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Entre La Pluma y La Espada de Rafael Hernández Ángeles
Entre La Pluma y La Espada de Rafael Hernández Ángeles
En muchos de los hogares mexicanos hay un librero que resguarda ejemplares de algunas
obras de literatura, ciencia, matemáticas e historia. Entre estos últimos, hay dos obras
monumentales que destacan: la Enciclopedia de México, uno de los más completos
compendios de datos históricos, biográficos, geográficos, científicos y culturales de nuestro
país, y los cinco tomos de México a través de los siglos, obra coordinada en su tiempo por
Vicente Riva Palacio.
Se decía que, cuando el general Vicente Riva Palacio salía a combatir, sacaba la pluma y
cuando se sentaba a escribir, sacaba la espada. Este sarcasmo de la época no hace más que
ilustrar la dualidad creativa y bélica de Riva Palacio. Hombre sensible, guerrero, poeta,
genio, de un tiempo en el que los hombres parecían gigantes, como escribió otro titán de
esos años Ignacio Ramírez el Nigromante; tiempos en los que la patria necesitaba a sus
hijos con las armas en las manos, no sólo para defender los ideales, sino el manantial en
donde brota la soberanía, tiempos en los que no sólo había que dejar constancia de la
barbarie del combate, sino de la belleza de las palabras, del testimonio de un México
convulsionado, roto, pero exigiendo a gritos, ante el concierto de las naciones, su derecho a
existir como nación independiente.
Fue en esos años, cuando el concepto de nación empezó a tener significado para los
nuestros.
Sobre este ilustre personaje no es solo necesario conocer sus datos biográficos, sino invitar
a nuestros anónimos, pero indispensables lectores del siglo XXI, a conocer su obra.
Riva Palacio vivió dentro de una familia acomodada, más no en la opulencia y el derroche.
Su padre, hombre de letras y de la política, fue varias veces diputado federal y gobernador
del Estado de México; su madre, mujer abnegada, se dedicó a las labores del hogar. Recibió
su educación elemental en la escuela particular de los hermanos Isidro y José Ignacio
Sierra. En 1845, Riva Palacio ingresó al Colegio de San Gregorio, en donde cursó dos años
de Gramática, equivalente a la educación secundaria y tres años de Filosofía, hoy
equivalentes a la preparatoria. En 1847, suspendió sus estudios para incorporarse a las
brigadas civiles que lucharían contra la invasión norteamericana a nuestro país.
A finales de 1849 o principios de 1850, Riva Palacio inició sus estudios para abogado, los
cuales tuvo que abandonar un año por estar convaleciente de una enfermedad; sin embargo,
asistió a clases esporádicas en el Instituto Científico y Literario de Toluca. En 1851,
reanudó sus estudios y en diciembre de 1854, obtuvo su título de abogado firmado por el
entonces presidente Antonio López de Santa Anna. Lamentablemente, a principios de ese
año, murió su madre.
Entusiasta, ejerció su profesión por algún tiempo, sin embargo, la rutina de los tribunales y
la falta de pago de los clientes, hicieron que Riva Palacio se arrepintiera de haber estudiado
para abogado, por lo que, en noviembre de 1855, aceptó el cargo de regidor del
Ayuntamiento de la Ciudad de México, ingresando así al ejercicio de una de sus más gratas
pasiones: la política.
En 1856, fue electo diputado; participó en los debates y discusiones para la conformación
de la Constitución de 1857. Identificado como un liberal moderado, sus aportaciones fueron
austeras pero significativas. También en 1857, contrajo matrimonio con Josefina Bros, de
cuyo matrimonio nació Federico Riva Palacio, su único hijo.
Entre 1861 y 1862, Riva Palacio se dedicó a escribir dramas, sainetes y comedias en
colaboración con Juan A. Mateos. En 1861, participó en la fundación de un periódico
satírico muy importante: La Orquesta. Periódico omniscio, de buen humor y con
caricaturas.
Eran los años entre guerras, de la Reforma a la Intervención francesa; la paz era frágil y
momentánea; a pesar de ello, Riva Palacio continuó con sus tareas legislativas, periodísticas
y literarias; disfrutaba la fiesta brava, el teatro y la buena comida.
Al iniciarse la intervención francesa, Riva Palacio dejó atrás placeres y familia; armó con
sus propios recursos una guerrilla, y a principios de mayo de 1862, se puso a las órdenes
del general Ignacio Zaragoza. Su primer hecho de armas tuvo lugar en la batalla de
Barranca Seca, cerca de Orizaba, Veracruz. Durante un año, participó en la defensa de
Puebla en contra del invasor, ganándose el grado de coronel.
En 1864, sólo con el apoyo de los pobladores y de préstamos forzados, Riva Palacio logró
sostener a su ejército de guerrilleros contando con el invaluable apoyo de Nicolás Romero,
antiguo obrero textil y chinaco valiente. Por sus hechos de armas, alcanzó el grado de
general. A principios de 1865, su brazo fuerte, Nicolás Romero, fue hecho prisionero y
fusilado por una corte marcial.
A pesar de este duro golpe y de la falta de apoyo del gobierno errante de Juárez, Riva
Palacio logró poner en pie un ejército republicano que empezaba a obtener victorias ante el
ejército invasor. El 11 de abril de 1865, en la batalla de Tacámbaro, Michoacán, el ejército
de Riva Palacio capturó a muchos soldados belgas. Tras una serie de negociaciones con el
Mariscal Bazaine, logró un canje por prisioneros republicanos el 5 de diciembre de ese año
en el poblado de Acuitzio. Con esta acción, Riva Palacio logró que el ejército republicano
fuera reconocido como una fuerza beligerante y no como un puñado de bandidos.
Hacia mayo de 1866, Riva Palacio fue informado de los triunfos republicanos en el norte y
de la salida del país de la emperatriz Carlota. Animado por las noticias, dictó a su
secretario, según testigos, las estrofas de Adiós, mamá Carlota, composición que sería un
canto de guerra, y junto a Los cangrejos, de Guillermo Prieto, populares entre los
guerrilleros.
Al triunfo de la República, Riva Palacio dejó las armas para dedicarse a la vida privada; sin
embargo, fue ministro de la Suprema Corte. Ejerció el periodismo, siendo un crítico
constante de la administración de Sebastián Lerdo de Tejada, al grado de apoyar la revuelta
de Tuxtepec del general Porfirio Díaz en 1876. De su pluma prodigiosa no sólo emanaron
críticas políticas, sino poemas y cuentos memorables, así como el desarrollo de las Veladas
literarias, reuniones en donde los escritores más afamados del momento se reunían a
discutir sus creaciones y a la bohemia: Ignacio Manuel Altamirano, Ignacio Ramírez,
Guillermo Prieto, Juan de Dios Peza, Juan A. Mateos y el joven y talentoso Justo Sierra.
Si bien los años de 1881 y 1882 no fueron los más afortunados en la vida política de Riva
Palacio, sí lo fueron en cuestiones histórico- literarias, al iniciar la redacción de su obra
México a través de los siglos y salió a la luz Los ceros.
Ya para esos años, Riva Palacio era un político en desgracia. Su prestigio se desvanecía
ante la figura dominante de Díaz. Tras el motín del níquel del 21 de diciembre de 1883, en
donde la chusma deploró la emisión de monedas de ese metal durante el gobierno de
Manuel González, éste hizo encarcelar a Riva Palacio, acusado de azuzar a la chusma por
medio de sus escritos. Permaneció en prisión hasta el 16 de septiembre de 1884. Los diarios
dieron fe de sus duros días en la cárcel, en donde Vicente aprovechó para redactar el
segundo tomo de México a través de los siglos.
Olvidado por Díaz, que regresó a la presidencia, Riva Palacio decidió terminar la empresa
de publicar los cinco tomos de esta obra. Al acercarse la tercera reelección de Díaz, y para
evitar nuevas críticas en la prensa, éste lo nombró embajador de México en España,
enviándolo al exilio oficial.