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¿Y para qué sirve la FCM? Pues en su interpretación más básica, para conocer
nuestro límite teórico de pulsaciones y evitar así problemas que puedan
comprometer nuestro estado de salud. Aparte de este límite, la FCM nos sirve
para realizar entrenamientos basados en zonas de intensidad cardiovascular. En
este tipo de entrenamientos, realizamos ejercicio a un nivel de intensidad
delimitado por el margen de pulsaciones que queremos mantener, siendo
especialmente eficientes para mejorar nuestra resistencia aeróbica, nuestra
tolerancia anaeróbica, para acelerar la recuperación muscular y, por supuesto,
para perder peso de forma eficiente.
Dada la relevancia de la FCM en el ámbito del ejercicio físico, es muy importante
calcular nuestra frecuencia cardíaca máxima de forma correcta. En teoría, puesto
que cada persona es diferente, el único método realmente efectivo consiste en
realizar una o varias pruebas de esfuerzo con el fin de calcular nuestra FCM con
ayuda de profesionales. En la práctica, lo más común es realizar un sencillo
cálculo matemático, siendo el más extendido el de restar nuestra edad a 220 para
obtener nuestra frecuencia máxima cardíaca (FCM = 220 - 25 = 195 FCM para
una persona de 25 años).
A pesar de ser el más extendido, este cálculo no deja de ser uno de los menos
eficientes que podemos utilizar. Robson fue el primero en realizar la medición de
la frecuencia cardíaca allá por el año 1938, utilizando la fórmula FCM = 212 –
(0.775 x Edad). Más tarde, Tanaka estableció una nueva fórmula aplicable a
deportistas adultos, siendo FCM = 208.75 – (0.73 x Edad). A lo largo del tiempo,
numerosos estudios han demostrado que, si bien no es exacta del todo, la fórmula
planteada por Tanaka es una de las que más se acercan a la FCM real de un
deportista adulto.