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CAPITULO CUATRO

UN SUEÑO RAZONABLE

Jenny Calhoun, de dos meses de edad, descansa en la concavidad del codo flexionado
de su madre. A medida que Jenny se crispa durante su sueño, diez delgados cables
adheridos con cinta a su cara y cabeza se mueven en todas direcciones, dándole un aire
de Medusa bebé. La madre de Jenny, Amy Calhoun, abre sus ojos soñolientos en la
habitación apenas iluminada, mirando sin ver la pequeña cara a pocos centímetros de
distancia. Los cables correspondientes de la cabeza de Amy se inclinan hacia la bebé
cuando inconscientemente se estira y da unas palmaditas tranquilizadoras a Jenny. Amy
ajusta la sábana de la bebé y ambas vuelven a un nivel más profundo de sueño. A dos
habitaciones de distancia, el antropólogo James McKenna observa las agujas de un
polígrafo de 12 vías que saltan en tándem a medida que Jenny y Amy se mueven
físicamente, cambian sus niveles de sueño, y vuelven a dormirse.1 El polígrafo mapea
gráficamente lo que McKenna ve en la pantalla de video —las agujas saltan en respuesta
a la salida eléctrica, trazando líneas como garabatos en un rollo de papel. E incluso un
principiante puede ver que las líneas de la mamá y la bebé siguen un patrón similar. El
patrón de actividad de ondas cerebrales, ritmo cardíaco, movimiento muscular, y
respiración son similares porque el par está experimentando una estimulación mutual,
moviéndose mientras ascienden, atraviesan y descienden por varios niveles de sueño.
Una delicada sonrisa se abre en la cara de McKenna—ha visto este patrón con
frecuencia, pero nunca deja de resultarle entretenido el poder presenciar cómo la
naturaleza desarrolla el vínculo madre-bebé, incluso durante el sueño. Este trabajo,
junto con su experiencia previa en comportamiento de primates, ha convencido a
McKenna de que la mayoría de nuestras ideas sobre el sueño de los bebés son
construcciones culturales y difieren peligrosamente de las necesidades biológicas y
emocionales de los bebés. “Si tienes un bebé,” dice McKenna cada vez que tiene
oportunidad, “duerme con él (o ella).”
Hace tiempo, en 1978, Jim McKenna y su esposa tuvieron un bebé, un hijo llamado
Jeffrey, y el nacimiento de Jeff fue un gran punto de inflexión para McKenna, en más
de un sentido. Hasta 1978 McKenna era conocido por su trabajo en langures de la India,
unos grandes monos grises famosos por su estilo de maternaje laissez-faire [relajado] –
con frecuencia otros miembros de la tropa sacan los bebés a sus madres a poco tiempo
de haber nacido, y los pasan de uno en otro como si fueran muñecos. Pero mientras que
McKenna conocía bien las formas de crianza de los monos, tenía menos ideas acerca
de cómo criar a su propio hijo. El sueño fue un problema; como todo recién nacido, Jeff
hacía berrinches y era inquieto y no se dormía cuando se suponía que debía hacerlo.
McKenna pronto descubrió que una forma de lograr que Jeff durmiera era hacer la siesta

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con él. “Yo me acostaba con él y respiraba como si estuviera dormido,” recuerda
McKenna dieciocho años más tarde, inhalando y exhalando, moviendo su pecho frente
a mí como si su bebé Jeff todavía estuviera hecho un bollito sobre él. “Noté que él
respondía tan bien a estas señales de respiración. Y luego me pregunté por qué eso me
sorprendía tanto—era un bebé primate, sin terminar su desarrollo al nacer, y la selección
lo había hecho ser receptivo al contacto y cuidados parentales.” Sobre la base de sus
siestas con su bebé, e impulsado por una mente antropológica que se dispara en todas
direcciones cuando se dedica a la investigación académica, McKenna comenzó a hacer
preguntas acerca del sueño de los bebés humanos.
¿Por qué debería Jeff dormir solo si duerme mejor con uno de sus padres? ¿Hay algún
bebé humano “diseñado” evolutivamente para dormir solo? ¿Cómo duermen la mayoría
de los bebés en el mundo? ¿Y cuáles son las consecuencias de dormir solo vs el colecho?
Este trabajo se ha convertido en una piedra fundamental de la etnopediatría, que
combina historial cultural, etnografía y mediciones biológicas. Y está destinado a
cambiar radicalmente la manera en que muchas personas crían a sus hijos.

EL SUEÑO EN DIFERENTES CULTURAS

L as personas pasan una tercera parte de sus vidas durmiendo. Y no dormimos de


manera azarosa. Cómo dormimos, con quién dormimos y dónde dormimos está
moldeado tanto por la cultura como por la costumbre, tradiciones transmitidas de
generación en generación. Durante la mayor parte de la historia humana, los bebés y
niños durmieron con sus padres, o quizás con ambos padres. Nuestros ancestros lejanos
vivían en pequeñas bandas que subsistían mediante la caza y la recolección, y es
razonable suponer que estas bandas no tenían lugares separados para que durmiesen los
padres e hijos en sus refugios temporarios. No fue sino hasta hace doscientos años que
unas pocas culturas comenzaron a construir viviendas con más de una habitación, e
incluso hoy en día, tal privacidad para dormir es poco frecuente excepto en las
sociedades más pudientes.2 La mayoría de la gente en el mundo hoy día sigue viviendo
en refugios de un ambiente donde todas realizan todas las actividades, sea despiertos o
dormidos.3
El antropólogo John Whiting encontró una asociación simple entre el clima y el
colecho padre-hijo (entre otros comportamientos).4 Al evaluar 136 sociedades para las
cuales tenía información, Whiting delineó cuatro tipos de disposición típica para el
sueño en el hogar: madre y padre en la misma cama con el bebé en otra cama; madre y
bebé juntos y el padre en otro lugar; todos los miembros de la familia en camas
separadas; y todos los miembros de la familia juntos en una cama. Whiting descubrió
que el patrón más prominente en todas las culturas era el de madre con niño y el padre
en otro lugar (50% de las 136 culturas). En otro 16%, el bebé dormía tanto con la madre

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como con el padre. Muchas de estas culturas, escribió, eran poligínicas, de manera que
los padres se desplazaban entre diferentes hogares y camas, y la unidad estable era en
realidad cada madre con sus hijos. Whiting también encontró una conexión con el clima
frío. Los hombres y mujeres, es decir las parejas, duermen juntos rutinariamente en
lugares donde la temperatura invernal es menor de 50 grados [N. de la T.: Grados
Fahrenheit, equivalentes a 10°C] —presumiblemente por el calor más que cualquier
otra razón—pero con frecuencia duermen separados donde el clima es más cálido. Por
otro lado, el lugar de sueño de los bebés por lo general se ajusta a una situación climática
diferente—“usualmente” permanecen con la madre en áreas con clima templado, pero
en climas más fríos, son envueltos en mantas y sujetos a tablas o cunas para minimizar
la pérdida de calor. Sin embargo, estas culturas representan una pequeña minoría de la
población humana.

Dónde duermen los bebés

En casi todas las culturas del mundo actual, los bebés duermen con un adulto y los niños
duermen con sus padres u otros hermanos. Es solo en las sociedades occidentales
industrializadas, tales como América del Norte y algunos países de Europa, donde el
sueño se ha convertido en un asunto privado: la comparación de este último patrón con
el de otros grupos resalta una de las principales cuestiones en las cuales el Occidente se
aparta del resto de la humanidad en cuanto al tratamiento de los niños. En un estudio de
186 sociedades no industriales, los niños duermen en la misma cama que sus padres en
el 46% de las culturas no industriales, y en una cama separada, pero en la misma
habitación, en un 21% adicional. En otras palabras, en el 67% de las culturas del mundo
[N. de la T. Estrictamente, se trata del 67% de culturas no industriales, no del total] los
niños duermen en compañía de otras personas.5 Aún más significativamente, en ninguna
de esas 186 culturas los bebés duermen en un lugar separado hasta que tienen al menos
un año de vida. En otro estudio de 172 sociedades, todos los bebés en todas las culturas
hacen algo de colecho durante la noche, aunque fuera por unas pocas horas.6 Los
Estados Unidos consistentemente se destacan como la única sociedad en la cual los
bebés son puestos rutinariamente en sus propias camas y sus propias habitaciones; en
un relevamiento de cien sociedades, solo los padres de los EEUU mantenían
habitaciones separadas para sus bebés, y otro estudio de doce sociedades mostró que
todos los padres con excepción de los norteamericanos dormían con sus bebés hasta el
destete.7
Los bebés en varias culturas duermen en variedad de contenedores y sobre muy
diversas superficies – sobre una alfombrilla o manta blanda en el suelo, en una hamaca
hecha de cueros o fibras, sobre un colchón de bambú partido; o arropados en una canasta
colgante.8 En la mayoría de los casos, el lugar donde duermen los bebés es congruente
con – en otras palabras, no es más especial que – el lugar donde duermen los padres.

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La antropóloga Gilda Morelli comparó la organización para dormir y los hábitos
nocturnos de padres en los EEUU con un grupo de nativos mayas de Guatemala. Los
bebés mayas dormían con sus madres en todos los casos durante el primer año, y a veces
el segundo. En más de la mitad de los casos, el padre también dormía allí, o bien dormía
con los niños mayores en otra cama. Las madres mayas no hacían un tema de la
alimentación nocturna, debido a que simplemente se giraban y ofrecían un pecho
cuando el bebé lloraba de hambre, probablemente mientras las madres seguían
profundamente dormidas. Para el grupo comparativo de EEUU, tres bebés fueron
colocados en una habitación separada para dormir desde el momento de nacer, y
ninguno de los dieciocho sujetos dormía en la cama de sus padres como rutina. Para los
tres meses de edad, el 58 por ciento de los bebés ya dormía en otra habitación, y para
los seis meses de edad, todos menos tres habían sido trasladados a otra habitación. No
resulta sorprendente que diecisiete de los dieciocho padres norteamericanos informaron
que habían tenido que mantenerse despiertos para la alimentación nocturna.
También fueron igualmente claras las diferencias de actitud con respecto al sueño en
general, entre las dos culturas. Los padres norteamericanos usaban canciones de cuna,
cuentos, ropa especial, baños, y juguetes para ritualizar la experiencia del sueño,
mientras que los padres mayas simplemente dejaban que el bebé se durmiera cuando
tocaba, sin parafernalia. Cuando la investigadora explicó a las madres mayas cómo se
hacía dormir a los bebés en los EEUU, las madres mayas se mostraron impactadas y
muy reprobadoras, y expresaron pena por los bebés norteamericanos que debían dormir
solos. Ellas consideraban a su organización para dormir como parte de un mayor
compromiso con sus hijos, compromiso en el cual las consideraciones prácticas no
tienen lugar.9 No les importaba si no había privacidad, o si el bebé se movía durante la
noche – la cercanía de madre y bebé durante la noche era visto como parte de lo que
todos los padres hacen por sus hijos.
En contraste, los padres norteamericanos que dormían con sus bebés habitualmente,
declararon que lo hacían por razones “pragmáticas” (presumiblemente para amamantar
y reconfortar a un bebé fastidioso), aunque reconocían que el colecho parecía fomentar
el apego. Pero a diferencia de los mayas, pensaban que una asociación estrecha
fortalecida por el colecho era preocupante y de alguna manera, dañina emocional- o
psicológicamente. Estos padres sacaron a sus bebés de la habitación parental lo más
pronto posible, generalmente para los seis meses; y expresaron la necesidad de guiar al
niño por un camino de independencia, así como el deseo de tener su privacidad.
También sentían que tal separación sería menos traumática si se daba tempranamente
en lugar de más tarde. Como lo expresara una madre “Soy un ser humano, y merezco
algo de tiempo y privacidad para mí misma”10 Muchas madres también habían sido
aconsejadas por pediatras o expertos en cuidado infantil al respecto de que dormir solo
en un moisés o cuna es más seguro para el bebé, y de esta forma, siguen estos consejos
asumiendo que están haciendo lo correcto.

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Las diferencias de actitud entre culturas pueden verse claramente en los trabajos
hechos sobre inmigrantes de una cultura a otra; los patrones de sueño infantil, según se
ha visto, son una de las últimas tradiciones en cambiar bajo la presión del país adoptivo.
En Inglaterra, los padres asiáticos - es decir, personas originarias de la India, Pakistán
y Bangladesh – siguen durmiendo con sus bebés aun cuando esto no es un patrón
aceptado ni fomentado por el sistema de salud británico.11 Y en los EEUU, donde
pediatras y la mayor parte de la Sociedad propugnan el sueño solitario, permanecen
“bolsillos” étnicos en los cuales dormir con el bebé es el patrón aceptado; minorías que
se rigen por reglas no-blancas también colechan habitualmente. En un estudio de
norteamericanos-hispánicos en East Harlem (New York City), el 21% de los niños de
entre seis meses y cuatro años de edad dormían con sus padres, comparado con un 6%
en una muestra equivalente de niños blancos de clase media 12 Ochenta por ciento de los
niños hispánicos compartían la misma habitación con sus padres, y este compartir no se
debía únicamente a limitaciones de espacio.
No solo los inmigrantes recientes difieren en cómo duermen con sus hijos. Por
ejemplo, en una comparación de blancos y negros, el 55% de los padres blancos y el
70% de los padres negros declararon que colechaban con sus bebés.13 Para los blancos,
el colecho con sus hijos ocurría principalmente en caso de aquellos bebés considerados
como afectados por problemas para dormir – definidos como despertarse durante la
noche, o cuando las madres no estaban tan complacidas de asumir el rol parental y se
sentían ambivalentes con respecto a tener al bebé cerca. En éste y otros estudios, el
colecho en familias de blancos es usualmente un último recurso para calmar a un niño
molesto o arreglar una relación padre-hijo problemática.14 Para los padres de raza negra,
el colecho era visto como un patrón normal y en absoluto relacionado con solucionar
un historial de sueño problemático o una relación dificultosa.
En los Apalaches o Kentucky oriental, el colecho en la infancia y niñez es la norma,
como lo ha sido por cientos de años.15 Aunque las personas de esta área no son una
“minoría étnica” ni inmigrantes recientes, representan una población cohesiva que ha
resistido el cambio. Los historiadores señalan que en tiempos coloniales en la costa este
de EEUU, varias personas dormían en la misma cama – era la única forma de dormir
en casas tan pequeñas.16 Pero cuando comenzaron a surgir nuevas ideas acerca de la
privacidad en el siglo XIX, las viviendas reflejaron esos cambios, y de pronto hubo
dormitorios privados, primero en los establecimientos públicos y luego en los hogares
privados. La gente de los Apalaches, descendientes de la tradición más colonial,
continuaron durmiendo en forma comunal y aún hoy se rehúsan a colocar solos a los
bebés, incluso cuando abunda el espacio. En contra de lo que aconsejan los pediatras
en esa área, estas madres ponen a sus bebés en la cama de los padres porque creen en
su ideología particular de crianza. Como señala la antropóloga Susan Abbott, “[El
colecho] no es un tipo de pintoresco remanente de un pasado arcaico, ni es patológico
en su constitución ni en sus resultados para la mayoría de aquellos que lo experimentan.
Se trata de un patrón actual y bien ubicado de crianza infantil que está aguantando la

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arremetida de los consejos dados por expertos en cuidado infantil contemporáneos.”17 El
objetivo es formar una familia estrechamente ligada y mantener a los niños cerca. Verna
Mae Sloane, de 77 años de edad, escribe sobre la maternidad en los Apalaches: “¿Cómo
puedes esperar que vas a aferrarte a ellos en la vida si comienzas apartándolos?”18 Una
vez más, la ideología que guía al colecho en tales culturas es de apego más que
independencia.

El sueño como Modelo de Vida

Dado que son los padres quienes controlan quién duerme en qué lugar, es su propia
sapiencia tradicional la que dicta la manera de dormir. Como mencioné previamente,
en aquellas culturas en las cuales el principal objetivo parental es integrar a los niños a
la familia, el ambiente doméstico y la sociedad, los bebés son mantenidos cerca, incluso
durante la noche. Es primariamente en aquellas sociedades (mayormente en el
Occidente industrializado, especialmente en EEUU) donde es pone el énfasis en la
independencia y la autoconfianza, en las que los bebés duermen solos. Por debajo de
este objetivo social inconsciente, subyace un supuesto aún más fundamental que hacen
los norteamericanos y algunos otros grupos, a saber, que la manera en que tratamos a
los niños desde el primer día tiene gran efecto sobre el tipo de adulto que resulten ser.
Esta filosofía no es compartida por todas las culturas. Por ejemplo, los Gusii ven a la
temprana infancia como una época de dependencia durante la cual el objetivo es
mantener a los bebés con vida, no amoldarlos. Ellos creen que el padre o madre debe
esperar hasta la niñez para entrenarlo. Los Mayas ven a la madre y el infante como una
unidad inseparable y creen que los hijos no están listos para ser guiados hasta que
pueden hablar y razonar, cuando son niños mayores. En esta última cultura, no se
considera que sea posible entrenar a los recién nacidos, y según sienten ellos, sólo se
debe cuidarlos.
En otras palabras, el sueño puede adoptar un matiz moral. Y la base de esa moralidad,
por supuesto, es un constructo cultural. Los padres norteamericanos creen que es
moralmente “correcto” que los bebés duerman solos y de esta manera aprendan
independencia y autosuficiencia. Ellos ven al colecho entre padres e hijos como algo
extraño, psicológicamente patológico, y hasta pecaminoso. Aquellos que forman parte
de culturas que colechan, ven a la costumbre occidental de dejar al bebé solo como algo
amoral y como una forma de descuido infantil o irresponsabilidad parental.19 Los padres
en ambos tipos de culturas están convencidos de que su estructura moral es “correcta”.
La diferencia de actitud refleja también la manera en que diferentes culturas
consideran al sueño en general. Los mayas tratan al sueño como una actividad social y
piensan que dormir solo es una privación, mientras que los norteamericanos tratan al
sueño como un momento de privacidad; compartir la cama se considera como un
sacrificio. Los norteamericanos hacen una clara distinción entre el día y la noche y el
tipo de actividades que pueden ocurrir en cada momento del día, mientras que para los

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!Kung San no tiene nada de raro despertarse en mitad de la noche y pasar unas horas
alrededor del fuego conversando. En su cultura no existe el insomnio ya que no se
espera que nadie duerma de corrido durante la noche. De hecho, investigaciones del
sueño comparado en diferentes culturas han mostrado que los despertares nocturnos son
mucho menos frecuentes en las culturas occidentales que en otras. Y sin embargo, los
padres occidentales se hacen mucho más problema por esos comparativamente pocos
episodios de vigilia que puede tener un bebé durante la noche, que los padres en
sociedades donde el sueño de los bebés es mucho más ligero.20
Pero no es solo la industrialización, o la modernidad, la que ha promovido noches de
sueño solitario e ininterrumpido. Como mencioné anteriormente, los niños japoneses
duermen con sus padres hasta que son adolescentes. Incluso cuando hay otras
habitaciones y camas disponibles, los bebés y niños pequeños japoneses son colocados
en futones en la habitación de los padres. Los japoneses ven al niño como un organismo
biológico separado que requiere ser incluido en una relación interdependiente con los
padres y la sociedad, especialmente con la madre.21 Los japoneses prefieren no dormir
solos; no tienen la expectativa, y probablemente no pueden imaginarse que les vaya a
interesar, dormir solos. Dormir con alguien distinto del compañero marital también le
quita énfasis a la conexión sexual con la noche y las camas que es tan prevalente en la
sociedad norteamericana. Para los japoneses el concepto de familia incluye compartir
la noche, y el modelo de la familia tiende a orientarse hacia la madre y los hijos con el
padre “afuera”, más que la versión norteamericana de la familia nuclear ideal con la
madre y el padre como compañeros sacrosantos y los hijos subordinados a esa relación
primaria.22
Otras naciones industrializadas tienen patrones establecidos para las expectativas de
sueño infantil. Como encontraron los expertos en desarrollo infantil Sara Harkness y
Charles Super, los padres holandeses sienten que los niños deben estar estrictamente
regulados, tanto con respecto al sueño como todas las demás cuestiones. Los holandeses
también consideran que cuando los niños tienen problemas de sueño, se debe a que su
rutina ha sido interrumpida.23 Mientras que los padres norteamericanos luchan para
encontrar soluciones de corto plazo para que sus niños duerman toda la noche – paseos
en auto, aspiradoras de volumen alto, ositos de peluche con grabaciones de latidos
cardíacos – todos los niños holandeses son acostados en sus camas a la misma hora
temprana cada tarde y se los deja que se adapten. Y si se despiertan, se espera que se
entretengan solos y salgan de la cama a la hora correcta. Las madres holandesas siguen
hasta el final este esquema regulado, hacienda lo mismo todos los días. No van de un
lado a otro con sus hijos, ni salen en viajes en auto. No creen en la estimulación
constante y la excitación como forma para intentar desarrollar las capacidades
cognitivas de sus bebés. En lugar de ello, a los niños y bebés holandeses se les presenta
un ambiente estable, un ambiente que casi no permite interrupciones o alteraciones. Al
igual que los japoneses, los holandeses tienden a tener una visión consensuada de la
crianza. La regla de oro es tener horarios regulares para dormir y para todo lo demás.

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Ayudar a que el bebé pase toda la noche

Los patrones de sueño de los bebés son usados en algunas culturas, especialmente la
cultura norteamericana, como marcador de madurez del desarrollo. ¿Duerme el bebé
toda la noche? ¿Por qué no? ¿Qué problema tiene el bebé o el estilo de crianza? Además,
el sueño es con frecuencia un tópico importante de discusión con los pediatras, y un
tema importante para los asesores en cuidado infantil. Por ejemplo, recientemente en
los EEUU, Richard Ferber ha promovido un método para ayudar a dormir a los bebés.
La “ferberización” implica comprender los patrones naturales de sueño de cada bebé, y
trabajar con las asociaciones que forman los niños pequeños con rituales de sueño.24 El
método Ferber ha ganado popularidad para los padres norteamericanos debido al papel
especial que cumple el sueño en esta cultura para los padres. Tanto los pediatras como
los padres se enfocan en el sueño como uno de los criterios para juzgar la madurez,
temperamento y personalidad del infante.25 Un relevamiento de pediatras
norteamericanos mostró que el 92 % cree en tener un horario regular para acostarse, el
80% cree en una rutina ritualizada y especial para el momento de acostarse, 88% está a
favor de que el bebé duerma en una cuna fuera de la habitación de los padres, y el 65%
sugiere que el bebé no tenga ningún tipo de contacto corporal con los padres durante la
noche.26 Debido a que los pediatras son la fuente principal de orientación para los padres
norteamericanos, el mensaje emitido es alto y claro – el sueño solitario es la forma
apropiada de criar a los hijos. Apoyados por el establishment médico, este mensaje
adquiere el aura de verdad científica; y las madres norteamericanas, al menos las de
raza blanca y clase media y media-alta, en su mayoría adoptan esta ideología sin
cuestionamientos.
Sin embargo, la expectativa de que los bebés duerman por períodos más largos a
medida que pasa el tiempo no es simplemente una construcción cultural
norteamericana. Existen, de hecho, buenas razones biológicas para esperar que los
bebés cambien sus patrones de sueño a medida que se desarrollan. El sueño del recién
nacido típicamente está fragmentado en cortos períodos de sueño intercalados con
períodos aún más cortos de vigilia.27 Al comienzo, estos intervalos de sueño/vigilia
están distribuidos aleatoriamente en las 24 horas del día; el bebé no tiene ritmo
circadiano o diario, ya que en el útero no había día ni noche a los cuales ajustarse. Sin
embargo, entre los tres o cuatro meses de vida, el ambiente ha dictado claramente un
ciclo diurno/nocturno y el cerebro del infante ha madurado lo suficiente como para
incorporar este ritmo. Aunque el bebé aumenta su sueño total en sólo una hora y media
desde la primera semana de vida hasta los cuatro meses, ese sueño se fusionará en
períodos más largos. La mayoría de los bebés dormirán cuatro horas por vez en las
primeras semanas y muchos de ellos, al menos en las culturas occidentales donde se
estimulan estos intervalos de sueño largos, alcanzan las ocho horas de sueño nocturno
continuo hacia los cuatro meses de edad (suplementado por siestas). Y sus cerebros van
a la par de esta unificación, mostrando patrones de sueño más similares a los de los

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adultos en cuanto a la actividad de ondas cerebrales, hacia los tres meses. Este
desarrollo de la fusión de los tiempos de sueño es parte de un desarrollo neurológico
general en el cual el infante comienza a mover sus manos a voluntad y seguir a las
personas con la vista. Como dice irónicamente la experta en desarrollo infantil Sara
Harkness, todos los niños eventualmente duermen como adultos, es solo una cuestión
de cuánto tiempo les tome alcanzar el patrón adulto. En otras palabras, obsesionarse
con el sueño e intentar diferentes argucias para lograr que el bebé duerma de corrido
toda la noche, podría ser un esfuerzo que supera el potencial biológico del bebé.
Lo que muchos padres necesitan saber es que dormir toda la noche – es decir, durante
unas seis a ocho horas sin interrupción – en la niñez o adultez, no es ni un axioma
biológico ni un concepto cultural universal. Por ejemplo, los bebés norteamericanos
generalmente se despiertan durante la noche, pero a menudo se autoconfortan y vuelven
a dormirse. Los bebés africanos de los Kipsigis se despiertan entre tres y cuatro veces
por noche hasta que tienen ocho meses de edad.28 Y la cantidad de sueño que obtiene
cada uno es sorprendentemente variable. Harkness halló que los bebés norteamericanos
duermen dos horas más al día que los bebés Kipsigis. Más sorprendente aún, ella
encontró que los niños holandeses duermen dos horas más que los bebés
norteamericanos. Claramente los bebés, y presuntamente también los adultos, duermen
diferentes cantidades, y cada cultura ayuda a determinar cómo debe progresar ese
sueño. Por ejemplo, James McKenna ha examinado patrones de sueño en diferentes
culturas y llegó a algunas conclusiones sorprendentes: “Los humanos tenemos sueño
bifásico, es decir, estamos diseñados para dormir dos veces en un período de 24 horas.
La siesta de la tarde es parte de quiénes somos. En consecuencia, nadie debería sentirse
culpable por dormir una siestecita durante el día.” La idea de una etapa de vigilia
entusiasta durante el día seguida por un período de sueño ininterrumpido y uniforme
durante la noche es probablemente más una fantasía cultural que un imperativo
biológico. No se ajusta realmente a la forma en la cual los humanos, u otros animales,
administran las 24 horas del día.

SUEÑO SOLITARIO VS COLECHO

L os bebés siempre obtienen suficiente sueño, de una manera u otra. Sea en una
bandolera de tela sobre la espalda de su madre, colgando en una hamaca en una choza
de adobe, o anidado en un moisés recubierto de puntillas en un cuarto pintado de rosado,
todos los bebés se las arreglan para obtener lo que necesitan. Pero si bien el hecho
concreto del dormir es también siempre igual – mientras duermen, los infantes están
inconscientes y soñando - el ambiente del sueño puede ser radicalmente diferente para
cada niño. Tomemos el caso del ruido. Un bebé que duerme solo disfruta de una quietud
considerable, con pocos sonidos que penetren sus sentidos. Un bebé que duerme en una

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habitación llena de gente, incluso si los demás también están durmiendo, está rodeado
de sonidos – voces y respiraciones. Pensemos en el tema del tacto. Un bebé solo, siente
solamente la tela y su propio cuerpo; un bebé en la cama con otro ser humano siente
piel, tibieza, y respiración. Los padres y los expertos en cuidado infantil siempre han
reconocido que el ambiente donde se duerme hace diferencia; precisamente por esto,
los expertos occidentales propugnan un lugar solitario con un ambiente silencioso,
porque están buscando un determinado tipo de sueño. Los etnopediatras se están
enfocando ahora en el ambiente de sueño por las mismas razones – ellos también creen
que el ambiente de sueño es crucial para la salud y desarrollo del infante. Pero a
diferencia de la mayoría de los expertos en cuidado infantil, los etnopediatras hallan
que ese sueño solitario generalmente recomendado es exactamente lo opuesto de la
situación de sueño de los bebés que evolucionó naturalmente, y, por ende, no es lo que
el bebé realmente necesita.

Por qué algunos bebés duermen solos

En cada estudio comparado de sueño del infante, las sociedades occidentales


industrializadas, especialmente los miembros de clase media y raza blanca de tales
sociedades, colocan a sus bebés e hijos mayores en camas individuales y con frecuencia
en sus propios dormitorios. Este patrón contrasta fuertemente con la mayor parte de la
historia humana. Como se dijo anteriormente, hasta hace doscientos años todos los
bebés dormían con adultos y virtualmente todas las personas dormían con alguien más.
Era un tiempo anterior a las ideas de “privacidad” o “intimidad”, conceptos que han
sido muy valorados en las culturas norteamericanas. Las casas de clase media en Europa
reflejaban esta falta de privacidad y no había casas con habitaciones que estuvieran
funcionalmente separadas o habitaciones para dormir diferenciadas de las usadas para
estar o comer. Cualquier habitación podía ser usada para dormir, cocinar, recibir
invitados o hacer negocios, y había pocas cosas permanentes en una habitación, ni
siquiera los muebles. Como escribe el historiador arquitectónico Witold Rybczynski,
“El hogar medieval era un lugar público, no privado.”29 Fue además una época de gran
pobreza y sordidez. Aunque la nobleza europea haya podido tener varias casas y
habitaba en ambientes amplios y lujosos, los pobres debían arreglarse con casuchas de
un ambiente.
Era también una época de muerte. La mortalidad de bebés y niños era común; por
ejemplo, en el primer censo sueco en 1749, la mortalidad infantil era muy alta, 200 por
cada 1000 nacimientos (20%).30 Gran parte de esta mortalidad infantil se debía a
problemas durante el parto o a enfermedades, pero se pensaba que muchos bebés,
especialmente en centros urbanos, habían sido muertos por “accidente” mientras
dormían en la misma cama que sus padres. La causa de muerte se informaba como
“cubrimiento” [N. de la T.: overlaying] — la madre o el padre rodaban cubriendo al

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bebé y sofocándolo. El cubrimiento era considerado un problema de tal magnitud que
en Italia se inventó un artefacto llamado arcuccio [N. de la T.: agregué una ilustración,
cliqueando sobre ella se llega a la fuente] para proteger al recién nacido de padres
amenazadoramente somnolientos. Los dibujos del arcuccio muestran algo parecido a
una trampa para langostas de mar – costados de madera con grandes agujeros donde
podía encajar un pecho para amamantar, una barra superior para sostener las sábanas o
al padre movedizo. Aunque el cubrimiento era aceptado como explicación para la alta
mortalidad infantil, en realidad muchas de estas muertes eran muy sospechosas.

Entre los siglos dieciséis y dieciocho, en la mayoría de los países europeos se crearon
leyes para evitar que los padres durmiesen con sus bebés.31 En esencia, estas leyes
trataban de prevenir el infanticidio.32 Si había demasiadas bocas que alimentar, era fácil
sofocar a un bebé “por accidente”. Como resultado, el gobierno tuvo que intervenir.
El temor al “cubrimiento” persigue a muchos padres en la cultura occidental de hoy.
La mayoría creen que es posible rodar y aplastar a un bebé o sofocarlo bajo una montaña
de sábanas. Pero tal como observa el investigador del sueño del bebé McKenna, los
bebés nacen con fuertes reflejos de supervivencia, y patean y gritan antes de permitir
que algo bloquee sus vías respiratorias. La simple evidencia de que la mayoría de los
bebés en el mundo hoy en día duermen con un padre y no mueren sofocados debería ser
suficiente para convencer a los padres de que es bastante difícil rodar sobre un bebé y
no darse cuenta. Es cierto que los colchones blandos y las almohadas acolchadas
representan un riesgo muy real de sofocación; además, si el bebé está tan envuelto que
no puede expresar sus instintos naturales de empujar al objeto cercano, podría haber un
problema. Pero los padres occidentales que temen que sofocarán a sus bebés están
equivocados. En una atmósfera sana, cuando los padres no están intoxicados, drogados
ni son obesos, la posibilidad de matar a un bebé por cubrimiento es de cero. Si esto es
cierto, ¿por qué persiste el mito? El mito del cubrimiento persiste porque en muchas
culturas occidentales, existen también razones sociales, emocionales y políticas para
mantener a los bebés fuera de la cama parental. En el siglo diecisiete, la iglesia católica
comenzó a preocuparse por la posible vulnerabilidad sexual de niñas pequeñas que
durmieran con sus padres. Al mismo tiempo, la cultura europea estaba desarrollando
los conceptos del amor romántico y redefiniendo el matrimonio como un vínculo
conyugal en lugar de una unidad económica o política. De repente la relación madre –
padre adquirió un carácter separado dentro de la idea más abarcativa de
familia.33 Cuando la relación entre madre y padre se convirtió en un lazo sagrado,
12
privado, y sexualmente íntimo, nació la privacidad parental. A los niños, aun siendo
retoños de ese lazo, no se les permitía interferir con la unión de los esposos. En un nivel,
los bebés y niños eran vistos como una amenaza a ese lazo y al patriarcado que
establecía al padre como autoridad familiar. Este punto de vista llevó más adelante al
complejo de Edipo de la psicología freudiana – un drama que no puede desarrollarse a
menos que se dé por sentado que, en primer lugar, la madre y el padre tienen un vínculo
especial y privado.34
Hoy en día, el mito contra el colecho es perpetuado en la cultura occidental por
autoridades en cuidado infantil – pediatras y autores de libros. Aquí, por ejemplo, está
el consejo de la experta británica en cuidado infantil Dr. Miriam Stoppard: “Algunos
padres eligen que sus recién nacidos duerman con ellos debido a que es más fácil así
manejar las tomas nocturnas. No debería ser difícil romper con este hábito luego de
unas pocas semanas” No queda claro si el hábito corresponde al bebé o a sus padres. La
Dra. Stoppard recomienda colocar una fotografía grande de un rostro de mujer (quizás
la de Mamá servirá) en la cuna del bebé porque a los bebés les gustan tanto los rostros
humanos y la foto fácilmente sustituirá a la cara real. Penelope Leach en Babyhood [N.
de la T. Publicado en español como “Bebé y niño”] admite que los bebés duermen mejor
cuando están acurrucados entre los adultos. Sin embargo, Leach también observa que
los padres a menudo son molestados por los movimientos del bebé, y que muchos no
se sienten cómodos con el bebé en la “cama matrimonial”.36
El Dr. Benjamin Spock, el más reconocido experto en cuidado infantil de los EEUU
durante los últimos 40 años, siempre ha abogado por el sueño solitario de los bebés – y
sin mimos, con poco consuelo. T. Berry Brazelton, quien heredó el cetro del Dr. Spock
como pediatra de la nación, coincide en que los bebés necesitan una rutina, con un lugar
tranquilo y solitario para dormir. La presión cultural para hacer que el bebé duerma solo
es tan fuerte en Norteamérica que incluso cuando los padres duermen con sus bebés,
son reacios a admitirlo, como si estuvieran cometiendo un crimen.37 Y la razón parece
ser teórica y psicológica, y una vez más, ligada a la idea de independencia. Aunque no
hay evidencia específica que lo apoye, la mayoría de los padres norteamericanos creen
que el colecho promueve la dependencia emocional, y en la Gestalt (“configuración”)
predominante de la vida norteamericana, la dependencia es vista como algo negativo.
Los adultos pueden dormir juntos porque su relación es sexual e íntima, y la cama es el
lugar para la sexualidad y la intimidad en Norteamérica. Además, la interdependencia
en una pareja es considerada como el ideal contemporáneo. Sin embargo, los niños no
son parte de esa intimidad ni sexualidad, ni son considerados como parte de esa
interdependencia. El sueño en solitario encaja en esa perspectiva arraigada del vínculo
parental como algo cerrado, privado, romántico y exclusivo. De tal forma, por debajo
del miedo al “cubrimiento” del bebé subyace un objetivo parental más poderoso de
impulsar a los niños para que se arreglen por sí solos, para que encuentren sus propias
conexiones.

13
Ese camino que los padres impulsan a sus hijos a seguir, comienza muy pronto luego
del nacimiento, y se desarrolla con respecto al sueño tanto como en interacciones y
actividades diurnas. Aunque no existe evidencia concluyente de que el dormir en forma
solitaria o el colecho tengan un efecto directo sobre el apego más adelante durante la
vida (después de todo, el sueño es sólo una parte de cómo se vive), los padres eligen
conscientemente un patrón por sobre el otro. Podría parecer una elección bastante
benigna, que puede estar basada razonablemente en lo que es más conveniente para los
padres. Pero nuevas y sorprendentes evidencias sugieren que el sueño solitario es más
que un simple objetivo parental – también podría ser biológicamente riesgoso.

QUÉ ES LO MEJOR PARA LOS BEBÉS

E l objetivo principal de estudiar a los bebés en diferentes culturas es lograr cierta


perspectiva acerca de cuál podría ser la mejor manera de criar a los bebés de nuestra
especie. Todos los bebés nacen con las mismas necesidades – ser alimentados, vestidos,
higienizados y cuidados. Pero cómo realizan esas tareas los padres es altamente
variable. Podría ser que sea cual sea el método usado por los padres, el bebé crecerá
bien. Después de todo, los bebés son increíblemente resilientes [N. de la T. en español
“resiliente” es un término más técnico, podría traducirse como “elásticos” ya que
significa que se recuperan luego de un impacto y vuelven a su estado original] a todo
lo que les depara el ambiente. Todos nosotros que somos ahora adultos, claramente
hemos sobrevivido a nuestros años de primera infancia. Sin embargo, lo que comen los
bebés, cómo son alimentados, cómo duermen y cómo son manejados, son factores que
afectan el desarrollo físico y emocional de los mismos. En capítulos previos, escribí
acerca del apego y la vinculación, y cómo los estudios en primates humanos y no
humanos han demostrado que existe un vínculo fisiológico entre la separación de la
madre y el aumento de las hormonas del estrés junto con una depresión del sistema
inmune.38 Si un bebé puede verse afectado fisiológicamente como resultado de estar
separado de su madre durante el día, el estar separado durante la noche también podría
tener también fuertes efectos. Desde la perspectiva del bebé, ¿hay realmente diferencia
entre dormir solo o con uno de sus padres?

Dr. Sandman
[N. de la T. El “Sandman” o “Arenero” es un personaje mitológico asociado a causar
sueño en los niños, suele tener connotación negativa]

Para responder a tales preguntas, Jim McKenna seleccionó investigaciones hechas por
expertos en fisiología, neurología del bebé, y sueño humano. Y más importante, recurrió
a madres y bebés durmiendo para monitorear su danza nocturna. Su trabajo
14
experimental sobre el colecho comenzó en 1984 cuando, lleno de preguntas acerca del
sueño infantil, encontró la primera Puerta abierta en el Departamento de Pediatría de la
Universidad de California, Irvine, y convenció al pediatra Dr. Claibourne Dungy. “Mi
principal ventaja era que yo no tenía miedo de verme estúpido y hacer preguntas,”
bromea McKenna. Dungy rápidamente reunió a “cuatro personas de guardapolvo
blanco que me miraban fijamente con escepticismo,” recuerda McKenna. Una de ellas
era la Dra. Sarah Mosko, psicobióloga, psicóloga clínica, experta en sueño y, lo más
importante, con práctica como polisomnógrafa —la persona que monitorea el sueño
usando un polígrafo; ella poseía las habilidades para ayudar a McKenna en el montaje
de una situación experimental que le diría si había alguna diferencia entre los bebés que
dormían en solitario y en colecho. Tenían pocas investigaciones en las que basarse;
hasta ese punto, todos los estudios sobre el sueño de los bebés se habían hecho con
bebés durmiendo solos, como si eso fuera la norma.39 En consecuencia, debían ser
pioneros con su protocolo experimental para contrastar su hipótesis.

Hora de dormir en el Laboratorio del Sueño

Desde ese entonces, McKenna y Mosko han completado tres estudios de pares madre-
bebé en el Laboratorio de Desórdenes del Sueño de la Universidad de California, Irvine,
Medical School. En el primer estudio, hecho en 1986, siguieron durante una noche a
cinco pares de madre-bebé en el laboratorio de sueño. En el segundo estudio, ocho
madres y bebés pasaron las dos primeras noches durmiendo solos, pero en habitaciones
adyacentes, de manera que las madres podían levantarse y alimentar a sus bebés como
lo harían en sus hogares. En la tercera noche, las madres y bebés durmieron en la misma
cama —lo cual era inusual para todos excepto una de las madres. En el estudio más
reciente, cincuenta pares madre-bebé de origen latino durmieron durante una noche
como lo hacían habitualmente, fuera en solitario o colecho; la noche siguiente,
durmieron en condiciones asignadas al azar, que podía ser la misma o diferente de su
manera de dormir en casa; y la tercera noche, en la condición opuesta a la de la segunda
noche.
Las madres y sus bebés se presentaban en el Laboratorio del Sueño a las 8 P.M. La
habitación para dormir, con una cama confortable y cortinas opacas, les daba a los
sujetos una atmósfera confortable para dormir. Antes de acomodarse para pasar la
noche, se adhería con cinta un cable al cráneo de la madre y otro al bebé para registrar
las señales cerebrales con un electroencefalograma (EEG). Otro cable ubicado cerca de
una órbita, monitoreaba los movimientos del ojo, y un tercer cable en el mentón medía
el tono muscular. La respiración se controlaba midiendo el aire que pasaba por un
dispositivo en forma de cuenta ubicado cerca de la nariz, y los movimientos de la pared
torácica. Los latidos cardíacos se monitoreaban con un cable cerca del corazón. Una
cámara infrarroja se ubicaba de manera que pudiera registrar los movimientos de las
madres y bebés durante toda la noche. Al contrario de lo esperado, las madres

15
reportaban haber dormido muy bien en el laboratorio. “Se trata de madres recientes,
necesitadas de sueño,” dice Mosko. “Generalmente dicen que el tiempo en el
laboratorio es la primera noche de sueño razonable que han tenido desde que nació el
bebé.”
Los impulsos viajaban por los cables hacia la habitación de registro, donde agujas
entintadas registraban los mensajes mediante una polisomnografía de veintidós canales,
una máquina detectora de mentiras usada para bosquejar la arquitectura del sueño. Más
tarde, Mosko leía las páginas y marcaba los niveles de sueño en intervalos de 30
segundos. Ella determinaba si cada sujeto estaba durmiendo en un nivel determinado,
o si estaba despierto, o experimentando un despertar transitorio (cuando la persona está
en niveles más ligeros de sueño, pero no llega a despertar). En los bebés, los despertares
aparecen como aumentos abruptos en las ondas cerebrales lentas de alto voltaje, que el
polígrafo dibuja como picos aguzados. Era posible marcar cambios similares en los
EEG de las madres. Cuando estaban atravesando un despertar, las madres y bebés
también mostraban otros cambios fisiológicos tales como parpadeo y movimiento del
mentón. McKenna, con su entrenamiento en comportamiento animal, era quien
“calificaba” los videos – cuando el bebé levantaba la cabeza, la madre abría los ojos,
etc. Eventualmente, los dos científicos comparaban a las madres y bebés que dormían
juntos y separados, intervalo por intervalo.
Estos datos ayudan a diferenciar los cinco posibles niveles de sueño por los cuales
pasa una persona durante la noche. El sueño con Movimientos Oculares Rápidos, o
sueño REM, es el nivel más activo—los ojos se mueven rápidamente, el mentón
también se mueve a medida que los músculos se tensan y relajan, las ondas cerebrales
cambian, y las tasas cardíaca y respiratoria se vuelven erráticas. El REM también es un
estado de soñar, aunque los sueños pueden ocurrir durante otros niveles. Hay cuatro
niveles no-REM, designados de 1 a 4; el sueño profundo ocurre en los niveles 3 y 4.
Para el caso de los bebés, los investigadores combinan los niveles 1+2 y 3+4, para
distinguir categorías amplias de sueño más ligero y más profundo. Una buena noche de
descanso no necesariamente está determinada por la cantidad de tiempo que se pasa en
un nivel particular, y existen variaciones personales en los patrones individuales de
sueño, pero la cantidad de veces que la persona atraviesa ciclos de estos niveles durante
la noche parece ser importante para tener un sueño satisfactorio.

Cómo duermen

En los tres estudios de McKenna y Mosko, los resultados fueron los mismos. Cuando
duermen juntos, las madres y sus bebés tienen una sincronía extraordinaria. Esta es la
danza nocturna sincronizada que McKenna había predicho sobre la base de sus siestas
con su hijo Jeff, pero el trabajo sigue sorprendiendo tanto a ambos investigadores como
a los demás colegas que se han unido a su equipo. El resultado más obvio es que los

16
durmientes están enlazados fisiológicamente; los movimientos y la respiración de uno
de ellos, madre o bebé, afectan al otro. Cuando uno de los dos se despierta, el otro
también se desplaza entre diferentes niveles de sueño. Este eco del patrón de sueño
incluye también los despertares transitorios, esos momentos breves de acercarse a
niveles de sueño más ligero y luego regresar al sueño profundo. ¿Por qué podría ser
importante esto? Cada vez que el bebé responde al despertar de su mama, o sea un
despertar “extra” desde el punto de vista del bebé, su respuesta pone en movimiento un
ciclo que proporciona al bebé una práctica adicional de respiración. Incluso los bebés
sanos experimentan apneas, pausas de la respiración, varias veces durante la noche. Las
apneas son el resultado del bebé que despierta y toma una bocanada grande de aire; el
bebé no respira porque aún no lo necesita. A medida que el bebé vuelve a dormirse, se
dispara nuevamente la razón para respirar. Y de esta forma, cuando la madre se desplaza
entre los niveles de sueño y el bebé se desplaza con ella, el niño adquiere más práctica
para “capear la tormenta nocturna”.40 Dado que los bebés nacen siendo tan inmaduros
neurológicamente, tienen sentido que el ambiente externo, incluso durante el sueño,
fuese tan útil para que “aprendan” cómo dormir seguros durante toda la noche.
McKenna y Mosko también descubrieron que los bebés en colecho, incluso aquellos
más acostumbrados a dormir solos, duermen de forma diferente cuando están con sus
madres. Los bebés parecen pasar mayor porcentaje del tiempo de sueño en los niveles
1-2 y menos tiempo en los niveles más profundos, exhiben más sueño REM, y están
despiertos más tiempo. En otras palabras, se mueven con más frecuencia entre los
niveles de sueño, y tienen sueño más ligero.41
Christopher Richard, Mosko, y McKenna también encontraron que la mayoría de los
pares que colechan, pasan toda la noche orientados uno hacia el otro.42 Incluso si se trata
de madres que normalmente colocan a sus bebés boca abajo durante la noche de sueño
solitario, en el momento de la noche de colecho posicional al bebé sobre su espalda o
de costado e instintivamente en una posición tal que la mamá y el bebé están cara a
cara. Los bebés parecen saber que esto es lo que quieren; durante la noche de colecho,
incluso si están sobre su espalda y pueden elegir hacia dónde mirar, mueven sus cabezas
para estar de frente a su madre. Esto podría parecer, en principio, una situación
potencialmente peligrosa. De hecho, los investigadores han demostrado que las mujeres
adultas exhalan una cantidad riesgosa de dióxido de carbono (CO2) a corto alcance,
especialmente si hay una sábana que forma un espacio cerrado delante de la cara del
adulto.43 Sin embargo, una atmósfera con CO2 en la cara también podría ser beneficiosa
para los bebés debido a que cambia el ambiente atmosférico inmediato del niño y
desencadena el reflejo de respiración del cerebro. Otros estudios han mostrado
beneficios fisiológicos adicionales para los bebés que colechan. Trabajos hechos con
bebés prematuros han demostrado que el contacto piel con piel aumenta la temperatura
cutánea del bebé, y dado que a los bebés se les hace difícil retener el calor en climas
fríos, esto es una ventaja siempre que no haya sobrecalentamiento.44 Este contacto
también estabiliza el ritmo cardíaco del bebé y reduce el llanto y las apneas del

17
sueño.45 Incluso dejando de lado lo demás, el colecho claramente proporciona un
ambiente externo muy diferente del correspondiente a dormir en solitario.
Sin embargo, el resultado más sorprendente de la investigación de McKenna puede
ser observado, incluso por un principiante, en las grabaciones de video. Nadie puede
pasar por alto el hecho de que el colecho da como resultado más atención por parte de
las madres. Cuando McKenna clasificó las conductas de colecho de las madres y las
comparó con lo que hacían las madres cuando dormían en una habitación diferente y se
levantaban durante la noche para atender al bebé, resultó que las madres en colecho
exhibían cinco veces más comportamientos protectores hacia sus bebés. Repetidamente
besaban, tocaban y reubicaban al bebé. Volvían a ajustar las sábanas y confortaban al
bebé cuando estaba agitado. Y a veces estas madres, según mostraba el polígrafo, ni
siquiera estaban conscientes. Tocaban y abrazaban a sus hijos instintivamente,
manteniéndolos lejos del peligro.
Por lo tanto, los bebés que colechan están bajo constante supervisión física, y están a
solo un susurro, una palmadita y una molécula de CO2 de distancia de la persona que
los cuida. Los bebés solitarios, aunque son alimentados cuando lloran y cargados
cuando se quejan, nunca reciben este tiempo de tratamiento íntimo durante la noche.

Porqué es importante el colecho

Nadie sabe por qué duermen los animales, pero tenemos una buena idea de cómo es que
ocurre el sueño. Como la mayoría de los estados físicos, el sueño involucre una cantidad
de mecanismos biológicos o fisiológicos. El sueño está controlado por el tronco
encefálico primitivo ubicado en la base del cerebro, donde células diferenciadas envían
mensajes desde y hacia el corazón, pulmones, músculos que rodean al diafragma y las
costillas, y los órganos productores de hormonas – todos los sistemas que monitorean
y regulan la coreografía del sueño. Durante el sueño, así como durante los períodos de
vigilia, los humanos adultos pasan por períodos de respiración impulsada por la
neocorteza y otros de respiración iniciada automáticamente por el tronco
encefálico.46 Los adultos somos capaces de manejar el cambio entre estos tipos, pero
para los bebés es más difícil. Los bebés nacen con el cerebro neurológicamente
inacabado, y no desarrollan la capacidad de moverse fácilmente entre estos tipos de
respiración hasta que tienen al menos tres a cuatro meses de edad. Y los patrones de
sueño de los recién nacidos reflejan esto. Como expliqué antes, no son capaces de
fusionar períodos de sueño y no distinguen entre el día y la noche; también pasan más
tiempo en sueño REM que los adultos.47 Cuando duerme con su madre, el bebé
reacciona a los movimientos de ella y atraviesa muchos cambios de estadios de sueño,
muchos más que cuando el bebé duerme solo, practicando el repetido salto entre un tipo
de respiración y el otro. Si se los deja solos, los bebés deben orientarse durante el sueño

18
nocturno con poco entrenamiento, y sin señales o estímulos ambientales. La mayoría
de los bebés eventualmente desarrollan la habilidad de cambiar entre los tipos de
respiración a medida que el cerebro se desarrolla, los nervios adquieren más mielina, se
vuelven más conectados y por ende más similares a los de los adultos, y finalmente
dominando la respiración nocturna. Pero para algunos bebés, este cambio entre
respiraciones de ambos tipos puede ser más difícil; estos bebés se beneficiarían de
contar con el metrónomo externo representado por la respiración de los padres. El
colecho, con todos sus desplazamientos entrelazados entre varios niveles de sueño, y
sus puntos de control físicos, podría ser exactamente lo que la naturaleza “planeó” para
que los bebés sobrevivan durante la noche y además aprendan a dormir y respirar por
sí mismos.
Para McKenna, el apego entre madre y bebé que se ve tan claramente en el ámbito
fisiológico tiene probablemente un eco a nivel psicológico. Aunque pensamos en el
bebé como alguien independiente de su madre al nacer, debido a que su madre ya no
está involucrada en la regulación de su ser físico, existe aún una sincronización física.
Hay quien puede desear que sus bebés fuesen independientes, pero los bebés, como
muestra esta investigación del sueño, claramente necesitan estar en contacto,
conectados con, y siendo parte de un sistema biológico adulto mientras se desarrollan
y maduran a su propia velocidad biológica.
La mayoría de los padres en la cultura occidental, al optar por no hacer colecho, han
alterado en consecuencia esa sincronización padre-bebé durante las horas de sueño.
Pero es importante que los padres que hayan hecho esto se den cuenta de que lo han
elegido por razones culturales, no porque sea biológicamente adecuado. Estos padres
bienintencionados no se dan cuenta de que también podrían estar poniendo a sus bebés
en un riesgo innecesario.

El colecho y la muerte súbita del lactante

El Síndrome de Muerte Súbita del Lactante (SMSL, o SIDS en inglés) es la causa


principal de muerte de bebés en Estados Unidos, y ha sido reconocido en la mayoría de
las sociedades del planeta. El bebé se duerme, aparentemente sano, y muere sin ninguna
advertencia.48 El SMSL no es una enfermedad en sí, sino un síndrome, lo cual significa
que la etiología es compleja y la causa de la muerte puede ser atribuida a una variedad
de orígenes fisiológicos. Las señales a menudo sugieren falla respiratoria, una
incapacidad de controlar el ciclo de respiración durante el sueño, o quizás incapacidad
de volver a respirar luego de una apnea del sueño. Para McKenna y otros, no es una
coincidencia que el manejo de la capacidad de respirar se desarrolle entre los tres a
cuatro meses de edad – exactamente en el período en el cual los bebés son más
vulnerables al SMSL. Además, algunos bebés en climas fríos mueren de SMSL durante
el invierno porque se los ha envuelto fuertemente en sábanas pesadas, y sufren
hipotermia. En general, el sistema cardiovascular colapsa y el bebé nunca se recupera.

19
Se invoca SMSL como causa de la muerte cuando no hubo ningún accidente ni se
diagnosticó ninguna enfermedad. Todo lo que saben los padres es que algo anduvo
terriblemente mal con el bebé, y por alguna razón el bebé no sobrevivió a la noche, o a
una siesta. Son poco frecuentes las señales de advertencia de que algo anda mal; algunos
bebés muertos por SMSL habían tenido un ligero resfrío, y otros habían mostrado
problemas respiratorios, pero en la mayoría de los casos ni los padres ni los pediatras
tienen ninguna indicación de que un bebé en particular sea vulnerable. El SMSL ocurre
con más frecuencia en bebés varones que mujeres, y en bebés de bajo peso al nacer
comparados con los de peso normal (18% son bebés prematuros).49 El rasgo más
llamativo del SMSL es la edad en la cual ocurre. Noventa por ciento de las muertes por
SMSL ocurren antes de los seis meses de edad, con la mayor frecuencia entre los tres y
cuatro meses.
La despareja distribución del SMSL en diferentes culturas es sorprendente. Los
EEUU tienen la tasa más alta, con 2 por cada 1000 nacidos vivos, casi uno por hora. La
organización Sudden Infant Death Syndrome Alliance señala que en EEUU mueren
más niños por SMSL por año que los mueren de cáncer, enfermedades cardíacas,
neumonía, abuso infantil, SIDA y otras condiciones, sumados. Resulta confuso que
EEUU y Canadá tengan tasas inesperadamente altas de SMSL, especialmente ya que se
trata de naciones industrializadas donde hay una nutrición respetable y los cuidados de
salud prenatal son adecuados. En contraste, el SMSL tiene los valores más bajos en
Asia; la tasa de SMSL en Japón es de 0,3 por cada 1000 nacimientos; 0,03 por 1000
nacimientos en Hong Kong (una proporción de 50 a 70 veces menor que en el
Occidente); y virtualmente desconocido en China, aunque en este último caso podría
haber serios problemas al momento de informarlo.50
Los investigadores especulan que la baja tasa de Asia puede deberse a factores
ambientales, tales como las multitudes y la atmósfera socialmente estimulada, así como
al hecho de que los bebés no solamente duermen junto con adultos, sino que duermen
en posición supina [N. de la T.: boca arriba] en lugar de prona, lo cual parece proteger
contra el SMSL. La posibilidad de que el ambiente o el estilo de crianza pudieran estar
involucrados en las tasas de SMSL se ve confirmada por estudios de poblaciones de
inmigrantes asiáticos en EEUU. En un estudio comparativo de SMSL entre grupos de
chinos, japoneses, vietnamitas y filipinos en California del Sur, la tasa global fue de 1,1
por cada 1000 nacimientos, la mitad que la de la población no asiática. De manera más
convincente, la tasa de SMSL entre estos inmigrantes era máxima en aquellos grupos
que habían estado en su país adoptivo durante más tiempo y presumiblemente habían
adoptado prácticas occidentales de cuidado infantil.51 En Gran Bretaña, donde la mezcla
de culturas es diferente de la de los EEUU, asiáticos provenientes de la India,
Bangladesh y Pakistán tienen tasas bajas, así como las familias provenientes de África
Occidental.52 Estas diferencias en la tasa de SMSL según cultura, y el sorprendente
hecho de que las tasas de SMSL son tan bajas en áreas donde los bebés están en mayor
riesgo de malnutrición, enfermedades y bajo peso de nacimiento, requieren una

20
respuesta. Si la incidencia de SMSL no decrece con buenos cuidados prenatales, buena
nutrición, y buena higiene, ¿cuáles podrían ser los otros riesgos?

El Ambiente de cuidado infantil y el SMSL

El antropólogo Jim McKenna señala “El sueño del bebé evolucionó en un contexto de
ser sacudido hacia arriba y abajo a la espalda en una bandolera”. “En esa relación hay
un elemento físico, y no podemos asumir que no existan consecuencias fisiológicas del
dormir en solitario. Para el bebé humano, extremadamente altricial [N. de la T.:
nidícola, que no puede valerse sin cuidados parentales], el cuidado social es cuidado
fisiológico.” McKenna está convencido por su propio trabajo de laboratorio y la
información sobre SMSL en diversas culturas de que el patrón occidental de poner al
bebé a dormir solo en su propia cama y su propia habitación no es únicamente “raro”,
sino que va en contra de la forma en que los bebés fueron “diseñados” para ser
cuidados.53
La idea de que el ambiente, específicamente el cuidado parental, podría estar
involucrado en el SMSL es un tema controvertido. Nadie quiere culpar a los padres, y
claramente existe alguna razón biológica primaria para que algunos bebés no
sobrevivan a la primera infancia mientras que otros lo hagan, sin importar dónde
duerman o cómo son tratados. Pero los dramáticos cambios recientes en la tasa de
SMSL subrayan la importancia de las prácticas de cuidado infantil para prevenir el
SMSL. Originalmente los expertos decían que los bebés debían ser colocados boca
abajo para dormir, de manera que el niño no se pudiera ahogar con su propio vómito.
Pero comenzó a aparecer una conexión entre la posición supina y las bajas tasas de
SMSL, y una vez que se comenzó a aconsejar a los padres que colocaran al bebé boca
arriba en lugar de a la inversa, las tasas de SMSL comenzaron a caer. Por ejemplo, en
el Reino Unido entre 1981 y 1992 ha habido una reducción del 90% de la tasa de SMSL
desde que se empezó a aconsejar la nueva posición para dormir, y una reducción del
50% en los Países Bajos, Australia y Nueva Zelanda. La caída en la tasa de SMSL ha
sido mucho menos dramática en los EEUU debido a que este cambio en las
recomendaciones pediátricas ha sido menos publicitado y menos aceptado. Pero la
mayoría de los pediatras ahora se dan cuenta de que la posición prona no permite que
el bebé patalee para apartar las mantas si tiene demasiado calor, anulando los instintos
naturales del bebé de regular su temperatura corporal. Y no afecta solamente al
movimiento del bebé. Parece que los bebés duermen de forma diferente cuando lo hacen
boca abajo; duermen más y pasan más tiempo en sueño no-REM, con menos despertares
y de menor duración.54 En otras palabras, duermen muy profundo. Y esta podría ser la
razón por la cual los pediatras recomendaban la posición prona en primer lugar – el
objetico, en la sociedad occidental, había sido que los bebés durmieran como troncos.
En la posición supina, los bebés se mueven y agitan y su sueño es mucho más liviano.

21
De lo que nadie se daba cuenta era de que el sueño liviano es esencialmente mucho
mejor para un bebé que está recién aprendiendo cómo dormir.
Algo más intrigante, es que los datos sobre posición prona/supina podrían ayudar a
explicar por qué las culturas no occidentales no tienen tantos casos de SMSL como
algunas culturas occidentales. Por definición, los bebés en culturas no-occidentales
duermen con sus madres y maman a demanda durante la noche. Cuando los bebés
duermen con sus madres, como ha demostrado el trabajo de McKenna en laboratorio,
las madres siempre los colocan sobre la espalda. Esta posición facilita el
amamantamiento y vigilar al bebé, y da a los bebés mayor libertad para moverse. Se
sabe que el dar el pecho es en sí mismo también una protección contra el SMSL,
presumiblemente porque las frecuentes tomas nocturnas evitan que se produzca
hipoglicemia, además de asegurar que la madre esté atenta.55 Las madres, por supuesto,
no eligen la posición supina porque prevenga el SMSL sino porque es lo que parece
natural. En los últimos cinco años más o menos, el simple acto de cambiar la posición
del bebé al dormir de prona a supina, ha disminuido significativamente la tasa de SMSL.
Debido a que esa disminución se logró con un cambio simple en el estilo de cuidado
parental, se ha abierto una nueva vía – conductual más que fisiológica -- para la
investigación sobre SMSL.
Siguiendo el trabajo de McKenna, científicos de Gran Bretaña se preguntaron si las
diferentes tasas de SMSL entre británicos caucásicos y asiáticos podrían ser atribuidas
a prácticas de cuidado infantil o ambientes del hogar. Aunque todos los británicos tienen
derecho a recibir cuidado sanitario decente y comparten una cultura general, los
investigadores pensaron que podía haber diferencias a nivel micro-ambiental que
podrían dar pistas sobre las diferencias en tasas de SMSL. Llevaron a cabo un estudio
de veinte padres de origen bangladesí y veinte padres galeses, todos pertenecientes a la
misma clase socioeconómica y habitantes de la misma área de Cardiff, Gales. Hallaron
que los bebés en los hogares bangladesíes vivían dentro de familias extendidas, en
“ambientes táctiles y sociales atareados.”56 Los bebés bangladesíes muy pocas veces
eran dejados llorar o solos, y los bebés y niños siempre dormían con un adulto. Los
investigadores llegaron a la conclusión de que el cuidado infantil es una cuestión
pública y comunitaria para el hogar bangladesí. En contraste, los bebés galeses eran
instados a ser independientes, a veces se los dejaba llorar, y pasaban Buena parte del
tiempo, despiertos y dormidos, en soledad. Además, el cuidado infantil para los galeses
es dominio de una persona, usualmente la madre, y los demás raramente interferían o
participaban. De esta manera, los investigadores sacaron la conclusión de que un
ambiente social, en oposición a uno privado, debe tener algo que ver con las menores
tasas de SMSL entre los asiáticos.
Otros han sido más escépticos, y todavía ven cierto riesgo en llevar un bebé a la cama
de los padres. Un estudio de Nueva Zelanda intentó restablecer una conexión entre la
práctica de compartir la cama y el SMSL y encontraron una asociación en grupos de la
minoría Maori.57 Sin embargo, el estudio no había tenido en cuenta factores como el

22
abuso de alcohol y drogas, la obesidad y el tabaquismo, todos los cuales están
implicados en el SMSL. Y como señala McKenna, el hecho de que algunos bebés
mueren por SMSL en la cama de sus padres no es por sí solo una razón para asumir que
la causa es el colecho; hay otros riesgos potenciales más probables. De hecho, otro
estudio de colecho y SMSL en doscientas familias de varios grupos raciales de
California, en el cual 22,4 % de los casos eran hogares donde se compartía la cama, no
encontró asociación entre el colecho y el SMSL.58
Aunque puede que los datos de laboratorio sean nuevos, los hechos existen desde
hace mucho tiempo -- casi todos los bebés humanos durante aproximadamente el último
millón de años han dormido en contacto con un adulto. E incluso hoy, en la mayor parte
del mundo, los bebés pasan su primer año colechando. Aunque muchos padres en la
cultura occidental están firmemente convencidos de que sus bebés deben dormir
independientemente, los datos de otras culturas, junto con el mayor conocimiento de
los riesgos potenciales de dormir en solitario, podrían convencer a algunos otros de
rechazar sus propias tradiciones culturales y probar otras maneras.

Cómo deberíamos dormir

McKenna y sus colegas, incluso con sus resmas de datos y pilas de videos, no creen que
el sueño solitario de por sí cause SMSL. Tampoco creen que si todos los bebés
colecharan, el SMSL sería erradicado. Sí creen que para algunos bebés que están en
riesgo, un ambiente de colecho podría proporcionarles un ambiente fisiológico más
positivo para atravesar la noche. Más específicamente, sus datos hasta el momento
sugieren claros beneficios en el colecho, en contraste con la montaña de mitos que
impide que los padres compartan la noche con sus pequeños. En lugar del simple acto
de llevar a los bebés a la cama, la cultura occidental continúa ejerciendo presión para
lograr la perfecta noche de descanso del bebé, lo cual significa un bebé que duerma
solo. Esto implica una habitación especial para el bebé, cunas elaboradas y colchones
suaves, y juguetes para mejorar el sueño tales como osos de peluche que emiten el
sonido del corazón humano – un ambiente muy alejado de la manera en que vivían
nuestros bebés ancestrales hace 1,5 millones de años. Los nuevos datos no proponen
que todos volvamos a dormir en chozas de barro apoyando al bebé sobre pieles de
animales en el suelo; pero claramente hay manera de combinar lo que la tecnología
moderna y el conocimiento científico tienen para ofrecer con lo que resulta mejor para
la biología del bebé. McKenna cita un buen ejemplo. Muchos padres en la cultura
occidental usan walkie-talkies inalámbricos para saber cuándo el bebé llora y está
inquieto.59 Desde una perspectiva evolutiva y biológica, estos aparatos son absurdos, ya
que en la mayoría de las sociedades el bebé estaría durmiendo con la madre o un cuidado
que podría escuchar y sentir cada movimiento y llanto. Como mínimo, sugiere
McKenna, los walkie-talkies deberían ser usados al revés, de manera que los bebés

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pudieran dormir entre los ruidos normales de la casa. En este caso, la tecnología ha
mejorado las cosas para los padres, pero no ha mejorado el ambiente de nuestros bebés.

Referencias
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48. El diagnóstico de SMSL (muerte súbita del lactante, SIDS en inglés) ha sido usado con demasiada ligereza
para explicar muertes de bebés. Un estudio que investigó a fondo escenas de muerte de bebés reportó que casi
todas las muertes de bebés en un período de un año podían ser atribuidas a “accidente” o a algo mejor descripto
como malos cuidados. Se había declarado SMSL en el certificado de defunción aunque, por ejemplo, el bebé
hubiese sido colocado junto a un calentador que arrojaba gases tóxicos en su cara, o cuando el bebé había sido
dejado sin vigilancia durante seis horas, o había sido aplastado por una madre obesa. Y en cinco de los
veintiséis casos etiquetados como SMSL, los bebés eran parte de nacimientos múltiples, de manera que el
infanticidio o la falta de cuidado eran posibilidades reales. En otras palabras, las autoridades y las sociedades
deben ser más cuidadosos al aplicar el rótulo de SMSL (Bass, M., R. E. Kravath, and L. Glass (1986). Death-
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