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Acta Numeroº9

Texto de trabajo:
Temas 10
KASPER, W., Jesucristo, la salvación del mundo. Escritos de Cristología
Nombre: Francisco Javier Herrera Salvo
Fecha:
Curso: Síntesis Teológica I
Profesor: D. Francisco Correa Schnake
I. Parte: ¿Que dice el texto?
10
La antigua fe en Cristo y la nueva cristología:
I. Cristología «desde abajo»:
También puede apelar a la muy antigua cristología bíblica de elevación. Así,
la cristología «desde abajo» actual puede justificarse también a la luz de la
gran tradición dogmática de la Iglesia. Al igual que existe una cristología
«desde arriba» unilateral, así también existen, ciertamente, proyectos
unilaterales de cristología «desde abajo». En consecuencia, está claro de
antemano que en la actual cristología «desde abajo» no puede tratarse de la
emancipación respecto de la clásica cristología «desde arriba» ni de la
producción, en una suerte de generación primigenia, de una cristología
totalmente nueva.
II. Cristología de impronta antropológica:
Este define a Jesucristo como el caso singularmente supremo de la
realización esencial de la realidad humana, como símbolo real y sacramento
originario del hombre. En él, en Jesucristo, ha devenido realidad de un modo
históricamente inderivable aquello hacia lo cual nuestra condición humana se
halla ya siempre en camino, pero no puede alcanzar por sí sola. El misterio
infinito de nuestra existencia – que en el lenguaje religioso denominamos
«Dios», pero que por lo demás siempre se nos escapa, sin que nosotros
mismos podamos entenderlo y aprehenderlo– ha ingresado aquí en el ámbito
de nuestra condición humana, se ha hecho hombre. La ventaja de esta
cristología de impronta antropológica consiste, a tenor de lo anterior, en que
hablar de la encarnación de Dios en Jesucristo no parece un meteorito
proveniente de una estrella lejana, no se antoja como algo por completo
inasimilable y extraño con lo que no sabemos qué hacer, sino como el
cumplimiento singular, por nosotros mismos inalcanzable, de nuestra
humana realidad.
III. Cristología como teología de la vida de Jesús:
El centro de la cristología: la cruz y resurrección de Jesús
Ya en los sinópticos, pues, la cruz no solo es consecuencia de la valiente
actividad de Jesús en contra de la legalidad farisea ni, menos aún, mero
resultado de una intriga política entre el Sanedrín judío y la potencia romana
ocupante. Según las ideas judías, de la llegada del reinado de Dios forman
parte las tribulaciones escatológicas, el peirasmós escatológico. Jesús cargó
con ellas en su sufrimiento. En Jesucristo, Dios ha ingresado por entero en la
conditio humana, de suerte que en adelante no existe ya ninguna situación
humana de la que Dios esté por principio ausente y que sea, por tanto, ajena
a Dios.
La resurrección de Jesús como irrupción del nuevo eón es, como si
dijéramos, la otra cara del acontecimiento de la cruz así entendido. Implica
que el camino obediente de Jesús hacia la muerte fue la forma histórica de la
venida definitiva de Dios a nosotros. Sin embargo, esta es considerada con
frecuencia solo como una confirmación del Jesús terreno por parte de Dios.
Entonces, ya únicamente significa que al mensaje terreno de Jesús, a su
actividad, su vida y su muerte terrenas les corresponde importancia definitiva
y normatividad permanente.
Con ello se infravalora la relevancia de la resurrección de Jesús para el
planteamiento de la cristología. En efecto, la resurrección no solo confirma al
Jesús terreno, sino que da cumplimiento de un modo sobrepujantemente
nuevo a su mensaje y a su entera actividad, estableciendo una nueva
realidad, en virtud de la cual la persona y la obra de Jesús están presentes,
en el Espíritu Santo, de un modo nuevo en la Iglesia. Por eso, la cristología
solo puede ser desarrollada a partir de la recíproca correspondencia entre el
Jesús terreno y el Cristo glorificado. La cruz y la resurrección son, en su
unidad y distinción, el centro de la cristología.
IV. La cristología en perspectiva histórica:
Necesidad de una concepción cristológica de la realidad
Por eso, la tarea no puede consistir en sustituir enunciados ontológicos por
otros funcionales, sino en formular afirmaciones cristológicas de orden
esencial a partir de la persona y la función de Jesucristo. Esto acontece en
Jesucristo, quien en su relación con el Padre se siente aceptado de un modo
singular, absoluto y definitivo, aceptación que se ratifica en la cruz y la
resurrección y a la que somos incorporados mediante el envío del Espíritu
Santo. En este sentido, Jesucristo es el hombre nuevo que nos posibilita la
condición humana de un modo nuevo. En Jesucristo se hace definitivamente
patente para nosotros que el sentido de nuestro ser es el amor. 
En efecto, en Jesucristo Dios se revela de una vez por todas como el que es
desde toda la eternidad. El amor divino que se auto comunica en Jesucristo
forma parte, por lo tanto, de la eterna esencia divina. Se trata más bien de la
explicitación de lo que, en Jesucristo y su Espíritu, ha acontecido en la
historia. En Jesucristo y su relación con el Padre se nos ofrece, por eso, el
modelo fundamental de la concepción cristiana de la realidad.
II. ¿Qué me dice el Texto?
¿Qué nos dice el Texto sobre los nuevos enfoques de la cristología?
Uno de los fenómenos de la teología actual consiste en que la cristología ha
vuelto a ocupar el centro. Sin embargo, este  notable giro contemporáneo
hacia la cristología,  es a asimismo el giro dentro de la propia
cristología. Pues el autor nos de muestra que ninguna publicación más
recientes se limita a presentar una reedición de los tratados de cristología
clásicos. Se habla de una cristología desde abajo, una cristología de
impronta antropológica, una cristología de la vida de Jesús y una cristología
históricamente orientada. 
¿Qué es una cristología desde abajo?
La cristología desde abajo persigue, en primer lugar, es tomarse en serio la
situación de fe en que la mayoría de las personas se encuentran en la
actualidad la realidad histórica de cada tiempo. En esta situación no se
puede suponer ya como algo evidente la fe en el Dios uno y trino. La
cristología desde abajo quiere partir de la experiencia de Jesús como hombre
verdadero y, por lo tanto, al mismo tiempo de la experiencia que vivimos con
nuestra propia condición humana. En efecto, la palabra de Dios que nos es
dada no podemos captarla ni comprenderla más que de modo humano. 
¿En que se centra la cristología desde arriba y desde abajo?
Por eso, en la cristología desde abajo se trata de encontrar vías cognitivas y
experienciales de acceso a la fe en Jesucristo. Una cristología así, de abajo
arriba, ascendente, no viene sugerida solo por la actual situación pastoral.
También puede apelar a la muy antigua cristología bíblica de elevación. Así
se logró, sin duda, una mayor clarificación del credo trinitario, a cambio, no
obstante, de que la verdadera humanidad de Jesús y su relevancia salvífica
quedaran a menudo oscurecidas e ignoradas. 
¿Por qué la humanidad de Jesús están importante?
La verdadera humanidad de Jesús es, por consiguiente, el sacramento de
nuestra redención, o sea, no solamente es manifestación potente de una
acto, sino signo y al mismo tiempo causa eficaz de la salvación, vía de
acceso a Dios, medio y lugar del encuentro con él. Así, la cristología «desde
abajo» actual puede justificarse también a la luz de la gran tradición
dogmática de la Iglesia. Al igual que existe una cristología «desde arriba»
unilateral, así también existen, ciertamente, proyectos unilaterales de
cristología «desde abajo». Para ellos, la figura humana de Jesús deviene una
mera transparentación, un mero signo y símbolo de lo divino. 
¿Cómo realizamos el nexo?
Antes bien, toda legítima cristología «desde abajo» presupone una cristología
«desde arriba» correctamente entendida. Por eso, de lo único que se trata es
de ofrecer una fundamentación de la cristología clásica adecuada a la
experiencia, desde una óptica, por así decir, teológico-fundamental. El reto
consiste en encontrar vías para acceder a la cristología tradicional y
comprenderla. Preexistencia y Trinidad son, en efecto, la expresión más clara
de la cristología «desde arriba». La interpretación antropológica de la fe no
debe confundirse con una reducción antropológica, que recorta la fe para
adaptarla a la medida de lo que hoy es exigible e inteligible y para la que
Jesucristo, a la postre, no es más que cifra, símbolo, símil o ejemplo de lo
universalmente humano, expresión de una condición humana exitosa y
lograda, una suerte de humanitarismo, o un impulso, una inspiración, un
catalizador, un aliento para una praxis humanizadora del mundo. Pues
presupone que ya sabemos qué es el hombre y qué necesita. La reducción
antropológica de la fe se revela aquí como una suerte de ideología. En este
carácter abierto e inconcluso de la condición humana se funda la libertad del
hombre. 

La resurrección de Jesús como irrupción del nuevo eón es, como si


dijéramos,la otra cara del acontecimiento de la cruz así
entendido. Implica que el camino obediente de Jesús hacia la muerte
fue la forma histórica de la venida definitiva de Dios a nosotros. Sin
embargo, esta es considerada con frecuencia solo como una
confirmación del Jesús terreno por parte de Dios. Entonces, ya
únicamente significa que al mensaje terreno de Jesús, a su
actividad, su vida y su muerte terrenas les corresponde importancia
definitiva y normatividad permanente. 
En consecuencia, el hombre, como un todo, es en último término un misterio
impenetrable, una pregunta a la que él mismo no puede responder. Pues si
diera respuesta a la pregunta que él es, disipando así el enigma de su
condición humana, también esta y la libertad que le es inherente se
disiparían. La totalidad de nuestra condición humana siempre la
tenemos, pues, nada más que en fragmento, en signos y símbolos
particulares. En virtud de su constitución existencial, el hombre está
esencialmente en busca del símbolo definitivo, de un signo definitivo de la
salvación. 
Cuando el cristianismo abandonó el ámbito judío-palestino, no tuvo
más remedio que expresar su «asunto», su quid en el lenguaje del
mundo helenístico. Sobre todo Alois Grillmeier, en laboriosos y
detallados trabajos historiográficos, ha mostrado que los padres
conciliares de Nicea y Calcedonia, cuándo usaban términos de la
filosofía griega, tales como
«esencia»,«naturaleza», «hipóstasis», etc., no pensaban
aristotelice, sino piscatorie, es decir, pastoralmente. No podían
sino, desde el interés por el «asunto» en sí, servirse del lenguaje de la
época para expresar de forma clara y unívoca, frente a las
falsificaciones heréticas, la doctrina de fe transmitida. Así, por
ejemplo, la distinción entre esencia e hipóstasis en modo alguno
estaba preparada en el pensamiento helenístico. 

En esta situación, la entera tradición cristiana nos remite a Jesucristo como el


signo definitivo de la salvación. Este define a Jesucristo como el caso
singularmente supremo de la realización esencial de la realidad
humana, como símbolo real y sacramento originario del hombre. En él, en
Jesucristo, ha devenido realidad de un modo históricamente inderivable
aquello hacia lo cual nuestra condición humana se halla ya siempre en
camino, pero no puede alcanzar por sí sola. El misterio infinito de nuestra
existencia – que en el lenguaje religioso denominamos «Dios», pero que por
lo demás siempre se nos escapa, sin que nosotros mismos podamos
entenderlo y aprehenderlo– ha ingresado aquí en el ámbito de nuestra
condición humana, se ha hecho hombre. 
De ahí que la cristología de impronta antropológica pueda y deba clarificar tal
alfabeto y abrir con ello al hombre actual vías de acceso cognitivo a la
fe. Esta cristología de impronta antropológica no es más que encaminadura
hacia el estatus creatural de oyente de la palabra. En cuanto ha abierto tal
vía de acceso, tiene que trascenderse a sí misma y ocuparse del
«asunto», esto es, ha de explicitar la figura, la historia y el destino de
Jesucristo, poniéndolos de relieve como respuesta creíble a la pregunta que
el ser humano mismo es. Con ello, la cristología de impronta antropológica se
convierte en teología de la vida de Jesús. 
Pero a esta libertad en el amor solo llega si primero recibe amor de otros. La
salvación definitiva de la persona es posible solo si es aceptada y afirmada
absolutamente, solo si encuentra un amor absoluto, que sea más fuerte que
la muerte. Esto acontece en Jesucristo, quien en su relación con el Padre se
siente aceptado de un modo singular, absoluto y definitivo, aceptación que se
ratifica en la cruz y la resurrección y a la que somos incorporados mediante
el envío del Espíritu Santo. En este sentido, Jesucristo es el hombre nuevo
que nos posibilita la condición humana de un modo nuevo. 

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