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PRAGMÁTICA LINGÜÍSTICA

GRACIELA REYES
Montesinos
Barcelona
1994
Pg. 89-144

4 El hablante en la gramática

4.1. El hablante como codificador codificado

Transmitimos e interpretamos significados. Éstos son de diverso tipo: algunos


contienen nuestra percepción, física o mental, del mundo que nos rodea, otros reflejan
nuestra relación —real, deseada, fingida— con nuestros interlocutores, otros exhiben
nuestros sentimientos o emociones, otros nuestra actitud ante lo que decimos y ante
cómo lo decimos. El enunciado más sencillo de nuestra conversación cotidiana puede
expresar más de un tipo de significado. Cuando el tendero pregunta ¿Qué deseaba,
señora? está iniciando un intercambio de información y creando a la vez, con su
deferencia, un tipo estereotipado de relación entre la dienta y él.
El lenguaje es el mejor medio de transmisión de significados: no el único, pero sí
el más eficiente. Para expresar los significados, el lenguaje debe codificarlos. La
gramática de una lengua es un aparato muy complejo, formado por diferentes niveles (el
fónico, el léxico, el sintáctico, el semántico), que se ocupa continuamente en la
codificación de significados. En este capítulo analizaremos algunos aspectos de la
relación entre este aparato de codificación y su usuario, tal como se manifiesta en el
sistema gramatical de la lengua.
El hablante es, en primer lugar, el que tiene necesidades comunicativas: debe
transmitir significados. En segundo lugar, el hablante es el que manipula el lenguaje —
que le viene hecho pero no definitivamente hecho— para conseguir que éste satisfaga
sus necesidades comunicativas. Por eso una lengua en uso es la misma y no es la misma
en cada minuto: el hablante mantiene para no romper el acuerdo de comprensión, y
modifica para expresarse. Al analizar una lengua no sólo analizamos una cultura (de la
que esa lengua forma parte, y a la que esa lengua expresa), sino que analizamos también
a su usuario, un personaje que concebimos, un poco al margen de su lengua, como
dotado de cualidades invariables, corvo represi(tante de un universal humano. El
hablante está atrapado, reflejado, en los sistemas de expresión de las lenguas, que, sin
embargo, contribuye activamente a configurar.
Uno de los problemas más fascinantes para todo el que se interese por el lenguaje
es la relación entre las formas lingüísticas y la función que cumplen en los actos
comunicativos. ¿Pueden definirse las formas por su función? ¿Es la función la que crea
la forma o, a la inversa, la forma preexiste a su función y el hablante la adapta lo mejor
que puede a sus necesidades? ¿Por qué los ítems léxicos y gramaticales suelen tener
varios significados? En la historia de las lenguas, ¿los significados semánticos preceden
a los pragmáticos, o por el contrario los pragmáticos aparecen primero? ¿Cuál es, en
suma, la relación entre gramática y pragmática?
En el panorama actual de la lingüística pueden distinguirse dos maneras opuestas
de encarar estos problemas: de un lado, los que consideran que la gramática debe
analizarse como un a priori respecto de las funciones pragmáticas; de otro lado, los que
intentan diseñar una gramática surgida a posteriori de los textos. La primera tendencia
es la más sólida e influyente; la segunda es nueva y no está avalada, como la otra, por
un corpus de investigación extenso. Aunque en los análisis gramaticales concretos se
oscila entre una y otra tendencia, y la mayor parte de los lingüistas están en algún punto
del camino entre una gramática a priori y una gramática a sterioti, sin embargo, estas
dos maneras de concebir la relación entre gramática y uso del lenguaje corresponden a
dos ideologías lingüísticas radicalmente distintas.
Gramática a priori significa, básicamente, gramática anterior al texto: el hablante
posee un sistema de reglas y de unidades léxicas que le permiten producir textos. Las
reglas y unidades léxicas preexisten al texto y lo hacen posible, de modo que pueden
desprenderse del texto y estudiarse aisladamente. Dentro de esta visión del lenguaje
cabe la idea de significados literales, anteriores a contextos de uso, relativamente
invariables; la idea del lenguaje como un sistema de oposiciones definidas
negativamente, según la conocida teoría de Saussure; la idea más moderna de un
hablante nativo ideal poseedor de todas las reglas necesarias para producir las oraciones
bien formadas de su lengua, y no otras. Estos presupuestos constituyen la base de la
lingüística moderna.
El concepto de una gramática a posteriori es heterodoxo y está asociado a la
actitud ante el lenguaje que se conoce como postestructural o postmoderna. En el
paradigma postestructural no importa aislar y describir el sistema que subyace a los
textos, sino cuestionar la inestabilidad de los significados, que no se conciben fuera de
contexto. En lugar de formas con contexto, se postulan textos y, en los textos, formas
que se pueden aislar sólo a partir del texto. Estas formas no son dadas, sino que se van
creando, sedimentando y alterando en el proceso de construcción textual. Una gramática
a posteriori es un conjunto de patrones lingüísticos reconocibles pero nunca definitivos
ni completos, que van imponiéndose por rutina y decantación, y modificándose en el
uso. Se trata de cony1tiones para comunicarse, no de estructuras lógicas anteriores a la
comunicación.
Quedan fuera de la ideología postestructural las gramáticas «funcionales», pese a
ciertas semejanzas. Las gramáticas funcionales (por ejemplo las de André Martinet y la
de M.A.K. Halliday) sostienen la existencia de formas gramaticales dadas, previas al
discurso, que se definen por las funciones comunicativas que permiten cumplir. Las
descripciones lingüísticas funcionalistas postulan una correlación entre forma y servicio
textual en la cual la forma es lógicamente anterior al texto, tesis básica del
estructuralismo puesta en cuestión por las corrientes postestructuralistas.
En todas las ideologías lingüísticas, estructuralistas o no, se presume o se afirma
explícitamente que el hablante es capaz no sólo de usar correctamente (en cuanto a las
reglas gramaticales) y adecuadamente (en cuanto a los contextos y situaciones, de uso)
una lengua o varias, sino que es capaz de crear lenguaje; pero las nociones de
«creatividad» difieren. El hablante que posee el sistema (como lo presentan los
estructuralistas, incluidos entre éstos los generativistas) podría parecer pasivo, casi un
autómata capaz de repetir toda su vida las mismas reglas (o de hacer valer las mismas
oposiciones). Sin embargo, el hablante «competente» es creador porque puede producir
un número infinito de oraciones bien formadas, todas diferentes entre sí pero con
estructuras invariables y adecuadas a la situación de uso. Esta capacidad de creación es
ilimitada, aunque está gobernada por reglas.
El hablante de la gramática a posteriori es creador porque la gramática sale,
directamente, de su necesidad de hacer textos: es el hablante, en la actividad de hablar y
escribir, el que utiliza y vuelve a utilizar ciertos patrones lingüísticos que acaban por
sedimentarse y constituir así lo que puede llamarse un sistema gramatical. Pero para que
el patrón llegue a cuajarse el hablante debe ser, también, repetitivo: la sedimentación de
ciertas convenciones depende de que esas convenciones se usen y vuelvan a usar hasta
convertirse en fórmulas.
Aunque rara vez se la presenta como tal, todas las posturas actuales ante el
lenguaje admiten la misma paradoja: el hablante es innovador pero no original, es libre
pero lo gobiernan reglas y convenciones; el lenguaje está hecho y, sin embargo, hay que
rehacerlo en cada enunciación. Según sea la teoría, el hablante encuentra el lenguaje
hecho o bien en su cerebro (y en el de todos los demás hablantes de su comunidad, que
poseen un lenguaje esencialmente idéntico), o bien en los hábitos textuales de su lengua,
también compartidos por todos. Esta maquinaria lingüística —sea interior o exterior—
hace del hablante, hasta cierto punto, un prisionero que debe obedecer las normas
establecidas y que, además, está condicionado a ver el mundo a través de su lengua.
Pero el hablante es creador, hace el lenguaje cada vez que lo usa: sean «aprioristas» o
no, todas las concepciones del lenguaje insisten en el papel activo del hablante y en su
capacidad creadora, cualesquiera sean los orígenes y límites de la creación lingüística.
Tomando como marco de referencia estas paradojas, trataré de ilustrar a
continuación, aunque sea muy parcialmente, la presencia del hablante en la gramática,
describiendo un fenómeno gramatical del español: la subjetiviZaCión de los
significados en algunas formas verbales.
4.2. Significado referencial, significado textual y significado expresivo
En el capítulo 1, a propósito del ejemplo del coche-cama, distinguimos, con
Umberto. Eco, varios tipos de significado de un ítem léxico. Vamos a ver ahora los
significados de formas gramaticales, tratando de diferenciar la dimensión semántica de
la dimensión textual y de la expresiva.
Esta clasificación de los significados en semánticos y pragmáticos (donde por
«pragmáticos» se entiende expresivos y metalingüísticos) procede de la concepción
tradicional de las funciones del lenguaje, según la cual existe una dicotomía funcional
básica:

el lenguaje sirve o bien para transmitir información sobre el mundo, o bien para
exhibir los sentimientos, emociones, o actitudes del hablante. Así, se distinguen dos
funciones básicas del lenguaje, que han recibido diferentes denominaciones: función
representativa y función expresiva (Bühler), referencial y emotiva (Jakobson), ideativa e
interpersoflal (Halliday). La función ideativa (o representatiVas o referencial) sirve para
la expresión de contenidos que provienen de nuestras representaciones sobre el mundo y
la interpersoflal (o expresiva, o emotiva) permite la expresión de actitudes personales y
la configuración de las relaciones entre los hablantes.
Tanto los lingüistas como los filósofos del lenguaje han dado siempre más
importancia al primer miembro de la dicotomía, la función ideativa, considerando que la
función básica del lenguaje es transmitir información sobre el mundo; la transmisión de
sentimientos, modos y actitudes se ha considerado secundaria, o, al menos, marginal.
Los estudios recientes de pragmáticas especialmente los más empíricos, dedicados al
análisis de la conversación, se interesan, en cambio, por los aspectos expresivos o
interpersonales del lenguaje, lo que ha dado lugar al estudio de partículas o expresiones
que parecen carecer de todo significado (como bueno, oh, etc.), y de significados no
referenciales cuya función es contribuir al establecimiento de las relaciones entre los
interlocutores, afianzar la coherencia discursiva o mostrar la actitud del hablante ante su
proposición, en lugar de transmitir información de tipo factual. Entre estos significados
interpersonales deben incluirse los que derivan de lo que Halliday llama la mcta-
función textual del lenguaje, que permite al lenguaje construir textos, es decir,
manifestarse en forma oral o escrita; la metafunción textual es imprescindible para que
se cumplan las otras dos (cfr. «Language structure and language function», 1970).
Muchos elementos gramaticales presentan variossignificados que se derivan de
más de una función: pueden servir para transmitir información y para mostrar la actitud
del hablante, o para transmitir información y también contribuir a la textualización del
mensaje, etc.
Ciertos adverbios de modo, por ejemplo, no solamente modifican al predicado de
la oración. Supóngase que se usa la expresión evidentemente en un enunciado como
Evidentemente, este asunto va de mal en peor. Evidentemente significa que algo está
claro, pero subjetivamente claro: claro para el hablante. El hablante que usa la expresión
evidentemente admite de forma implícita que lo que dice está sujeto a duda o puede
estar, o estuvo, o estará, sujeto a duda: que no es evidente por sí mismo, porque si fuera
evidente no tendría que afirmar que lo es para él. El adverbio evidentemente (y otros
semejantes como sin duda, etc.) sirve, en efecto, para restringir una afirmación,
mostrando una actitud del hablante ante esa afirmación, una restricción de tipo
epistemológico, equivalente a algo como ‘Yo saco la conclusión de que es así, aunque
tuve razones para no creerlo, o aunque usted, mi interlocutor, no lo crea o no lo vea así
‘. El significado «literal» de evidentemente, como viene, por ejemplo, en el diccionario
(‘tan claro que resulta indudable o innegable ‘, en María Moliner, Diccionario de uso
del español) no basta para explicar su valor de uso. Este valor está relacionado con el
hecho
—cevidentemente» pragmático— de que una expresión quiere decir más de lo que
significa literalmente o fuera de los textos. En este caso, sucede que si algo fuera de
verdad «evidente» para todos, no habría que afirmar que lo es para el hablante: el
hablante «se mete» en el texto cuando dice evidentemente, por lo

La gramática a posteriori

Desde esta perspectiva posmoderna, la gramática, tal como la conciben las teorías lingüísticas estándares, se vuelve
cuestionable. Quizá podamos empezar con el gesto característico heideggeriano-derridiano de poner gramática sous râture
gramatica. En lugar de formas con contexto, como quiere el análisis del discurso, tendremos textos con formas, y la
contextualidad será reemplazada por la textualidad. Estructura y gramática en general, en lugar de concebirse como presentes a
priori, emergerán de repeticiones concretas en el discurso. [...] La repetición y el uso de fórmulas se relacionan con la
«exterioridad” de Wittgensteifl y con la noción de Derrida de los actos de habla como «injertos». […] Mis propios trabajos sobre
lo que he llamado «gramática emergente» insisten en que la gramática emergente debe verse no como otra variedad de gramática
o como el mero antecedente histórico de una «gramática de presencia» sincrónica, sino como una estructuración permanente un
movimiento continuo hacia la estructura, sólo parcialmente completado. La gramática emergente es un conjunto de regularidades
que están alcanzando popularidad en la comunidad lingüística y que se extienden a través de diferentes articulaciones y
colocaciones. 1...] La estructura, en este sentido, es parásita de los textos (tomo la metáfora de J. Hillis Miller); la estructura surge
de los textos y por lo tanto o bien se transmite a otro texto o bien muere [ …]
La gramática es, pues, un devenir más que un ser. Su inestabilidad no es el suplemento de una esencia estable, sino parte
de su naturaleza. La lingüística puede responder a esta concepción de la gramática sin dejar que sus métodos se vuelvan una
pálida imitación de la crítica literaria: puede hacerlo creando proyectos propios. Ya podemos ver cómo la vieja semántica
estructuralista es reemplazada por el estudio de la naturaleza y trayectorias características del cambio semántico en relación con la
textualjdad. También se observan los efectos del postestructuralismo en la enseñanza de las lenguas extranjeras. [...] Aprender una
lengua extranjera entraña no tanto internalizar reglas gramaticales cuanto adquirir y expandir un repertorio de estrategias para
crear textos. [...]
En el estudio de la gramática emergente, es decir, de la «gramatización», la lingüística se acerca implícitamente a las
suposiciones subyacentes de la teoría literaria pos- moderna. Al reconocer la naturaleza fragmentaria y temporal de la estructura,
[...] la lingüística puede responder a esas nuevas y poderosas fuerzas, absorberlas, desarrollarlas.
Paul Hopper, «Discourse Analysis: grammar and critical theory in the 1980’» (1988), pp. 22-23.
cual nos resultaría extraño que en un libro de geometría se definiera el triángulo
diciendo: Evidentemente, el triángulo es una figura de tres lados, ya que esta frase pone
en duda la verdad general de la definición. Una expresión de ese tipo sólo podría usarse
—aparte ironías o juegos— por razones didácticas, para cerrar un razonamiento sobre el
triángulo, ya que evidentemente y otros adverbios semejantes implican que el hablante
hace un razonamiento, saca conclusiones de ciertos datos, presuponiendo algo así como
«por lo que se ve, puede concluirse que».
Tómese ahora la expresión ya que. Es una conjunción causal como porque, pero su
función argumentativa es peculiar: presenta la causa como un hecho conocido, ya
afirmado antes en el discurso, es decir, no sólo apunta al mundo, sino también al
discurso. Obsérvese la diferencia entre porque y ya que en los siguientes ejemplos:
No jugaron el partido porque llovía.
No jugaron el partido, ya que llovía.
Mientras porque liga dos hechos sobre los cuales estoy informando (que no
jugaron, que llovía), ya que (o puesto que) liga también dos hechos, pero de uno de ellos
(que llovía, o sea, la causa del no jugar) no informo realmente, sino que lo menciono
como algo ya conocido o ya dicho en la conversación. Para comprobar la verdad de la
lluvia en No jugaron porque llovía hay que examinar el mundo (constatar que llovía
realmente); para comprobar la verdad de ya que llovía debo mirar primero el discurso:
¿es verdad que en esa conversación se había mencionado la lluvia?, ¿de dónde procede
la información sobre la lluvia? Sólo secundariamente podemos buscar la
correspondencia entre lo dicho y el mundo, es decir, averiguar el valor de verdad de la
proposición.
Por eso ya que puede servir para atribuir palabras o pensamientos al interlocutor.
Supóngase un diálogo como el siguiente:
A- Ya que te gusta cocinar, cocina tú.
B- Yo jamás he dicho que me guste cocinar.

B se queja de que le hayan atribuido una afirmación, es decir, lo que rechaza es el


significado metalingüístico de ya que. El significado de esta conjunción causal es, pues,
doble: apunta al mundo (significado representativo) y al discurso (significado
metalingüístico o metadiscursivo).
Otras expresiones tienen tres dimensiones significativas. Un buen ejemplo es la
conjunción temporal mientras. Mientras significa la simultaneidad de dos acciones, pero
también sirve, metatextualmente, para marcar la cohesión entre las frases con que se
enuncian dichas acciones: Le robaron mientras dormía, Mientras tomábamos el café,
Juan lavó los platos. Por añadidura, la conjunción temporal mientras puede adquirir
otros significados modales equivalentes a si, siempre y cuando, con tal que: Puedes
poner música, mientras no despiertes al bebé (‘si no despiertas al bebé’), Mientras me
paguen bien, seguiré trabajando allí (‘si me pagan bien...’). Mientras tiene, pues, tres
clases de significado:
uno referencial, que es indicar simultaneidad entre dos acciones, otro textual, con
el que cumple la función gramatical de unir cláusulas, y otro modal, mediante el cual
indica actitud del hablante. El significado referencial es el que llamamos, en términos
generales, semántico, y los otros dos son pragmáticos.
Si observamos la evolución semántica de una palabra notaremos que a un
significado concreto le sigue, normalmente, algún significado metafórico que, o bien
coexiste con el primero, o bien se sedimenta y pasa a ser el significado más frecuente e
incluso el único del vocablo en cuestión. El significado concreto está asociado a las
capacidades cognitivas del hablante: es una descripción verificable de algo. El
significado «figurado», como suelen presentarlo los diccionarios, ya no es una
descripción verificable sino una manera de presentar la realidad según el hablante. La
palabra rústico, por ejemplo, significa, en principio, ‘relativo al campo’ o, si se dice de
una persona, ‘campesino’. De allí, por cualidades asociadas con el campo en oposición a
otras formas más refinadas de vida o comportamiento social, rústico pasó a querer decir
‘grosero, basto’, que es el significado que con más frecuencia tiene en español.
Según estudios muy recientes sobre evolución semántica, los significados
semánticos preceden a los textuales y a los expresivos, en ese orden (véase Elizabeth C.
Traugott, «On the raise of epistemic meanings in English», 1988). Esto indica que los
significados tienden a subjetivizarse: pasan de ser descripciones externas a ser
descripciones internas, en las cuales se manifiesta el punto de vista (opinión,
percepción, actitud) del hablante. De acuerdo con esta dirección de cambio, los
significados más tardíos configuran un mundo constituido no sólo por objetos y por
estados de cosas, sino por valores y por relaciones lingüísticas creadas por el lenguaje
mismo en el proceso de codificar los contenidos de conciencia.
La subjetivización conlleva el debilitamiento del valor semántico de las formas
lingüísticas en favor de nuevos valores pragmáticos. No se trata, como veremos, de un
empobrecimiento, sino de lo que se ha llamado un «fortalecimiento pragmático»: la
subjetivización implica que el hablante introduce en la gramática, es decir, codifica, su
actitud ante lo que enuncia. La subjetivización de los significados hace que las formas
lingüísticas den mayor información sobre el hablante y sobre las estrategias que utiliza
en la conversación para mantener y reforzar su relación con los interlocutores.
4.3. El imperfecto español: tiempo y epistemología
Para ilustrar un proceso de subjetivización en la gramática propongo considerar el
caso del imperfecto de indicativo castellano cantaba y sus distintos valores, más
numerosos y difíciles de describir sistemáticamente que los valores de otras formas del
paradigma verbal.1
El imperfecto español tiene, en primer término, un significado referencial:
expresar tiempo pasado en transcurso; en segundo término, un significado textual:
conectar el discurso presente con otro real o presupuesto; y, finalmente, tiene un
significado modal: indicar irrealidad o posibilidad, y en menor medida obligación. El
valor referencial consiste en localizar una acción tomando algún punto de referencia,
punto de referencia que está en el contexto y suele ser el presente del que habla. Los
otros dos tipos de significado muestran muy directamente la presencia del hablante en el
discurso, pues transmiten la actitud de aquél ante la proposición.
El primer valor indicado, el referencial o semántico, puede formularse, en
principio, desprendiendo a la forma verbal, en nuestro caso el imperfecto, de un
contexto, y postulando que ese valor va a encontrarse con mucha frecuencia en textos en
los cuales los hablantes se refieren a algo que sucedió en el pasado y que presentan en
transcurso. De acuerdo con este método de análisis, las gramáticas han dado al
imperfecto español el valor de indicar pasado y además acción en transcurso, por
oposición a acción completada, vista no en su desarrollo sino en su término. Este valor
referencial, ‘pasado en transcurso’, no se encontrará en todos los usos del imperfecto,
pero se considera prototípico. Piénsese en oraciones como la siguiente:
Cuando llegué los niños dormían.
1
Las observaciones que siguen, aunque tienen en cuenta tanto los análisis tradicionales como algunos
muy recientes sobre el verbo, y no pretenden ser originales, se apartan, sin embargo, de otros estudios en
el modo de presentar los diferentes significados de las formas verbales. El lector interesado en una
explicación más detenida puede consultar otros trabajos míos (donde encontrará también la bibliografía
correspondiente): «Tiempo, aspecto, modo e intertextualidad», 1989, y «Valores estilísticos del
imperfecto», 1990.
En esta oración se enuncian dos acciones: llegar y dormir. Ambas suceden en el
pasado. El imperfecto español, y el de las demás lenguas románicas, expresa no
solamente pasado, sino también acción desplegada en el tiempo, sin que se indique
principio ni fin. La acción de llegar, en nuestro ejemplo, está completada, pero la de
dormir no: posiblemente comenzó antes que la otra, y sigue cuando ya la otra se ha
terminado (los niños dormían antes de llegar yo, y siguieron durmiendo después de
llegar yo).
Es el hablante el que elige los puntos de vista: poniendo su presente como centro
de su sistema de referencias, enuncia algo que sucede antes de su presente, y además lo
presenta como una acción desplegada sobre cierto periodo de tiempo. Por supuesto hay
reglas gramaticales, ya sedimentadas, que controlan qué puntos de vista puede adoptar
el hablante en cada caso. Aquí, por ejemplo, la gramática no admitiría decir Cuando
llegué los niños durmieron. (Los verbos llegar y dormir admiten ciertas combinaciones,
diferentes de las que permitiría, por ejemplo, dormirse, que tiene un significado distinto
de dormir: por eso podría decirse sin escándalo gramatical Cuando llegué los niños se
durmieron.) Pero esas reglas, que condicionan al hablante, las maneja él mismo en
provecho de su necesidad de comunicar algo, de modo que, si no le sirve esa
construcción, elegirá otra, o bien alterará la regla, cometiendo un «error» que quizás
alguna vez llegue a ser aceptado y se convierta en nueva regla.
De momento, el español ha codificado de manera nítida la diferencia entre tiempo
pasado cumplido, cerrado, y tiempo pasado en transcurso, mediante la existencia de dos
formas verbales distintas, el pretérito simple y el imperfecto. Se dice, pues, que el
imperfecto indica tiempo pasado y aspecto imperfectivo, donde tiempo significa
‘localización de la acción respecto del presente del hablante’ y aspecto significa
‘manera de presentar la constitución interna de la acción’. Las dos maneras que nos
interesan aquí son acción completada versus acción en desarrollo, canté versus cantaba.
Transcribo a continuación fragmentos de textos orales (procedentes de materiales
recogidos por mí para el estudio del habla culta informal) donde se puede observar el
valor referencial básico del imperfecto, casi siempre por oposición a los significados del
pretérito simple y de las demás formas verbales de pasado:
Yo limpiaba tranquilamente los.., chismes esos, ¿no?, y ¡zas!, se me cayó un
frasco de colonia... (La acción de limpiar se presenta en transcurso; la acción de
caerse el frasco, enunciada en pretérito, interrumpe la otra.)
Bueno, nada, que cuando finalmente llegué estaba cerrado a cal y canto.
(Estar cerrado es una situación que se extiende sobre un período de tiempo en el
cual se encuentra llegar, acción puntual.)

Entonces íbamos en el autobusito ese... No íbamos hacia el mar, íbamos hacia la


montaña... Entonces grité. (Ir se presenta en su transcurso, como algo que continúa;
gritar, en pretérito simple, interrumpe esa continuidad.)

En todos estos casos, el imperfecto señala la acción, proceso o estado que sucede
en el pasado del hablante, y que éste presenta en transcurso: los imperfectos de estos
enunciados expresan el valor referencia! básico del imperfecto, ‘pasado en transcurso’.
El hablante puede usar ese significado, o, quizás, abusar de ese significado, para
expresar otras cosas. Para expresar, por ejemplo, sus escrúpulos epistemológicos.
La expresión de la incertidumbre sobre el conocimiento de lo que se enuncia está
codificada en muchas lenguas mediante formas especiales. Estas lenguas poseen
partículas, o morfemas, para indicar que el hablante no tiene experiencia directa de lo
que afirma: que lo sabe de oídas, por ejemplo. Los estudiosos de las lenguas indígenas
de América observaron el fenómeno hace muchos años y llamaron a esas partículas
evidentials o, más específicamente, quotatives, cuando servían para indicar que lo
afirmado procedía del testimonio oral o escrito de otro y no de la observación directa
del hablante (el quotative o «citativo» es el tipo más frecuente de evidencial). El español
carece de morfemas especiales, de modo que si queremos advertir que lo que decimos
nos lo dijo otro y así, por ejemplo, no responsabilizar- nos enteramente de su verdad o
falsedad, podemos indicarlo explícitamente:

Juan viene mañana, según me anunciaron.


Habría elecciones, según dicen.

Tomemos la primera de las dos oraciones, que trata de la venida de Juan.


Esta puede reformularse de otra manera, especialmente en la lengua coloquial:

Juan venía mañana.

Nótese que al usar el imperfecto venía, el hablante no se refiere ya al pasado


de la venida de Juan (pues utiliza un adverbio de futuro), sino que se refiere, en
cambio, a un discurso anterior en el que se anunciaba la venida de Juan: ese
discurso está presupuesto, y es el imperfecto el que lo presupone. Debemos
entender que alguien ha dicho que Juan viene mañana, y que el hablante lo afirma
indicando que no tiene conocimiento directo del hecho, sino que lo dice porque se
lo dijeron, porque es algo anunciado, programado, que se espera que suceda, etc.
En este caso, el imperfecto español ha perdido en parte su valor referencial
‘pasado en transcurso’, y ha adquirido un valor epistémico. Este valor es
subjetivo: el hablante se inmiscuye en lo que anuncia, haciéndonos saber que la
verdad de su anuncio es algo de lo que no puede responsabilizarse enteramente.
Otros ejemplos:
El tren llegaba [mañana] a las ocho, ¿verdad? No voy [a buscar al niño a la
escuela] porque hoy iba su padre a buscarlo.

¿Viste al novio? Venía ayer... a ver a Lita.

En todos estos casos (recogidos también en mis grabaciones), que reflejan un


uso relativamente frecuente en el español coloquial, el imperfecto indica acciones
pasadas o futuras, que el hablante conoce a través del testimonio de otros. A
primera vista, el valor referencial básico ‘pasado en transcurso’ ha desaparecido:
ni las acciones son necesariamente pasadas, ni se presentan en transcurso.
Probemos a reescribir estos textos agregando lo presupuesto:

Anunciaron que el tren llegaba a las ocho, ¿verdad? No voy a buscar al


niño porque hoy su padre, según está programado, iba a buscarlo. (O: Su
padre dijo que lo iba a buscar hoy.)
¿Viste al novio? Me dijeron que venía ayer... a ver a Lita.

Si comparamos las dos versiones, las originales y las reescritas —estas


últimas provistas de construcciones de discurso indirecto— veremos que los
imperfectos de los ejemplos originales en realidad encapsulan en sí mismos un
discurso indirecto. Los hablantes autores de estos textos han eliminado las
expresiones introductorias de discurso indirecto y han dejado solo y solamente al
imperfecto, ya despojado de un valor propiamente temporal y también,
aparentemente, aspectual, pues llegar, ir y venir no se
presentan en transcurso.
Sin embargo, hay un resto de valor referencia! en estos im
perfectos que se ve mejor en los casos en que reconstruimos el
discurso indirecto. La acción de llegar el tren, por ejemplo, va a
suceder en el futuro, pero el anuncio se presenta como anterior.
El hablante hace valer ese pasado, que le sirve de apoyatura
para anunciar algo (llegar el tren a las ocho) que todavía no ha
sucedido, que quizá no suceda, que él no sabe si va a suceder.
Lo mismo en los demás ejemplos.
El aspecto imperfectivo básico también colabora para crear estos mensajes
de precaución epistemológica. En el uso prototípico del imperfecto, la acción en
transcurso, por ejemplo la de dormir en Cuando llegué los niños dormían, queda
en el pasado, pero sin indicación de término. Con ciertos verbos, esa falta de final
explícito puede dejar la duda de si la acción sucedió realmente. Véase, por
ejemplo, una oración como la siguiente:
Yo salía cuando sonó el teléfono.
¿La acción de salir ha empezado a cumplirse y la interrumpió el teléfono, o
quedó sólo en intención? Sin duda ha quedado macabada, y como la acción de
salir, para suceder, tiene que acabarse, resulta que el imperfecto indica,
indirectamente, que la acción no se ha cumplido. El imperfecto tiene la capacidad
de dejar una acción en suspenso, gracias a su aspecto imperfectivo. Aunque en los
ejemplos de duda epistemológica que estamos analizando el imperfecto no indica
acciones en suspenso, es evidente que la posibilidad de enunciar esa suspensión o
macabamiento, que no posee el pretérito simple canté, hace que el imperfecto
pueda extender más fácilmente su significado, y señalar incertidumbre o falta de
seguridad sobre una acción que se conoce por el testimonio de terceros.
Compárense las dos oraciones siguientes:

Querer y querer mucho


—Porque te quiero mucho —<lijo Ludmi!la, y por una
de esas astucias del idioma el mucho le quitaba casi toda
la fuerza al quiero.
Julio Cortázar, Libro de Manuel (1973), p. 94.

El novio vino a ver a Lita. El novio venía a ver a Lita.


Si vino, vino...

Pero si venía, puede ser que no haya llegado a venir, que no haya venido,
salvo que el contexto sea más explícito. De modo que el imperfecto es idóneo para
el discurso indirecto, donde la verdad de lo que se traslada verbalmente depende
de una fuente verbal y no, completamente, del hablante.
A falta de otras partículas ad hoc, el imperfecto español puede indicar
evidencialidad. La misma función desempeñan otras formas verbales (el
pluscuamperfecto, el condicional), pero con menos frecuencia, al menos en
español.
En todos los ejemplos que hemos visto hasta aquí, el valor pragmático
(intertextual) del imperfecto se puede atribuir a escrúpulo epistemológico del
hablante, que hace depender lo que dice de una fuente implícita, con el fin de
salvaguardar su responsabilidad. Pero la relación intertextual. real y verificable o
sólo inventada, puede realizar funciones distintas, que tienen que ver con la
relación entre hablante e interlocutor. El hablante puede establecer una relación
intertextual por razones retóricas: para hacer un cumplido, para expresar afecto o
aprobación, para ser cortés.
Supóngase que queremos mostrar sorpresa ante la llegada inesperada de un
amigo. Al abrir la puerta y verlo podemos decir algo como

¡Oh! ¡Qué alegría! Eras tú.

Esto implica que no lo esperábamos, que quizá pensábamos, al ir hacia la


puerta, «es el cartero (el vecino, el portero)», y que el contraste entre ese texto
supuesto y la vista del amigo produce un imperfecto claramente referido al
presente. En eras tú hay una referencia al pasado que falta en el más previsible
eres tú. El pasado al que el hablante se refiere indirectamente es el de sus
expectativas, contradichas por el presente: el hablante pensaba otra cosa, tenía otro
texto (otra expectativa menos interesante) en la cabeza. El imperfecto encapsula
esta pequeña historia.
El contraste textual puede reforzar mucho un cumplido, me diante la ficción
de la sorpresa, y siempre en imperfecto. El amante que ve desnuda a la amante por
primera vez puede decirle, mientras la mira extasiado:

¡Qué hermosa eras!

Este imperfecto implica que la hermosura de la dama sobrepasa las más


exageradas fantasías del caballero, pues lo sorprende. También evoca esas
fantasías: la función del imperfecto es intertextual, aunque en estos casos sea más
difícil reponer el discurso indirecto que falta.
En conversaciones menos felices, el hablante puede indicar que el contraste
entre lo que pensaba y lo que ve le produce desaprobación, o desencanto:

Qué torpe eras, Dios (cuando el otro está cometiendo la torpeza).


6Y esta era tu famosa sopa de cebollas? (mientras la toma).

En estos ejemplos, y en los anteriores de discurso indirecto comprimido,


siempre hay tina historia textual: se evoca otro texto, sea un anuncio puesto en la
estación de trenes, sea lo que alguien dijo, sea lo que se dice por ahí, sea una
expectativa del propio hablante, una suposición, una esperanza. Y el hablante
aduce esa historia, usando el imperfecto, para restringir su responsabilidad, o bien
para expresar cortesía o desencanto: Creo que en ninguno de estos casos el valor
puramente semántico del imperfecto se ha perdido del todo, sino que deja rastros
perceptibles bajo los pragmáticos.
Obsérvese, sin embargo, que en todos estos ejemplos de imperfecto
«intertextual» el imperfecto ha perdido en parte o, a primera vista, totalmente, su
valor referencial. Si decimos Llegaba mañana, Qué hermosa eras (ahora) o Qué
torpe eras (ahora) nos referimos a tiempos (el futuro, el presente) que discrepan
con el valor básico de esta forma, que es indicar anterioridad, pasado. Esta pérdida
de valor temporal da paso a una subjetivización, es decir, a una modalización: el
hablante, en lugar de expresar temporalidad, expresa sus reservas epistemológicas
o sus actitudes ante lo que dice, o su aprobación o desaprobación del interlocutor.
Veamos ahora brevemente los valores puramente modales del imperfecto.
4.4. El imperfecto español: continuación. Realidad en suspenso e
irrealidad

En Fragments d’un discours amoreux, refiriéndose a una escena (un precioso


tableaux amoreux) que Werther cuenta en presente, dice Barthes que detrás del
presente, en voz baja, murmura el imperfecto: el tableaux tiene, desde el principio,
vocación de recuerdo, nunca más esa felicidad volverá tal cual, siempre habrá que
contarla en pasado. El imperfecto es el tiempo de la fascinación.
En imperfecto recordamos lo vivido y lo soñado: rehacemos cuadros donde
importa el puro transcurrir, porque, como dice Barthes, recordamos tiempo,
decurso. Las realidades así evocadas quedan en suspenso, suceden en un no
suceder, transcurren. Por eso el imperfecto es, a veces, ambiguo con respecto a la
realidad de lo que expresa. La acción, como vimos arriba, puede haber quedado
sin acabar, o, directamente, sin cumplirse, de modo que muchas veces el
imperfecto expresa significados que se encuentran en una zona de confluencia
entre lo temporal y lo modal. Según las gramáticas, el imperfecto es
«desrealizador». Un caso muy conocido del imperfecto desrealizador es el del
llamado imperfecto lúdico (o prelúdico), con el que los niños planean el juego que
van a jugar:

Yo era el ladrón y tú el policía y tú me perseguías, ¿vale?

En estos usos, la acción no sucedida, ni comenzada, se «relata», quizá


porque el niño imita los cuentos que oye. El tiempo de este imperfecto es otra vez
indeciso: no hay referencia a un pasado real ni a un futuro real. Existen muchos
usos semejantes. Véanse, por ejemplo, los enunciados siguientes:

Lo que hacía falta aquí es un poco de orden.


Debías hablar con ella.
Si pudiera, me lo compraba ya mismo.
Si hubiera sabido esto, no venía.

Todos estos imperfectos se consideran modales: expresan pura subjetividad,


actitud del hablante ante lo que dice, y han perdido valor temporal o aspectual,
pues ninguno de ellos se refiere a un pasado en transcurso.
La razón de este deslizamiento desde la temporalidad hacia la modalidad
puede explicarse a partir de la afinidad semántica entre el valor básico pasado y el
valor modal probabilidad o irrealidad. Hay, efectivamente, una relación semántica
entre pasacio e irrealidad. Lo pasado es lo contrario de lo actual: al alejar el hecho,
usando un tiempo verbal típico de pasado, el hablante puede lograr el efecto de
situar ese hecho en otros niveles de realidad, en otros mundos posibles no
necesariamente idénticos al presente. En casi todas las lenguas el pasado puede
cumplir esa función. En inglés, por ejemplo, se usa en las prótasis de las oraciones
condicionales que expresan probabilidad o irrealidad:

If 1 had money, 1 would buy it. ‘Si tuviera (literalmente: tuve) dinero, lo
compraría’.
En español el imperfecto, que indica pasado y además acción en suspenso, se
desliza más fácilmente que el pretérito simple hacia el terreno de lo irreal, y así lo
prueban sus numerosos empleos modales.
Las gramáticas suelen consignar estos usos modales como excepciones,
peculiaridades, «metáforas»: el valor recto, literal del imperfecto es indicar pasado
en transcurso, y todos los usos subjetivizados son traslaciones metafóricas, figuras
del imperfecto, propias de la lengua literaria o de la conversación. Esta visión
tradicional sigue prevaleciendo, aunque las descripciones modernas hayan
abandonado la dicotomía valor literal/valor metafórico.
Los estudios más recientes (cfr. nota 5) proponen que el imperfecto tiene
valores temporales y además valores modales, que no serían metafóricos (ya que
la metáfora entraña dependen cia lógica respecto de los valores temporales), sino,
más bien, «secundarios», es decir, no prototípicos. Es interesante notar que estos
valores secundarios, todos ellos subjetivos, no referenciales, ya existían en latín
clásico: unos y otros significados del imperfecto han coexistido durante siglos,
pese a que el paradigma verbal tenía juegos completos de formas para expresar
solamente modalidad. En el español moderno la modalidad se expresa con el
subjuntivo, presentado siempre en las descripciones gramaticales como el modo de
la irrealidad, el deseo, la volición o las representaciones verbales; el indicativo, a
su vez, sirve para expresar «realidad». El subjuntivo sería el modo de la
subjetividad, el indicativo el de la objetividad.
No es así, sin embargo, porque en el paradigma del indicativo hay un sector
propenso a modalizarse con cierta frecuencia; este sector está formado por el
imperfecto, los futuros y los potenciales o condicionales. Las formas subrayadas
en las oraciones siguientes pertenecen al modo indicativo, y sin embargo indican
modalidad (epistémica o deÓntica):
Serán las diez (ahora).
No contesta. Se habrá marchado ya.
Serían las diez cuando llegó.
No contestaba. Se habría marchado ya.
¿Me dejarías el lápiz?
En la primera oración, por ejemplo, podemos ver que el valor referencial
típico del futuro, que es expresar posterioridad respecto del presente, ha
desaparecido: el futuro simple indica aquí modo (el hablante hace una conjetura,
enuncia una posibilidad), y no tiempo futuro. La modalización del futuro es un
fenómeno tan importante, por su difusión y frecuencia, que algunos lingüistas
dudan ya de que el futuro indique básicamente temporalidad.
Parece claro que la modalización de las formas verbales, y en particular la
del imperfecto, que sirve, según los casos, a la función textual o a la expresiva, o a
ambas a la vez, es un proceso de subjetivización. En este proceso el significado
básico, relativamente objetivo, da lugar a significados secundarios de tipo
subjetivo. La expresión que acabo de usar, «da lugar», indica una dirección y
posiblemente una relación de causalidad, según la cual unos significados permiten
la creación de otros significados: el significado temporal ‘pasado’ permite la
extensión ‘inactual, irreal’, por ejemplo. Esto parece implicar que el hablante, en
algún nivel de su consciencia, sabe que, cuando dice por ejemplo Qué hermosa
eras, está usando un tiempo de pasado y haciéndolo servir para dar realce al
presente, y no para referir- se al pasado, o no del todo. Del mismo modo, el
hablante que dice Si hubiera sabido esto no venía, en lugar de Si hubiera sabido
esto no habría venido, «tiene consciencia» de que en el primer caso habla en parte
como si contara algo pasado y quizás irreal, y de que en cierto modo está
aplicando ese pasado al presente.
La noción gramatical de «distanciamiento» que ha servido para explicar los
usos modales del imperfecto, implica que el hablante «sabe» que el imperfecto,
ante todo y sobre todo, indica pasado, y entonces, con algún mínimo grado de
deliberación, traslada ese significado a un contexto aparentemente discrepante,
donde la discrepancia crea un nuevo sentido. El hablante «aleja» la acción, o «se
aleja» él mismo del presente, recurriendo metafóricamente al pasado. La palabra
«distanciamiento» no debe sugerimos abstención, desaparición del hablante: por el
contrario, al transferir el significado temporal pasado a la situación de habla
presente el hablante se manifiesta en la gramática, expresando una actitud ante el
contenido de su enunciado, es decir, expresando modalidad.
Siempre dentro de esta visión del fenómeno, puede observar- se que en otros
usos modales del imperfecto no hay distanciamiento:

Si pudiera, me lo compraba. (Si pudiera, me lo compraría.)


Si sabía esto no venía. (Si hubiera sabido esto no habría venido.)

Aquí el imperfecto ha usurpado el lugar del condicional y del subjuntivo, y


aunque es un tiempo de pasado, por pertenecer al paradigma del modo indicativo
señala un grado de probabilidad mayor que el del condicional o el subjuntivo. De
modo que el imperfecto de indicativo, usado en lugar de formas típicamente
modales, tiene el efecto de acercar la acción, no al presente, pero sí a la realidad, y
sería incorrecto decir que expresa distanciamiento por parte del locutor.
Podemos preguntamos si la idea de distancia o alejamiento con que se
explican los valores modales del imperfecto es adecuada. Quizá fuera razonable
mirar el fenómeno desde otra perspectiva y decir que no es el hablante el que se
aleja, sino el discurso el que, ejerciendo una acción centrípeta, atrae hacia el
presente lo que, siempre a partir de significados básicos a priori, está en el pasado
o en el futuro. El proceso es el mismo, pero la explicación tomaría como punto de
referencia no los significados básicos de las formas y su posible manipulación por
el hablante, sino las exigencias del discurso.
Para analizar este problema, veamos un caso de cambio de significado en el
que una forma pierde su valor más subjetivo en favor de uno que, aparentemente,
es más objetivo. Esto sucede con el perfecto español he cantado, que para muchos
hablantes no significa siempre ‘pasado relacionado con el presente’, sino,
solamente, ‘pasado’.

4.5. Egocentrismo

En español se puede decir Hoy me he levantado a las seis y Hoy me levanté


a las seis, y esto es así para gran cantidad de hablantes. Suele suceder que cuando
dos formas se usan en contextos idénticos, una de las dos formas «sobra» en la
economía gramatical, y poco a poco deja de usarse. Algunos sospechan que en el
español hablado de España dejará de usarse el pretérito (levanté),y se usará en su
lugar el perfecto (he levantado). Esto ha sucedido en otras lenguas románicas,
como el francés y el rumano. De momento, muchos hablantes de español pueden
usar el perfecto en oraciones como la indicada, donde el perfecto señala pasado y
nada más. No se trata, ahora, de modalización, ni, aparentemente, de
subjetivización, sino todo lo contrario. Al parecer, los hablantes, en el uso
coloquial de la lengua, han despojado al perfecto de sus valores subjetivos y lo han
«objetivizado»:
el hablante se borra, se desdibuja, se centra, no en su presentes sino en el
pasado. Pero esta explicación tiene la desventaja de que contraría las
características básicas del discurso oral espontáneo. Para hacer un análisis de
cómo utiliza el hablante los diferentes tipos de significado es importante
determinar qué valor explicativo tienen las características del discurso, es decir,
hasta qué punto vale la pena tener en cuenta estas características para asignar
valores a las formas lingüísticas, en este caso al perfecto español.
La forma he cantado (que no existía en latín, y es por lo tanto una formación
romance) tenía originalmente el significado de asociar una acción pasada con el
presente del hablante, ya porque se tratara de una acción sucedida en un pasado
muy cercano, ya porque esta acción se asociara directamente con el presente. Este
significado, ‘relevancia presente’, se considera todavía el significado prototípicO
del perfecto español. Así, se dice:

Juan ha llegado (está aquí).


Se ha roto una pierna (la tiene rota).
Ya he terminado (acabo de terminar).

Aunque las acciones que se expresan en perfecto suceden en el pasado, el


punto de referencia más importante es el presente, con el que están directamente
conectadas, no necesariamente porque sean cercanas en el tiempo, sino porque
tienen (se les da) importancia en relación con el presente. Por eso, en principio,
resulta incongruente que el perfecto pueda referirse también a un momento
específico del pasado: si se lo conecta con un momento pretérito preciso, se
contraría su relación exclusiva y directa con el presente de la conversación. Sin
embargo, esta nueva conexión del perfecto con un período pasado específico se
realiza con frecuencia en el español actual. Véanse los siguientes ejemplos:

Hoy me he levantado a las seis.


Han venido a vernos el sábado.
Se han casado hace dos años.

El imperfecto, tiempo de la fascinación


El imperfecto es el tiempo de la fascinación: parece vivo y sin embargo no se mueve; presencia imperfecta, muerte
imperfecta: ni olvido ni resurrección: sencillamente el engaño agotador de la memoria.
Reland Barthes, Fragmenis dun discours amoreux
(1977), p. 258.

Los complementos a las seis, el sábado, hace dos años remiten la acción,
directa y específicamente, a un momento del pasado. En todos estos casos se
puede usar también el pretérito simple, preferible para muchos hablantes (Hoy me
levanta a las seis, Vinieron a vernos el sábado, Se casaron hace dos años). Sin
embargo, el uso del perfecto en enunciados como éstos es normativo, y muy
frecuente en ciertas zonas dialectales del español. Algunos lingüistas interpretan
estos usos como un deslizamiento hacia significados menos subjetivos. El hablante
desconecta la forma verbal de su presente (el del hablante) y la remite solamente a
un momento definido del pasado, con lo que el perfecto adquiere un significado
idéntico al del pasado simple, y puede sospecharse que acabará por desplazarlo de
la lengua hablada.
La des-subjetivización consiste en eliminar del perfecto el valor ‘relevancia
presente’, que involucra fuertemente al hablante, ya que indica que éste quiere
incluir la acción dentro de la esfera de interés inmediato, quiere resaltar,
precisamente, que la acción es relevante en el aquí y ahora de su enunciación.
Si el significado ‘relevancia presente’ se pierde y el perfecto pasa a indicar
solamente ‘pasado’, esta forma se habrá «ohjctivizado». Nótese, sin embargo, que
el hablante no «aleja» la acción de su presente, sino que, más bien, la acerca:
explota el valor ‘relevancia presente’ para dotar de valor actual a acontecimientos
situados en el pasado. Este análisis sólo puede justificarse si se toman en
consideración los contextos de uso de los perfectos supuestamente
«objetivizados».
Hemos visto antes que la subjetivización del imperfecto cantaba sucede en el
discurso informal, en la conversación. La supuesta objetivización del perfecto
sucede también en el discurso oral. La lengua escrita, en efecto, retiene el valor
‘relevancia presente’ del perfecto, y es reacia a frases como Hoy me he levantado
a las seis. Este tipo de construcción es frecuente, en cambio, en el lenguaje
coloquial. Para ilustrar este uso, transcribo a continuación un fragmento de una
charla informal; la hablante es de Madrid y cuenta lo que le ha sucedido esa
mañana (su relato tiene lugar a la hora de la cena):

Llegué a Alfaro [...] y naturalmente Alfaro a las doce de la mañana, y


18, no, 19 de diciembre... Las señoras ya tienen el síndrome navideño [...]
no hay quien las aguante [...] Estaban todos... La gente con dos carros de
comida, en fin, una cosa... Yo estaba de un malhumor [...] Menos mal que
luego he llegado aquí y afortunadamente he bajado, y el banco ya se había
pasado la cola, era casi la hora de cerrar y he llegado y en cinco minutos he
solucionado las cosas.

La hablante utiliza el perfecto para narrar una serie de hechos puntuales,


sucedidos uno tras otro, en secuencia, en momentos del pasado específicos: he
llegado, he bajado, he solucionado. El español escrito utilizaría, sin duda,
pretéritos simples: llegué, bajé, solucioné. En principio, el presente perfecto no es
el tiempo del relato: las acciones completadas en el pasado se cuentan en pretérito.
Pero aquí la hablante, en un uso que es característico de su comunidad lingüística,
emplea el perfecto, atrayendo así el pasado del relato al presente de la
conversación. Este uso del perfecto podría interpretarse como una subjetivización
ocurrida por motivos relacionados con la índole del discurso oral.
En efecto, una de las características salientes de la conversación es que se
centra alrededor de lo inmediato y lo concreto: el hablante y su interlocutor, el
presente de su comunicación, sus intereses actuales. El «descuido» que muchos
achacarían a los perfectos del texto anterior podría explicarse como parte de un
proceso general, el egocentrismo de las conversaciones cotidianas. Los tiempos
que referencialmente indican conexión con el presente, como el presente perfecto
y el presente simple, se usan para contar cosas del pasado a las que el hablante, en
un ejercicio de subjetivización muy frecuente, parece trasladar a la esfera del
interés actual. De manera semejante, el presente canto se usa con mucha
frecuencia para narrar acciones pasadas que el hablante dramatiza, como si
sucedieran delante del oyente. En la misma conversación citada arriba dice la
informante, por ejemplo:

Me he cogido mi autobús con toda mi santa paciencia...


Cojo el autobús, me voy al garaje: cerrado a cal y canto.

La hablante ha «acercado» toda la acción al presente de su relato, usando un


perfecto (he cogido) donde podía haber usado un pretérito, y luego dos presentes
históricos que dramatizan esa parte de su relato. Son elecciones estilísticas,
permitidas por la gramática, que sirven para expresar ciertos significados
subjetivos. Nótese, en el fragmento transcrito, la acción adicional de los
pronombres de primera persona, repetidos enfáticamente.
La interpretación «egocéntrica» del perfecto de la conversación en el español
peninsular es solamente una tentativa de explicar un uso de creciente frecuencia,
comparable al de otras lenguas románicas, donde, como hemos dicho, el perfecto
he cantado ha llegado a desplazar a la forma narrativa canté, al menos en la lengua
hablada. Esta tentativa de análisis se apoya en un hecho indiscutible: el hablante
tiende, en la conversación, a acercar las acciones al presente y a la realidad, y a
conectarlas así consigo mismo y con sus oyentes.
La lengua escrita establece otro tipo de comunicación, más distanciada en
todos los aspectos y carente de la ventaja del entorno compartido, los gestos,
posturas, tonos de voz, etc. En la lengua escrita el hablante tiende a hacer valer las
oposiciones prototípicas, básicas, del paradigma verbal, distinguiendo por ejemplo
el presente perfecto del pretérito simple. Pero a veces la lengua escrita, en especial
la literaria, consagra usos secundarios, por ejemplo el del presente histórico,
esencialmente igual al de la conversación.
Si el lector relee todos los ejemplos de imperfecto y presente perfecto con
significados subjetivizados que he aducido en este capítulo podrá notar que en
algunos casos es más fácil que en otros proponer que se ha producido un
«acercamiento», tanto al presente del hablante como a su realidad. Cuando el
hablante dice Si hubiera sabido esto no venía, la elección del imperfecto venía en
lugar del condicional (o del subjuntivo, pues también podría decirse con el mismo
sentido Si sabía esto no venía) indica una preferencia por formas que señalan
realidad (el imperfecto) sobre formas que señalan irrealidad (el condicional, el
subjuntivo), de modo que la irrealidad del enunciado queda suavizada, en
beneficio de su (metafórica) cercanía psicológica. El hablante acerca al presente,
cuando charla, incluso lo más remoto, y acerca a la realidad incluso lo irreal, y
para hacerlo manipula de manera sistemática los valores referenciales de los
tiempos y los modos. El estudio de esta manipulación ayuda a comprender mejor
los procesos históricos de cambio, la desaparición de algunas formas, la aparición
de otras, los cambios de significados que las nuevas formas experimentan.
Pero el hablante parece no acercar, sino alejar la acción cuando usa el
imperfecto como un evidencial, en frases del tipo Venta mañana. Efectivamente,
el hablante da un rodeo, abre un espacio de intertextualidad, sugiriendo unos
discursos anteriores al suyo, una historia. También sugiere alguna historia de
expectativas cuando exclama ¡Eras tú! al recibir al amigo. No creo, sin embargo,
que el hablante se aleje al hacer estas traslaciones de significado. Creo que es
mejor decir que se acerca, pues se manifiesta como evaluador de sus propias
palabras, ya sea que las restrinja, poniendo en duda su veracidad, ya sea que les dé
realce por hacer un cumplido. En todos estos casos hay subjetivización, presencia
del hablante en su discurso.
Esta presencia es mucho más notoria en el discurso oral, donde, en primer
término, hay menos riesgo de ambigüedad, porque la información sobre el
contexto y sobre las intenciones del locutor es más inmediata y abundante. En
segundo término, la conversación es egocéntrica: lo más importante para los
participantes suele ser el presente en el que están inmersos, lo inmediato y real, y
la relación de las cosas que dicen con sus propias vidas y experiencias.
En la lengua oral empiezan las innovaciones, los «errores» que mañana serán
norma, las acuñaciones de palabras nuevas y sonidos nuevos. En la actividad oral
los lenguajes respiran, cambian, evolucionan: viven. La lingüística moderna
proclamé siempre la importancia del lenguaje oral y le dio preeminencia teórica,
pero ha estudiado hasta ahora, con abrumadora frecuencia, el lenguaje escrito,
muchas veces tomado como una mera transcripción del otro.
En el campo de los fenómenos gramaticales, el estudio del lenguaje oral
permite, en primer lugar, describir mejor la relación entre el hablante, su discurso,
y el mundo. En segundo lugar, permite reinterpretar muchos fenómenos
gramaticales que parecían o bien carentes de interés, o bien indignos de estudio.
Esperemos que una futura pragmática del español nos ofrezca análisis nuevos y
más completos de la relación entre el hablante y las estructuras gramaticales que
pone en functonamiento al comunicarse.

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