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1:17–21. ¿Por qué los cristianos con frecuencia no llevan vidas santificadas?

Porque no pensamos. En este párrafo, Pedro nos ayuda a pensar bien, a ver las cosas como
son realmente.
Es tan profundo que todo el párrafo en el griego original se desborda en una sola oración.
¡Piensen! ¡Recuerden a quién le están orando: ¡al Padre! Están unidos a él ahora, y todo lo
que ustedes hacen afecta la reputación de él. Recuerden que él juzga la obra de cada uno.
Dios se preocupa no sólo de lo que hablamos sino también de lo que hacemos con nuestra
vida.
Los hijos obedientes, respetuosos y temerosos de Dios saben que la palabra Padre no se
sólo una palabra mágica que se debe invocar,
es una relación sagrada que nos llama a una nueva forma de pensar y de vivir.
En Juan capítulo 8, Jesús reprendió a los escribas y fariseos por su autocomplacencia;
invocaban al Padre, pero no eran del Padre porque sus obras eran malas. No estaban
escuchando la palabra de Dios y su verdadero padre era el diablo.

¡Recuerden la vida tan vana que les transmitieron sus antepasados! Pedro se puede estar
refiriendo a los judíos que lo escuchaban, que crecieron bajo el yugo del judaísmo, del
legalismo rabínico y del Talmud (un compendio inmenso de opiniones de los rabinos).

Esa forma de vida se había vuelto vana, porque disolvió las palabras seguras de Dios en una
confusión de opiniones e interpretaciones humanas contradictorias.

Era vana porque le pedía a la gente santidad y austeridad sin la gracia perdonadora y
misericordiosa del Mesías.

Esa forma de vida siempre lleva ya sea al orgullo, imaginando que los propios esfuerzos
son lo suficientemente buenos para Dios, o a la desesperación, sabiendo que los propios
esfuerzos nunca serán suficientes para Dios. ¡Qué forma tan vana de pasar la vida!

No obstante, lo que las tradiciones religiosas de los griegos ofrecían era todavía peor.

Mientras siguen su vida, recuerden lo que le costó a Dios hacerlos suyos, la preciosa sangre
de Cristo. ¡El Padre habla muy en serio cuando dice que ustedes le pertenecen! ¡El Hijo
habla muy en serio cuando los rescata!

Los corderos de los sacrificios de las leyes ceremoniales del Antiguo Testamento tenían
que ser aparentemente perfectos, sin defecto ni mancha (Éxodo 12:5);

esos corderos simbolizaban al Cordero de Dios, Jesucristo. En la cruz, por fuera, Jesús no
se veía muy bien, como lo dijo Isaías proféticamente: “No hay hermosura en él, ni
esplendor; le veremos mas sin atractivo alguno para que lo apreciemos” (53:2),
pero su perfección era una perfección interior, sin defecto ni mancha de pecado (Hebreos
7:26).

La sangre de Jesucristo ha hecho lo que ninguna otra religión ni filosofía en la historia


humana podría hacer:

quitar la culpa del pecado de los seres humanos y reemplazarla con la propia justicia de
Dios, y todo esto como regalo de Dios, que se recibe por fe.

El Padre mostró que aceptó el sacrificio de su Hijo resucitándolo de los muertos y


glorificándolo a su mano derecha. Esa es nuestra fe; esa es nuestra esperanza.

Pedro dijo que ese era el plan de Dios desde toda la eternidad.

Nuestras mentes están fijas en un sistema de tiempo medido; vamos sólo hacia delante y a
una velocidad establecida.

Pero Dios ronda de un lado para otro en el tiempo, viendo los momentos individuales y
todo el panorama al mismo tiempo.

Cuando Dios estaba planeando la creación, cuando diseñó a la gente para que fuera santa,
perfecta y pura en el huerto de Edén, también previó la necesidad de un Salvador.

Desde toda la eternidad, el Hijo fue escogido como el Redentor de las criaturas caídas de
Dios, y ahora, en esta época del Nuevo Testamento, él se ha revelado finalmente como
quien nos regresará al favor de Dios.1

1:22–25. Pedro quiere que sus lectores aprecien plenamente lo que Dios ha estado
haciendo por ellos y en ellos, y por qué motivo. Dice: “habéis renacido”.
Todos nosotros tenemos padres, cuya simiente en el momento de la concepción nos dio
vida. Pero es una vida corta, efímera, que pronto terminará, porque nuestros padres
terrenales nos hicieron mortales como ellos.
La simiente de ellos era perecedera. Sin embargo, la Palabra imperecedera de Dios hace lo
que ningún padre terrenal podría hacer: cambiarnos a inmortales, a seres imperecederos.

Pedro cita las palabras famosas de Isaías que se encuentran en Isaías 40:6–8, al principio de
la segunda parte consoladora y llena del evangelio de su grandioso libro.

Sólo la eterna Palabra poderosa y viva de Dios le puede dar vida eterna a la gente de
nuestro planeta moribundo.

1
La Palabra de la que habló Isaías era la misma que había llevado a la fe a los cristianos de
las cinco provincias, la Palabra predicada (literalmente “evangelizada” o “predicada como
buenas nuevas”) a ustedes.

La misma Palabra eterna y vivificante está viva hoy en dondequiera que la Biblia se lea y se
proclame.

Esa Palabra poderosa hizo llegar a la fe a estos cristianos del medio oriente, o como Pedro
lo dijo: “al obedecer a la verdad”.

Eso no es otra cosa que nuestro interior que ahora le está diciendo sí a Dios, que está
reconociendo y celebrando el amor de Dios para con nosotros.

Cuando creemos en el perdón de Jesús, que nos lavó y con su sangre nos compró, estamos
realmente limpios ante Dios, o purificados, como dice Pedro.

purificación de nuestros antecedentes ante Dios también inicia el proceso de purificación de


nuestras actitudes. Por ejemplo,

el egoísmo natural empieza a transformarse en amor desinteresado, real, auténtico, sincero


hacia otra gente, especialmente nuestros hermanos y hermanas en la fe.

Y cuando Dios empieza a hacer esos cambios en nosotros, podemos, debemos seguir
haciéndolos. Pedro sólo emite un mandato: “Amaos unos a otros entrañablemente, de
corazón puro”.

Jesús dijo el Jueves Santo por la noche: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos,
si tenéis amor los unos por los otros”.

Los cristianos de la iglesia primitiva se hicieron famosos porque compartían unos con otros,
porque cuidaban a los enfermos, a los pobres y a los necesitados que había entre ellos, por
su hospitalidad y generosidad, por tratar con dignidad y respeto a la gente que en el siglo I
no estaba entre lo mejor de la sociedad:

esclavos, viudas, ancianos y niños. Nada ha cambiado en dos milenios; hoy las
congregaciones, que no sólo hablan sobre doctrina sino también demuestran amor cristiano,
encuentran respeto y credibilidad para su mensaje.

El punto de Pedro es que el verdadero amor es un asunto más de la cabeza que de los
sentimientos.

El amor real es una elección: ¡opten por mostrarlo en su vida!

¿Cómo? Las congregaciones se pueden asegurar de que no sólo las personas pudientes sino
también los pobres y necesitados sean bien recibidos entre ellas.
Las calumnias y las quejas no sólo destruyen el compañerismo cristiano, sino que hacen
desistir del deseo de regresar a los que buscan ayuda espiritual.

Pero cuando las personas que tienen hambre de Dios y de su amor encuentran personas que
se aman unas a otras, sinceramente, de corazón, esa clase de compañerismo es una
poderosa atracción.

El mundo en el que vive mucha gente que no tiene iglesia es frío, insensible, cruel,
impersonal e indiferente; cuando esas personas encuentran amor y aceptación de cristianos
cariñosos, también encuentran el amor y la aceptación de un Padre cariñoso.2

2 Jeske, Mark A.

2003

Santiago, Pedro, Juan, Judas. La Biblia Popular. Milwaukee, WI: Editorial Northwestern.

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