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VIDA MILITAR

El monoteísmo cristiano tenía un difícil encaje en esta realidad acentuadamente


politeísta e idolátrica. En cambio, la idea evangélica de la no violencia fue
conciliada con mayor facilidad. La presencia de cristianos en las filas de los
ejércitos, hizo que algunos autores cristianos del momento matizasen el repudio
total al uso de las armas que proponía el Evangelio.
Tertuliano (160-220) reconoció que el ejército y la guerra eran necesarios para
mantener la seguridad del imperio e incluso asegura que los cristianos
colaboraban en esta empresa a través de sus plegarias.
Orígenes (185-254) en cambio, en su libro Contra Celso (c.248) argumenta que
los cristianos aceptan al emperador como jefe del Estado y colaboran con él en
sus campañas militares. Sin embargo, este autor matiza que esta colaboración se
trata de una lucha espiritual, en la que, a través de las plegarias, se pide a Dios
por las victorias militares de Roma.
La vida militar conllevaba una convivencia habitual con la muerte y llevaba a
menudo a los soldados a realizar actos moralmente cuestionables. La oferta
cristiana de la vida eterna y la redención de los pecados supuso una propuesta
atractiva para los hombres de armas. Ante la creciente cantidad de militares que
se anexionaron al cristianismo, la teología cristiana tuvo que adaptar su mensaje
de la no violencia a esta nueva realidad. Pero el obstáculo que jamás se pudo
superar, fue la conciliación del cristianismo con el culto al emperador y a las
deidades paganas. Este fue el motivo por el cual el cristianismo tuvo un difícil
encaje en el ejército romano. A pesar de los procesados, la mayoría de militares
cristianos siguieron sirviendo en las legiones conciliando su fe con su oficio.
El Ejército se justifica, desde luego, como medio para una defensa legítima, en
orden a establecer la paz. En la plenitud de su concepción cristiana, debe
justificarse, además, como un factor continuo de paz, de convivencia fraternal. Si
la concepción del Ejército es cristiana, formará hombres que, por una parte, se
abran a la vocación divina, y que, por otra, en virtud de la sumisión al Padre, se
abran con redoblado esfuerzo y horizonte más amplio a todas las formas del
servicio a los hermanos.

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