratario
Entrar en el bosque
“Ha habido casos en los que con mayor vergüenza, pero con mayor sutileza, autor
modelo, autor empírico, narrador y otras más imprecisas entidades se exhiben, se po-
nen en escena en el texto narrativo, con el propósito explícito de confundir al lector.
Volvamos al Gordon Pym de Poe.”
“Dos entregas de esas aventuras habían sido publicadas en 1837, en el Southern Li-
terary Messenger; más o menos con la forma que conocemos. El texto empezaba con
‘me llamo Arthur Gordon Pym’ y ponía en escena, por consiguiente, a un narrador
en primera persona, pero ese texto aparecía bajo el nombre de Poe, como autor em-
pírico (figura 1). En 1838, la historia completa aparecía en volumen, pero sin nom-
bre del autor. En cambio, aparecía un prefacio firmado por A. G. Pym que
presentaba aquellas aventuras como historia verdadera, y se avisaba de que en el
Southern Literary Messenger esas mismas aventuras habían sido presentadas bajo el
nombre del señor Poe, porque nadie se habría creído la historia y por ello daba igual
presentarla como si fuera una ficción narrativa. Así pues, tenemos un Mr. Pym, au-
tor empírico, que es el narrador de una historia verdadera, el cual escribe un prefa-
cio que no forma parte del texto narrativo sino del paratexto. Mr. Poe desaparece
7. Frank Kermode (2000). “El fin” (cap. 1). El sentido de un final. Barcelona: Gedisa.
© Editorial UOC 33 Capítulo I. El relato y la narración
“A estas alturas, el lector se siente inducido a considerar que Pym es un personaje fic-
ticio, que como narrador habla no sólo al inicio del primer capítulo, sino al inicio del
prefacio, el cual se convierte en parte de la historia y no en mero paratexto, y que el
texto se debe a un tercero, y anónimo, autor empírico (que es el autor de la nota final,
ésta sí, un verdadero ejemplo de paratexto), el cual habla de Poe en los mismos tér-
minos en los que Pym hablaba de él en su falso paratexto. Y nos preguntamos enton-
ces si Mr. Poe es una persona real o un personaje de dos historias diferentes, una
contada por el falso paratexto de Pym y la otra relatada por un señor X, autor de un
paratexto auténticamente tal, pero mendaz (figura 3).”
“Como último enigma, este misterioso Mr. Pym empieza su historia con un ‘me lla-
mo Arthur Gordon Pym’, un íncipit que no sólo anticipa el ‘Llamadme Ismael’ de
Melville (lo cual no tendría relevancia alguna), sino que parece parodiar también un
texto en el que Poe, antes de escribir el Pym, había parodiado a un cierto Morris Ma-
ttson, el cual había empezado una novela suya con ‘me llamo Paul Ulric’.”
“Deberemos entonces justificar al lector que empezara a sospechar que el autor em-
pírico es el señor Poe, que se había inventado un personaje novelescamente dado
como real, el señor X, que habla de una persona falsamente real, el señor Pym, que a
su vez actúa como el narrador de una historia novelesca. El único elemento embara-
zoso sería que este personaje novelesco habla del señor Poe (el real) como si fuera un
habitante del propio universo ficticio (figura 4).”
“¿Quién es, en todo este embrollo textual, el autor modelo? Quienquiera que sea, es
la voz, o la estrategia, que confunde a los varios supuestos autores empíricos para que
el lector modelo quede atrapado en este teatro catóptrico.”
Umberto Eco (1996). Seis paseos por los bosques narrativos (cap. 1, págs. 25-28). Barce-
lona: Lumen.
3.1. El espacio
Como veremos con mayor detalle cuando analicemos las ideas de Greimas
sobre las estructuras de la narración,8 la teoría ha establecido que la creación de
un universo diegético, esto es, un mundo posible en el que se desarrolla la na-
rración, responde a la configuración de tres ejes: espacio, tiempo y personajes.
Para que exista una narración, es imprescindible crear un espacio en el que
se desarrolle, crear una dinámica temporal que lleve a los acontecimientos del
relato a avanzar en un sentido o en otro, y crear uno o más personajes que su-
fran o sean testigos de los acontecimientos. Basta con que desaparezca uno de
estos ejes para que se produzca una ruptura diegética y, en consecuencia, el dis-
curso deje de ser narrativo.
El espacio constituye una de las categorías más importantes de la narrativa, no
sólo por las articulaciones que establece con las otras categorías, sino también por
la importancia semántica que caracterizan a sus manipulaciones. El espacio integra,
en primer lugar, los componentes físicos que sirven de escenario a la acción y al mo-
vimiento de los personajes; en segundo lugar, el concepto de espacio puede ser en-
tendido en un sentido figurado como las esferas social y psicológica del relato.
Las implicaciones filosóficas del concepto de espacio son notables, y más
cuando se tiene en cuenta su relación indisoluble con el tiempo. Fue Kant, como
señala Garrido Domínguez (1996, pág. 208), el primer pensador en establecer una
relación apriorística e intuitiva de estas dos formas puras de los fenómenos que
son el espacio y el tiempo, así como la precedencia del tiempo sobre el espacio en
cuanto a forma del sentido interno: “El espacio funciona como condición subje-
tiva de la intuición externa (de la percepción externa) y constituye, al lado del
tiempo, una de las fuentes de conocimiento”. Del concepto filosófico del espacio-
tiempo –y no entraremos aquí en las profundidades de la física teórica– surge el
concepto metafórico de cronotopo, desarrollado por Bakhtin y convertido, desde
entonces, en una categoría fundamental del estudio literario.
“El espacio literario es una realidad limitada que alberga en su interior un objeto ili-
mitado: el universo exterior y ajeno, en principio, a la obra literaria. El texto consigue
representar este espacio infinito, bien a través de la mención sucesiva o simultánea
de diferentes lugares, o bien por medio de la superposición de espacios contrapuestos:
el que en este momento cobija o presiona al personaje y el que en un pasado más o
menos lejano fue testigo o causante de su infortunio o felicidad, el espacio que agobia
al personaje en el presente y el soñado por éste como promesa de una felicidad futura
o, simplemente, para olvidar los rigores del contexto inmediato.”
Antonio Garrido Domínguez (1996). El texto narrativo (pág. 213). Madrid: Síntesis.
© Editorial UOC 36 Narrativa audiovisual
Las escuelas clásicas, neoclásicas y románticas establecen, por ejemplo, una relación
muy estrecha entre el discurso descriptivo y el artista, por un lado, y con el personaje,
por otro. Los románticos, concretamente, son los responsables de la madurez de la
descripción como estrategia literaria. Sin embargo, y como señala Garrido Domín-
guez, su liberación definitiva se produce con el advenimiento de las formas más mo-
dernas de narrativa, en las cuales la descripción alcanza con frecuencia el papel
protagonista.
El teórico Tzvetan Todorov señaló que, aunque, en efecto, en las dos se produce
una sucesión verbal, la descripción se presenta como un dominio regido por la con-
tinuidad y la duración, mientras que la narración tiene como característica esencial
la transformación de estados o situaciones y, por lo tanto, la discontinuidad:
Modalidad
3.2. El tiempo
miento según el antes y el después. Entre las teorías posteriores, cabe destacar
dos puntos de vista: por una parte, el representado por Newton, que ve el tiem-
po como una realidad independiente de las cosas; y por otra, el de Leibniz y los
más relativistas, que consideran que el tiempo no puede concebirse al margen
de las cosas que son afectadas por el mismo.
En un plano superior puede situarse el tiempo crónico o convencional, un
tiempo que se ha creado sometiendo el tiempo físico a una serie de divisiones
con la intención de domesticarlo: es el tiempo del reloj.
Más importante que éste, a los efectos que aquí nos interesan, es el tiempo
psicológico, es decir, el tiempo experimentado. La vivencia del tiempo varía de
un individuo a otro, y de un estado emocional a otro. El tiempo psicológico ex-
pande o concentra el tiempo físico, lo dota de espesor o lo diluye. Este tiempo
de la conciencia es un objeto que ha sido estudiado por la filosofía como la ver-
dadera medida del tiempo, pues aunque el ser humano se adapta en sus inter-
cambios comunicacionales al tiempo convencional, vive en el tiempo de la
conciencia: cada individuo vive y organiza el tiempo de un modo completa-
mente peculiar. Y este tiempo tiene como expresión el código lingüístico.
En el terreno del acto narrativo, es posible distinguir una doble dimensión
del tiempo: su existencia como componente de la historia y su manifestación
en el ámbito del discurso. Mientras la lingüística expone la distinción entre
enunciación y enunciado, con sus respectivos tiempos, la narratología se hace
eco de esta distinción, y la vincula mediante el formalismo ruso a la que en su
día hiciera ya Aristóteles.
Enunciación y enunciado
Para el autor de la Poética, como ya hemos apuntado, existe una diferencia entre
los hechos que son objetos de la mimesis y su organización en la fabula. Esta dife-
rencia implica una distinción de tiempos: la mimesis tiene su lógica –presumible-
mente, la de la vida ordinaria–, que es modificada a partir de su estructuración en
la fabula. Mientras que el tiempo de la mimesis se rige por el fatum o la necesidad,
el tiempo de la fabula se rige por los criterios de la causalidad y la verosimilitud.
Los narratólogos franceses sintetizan las ideas de Aristóteles, la teoría de la enun-
ciación de Benveniste y la distinción entre tiempo narrante y tiempo narrado de
Müller, y elevan a tres el número de aspectos relacionados con el tiempo narrativo.
Todorov especifica tres tiempos: el tiempo del relato –o de los personajes–, el
tiempo de la escritura –enunciación– y el tiempo de la lectura –recepción.
Genette, por su parte, propone un modelo más simplificado, y configura una
diferenciación entre el tiempo de la historia, es decir, del material o significado,
el tiempo del relato, esto es, el del significante o historia configurada formal-
mente en forma de texto, y el tiempo de la narración, es decir, el de la enuncia-
ción o el proceso que permite el paso de la historia al relato.
1) Narración ulterior
Se entiende por narración ulterior el acto narrativo que se sitúa en una posición
de posterioridad con relación a la historia. Ésta es dada por terminada y resuelta
en cuanto a las acciones que la integran; sólo entonces el narrador, colocándose
ante este universo diegético cerrado, inicia el relato, en una situación que es la de
quien conoce en su totalidad los eventos que narra. De ahí la posibilidad de ma-
nipulación calculada de los procedimientos de los personajes, de los incidentes de
la acción, incluso de la anticipación de los que el narrador sabe que van a ocurrir.
La narración ulterior se adecua, en especial, a dos situaciones narrativas: la que es
regida por un narrador heterodiegético, muchas veces en focalización omniscien-
te y comportándose como entidad demiúrgica que controla el universo diegético;
y la que protagoniza un narrador autodiegético, sobre todo cuando es inspirado
por intenciones de evocación autobiográfica o memorial.
El señor de Ballantrae
Robert Louis Stevenson (cap. 1)
tar fielmente cuanto aconteció y quien con más imparcialidad puede juzgar los diferentes
aspectos secretos de su vida y tengo en mi poder fragmentos de sus memorias auténticas;
en su último viaje fui casi su único acompañante; formé parte de aquella angustiosa ex-
pedición invernal de la que tanto se ha hablado; en fin: presencié su muerte. En cuanto
al difunto Lord Durrisdeer, a quien serví fielmente y con cariño durante más de treinta
años, a medida que le conocí más íntimamente, más creció mi afecto por él. En resumen:
no quiero que tantos testimonios desaparezcan; debo contar la verdad acerca de Milord.
Y de esta manera, pagada mi deuda, espero que mis postreros años se deslizarán más tran-
quilos y mi canosa cabeza descansará con más sosiego sobre la almohada.”
2) Narración anterior
Se denomina narración anterior al acto narrativo que antecede a la ocurrencia
de los eventos a los que se refiere. Es, como puede suponerse, un procedimiento
narrativo relativamente raro, puesto que ocurre cuando se enuncia un relato de
tipo predictivo, anticipando acontecimientos proyectados en el futuro de los
personajes de la historia y del narrador.
Plataforma
Michel Houellebecq
“Algún tailandés me encontrará al cabo de unos días, seguro que pocos; en estos cli-
mas, los cadáveres apestan enseguida. No sabrán que hacer conmigo, y probablemen-
te llamarán a la embajada francesa. Como estoy lejos de ser un indigente, la cosa será
fácil de arreglar. De hecho, quedará bastante dinero en mi cuenta bancaria; no sé
quien lo heredará; probablemente el Estado, o algún pariente lejano.”
“Al contrario que otros pueblos asiáticos, los tailandeses no creen en los fantasmas, y
les interesa poco el destino de los cadáveres; la mayor parte va directamente a la fosa
común. Como no dejaré instrucciones, correré la misma suerte. Alguien firmará el
certificado de defunción, y muy lejos de aquí, en Francia, alguien marcará una casilla
en un fichero de estado civil. Algunos vendedores ambulantes, acostumbrados a ver-
me por el barrio, menearán la cabeza. Alquilarán mi apartamento a un nuevo inqui-
lino. Me olvidarán. Me olvidarán enseguida.”
3) Narración intercalada
Se entiende por narración intercalada aquel acto narrativo que, sin esperar a
la conclusión de la historia, resulta de la fragmentación de la narración en varias
etapas interpuestas a lo largo de la historia.
© Editorial UOC 43 Capítulo I. El relato y la narración
4) Narración simultánea
La narración simultánea está constituida por aquel acto narrativo que coinci-
de temporalmente con el desarrollo de la historia. Se trata de una superposición
precisa que, por el rigor que presenta, se distingue de la imprecisión que nor-
malmente caracteriza a la distancia temporal de la narración ulterior o de la na-
rración anterior con relación al acontecimiento de la historia.
“Ahora hay seis personas en torno a una mesa oval bastante bonita, probablemen-
te de imitación caoba. Las cortinas, verde oscuro, están corridas; se diría que esta-
mos en un saloncito. De repente, presiento que la reunión va a durar toda la
mañana.”
“El primer representante de Ministerio de Agricultura tiene los ojos azules. Es joven,
lleva gafas pequeñas y redondas, aún debía de ser estudiante hace muy poco. A pesar
de su juventud, produce una notable impresión de seriedad. Toma notas durante toda
la mañana, a veces en los momentos más inesperados. Es, obviamente, un director, o
al menos un futuro director.”
3.2.3. Anacronías
El término anacronía designa todo tipo de alteración del orden de los eventos
de la historia cuando son representados por el discurso.
Estamos ante anacronías cuando un acontecimiento que, en el desarrollo
cronológico de la historia, se sitúa al final de la acción es relatado anticipada-
mente por el narrador; o cuando la compresión de los hechos del presente de la
acción puede requerir recuperar sus antecedentes remotos.
Si bien es cierto que el orden temporal tiende a ser considerado como consecuencia
de la causalidad que activa la sucesión lógica de los acontecimientos integrados en
la historia, también lo es que la reordenación, en el plano del discurso, de estos
acontecimientos abre camino a variadas posibilidades explicativas, normalmente
inspiradas por las motivaciones subyacentes a la mencionada reordenación: rela-
ción dialéctica pasado/presente, presentación, en una óptica causalista-determinis-
ta, de la raíces remotas de ciertas situaciones y ocurrencias y recuperación de hechos
necesarios para comprender, en términos funcionales, la dinámica de la acción, son
algunas de estas motivaciones, naturalmente en sintonía con el contexto tematicoi-
deológico que caracteriza a la narrativa. Por otra parte, la detección de las anacro-
nías en las que se traduce una peculiar ordenación discursiva de la historia es
favorecida por las marcas de articulación de estas anacronías; la mayor nitidez de
estas marcas de articulación se relaciona directamente con las precauciones que, en
el marco de la pragmática narrativa, el emisor entiende tomar, para que el receptor
del relato descodifique las anacronías, neutralice los saltos temporales y reconstitu-
ya la cronología de la historia.
1) Analepsis
Además de corresponder genéricamente al concepto designado también por el
término flash-back, la analepsis es todo movimiento temporal destinado a relacionar
eventos anteriores al presente de la acción e incluso, en algunos casos, a su inicio.
La analepsis es un recurso narrativo de amplia utilización y desempeña fun-
ciones muy distintas en la orgánica del relato; puede, por ejemplo, ilustrar el pa-
sado de un personaje relevante, o recuperar eventos cuyo conocimiento sea
necesario para dotar de coherencia interna a la historia.
Las analepsis son externas cuando su alcance se remonta a un momento anterior
al del punto de partida del relato primero. Las internas, en cambio, sitúan su alcance
dentro del relato primero y, a diferencia de las externas, corren un permanente ries-
go de entrar en conflicto con éste. Las analepsis mixtas, finalmente, tienen su alcan-
ce en un momento anterior al comienzo del relato principal, mientras que su
amplitud cubre un periodo de tiempo que finaliza dentro del relato primero.
2) Prolepsis
El concepto de prolepsis corresponde a todo movimiento de anticipación por
el discurso de eventos cuya ocurrencia en la historia es posterior al presente de
la acción. La prolepsis puede ser interna, cuando se traduce en la anticipación
de informaciones inscritas en el cuerpo de la propia narrativa, o externa, cuando
se proyecta más allá del cierre de la acción. En este último caso, no debe con-
© Editorial UOC 47 Capítulo I. El relato y la narración
fundirse con el epílogo. Como observa Genette, “la narrativa en primera perso-
na se presta mejor que cualquier otra a la anticipación, por su declarado carácter
retrospectivo, que autoriza al narrador a alusiones al futuro y particularmente a
su situación presente” (Genette, 1972, pág. 106).
La clasificación de las prolepsis se desarrolla en los mismos términos que las analepsis.
3) Duración y frecuencia
Aunque el concepto de duración fue manejado por Genette en sus investi-
gaciones sobre la narración, pronto quedó en desuso y fue sustituido por el de
velocidad: “la velocidad de una narrativa se ha de definir por la relación entre
una duración, la de la historia, y una extensión: la del texto” (Genette, 1972,
pág. 123). En general, el término duración engloba una serie de procedimientos
cuya función es acelerar o ralentizar la velocidad o tempo del relato.
Los cinco movimientos que regulan el ritmo narrativo reciben los nombres
de elipsis, sumario, escena, pausa y digresión reflexiva:
Otra dimensión temporal que hay que tener en cuenta en las relaciones entre
historia y relato es la frecuencia, que atiende al criterio del número de veces que
un acontecimiento de la historia es mencionado en el relato. En el análisis de la
frecuencia, caben tres posibilidades:
“La gran paradoja del personaje –al igual que la de otros tantos aspectos del sistema
literario– es que se desenvuelve en el ámbito del relato con la soltura de una persona
sin que jamás pueda identificarse con ninguna. El personaje come, duerme, habla, se
encoleriza o ríe, opina sobre el tiempo que le ha tocado vivir y, sin embargo, las claves
de su comprensión no residen ni en la biología, la psicología, la epistemología o la
ideología, sino en las convenciones literarias que han hecho de él un ejemplo tan per-
fecto de la realidad objetiva que el lector tiende inevitablemente a situarlo dentro del
mundo real (aunque sea mentalmente). Por si fuera poco, bastantes personajes tienen
una gran trascendencia social y el lenguaje los incorpora para aludir a ciertos tipos de
personas que coinciden con los rasgos característicos de aquél: Quijotes y Sanchos,
Dr. Fausto, Emma Bovary o la Regenta, Tenorios, Leopold Bloom…”
Antonio Garrido Domínguez (1996, pág. 68). El texto narrativo. Madrid: Síntesis.
Sintagma / paradigma
“Para Saussure, las relaciones de los términos lingüísticos pueden desarrollarse en dos
planos, cada uno de los cuales genera sus propios valores; estos dos planos correspon-
den a dos formas de actividad mental (esta generalización será recogida por Jakob-
son). El primero es el de los sintagmas; el sintagma es una combinación de signos que
tiene como base la extensión; en el lenguaje articulado esta extensión es lineal e irre-
versible […]. Cada término adquiere aquí su valor por oposición a lo que precede y a
lo que sigue […]. El segundo plano es el de las asociaciones fuera del discurso, las uni-
dades que tienen entre sí algo en común se asocian en la memoria y forman de esa
manera grupos en los que reinan las relaciones más diversas […]. Después de Saussure
el plano asociativo ha tenido un desarrollo considerable; su nombre mismo ha cam-
biado; no se habla actualmente de plano asociativo sino de plano paradigmático.”
“Personajes como Don Quijote, Julien Sorel, Emma Bovary o Teodorico Raposo son in-
disociables de sentidos de extracción temática e ideológica –el idealismo, la ambición,
el sentimentalismo novelesco, la hipocresía–, confirmados en función de conexiones
sintácticas y semánticas con otros personajes de la misma narrativa e incluso en fun-
ción de asociaciones intertextuales con personajes de otras obras de ficción”.
Carlos Reis; Ana Cristina M. Lopes (2002). Diccionario de narratología (2.ª ed., pág. 199).
Salamanca: Almar.
© Editorial UOC 52 Narrativa audiovisual
Como señalan Reis y Lopes, “las virtualidades semánticas y estéticas del texto
narrativo dependen en gran medida del modo como en él se combinan, sobre-
ponen o entrelazan el discurso del narrador y los discursos de los personajes”.
En el texto se entrecruzan varias voces, y es justamente en esta alternancia don-
de se construye la productividad semántica del texto.
El discurso de los personajes puede ser analizado teniendo en cuenta el mayor
o menor grado de autonomía con relación al discurso del narrador. Genette dis-
tingue tres modos de representación del discurso de los personajes (récit de paro-
les), teniendo como criterio el grado de mimesis que preside su reproducción:
Casi todas las tipologías del personaje que han sido elaboradas por teóricos
de toda índole metodológica sitúan la cuestión del personaje en su papel dentro
del marco de la estructura narrativa; esto es, más como una categoría abstracta
definida por su actividad o su cometido dentro de la trama que por sus caracte-
rísticas como ser individual y humano. En las clasificaciones disponibles, se
© Editorial UOC 53 Capítulo I. El relato y la narración
1. La primera categoría de Frye es la del héroe superior por naturaleza respecto al en-
torno y al resto de los seres humanos: se trata del héroe mítico.
2. La segunda es el héroe propio de lo maravilloso, en la que el héroe es superior al entorno
y a los otros hombres, pero no en forma absoluta sino en determinado grado.
3. La tercera se refiere a lo mimético elevado, en la que el héroe se muestra superior a
los demás hombres pero no al entorno.
4. La cuarta es lo mimético bajo, en la que el héroe se comporta en un grado de igual-
dad como un personaje patético y aislado tanto interna como externamente.
5. La quinta categoría es la de la ironía, en la que el héroe es inferior a los demás (o
finge serlo).
© Editorial UOC 55 Capítulo II. Del discurso narrativo...
Capítulo II
Del discurso narrativo a la narrativa audiovisual
Los teóricos han discutido también las funciones del relato. Los textos expo-
sitivos narrativos circulan porque sus historias son dignas de explicar, “valen la
pena”; pero ¿qué hace que una historia “valga la pena”?, o planteado de otro
modo: ¿qué hacen los relatos?
En primer lugar, las narraciones causan placer (según Aristóteles, por su imi-
tación de la vida y su ritmo peculiar). La estructura narrativa que incluye un giro
importante produce placer en sí misma, y muchas narraciones persiguen sobre
todo este objetivo: entretener a los lectores, produciendo un cambio imprevisto
en situaciones familiares.
El placer de la narración se relaciona con el deseo. Las intrigas narrativas
nos cuentan sobre el placer y lo que sucede con éste, pero el propio movi-
miento de la narrativa está guiado por el placer, bajo la forma de “epistemo-
filia” (deseo de saber): queremos descubrir secretos, saber cómo acaba, hallar
la verdad.
Si lo que guía las narraciones es el impulso de desvelar la verdad, ¿qué su-
cede entonces con el saber que estas narraciones nos ofrecen para satisfacer ese
deseo? ¿Se trata de conocimiento en sí mismo o es un efecto del deseo? La teo-
ría se hace preguntas como éstas sobre la relación entre el deseo, las historias
y el conocimiento.
La pregunta fundamental que debe hacerse la teoría de la narración es ésta:
¿es la narración una forma básica de conocimiento –que permite conocer el
mundo por su capacidad de dar sentido–, o se trata más bien de una estructura
© Editorial UOC 56 Narrativa audiovisual
retórica que distorsiona tanto como desvela? ¿Es la narrativa fuente de conoci-
miento o de ilusión?
Como recuerda Culler, el teórico Paul de Man observó que, mientras que na-
die en su sano juicio intentaría cultivar viñedos a la luz de la palabra día, nos
resulta verdaderamente muy difícil no concebir nuestras vidas a partir de esque-
mas de narraciones ficcionales. ¿Implica esto que los efectos de discernimiento
y consuelo que causa la narrativa son engañosos?
Para poder responder a tales preguntas, necesitaríamos disponer a la vez
de un conocimiento del mundo independiente de la narración y de razones
para considerar este conocimiento como de mayor autoridad que el que ofre-
ce la narrativa. Sin embargo, la existencia hipotética de este conocimiento
con autoridad, pero ajena a toda forma narrativa, es precisamente lo que está
en juego en la pregunta de si la narración proporciona conocimiento o ilu-
sión. De este modo, no parece posible responder a la pregunta, si es que tiene
respuesta.
En lugar de buscar una respuesta, debemos movernos entre la concepción
de la narración como recuso retórico que crea una ilusión de perspicacia y el
estudio de la narración como nuestro medio principal de creación de signifi-
cado. Después de todo, como afirma Culler, “incluso la propia afirmación de
que la narración no es más que retórica sigue la estructura de una historia; se
trata de una narración en la que nuestro engaño inicial ha dado paso a la dura
luz de la verdad, y terminamos más tristes, pero más sabios; desilusionados,
pero aleccionados”.1
1. Northop Fry (1973). “Especulación e interés”. En: La estructura inflexible de la obra literaria.
Madrid: Taurus.
© Editorial UOC 57 Capítulo II. Del discurso narrativo...
textos narrativos, que atañe, por una parte, a las circunstancias y condiciona-
mientos que presiden la comunicación de un modo general y reclama, por otra,
la acción de factores y agentes que determinan la calidad narrativa de este tipo
de comunicación.
No está de más, entonces, recordar lo que se entiende por comunicación. De
un modo general, diremos que ésta es el proceso responsable del paso de una
señal –lo que no significa necesariamente un signo– emitida por una fuente,
a través de un transmisor, a lo largo de un canal, hasta un destinatario –o pun-
to de destino.
Consideraremos, por tanto, que la comunicación implica una significa-
ción y la integra en su dinámica: cuando el destinatario es un ser humano,
estamos ante un proceso de significación, ya que la señal no se limita a fun-
cionar como simple estímulo sino que necesita una respuesta interpretativa
en el destinatario.
Como proceso y práctica susceptible de convocar al menos a dos sujetos, la
comunicación se prolonga en el tiempo, se sitúa bajo condicionamientos psico-
culturales y socioculturales muy variados y se dirige a una adquisición de cono-
cimiento que se afirma como resultado necesario e inevitable de toda semiosis.
Sin embargo, el conocimiento que se procura transmitir mediante la comunica-
ción no anula la posibilidad de concebir el acto comunicativo como algo más
que un acto informativo: puede ser modulada también en términos persuasivos
o en términos argumentativos, requiriendo a este efecto estrategias que sirvan
expresamente para esto.
La comunicación narrativa que aquí hay que tener en cuenta es la que se ar-
ticula por la interacción de dos entidades: narrador y narratario, sabiendo que
no conviene en ningún caso olvidar los problemas teóricos nacidos de un aná-
lisis de la comunicación narrativa tratada en términos sociosemióticos.
En una perspectiva narratológica, nos trasladaremos del campo del autor
empírico y del lector real para situarnos en la esfera de la acción del narrador
y del narratario, sin olvidar, sin embargo, que la actividad de estos últimos
es tributaria de la experiencia historicocultural del autor empírico y del co-
nocimiento que éste posee de los mecanismos de activación de la comunica-
ción literaria.
Diagramáticamente, puede establecerse del siguiente modo el proceso de co-
municación narrativa:
© Editorial UOC 58 Narrativa audiovisual
Pragmática
Código
“Se entiende por código una convención que establece la modalidad de correlación
entre los elementos presentes de uno o más sistemas asumidos como plano de la ex-
presión y los elementos ausentes de otro sistema (o de más sistemas ulteriormente co-
© Editorial UOC 60 Narrativa audiovisual
1.3. El autor
ciones. Este compromiso fue reflejado de una forma muy clara en la frase pro-
nunciada por Gustave Flaubert: “Mme. Bovary c’est moi”.
De lo que se trata es de saber hasta qué punto autor y personajes comparten
concepciones y juicios de valor o, en otros términos, en qué medida se aproxi-
man dos puntos de vista: el del autor –entendido en la acepción corriente de
opinión o visión del mundo– y el del personaje, eventualmente plasmado en el
rigor técnico propio de la focalización interna y remitiendo también a una cier-
ta actitud de corte ideológico.
Con esto no se cuestiona un principio irrevocable que no puede dejar de estar
presente cuando se analiza la actitud del autor con relación al universo diegético
representado: el principio de que entre el autor y las entidades representadas en
la narrativa –desde el narrador hasta los personajes– existe una diferencia funda-
mental e irreversible.
Esta diferencia es la que permite distinguir la vinculación del autor al mundo
real y la de las entidades de ficción al mundo posible construido por la narrativa. El
propio autor construye, de un modo u otro y en mayor o menor grado, su conexión
con los personajes a partir de actitudes contractuales, que están basadas tanto en la
vigencia sociocultural de ciertos géneros como en mecanismos institucionales de
validación y preservación del fenómeno narrativo como práctica estética.
1.3.2. El lector
De nuevo hay que distinguir entre dos niveles de lector. Un lector real, que
se coloca en el mismo plano que el autor empírico, y un lector modelo, virtual
o ideal que se relaciona con el narratario. El lector empírico o real es, en térmi-
nos semióticos, el receptor. Por el contrario, el destinatario, en cuanto a lector
ideal, no debe entenderse como receptor del texto, sino más bien como un ele-
mento con relevancia en la estructuración del propio texto. Sin embargo, este
lector ideal nunca puede ser configurado o construido por el emisor con auto-
nomía absoluta con relación a los virtuales lectores empíricos contemporáneos.
La cuestión del lector ha sido fuente de varias aproximaciones teóricas:
“El debate clásico apuntaba a descubrir en un texto bien lo que el autor intentaba de-
cir, bien lo que el texto decía independientemente de las intenciones del autor. Sólo
tras aceptar la segunda posibilidad cabe preguntarse si lo que se descubre es lo que el
texto dice en virtud de su coherencia textual y de un sistema de significación subya-
cente original, o lo que los destinatarios descubren en él en virtud de sus propios sis-
temas de expectativas.”
“Un texto es un dispositivo concebido con el fin de producir un lector modelo. Este
lector no es el único que hace la «única» conjetura correcta. Un texto puede prever
un lector con derecho a intentar infinitas conjeturas. El lector empírico es sólo un ac-
tor que hace conjeturas sobre la clase de lector modelo postulado por el texto. Puesto
que la intención del texto es básicamente producir un lector modelo capaz de hacer
conjeturas sobre él, la iniciativa del lector modelo consiste en imaginar un autor mo-
delo que no es el empírico y que, en última instancia, coincide con la intención del
texto. Así, más que un parámetro para usar con el fin de validar la interpretación, el
texto es un objeto que la interpretación construye en el curso del esfuerzo circular de
validarse a sí misma sobre la base de lo que construye como resultado.”
El análisis estructural del relato fue iniciado por el teórico ruso Vladimir Pro-
pp, que con su célebre Morfología del cuento propuso un modelo de descripción
del cuento popular maravilloso centrado en el inventario de los elementos cons-
tantes de este tipo particular de forma narrativa. El trabajo de Propp suscitó lue-
go todo tipo de revisiones críticas y reformulaciones, pero quedó como sólida
base para los posteriores acercamientos a un análisis de la narrativa aplicado a
las estructuras universales.
Las diferentes propuestas de este análisis estructural de vocación universal re-
curren al modelo lingüístico. Como regla general, se plantea la necesidad de
construir una gramática narrativa y, por otra parte, se considera una tarea prio-
ritaria aislar el código del mensaje. Sólo el código es sistemático, compuesto por
un número finito de unidades de base y por un conjunto restringido de reglas
combinatorias: describir la estructura de la narrativa implica detectar sus unida-
des pertinentes y la invariabilidad de la relación que las caracteriza. Esto implica
también que el estudio estructural de la narrativa privilegia el plano de la histo-
ria en detrimento del discurso.
Aunque fue la base de un método que ampliaría su campo de estudio, el aná-
lisis de Vladimir Propp se centró en un corpus restringido de cuentos populares.
Tras esta decisión metodológica, se encuentra la idea de que los cuentos infan-
tiles son el reducto final de la narración pura, y sus contenidos permanecen in-
alterados porque responden, precisamente, a una función principal: transmitir
conocimiento.
“Nunca, ni en ninguna parte, ha sido el hombre capaz de hacer frente a los avatares
de la vida sin recurrir a fantasías que, al tiempo que le alegraban y confortaban, apor-
taban un alivio imaginario a las tensiones y zozobras de su opresivo entorno.”
La primera función de este tipo de narraciones sería, por lo tanto, aliviar las ten-
siones. Sin embargo, hay más: en un segundo lugar, las narraciones de transmisión
© Editorial UOC 65 Capítulo II. Del discurso narrativo...
oral sirven también para presentar modelos de comportamiento, para desechar ac-
titudes reprobables o para transmitir cualquier tipo de enseñanza. Por último, son
un medio importante de cohesión social, al hacer al oyente partícipe del patrimo-
nio cultural del pueblo, al que así se incorpora, integrándose en la comunidad.
Está por ver, sin duda, si tales condiciones siguen y seguirán produciéndose en
nuestra sociedad en la misma medida que en el pasado reciente. Pensemos, de en-
trada, que así será. Los cuentos han demostrado ampliamente su capacidad comu-
nicativa. No en vano, han fascinado a numerosos teóricos por su economía, por su
simplicidad estructural, por su condición de perfecta máquina de comunicar; por
aquello que Italo Calvino denominó “la lógica esencial con la que son contados”.
El cuento popular es, según muchos autores, la forma narrativa más simple,
los relatos sencillos y económicos que estarían, de hecho, en el núcleo de las tres
formas de narrativa popular que Mircea Eliade formuló de un modo diacrónico:
estas formas son los mitos, las leyendas y las epopeyas.
Los mitos son una realidad cultural muy difícil de explicar por su complejidad. Su na-
turaleza y función son objeto de un debate permanente que, por supuesto, excede
tanto el espacio del que disponemos como el tema de este curso. Sin entrar, por lo
tanto, en grandes honduras, apuntaremos simplemente que los mitos pueden ser:
© Editorial UOC 66 Narrativa audiovisual
Las epopeyas tienen una base histórica en la que se entremezclan elementos legenda-
rios y religiosos y, también, abundantes elementos legendarios y religiosos, así como
profusas fantasías que configuran a un héroe, capaz por sí mismo de enfrentarse a
fuerzas sobrehumanas y salir victorioso de las mismas.
El cuento popular está en el núcleo y a la vez puede derivar de estas formas. Pertenece,
por lo tanto, al folclore, es decir, al saber tradicional del pueblo, y en esto es semejan-
te a los usos y costumbres, las creencias y ceremonias. Precisamente, esta conexión
profunda con la voz del pueblo ha sido lo que ha llevado a múltiples teóricos a en-
tenderlos como objetos de análisis científico. Gracias a los estudios del finlandés Antii
Aarne y del estadounidense Stith Thompson, que realizaron tipologías de cuentos
universales basándose en la repetición de motivos o temas fundamentales, el cuento
se considera un objeto digno de estudio.
Como creaciones populares, los cuentos tienen, en un plano formal, las si-
guientes características:
Si Iván se casa con la princesa, no es lo mismo que si el padre se casa con una viuda
madre de dos hijas. Otro ejemplo: en un primer caso, el héroe recibe cien rublos de
su padre y a continuación se compra con éstos un gato adivino; en otro caso, el héroe
recibe el dinero para recompensarle por el gran hecho que acaba de realizar, y el cuen-
to se concluye aquí. A pesar de la identidad de la acción –una donación de dinero–,
nos encontramos ante elementos morfológicamente diferentes. Resulta, pues, que ac-
tos idénticos pueden tener significados diferentes, y a la inversa.
© Editorial UOC 68 Narrativa audiovisual
Más adelante, Propp propone la lista completa de las funciones de los per-
sonajes. En este listado se encuentra la clave de su metodología, pues al aislar
una serie muy precisa de funciones limitadas se confirma la validez de su pro-
puesta morfológica.
Otorgando a cada función un signo identificativo, el analista puede estable-
cer fórmulas para descomponer todos los cuentos.
De una manera muy sintética, podemos enumerar todas las funciones del
cuento según Propp.
El comienzo, al que se denominará situación inicial, aparece seguido de estas
funciones:
personajes que aparecen en la superficie figurativa del cuento. Para Propp existen
ciertas “esferas de acción”, cada una de las cuales incluye algunas funciones:
proceso de generación del sentido se articulan unos en relación con los otros, a par-
tir de un recorrido que va de lo más simple-abstracto a lo más complejo-concreto.
El nivel más profundo, denominado nivel semionarrativo profundo, consti-
tuye la estructura elemental de la significación, es decir, la condición diferen-
cial mínima que permite captar el sentido. Greimas propone un esquema
gráfico, el famoso cuadrado semiótico, que traduce visualmente las relaciones
entre los elementos sémicos, cuya estructura opositiva se sitúa en la base del
discurso.
Figura 2.2.
Las relaciones lógicas instituidas entre los términos del cuadrado semiótico
configuran un proceso de narrativización que se proyectará en niveles superio-
res del texto.
El paso siguiente consiste en contemplar las relaciones logicosintácticas de
contradicción y de contrariedad y las acciones, igualmente abstractas, de afir-
mación y negación como la base de una serie de acciones y voliciones por par-
te de los sujetos del discurso narrativo. En esta segunda fase, los objetos y
sujetos no tienen todavía un carácter empírico o construido, sino que son sólo
actantes, que existen uno en función del otro, en una relación de estrecha in-
terdependencia sintáctica. Lo que se pretende dejar claro es que en la base de
© Editorial UOC 72 Narrativa audiovisual
la narratividad no sólo hay una oposición de valores, sino también una es-
tructura polémica que contrapone sujetos a sujetos, en pugna por un mismo
objeto de valor.
Los actantes se agrupan en el modelo actancial, que implica seis términos,
distribuidos en parejas y relacionados entre sí:
2. Maria Pia Pozzato. “El análisis del texto y la cultura de masas en la socio-semiótica”. En: Roberto
Grandi (1995). Texto y contexto en los medios de comunicación. Barcelona: Bosch.
© Editorial UOC 74 Narrativa audiovisual
“Dos discursos dirigidos hacia un mismo objeto, dentro de los límites de un contexto,
no pueden ponerse juntos sin entrecruzarse dialógicamente, no importa si se reafir-
man recíprocamente, se complementan, o, por el contrario, se contradicen […] no
pueden estar el uno al lado del otro como dos cosas: han de confrontarse internamen-
te, es decir, han de entablar una relación semántica.”
“No se trata de registrar una estructura, sino más bien de producir una estructura mó-
vil del texto (estructuración que se desplaza de lector en lector a todo lo largo de la
Historia), de permanecer en el volumen significante de la obra, en su significancia. El
análisis textual no trata de averiguar mediante qué está determinado el texto (engar-
zado como término de una causalidad), sino más bien cómo se estalla y se dispersa.”
Roland Barthes. “Análisis textual de un cuento de Edgar Poe” (pág. 324). En: Roland
Barthes (1993). La aventura semiológica. Barcelona: Paidós.
acción que comienza en una lexia y se desenlaza en otra situada mucho más
adelante en el texto.
En tercer lugar, se plantea un análisis progresivo, que recorra paso a paso la
extensión del texto. En el fondo, se trata de desplegar el texto atendiendo al pro-
ceso, crucial, de lectura.
Por último, Barthes señala que el analista no debe preocuparse en exceso si
en el proceso de lectura se olvidan sentidos. “El olvido de sentidos forma parte
de la lectura”. Lo que funda el texto no es una estructura interna, cerrada, sino
la desembocadura del texto en otros textos, otros códigos, otros signos: “lo que
hace al texto es lo intertextual”.3
2. La narrativa audiovisual
3. Roland Barthes. “Análisis textual de un cuento de Edgar Poe”. En: Roland Barthes (1993). La
aventura semiológica. Barcelona: Paidós.
© Editorial UOC 77 Capítulo II. Del discurso narrativo...
“El showing es telling. Las imágenes visuales y acústicas, asociadas al resto de los ele-
mentos portadores de significación –escalas de planos, iluminación, color, etc.– y a
© Editorial UOC 79 Capítulo II. Del discurso narrativo...
Jesús García Jiménez (1993). Narrativa audiovisual (pág. 27). Madrid: Cátedra.
• ¿Es el cine un sistema linguístico, esto es, una lengua (langue), o mera-
mente un lenguaje artístico (langage)?
• ¿Es legítimo emplear la lingüística para estudiar un medio “icónico”
como el cine? Si lo es, ¿existe en el cine algún equivalente del signo lin-
guístico? Si existe un signo cinematográfico, ¿la relación entre significan-
te y significado es “motivada”, o bien “arbitraria”,4 como sucede con el
signo lingüístico?
• ¿Cuál es la materia de la expresión del cine? ¿El signo cinematográfico es,
empleando la terminología de Peirce, icónico, simbólico o indexical, o algu-
na combinación de los tres?5
• ¿Ofrece el cine algún equivalente de la “doble articulación” de la lengua
(es decir, la existente entre los fonemas como unidades mínimas de soni-
do y los morfemas como unidades mínimas de sentido)?
• ¿Qué analogías existen respecto a oposiciones saussurianas como la de pa-
radigma y sintagma?
• ¿Existe una gramática normativa del cine?
4. Para Saussure, la relación entre significante y significado es “arbitraria”, no sólo porque los sig-
nos individuales no revelan vínculo intrínseco alguno entre significante y significado, sino tam-
bién en el sentido de que toda lengua, para crear significado, divide “arbitrariamente” el continuum
del sonido y del sentido.
5. Para Peirce el signo se fundamenta en un proceso, la semiosis, que se define como la acción o
influencia que implica la cooperación de tres elementos: el signo, su objeto y su interpretante.
Aunque Peirce llega a clasificar los signos en una enorme cantidad de categorías, las tres clases de
signos que han pasado a la posteridad como legado teórico son los iconos, los índices y los símbo-
los. Estas tres clases de signos se basan, como todas, en la relación entre signo y objeto. Si la relación
es de tipo material, es decir, que existe una similitud topológica entre el signo y el objeto desig-
nado, estamos ante un signo icónico –es el caso de una fotografía, un dibujo, una escultura o una
onomatopeya, formas que representan por la vía de la semejanza. Si la relación es de contigüidad,
prácticamente de objeto a objeto, estamos ante un índice (o un signo indexical) –es el caso de una
huella, que delata una presencia efectiva, o el humo, que delata un fuego. Si la relación es conven-
cional, es decir, establecida por algún tipo de ley, escrita o no, estamos ante un símbolo (o un signo
simbólico).
© Editorial UOC 81 Capítulo II. Del discurso narrativo...
2.2.1. El cine-lengua
Uno de los principales críticos contra la teoría del cine como lengua de
Pasolini fue Umberto Eco, para quien el primero cometía dos errores graves
desde la perspectiva de una semiótica rigurosa. El primero de los errores es que
las acciones humanas no son un producto natural, sino convenciones cultura-
les. El segundo es que los presuntos signos del cine –las imágenes– no son sig-
nos, sino enunciados.
Para poder hablar de un lenguaje, es necesario contemplar tres condiciones:
disponer de un conjunto finito de signos; que estos signos sean susceptibles de
ser integrados en un repertorio léxico; y que pueda ser diseñado un sistema de
reglas al que debe atenerse cualquier configuración discursiva. Las imágenes no
cumplen ninguna de estas reglas, así que, en rigor, no forman un lenguaje.
En el audiovisual intervienen códigos de distinta índole, pero los que han
sido considerados como propios de los medios audiovisuales no son específicos,
varían constantemente y no son susceptibles de atenerse a reglas según un re-
pertorio léxico finito.
“Entre todos estos problemas de teoría cinematográfica, uno de los más importantes
es el de la impresión de realidad que el espectador experimenta ante el filme. Más que
la novela, más que la obra de teatro, más que el cuadro del pintor figurativo, el filme
nos produce la sensación de asistir directamente a un espectáculo casi real […]. Existe
una modalidad fílmica de la presencia altamente creíble.”
Christian Metz (2002). Ensayos sobre la significación en el cine (1964-1968) (vol. 1, pág. 32).
Barcelona: Paidós.
Si para Pasolini la lengua del cine era una articulación de los objetos del
mundo real, Metz plantea su teoría del cine basándose en el presupuesto de que
una de las claves del cine es, precisamente, la “impresión” de realidad. El pro-
blema, por lo tanto, se desplaza: de una imposibilidad ontológica de separación
entre cine y realidad, pasamos a una refutación de la realidad, algo que ya estaba
haciendo, de hecho, la semiótica ortodoxa.
Para Metz, todo el cine, incluso el que se basa en la más pura fantasía, crea
una impresión de realidad. La primera clave de esta impresión de realidad es el
movimiento de las imágenes cinematográficas.
Citando al teórico Edgar Morin, Metz afirma que la conjunción propia del
cine entre la realidad del movimiento y la apariencia de las formas implica la
sensación de vida concreta y la percepción de la realidad objetiva. El movimien-
to aporta un índice suplementario de realidad y revela la corporeidad de los ob-
jetos, pero también contribuye a la impresión de realidad de un modo directo,
ya que el movimiento que se percibe es siempre percibido como real.
Otra de las claves de la impresión de realidad es, paradójicamente, el débil
grado de existencia de las “criaturas fantasmáticas” que se convocan en la pan-
talla cinematográfica. A diferencia del teatro, en el que el aparato de la puesta
en escena es tan obviamente real que impide que el espectador confunda la re-
presentación con la realidad, el cine ofrece un espectáculo completamente
irreal, que se desarrolla en “otro mundo”. En el cine, el mundo real no interfiere
© Editorial UOC 85 Capítulo II. Del discurso narrativo...
“En suma, el secreto del cine consiste en conseguir muchos índices de realidad dentro
de las imágenes, que, así enriquecidas, seguirán siendo percibidas pesa a todo como
imágenes. Las imágenes pobres no alimentan lo bastante el imaginario como para
que éste adquiera realidad. Inversamente, la simulación de una fábula con medios tan
ricos como lo real –caso del teatro– corre siempre el riesgo de aparecer simplemente
como una simulación demasiado real de un imaginario sin realidad.”
Christian Metz (2002). Ensayos sobre la significación en el cine (1964-1968) (vol. 1, pág. 40).
Barcelona: Paidós.
En cuanto a las cualidades narrativas del cine, Metz apunta que la tradición
narrativa del medio es resultado de una demanda muy concreta, la de un públi-
co que ha asumido como natural el hecho narrativo. La fórmula de base, que ha
tenido muy pocas variantes desde la institución del cine como medio de masas,
es la que consiste en denominar filme a una gran unidad que nos cuenta una
historia, e “ir al cine” es ir a ver esta historia.
Para Metz, el cine se presta admirablemente bien a la fórmula narrativa: “su
mecanismo semiológico íntimo tiene la narratividad bien sujeta al cuerpo”.
“El reinado de la ‘historia’ llega tan lejos que, al decir de ciertos análisis, la imagen,
instancia que se considera constitutiva del cine, queda eclipsada por la intriga que
ella misma teje, y sólo en teoría el cine es arte de las imágenes. El filme, que parece
susceptible de dar lugar a una lectura transversal mediante la libre exploración del
contenido visual de cada ‘plano’, es casi siempre objeto de una lectura longitudinal,
precipitada, desfasada hacia delante y ansiosa por la ‘continuación’.”
Christian Metz (2002). Ensayos sobre la significación en el cine (1964-1968) (vol. 1, pág. 71).
Barcelona: Paidós.
6. Christian Metz (1966). “El cine moderno y la narratividad”. En: Christian Metz (2002). Ensayos
sobre la significación en el cine (1964-1968) (vol. 1). Barcelona: Paidós.
7. Es fácil rastrear la presencia del plano autónomo a lo largo del corpus textual de la historia del
cine. Una secuencia de un solo plano muy estudiada la encontramos, por ejemplo, en el filme
Touch of Evil (Sed de mal) de Orson Welles (1958), en el que la cámara contempla hasta tres accio-
nes distintas durante los tres minutos y veinte segundos que una bomba tarda en estallar desde
que es colocada por el criminal.
© Editorial UOC 88 Narrativa audiovisual
“El diálogo entre el teórico del cine y el semiólogo no puede establecerse más que des-
de un punto situado muy por encima de […] especificaciones idiomáticas o […] pres-
cripciones conscientemente obligatorias. Lo que se necesita comprender es el hecho
de que los filmes se comprendan. La analogía icónica no podría dar cuenta por sí sola
de esta inteligibilidad de las co-ocurrencias en el discurso cinematográfico. Ésta es la
tarea de una gran sintagmática.”
Para Metz, una de las claves del cine era la “impresión de realidad” del filme.
Desde los comienzos de la teoría cinematográfica, el tema del realismo ha sido un
objeto de reflexión permanente. Teóricos como Sigfrid Krakauer y André Bazin hi-
cieron del supuesto realismo intrínseco de la imagen cinematográfica la piedra de
toque de una estética cinematográfica con vocación democrática e igualitaria.
Para estos teóricos, el medio mecánico de reproducción fotográfica asegura-
ba la objetividad esencial del cine. Hay aquí una idea opuesta a la de Arnheim.
Para Arnheim, los defectos del cine –la falta de una tercera dimensión, por ejem-
© Editorial UOC 89 Capítulo II. Del discurso narrativo...
plo– eran la base sobre la que edificar la excelencia artística potencial del medio,
pero lo que para Arnheim debía ser superado –la reproducción mecánica del
cine de las apariencias fenoménicas– era para Bazin y Kracauer la clave absoluta
del poder del cine.
Para Bazin, el cine ofrece una satisfacción al arraigado deseo de sustituir el
mundo por su doble.
El cine combina la mímesis de la fotografía estática con la reproducción del
tiempo: “La imagen de las cosas es, de la misma manera, la imagen de la dura-
ción de éstas, modificadas, momificadas por así decirlo”. La valorización del rea-
lismo tiene, en Bazin, una dimensión ontológica: el realismo era la realización
en el medio de lo que él había denominado mito del cine total. Este mito había
inspirado a los inventores del medio, que, según él, habían imaginado en el cine
una representación total y completa de la realidad, la posibilidad de la recons-
trucción de una ilusión perfecta del mundo exterior. Por este motivo, el cine
mudo en blanco y negro dio paso al cine sonoro y en color, en una inexorable
progresión tecnológica hacia un realismo cada vez más convincente.
Bazin distinguió entre los cineastas que ponen su fe en la “imagen” y los
que ponen su fe en la “realidad”. Los cineastas de la imagen, especialmente
los expresionistas alemanes y los cineastas soviéticos desarrolladores del
montaje, diseccionaban la integridad del continuo espaciotemporal del
mundo y lo seccionaban en fragmentos. Los directores realistas, por su parte,
empleaban la duración del plano secuencia en conjunción con una puesta
en escena en profundidad para crear la sensación de planos múltiples de una
realidad en relieve.
Las preferencias estéticas de Bazin se inclinaban por los cineastas que ponían
su fe en la imagen. Esta tradición se iniciaba con los Lumière, proseguía con
Flaherty y Murnau, era reforzada por Welles y Wyler y se cumplía a la perfec-
ción en el neorrealismo italiano. En concreto, Bazin valoró las tramas descar-
nadas y relativamente carentes de acontecimientos de las primeras películas
neorrealistas, las vacilantes motivaciones de sus personajes y la lentitud y el es-
pesor de los ritmos cotidianos. Distinguía entre un naturalismo plano que busca
la verosimilitud superficial y un realismo profundo que ahonda en las raíces de lo
real. Para Bazin, el realismo no tenía tanto que ver con la adecuación mimética
literal entre representación fílmica y el mundo exterior como con la honestidad
testimonial de la puesta en escena.
© Editorial UOC 90 Narrativa audiovisual
“Para Kracauer, el cine escenifica la cita con lo contingente, con el flujo impredecible
y abierto de la experiencia cotidiana. No en vano Kracauer cita al otro gran teórico
del realismo democrático, Erich Auerbach, quien habla de la novela moderna y su re-
gistro del ‘momento azaroso, independiente hasta cierto punto de los órdenes con-
trovertidos e inestables a cuyo alrededor luchan y se desesperan los hombres; un
momento que permanece intacto, como la vida diaria’. Quizá como rechazo visceral
de las certezas autoritarias y las jerarquías monumentalistas de la estética fascista, Kra-
cauer pone el énfasis, como Auerbach, en esta ‘ocupación ordinaria del vivir’. La vo-
cación del cineasta, desde este punto de vista, sería iniciar al espectador en el
conocimiento apasionado de la existencia cotidiana y en el amor crítico por ésta.”
Robert Stam (2001). Teorías del cine (pág. 102). Barcelona: Paidós.
El realismo, en suma, está generado por una serie de estrategias destinadas a ne-
gociar el pacto que se establece entre el texto y el referente, minimizando la resis-
tencia o la duda ante las promesas de transparencia o autenticidad del texto.
Sin embargo, hay varias clases de realismo. Este esquema de Bill Nichols
pretende dar cuenta de esto:
“El realismo presenta la vida, tal como se vive y se observa. El realismo es también
una posición ventajosa desde la que ver la vida y sumergirse en ella. En la narrativa
clásica de Hollywood, el realismo combina una visión del mundo imaginario con mo-
mentos en los que se hace evidente una autoría (generalmente, al principio y al final
de las historias, por ejemplo) para realzar la sensación de una moral y la singularidad
de su importancia. En la narrativa modernista (la mayor parte del cine de arte y en-
sayo europeo, por ejemplo) el realismo combina un mundo imaginario transmitido
a través de una mezcla de voces objetivas y subjetivas con patrones de evidencia de
la autoría (por lo general a través de un estilo personal marcado y característico) para
transmitir una sensación de vasta ambigüedad moral. En el documental, el realismo
junta dos representaciones objetivas del mundo histórico y la evidencia retórica para
transmitir una argumentación acerca del mundo.”
Tabla 2.1.
Clases Clases Discurso autoral El espectador se aplica
de cine de mundo mediante... para interpretar
Hollywood clásico Imaginario, unitario Estilo y trama, realismo Una moral singular
“Me resisto a emplear el término ‘plano’ porque está demasiado cargado con la estética
tradicional. Los planos están catalogados además en una lista que impide reflexionar
sobre ellos, puesto que pone límites formales a su existencia práctica: los encorseta en
esa línea que va desde el plano de detalle al plano general, siempre con la idea de que
se trata de procesos de acercamiento o alejamiento a lo profílmico. El concepto de vec-
tor se refiere, por el contrario, a un todo en el que se conjunta acción y espacio para dar
lugar a una unidad del drama que se une a las demás para formar la escena”.
8. Jean Mitry. “El signo directo o la ‘imagen neutra’”. En: Jean Mitry (2000). La semiología en tela
de juicio (cine y lenguaje). Madrid: Akal.
© Editorial UOC 93 Capítulo II. Del discurso narrativo...
“Resumiendo: hay que entender la escena como el lugar donde el plano (vector) ob-
tiene significado y no la inversa. No existen planos aislados, como pretende la plani-
ficación clásica, sino partes incompletas de un conjunto que los determina. La
escena no es, por lo tanto, una representación mimética de la realidad, ni tampo-
co es una representación de la misma a través de un espacio homogéneo parecido
al escenario teatral o al marco pictórico. La escena cinematográfica tiene la forma
virtual que le confiere la confluencia de los diferentes vectores espacio-emociona-
les que la componen.”
Hechas estas salvedades pertinentes, y una vez ha quedado claro que las prác-
ticas significantes del cine se encuentran no sólo en los acontecimientos que re-
flejan sus imágenes, sino en una multiplicidad de signos respresentacionales y
signos no representacionales imbricados en la red que forma la mise en scene, la
puesta en forma o la puesta en imágenes, podemos abordar de nuevo la narra-
tología desde la perspectiva de sus aportaciones al cine.
Conviene dejar claro que lo que hemos denominado filmolingüística, represen-
tada, por ejemplo, en la gran sintagmática de Metz, mantiene conexiones muy evi-
dentes con los conceptos tradicionales de la narratología general. No es difícil
encontrar conexiones entre los sintagmas tal y como los formula Metz y los movi-
mientos que regulan el ritmo narrativo según el análisis narratológico. La secuencia
episódica, por ejemplo, implica el uso del sumario, mientras que un sintagma parén-
tesis puede implicar lo que la narratología denomina una digresión reflexiva.
El análisis narratológico del cine ha prestado atención a los conceptos desa-
rrollados por la narratología general. Así, la diferencia entre trama e historia ha
sido un territorio fértil para analizar la construcción del relato cinematográfico
y su puesta en contacto con el concepto de estilo.
Como comentan Stam, Burgoyne y Flitterman-Lewis, aunque se preocupa-
ron principalmente de la literatura, los formalistas aplicaron las categorías de su
teoría en sus discusiones sobre la narrativa fílmica, que se agruparon en un vo-
lumen denominado Poetica Kino en 1927. Aquí se presentó desde el principio un
problema intrigante referido a la categoría del syuzhet en el cine. Un tema cen-
© Editorial UOC 94 Narrativa audiovisual
tral de dos de los artículos de este volumen era la relación entre fábula, syuzhet
y estilo en el cine.
“Los formalistas mantenían dos concepciones diferentes del syuzhet. Algunos autores
defendían que el syuzhet estaba íntegramente relacionado con la fábula, al nivel de
las acciones de la historia, mientras que la otra aproximación mantenía que el
syuzhet era en gran medida responsable de, y controlado por el estilo, las caracterís-
ticas estilísticas exclusivas del medio.”
Capítulo III
La narración cinematográfica
Ya sabemos que no hay relato sin instancia relatora; ya sabemos, también, que
el cine y, por extensión, los medios audiovisuales tienen un funcionamiento es-
pecífico en cuanto a la disposición narrativa, pues pueden mostrar las acciones
sin necesidad de “decirlas”; o, mejor aún, dicen las cosas por el simple hecho de
mostrarlas. Por lo tanto, el espectador de los medios audiovisuales podría tener la
sensación de que en un filme los acontecimientos se explican a sí mismos, sin la
mediación de una instancia relatora. Las lecturas apresuradas de ciertas aportacio-
nes teóricas podrían incluso llegar a favorecer esta sensación. Falsa, por supuesto.
En el cine, como en cualquier otro medio narrativo, siempre hay una instan-
cia que enuncia, cuya presencia es más o menos evidente en el texto.
Jost (1995, 48-49) ha recogido las soluciones metodológicas que la narrato-
logía fílmica ha propuesto para analizar la comunicación narrativa que se pro-
duce en el relato cinematográfico.
escena frente a un público. Más tarde, el cine desarrolló historias lineales que impli-
caban la creación de un universo diegético autónomo a las condiciones de recepción,
así que la mirada a cámara fue desapareciendo.
Otro aspecto que hay que tener en cuenta en este modo de análisis es la tran-
semiotización, es decir, la forma en la que un relato verbal se muestra en el seno
de un discurso construido por medio de imágenes.
Imaginemos un filme en el que un personaje narra por medio de una graba-
ción magnetofónica un testimonio, mientras las imágenes nos muestran algo
con mayor o menor relación con lo narrado. En un caso como éste, se presupo-
ne la existencia de una entidad enunciadora, y podrían darse dos situaciones
que evidenciarían el mecanismo de enunciación:
Para Jost, en la medida en que el proceso fílmico implica una cierta forma de
articulación de distintas operaciones de significación –la puesta en escena, el
encuadre, el montaje–, también es posible forjar un “sistema del relato” que ten-
ga en cuenta lo que se ha denominado proceso de discursivización fílmica.
La idea del proceso de discursivización fílmica se basa en la distinción de las
dos capas superpuestas de narratividad que en el capítulo II denominamos
mostración y narración, y en considerar que cada una de éstas se apoya en una
serie de articulaciones, procedimientos técnicos y momentos concretos de
producción.1
La mostración se articula fotograma a fotograma y se realiza en el momento
de rodaje. La narración se articula plano a plano y se realiza en el montaje.
La primera implica a un mostrador, que es la instancia responsable en el
momento del rodaje del acabado de una multitud de “microrrelatos” que son
los planos.
La segunda implica a un narrador, que sería quien dispondría estos “micro-
rrelatos” y los ordenaría en un recorrido de lectura determinado. La combina-
ción de las dos, mostración y narración, conformaría el relato fílmico.
1) Configuración objetiva: formada por los planos que presentan una apre-
hensión inmediata de los hechos, sin poner en evidencia ni al enunciador ni al
enunciatario. El él prima sobre el yo y sobre el tú.
2) Configuración del mensaje: cuando el personaje actúa como si fuera el que
ofrece y da a ver la película e interpela a quien va dirigida la película, en enun-
ciatario-espectador, por ejemplo, con una mirada a cámara. El yo se introduce
en el él para interpelar al tú.
3) Configuración subjetiva: cuando se hace coincidir la actividad observadora
del personaje con la del espectador. Es el caso del célebre plano subjetivo. El él
se funde con el tú, y comparte lo que es dado a ver por el yo.
4) Configuración objetiva irreal: cuando la cámara manifiesta ostensiblemente
su omnipotencia. El yo se afirma como tal y reafirma ante el tú el poder que tiene
sobre el él.
tura, en la que este ver sólo puede entenderse de una manera metafórica, pues no
hay nadie que pueda ver, ya que estamos tratando con “seres de papel”. Sin em-
bargo, en el cine, el ver se constituye en la actividad esencial, porque el relato ci-
nematográfico es, ante todo, visto. La focalización es, así, un concepto esencial a
la hora de abordar la narración en el cine. Conviene recordar, no obstante, que la
existencia en el cine de varios canales simultáneos de información y varias sus-
tancias expresivas hace posible notorias variaciones de las formas de focalización.
La focalización es, en definitiva, la forma en la que se hace perceptible un
texto narrativo. El lector o espectador percibe el contenido mediante otra ins-
tancia que percibiendo, hace perceptible. Como ya explicamos, el concepto
debe ser planteado en sus relaciones con el de “punto de vista”, tanto en sus di-
ferencias como en sus puntos de contacto.
Por punto de vista entendemos la percepción de objetos materiales y visibles
–y aquí entran tanto la percepción objetiva como subjetiva–, pero también la
mirada racional o moral que sobre éstos se impone.
La focalización sugiere sobre todo un enfoque cognitivo, es decir, intenta ex-
plicar el modo en que el focalizador comprende lo que ve, y el modo en que el
espectador comprende a su vez lo que el focalizador comprende.
Para describir la diferencia entre el punto de vista cognitivo y el puramente
visual, Jost ha planteado la diferencia entre focalización y ocularización, en la que
el segundo término hace referencia a la relación entre lo que la cámara muestra
y el personaje supuestamente ve.
Jost recupera la idea de las identificaciones de Metz –en la que se contemplan
dos tipos de identificaciones: una primaria, del espectador con la cámara, y otra
secundaria, del espectador con un personaje– para plantear la existencia de dos
formas de ocularización:
Figura 3.1.
© Editorial UOC 101 Capítulo III. La narración cinematográfica
1.3.1. El espacio
Más que estas características, algunas de las mismas más importantes como
convenciones genéricas que como elementos decisivos en la configuración na-
rrativa, nos interesa aquí el estatuto narrativo del espacio, la dimensión perspec-
tiva que el espacio otorga a todo relato.
Los espacios del relato producen sentidos denotados –pero sobre todo conno-
tados– a partir de su relación con el narrador, o el personaje que ve, y así hacen
ver a un narratario y al espectador.
© Editorial UOC 103 Capítulo III. La narración cinematográfica
Estas estrategias, y en particular las dos últimas, implican que el discurso del
cine se basa en el establecimiento de un diálogo entre dos espacios, uno repre-
sentado y el otro no mostrado, aunque a veces sugerido.
© Editorial UOC 104 Narrativa audiovisual
“Puede ser útil, para comprender la naturaleza del espacio en el cine, considerar que
se compone de hecho de dos espacios: el que está comprendido en el campo y el que
está fuera de campo. Para las necesidades de esta discusión, la definición del espacio
del campo es extremadamente simple: está constituido por todo lo que el ojo divisa
en la pantalla. El espacio-fuera-de-campo es, a nivel de este análisis, de naturaleza más
compleja. Se divide en seis segmentos: los confines inmediatos de los cuatro primeros
segmentos están determinados por los cuatro bordes del encuadre: son las proyeccio-
nes imaginarias en el espacio ambiente de las cuatro caras de una pirámide (aunque
esto sea evidentemente una simplificación). El quinto elemento no puede ser defini-
do con la misma (falsa) precisión geométrica, y sin embargo nadie pondrá en duda la
existencia de un espacio-fuera-de-campo detrás de la cámara, distinto de los segmen-
tos de espacio alrededor del encuadre, incluso si los personajes lo alcanzan general-
mente pasando justo por la derecha o la izquierda de la cámara. Por fin, el sexto
segmento comprende todo lo que se encuentra detrás del decorado (o detrás de un
elemento del decorado): se llega a él saliendo por una puerta, doblando una esquina,
escondiéndose detrás de una columna… o detrás de otro personaje. En el límite ex-
tremo, este segmento de espacio se encuentra más allá del horizonte.”
sino el allá del plano anterior, mientras que el allá del plano en curso se conver-
tirá pronto en un aquí-ahora. Por lo tanto, las articulaciones del aquí-allá depen-
den estrechamente de un ahora-después. Esto no excluye, evidentemente, que el
montaje pueda crear un “mientras tanto” sin necesidad de hacer explícito un
marcador verbal, es decir, sin necesidad de recurrir a la palabra en forma de
rótulo o de voz en off.
En la relación de la cámara cinematográfica con el espacio, y en sus conse-
cuencias narrativas, es de una importancia capital la movilización. En esta mo-
vilización hay que distinguir el desplazamiento de la cámara entre los planos y
el movimiento mismo de la cámara en el interior del plano.
Tanto la movilización del punto de vista como la secuencialidad de la ima-
gen tienen su base en el tiempo. Con la famosa ubicuidad de la cámara, funda-
mento de la forma de narración institucionalizada en el cine clásico, fluye una
forma de diversidad espacial que plantea al espectador la relación que se debe
establecer entre dos espacios y dos tiempos mostrados mediante dos planos que
se siguen el uno al otro.
El más simple de los raccords es el que articula dos segmentos espaciales encabalgando
parcialmente un plano sobre otro. Este raccord es una figura de lo que Gaudrealt de-
nomina identidad espacial. Su caso más evidente es lo que en inglés se denomina cut-
in, y que es un raccord en el que en el paso de un plano a otro se repite una porción
del segmento espacial ya mostrado. Es, por ejemplo, el caso del paso de un primer pla-
no a un plano medio del mismo espacio, o viceversa; la panorámica o el travelling per-
tenecen también a esta categoría.
Otros raccords constituyen una relación de “alteridad espacial”, que puede concretar-
se en relaciones de contigüidad o de disyunción. Un raccord establece una relación de
contigüidad entre dos segmentos espaciales, por ejemplo, en la figura de montaje del
“campo-contracampo”, en la que el ligero desplazamiento de la mirada de un perso-
naje designa un espacio adyacente, que a continuación se muestra.
1.3.3. El tiempo
En otros casos, casi todo el filme muestra los acontecimientos pasados que
llevaron al personaje narrador o a otro personaje de la diégesis a la situación de
partida, que se supone que es la presente.
En El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard) vemos, en un largo flashback, los acon-
tecimientos que llevaron al protagonista hacia la muerte: en el filme de Wilder se da
la paradoja de que el narrador está muerto. Otro ejemplo igualmente paradójico es el
de Sospechosos habituales (Usual Suspects), en el que el personaje narrador cuenta me-
diante flashbacks los acontecimientos que llevaron a la muerte al personaje protago-
nista, que en este caso funciona como personaje focalizador; la paradoja, en este caso,
es que al final se revela que lo que cuenta el personaje narrador es una mentira im-
provisada sobre la marcha.
“La puesta en escena ya no es un medio de ilustrar o presentar una escena, sino una
auténtica escritura. El autor escribe con su cámara de la misma manera que el escritor
escribe con una estilográfica. ¿Cómo es posible que en este arte donde una cinta vi-
sual y sonora se despliega desarrollando con ella una cierta anécdota (o ninguna, eso
carece de importancia), se siga estableciendo una diferencia entre la persona que ha
concebido esa obra y la que la ha escrito? ¿Cabe imaginar una novela de Faulkner es-
crita por otra persona que Faulkner? ¿Y Ciudadano Kane tendría algún sentido en
otra forma que la que le dio Orson Welles?”
“Por ello llamo a esta nueva era del cine la era de la Cámera-stylo. Esta imagen tiene un
sentido muy preciso. Quiere decir que el cine se apartará poco a poco de la tiranía de lo
visual, de la imagen por la imagen, de la anécdota inmediata, de lo concreto, para con-
vertirse en un medio de escritura tan flexible y tan sutil como el del lenguaje escrito.
Este arte dotado de todas las posibilidades, pero prisionero de todos los prejuicios, no
seguirá cavando eternamente la pequeña parcela del realismo y de lo fantástico social
que le ha sido concedida en las fronteras de la novela popular, cuando no le convierte
en el campo personal de los fotógrafos. Ningún terreno debe quedarse vedado. La me-
ditación más estricta, una perspectiva sobre la producción humana, la psicología, la
metafísica, las ideas, las pasiones son las cosas que le incumben exactamente. Más aún,
afirmamos que estas ideas y estas visiones del mundo son de tal suerte que en la actua-
lidad sólo el cine puede describirlas. Maurice Nadeau decía en un artículo de Combat:
«Si Descartes viviera hoy escribiría novela». Que me disculpe Nadeau, pero en la actua-
lidad Descartes se encerraría en su habitación con una cámara de 16 mm y película y
escribiría el discurso del método sobre la película, pues su Discurso del Método sería ac-
tualmente de tal índole que sólo el cine podría expresarlo de manera conveniente.”
Joaquín Romaguera (ed.) (1993). Textos y manifiestos del cine. Madrid: Cátedra.
La articulación de una idea validada por la teoría de lo que debía ser el autor
cinematográfico se encuentra de manera definitiva en el manifiesto-ensayo
“Una cierta tendencia del cine francés”, publicado por François Truffaut en la
revista Cahiers du Cinema, en el que Truffaut se oponía al modelo tradicional de
cine francés prestigiado entonces por la crítica, y valoraba positivamente, por el
contrario, un cierto tipo de cine estadounidense, que sin dejar de ser popular
era al mismo tiempo radical e inconformista, el cine cultivado por directores
como Nicholas Ray y Orson Welles. Para Truffaut, un cine realmente vivo debía
tener forzosamente la huella de la persona que lo hiciera, y no por la presencia
de un contenido autobiográfico explícito, sino a través del “estilo”, que impreg-
naría el filme con la personalidad del autor.
Un autor era, por tanto, aquel cineasta que pudiera reflejar la aventura de
una mise en scène (‘puesta en escena’) particular y meditada, aun en el marco res-
trictivo de una industria como la de Hollywood.
© Editorial UOC 111 Capítulo III. La narración cinematográfica
“Es con la figura del director cinematográfico como la concepción del autor tra-
dicional sufre mayores y más radicales transformaciones. En el cine, al autor deja
de ser el prototípico sujeto aislado, capaz de efectuar por sí solo un acto de crea-
ción individual que reafirma su personalidad, y se convierte en una situación es-
tructural en el interior de un sistema creativo. El autor se despersonaliza a favor
de una posición de poder creativo ligada a la técnica. La industria cinematográfica
pone en marcha una serie de dispositivos técnicos y humanos que se convierten
en una maquinaria capaz de gestionar todos aquellos elementos que han sido ca-
racterísticos del Arte (y de las distintas artes) hasta ese momento. Y en el centro
de este entramado existe una posición susceptible de ser ocupada por un único
individuo o un conjunto de ellos, posición desde la que es posible gestionar todos
los dispositivos que se han puesto al alcance de esa plataforma y que de hecho son
los que con sus diversas características configuran las cualidades de esa posición,
a la vez gestora y creativa.”
Robert Stam (2001). Teorías del cine (pág. 151). Barcelona: Paidós.
mos pasar por alto en este apartado que la cuestión del espectador ha estado
siempre en mayor o menor medida presente en la teoría del cine.4
El psicoanálisis ha sido un terreno metodológico especialmente fructífero en
el estudio de las situaciones comunicativas generadas por el cine. Tras sus apor-
taciones, llegaron analistas interesados en las formas socialmente diferenciadas
del consumo cinematográfico. Recuperando las ideas desarrolladas en las deno-
minadas teoría de la respuesta y teoría de la recepción, y yendo un paso más allá de
los modelos de orientación semioticoenunciacional, el espectador cinematográ-
fico pasó a ser considerado un sujeto activo y crítico; no el objeto pasivo de una
“interpelación” por parte del texto, sino un sujeto que constituye el texto y a la
vez es constituido por éste.
Una aportación fundamental en el estudio de las diferentes lecturas de los
mensajes de los medios de comunicación de masas se encuentra en el artículo
“Encoding and Decoding” (1980) de Stuart Hall, en el que se afirma que los tex-
tos de los medios de masas no tienen un significado unívoco, sino que pueden
ser leídos de maneras distintas por lectores diferentes.
Hall plantea tres estrategias generales de lectura respecto a la ideología domi-
nante, realizadas por los lectores –o espectadores– en función de su propia ideo-
logía, así como de su situación social y de sus eventuales deseos:
Las teorías culturales del espectador han servido para dejar fijado que ni el
texto ni el espectador son entidades estáticas y preconstituidas; y que los espec-
común. Las posiciones del espectador son multiformes, presentan fisuras, esquizo-
frenias, se desarrollan de manera desigual, son discontinuas en lo cultural, en lo dis-
cursivo y en lo político, y forman parte de un territorio cambiante de diferencias y
contradicciones que se ramifican.”
Robert Stam (2001). Teorías del cine (pág. 271). Barcelona: Paidós.
David Bordwell (1996). La narración en el cine de ficción (pág. 34). Barcelona: Paidós.
Para hablar de géneros cinematográficos, parece útil acercarse a las primeras for-
mas de ficción conocidas, que se encuentran en la literatura. La noción de que exis-
ten varias formas literarias fue expuesta por Aristóteles en su Poética. El filósofo
griego divide la literatura en varios géneros: tragedia, épica y lírica, y define cada
uno de éstos, para concluir que la tragedia es la más alta de las formas poéticas.
Aristóteles habló de géneros literarios en dos sentidos:
decide ir a ver una película de gángsteres, lo hará porque desea ver una historia de
gente deshonesta que lucha contra el orden en un contexto urbano, etc.
No se trata de que el público tenga la certeza de cuál es la historia que va a
ver, sino de que encuentre determinados objetos, ambientes, decorados y per-
sonajes. Al saber el género al que pertenece una película, el espectador se crea
un determinado horizonte de expectativas, que normalmente serán satisfechas
por el producto. El género determina así el valor simbólico de los espacios, per-
sonajes y objetos que aparecen en la película.
Cuando hablamos de esta función de creación de un horizonte de expectativas,
podemos ampliar el concepto de género. Cuando se trata de generar expectativas, la
figura de un actor de renombre, como el caso de Arnold Schwarzenegger o Silvester
Stallone, actúa creando un horizonte de expectativas similar al del género. En el
caso de una película protagonizada por estos actores, el espectador espera ver ac-
ción, explosiones y muertos. Estamos ante una variación del clásico star system:
estamos ante el actor-género.
Los géneros canónicos no son más que artefactos dentro del gran artefacto que
es el cine. Y son, además, artefactos especialmente perversos, por cuanto nacen
de la mundana necesidad de la explotación comercial y de la racionalización de
la producción, dos factores esenciales en la historia industrial del cine. Los géne-
ros son producto de un sistema de producción perfeccionado, que se dio funda-
mentalmente entre 1930 y 1949, conocido como el “sistema de estudios”.
La primera hace referencia a las grandes rutas del relato de la expansión de los blancos
del este hacia el oeste, como la ruta fundacional Lewis-Clark, el camino de Oregon,
el camino de Santa Fe, la ruta de los mormones o la ruta de la fiebre del oro.
La vertiente histórica del western abraza desde la fiebre del oro hasta que las líneas de
ferrocarril se unen, con lo que quedan también unidas las dos costas del país. De 1890
en lo sucesivo, se ambientan los que se han denominado westerns crepusculares o de
finales de siglo. Estos westerns se ruedan a finales de los años cincuenta y explican lo
que pasa después de la colonización: lo que se recuerda al espectador es que la época
del western se ha acabado, que ya se ha relatado todo sobre la colonización y el mito.
© Editorial UOC 120 Narrativa audiovisual
La dimensión mítica del western se refiere a un hecho esencial: Estados Unidos vive
en apenas doscientos años un proceso equivalente al que vive Europa en trece siglos.
En esta aceleración histórica, la conversión de un personaje en mito se puede dar en
una sola generación: Daniel Boone y Buffalo Bill se convierten en mitos en vida. Este
proceso mitificador hace de un obrero rural (un cowboy) un héroe mítico: un centauro
del desierto. El género hace una conversión de lo cotidiano en excepcional y de lo
excepcional en casi milagroso. La fuente original de la que bebe el género viene di-
rectamente de las crónicas que escribían los periodistas del este, de los relatos litera-
rios, de la fotografía: el western, que era una crónica de la realidad, se convierte en
epopeya. El elemento central del western, desde esta dimensión mítica, es el enfrenta-
miento entre ley y orden, por un lado, y la libertad de espíritu, la utopía, por otro. De
ahí deriva la riqueza del género: de la nostalgia de la frontera.
1) Por una parte, el conflicto entre civilización y naturaleza. Para el género, cuando
la ciudad adquiere su forma definitiva deja de tener interés. Los elementos esenciales
de la ciudad son el saloon como metáfora de la vida –música, placer, muerte, negocios,
compra y venta de objetos–; la cárcel, como escenario de la ley; el banco, como signo
de la civilización –el paso del trueque al dinero–; y el duelo en la calle, como mani-
festación de las periódicas crisis del proceso civilizatorio.
2) Por otra parte, los personajes: el héroe, con frecuencia errante y que encarna valores
individualistas, rabiosamente libres, puesto que no se siente bajo la ley de los hombres;
el cowboy, héroe en los westerns que se producen entre 1918 y 1930, y cuya función es la
mitificación de una tarea rural, en realidad muy ingrata; el forajido (outlaw), figura mítica
que puede adoptar matices positivos cuando se enfrenta a la corrupción; el sheriff, en el
que recae la responsabilidad de encarnar la naturaleza problemática de los cargos electos,
héroe cuando su causa es justa, pero villano cuando sucumbe a la tentación de la corrup-
ción; el indio, oponente por definición; y la mujer, que, ya sea esposa abnegada, prosti-
tuta o emprendedora colonizadora, responde a la proyección imaginaria de alguien
que no se arruga ante las adversidades de la nueva vida que representa el Oeste.
Una característica importante es que se trata de un género dirigido –según una ope-
ración de carácter industrial– a la mujer. El star system del género, por lo tanto, es ab-
solutamente femenino: Lilian Gish, Greta Garbo, Bette Davis, Joan Crawford y Jane
Wyman. Por encima de otros géneros, el melodrama ha sido capaz de desarrollar un
conjunto plenamente articulado de heroínas de todas las características, que, no obs-
tante lo dicho, siempre habrían de tener el mismo final, o mejor dicho, los dos mis-
mos finales: premio o castigo. Cuando la heroína decide vivir su pasión por encima
de los valores instituidos, su único final posible es el castigo. La persona –siempre mu-
jer– que, por su pasión, pasa por encima de clases sociales y estamentos impuestos
por la ideología dominante acaba pagándolo caro.
El melodrama está tan articulado y codificado que, por encima de otros géneros,
facilita enormemente una lectura estructural. Las situaciones tipo son muchas
pero finitas, y algunas son el secreto y/o la confesión; la enfermedad o la dismi-
nución física; la identidad problemática –sobre todo la bastardía–; la diferencia de
edad entre amantes –normalmente, la mujer es mayor–; el triángulo amoroso; las
diferencias raciales, etc.
David Bordwell (1996). La narración en el cine de ficción (pág. 156). Barcelona: Paidós.
tizado como objeto de estudio sólo después de que se comprobara que, en efec-
to, era diferente a la forma de narración institucionalizada por el cine clásico.
Si aproximadamente en 1917 surgió un modo de narración clásico, al que
Noël Burch denomina modo de representación institucional, hay que preguntarse
sobre el estatuto del periodo que iría de 1898 a 1917. Sobre esta forma cinema-
tográfica anterior al periodo clásico, Burch se pregunta: “¿Se trata simplemente
de una época de transición, cuyas singularidades se deberían a las fuerzas con-
tradictorias que trabajan en el cine de la época (peso del espectáculo y del pú-
blico popular, por una parte, aspiraciones económicas y simbólicas burguesas
por otra)? ¿O bien se trata de un ‘modo de representación primitivo’, al igual
que existe un M.R.I., de un sistema estable, con su propia lógica, su propia du-
rabilidad?” (Burch, 1991, pág. 193).
En las últimas décadas, se ha desarrollado un completo sistema de análisis
del cine de los orígenes en el que se le otorga una naturaleza muy diferente
a la de mero estadio imperfecto del discurso cinematográfico institucional,
digno de estudio precisamente en la medida en que anticipa el cine poste-
rior. Para muchos analistas, el cine de los orígenes tiene su propia estética,
distinta de la del cine clásico, pero no por este motivo menos coherente y
apreciable.
Entre los rasgos principales de este modo de representación primitivo, al que
no todos los historiadores y teóricos llaman así, cabe señalar, en primer lugar,
la existencia de una autarquía del cuadro. Como explica Monica Dall’Asta, “esta
fórmula indica la soberanía del encuadre respecto a lo profílmico, es decir, la
condición por la cual lo profílmico está obligado a adaptarse al encuadre como
a un rígido marco” (Dall’Asta, 1998, pág. 287). Los filmes de los orígenes se
atienen, normalmente, a un único punto de vista y una única toma –el ejem-
plo más evidente son las vistas tomadas por los hermanos Lumière–; en este
tipo de filmes, todo lo que ocurre es lo que ocurre literalmente ante la cámara.
La inexistencia siquiera de la posibilidad de una articulación del campo-fuera
de campo hace que sea materialmente imposible un punto de escapatoria tem-
poral o espacial.
Poco más tarde, cuando las películas constan de varios planos unidos, cada
uno de éstos sigue siendo autónomo respecto a los otros que integran la secuen-
cia. En el curso de una persecución, por ejemplo, cada plano se mantiene hasta
© Editorial UOC 123 Capítulo III. La narración cinematográfica
que todos los perseguidos y perseguidores salgan del cuadro; y el plano siguiente
muestra la entrada en el campo de todos los participantes en la persecución.
Otros rasgos esenciales del modo de representación primitivo son la posición
horizontal y frontal de la cámara, la conservación del plano de conjunto y la relación en-
tre fuerza centrípeta y centrífuga que se produce en el mismo. Todos éstos redundan
en la idea de la imposibilidad de una articulación espaciotemporal productiva entre
los distintos planos.
La organización espacial del cine de los orígenes adopta la forma del tableau.
El plano no tiene la intención de constituirse en un encuadre, sino que es más
bien un marco, un espacio enormemente codificado heredado del escenario tea-
tral. Todos los objetos que aparecen en escena tienen como objetivo concreto
llenar el marco, y parecen movidos por una fuerza centrípeta que los impulsa
hacia el centro de la imagen.
Por otro lado, la posición de algún personaje en el extremo del marco tiene
como objeto construir una fuerza centrífuga que expulse al espectador del espacio
fílmico. Mientras que en el cine clásico el espectador es introducido en la escena
por una serie de operaciones de centrado que lo introducen de un modo “natura-
lista” en el espacio, en el cine de los orígenes el espectador es descentrado, repe-
lido hasta los márgenes de un espacio enteramente regido por la atracción visual.
El concepto cine de atracciones ha sido elaborado por el historiador Tom
Gunning para explicar el modo dominante en la representación del cine de
los orígenes. El término atracciones hace referencia aquí al carácter del cine
como medio novedoso y sorprendente en sus primeros años de vida. El gran
atractivo de buena parte del cine de la época era presentarse como una apoteosis
de efectos cuya principal función era despertar la fascinación del público.
En esta búsqueda de la fascinación del público, se encuentra implícito un re-
conocimiento del aparato técnico del medio. Una parte importante del cine de
los orígenes se ve obligada a presentarse a sí misma como cine, es decir, como
una atracción con un alto componente técnico. Es, por tanto, frecuente en el
cine de los orígenes la mirada a cámara, algo que, al mismo tiempo que reclama
la atención sobre los aspectos técnicos de la nueva atracción, impide la “natu-
ralización” narrativa del medio. Si el espectador está “ahí fuera” de manera evi-
dente, es que no está “dentro” del universo diegético; es decir, que el universo
diegético no puede existir.
© Editorial UOC 124 Narrativa audiovisual
5. Monica Dall'Asta (1998). “La articulación espacio-temporal del cine de los orígenes”. En: Jenaro
Talens; Santos Zunzunegui (1998). Historia general del cine: Orígenes del cine (vol. 1). Madrid: Cátedra.
© Editorial UOC 125 Capítulo III. La narración cinematográfica
Todas las estrategias de visualización del cine clásico se agrupan según estos
tres principios. El principio predominante es que cada uso técnico obedezca a la
transmisión de información de la historia por parte del personaje, con el resul-
tado de que cuerpos y rostros se convierten en puntos focales de atención. La
fase de introducción incluye habitualmente un plano que establece a los perso-
najes en un espacio y un tiempo. A partir de la interactuación de los personajes,
la escena se divide en imágenes más próximas de acción y reacción, imágenes
que formulan un objetivo, la lucha por este objetivo y las decisiones que com-
porta esta lucha. Todas estas imágenes están intensificadas por estrategias de
construcción y mostración de escenarios, iluminación, música, composición y
movimientos de cámara.
El estilo clásico tiene como objetivo conseguir la máxima claridad denotati-
va. Cada relación temporal de una escena con la anterior se señala pronta e in-
equívocamente; la iluminación destaca la figura respecto al fondo; la grabación
del sonido se perfecciona para permitir un máximo de claridad en los diálogos;
y los movimientos de cámara intentan delimitar un espacio no ambiguo.
Las convenciones estilísticas de la narración de Hollywood son reconocidas
intuitivamente por la mayoría de los espectadores. Esto, según Bordwell, se pro-
duce porque el estilo desarrolla un número limitado de recursos. Ejemplos evi-
dentes de esto son las diferentes iluminaciones, encuadres y engarces entre
© Editorial UOC 126 Narrativa audiovisual
Robert Stam (2001). Teorías del cine (pág. 173). Barcelona: Paidós.
© Editorial UOC 127 Capítulo III. La narración cinematográfica
En resumen, el cine de arte y ensayo es muy diferente del cine clásico porque
incorpora lagunas narrativas permanentes y llama la atención sobre los proce-
sos de construcción de la historia. Finalmente, la narración del cine de arte y
ensayo no sólo exige comprensión denotativa, sino también lectura connotati-
va; exige, por decirlo de algún modo, un nivel más alto de interpretación.
“Siempre que nos enfrentamos con un problema de causalidad, tiempo o espacio, sole-
mos buscar una motivación realista. ¿Crea la dificultad un estado mental del personaje?
¿Está la ‘vida’ simplemente dejando cabos sueltos? Si nos sentimos frustrados, apela-
mos a la narración y quizá también al autor. ¿Viola el narrador la norma para conseguir
un efecto específico? En concreto, ¿qué significado temático justifica la desviación?
¿Qué ámbito connotativo de juicios o significados simbólicos puede producirse a partir
de este punto o pauta? Idealmente, el filme vacila, suspendido entre razones realistas y
autorales. La incertidumbre persiste, pero se extiende como una incertidumbre obvia.
Dicho crudamente, el eslogan procesal de la narración del cine de arte y ensayo podría
ser: ‘Interprete esta película, pero hágalo maximizando la ambigüedad’.”
David Bordwell (1996). La narración en el cine de ficción (pág. 213). Barcelona: Paidós.
“Burch organiza las técnicas fílmicas en parámetros, o procesos estilísticos: las manipula-
ciones espaciotemporales del montaje, las posibilidades de encuadre y enfoque, etc.
Construye cada parámetro como un conjunto de alternativas: a veces como oposiciones
(iluminación suave/iluminación intensa, sonido directo/sonido mezclado), a veces como
conjuntos (los quince tipos de emparejamientos espaciotemporales, las seis zonas del es-
pacio exterior a la pantalla). Extiende el concepto de parámetro hasta incluir los factores
narrativos (asunto, línea argumental, etc.). Burch da entonces un paso crucial. Postula
que los parámetros técnicos son tan funcionalmente importantes para el conjunto de la
forma fílmica como los narrativos. ‘El filme se hace ante todo de imágenes y sonidos; las
ideas intervienen (tal vez) más tarde’. En lugar de exponer simplemente el argumento, el
découpage del filme se convierte en su sistema por derecho propio.”
David Bordwell (1996). La narración en el cine de ficción (pág. 279). Barcelona: Paidós.
Hay tres películas que sirven para ejemplificar esta nostalgia como forma de relación
simbólica; las tres son productos de lo que en el terreno de la teoría cinematográfica
se denominó Nuevo Hollywood. La primera sería American Graffitti (1973), de George
Lucas, en la que se reinventa una imagen del pasado; la segunda sería La Guerra de
las Galaxias (Stars Wars, 1977), del mismo Lucas, película que, sin retratar pasado
alguno, es claramente nostálgica al reinventar una experiencia nostálgica de consu-
mo –para Jameson, Star Wars es un objeto complejo en el cual, en un primer nivel,
los niños y adolescentes pueden tomarse sus aventuras en serio, mientras que el pú-
blico adulto puede satisfacer un deseo más profundo y más propiamente nostálgico
de regresar al periodo en el que los seriales de aventuras eran un producto artístico
vigente y experimentar de nuevo sus extraños y viejos artefactos estéticos. Por otra
parte, una película como En busca del Arca Perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981) ocupa
una posición intermedia: en cierto nivel trata de los años 30 y 40, pero en realidad
también remite a este periodo metonímicamente a través de sus propios relatos de
aventuras característicos (que ya no son los nuestros).
De todas las cuestiones que se derivan de esta reconversión, hay dos que po-
drían –o deberían– guiar cualquier aproximación al fenómeno: el análisis eco-
nómico del Hollywood contemporáneo –es decir, el estudio del modo en el
que la reorganización empresarial de los grandes estudios ha dado lugar a un
Hollywood diferente al de la era del cine clásico–, y el modelo estético o el
modo de representación que ha surgido tras estos cambios.
Sobre el primer asunto, Hillier sostiene que, a pesar de que el periodo posterior
a la Segunda Guerra Mundial puede ser descrito como una fase de declive en algu-
nos aspectos –número de estrenos, cifras de asistencia de público–, en 1990 la in-
dustria del cine muestra un gran dinamismo y rentabilidad, y los nombres de las
majors –con la única excepción de la RKO, que cesó sus actividades a mediados de
los cincuenta– son tan familiares como lo eran en el periodo clásico. Yvonne Tasker
(1998) indica que algunos analistas, sin negar que los grandes sellos comerciales del
periodo clásico permanecen en la actualidad, han apuntado que el desarrollo de
grandes conglomerados de comunicación con intereses que se extienden por toda
la industria del ocio tiene implicaciones significativas para el análisis de la indus-
tria. Según estos puntos de vista, un elemento central del proceso de creación de un
nuevo Hollywood es el desarrollo de la nuevas corporaciones multimedia y de los
nuevos lugares de exhibición y consumo. Con independencia de si las películas de
Hollywood han cambiado formalmente o no, su existencia se produce en un paisa-
je comunicativo transformado, el del mercado multimedia. La existencia de con-
glomerados de comunicación permite una estrategia industrial por la que un
producto o un artista en particular pueden venderse mediante distintos medios
y/o generar una serie de productos distintos asociados al producto inicial.
Respecto al surgimiento de un nuevo estilo cinematográfico edificado sobre las
ruinas del relato clásico, la mayoría de los estudios señalan la vinculación de este
fenómeno con la importancia de un grupo de “jóvenes” directores, el empleo de
nuevas técnicas cinematográficas “rupturistas” como el uso de ópticas inusitadas,
el steadycam –o cualquier otro procedimiento para proporcionar agilidad a la cá-
mara–, la pantalla dividida y otras manipulaciones extremas de la superficie del
encuadre y, sobre todo, la reformulación de los géneros populares del Hollywood
clásico, en un cúmulo de variaciones intergenéricas y degeneradas. Se ha señalado
que la aparición de los híbridos genéricos durante los años setenta y ochenta
constituye el síntoma específico de una evolución en el estilo cinematográfico del
cine comercial basado en los géneros.
© Editorial UOC 137 Capítulo III. La narración cinematográfica
mentos que obviamente no están hechos el uno para el otro”, que se hallaría
en textos percibidos como parodias o pastiches, en textos que se presentan cla-
ramente como híbridos genéricos y, en general, en aproximaciones desdrama-
tizadas al pasado. La segunda fórmula, la nueva sinceridad, respondería a la
necesidad de “recobrar una especie de armonía perdida”, una armonía que se-
ría patrimonio de los géneros del Hollywood clásico y que convendría recuperar
para disfrute del público actual.
Los teóricos han observado que en el modo narrativo del blockbuster de Ho-
llywood hay una serie de cambios respecto al modo de narración clásico. El más
evidente de éstos es la mayor importancia de la trama, dominada por los efectos
especiales y por un ritmo muy elevado de presentación de acontecimientos, en
detrimento de los personajes y de la construcción narrativa.
Figura 3.2.
2) La figura siguiente constituye una variación del modelo y muestra una construc-
ción narrativa en la que se ha añadido un primer pico de impacto espectacular. Co-
rresponde también a un modelo clásico, aunque en este caso, las condiciones de
© Editorial UOC 139 Capítulo III. La narración cinematográfica
Figura 3.3.
3) Esta otra figura muestra el modelo narrativo del blockbuster contemporáneo, pla-
neado desde el principio como una “montaña rusa” de impacto espectacular.
Figura 3.4.
6. Yvonne Tasker (1998). “Aproximación al nuevo Hollywood”. En: James Curran; David Morley;
Valerie Walkerdine (1998). Estudios culturales y comunicación. Barcelona: Paidós.
© Editorial UOC 141 Capítulo IV. Nuevas formas en la narración
Capítulo IV
Nuevas formas en la narración audiovisual
1. La narración televisiva
Del mismo modo que hizo con el cine, la investigación semiótica desarrolló
constantes intentos de establecer la existencia de un lenguaje específico de la te-
levisión. Y de nuevo se topó con la evidencia de un sistema heterogéneo y cam-
biante que, por lo tanto, no podía homologarse con un sistema de signos cerrados
como el lenguaje verbal. La conclusión de las primeras investigaciones semióticas
sobre la televisión fue, de este modo, que no tenía sentido estudiar lo específico
televisivo si no era como el análisis de las combinaciones concretas de códigos,
siempre heterogéneos e inespecíficos, que han ido desarrollándose en el tiempo.
Para abordar un análisis específico de lo televisivo se hace necesario, pues, y
como afirma González Requena (1995, pág. 25), centrar la investigación en el
fenómeno de la programación, ya que es en ésta donde se encuentra lo especí-
fico del discurso de la televisión.
“Evidentemente, todos los programas emitidos por una emisora de televisión y que
configuran su programación poseen el carácter de mensajes implicados en un explí-
cito proceso comunicativo en la medida en que interpelan al destinatario, deman-
dando de él una respuesta interpretativa.”
© Editorial UOC 142 Narrativa audiovisual
“No podemos decir lo mismo, sin embargo, del conjunto total de estos mensajes que
constituyen la programación. El propio proceso comunicativo televisivo funciona
como si la programación no fuera más que el marco de una serie continua de actos
comunicativos autónomos y bien diferenciados.”
“Por otra parte, las mismas unidades de programación reconocidas por el destinatario
como mensajes constituyen discursos portadores de múltiples niveles de significa-
ción más amplios que los que lo constituyen en mensaje, es decir, los especialmente
marcados por el destinador (y reconocidos por el destinatario) como portadores de
información.”
“En otros términos, la diferencia entre discurso y mensaje y la mayor amplitud del
primer concepto con respecto al segundo, permite descubrir en todo proceso de co-
municación ámbitos de significación –es decir, fenómenos semióticos– que escapan
a la conciencia y a la voluntad comunicativa de sus agentes; ámbitos, por ello mismo,
de especial importancia para el análisis de los efectos psicológicos y sociológicos, si
no incluso propiamente antropológicos, y que suelen escapar a la atención tanto de
los análisis de contenido de corte funcionalista como de los estudios semióticos de
nivel exclusivamente comunicativo.”
De esta lectura del discurso televisivo se deriva que las dos condiciones que
sustentan el funcionamiento simbólico de la narratividad –la clausura del relato
y la demora de su resolución– hacen incompatible, en la teoría, el discurso tele-
visivo y la narración.1
1. Lorenzo Vilches (1993). “Las formas del discurso televisivo”. En: La televisión. Los efectos del bien
y del mal. Barcelona: Paidós.
© Editorial UOC 144 Narrativa audiovisual
De esta manera, muchos teóricos han observado que la lógica del discurso te-
levisivo se ha ido desplazando progresiva e inexorablemente hacia la fórmula do-
cudramática, una fórmula que supedita toda dimensión semántica al gesto
mismo de escenificación. En la forma narrativa que se ha impuesto en televisión,
tiene mayor importancia el sometimiento del actante al deseo del espectador que
el reconocimiento del sentido que se deriva de la articulación narrativa.
La introducción progresiva de elementos de ficción que se mezclan con la
narración de la “realidad”, la conversión de la información en espectáculo, el
necesario carácter serial de los formatos y su supeditación a las necesidades pu-
blicitarias son las características esenciales de la televisión contemporánea.
El drama de la televisión
“La teledifusión contemporánea se presenta como una manera de enunciar cuya au-
tonomía frente al cine se basa por un lado en su falta de clausura, en su fagocitación
constante y por otro, y sobre todo, en el absoluto privilegio del melodrama como
modelo de representación. La telenovela constituye […] la mayor parte de un flujo
televisivo definido por una uniformidad fragmentada. Tal uniformidad se basa en
las incidencias de lo publicitario hacia la validación de un estilo de vida relativa-
mente uniforme donde la familia ocupa el lugar central. Lo melodramático reviste
así, dentro del flujo televisivo, una doble fuerza: incide visualmente en lo que el
cine se apropió del melodrama decimonónico como modelo de puesta en escena e
incide ideológicamente/temáticamente en series, telenovelas, telediarios y dibujos
animados obsesionados por poner en evidencia la normativa moral del ciudadano
medio. Se trata de seguir la misma ética comercial que movía a Owen Davis, aquel
escritor de melodramas de principios de siglo, ‘a utilizar el diálogo sólo para expre-
sar los nobles sentimientos tan caros a este tipo de público’. La principal diferencia
del teatro popular estadounidense de principios de siglo con la televisión contem-
poránea en relación con su espectador medio consiste en que el cliente no se define
en la masa de inmigrantes que acude a la platea sino en el consumidor potencial
que ve sentado en su casa los mismos programas que ven millones de familias a
través del globo.”
La relación entre filme clásico y telefilme está marcada por dos características:
“El placer y la gratificación implican ahora una actitud diferente, una fascinación
consciente provocada por el juego de referencias intertextuales y –en paralelo con la
entrega a los sensacionales deleites de la imagen y la acción– por la perfección analó-
gica y la aplicación espectacular de las propias imágenes, desligadas de sus vínculos
referenciales. Imágenes que, pese a su imperceptibilidad y su ilusionismo perfectos,
se ofrecen no obstante a una especie de juego perceptivo en torno a su propia mate-
rialidad y al artificio que se oculta detrás de su fabricación. Aquí se concede al propio
significante tanta importancia como al significado.”
Andrew Darley (2002). Cultura visual digital (pág. 179). Barcelona: Paidós.
Estos aspectos del texto cinemático sobre los que Barthes llama nuestra atención
se encuentran relacionados con lo aparentemente superfluo, con el azar, con lo
fortuito; es decir, precisamente con las acciones y las apariencias no motivadas.
Aunque todos estos elementos se hallan presentes en el Hollywood clásico, no
obstante tienden a escapar de nuestra atención –como mucho, sólo la rozan, de
manera seductora y fugaz–, debido a la coerción de la motivación que implica
la forma particular de narración clásica. Cuando las narraciones se debilitan y
estos elementos complementarios aparecen en toda su magnitud, es cuando po-
demos hablar de “cine del exceso”.
Sobre esta naturaleza interactiva del medio en relación con estas nuevas imá-
genes, Larouche comenta: “evidentemente ya podemos avanzar que la imagen ci-
nematográfica, dada su impresión sobre la película, no puede ser interactiva”, y
añade: “pero la interactividad actúa a otro nivel”. El hecho de que las imágenes
de síntesis supongan un radical cambio de paradigma –a la lógica de la represen-
tación óptica sucede la lógica de la simulación digital– implica a su vez un radical
cambio de relación con las imágenes, en la cual tiene mayor importancia la diná-
mica que anima a las imágenes de síntesis que su resultado concreto.
Edmon Couchot afirmaba: “El tiempo de la síntesis no reenvía más a los
acontecimientos sino a las eventualidades, a un devenir posible del cálculo, de-
pendiente del devenir mismo de la imagen, de los programas que la engendran
y de las reacciones del espectador”. Para ambos teóricos, los filmes que combi-
nan imágenes analógicas e imágenes digitales enfrentan sin cesar al espectador
con las elecciones efectuadas y, por consiguiente, con las potencialidades susci-
tadas. Crean una verdadera interactividad.
En el fondo, aquí se está hablando de lo mismo que apuntaba Darley a pro-
pósito de la marcada autorreferencialidad del cine de espectáculo contemporá-
neo. El espectador no vive la historia, sino que dialoga con el prodigio técnico
de las imágenes.
El teórico Roger Odin ha calificado esta forma de consumo como modo ener-
gético, y lo define como hacer vibrar al ritmo de las imágenes y los sonidos / ver
un filme para vibrar al ritmo de las imágenes y los sonidos. En relación con la fic-
cionalización, esta energetización se caracteriza por el hecho de que la relación
instaurada entre el filme y el espectador no es una relación entre la diégesis,
el relato y el espectador, sino entre las imágenes y los sonidos y el espectador;
imágenes y sonidos que tienen desde este momento su autonomía. Este tipo
energético es el que funciona en los clips, en ciertas producciones de vídeo ar-
te, en numerosas realizaciones en imágenes de síntesis, así como en la televi-
sión, en los créditos o en ciertos interludios no diegéticos, pero también cada
vez que nos abandonamos ante la televisión como ante un simple flujo que
funciona a intensidad variable.
Para Larouche, “el modo energético traduce la autonomía, en relación con la
diégesis, de imágenes y de sonidos y su relación directa con el espectador”. Esta
independencia de las imágenes y los sonidos resulta de una modificación de su
estatuto. Las imágenes escapan a la referencia que les estaba asociada. La imagen
© Editorial UOC 152 Narrativa audiovisual
“El vídeo musical aúna y combina música, actuación musical, y, de muy diversas ma-
neras, gran cantidad de otras formas, estilos, géneros y recursos audiovisuales proce-
dentes del teatro, del cine, el baile, la moda, la televisión y la publicidad. Algunas de
ellas siempre han estado relacionadas directa o indirectamente con el pop, mientras
que otras lo han comenzado a estar más recientemente. No obstante, con el vídeo
musical estos elementos parecen combinarse con la música grabada y la actuación
musical de un modo nuevo y característico. En este sentido, los vídeos musicales
constituyen una de las formas más consumadas de esa dimensión de la cultura visual
contemporánea que se basa en una estética de intertextualidad exhibida.”
Andrew Darley (2002). Cultura visual digital (pág. 184). Barcelona: Paidós.
En 1987, E. Ann Kaplan dedicó su libro Rocking Arround the Clock: Music,
Televisión, Postmodernism and Popular Culture a esta forma característica de la
imagen contemporánea. En su estudio, Kaplan divide los videoclips en cinco
tipos: “románticos”, de “preocupaciones sociales”, “nihilistas”, “clásicos” y
“posmodernos”, y atribuye a cada uno de éstos características formales y na-
rrativas específicas.
Los videos “románticos” son aquellos que se basan en la narración de temas
de pérdida y reencuentro, y en la proyección de relaciones sexuales normalizadas;
los “nihilistas” son antinarrativos y subrayan estéticas sadomasoquistas, ho-
moeróticas o andróginas; los “clásicos” emplean la estructura de mirada –mascu-
lina– característica del Hollywood clásico, o citan directamente sus géneros; los
“posmodernos”, por su parte, son todos aquellos que no pueden encajarse en los
© Editorial UOC 153 Capítulo IV. Nuevas formas en la narración
coexisten con los dibujos animados y con la animación tridimensional, así como
con nuevas técnicas digitales que difuminan las distinciones categóricas y conven-
cionales establecidas. Este empleo de distintas técnicas y formas produce un texto
en el que se encuentra presente una verdadera profusión no sólo de distintos tipos
de imagen, sino también de combinación de imágenes.”
“Las escenas principales sólo quedan parcialmente unidas por la música mediante
sus temas, más o menos relacionados con la infancia, con la globalización multi-
rracial y multicultural y con la actuación del propio Jackson, ya que muchas cosas
escapan a este principio. La ingente densidad formal de la cinta y la hibridación
de estilos y convenciones (previamente) incongruentes que supone se encuentra
urdida por un juego intertextual alusivo que surge de una mezcla de técnicas di-
ferentes y de las formas y estilos visuales asociados a ellas. Así, la calle residencial
sobre la que descendemos nos recuerda a la entonces reciente Eduardo Manosti-
jeras (Edward Scissorhands, 1991), y el drama familiar que precede a la canción alu-
de tanto a la comedia de situación televisiva como al serial. A lo largo de todo el
vídeo, éste incorpora distintas formas, géneros y estilos, y hay referencias y alu-
siones a otros tipos de textos. Éstos van desde los documentales sobre naturaleza
© Editorial UOC 156 Narrativa audiovisual
“Por supuesto, todo lo que hemos mencionado implica también una compleja diver-
sidad de estilos visuales, un rico y conflictivo tejido de patrones, formas y texturas,
de escenarios, vestuario, acción y color, lo que contribuye a causar la impresión de
contraste y conflicto que se produce en el plano formal. En efecto, la cinta nos trae a
la cabeza la idea de extravagancia, y nos recuerda un concepto acuñado por Eisenstein
para describir sus primeros experimentos en el teatro, una especie de ‘montaje de
atracciones’. Los sentidos son asaltados por una profusión de imágenes, estilos y con-
venciones incongruentes, los significados aparecen parcialmente y son cancelados o
reemplazados por otros distintos, o quedan relegados por las distracciones y por la
fascinación que producen el carácter simultáneamente complejo y fugaz de las pro-
pias imágenes.”
“Y sin embargo, a pesar de todo, existe un claro vínculo unificador mantenido por
la actuación de Jackson, por la propia canción, y por el intento de unirlo todo me-
diante el regreso, al final, al contexto familiar; un reflejo directo de la escena in-
troductoria, con la diferencia de que esta vez es un padre de dibujos animados
(Homer Simpson) quien intenta imponer a su hijo su desagrado por la música de
Michael Jackson. Por consiguiente, en términos de forma sería incorrecto intentar
relacionar a Black or White demasiado estrechamente tanto con el vanguardismo
moderno como con el realismo popular. Se trata, más bien, de un híbrido comple-
jo, que muestra rasgos formales y estilísticos característicos de ambos, pero que en
última instancia produce una impresión general bien diferente a la de cualquiera
de ellos.”
Andrew Darley (2002). Cultura visual digital (pág. 190-192). Barcelona: Paidós.
© Editorial UOC 157 Capítulo IV. Nuevas formas en la narración
“[…] Las historias impresas y filmadas llevan tiempo intentado superar los formatos
lineales, no por mera diversión, sino en un esfuerzo por mostrar la percepción de la
vida como una suma de posibilidades paralelas, algo muy característico del siglo XX.
La narrativa multiforme intenta presentar estas posibilidades simultáneamente para
permitirnos concebir al mismo tiempo múltiples alternativas contradictorias. Sea la
narrativa multiforme un reflejo de la física posterior a Einstein, de una sociedad mo-
derna obsesionada por la múltiples posibilidades de vida o de una nueva sofisticación
del pensamiento literario, las diversas versiones de la realidad son ahora parte de
nuestra forma de pensar y de experimentar el mundo. Sin embargo, para capturar un
guión que se bifurca constantemente necesitamos algo más que una novela laberín-
tica o una secuencia de películas. Para capturar de veras tales permutaciones en cas-
cada, necesitamos un ordenador.”
En el mismo libro citado, Murray enumera lo que ella denomina “las cuatro
propiedades esenciales de los entornos digitales”, que los convierten “en un
poderoso vehículo para la creación literaria”. Estas propiedades son las que
© Editorial UOC 159 Capítulo IV. Nuevas formas en la narración
2. Susana Pajares Toska (1997). Las posibilidades de la narrativa hipertextual; Jaime Alejandro
Rodríguez Ruiz. Teoría, práctica y enseñanza del hipertexto de ficción: El relato digital.
© Editorial UOC 160 Narrativa audiovisual
Estas dos últimas características, espacialidad y enciclopedismo, son las que rigen
las posibilidades “inmersivas” del medio. El programa presenta sus informaciones
a partir de un gran espacio virtual que se prolonga de manera enciclopédica a partir
de fórmulas hipertextuales, en las que unos fragmentos de textos por leer aguardan
para complementar los ya leídos.
“Un juego es una forma abstracta de contar una historia que se parece al mundo de la
experiencia común, pero lo reduce para aumentar el interés. Todos los juegos, sean elec-
© Editorial UOC 163 Capítulo IV. Nuevas formas en la narración
“Incluso en aquellos juegos en los que estamos a merced del dado, representamos
un drama significativo. Los juegos de puro azar son fascinantes porque ejemplifican
nuestra indefensión ante el universo, nuestra dependencia de factores impredeci-
bles, y también nuestro sentido de la esperanza […]. De hecho, aunque perdamos,
seguimos siendo parte del drama simbólico del juego. En este caso, los argumentos
pueden ser los siguientes:”
“[…] Los juegos entretienen porque no sirven para nuestra supervivencia inmediata.
Pero las habilidades de juego siempre han sido ejercicios de adaptación al medio. Los
juegos permiten una práctica segura en áreas de habilidad que sirven para la vida real,
son ensayos de la vida […]. La violencia y la simplicidad de las historias de los juegos
de ordenador son un buen comienzo para examinar las posibilidades que tiene el in-
trínsecamente simbólico contenido de los juegos, y ver si podrían dar lugar a formas
narrativas más expresivas.”
La posterior invención del scroll –desplazamiento de pantalla– por parte de Atari rom-
pería la autarquía del cuadro. Aunque los primeros scrolls se producían en un solo eje,
es decir, el espacio se iba revelando de izquierda a derecha o de arriba abajo, pronto
aparecerían los juegos cuyas pantallas combinaban el scroll en los dos ejes, con lo que
© Editorial UOC 165 Capítulo IV. Nuevas formas en la narración
6. Jonas Heide Smith (2002). The Road not Taken. Versión revisada del texto del 2000: <http://
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Capítulo I
Capítulo II
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Capítulo III
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Capítulo IV