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¿LUCHA PRO JUSTICIA?

E15 la amistad una cosa tan excelente y tan parado’jica que, sin sufrir
E menoscabo, antes bien fortaleza, permite la contradicción de
opiniones entre las personas a quienes, por otra parte, une con un
vinculo tan estrecho. Lewis Hanke, el distinguido autor del libro aqui
comentado,* estimó de su obligación darme las gracias porque en
cierta conversación entre nosotros me permití disentir respecto de algu-
nas afirmaciones fundamentales que desarrolla en su libro. ‘Yo ahora,
no menos, me creo obligado a agradecerle el amistoso gesto, y en de-
bida correspondencia a su lealtad acepté la difícil tarea de hacerle jus-
ticia a su reciente obra. Difícil, no porque el libro no tenga a primera
vista muchas excelencias, sino porque, pese a la reconocida autoridad
de mi amigo, su brillante exposición noha logrado todavía mudarme
las convicciones de antaño. Es por esto, entonces, que la presente nota
considerará con preferencia los puntos de desacuerdo entre nosotros,
dejando, no en olvido, pero si en injusto silencio lo mucho que he
aprendido con la lectura de este importante libro.
Ahora bien, pese a la anterior declaración, sería imperdonable no
reconocer desde el pricipio, por encima de toda disidencia de interpre-
tación, lo que para mí le concede al libro de Hanke un valor duradero
y que justifica plenamente el premio Beveridge que le fué concedido,
es a saber: el espíritu que animó a su autor y la verdad básica de su
tesis central, es decir, el reconocimiento de que la empresa española
de América fue' también y en gran parte una empresa de orden espí-
ritual, cuya más alta significación debe leerse en el anhelo de justicia
que la informa. Este es, sin duda, tomado en conjunto, el mensaje del
libro de Hanke; mensaje tanto más valioso, tanto más valiente, tanto
más necesario, cuanto que todavía predomina en muchos sectores cultos .
del mundo de habla inglesa esa gran ceguera de apreciación que se
llama la leyenda negra. Tenga buena carrera este libro de Hanlge
dado el singular servicio que le hace a la verdad española, y en este
deseo y reconocimiento que-de ahogada, por secundaria, nuestra amistosa
disidencia.
Ahora bien, visto el libro en conjunto debo decir que tocante a su
estructura no encuentro reparo alguno. Dividida la materia en tres
" llANKlï. LEWIS". 'Ílw Spanish Strugglc for juslicr ¡n r/r'c cmiqumz (1/ .»lnwrim.
l’l.ilarltlphia. University oi Pennsylvania Press. 194;".
¿Lucha Pro Justicia? 217

grandes partes, Hanke sabe conducirnos a lo largo del complejo proceso


polem'ico de definición de la norma justa que había de adoptarse en la
empresa conquistadora y colonizadora de América. Son, las partes del
libro, como los tres actos de un grandioso drama en que se juega el des-
tino de un mundo. El primero nos inicia en la trama; Fr. Antonio
de Montesinos, pronunciando su alarmante sermón de 1511, es el
personaje central que echa a andar la secular controversia, amplio
debate en que con magnífica libertad de expresión, desde el teólogo
hasta el labriego, ventilan la conciencia del rey y el destino de un
im'perio. En el segundo acto asistimos a los cuatro grandes experi-
mentos que la corona consintió se hiciesen en respuesta a los clamores
de quienes pensaron que los indios de América podían vivir como cris-
tianos; de quienes creyeron que la colonización podía llevarse a cabo
sin armas; de quienes se persuadieron de que la fe podía predicarse sin
recursos de violencia, y de quienes, en fin, sentían que la encomienda
de indios podía abolirse. Cuatro grandes tentativas para realizar ideas
mas' o menos utópicas, todas ellas fracasadas, todas ellas, sin embargo,
timbres que honran a quienes en ellas pusieron la fe y al gobierno que
las autorizó y fomentó. Detrás de todo esto, no la única, pero si la más
ilustre, está la voz de Fr. Bartolomé de las Casas. Y finalmente, en el
tercer acto, el autor nos muestra el desarrollo de la controversia a lo
largo de la segunda mitad del siglo XVI, con atención, tanto a sus
aspectos teóricos, como a aplicaciones concretas en‘ diversidad de regio-
nes y de problemas. La exposición se cierra con el ana’lisis de la inter-
vención del virrey don Francisco de Toledo que tan bien supo terciar
en el debate con ideas originales del más alto interés. Pero lo cierto es
que, importante y todo este capítulo final peruano, el punto de más
subido dramatismo de la tercera parte y a decir verdad, de todo el libro,
es el estudio que emprende Hanke en torno a la celebe’rrima disputa de
Valladolid entre el Padre Las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda.
Bien vera' el lector que estamos ante un obra de nobles propósitos
yde amplios vuelos a cuyas características hay que sumar la sólida eru-
dición del autor y la felicidad de su buen decir. Reciba, entonces,
nuestros parabienes, y dicho esto pasemos al examen concreto de algu-
nos problemas dignos de especial meditación.
En términos generales la interpretación del autor consiste en
presentar la realidad histórica que examina como una lucha en pro
dela justicia. Ahora bien, semejante modo de ver no ofrece en prin-
cipio ninguna dificultad. Qué duda cabe, en efecto, que la larga y
compleja controversia relatada por Hanke obedece al deseo de buscar
yhallar normas justas para resolver los problemas religiosos, sociales,
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politicos y económicos que la aparición de un nuevo mundo planteó


a la gente española. Sin embargo, apenas hemos enunciado asi la
cuestión, de inmediato surge ante nosotros una duda. ¿De que’ justicia
se trata? ¿sabemos bien, acaso, el patrón de justicia que, para ser
justos, debemos aplicar al estudiar aquella vieja lucha, aquella antigua
controversia? Porque, en efecto, me parece claro, sin necesidad de en-
trar al laberinto de los actuales debates filosóficos sobre los valores,
que el concepto de justicia de los españoles del siglo XVI muy bien
puede no coincidir del todo con el concepto que hoy se tenga acerca
de ese ideal o valor. Pues bien, yo no he encontrado que el Dr.
Hanke le haya hecho frente, por lo menos de un modo expreso, a esta
cuestión que me parece de previo y fundamental interés. Por lo contra-
rio, me parece que el autor ha procedido a lo largo de su libro supo-
niendo, seguramente a sabiendas, que cuanto nosotros entendemos por
lo justo coincide con cuanto acerca de lo mismo entendían aquellos
viejos escritores y predicadores españoles del siglo XVI. En una palabra,
que el libro del Dr. Hanke está montado sobre el supuesto filosófico
del valor absoluto de la idea de justicia, perspectiva fundamental de
toda su interpretación que aclara perfectamente el sentido del título
de la obra. Ahora bien, la postura filosófica del Dr. Hanke me
merece todo respeto aunque no sea la mía. Yo prefiero creer ——quiza’
en el fondo todo se reduzca a una cuestión de creencias- que lo que
llamamos valores son algo tan condicionado históricamente como por
ejemplo la moda o los hábitos de la expresión literaria, de tal suerte
que al examinar la realidad histórica estudiada por Hanke veo, cierta-
mente, como e'l, una lucha por llegar a una definición de la norma
justa respecto a ciertos problemas concretos de la empresa de las Indias;
pero no veo, como él, que sólo uno de los partidos contendientes sea
el portavoz de la verdad. Veo que unos y otros, así se llamen Las
Casas o Sepúlveda, pugnan por hacer que prevalezca la justicia, según
cada uno la comprende; y si hay lucha no es porque, como queda
implicado en el libro de Hanke, la justicia está de un lado y la injus-
ticia del otro, sino porque la justicia está de ambos lados, que es la
circunstancia por la cual la controversia tiene el alto significado
histórico que en efecto tiene. Y el desenlace de la polémica, no es,
pues, el triunfo abstracto de un valor sobre un desvalor, sino el triunfo
histórico de un modo de ver sobre otro. Y aquí, precisamente, indi-
camos lo que nos parece más esencial, porque como las diferencias de
modo de ver son diferencias de modo de ser, la gran controversia histó-
riada por Hankc, se nos ofrece, no como una lucha pro Justicia (asi
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en mayúscula), sino como el enfrentamiento de creencias opuestas, o si


se quiere, como el choque entre dos mundos históricos que son dis-
tintos en cuanto distintas son las creencias básicas en que se sustentan.
No olvidemos, en efecto, que el siglo XVI español es el puente por
donde la Cultura europea pasó de las riberas medievales a las modernas,
y que, por eso, si en definitiva nos parece a nosotros que las tesis las-
casasianas son más justas, es decir, más humanas que las opuestas, es
porque aquellas tesis, pese a su formalismo verbal tan arcaico, se ajus-
tan más a la modernidad a la cual todavía estamos tan anclados.
La diferencia fundamental de perspectiva que existe entre la ma-
nera en que el Dr. Hanke comprende el problema y el modo en que
yo lo veo, acarrea una inversión radical en las interpretaciones respec-
tivas. La superioridad del ideario de Las Casas, por ejemplo, que le
aseguró el triunfo histórico proclamado por tantos ya seculares elogios
y en tantas bienintencionadas estatuas, será apreciada según sea el
punto de vista que se considere. Para unos, en efecto, esa superioridad
consistirá en que las doctrinas lascasasianas aparecerán como encarna—
ción en grado superlativo del ideal de Justicia, concebido según una
noción de contenido absoluto y eterno. Para los otros, consistirá en que
tales doctrinas se ajustan mejor que las opuestas a la noción histórica
de justicia que, bajo la especie absoluta, se forjó una posteridad a la
cual todavía estamos tan adscritos, pero de cuyas creencias andamos ya
tan en dudas. De esta suerte la manera tradicional de interpretar la vie-
ja controversia española es susceptible de invertirse de un modo insos-
pechado, hasta el punto de que pueda llegarse a sostener, como he
sostenido, a diferencia del Dr. Hanke, que en la disputa, Las Casas,
más moderno que Sepúlveda, anda más alejado del Cristianismo de su
época que su opositor. Pero como e'sta es la esencia de nuestro des-
acuerdo y es punto de gran importancia para comprender el sentido ge-
neral de mi crítica conviene exponerlo con más detenimiento.
Pues bien, no ignora el Dr. Hanke, ni nadie que esté mediana-
mente enterado de las cuestiones tan eruditamente tratadas por e'l, que
este problema de la justicia a que vengo aludiendo se ventiló concreta-
mente en la gran discusión acerca de la naturaleza del indio americano.
En efecto, es obvio que según se resolviera cuestión tan decisiva como
era la de saber qué especie de hombre era el habitante del Nuevo
Mundo, así habría de resolverse qué tipo de norma podía aplicarse
como norma justa. Detrás del problema de la justicia está, pues, el
problema más profundo acerca del concepto del indio americano; pero
a su vez, detrás de ese problema concreto está aun la cuestión verdade-
ramente decisiva acerca del concepto del hombre en general. Este es
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el terreno sobre el cual debaten los teólogos y tratadistas españoles y en


ese terreno es preciso plantear la comprensión de tal debate. Pienso,
entonces, que la pugna entre los unos y los otros, así se llamen Oviedo
y Sepúlveda o Montesinos y Las Casas, es una pugna que antes de ser
acerca del indio americano es acerca de la idea o concepto del hombre,
y me parece que el no haber caído suficientemente en cuenta en seme-
jante circunstancia y el haber circunscrito, en cambio, el debate a los
intereses concretos de una polémica indiana, ha impedido profundizar
debidamente la interpretación. Aquí es, donde, a mi parecer, está la
raíz de mi disidencia con el Dr. Hanke y la razón por la cual no nos
hemos entendido. Para e'l el debate consiste en que unos hombres del
siglo XVI disputaron acerca de cuál era la naturaleza del indio de Amé-
rica; para mi, en cambio, consiste en que unos hombres del siglo XVI
disputaron, con motivo del indio americano, acerca de cua'l era la natu-
raleza del hombre. Y bien verá el lector de buena fe que no se trata
de simple juego de palabras.
Ahora bien, perfilada así la posición es claro que desaparece todo
el melodrama que desde hace siglos oscurece la recta comprensión de
aquellos pensadores que terciaron en el debate y que ahora tienen la
etiqueta de enemigos de los indios. Si hemos de entender histórica-
mente toda esta cuestión, empecemos por suprimir esas etiquetas y por
ver que un Sepúlveda, por ejemplo, simplemente trataba de explicar la
realidad antropológica americana, según las noticias que de ella tenía
y de acuerdo con el concepto aristotélico-cristiano acerca de la natura-
leza del hombre que para él tenía validez absoluta. Las Casas, por su
parte, hacía exactamente lo mismo, sólo que, al comprender en el curso
del debate que el indio quedaba amenazado de caer en una categoría
inferior de humanidad al aplica'rsele aquel concepto, tuvo la audacia,
y esta es su verdadera grandeza, de intuir un concepto diverso de la
naturaleza humana, donde el indio, ya sin discusión de cuanto parecía
rebajarlo, quedaba plenamente incorporado por su propio derecho. El
repentino y genial cambio de frente en la posición de Las Casas signi-
fica, pues, el choque de dos conceptos diversos de humanidad. Antes,
las tesis de Las Casas se movían en un terreno idéntico al de sus con-
trarios y en definitiva, el debate se concentraba en un simple problema
de la aplicabilidad o no de la categoría de siervos por naturaleza al
indio de América. Obviamente .no es aquí el lugar para desarrollar
estas ideas como es menester y atendidas del apoyo documental que será
preciso aducir, tarea que tengo entre manos desde hace algún tiempo.
Me conformare', pues, con añadir que ese nuevo concepto sobre la natuJ
raleza humana que intuyó e-l Padre Las Casas paras‘acarj a sus" indio's'de
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las redes del concepto aristote'lico-cristiano en que, por otra parte, tam-
bién creía, aparece en la forma de un postulado de la igualdad esencial
de todos los hombres. Está claro: si los indios son hombres, como nadie
¡o negaba‘ y si todos los hombres por definición ontológica son igua-
les, entonces los indios malamente podian ser siervos por naturaleza,
puesto que no lo eran los demás hombres. Ahora bien, lo que el Dr.
Hanke no ha visto, ni por otra parte los demás historiadores que yo
conozco, es que este postulado de la igualdad natural de todos los hom-
bres, insinuada por Las Casas, ya no es un postulado fundamentalmente
cristiano, no porque el Cristianismo no sepa a su modo de la igualdad
humana, sino porque la igualdad que concibe Las Casas ya no está
referida al plano metafísico de lo divino, sino al plano físico de lo
puramente natural. La igualdad postulada por Las Casas es ya, en ger-
men, la de los filósofos de la Ilustración; es la igualdad que se deriva
del concepto inmanentista de Humanidad cuyo correlato es la Natura-
leza, y no del concepto trascendentalista de Cristiandad, cuyo correlato
es Dios. El Dr. Hanke y con él todos los que han estudiado al Padre
Las Casas, se han dejado engañar del hábito de su héroe y de sus indi-
gestas digresiones y citas evange’licas, y llevados de su entusiasmo a
encontrar en él una voz que habla de la igualdad del género humano
en los términos que les son familiares, no han reparado que es la voz de
Voltaire, de Hume y de Rousseau la que escuchan, para creer, en cam-
bio, que esta’ hablando el Cristianismo en persona. Nunca comprendió
el Padre Las Casas la gravísima implicación en su pensamiento; siempre
.'

creyó que sus palabras se apoyaban en Dios, y esta ceguera del Padre Las
. .'.4._
.

Casas ha sido heredada por sus expositores. Pero si no olvidamos que,


como ya dije, en el fondo del debate hay un choque entre dos concep-
.-._4 .n.shn._

tos del hombre y no meramente entre dos conceptos del indio, entonces
le haremos justicia a hombres que, como Sepúlveda, lucharon por la
verdad cristiana según se entendía en su tiempo, aunque ya sin mucha
convicción, y le haremos justicia a hombres que, como Las Casas, lucha-
ron por la verdad cristiana, según se entendería en el futuro, aunque
todavía sin plena conciencia. Esta es la verdadera explicación de por
qué en su día no triunfaron ni el uno ni el otro; de por que’ los dos
creyeron haber triunfado, y en fin, de por qué la posteridad levantó
estatuas a uno y condenó al otro. Mi crítica básica al libro de Hanke es,
puc-s, que el autor no consideró suficientemente que lo que e'l llama “la
lucha española por la justicia en la conquista de América” es en verdad
www...”-

l 11a sido para mi un motivo de satisfacción ver que el Dr. Hanke ya no sostiene cn
“u libro la idea extremista de que hubo escritores que pensaran que el indio americano
no cia humano, según se lnclínaba a. Creer por lo que recuerdo de la lectura del borrador
¿”l “bm que bondadosamente me comunicó.
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un reflejo de la profunda crisis espiritual que acompañó al advenimien-


to del hombre moderno.
Con la anterior afirmación debía poner punto final a este ya largo
comentario; pero hay una cuestión más que no debo dejar pasar en si-
lencio, porque además de servir para perfilar un poco mejor mi posición,
es asunto respecto al cual el autor me alude directamente. Me refiero al
problema concreto de la tesis lascasasiana acerca del método o medios
que debían emplearse para la predicación entre los infieles.
Pues bien, no creo preciso gastar mucha tinta en detalles y análisis
para explicar la confusión en que, a mi juicio, incurre el Dr. Hanke en
la crítica que me hace sobre aquel particular. Yo he sostenido que el
Padre Las Casas fué un racionalista incipiente, como creo haber mos-
trado en mi pequeño libro Fundamento; de la Hz'rtorz'a de América,
donde señale’ gérmenes en el ideario de Las Casas de conceptos que
aparecen más tarde como postulados del sistema de Descartes. Las con-
sideraciones que arriba hice tocante al inmanentismo naturalista impli-
cado en el concepto de la igualdad humana defendido por Las Casas
viene a robustecer aquellas ideas. Para mí, pues, el Padre Las Casas es
una mente que acusa el tránsito entre el escolasticismo en que se formó
y el racionalismo que vislumbró. Esta es la clave para entenderlo. En
efecto, en cuanto escola’stico no pudo menos de aceptar las doctrinas
clásicas medievales sobre la justicia de ciertas guerras; pero esta acep-
tación lo puso en un aprieto semejante a aquel en que se vió respecto
a la solución aristote’lico-cristiana de la servidumbre por naturaleza,
pues que también aceptaba, en principio, tal solución. Ahora bien, la
doctrina de la justa guerra podía aplicarse fácilmente en detrimento de,
por lo menos, algunos pueblos indígenas de América; esto es lo que Las
Casas no tolera, aunque, por otra parte, reconoce, en principio, la doc-
trina que así trata de aplicarse. Tal su apuro, y de la misma manera
que para salir de las redes de la tesis de la servidumbre natural, que no
negaba, encontró la idea de la igualdad natural de todos los hombres,
así también, para salir de la red de la doctrina de la justa guerra, en-
contró la idea de que el único modo de predicar la fe era por vías racio-
nales. En efecto, este postulado defendido por Las Casas en su tratado
Del zím'co modo de atraer a toda; lar gente: a la religión verdadera con-
juraba el peligro de que los indios pudiesen considerarse como objeto
de una guerra justa. La cosa es enteramente clara: si el único modo de
propagar la verdad católica era por un método racional, toda guerra,
aunque justa según las doctrinas aceptadas, debería impedirse'en Cuanto
que la violencia es un obstáculo para la propagación de la fe. La vio-
lencia, en efecto, explica Las Casas, enajena la voluntad, y como sin la
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Previa invitación de la voluntad no es posible lograr el asentimiento


racional, luego la violencia, es decir, la guerra, hace imposible la con-
versión de quienes la sufren. Tal es en substancia la tesis de Las Casas,
según yo la entiendo. Pero si esto es así, entonces está clarísimo que el
eje del argumento estriba en el postulado de la conversión racional en
cuanto u’m’co modo, y no en el supuesto postulado de un vago pacifismo,
que no es, en la tesis de Las Casas, sino una consecuencia, importante
sin duda, pero al fin y al cabo, consecuencia. Todo esto quiere decir
que el Dr. Hanke no ha visto, a mi parecer, que el pacifismo de Las
Casas no es un postulado positivo, sino que es, simplemente, la deman-
da de ausencia de actos violentos en cuanto esa ausencia es condición
para que pueda realizarse 1a conversión de los infieles. En una palabra,
que la vía racional de conversión, postulada como la única posible,
implica como condición esencial la ausencia de toda coacción violenta
sobre la voluntad, y como la guerra acarrea tal coacción, toda guerra
contra los indios debe proscribirse. Por esta consecuencia parece que
Las Casas postula como método el pacifismo; pero pensar así es simple-
mente confundir la condición con lo condicionado; el principio con la
conseCuencia,‘ confusión en que, a mi parecer, incurre Hanke. Advie'rtese,
en efecto, que Hanke al proclamar el pacifismo como la doctrina pos-
tulada por Las Casas, no nos dice en ningún lugar en qué consiste
precisamente ese modo que Las Casas, sin embargo, postula taxativa-
mente como zínico. Y es que el pacifismo por sí solo no es, ni puede
ser un método o modo, es simplemente una condición de un modo o
método. De esta suerte la imponente suma de citas que aduce el Dr.
Hanke para desbaratar mi interpretación carecen del valor con que se
aducen. Todas ellas, sin duda, se refieren a la condenación por parte
de Las Casas de la guerra; todas ellas, sin embargo, implican que si Las
Casas se opone a la guerra es porque la guerra impide que los infieles
se conviertan racionalmente al cristianismo, único modo de conversión
que Las Casas postula. Y aquí de nuevo encontramos en el exclmiw’rmo
con que Las Casas postula el método racional, ese rasgo de modernidad
que ya antes Vimos oculto entre los pliegues de su hábito y entre la
barau’nda de su locuacidad escola’stica. Hanke me acusa (cap. VI, nota
9) de que yo quiero hacer de Las Casas un pragmatista, siendo que en
verdad es un pensador cristiano. He aquí, precisamente la cuestión
decisiva. Yo creo que el Padre Las Casas, con ser un cristiano, no es,
sin embargo, un pensador tan puramente cristiano como se ha pensado.
Es sorprendente que nadie se haya fijado en que si el Padre Las Casas es
tan cristiano como se dice, no se le haya ocurrido afirmar que el único
modo de conversión de los infieles, por encima de impedimentos como

1
224 Presencia. del Pasado

la guerra y otros de esa naturaleza, era la gracia divina, y en cambio,


que si se le ocurrió afirmar algo que, andando el tiempo, encontramos
en el pórtico de las Medz'tacioner metafíricar de Renato Descartes.2
Mucho más habría que añadir a todo esto: una réplica al libro de
Hanke pide otro libro; pero lo cierto es que ese otro libro, cualquiera
que sea la interpretación que contenga no podrá pasar por alto el de
Hanke que, como me complazco en reconocerlo, alcanza una cumbre
dentro del conjunto de los estudios' lascasasianos.

Edmundo O’GORMAN.

2 “.., aun cuando a nosotros, ¡Os fieles, nos basta la fe para creer que hay un D103
Ey que el alma humana no muere con el cuerpo, no parece ciertamente que sea posible In-
tulctr a los infieles rellglón_alzuna. ni aún cas! moral alguna. si no se les da primero ll
prueba de me dos con“, por razón natural", (Carta a la Facultad de Teología de París)-
He ¡qui postulado como única modo de conversión el mismo método racional que ya html
postulado Lu (Tun en ¡u ¡un ¡un prot'crlur de loa Indios americanos.

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