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TEXTO 2
TEXTO 3
Diego lo sabe. Una noche después de un largo día tuvo que salir a respirar un
momento porque estaba agotado. Ya ni sabía cuántas semanas habían pasado
desde que el colegio cerró y mandó a sus dos hijas a la casa. Sentía
cansancio físico, mental y emocional porque además de cumplir con su rol de
papá, debía cocinar, trabajar y ser profesor. Sin duda, esta última era la labor
que más desgastado lo tenía.
Durante este tiempo, las escuelas han entendido que esto no es solo
aprendizaje remoto, es aprendizaje durante una pandemia. La ansiedad, la
incertidumbre, el miedo y el aislamiento se han vuelto más frecuentes.
Mientras a Diego le dolía la cabeza del cansancio, Isabela no estaba lejos de
llegar a ese punto. Serían más de las ocho de la noche y ella seguía haciendo
tareas después de haber estado en clases virtuales durante todo el día. Estaba
cansada, las clases
virtuales duran demasiado tiempo y los profesores les ponen demasiados
trabajos. “Para esta semana tengo 13 tareas, no me alcanza el tiempo”, dice la
adolescente de 12 años, y advierte: “Siento que sí estoy más estresada, a
veces creo que no puedo”.
En medio de todo, asegura sentirse bien porque está con su familia, pero
extraña a sus amigas, poder preguntarles directamente a las profesoras las
dudas que tiene en lugar de hacerlo por correo. “¿Cuándo volveré a ver a mis
amigas? ¿Cómo
será cuando las vuelva a ver? ¿Cómo serán las clases?”, se cuestiona.
Antes de la pandemia
Al caracterizar el pasado próximo de la educación en un rango no muy extenso,
unos 10 años al menos y aun teniendo en cuenta la multiplicidad de niveles,
modalidades, modos de gestión y financiamiento de la educación, todos
podemos imaginarnos o recordar los hábitos y las costumbres de un día de
clases en la “normalidad” previa a la aparición mundial del COVID-19.
En general, podemos recordar adultos saliendo a realizar tareas habituales,
(entre ellos, docentes, trabajadores de la educación, personal auxiliar, etc.),
estudiantes de todos los niveles yendo en determinados horarios (según turno)
a establecimientos educativos; algunos acompañados, otros poniendo en
práctica su autonomía. Muchos probablemente, concurrían a escuelas dentro
de un radio no mayor a 10 o 15 cuadras, otros en cambio, debiendo recorrer
mayor distancia con medios propios o utilizando transporte público.
La llegada a las instituciones, suponía cumplimentar los horarios de entrada,
salida, recreos, cambios de turno o materia. Las clases propiamente dichas,
dictadas en un aula o salón, con mobiliario especial para estudiantes y
docentes, el viejo y querido pizarrón, aunque ya en muchas instituciones fueron
siendo reemplazados por las pizarras de marcadores y las más modernas
podían contar con pantallas interactivas. Hasta acá, el posible resumen de una
mirada compartida por todos los miembros de la comunidad educativa.
Durante la pandemia
Al momento en que se declaró el “Aislamiento social, preventivo y obligatorio”
al menos en Argentina, de los muchos hábitos o costumbres mencionados, el
primer desafío que nos interpeló a todos los actores del sistema educativo, fue
el de adecuar las prácticas escolares habituales a un formato digital que
permita rescatar, en principio, la continuidad de los procesos de enseñanza y
aprendizaje.
La extensión de dicho aislamiento fue impactando de diferentes maneras los
acontecimientos y sentimientos que acompañaron la situación de
excepcionalidad. Primero, la desorientación, el descreimiento, la parálisis que
la explicitación de crisis implica. Luego del impacto, los primeros intentos de
reorganizar lo que estaba presente en la presencialidad sin la materialidad
física que lo sustente. Difícil tarea. Para todos.
Las familias en general se vieron forzadas a modificar el ritmo habitual de
manera abrupta, con angustias y ansiedades lógicas frente a lo desconocido y
sin poder brindar muchas respuestas a los estudiantes hasta que “la escuela”
pudiera ponerse en contacto.
Los docentes, no ajenos a estas sensaciones tuvimos que recurrir a una
formación inmediata (algunos ya la tenían, otros debieron profundizar) sobre
plataformas, educativas, aplicaciones y recursos digitales que pudieran servir a
tal propósito. Gracias al gran espíritu de trabajo y compromiso de cada
docente, más temprano que tarde, aun debiendo sortear muchas dificultades,
con la necesidad de establecer los primeros contactos y canales para mantener
a los estudiantes comunicados con la escuela, comenzaron a llegar distintas
actividades, propuestas y trabajos en diversos formatos (audio, texto, vídeo) de
manera sincrónica o anacrónica; utilizando variados recursos y soportes
digitales como: WhatsApp, Facebook, Instagram, twitter, blogs, sitios web, por
mencionar algunos.
Los estudiantes que ya de por sí adolecen de su tiempo evolutivo, vieron cómo
el contexto de aislamiento los alejaba de sus pares, de la Escuela (que, aunque
manifiesten su desinterés, la requieren), de sus hábitos y experiencias; esos
propios que sólo surgen y se recrean en los tiempos y espacios escolares. Así
vieron de a poco cómo sus vínculos con la Escuela toda y con sus referentes
escolares adultos, con los otros estudiantes, con sus familias, con su propia
experiencia vital y vincular, poco a poco se fueron desmoronando.