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Conferencia de Religiosos de Colombia


Centro de Estudios Religiosos.
Seminario de Teología de los Votos Religiosos.
Rigoberto Andrés Suárez Carvajal
Conclusión de manos unidas

Siete conclusiones

1. Siempre debemos ser gestores de esperanza, generando desde nuestra experiencia


cristiana todo quehacer de nuestra misión, que se debe mirar desde dos dimensiones,
hacia nuestro interior, y hacia el exterior, “operando en el mundo y respondiendo desde la
acción social a las necesidades del otro”. Unidas ambas, podemos trabajar sabiendo que
Dios pondrá lo que falte a nuestras fuerzas.
2. Aunque nos dedicamos a los que más lo necesitan, no debemos olvidar que cada hombre
y mujer se ven afectados por nuestro trabajo. Nuestra labor no es excluyente, sino que,
buscando a los últimos, incluye a todos.
3. Tenemos en nuestras manos el objetivo de querer dar al mundo un nuevo impulso, dando
valor verdadero a lo bueno que ya hay en él y resignificando la dignidad del otro.
4. Es una realidad que nos afecta a todos, de forma particular y colectiva, entre ellas, todas
las esferas de la vida social deben estar presentes porque no es tarea de seres aislados, es
tarea común.
5.  Un desarrollo humano integral que no imite las relaciones basadas en el consumismo
será creíble si ponemos límites a nuestro consumismo, a veces inconsciente. Un mundo
en el que las relaciones entre las culturas y religiones estén regidas por el diálogo
fecundo, solo será posible si practicamos cada uno, día a día, el diálogo fraterno con
todos.
6. Siempre se debe pedir coherencia política con autoridad cuando nos esforzamos porque
nuestra participación social sea continuidad de una coherencia de vida. Podemos impulsar
unas normas de mercado más justas a la vez que tratamos de incorporar los valores de la
generosidad y la solidaridad en nuestras relaciones económicas.
7. Se debe acompañar a los países más pobres en el camino de irse haciendo más
responsables de su propio desarrollo al tiempo que, cada uno de nosotros, nos vamos
haciendo responsables unos de otros. Sólo en este camino abierto a los demás, la familia
humana podrá afrontar el desafío de acabar con la pobreza y el hambre en el camino del
desarrollo integral auténtico.

¿Qué desafíos se plantea para la Iglesia y la vida consagrada la pobreza?

El desafío debe ser el de retomar la solidaridad y la subsidiariedad como principios


importantes que regulan la vida social. Ya que, según el principio de la solidaridad cada
persona como miembro de la sociedad está indisolublemente vinculada al destino de la
sociedad misma y, en virtud del Evangelio, al destino de la salvación de todos los
hombres. Por eso, las exigencias éticas de la solidaridad reclaman que todos los hombres,
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los grupos y las comunidades locales, las asociaciones y las organizaciones, las naciones
y los continentes, participen de la gestión de todas las actividades de la vida económica,
política y cultural, superando toda concepción puramente individualista. Como un
complemento de la solidaridad, hay que considerar la subsidiariedad, que protege a la
persona humana, las comunidades locales y los ‘cuerpos intermedios’ del peligro de
perder su legítima autonomía. Por ello, es que la Iglesia y la vida consagrada debe estar
atenta a la aplicación de este principio dada la dignidad misma de la persona, el respeto a
lo más humano que existe en la organización de la vida social y la protección de los
derechos de los pueblos en las relaciones entre sociedades particulares y sociedad
universal.

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