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La familia

Albergue Nacional de Padres de Familia


Molinari, Córdoba, 06/01/1986

La familia, es el lugar natural donde el hombre habita, y no digo vive, digo habita, porque todos
los seres que viven en la creación tienen lugares donde viven, y donde se albergan, pero
solamente el hombre habita. Es decir, tiene la capacidad de poseer la realidad en la cual él se
desarrolla. Los animales viven en los lugares, solamente el hombre habita un lugar. Tiene
capacidad de asumir ese espacio, y hacerlo de tal manera que sea su habitación, es decir, el lugar
donde va a desarrollar su vida de modo habitual, poseyéndola.

Pero, entonces, nos podemos preguntar, si cuando nosotros decidimos habitar, nos estamos
refiriendo, nada más que a un espacio geográfico o el hombre tiene otros espacios de habitación.

Claro, el primer espacio habitacional del hombre es él mismo, si él no habita en él, si él no tiene
un espacio donde él es capaz de asumirse para habitar, pierde la primera dimensión de su
proyección en el medio, y ¿qué significa esta capacidad para habitar en él? Hay mucha gente
que no habita en él, que no puede, no tiene capacidad o escapa a habitar en él.

Hay gente que vive sin un espacio habitacional personal donde habitar, y entonces al no tener
ese espacio de habitación no está afincado, es un nómade. Cuando afirmo mi nombre, cuando
me nombro, o cuando nombro a otra persona, estoy, no solamente caracterizando la realidad de
esta persona como distinta de otra, sino que cuando lo estoy nombrando, estoy definiendo un
espacio personal donde esta persona se está realizando, si no, no es persona.

El espacio de realización personal, es un espacio de interioridad. ¿Dónde habita el hombre?


¿Qué espacio de su realidad de persona debe rescatar para habitar él en él? Su interioridad.

Normalmente, nos preocupamos por percibir los espacios de afuera, donde estar. Y se nos
escapa este primer espacio interior de nuestra habitación, que es el de adentro. Podríamos decir
que la primera realización del hombre, su primer hábitat, el primer espacio que él va a habitar es
un espacio no físico sino metafísico.

El espacio metafísico es el descubrimiento interior de que su realización personal se mueve en


función de la verdad, del bien y de la belleza.

Tres dimensiones que dan el espacio interior metafísico de habitación para el hombre. Si no
rescato ese espacio, es inútil que después quiera rescatar espacios geográficos para mi
habitación hacia fuera. No voy a tener dónde, no habré encontrado dónde apoyar la casa.

Es cierto que el espacio metafísico es propio de la dimensión racional del hombre, pero ese
espacio metafísico después requerirá otros espacios para su realización y requerirá un espacio
físico, pero el espacio físico de la realización del hombre, reclama primariamente, esta
capacidad para habitar en él mismo y con él mismo.

Por eso decimos que solamente el hombre habita, pero además de habitar él, en él se desarrolla
en su capacidad para poder habitar, cohabitar con otros. Cuando alcanza una cierta plenitud de
su realización personal-individual, proyecta su dimensión de habitación en un sentido social y
ahí aparece la familia.

Pero fíjense que la familia se proyecta, antes que sobre un espacio físico, sobre una realidad
interior, sobre la cual el hombre puede edificar la casa de un modo físico, pero hay antes un
requerimiento de comunicación que es el que le da el sentido al hábitat físico.

Recordemos, en sentido clásico ¿cómo se forma la familia? Normalmente hoy se identifica a la


familia: una calle, un número, acá viven los Pérez, acá los Francisco, etc. Cada casa reconoce
una familia, pero ¿cómo se generaba la familia clásica? ¿Sobre qué núcleo? Cuando pensamos
en formar una familia se piensa en el coche, en la heladera, en la casa, en el departamento, todo
está bien, pero ese no es el núcleo de la formación familiar.

La familia clásica se formaba alrededor de un núcleo religioso y el padre de la familia era el


custodio del valor religioso porque cada familia tenía el dios protector de la familia. El padre de
familia era el responsable de mantener, en el hogar, el fuego sagrado permanentemente
encendido, que era el símbolo ritual de la presencia del dios que protegía la familia. El padre de
familia ejercía esta función de custodio de ese fuego, su función era una función ritual,
sacerdotal y el hijo heredaba esta función sacerdotal, ritual, de mantener el fuego sacro de la
familia. Si la familia necesitaba afincarse sobre la tierra, esa tierra se la poseía como lugar,
además, donde se depositaban los muertos sagrados, se transformaba la casa en un templo. A la
casa se la mantenía con la función sacerdotal y ritual, y con estas casas y estas familias se
construía la ciudad. Fíjense ustedes qué lejos estamos de aquella idea pagana de familia. Cómo
se ha perdido el sentido del valor religioso como núcleo fundante de la familia y de la ciudad.
Porque la ciudad también tenía los dioses protectores, y cuando se fundaba una ciudad, la
ciudad era como el recinto sagrado donde los dioses protegían a los habitantes.

El Cristianismo, por supuesto, incorpora el sentido religioso venciendo este ritualismo cósmico
y de permanencia ritual en la tierra, porque la tierra, ese pedazo de tierra que la familia poseía
era un lugar cerrado, circular, donde la familia se clausuraba con los dioses que la protegían y,
en este tono ritual, enterraba allí sus muertos. Le faltaba, por supuesto, la trascendencia. El
cristianismo con la Encarnación del Verbo y el mensaje evangélico, quiebra el sentido cósmico
de destino fatal y abre la vida del hombre a la trascendencia, a la salvación. Es decir, que el
último destino del hombre no es la tierra familiar o la tierra de la ciudad, es la patria del cielo.
De esa forma queda superado el sentido cósmico del hombre. Pero lo que sí vale, de la vieja
familia pagana, es el núcleo fundante de lo religioso como centro de lo familiar.

Creo que lo que pasa en la familia de hoy, es que el hombre no puede fundar una familia porque
es un hombre a la intemperie, sin lugares de habitación, no tiene un espacio metafísico, no tiene
un espacio religioso, y por eso, puede ser que tenga un espacio físico, pero el hecho fundante de
la familia no es un espacio físico; porque si solamente conformo mi vida en un espacio físico,
quiere decir que estoy renunciando a las dimensiones reales que me dan mi capacidad de
habitar.

Puedo vivir en un espacio físico, pero no puedo habitar un espacio físico si no he habitado antes
en mi espacio metafísico y en mi espacio religioso.

Esto es enormemente importante y por eso la familia miliciana tiene que rescatar esta suerte de
función sacral del padre y de la madre que fundan un espacio, no para que los hijos vivan, sino
para que los hijos habiten y la gran tarea es educar, es formar a los hijos, es darles todos los
espacios de habitación, no solamente el físico.

Muchos padres creen que cumplen porque le dan al hijo el espacio físico de su realización. ¿Y
eso qué es? Eso es para que el hijo viva, no para que el hijo habite, hay que prepararlo al hijo
para que habite y para que pueda habitar en su realidad de persona, él necesita otra serie de
espacios que le den la posibilidad de habitar sobre la creación y no simplemente vivir.

Cuando la familia no se funda sobre estos espacios que son espacios de realización de la persona
total, no hay familia, hay casa, hay un albergue.

Los padres muchas veces se quejan porque dicen que a los hijos no les gusta estar en las casas,
pero uno se puede preguntar ¿y por qué será? ¿No será que la casa se ha transformado nada más
que en un espacio físico? Cuando las casas se transforman en un espacio físico, aunque el
hombre no lo razone así, como el hombre no se realiza en un espacio físico, sino que se realiza
en otros espacios de su vida, si esos espacios no están, es lógico que a los hijos no les interese
estar en la casa. No se trata de dónde estar o no estar, se trata más bien de valorar la familia
como el lugar de realización, pero claro, si la familia no transmite nada, si no hay un núcleo
fundante de la familia que tenga un cierto sentido sacral, es claro, de la familia, la casa fundante,
no quedará nada, no se transmitirá nada, será un lugar de paso, un albergue en el peor de los
casos.

Porque no fundamos un espacio, no hemos rescatado un espacio total para que el hijo se
desarrolle, simplemente hemos fundado un espacio físico.

La crisis de la familia contemporánea, es consecuencia de esta especie de agresividad que se ha


dado, para quitarle al hombre la posibilidad de encontrar estos espacios de realización interior,
metafísico y religioso. Entonces, ese hombre no tiene capacidad de fundar nada, porque no
puede fundar ni siquiera su propia existencia.

Hoy no hay familia, porque los hombres viven a la intemperie. No tienen capacidad de fundar
los espacios auténticos de su propia realización y consecuentemente ¿qué familia van a crear?
Solamente rescatan un espacio físico. Y ese espacio físico necesario es exclusivamente para el
desborde del espacio biológico de sus existencias, y ahí se clausura la familia. Lógicamente, al
no haber esos otros espacios el tema fracasa rápidamente.

Creo que hay que tener cuidado, entonces, en percibir esta misión familiar y ésta es una misión
que compromete a la familia cristiana. La familia cristiana es un espacio fundante de
santificación y el padre ejerce en la familia cristiana un oficio sacerdotal, como el viejo “pater
familiae”, de la sociedad pagana. El padre y la madre son los responsables de mantener en el
hogar ese fuego sagrado que le da a la familia siempre el tono fundante de un espacio de
realización religiosa, interior y metafísica, y permítanme que use la palabra, queriendo
significar, más allá de la realización puramente física.

La casa no es así simplemente un living, un comedor, los dormitorios y el baño. Ese es el


espacio físico menos importante, la casa va recreando, la familia va recreando,
permanentemente este espacio distinto, para lo cual, esta es una tarea permanente. Mantener en
pie la familia. Ustedes lo saben mejor que yo. Fíjense con qué esmero, la madre, las hijas se
preocupan para que después de la jornada de la mañana, quede la casa al poco rato limpia,
arreglada, ordenada, para que sea un espacio agradable.

¡Cómo necesitamos estar recreando ese espacio físico agradable! Pero ¿y los otros espacios?,
¿los espacios afectivos, los espacios de la convivencia, los espacios del amor, los espacios de la
comunicación?, ¿no hay ninguna otra verdad sobre la cual hablar, no hay ningún otro bien que
participar, no hay ninguna belleza a la cual admirar? En la sociedad contemporánea, al hombre
se lo somete. Quisiera que esto lo percibieran bien, ¿por qué se lo deja al hombre a la
intemperie? Porque el hombre es agredido por tres sospechas: la sospecha sobre la verdad, la
sospecha sobre el bien y la sospecha sobre el comportamiento. Quiere decir que se le quita al
hombre la capacidad de saber qué es lo verdadero, a lo sumo se le reduce su espacio de verdad
exclusivamente a las verdades físico-matemáticas, a través de las cuales él puede instrumentar
algún tipo de dominio sobre la naturaleza, las otras verdades, no las que me ayudan a dominar la
naturaleza, sino las que ayudan a interpretar la vida no son verdades.

Porque las dos grandes vertientes sobre las cuales se funda el criterio de verdad, la vertiente del
conocimiento, en función de la cual la verdad tiene un peso objetivo y se impone a mi
conocimiento y entonces hay una verdad que está impresa en la misma naturaleza y que cuando
conozco la naturaleza, esa verdad se me impone a mi espíritu, y esa verdad condiciona y limita
mi actitud frente a la realidad, esa verdad no la puedo conocer. Mi inteligencia no tiene
capacidad de conocerla. Y la otra vertiente de verdad, que es la vertiente de la Revelación, la
niego, Dios no revela. Consecuentemente el hombre se queda disminuido y vacío del criterio de
verdad de su propia naturaleza, disminuido sin posibilidad de afirmarse sobre una verdad
sobrenatural, trascendente que apoye e ilumine a la verdad natural.
Es un hombre sin capacidad de conocer la verdad, pero todavía más, no sólo no puede conocer
la verdad, sino que, además, no puede conocerse él mismo, porque se lo agrede con la sospecha
sobre la capacidad de que él conozca su propia dimensión de bien, es decir, su propia
conciencia; no puede conocer, porque sus actos son inconscientes. Se le niega la capacidad de
conocer la verdad, se le niega la capacidad de que tenga conciencia de sus actos de bien o de
mal, porque sus actos son inconscientes; es decir, no tiene capacidad de tener conciencia de lo
que hace y necesita que otro le diga, tirado en un sofá, qué interpretación puede hacer de sus
comportamientos. Fíjense, le hemos quitado la posibilidad de conocer la verdad, le hemos
quitado la posibilidad de tener conciencia de sus comportamientos y además le hemos
introducido la sospecha sobre qué tiene que hacer y qué no tiene que hacer.

Porque si no puede conocer la verdad, si no tiene conciencia personal, sus actos son
desconocidos, más recónditos y retorcidos. No lo puede saber, porque cuando él era chico le
había sacado la lengua a la abuela. Necesita que alguien le interprete el hecho tirado en un sofá.
No tiene conciencia, no tiene verdad. Pero tiene que actuar, tiene que hacer, entonces ¿quién le
dice lo que tiene que hacer? La mayoría o el Estado.

Ahí tenemos al hombre despersonalizado y a la intemperie. Sin espacios para su propia


realización, a ese tipo ahora lo agarra la cámara de televisión y lo hace votar por quien sea.
Después es un problema de técnicas, de métodos de comunicación, porque usted es un hombre a
la intemperie, no ha tenido la capacidad de fundar su espacio de realización y no tiene familia,
tiene una casa, que es una cosa distinta, tiene una casa, tiene un espacio físico, pero no tiene
familia. Esta es la cosa difícil de hoy, la cosa grave de hoy, la cosa grave, y la responsabilidad,
entonces, de quien quiere realmente fundar una familia ¿Sobre qué funda? ¿Qué espacios tengo
que tener en mi casa para que esta casa no sea solamente un espacio físico, sino que sea una
habitación, donde los míos habitan y cohabitan?

¿Fundamos sobre qué? Sobre el valor religioso, si no la casa se profana, pierde el sentido sacral
que requiere para que ahí, quien la habita, no sólo viva, sino que tenga capacidad de habitar con
él mismo y nadie puede habitar con uno mismo si no se abre al misterio de Dios.

De ahí la importancia de lo religioso como valor fundante del espacio familiar. Y el otro espacio
fundante es la cultura, no puede haber familia sin cultura. Por cultura no estoy significando un
valor intelectual, estoy significando una serie de valores que van dando el sentido de lo que el
hombre hace con su entorno. Eso es cultura, lo que cultiva con su entorno. Hay valores sobre los
cuales el hombre actúa para cultivar su entorno en la familia, ¿o da lo mismo cualquier cosa?; si
da lo mismo cualquier cosa, no hay cultura. Si hay valores, sí. Si hay valores esto no entra, es
decir, la casa se transforma en un cierto recinto sacral, donde hay cosas que entran y cosas que
no pueden entrar porque la familia custodia esos valores, y ustedes saben muy bien que estas
cosas no entran por la puerta, entran por el corazón, que es peor.

Fíjense que éste no es un problema intelectual, yo lo estoy describiendo en un tono de reflexión


racional, pero todo esto tiene una importancia vital. Cuando el padre de familia corrige al hijo y
no lo deja que se levante de la mesa hasta que él no se levante, ¿qué significa esto?, que hay un
sentido de respeto y de orden en la casa. También cuando la madre llama la atención porque el
chico tiró la ropa en cualquier lado.

Todo esto es el valor fundante de lo religioso, de lo cultural, los valores sobre los cuales el
núcleo familiar va relacionándose con su entorno y forma una base de cultura. Esa base de
cultura, ¿cómo se puede definir? Son las creencias, las pretensiones, los deseos, los valores de
ese núcleo familiar. Y eso ¿qué forma?, forma un común “denominador” familiar, que no es ni
del padre, ni de la madre, ni de los hijos, es de la familia, es el común de la familia, tiene hasta
su olor propio.

Este común de la familia es el bien de la familia. Creo que la gran tarea de nuestras familias
cristianas y de modo especial de nuestras familias de la institución, de FASTA, es que ese
común familiar se cultive, se custodie, se transmita; ahí viene la tarea pedagógica de los padres.
¿Qué trasmiten los padres? Los padres trasmiten ese común de valores que no lo dan la escuela,
pero que tiene que trasmitirlo y no lo trasmiten dando clase. Ustedes los trasmiten viviendo.
Recuerdo, en mi ambiente familiar, la enorme cantidad de valores que de niño percibí,
simplemente porque los vi, una sobremesa, una charla, un cuento, lo que le pasó al abuelo; esta
cosa, esta otra. Todo eso va y de repente hay hasta una tradición que hay que respetar. Esos son
todos los pasos que van configurando un espacio de realización en la familia. Cuando no hay
tradición, no hay nada que trasmitir y lógicamente los chicos para qué van a estar ahí; se van a
la pileta. Y lo que es peor, pierden la capacidad de tener sentido histórico, porque entonces la
vida empieza con ellos.

Hemos engendrado un monstruo, hay que esperar un tiempo más; que se deje crecer la barba y
que le den forma ideológica en la universidad y ya tendremos un monstruo.

¡Qué misión difícil!, ¿no? Por eso no hay escuela, no hay Universidad que reemplace a la
familia. Si queremos hacer esta obra, porque claro, hay un cierto espacio ya de formación de
cosas que supera a la familia, necesita ser auxiliada. En unos puestos viene la escuela, en otros
la Iglesia, en otros viene una institución como FASTA o como la Acción Católica. Pero, si no
hay una muy buena comunicación, si la familia no tiene ya la impronta acuñada, es muy difícil
que usted pueda lograr algo.

Sabemos bien en FASTA, tenemos experiencia. Los mejores milicianos y los chicos que
realmente han respondido, son aquellos que han encontrado la impronta familiar, más allá de las
crisis circunstanciales. Esto lo mido en función de que persevere o no en la institución, porque
perseverar en la institución tiene otras características, por ahí se van, ¡qué sé yo! Por lo que sea,
pero de lo que no se van nunca es de los valores, que eso es lo importante. Quiero decir que,
como la experiencia a nosotros nos ha mostrado, cuando este chico que se incorpora a la
institución tiene en su familia una base acuñada como un espacio con todos estos valores,
entonces, es fácil que usted lo desarrolle después en la formación doctrinal. ¿Qué es la
Formación Doctrinal? No es darle una capacidad de racionalizar, conceptualizar los valores que
él ya tiene que tener en la familia. Si esos valores no están en la familia, usted no puede hacer
formación doctrinal.

Creo que la tarea de la Agrupación Padres de familia cobra, en los momentos que vive el país,
una importancia crucial. Si ustedes analizan lo que nosotros pretendemos, en la institución, con
lo que pretende el contexto social donde nuestros chicos, nuestras chicas viven, estamos
caminando a contrapelo. ¡Cuidado, es muy difícil caminar a contrapelo!

Usted lo tiene al chico hablando de Dios en un campamento y después lo larga a los leones.
Nada del contexto social de la sociedad argentina de hoy, ayuda a hacer lo que nosotros
hacemos y no pretendemos hacer más que proyectar este sentido de la familia, como institución.
Si no nos unimos muy bien, si no tenemos un código cultural común, un lenguaje común, un
comportamiento común, no podremos lograr lo que buscamos; no lo vamos a lograr. Porque el
chico tiene que remontar a contrapelo un espacio. Si en la familia no encuentra apoyo, o hay
indiferencia, no va a poder, no va a tener fuerza donde apoyarse.

Les decía que esta es tarea es de todos los días. Fíjense cómo estamos frente a una gravísima
revolución cultural, y esta revolución cultural, ha trastocado los códigos éticos. Aquí está la
sutileza del enemigo. No es que esta revolución cultural se plantee fuera de códigos éticos, y
¿cuáles son estos códigos éticos? Miren: pacifismo, feminismo, ecologismo, humanitarismo,
derechos humanos; entonces ¿cómo se hace el traspaso?, muy fácil: no importa que el joven sea
homosexual, es importante que sea pacifista. No importa que sea drogadicto, es importante que
sea ecologista. No importa que sea divorcista y tenga diecisiete mujeres, lo importante que
defienda los derechos humanos.
¡Se dan cuenta! Es decir, el viejo cuño de la moral, individual, personal, cristiana la liquidamos
y creamos un código de moral social. Colectivizamos la concepción moral, le damos este código
ético y entonces el joven se queda tranquilo. Tiene una ética aunque no sea la verdadera. La
dignidad de la persona, se la plantea exclusivamente en el terreno ontológico, es decir, la
persona tiene dignidad porque es, y bueno, eso vale para la cucaracha o para el elefante que no
tienen otra dignidad que no sea la de ser lo que son, pero la dignidad de la persona humana no
es sólo ontológica, es moral, por eso puedo decir: “este tipo es un indigno” y no puedo decir:
“esta cucaracha es una indigna”.

Fíjense la revolución cultural que nos ha invadido, que se nutre por los medios de
comunicación, por la televisión, por los diarios, por las revistas. Ustedes tienen que rescatar,
como familia, el cuño severo de la moral de la persona, la moral individual del comportamiento
ético. Esto no se puede ceder, no se puede negociar. La familia tiene que transformarse y
encontrar un espacio de realización para cultivar los valores cristianos que la enriquecen y
perfeccionan. Es el padre, es la madre, los chicos, en la convivencia familiar los que van
encontrando el tono de la cosa. No hay fórmula. Cada familia tiene que encontrarla, porque el
espacio familiar, está asentado en un hecho cultural vital, de valores vivos que se cultivan, que
se trasmiten, que se heredan.

El compromiso que tienen los padres es tremendo. Cuando ustedes se casaron y formaron una
familia renunciaron a hacer su propia vida ¿Qué es formar una familia?, es renunciar a hacer su
propia vida. Ni el padre tiene derecho a hacer su propia vida, ni la madre su propia vida. La vida
de ellos es la vida de la familia, esa es la gran renuncia. No es cierto que haya una vida pública
y una vida privada, mucho menos en el orden familiar. No hay una vida pública familiar y una
vida que se pueda desencajar de la familia y tener una cierta privacidad distinta. Este es el peso
implacable de la tarea familiar. Hay que estar permanentemente cultivando y sosteniendo el
espacio familiar y fundándolo. Es vocación fundante. A la familia no se la administra, se la
funda. Normalmente se reduce la tarea familiar a administrar la familia. No, la familia se funda.
Y fundar ¿qué significa?, recrear permanentemente la vivencia de los valores, fundar la
dimensión cultural, fundar la dimensión religiosa y corregirla y volverla a hacer, y a medida que
se va envejeciendo en esta tarea, cada vez más se van afinando estos espacios y se van
enriqueciendo las comunicaciones en un bagaje, en un inventario, en un balance, muy difícil de
realizar, porque es un balance, un inventario humano, donde hay fracasos, donde hay éxitos,
pero donde, en definitiva hay hombres que están jugando el lunes, el martes y el miércoles su
destino de salvación.

En el acto más insignificante de la vida familiar se está jugando siempre el destino total de
salvación.

No hay cosas pequeñas y cosas grandes. La vida familiar tiene el tono a veces aparentemente
deslucido de lo cotidiano. No ocurren en la familia grandes acontecimientos. No se funda una
familia simplemente porque tenga la casa-física. Allí debo recrear esos espacios sobre los cuales
se funda la realización del núcleo familiar. El sentido de las cosas cotidianas, el cigarrillo, donde
tiro el pucho, el cenicero, el florero, el cuadro del abuelo, las flores que puse de adorno en la
navidad, todo, todo cobra un sentido “familiar”.

La familia no se clausura en un espacio físico, sino que hay que abrirlo a la realización de otros
espacios para la realización plena como persona y como cristiano.

La familia tiene que fundarse sobre valores religiosos y culturales y tiene que ser capaz de
trasmitirlos. Educar en la familia es ser capaz de dar esos espacios para que los niños los reciban
y los tomen.

De aquí la importancia de la tradición como conformante permanente de la realidad existencial


del hombre en su situación histórica concreta.
Nuestras familias milicianas, tienen que ser custodias de esos valores y de esos espacios para
que sobre ellos se asiente la tarea que hace la institución.

Las familias no se deben sentir solas, porque esta tarea fundante, que es una tarea de todos los
días, debe ser cultivada. Se necesitan espacios y posibilidades para cultivar, es decir, que la
familia no se puede clausurar exclusivamente en el ámbito propio familiar, sino que debe
insertarse también como es el caso de una institución como ésta, o cualquier otra que dé los
mismos valores. Insertarse para que, abriéndose a otra perspectiva pase del orden familiar al
orden de la vecindad, en el sentido de que se comparte ya con otras familias. Y compartiendo
con otras familias nos sentimos más fuertes, más protegidos, más ayudados. Hay una tarea muy
importante para la Agrupación Padres de familia de FASTA, que tienen que cultivar.

Las familias que se sienten un poco más fuertes y más integradas que ofrezcan servicios y se
abran a otras familias.

Si ustedes me preguntaran ¿cuál es el problema más grave de la Argentina de hoy?, es el


problema familiar. Si somos capaces, dentro de este gran naufragio, salvar la dimensión
familiar, habremos ayudado a la Patria, y habremos ayudado a la Iglesia.

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