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No. Porque lo primero que debemos decir es que la Palabra es de Dios y como
dice el Apóstol Pablo en 1 Corintios 2:11 “porque ¿quién de los hombres sabe las
cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie
conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios”. Por lo tanto como dijo Karl
Barth, “la palabra de la Escritura dada por el Espíritu sólo por la obra del Espíritu
de Dios puede ser reconocida como palabra de Dios”. Podemos decir que el
Espíritu Santo, no anula la capacidad humana, sino que la ocupa para poder
iluminar a su Iglesia. Haciendo que la investigación exegética no sea superficial. Y
que además no se lleguen a conclusiones religiosas extravagantes o herejías. La
obra del Espíritu Santo es una guía que nos lleva a la verdad, no alguien que nos
ahorre el estudio, conocimiento e interpretación de la Escritura.
El libre examen significa que podemos estudiar, interpretar y dar significado a las
Escrituras sin imposiciones de cualquier iglesia. Para armonizarse con la labor
hermenéutica debe haber una mayor libertad para estudiar las Escrituras. Libertad
de ciertos moldes rígidos impuestos por ciertas iglesias, iglesias muchas veces
opresoras con su feligresía. Y debemos recordar, como los reformadores del siglo
XVI, que la última palabra la tiene la propia escritura (Scriptura sacra ipsius
interpres = la Escritura sagrada es intérprete de sí misma). Debemos recordar que
ningún pasaje debe usarse como pretexto para justificar mi comportamiento o
ciertas doctrinas. Ni tampoco interpretarlo de forma aislada contradiciendo lo que
la Biblia enseña. Debe hacerse en forma seria y responsable.
Hay que decir, que este “libre examen”, debe ayudar y no esclavizar. Dar libertad.
Cuando se conoce la verdad, esta nos hace libres. Y esa libertad se ve en
nuestras vidas diarias. Donde podemos amar y dar la Buena Nueva a todos y
todas las personas que lo necesitan escuchar.
Texto
Autor Interprete
Contexto
Contexto Contexto
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Porque al hablar de fe, hablamos de un plano más subjetivo, pero este plano nos
lleva a encontrarnos con la Palabra de Dios y, por consiguiente a Dios. No
podemos interpretar la Palabra sin “Capacidad Espiritual”, debemos dejar que todo
nuestro ser no esté cerrado, sino que esté disponible a la acción espiritual de la
Palabra. Debe haber una compenetración entre autor e intérprete para que la
calidad de esa interpretación sea buena. Debe conocerse contexto. El intérprete
debe ser guiado por el Espíritu. Debemos tener además una “Actitud de
Compromiso”, que al conocer lo que Dios nos dice, ponerlo en práctica en nuestra
vida para conocer por completo el significado de lo que Dios quiere para nosotros
y los demás. Por lo mismo, el intérprete debe tener “Espíritu de Mediador” entre el
autor del texto y el lector. Para llevar, como fuese posible, todo lo que el autor
pensaba a la realidad del lector (a su época, tiempo, contexto social o cultural.